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Por no amar
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Libro electrónico358 páginas4 horas

Por no amar

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Si el día de hoy te
encuentras cansado de llevar una vida vacía, de sentir que no has encontrado el
amor en tu vida, de pensar que nadie te ama como tú a ellos y de no encontrar
reciprocidad en los demás a la entrega que tú les das; si estas harto y
asqueado de vivir atado a ciertos vicios o si te encuentras preso en relaciones
codependientes que n
IdiomaEspañol
EditorialSER Editorial
Fecha de lanzamiento30 nov 2023
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    Por no amar - José Luis González

    1

    ¡ES TIEMPO DE ESCUCHAR TU CORAZÓN!

    La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las oportunidades para el placer, pero tiene dificultad para generar alegría.

    Papa Pablo VI

    Era el mes de enero del 2005 cuando una fuerte tormenta de nieve estuvo a punto de arruinarme los planes que por tanto tiempo atrás había ido construyendo. Déjame contarte la historia y ponerte en contexto. Antes de entrar al Seminario estudié mi carrera profesional en Ingeniería en Sistemas Computacionales y tuve la oportunidad de hacer algunos intercambios académicos en otros países.

    Uno de ellos fue un año en Aalborg, la cuarta ciudad más grande de Dinamarca. Fue un año de muchísimos aprendizajes no sólo académicos sino personales, puesto que me enfrenté a muchas adversidades que antes no se me habían presentado, las cuales me ayudaron a valorar lo que tenía y a madurar en mi persona.

    Para que puedas entender la historia que te quiero compartir, hay que tomar en cuenta que Dinamarca se ubica al norte de Alemania y al oeste de Suecia separados por el estrecho de Kattegat, y se encuentra bordeada por el mar Báltico y el mar Negro. Lo que hace que por su ubicación los vientos corran a gran velocidad y que en invierno el frío se sienta más fuerte. Las temperaturas invernales son muy bajas y la presencia de nieve es muy común. Además, en invierno, los días son muy cortos, lo que hace que mucha de la población se deprima, puesto que por varios meses no se tiene la posibilidad de ver la luz del sol más que por cuatro o seis horas al día.

    Ya había tenido la oportunidad en varias ocasiones de ir de vacaciones con mi familia a ciertos lugares donde había nieve; sin embargo, era la primera vez que vivía en un país donde nevara casi a diario. Siendo sincero, antes de vivir en este lugar, me hacía mucha ilusión salir todos los días de mi casa con la nieve a los pies de mi puerta y tener que remover el exceso en la calle. Sí, todo suena hermoso y romántico, hasta que tienes que vivir la experiencia que se torna pesada y te hace experimentar los límites de tu naturaleza.

    En cierta ocasión, me encontraba por la tarde-noche en la Universidad trabajando en mi proyecto de investigación cuando de repente se soltó una tormenta de nieve que estaba prevista, pero no con la magnitud con la que llegó. No me había percatado de ella puesto que estando dentro de la Universidad, prácticamente uno no se enteraba de lo que sucedía al exterior, debido a que, para resguardar el calor de la calefacción, los edificios casi no contaban con ventanas para evitar que el frío pasara por los cristales.

    Cuando terminamos lo que debíamos de hacer nos dispusimos a regresar a nuestras casas, yo me adelanté mientras que mis compañeros se quedaron a terminar otras tareas pendientes. Ya listo con toda la ropa especial que llevaba para el frío y la nieve, esperé unos minutos dentro del edificio a que el autobús llegara, ya que son tan puntuales en los horarios que uno puede tener la seguridad de esperar hasta un minuto antes y salir justo a la hora exacta que pasaría el autobús para no enfriarse.

    Recuerdo que salí del edificio totalmente cubierto para el frío y se me hizo extraño que no había nadie en la parada, generalmente coincidía con alguien más. Además, me llamó la atención que el autobús no llegara puntal como de costumbre, por lo que comencé a desesperarme porque la tormenta de nieve estaba más fuerte de lo normal y los vientos calaban en lo más profundo de los huesos. Desde luego que no era una tormenta como la de todos los días, pues la cantidad de nieve que caía era inmensa y la velocidad de los vientos era insoportable.

    Pensé ¿qué tengo que estar haciendo aquí?, ¿para qué estoy sufriendo en balde? Quise ingresar de nuevo a la Universidad, cuando me percaté que la tarjeta electrónica con la que abríamos los edificios se me había olvidado dentro del cubículo donde trabaja con mi equipo de proyecto. Me enfurecí conmigo mismo, grité de la desesperación, toqué como loco la puerta para ver si alguien adentro me escuchaba y me abría. Todos fueron intentos inútiles.

    Habían transcurrido alrededor de quince minutos y el autobús seguía sin aparecer. Marqué al servicio de taxis para que me recogieran y me dijeron que por lo fuerte de la tormenta todos los servicios de transporte estaban suspendidos; de ahí la razón por la que los autobuses no pasaban.

    Intenté marcar a uno de mis compañeros de proyecto que aún se encontraba dentro de la Universidad y no me contestaba la llamada; eso aumentaba mi coraje y la desesperación, ya no soportaba el frío; a pesar de que traía guantes térmicos, la manos comenzaban a entumirse. Lo que hice fue marcarle a Martín, un amigo lituano que vivía en la misma residencia que yo y que tenía automóvil para pedirle de favor que fuera a recogerme. Cabe resaltar que la residencia en la que vivíamos se encontraba en el centro de la ciudad, mientras que la Universidad estaba a las afueras y había una gran distancia de por medio.

    Me dijo que era imposible porque la tormenta de nieve estaba muy fuerte y que los vientos ya habían provocado varios accidentes. Le supliqué de favor que fuera por mí, le expliqué que había olvidado la tarjeta electrónica para entrar a la Universidad y que nadie me habría. Aun así, él se mantenía en la negativa de ir a recogerme. Hoy en día, puedo entender a mi amigo, pues salir con esa tormenta de nieve era muy peligroso y ponía su vida en riesgo.

    La desesperación por el frío que estaba experimentando y el dolor en mis articulaciones me hizo llorar y le supliqué a mi amigo que fuera por mí. Creo que mi llanto lo conmovió tanto que aceptó, sólo que me pidió que para que no me fuera a congelar, me pusiera a caminar con mucho cuidado para que mi cuerpo en movimiento generara calor interno.

    Cuando llegó, aproximadamente una hora después, mis manos estaban casi congeladas, no podía mover ni flexionar los dedos. Sentía un dolor intenso en todo mi cuerpo por el frío al que había estado expuesto. Cuando íbamos en el carro de regreso, me pidió que le marcara a otro de los que vivían con nosotros y no pude, mis dedos no me respondían, estaban como atrofiados, ni siquiera los sentía. Por lo que, antes de llegar a la casa, Martín me llevó al hospital y me atendieron en urgencias, la piel había sufrido ciertas quemaduras por congelación.

    Varias horas después llegamos a la casa y lo primero que hice fue marcar a mis papás a México para decirles que abortaba la misión, que al día siguiente compraría mi boleto de regreso pues no aguantaba lo que estaba viviendo. Les conté a detalle lo que había sucedido y me pude desahogar. Mis papás me escucharon pacientemente, me dieron ánimos y me hicieron ver que faltaba poco para terminar la experiencia y que no convenía que, por lo que había vivido, echara en saco roto todo lo bueno que también estaba experimentando y aprendiendo.

    Generalmente las tormentas que más nos sacuden y que más aprendizajes traen llegan cuando menos las esperamos y de la forma en la que menos las queremos; sin embargo, son grandes maestras de vida que vienen a sacar lo mejor de nosotros. No podemos permitir que la desesperación por la que estamos atravesando nos desvíe la mirada del propósito que tenemos o de la meta a la cual nos dirigimos, porque cuando dejamos que el agua nos llegue al cuello y nos desesperamos, no alcanzaremos la felicidad a la que todos estamos llamados.

    Las tormentas que más nos sacuden y que más aprendizajes traen, son grandes maestras de vida que vienen a sacar lo mejor de nosotros.

    La tormenta de nieve que me tocó enfrentar me hace recordar aquella imponente escena del Evangelio¹ donde se narra cuando los discípulos iban navegando de noche y, de repente, también les llegó la tormenta, la cual, zarandeando la barca y amenazando con hundirla, hizo que los discípulos se llenaran de miedo, aun sabiendo que Jesús viajaba con ellos dentro de la barca. Al ver que Jesús estaba dormido, corrieron a despertarlo con gritos de desesperación diciéndole: ¡Señor, sálvanos que nos hundimos!

    Esto nos enseña que el miedo es una de las constantes por las cuales los hombres no llegan a cumplir sus sueños e ideales. Cuando el miedo se apodera de nosotros, nos controla, nos destruye, nos desmotiva y nos impide avanzar hacia el propósito para el cual fuimos creados y, por lo tanto, nos impide alcanzar la felicidad plena.

    ¿Cuántas veces no nos ha sucedido igual que a los discípulos que vamos en compañía del Maestro y nos acobardamos por lo que estamos viviendo? ¿Cuántas veces vivimos atemorizados, aun sabiendo que Jesús, el que todo lo puede, va con nosotros? Estoy seguro de que la gran mayoría de las veces las tormentas que llegan a nuestras vidas tienen como propósito sacarnos de nuestras falsas seguridades para voltear

    Te he querido compartir esta experiencia porque puede ser que muchas veces en la vida llegan esas tormentas inesperadas que nos hacen querer tirar la toalla o renunciar a nuestros sueños, cuando lo que deberíamos de hacer es aprender la lección de lo sucedido. a ver al Señor. Puesto que, en ocasiones, vamos caminando por la vida creyéndonos muy seguros de nosotros mismos y cuando menos lo esperamos, llegan las tormentas para meternos en crisis y darnos la oportunidad de reflexionar.

    El miedo es una de las constantes por las cuales los hombres no llegan a cumplir sus sueños e ideales.

    Cuando éstas lleguen, por más fuertes que sean, nunca debemos dejar de mirar a Jesús, quien siempre va a nuestro lado. Si has caído en la tentación de creer que el Señor no está contigo o se encuentra en un sueño profundo, te reto a que, igual que los discípulos, vayas a despertarlo, háblale, desahógate, grítale si es necesario, pero ve con Él. No olvides que sólo Él puede calmar cualquier tormenta.

    Si el Señor está permitiendo las tormentas, las crisis o las tempestades en tu vida es porque quiere ayudarte a madurar en tu fe, regresa con Él y deja que su presencia te dé paz y su Palabra sea la que dirija tu vida. Al final de la narración del Evangelio dice que, después de que los reprendió llamándoles ¡Hombres de poca fe!, calmó el viento y vino una gran calma. Esto nos demuestra que una vez que lo dejamos actuar en nuestra vida, viene la calma y la experiencia de paz y seguridad que sólo en Él podemos encontrar.

    Quiero pedirte que al iniciar este libro te des la oportunidad de ser paciente contigo mismo y con la vida. Y que si hoy estás bajo una tormenta que no le encuentras sentido y sientes que ya no puedes más, confíes en Dios, quien nunca te abandona y que, sea lo que sea que estés viviendo o atravesando, Él siempre te fortalece, pues Él mismo nos lo ha prometido: «Así que no temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra» (Is 41, 10).

    Si el Señor está permitiendo las tormentas, las crisis o las tempestades en tu vida es porque quiere ayudarte a madurar en tu fe.

    El mayor anhelo del corazón humano

    Todos los seres humanos buscamos alcanzar la felicidad en esta vida, queremos vivir en entornos agradables que nos hagan sentir bien. Deseamos relacionarnos siempre con personas que nos amen, nos acepten como somos, nos quieran por lo que hacemos, acepten nuestros defectos y toleren nuestros errores; nos ayuden a retomar el camino cuando nos extraviamos o nos ayuden con las cargas que no podemos llevar. En el fondo, con todo esto descubrimos que el mayor anhelo de todo ser humano es sentirse amado, apreciado y aceptado.

    Sin embargo, uno de los problemas que imposibilita alcanzar la plenitud o la felicidad es cuando alguno de los tres pilares afectivos anteriores no es recibido adecuadamente. Esto ocasiona que la persona implemente, consciente o inconscientemente, mecanismos de defensa que protejan su corazón, lo cual los lleva a buscar migajas de cariño que el mundo les ofrezca por la carencia de amor, aprecio o aceptación que hay en su interior.

    El mayor anhelo de todo ser humano es sentirse amado, apreciado y aceptado.

    Además, cuando estos tres pilares afectivos no están bien cimentados se desencadenan tres consecuencias: primero, se corre el riesgo de vivir una vida vacía y sin sentido; segundo, se puede caer en el error de cambiar la identidad propia y se comienza a vivir una vida de apariencia o de máscaras; y, tercero, la persona se puede refugiar en los vicios, las adicciones o cualquier conducta que lo lleve a mitigar el dolor emocional por el vacío que está experimentando.

    Todo esto lo podemos comprobar viendo cómo nuestro mundo en la actualidad vive en un constante estado de ansiedad y estrés crónico, para prueba de ello tenemos la gran cantidad de ansiolíticos y antidepresivos que se consumen a diario por millones de personas en el mundo entero. La Organización Mundial de la Salud estima que a la fecha el 3.8% de la población mundial padece depresión, una cifra altísima que debería ponernos en alerta. Desde luego que las causas de la depresión y la ansiedad son muy diversas; sin embargo, hablan de un estado generalizado de infelicidad.

    Se me hace muy interesante lo que afirma el Dr. Antonio Caño Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense en Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés, quien dice que «estamos intentando resolver problemas emocionales o laborales con dopaje, en lugar de aprender a manejar el estrés de la vida cotidiana». Hoy en día comprobamos que es muy común que se intenten resolver con la ingesta de medicamentos y creo que también hay muchas otras opciones para ello.

    Arthur Schopenhauer decía: «Es difícil encontrar la felicidad dentro de uno mismo, pero es imposible encontrarla en otro lugar». Si no aprendemos a gestionar nuestras emociones, a sanar nuestras heridas, a reconciliarnos con lo que nos duele del pasado, a forjar la tolerancia a la frustración y a mirarnos como Dios nos mira, esto nos llevará a buscar la felicidad donde no la vamos a encontrar, lo cual nos dejará más vacíos.

    Debemos tener mucho cuidado con estos vacíos emocionales pues son los que nos causan muchos estragos en la salud integral, tanto en lo humano como en lo espiritual. En la parte humana es muy comprensible porque puede afectar a nuestro rendimiento o la calidad del sueño, generar diferentes trastornos o somatizarlos de alguna manera en el cuerpo. Sin embargo, alguno podría preguntarse ¿qué tienen que ver los vacíos emocionales con la parte espiritual? Le contestaría que más de lo que se imagina, pues cuando hay vacíos emocionales porque no se ha experimentado amado, apreciado o aceptado, el demonio se vale de esas heridas emocionales para lastimarnos y hacer estragos en nuestra vida.

    En la Palabra de Dios encontramos que el demonio ha venido para hacer tres cosas: robar, matar y destruir; mientras que el Señor ha venido para que tengamos vida en abundancia (Cf. Jn 10, 10). Con esto podemos ver que lo que el demonio quiere robarnos es la felicidad eterna, hará todo lo posible por matar nuestras ilusiones y destruir el proyecto de santidad y felicidad que Dios nos comparte.

    El demonio hará todo lo posible por matar nuestras ilusiones y destruir el proyecto de santidad y felicidad que Dios nos comparte.

    Además, nunca debemos olvidar que quien está lastimado, lastima a los demás. Por ello, si queremos alcanzar la felicidad y la santidad, es fundamental que revisemos cómo estamos en estos tres pilares afectivos: sentirnos amados, apreciados y aceptados, para poder construir una vida sana, humana y espiritualmente hablando para que logremos alcanzar el propósito que Dios tiene para cada uno.

    En este libro te presentaré cuatro grandes vicios que pudieran estar afectando tu desarrollo integral, drenando tu felicidad, apartándote del propósito que Dios tiene para ti y siendo un obstáculo para la vivencia de la santidad. Así mismo, hablaré de cuatro virtudes que te ayudarán a contrarrestar dichos vicios y te propondré algunas reflexiones y consejos para que puedas fortalecer tu vida interior.

    Ocho promesas poderosas que Dios nos hace

    Cuando me encontraba estudiando en el Seminario cada verano íbamos de misiones a diferentes comunidades, pero hubo una en específico que marcó mucho mi caminar en la formación porque tuve la suerte de compartir con otro seminarista que estaba a punto de ordenarse sacerdote, fue un gran ejemplo para mí. Recuerdo que, en uno de los temas que él estaba dando, les dijo a los matrimonios El Señor siempre escucha nuestras oraciones y ya sabe lo que necesitamos, pero hay muchos que oran por cosas que no tendrían que orar. Cuando escuché eso, mi primera reacción fue de asombro porque dentro de mí pensé que no hay oración inútil; sin embargo, lo que decía cobró sentido con lo siguiente que les explicó Hay muchas cosas que nos desgastamos pidiéndoselas a Dios, cuando Él ya nos las prometió en su Palabra. Hay muchísimas promesas que el Señor ya nos hizo y no van a cambiar nunca.

    Aquel seminarista tenía toda la razón, la Palabra de Dios está llena de promesas que el Señor nos hace y que si nosotros las tuviéramos en cuenta, creo que nuestras vidas serían totalmente distintas. Antes de que pasemos a analizar los cuatro vicios de los que te quiero hablar, me gustaría dejarte claras ocho promesas que Dios nos ha hecho y que tienen por objetivo recordar que no estamos solos.

    Si hoy en tu vida estás atravesando por alguna tormenta, dificultad o crisis; o bien, algún vicio te mantiene esclavo y sientes que ya no tienes remedio para cambiar, te pido de favor que abras tu corazón para que dejes entrar el mensaje de esperanza que Dios te quiere comunicar. Dichas promesas son las siguientes.

    1. Dios está contigo siempre.

    Creo que todos, en más de alguna ocasión, nos hemos sentido abandonados cuando las dificultades han llegado a nuestra vida o cuando sufrimos algún tipo de adversidad. Podemos caer en la tentación de pensar que Dios se ha olvidado de nosotros cuando no lo sentimos cerca. Debemos tener claro que una de sus promesas es que Él no se apartará de nosotros, leemos en la Escritura: «Yahvé marchará delante de ti, Él estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te asustes» (Dt 31, 8). Por lo tanto, aunque no lo sientas o no lo percibas, nunca olvides que Él camina a tu lado.

    2. Dios siempre tiene el control.

    Cuando estamos heridos y no hemos logrado sanar es muy fácil que nos aferremos a lo que estamos viviendo, incluso, a veces nos aferramos al dolor mismo o a lo que nos lastima. Debemos aprender a soltarle a Dios el control, puesto que, muchas veces, nos queremos hacer los fuertes o invencibles y creemos que tenemos la mejor solución para salir del lugar donde nos encontramos y, al final de cuentas, cuando confiamos en nosotros más que en Dios, experimentamos muchos fracasos muy dolorosos. Recuerda que Él tiene siempre el control, por eso «confía en Yahvé de todo corazón y no te fíes de tu inteligencia; reconócelo en todos tus caminos y Él enderezará tus sendas» (Prov 3, 5-6).

    3. Dios puede hacer lo imposible.

    En lo personal me frustra mucho cuando no logro algo que me propongo hacer o alcanzar; sin embargo, con el paso del tiempo he aprendido que no soy todopoderoso y debo reconocer con humildad que necesito de Dios, todo aquello que no puedo hacer yo, Dios sí puede hacerlo; Él mismo nos lo ha asegurado: «Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios» (Lc 18, 27).

    Por experiencia personal te aconsejo que no te aferres, somos débiles, vulnerables, limitados y necesitados de Dios, acércate a Él y deja que te ayude, te libre, te sane, te acompañe y sea la fuerza que tanto necesitas para poder vivir en el amor y deshacerte de todo lo que te aparta de la felicidad.

    4. Dios es fiel y observa en todo momento.

    Es muy fácil reconocer a Dios en los momentos de felicidad o de éxito, pero cuánto cuesta reconocerlo cuando atravesamos los momentos de prueba, enfermedad, situaciones dolorosas o diversas crisis. Una de las promesas que Dios nos hace y que en lo personal más me reconfortan, es saber que Él es fiel y siempre nos está cuidando para no caer en la desesperación o la tentación. San Pablo nos comparte esta promesa cuando dice: «Fiel es Dios que no permitirá sean tentados sobre sus fuerzas. Antes bien, con la tentación, les dará modo de poderla resistir con éxito» (1Cor 10, 13).

    Cuando estamos heridos y no hemos logrado sanar nos aferramos al dolor mismo o a lo que nos lastima.

    Cuando te digo que la promesa es que es fiel y observa en todo momento, no me refiero a que nos observa con una mirada de juez o inquisitoria, sino con una mirada de Padre amoroso que nos cuida y está pendiente de todo lo que necesitamos. De ahí que Él nos dará las fuerzas para que podamos salir bien librados de todas las dificultades, tentaciones o adversidades. Por ello, cuando vuelvas a estar bajo la tormenta, recuerda que Él te observa, voltea tu mirada a Él y pídele que te ayude.

    5. Dios obtiene siempre la victoria.

    Cuando estamos en una lucha interior o tenemos algún conflicto exterior, es muy común que dirijamos nuestra mirada a nuestras fuerzas, intentamos descubrir lo que tenemos para salir victoriosos de tal batalla; sin embargo, la Palabra de Dios nos enseña que debemos confiarnos en el poder del Señor, quien nos ha prometido que Él será nuestro refugio y por Él lograremos salir victoriosos de las batallas. El profeta Isaías nos lo asegura diciendo: «Ningún arma forjada contra ti tendrá éxito e impugnarás a toda lengua que se levante a juicio contigo. Tal será la heredad de los siervos de Yahvé y las victorias que alcanzarán por mí» (Is 54, 17). Así que ya lo sabes, confía en el Señor pues Él siempre te llevará a la victoria; desconfía más de ti y confía totalmente en Él.

    Dios es fiel y siempre nos está cuidando para no caer en la desesperación o la tentación.

    6. Dios te dará descanso.

    Todos experimentamos, en algún momento de nuestra vida, cansancio, hartazgo o pérdida de sentido. Jesús nos ha prometido que Él nos dará el descanso necesario ¿Quién nos conoce mejor que el Señor? Él sabe perfectamente lo que hay en nuestro interior, por eso nos invita a descansar con Él, pues quiere fortalecernos en nuestras debilidades y confortarnos en nuestros cansancios y abatimientos.

    Jesús quiere liberarnos de nuestras angustias y preocupaciones, pero necesita que le demos la oportunidad.

    Me gustaría que hicieras una pausa y te dieras la oportunidad de responder con sinceridad ¿De qué estás cansado? ¿Del ritmo de tu vida, la cual te ha impuesto cargas que no puedes soportar? ¿De tu matrimonio que no sale de las dificultades? ¿De tu trabajo que no te llena? ¿De tus actividades cotidianas en donde no eres feliz con lo que haces? ¿De tu vida vacía y sin sentido que llevas? ¿De que las cosas no salen como quieres o esperas? No lo pienses más, Jesús te invita a que vayas a descansar, puesto que nos dice: «Vengan a mí todos los que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso» (Mt 11, 28).

    Si vamos a visitar los spa, los gimnasios o los lugares de relajación, los vamos a encontrar llenos de gente necesitada de terapias antiestrés; pero si vamos al Sagrario, donde se encuentra quien nos dará el descanso que no termina, ahí, muchas veces, Cristo se encuentra solo. Pocas son las almas que acuden con Jesús para que les alivie de sus cargas. Jesús siempre se muestra preocupado por todos los que sufren, atiende a los pobres, abatidos, pecadores y marginados por la sociedad; Él quiere liberar a todos por igual. Quiere liberarnos de nuestras angustias y preocupaciones, pero

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