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Los Siete Niveles de la Intimidad: El arte de amar y la alegria de ser amado
Los Siete Niveles de la Intimidad: El arte de amar y la alegria de ser amado
Los Siete Niveles de la Intimidad: El arte de amar y la alegria de ser amado
Libro electrónico313 páginas5 horas

Los Siete Niveles de la Intimidad: El arte de amar y la alegria de ser amado

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El arte de amar y la alegría de ser amado
 
Todos ansiamos intimidad, pero la evitamos. La queremos mucho, pero huimos de ella. En algún nivel profundo, sentimos que tenemos una gran necesidad de intimidad, pero tememos llegar allí. ¿Por qué?
 
Evitamos la intimidad porque tener intimidad significa exponer nuestros secretos. Ser íntimo quiere decir compartir los secretos de nuestro corazón, de nuestra mente y de nuestra alma con otro ser humano frágil e imperfecto. La intimidad requiere dejar que otra persona descubra qué nos mueve, qué nos inspira, qué nos dirige, qué nos devora, hacia qué corremos, de qué huimos, los enemigos que yacen en nuestro interior y nos destruyen y qué sueños locos y maravillosos tenemos en el corazón.
 
En Los siete niveles de la intimidad, Matthew Kelly nos enseña de una manera práctica e inolvidable cómo conocer estas cosas nuestras y cómo compartirnos más profundamente con las personas que amamos. Este libro cambiará para siempre tu manera de abordar tus relaciones.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento30 jun 2017
ISBN9781635820102
Los Siete Niveles de la Intimidad: El arte de amar y la alegria de ser amado
Autor

Matthew Kelly

Matthew Kelly es un autor superventas, conferenciante, líder intelectual, empresario, consultor, líder espiritual e innovador. Ha dedicado su vida a ayudar a personas y organizaciones a convertirse en la mejor versión de sí mismas. Nacido en Sídney (Australia), empezó a dar conferencias y a escribir al final de su adolescencia, mientras estudiaba negocios. Desde entonces, cinco millones de personas han asistido a sus seminarios y presentaciones en más de cincuenta países. En la actualidad, Kelly es un conferenciante, autor y consultor empresarial aclamado internacionalmente. Sus libros se han publicado en más de treinta idiomas, han aparecido en las listas de los más vendidos de The New York Times, Wall Street Journal y USA Today, y han vendido más de cincuenta millones de ejemplares. A los veintipocos años desarrolló el concepto de «la mejor versión de uno mismo» y lleva más de veinticinco compartiéndolo en todos los ámbitos de la vida. Lo citan presidentes y celebridades, deportistas y sus entrenadores, líderes empresariales e innovadores, aunque quizá nunca se cita con más fuerza que cuando una madre o un padre pregunta a un hijo: «¿Te ayudará eso a convertirte en la mejor versión de ti mismo?». Los intereses personales de Kelly incluyen el golf, la música, el arte, la literatura, las inversiones, la espiritualidad y pasar tiempo con su mujer y sus hijos. Para más información, visita MatthewKelly.com

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    Excelente!!! Nunca es tarde para volver a empezar. Anhelo que de la misma manera que encontré este libro y ha sido de mucha bendición, también lo sea para otras personas y este recurso les cambie la vida en todos los sentidos!!!

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Los Siete Niveles de la Intimidad - Matthew Kelly

INTIMIDAD

PRÓLOGO

SABES ALGO QUE YO NO SÉ?

David Anderson vivía en Boston con su esposa, Sara, y sus tres hijos, Raquel, Shannon y Jonás. Él era un hombre de negocios muy exitoso, y una de las recompensas por su éxito era su casa de verano en el Viñedo Marta. Sara y los niños pasaban todo el verano allí, mientras que David usualmente pasaba parte de cada fin de semana y siempre iba las primeras dos semanas de julio.

Hace unos años, un verano él iba conduciendo su automóvil rumbo a la playa a principios de julio cuando se hizo una promesa; por dos semanas, iba a ser un esposo y un padre amoroso y atento. Se pondría totalmente a la disposición de su familia, apagaría su teléfono celular, resistiría la tentación de estar chequeando su correo electrónico constantemente y estaría completamente disponible para su familia y para una verdadera experiencia de vacaciones.

David trabajaba demasiado y lo sabía; todos los que lo rodeaban lo sabían. Cuando dependes demasiado de tu trabajo para tu identidad, eso es una de las dificultades. De vez en cuando, David se sentía culpable por lo mucho que trabajaba, pero se las arreglaba para echar la culpa a un lado con la excusa de que era necesario. Algunas veces vencía su sentimiento recordando los muchos privilegios y las muchas oportunidades que su esposa y sus hijos podían disfrutar porque él trabajaba tan duro.

¿Tenían éxito las racionalizaciones? Sólo temporalmente; pero estas vacaciones iban a ser diferentes. Él iba a estar atento y disponible.

La idea le había llegado en su automóvil, cuando escuchaba un disco compacto que un amigo le había dado. La gente siempre estaba dándole libros para leer y cintas magnetofónicas para escuchar, y los regalos siempre lo hacían sentirse mal consigo mismo, porque sabía que quienes se los daban iban a preguntarle su opinión cuando volvieran a encontrarse; pero, por alguna razón, había puesto este disco compacto al salir de su garaje ese día.

El que hablaba estaba discutiendo las relaciones dinámicas; sintiéndose un poco culpable, David estaba a punto de apagarlo cuando algo que el hombre dijo lo impactó: El amor es una decisión. El amor es un acto de la voluntad, dijo. Uno puede escoger amar.

En ese momento, David admitió que, como esposo, había sido egoísta, y que el amor entre él y Sara se había enfriado por su egoísmo, por su insensibilidad, por no estar disponible. Este egoísmo se manifestaba principalmente de pequeñas maneras. El hacía que Sara se sintiera mal por estar tarde siempre; constantemente ponía su trabajo antes que su familia; por la mañana se llevaba el periódico a su trabajo sabiendo que Sara quería leerlo, y que probablemente él no tendría tiempo para hacerlo durante su día tan ocupado. A sus hijos les decía constantemente En otro momento y Ahora no a su esposa; pero, por dos semanas, todo eso iba a cambiar. ¡Y así fue!

Desde el momento en que David entró en la casa, besó a su esposa, y dijo Luces muy bien en ese suéter nuevo; el color te asienta muy bien.

Sara estaba sorprendida, hasta algo perpleja. Su primera reacción fue preguntarse si él estaría burlándose de ella por comprar más ropas, pero cuando él sonrió y le preguntó ¿Qué me he perdido?", se dio cuenta de que el cumplido era sincero y se sintió maravillosamente.

Después de batallar con el tráfico para llegar a la casa de vacaciones, David sólo quería sentarse y relajarse, pero Sara sugirió ir a caminar en la playa. Él empezó a rehusar, pero lo pensó mejor: Sara ha estado aquí toda la semana sola con los niños, y ahora quiere estar a solas conmigo. Así que caminaron en la playa, tomados de la mano, mientras los niños volaban sus cometas de papel.

A la mañana siguiente, Sarah casi se cayó de la cama cuando él le llevó su desayuno a la cama. Cierto es que David había despertado a su hija Raquel para que lo ayudara, pero de todas formas fue extraordinario. Durante el desayuno, él le habló del sueño que había tenido esa noche y, después, preguntó ¿Qué te gustaría hacer hoy?

Sara no podía recordar la última vez que él le había preguntado eso.

¿No tienes que trabajar? ella contrarrestó.

No, dijo él. Podemos hacer lo que tú quieras.

Durante el día, David se dijo una y otra vez El amor es una decisión. El amor es una decisión. El amor es una decisión.

Y así fue. Por dos semanas estuvieron relajados y fueron muy felices. Fue una vacación de ensueño. Dos semanas sin el acoso constante de llamadas telefónicas y correos electrónicos. Fueron al museo marítimo, a pesar de que David odia los museos; él dejo que los niños comieran helado cuando quisieran; hasta logró aguantarse la lengua cuando Sara los hizo llegar tarde a la comida de cumpleaños de su mejor amigo por estar arreglándose.

Un día, su hija Shannon le preguntó a su madre ¿Se ganó algo mi papá?" Sara se rio, porque ella se había estado preguntando qué le había pasado a su esposo.

El último día, David se excusó y fue a caminar en la playa solo. Pensó en la promesa que se había hecho mientras conducía su automóvil dos semanas atrás, y en ese momento hizo una nueva promesa: seguir escogiendo el amor cuando llegaran a la casa.

Esa noche, cuando él y Sara estaban preparándose para dormir, repentinamente Sara se detuvo y miró a David con la expresión más triste que él jamás había visto en su rostro.

David se asustó. ¿Qué pasa?

¿Sabes algo que yo no sé?, preguntó ella.

¿Qué quieres decir?

Sara dijo, El chequeo que me hice hace unas semanas … ¿Te dijo el médico algo sobre mí? David, has sido tan bueno conmigo. ¿Me estoy muriendo?

Los ojos de David se llenaron de lágrimas. Tomándola en sus brazos y abrazándola muy apretado, le dijo No, mi amor. No te vas a morir. ¡Yo estoy empezando a vivir!

PRIMERA PARTE

CAPÍTULO UNO

LAS RELACIONES SEXUALES NO SON INTIMIDAD

EL MITO DE LAS RELACIONES SEXUALES

Las relaciones sexuales no son intimidad. Sin duda, pueden ser una parte de la intimidad; pero no son iguales a la intimidad. No vienen con una garantía de intimidad, ni son absolutamente necesarias para la intimidad. Y, sin embargo, casi toda referencia a la intimidad en la cultura popular moderna, es una referencia a las relaciones sexuales. Si alguna vez hemos de experimentar la intimidad, primero tenemos que avanzar más allá de la inmadura noción de que relaciones sexuales e intimidad son sinónimas.

Intimidad es aquello sin lo cual una persona no puede vivir felizmente. Piénsalo. ¿Quiénes son las personas más felices que tú conoces, las personas que están prosperando verdaderamente? ¿Tienen relaciones sexuales simplemente, o tienen intimidad? Tienen intimidad, ¿cierto? Puede ser que también tengan relaciones sexuales, pero la base de su vida es una experiencia auténtica de intimidad. Tienen personas con las que pueden compartir su vida. Tienen un verdadero interés en las personas que las rodean. Tienen grandes relaciones.

Podemos vivir felizmente sin automóviles nuevos y ropas de diseñadores; podemos vivir y prosperar sin casas de ensueño; sin vacacionar en todos los lugares correctos—pero no podemos vivir felizmente sin intimidad. La intimidad es una de nuestras necesidades legítimas y un requisito previo para la felicidad. Puedes sobrevivir sin intimidad, pero no puedes prosperar sin ella.

Los seres humanos ansían la intimidad por encima de todo. Deseamos felicidad y, algunas veces, confundimos este deseo de felicidad con un deseo de placeres y posesiones. Mas un vez que hemos experimentado el placer o conseguido posesiones, todavía nos quedamos necesitando. ¿Deseando qué? Intimidad. Si tenemos intimidad, podemos pasar sin mucho y aún ser felices. Sin intimidad, todas las riquezas del mundo no pueden satisfacer nuestro corazón hambriento. Nuestro corazón seguirá intranquilo, irritable y descontento hasta que experimentemos la intimidad.

¿QUE ES LA INTIMIDAD?

LLa vida es una autorevelación. Se trata de revelarte. Cada día, de mil maneras, nos revelamos a las personas que nos rodean y al mundo. Todo lo que decimos y hacemos revela algo sobre quiénes somos; aún las cosas que no decimos y no hacemos dicen algo sobre nosotros. La vida se trata de compartirnos con la humanidad en este momento de la historia.

Las relaciones también son un proceso de autorevelación; pero con demasiada frecuencia gastamos tiempo y energía escondiendo nuestro verdadero yo unos a otros en ellas. Es aquí que encontramos la gran paradoja en nuestra lucha por la intimidad. Toda la experiencia humana es una búsqueda de armonía en medio de fuerzas opuestas, y nuestra búsqueda de intimidad no es diferente.

Ansiamos la intimidad, pero la evitamos; la queremos mucho, pero huimos de ella. A cierta profundidad, sentimos que tenemos una gran necesidad de intimidad, mas también tememos llegar allí. ¿Por qué? Evitamos la intimidad porque tener intimidad significa exponer nuestros secretos. Ser íntimo significa compartir los secretos de nuestro corazón, de nuestra mente y de nuestra alma con otro ser humano frágil e imperfecto. La intimidad requiere permitirle a otra persona que descubra qué nos mueve, qué nos inspira, qué nos impulsa, qué nos consume, qué enemigos silentes yacen dentro de nosotros y qué sueños locos y maravillosos llevamos en nuestro corazón.

Ser verdaderamente íntimo con otra persona es compartir cada aspecto de nuestro ser con esa persona. Tenemos que estar dispuestos a quitarnos nuestras máscaras y a bajar la guardia, a poner a un lado nuestras pretensiones y a compartir lo que está moldeando y dirigiendo nuestra vida. Este es el mayor regalo que podemos darle a otro ser humano: permitirle que simplemente nos vea por quiénes somos, con nuestras fortalezas y nuestras debilidades, con nuestras faltas, nuestros fallos, nuestras imperfecciones, nuestros defectos, nuestros talentos, nuestras habilidades, nuestros logros y nuestro potencial.

La intimidad requiere que le permitamos a otra persona entrar en nuestro corazón, en nuestra mente, en nuestro cuerpo, y en nuestra alma. En su forma más pura, es un compartir total e irrestricto de nuestro ser. No todas las relaciones merecen una intimidad tan completa, pero nuestra relación principal debe merecerla.

¿Qué es la intimidad? Es el proceso de mutua autorevelación que nos inspira a entregarnos completamente a otra persona en el misterio que llamamos amor.

¿CUAL ES TU HISTORIA?

Tú tienes una necesidad profunda de ser conocido. Dentro de cada uno de nosotros hay una historia que quiere ser contada. Intimidad significa compartir nuestra historia. Compartir nuestra historia nos ayuda a recordar quiénes somos, de dónde hemos venido y qué importa más. Compartir nuestra historia nos mantiene cuerdos.

Visita cualquier institución mental y descubrirás que la mayoría de los pacientes han olvidado su historia; simplemente no pueden poner los ayeres de su vida dentro de una memoria cohesiva y estructurada. Como resultado, pierden de vista el punto de referencia que el pasado nos provee para planear nuestro futuro. Cuando olvidamos nuestra historia, perdemos el hilo de nuestra vida y enloquecemos. En distintos grados, todos olvidamos nuestra historia y, en la medida en que lo hacemos, todos enloquecemos un poco. Las grandes relaciones nos ayudan a recordar nuestra historia, quiénes somos y de dónde hemos venido. Y de alguna manera rara y mística, recordando nuestra historia, nos celebramos de una manera muy saludable. ¿Cuál es tu historia? ¿Cuál es la historia de tu familia? ¿Cuál es la historia de tu relación?

Me fascina que si le pides a una pareja en la comida del ensayo de su boda que nos cuenten su historia—cuándo y cómo se conocieron, cuándo y dónde tuvo lugar la propuesta de matrimonio, etcétera—hay pasión y entusiasmo al contar la historia. Pero a medida que pasan los años, la respuesta a la pregunta ¿Cómo se conocieron? se vuelve una respuesta de tres palabras, En la biblioteca, En un avión, En un bar. Este es un ejemplo clásico de cómo, con el tiempo, olvidamos nuestra historia o nos volvemos inmunes a su poder.

Solamente compartiendo nuestra historia con otra persona alguna vez nos sentiremos conocidos de una manera única. De otra manera, y te aseguro que esto sucede todos los días, podemos pasar por esta vida y a la próxima sin que alguien realmente llegue a conocernos. Imagina eso. Imagina vivir toda tu vida y nunca ser realmente conocido por alguien.

También tenemos una gran necesidad de compartir la historia de nuestras relaciones. Así como una persona que olvida su historia enloquece, lo mismo le pasa a una pareja que olvida su historia. No enloquecen al punto de ser internados en un asilo, pero ambos empiezan a hacer locuras que acaban llevando a la ruptura de la relación. A menos que puedan volver a descubrir el hilo de su relación, a menos que puedan recordar y apreciar su historia juntos otra vez, la ruptura de la relación inevitablemente lleva a la separación, o a una vida de desesperación callada dentro de una relación que ha enloquecido.

REALIDED VERSUS ILUSION

Las relaciones nos mantienen honestos. Proveen los espejos necesarios para vernos y conocernos. Aislados y solos, podemos convencernos de toda clase de locuras, pero otras personas lo mantienen real para nosotros, sacándonos de nuestro mundo imaginario. No dejan que nos engañemos; nos mantienen honestos. Las relaciones nos llevan de nuestras ilusiones a la realidad.

Veo esto todo el tiempo con mis siete hermanos. Una vez al mes ellos tienen algo que llaman la noche de los hermanos. Sin novias, sin esposas, sin hijos y sin amigos—sólo los hermanos. Se selecciona un restaurante y los correos electrónicos vuelan por el espacio cibernético confirmando la asistencia. Cada mes es la noche que más le echo de menos a estar en mi ciudad natal, Sídney, Australia. Siempre que estoy allí, me maravilla la dinámica: mis siete hermanos y yo sentados a la mesa, hablando de las idas y venidas de nuestra vida—situaciones del trabajo, nuestras relaciones, asuntos de familia y nuestros sueños y planes.

En ese foro, nos ofrecemos la honestidad brutal que todos necesitamos de vez en cuando. Puede ser que mis hermanos y yo no estemos siempre en lo correcto, pero hay un compartir de ideas y opiniones, y una franqueza en general que es saludable y útil. Bueno, esa clase de honestidad brutal puede ser agotadora día a día, pero una vez al mes nos ayuda a cuestionarnos de una manera muy constructiva.

Hace que seamos honestos con nosotros mismos, sacando a la luz nuestras ilusiones o nuestros engaños. Es esa honestidad brutal la que nos saca de nuestro mundo imaginario y destruye la visión falsa y expurgada de nosotros mismos. Y aunque puede ser incómodo, crea el ambiente dinámico que se necesita para crecer.

Es así que la intimidad es un espejo del verdadero yo. Conversar e interactuar con distintas personas en nuestra vida diaria saca a la luz las ilusiones que con frecuencia creamos y creemos sobre nosotros. Solos y aislados, tenemos una habilidad increíble para engañarnos y crear imágenes de nosotros mismos que, en las mejores circunstancias, tienen una sola dimensión. La intimidad nos rescata de nuestro mundo imaginario. Otras personas nos fuerzan a salir de nuestro mundo imaginario y proveen los espejos necesarios para conocernos.

La próxima vez que notes que alguien está haciendo algo que te moleste en particular, aléjate de la situación y mira un poco más profundamente. Es probable que veas algo de ti en esa persona. ¿Es lo que te molesta algo que haces de vez en cuando? ¿Quisieras estar haciendo lo que esa persona está haciendo? ¿Acostumbrabas hacerlo? Igualmente, la próxima vez que sientas realmente la calidez de la admiración surgiendo en ti, examínate. ¿Es lo que admiras en esa persona una cualidad que tú también posees, más o menos? ¿Quisieras poder celebrar esa cualidad más en ti?

Las personas nos presentan a nosotros mismos. Compartirnos con otras personas nos ayuda a comprendernos; en el proceso, nos revelamos a los demás y también los ayudamos a descubrirse a sí mismos. La mayoría de las personas tiende a pensar en sí mismas como ferozmente independientes, como si ser dependientes fuera una gran debilidad y razón para avergonzarse. La realidad es que somos interdependientes y estamos mucho más conectados de lo que la mayoría de nosotros se da cuenta. En el siglo XX, la humanidad parecía preocupada por conquistar la independencia. El siglo XXI será un siglo de interdependencia o de tremendo sufrimiento. La gran verdad en la que tenemos que enfocarnos es que todos estamos en esto juntos; tanto en nuestras relaciones individuales como en las relaciones entre naciones, ésta es la idea que más puede avanzar en la humanidad. Todos estamos en esto juntos.

Es demasiado fácil convencernos de que podemos vivir nuestra vida y cumplir nuestro destino sin la ayuda de otras personas. De muchas maneras, nuestro destino no está en nuestras manos—al menos, no completamente; de muchas maneras no somos independientes; somos interdependientes. La independencia es sólo un ejemplo de las ilusiones que nos previenen de entrar en relaciones a profundidad.

Las relaciones dinámicas y vibrantes nos ayudan a rendir nuestras ilusiones a favor de la realidad frecuentemente menos perfecta, pero siempre más satisfactoria.

¿POR QUÉ TENEMOS MIEDO?

El problema es que tenemos miedo. Tenemos miedo a revelarnos, a compartirnos, a permitirles a otras personas que entren en nuestro corazón, en nuestra mente y en nuestra alma. Tenemos miedo a ser nosotros mismos; a que si las personas llegan a conocernos realmente, no nos amen. Ese es el miedo más profundo de todos los seres humanos, que acecha en el corazón de cada persona. Consciente o subconscientemente, siempre estamos preguntándonos Si realmente me conocieran, ¿todavía me amarían? Queremos desesperadamente amar y ser amados; pero queremos ser amados por quiénes somos, verrugas y todo y, aunque tememos revelarnos por la posibilidad del rechazo, es solamente revelándonos que alguna vez abriremos la posibilidad de ser amados verdaderamente. Con este temor comienza El gran engaño. Este temor origina la pretensión interminable. Todos somos defectuosos y todos tenemos faltas. Ninguno de nosotros es perfecto. No obstante, todos tratamos de mostrar lo mejor de nosotros mismos, de esconder la fragmentación, pretendiendo que lo tenemos todo bajo control y que todo está bien.

Piénsalo. Cuando acabas de conocer a alguien, o estás en las primeras etapas de andar juntos; en una entrevista de trabajo o cuando te están presentando a los amigos de tu pareja, muestras tu lado bueno y ellos hacen lo mismo. Entonces, cada uno espera a que se revele la verdadera persona—que se revele por medio de la vida, de las experiencias, del proceso de la intimidad.

No podemos ser amados por quiénes somos si no nos revelamos. Sin revelarnos, nunca experimentaremos la intimidad. Si no estamos dispuestos a revelarnos, siempre estaremos solos.

Experimentarás la intimidad solamente en la medida en que estés preparado a revelarte. Queremos ser amados, pero nos aguantamos pensando que nuestras faltas serán juzgadas y usadas como excusa para dejarnos fuera; pero si no nos revelamos, siempre estaremos pensando: Si realmente me conociera … o ¿Qué pensaría si supiera …?

Nos escondemos porque pensamos que la gente nos amará menos si en verdad nos conoce; pero, en la mayoría de los casos, lo opuesto es verdad. Si estamos dispuestos a arriesgarnos, y revelarnos tal y cómo somos, descubriremos que la mayoría de las personas están satisfechas sabiendo que somos humanos. ¿Por qué? Porque ellas también son humanas y están llenas de los mismos temores. En la mayoría de los casos encontrarás que las cosas que pensamos causarían que las personas dejaran de amarnos, en realidad las hacen amarnos. Hay algo glorioso acerca de nuestra humanidad. Fuerte y débil, el ser humano es asombroso. Nuestra humanidad es gloriosa y debe ser celebrada. Cuando revelamos nuestras luchas, les damos a los demás el valor para hacer lo mismo.

La verdad es que cuando revelamos nuestras debilidades las personas se sienten más en paz con nosotros y están más prontas a responder expresando el deseo de estar ahí para nosotros que a rechazarnos. Todo el mundo tiene un lado oscuro y, sin embargo pretenden que no. Esta es la pretensión interminable. La intimidad requiere que estemos preparados para revelar nuestro lado oscuro, no para sorprender o lastimar a la otra persona, sino para que pueda ayudarnos con nuestros demonios interiores.

Mi propia experiencia sugiere que estar dispuestos a compartir nuestras debilidades es una tremenda señal de fe, que alienta a otras personas a bajar su guardia. Cuando compartimos la manera en que luchamos con nuestras debilidades, alentamos a las personas en sus propias luchas. Y mientras estemos luchando sinceramente para avanzar más allá de nuestras debilidades y convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos, descubrimos, para sorpresa nuestra, que somos más amados a causa de nuestras debilidades, cuando nos manifestamos en nuestra cruda e imperfecta humanidad, que cuando pretendemos tenerlo todo bajo control.

Una locura, ¿cierto? Queremos ser amados, pero tememos tanto el rechazo que preferimos ser amados por ser alguien que no somos a ser rechazados por ser quiénes somos. La madurez llega cuando aprendemos a apreciarnos a nosotros mismos; a partir de ese momento, preferiremos ser rechazados por quienes verdaderamente somos que amados por pretender que somos alguien que no somos. Eso es la autoestima. No es sentirse bien, es algo práctico, es real y va directo a la esencia de la decisión más difícil que tomaremos jamás: la decisión de ser nosotros mismos. Es en este respecto que la impactante, profunda observación que desarma de Hugh Prather siempre me ha conmovido: Voy a agradarle a unas personas y a otras no, así que más vale que sea yo. Eso es lo que todos ansiamos, ser amados por quiénes somos. Y es por eso que es tan importante que nos permitamos experimentar la autorevelación de la intimidad.

SOLEDAD Y ADICCIÓN

Si no estamos dispuestos a vencer este temor al rechazo, siempre habrá una sensación de soledad en nuestra vida. La soledad tiene muchas formas. Algunas personas se sienten solas simplemente porque no tienen contacto con otros seres humanos; otras se sienten solas aun estando en un salón lleno de gente. Unas personas se sienten solas porque son solteras; otras están casadas y se sienten solas. Y aun otras se sienten solas porque se han traicionado a sí mismas y ansían y echan de menos a su ser perdido. La soledad parece ser una de esas cosas que siempre están acechándonos en el fondo, una de las experiencias de la vida que nunca conquistamos, algo que nunca se vence de una vez por todas.

La sensación de que nadie realmente nos conoce puede ser una de las más debilitantes formas de soledad, y está promovida por nuestra falta de disposición para revelarnos.

Es aquí que completamos el círculo. Ansiamos la intimidad, huimos de ella, nos decimos que necesitamos ser libres de lazos emocionales, pero acabamos en una u otra clase de esclavitud.

Al no estar dispuestos a participar en los rigores de la intimidad, tratamos de llenar el vacío creado por la falta de intimidad en nuestra vida, y así nacen las adicciones. El pozo sin fondo que se crea por la ausencia de intimidad exige que se le alimente, y si no lo hacemos de una manera saludable, nos encontraremos alimentándolo de maneras que nos destruyen. Unos tratan de llenar el vacío con alcohol, otros comprando, unos con drogas, otros con una serie interminable de breves relaciones; y en una cultura que iguala la intimidad a

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