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Espacios trastocados. Historia del Convento de San Lorenzo a traves de su arquitectura
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Espacios trastocados. Historia del Convento de San Lorenzo a traves de su arquitectura
Libro electrónico346 páginas4 horas

Espacios trastocados. Historia del Convento de San Lorenzo a traves de su arquitectura

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Recuento histórico del convento de San Lorenzo que da cuenta de quiénes lo construyeron, quiénes lo vendieron e incluso quiénes buscaron en él la gracia divina, la redención y hasta la inmortalidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 nov 2023
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    Espacios trastocados. Historia del Convento de San Lorenzo a traves de su arquitectura - Enrique Tovar Esquivel

    ESPACIOS TRASTOCADOS

    HISTORIA DEL CONVENTO

    DE SAN LORENZO

    A TRAVÉS DE SU ARQUITECTURA

    Enrique Tovar Esquivel

    Espacios trastocados

    Historia del Convento de San Lorenzo a través de su arquitectura

    Enrique Tovar Esquivel

    Primera edición, 2011

    D. R. © 2011 Instituto Politécnico Nacional

    Luis Enrique Erro s/n

    Unidad profesional Adolfo López Mateos

    Zacatenco, 07738, México, DF

    Dirección de Publicaciones

    Tresguerras 27, Centro Histórico

    06040, México, DF

    ISBN 978-607-414-233-4

    Impreso en México / Printed in Mexico

    http://www.publicaciones.ipn.mx

    A Sara Raquel…

    Por las historias que

    se están construyendo

    A Diana Tovar…

    ¡Claro que te lo mereces!

    ÍNDICE GENERAL

    INTRODUCCIÓN

    Capítulo I. La arquitectura monacal novohispana

    Capítulo II. Fundación del convento de San Lorenzo

    Capítulo III. Reconstrucción del convento, 1643-1681

    Capítulo IV. De monjas calzadas a monjas descalzas

    Capítulo V. De convento de monjas a escuela de artes y oficios

    Capítulo VI. Los espacios trastocados

    ANEXO Núm. 1

    ANEXO Núm. 2

    ANEXO Núm. 3

    ANEXO Núm. 4

    ANEXO Núm. 5

    ANEXO Núm. 6

    BIBLIOGRAFIA

    HEMEROGRAFIA

    INTRODUCCIÓN

    Hablar sobre el convento de San Lorenzo es evocar parte de la historia de las religiosas jerónimas que vivieron en él durante 270 años. Es traer a la memoria los nombres de aquellos personajes legos y religiosos que intervinieron de una u otra forma en su fábrica material dándole lustre, belleza y buen nombre… hasta que llegaron los que habrían de llevarla al casi olvido, dejando mutilado su convento, muros que se confunden con las ruinas de viejas casas también ignoradas.

    Aquella placa testimonial que recogía la fecha y nombre de los bienhechores de su erección hoy se encuentra perdida por el desinterés; otro tanto sucedió con su templo que, con el deseo de darle nuevos valores, lo dejaron atrapado entre dos tiempos; por un lado, un pasado disimulado en su tezon-tle desnudo pero realzado por el magnífico relieve de la Anunciación; por el otro, una mano divina que a pesar de ser admirable es también una obra descontextualizada que no armoniza con el estilo arquitectónico del inmueble.

    El convento de San Lorenzo de la orden de San Jerónimo fue fundado en la Ciudad de México el 14 de noviembre de 1598 por una familia cuyos nexos se extendieron más allá de la capital de la Nueva España. La promotora de la fundación fue Marina Zaldívar de Mendoza, novicia del convento de Santa Paula (mejor conocido como San Jerónimo), hija de Juan de Zaldívar, conquistador de Nuevo México y Nueva Galicia, y emparentada con prominentes mineros zacatecanos. Dicha institución sirvió no sólo para albergar a las hijas de españoles residentes en la Ciudad de México, sino que además se constituyó como un lugar propicio para el ingreso de las hijas de destacados mineros de Zacatecas; sitio que por ser un mineral no podía albergar un convento de monjas.

    La vida de las religiosas lorenzanas transcurrió con aparente calma y seguridad, el convento requirió de ocasionales arreglos durante el siglo xvii y xviii para su mantenimiento, tal y como ocurría con cualquier otro conven-to de la Ciudad de México. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo xviii la vida cotidiana de las religiosas lorenzanas se vio alterada por la promulgación de una cédula real, que determinaba la adopción de la vida común en los conventos de la Nueva España, disposición principalmente dirigida a las órdenes que se conocían como calzadas, originando cambios en el patrón arquitectónico, que en la mayoría de los casos fueron modificaciones menores: levantar un muro, cerrar o abrir un vano, implicando ello una nueva distribución del espacio y una nueva forma de convivencia entre las monjas.

    Hacia la segunda mitad del siglo xix, las Leyes de Reforma expropiaron los bienes del clero y exclaustraron a los religiosos y monjas de sus conventos. En el caso particular del convento de San Lorenzo se decidió que fuera destinado para la Escuela Nacional de Artes y Oficios y que su templo continuara abierto al culto público. Las religiosas diseminadas en un principio volvieron a reunirse en Tacubaya cuando las condiciones políticas así lo permitieron para continuar con su práctica religiosa.

    A principios del siglo xx la Escuela Nacional de Artes y Oficios se transformó en la Escuela Práctica de Ingenieros Mecánicos, Electricistas y Mecánicos Electricistas con las consecuentes modificaciones en la arquitectura del inmueble al ser reorganizado su espacio. Con el régimen del presidente Lázaro Cárdenas, la escuela ya conocida como Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica se integró al Instituto Politécnico Nacional (ipn), siendo conservado el ex convento como parte del patrimonio del ipn hasta el día de hoy.

    Actualmente el inmueble del ex convento de San Lorenzo se encuentra fraccionado en varios predios, algunos de los cuales se destinaron para casa-habitación, el mayor de ellos es utilizado para actividades académicas y de difusión cultural (seminarios, conferencias, ferias del libro, etc.) por parte del ipn; en este último predio se encontraban el claustro mayor, el noviciado y el cementerio, entre otras dependencias del antiguo convento lorenzano.

    Los conventos de monjas calzadas tuvieron durante el periodo novohispano e independiente dos tipos principales de distribución arquitectónica: la primera definida por un crecimiento anárquico del convento, motivado principalmente por el aumento de la comunidad religiosa y las limitaciones de un espacio continuamente cambiante; la segunda determinada por la reconstrucción de un convento en un espacio definido, es decir, bajo un esquema arquitectónico. Ambas formas se alteraron cuando se le ordenó a las comunidades que se regían por la vida particular adoptar la vida común, lo que obligó a cambios arquitectónicos en su composición original. Entre los distintos tipos de distribución arquitectónica podemos encontrar otras etapas constructivas, pero éstas quedan enmarcadas dentro de las modificaciones, agregados o ampliaciones a lo largo de su existencia como instituto femenino.

    La existencia de un patrón arquitectónico común a la mayoría de los conventos, y cuya tradición está íntimamente relacionada con la arquitectura civil de la época, nos permite comprender la reproducción de los espacios sociales legos, donde los claustros imitaban los patios palaciegos y las celdas que reproducían la vida familiar.

    Otros factores son dignos de tomar en cuenta: la distribución de los espacios del ex convento de San Lorenzo estuvo definido no sólo por la tradición arquitectónica característica de la época, sino también por las reglas, las constituciones (ambas regían la vida cotidiana de las monjas al interior del convento), las reales cédulas o bulas (que puntualizaban una reforma o una nueva forma de vida en los mismos), y las necesidades y bonanzas del mismo.

    La construcción de un convento y sus múltiples modificaciones responden a una forma particular de comprender a una sociedad providencialista durante el periodo novohispano. La alteración del espacio arquitectónico fue también una alteración de la vida cotidiana de las religiosas lorenzanas y puesto que de vida cotidiana y espacios arquitectónicos es de lo que trata este libro, no podemos sustraernos de la vida monacal regida por una estructura religiosa bien definida: sus reglas, constituciones, símbolos, devociones y su espacio urbano.

    La investigación se realizó en el Archivo General de la Nación, Archivo General de Notarías de la Ciudad de México, Archivo del Patrimonio Inmobiliario Federal y Archivo Parroquial de San Lorenzo, además de contar con el material enviado por las monjas jerónimas de la Adoración de Madrid, España, quienes abrieron amablemente su archivo particular.

    No fueron ajenos a la consulta de la información los sermones, oraciones fúnebres, contratos y otros documentos de primera mano, libros y periódicos. Cabe hacer mención de otro tipo de documentos que por sus características particulares fueron de gran utilidad al momento de cuestionar procesos, me refiero a los documentos pictóricos, cada uno de ellos explicado en su contexto.

    La presente obra debe mucho a la colaboración, comentarios y observaciones de investigadores especializados en el periodo virreinal, amigos ante todo, a los arqueólogos Francisco Rivas Castro y Araceli Peralta Flores. Al padre Juan Carlos Guerrero, Julia Santa Cruz, Elsa Malvido, Miguel Hernández, Antonio Terán y Jesús Flores Palafox. De manera especial agradezco a la madre María del Carmen Laguna Ergueta y a las jerónimas de la Adoración en México y España por los lazos de amistad que se construyeron durante el proceso de investigación. Una mención especial a las investigadoras y queridas amigas, las historiadoras María Concepción Amerlinck de Corsi y Nuria Salazar de Garza, quienes igualmente me ofrecieron valiosos comentarios. A mi querida maestra Alicia Bazarte Martínez, esta obra le debe mucho y quien escribe, aún más.

    La arquitectura monacal novohispana

    Dime —dice Fedro a Sócrates— ya que eres tan sensible a los efectos de la arquitectura ¿No has observado, al pasearte por esta ciudad, que entre los edificios que la constituyen algunos son mudos, otros hablan; y en fin, otros los más raros cantan? No es su destino, ni siquiera su forma general lo que los anima o lo que los reduce al silencio. Obedece al talento de su constructor o bien al favor de las musas.

    Fragmento de

    Eupalinos

    o

    El Arquitecto.

    El Centro Histórico de la Ciudad de México se muestra actualmente como un sitio de contrastes, edificios coloniales junto a estructuras de decimonónicas y éstas compartiendo espacios con arquitectura contemporánea. Para la mayoría de los habitantes estas construcciones son mudos testigos de un pasado a veces heroico y a veces lastimoso; inmuebles utilizados con un fin muy distinto al que les dio origen.¹ Las antiguas casas señoriales del periodo novohispano son presencia viva de su arquitectura combinadas con una reutilización del espacio que en nada desmerece su categoría.² Algunos de ellos hacen gala de sus restauraciones,³ pero una gran parte del patrimonio arquitectónico y artístico del Centro Histórico de la Ciudad de México hace mucho tiempo que está perdido; caso particular es el de los conventos, pues no hubo inmuebles más castigados que éstos; algunos de ellos en la espera de un auxilio que nunca llega se pierden en un lento deterioro y olvido ante la pasividad de sus dueños y el paso despreocupado de sus habitantes. Hoy aparentan ser mudos testigos de la vida cotidiana de los religiosos y monjas que los habitaron, aunque no es así; hay voces atrapadas en ellos, historias guardadas en cada piedra, el acontecer de una vida en cada galería, eventos sociales en cada espacio.

    La arquitectura es un reflejo de la vida, testimonio de lo cotidiano, de lo sagrado y lo profano, de la manera de adaptarse al entorno y de integrar también sus espacios de acuerdo con la actividad social que en ellos se desarrollan; los elementos del patrimonio arquitectónico ubican al ser en su universo⁴ con un sentido de pertenencia. En este caso, será precisamente la descripción y el estudio de la arquitectura del ex convento de San Lorenzo,⁵ el camino por el cual se pretende inferir los procesos sociales que acontecieron dentro y fuera de sus muros.

    Mas no se interprete que la arquitectura definió una forma de coexistencia al interior del convento. Fueron las disposiciones de las reglas y constituciones de cada orden las que precisaron el entorno arquitectónico, así como la forma de vida de las religiosas a su interior; tampoco podemos ignorar las disposiciones del Concilio de Trento ni las Instrucciones de la fábrica y del ajuar eclesiásticos de Carlos Borromeo que, a pesar de haber llegado probablemente a la Nueva España al inicio del siglo xvii, muchas debieron aplicarse años atrás.⁶ La obra influyó sobremanera en la disposición arquitectónica de los conventos de monjas fabricados o reconstruidos durante el transcurso del siglo xvii y xviii.

    Cabe mencionar que la solución arquitectónica de los conventos de monjas también estuvo influenciada por los patrones o bienhechores que costeaban la obra y por los arquitectos que adecuaban los espacios dependiendo de la superficie disponible.⁷ Además, las instrucciones religiosas, reglas, constituciones, bulas y aun edictos reales, mostraron la manera ideal de llevar a cabo sus disposiciones. La realidad demostró en ocasiones un proceder distinto.

    La erección de conventos de monjas en la Ciudad de México ha observado dos momentos constructivos principales: la primera etapa estuvo caracterizada por conventos de dimensiones modestas y distribuciones anárquicas que en nada se parecían a los modelos arquitectónicos propuestos para tales fines. La mayoría de los conventos se establecían en amplios terrenos, con edificios de planta irregular, grandes salas comunes y celdas individuales. En cada celda vivía una religiosa acompañada por una o varias criadas y la niña o niñas que estaban a su cargo, con las que formaba una especie de familia.

    La segunda etapa siguió muy de cerca los planteamientos de Carlos Borromeo, es decir, en ese momento en los conventos de la Ciudad de México contaron con un patrón arquitectónico específico debido a dos factores determinantes: capital y espacio.⁹ El crecimiento económico durante la segunda mitad del siglo xvii, principalmente en el sector de la minería, permitió el aumento de los fondos de cada convento por concepto de donaciones testamentarias, obras pías y nuevos ingresos y con ello la posibilidad de remozar los inmuebles. Los espacios conventuales llegaron a su máxima extensión en esta época, limitando con dos, tres y hasta cuatro calles. Aunque algunos conventos (como San Jerónimo) registran más de cuatro etapas constructivas, éstas son obras parciales y no proyectos arquitectónicos sustentados en un plan de modificación organizado.

    La ocupación primigenia de un sitio generalmente ya construido donde la arquitectura no respondía a las necesidades de la vida religiosa, implicaba necesariamente modificaciones del inmueble ocupado, hay que considerar que los cambios no debieron ser muchos, ya que las casas novohispanas tenían una disposición parecida a la de los conjuntos conventuales; es decir, la mayoría de las casas contaban con un patio central en torno al cual se distribuían las piezas o cuartos (muy parecido a los claustros) y en ocasiones con más de dos patios. El problema principal debió residir en la adecuación temporal y posterior construcción de una capilla para las ceremonias litúrgicas.¹⁰ Adaptando sin mayor problema las dependencias básicas de cualquier convento: celdas, biblioteca, enfermería, cocina, refectorio, huerta, entre otras. Ambas (casas y conventos) tenían planos acordes que desarrollaban sus habitaciones alrededor de un patio cuadrangular, la vida monjil podía realizarse en ellos sin problemas, dedicando una sala baja a la capilla, cerrando ventanas y balcones al exterior, levantando bardas y colocando rejas.¹¹

    La distribución espacial de estas primeras fundaciones tuvo que adaptarse a las construcciones ya existentes; no es extraño que se registren etapas constructivas a primera vista confusas, mas si se considera la funcionalidad del inmueble en su primer etapa constructiva, lo que aparenta ser desconcertante, mostrará las regularidades existentes en su conjunto. ¿Cómo puede uno saber de antemano que fueron casas y no construcciones ex profeso para ser habitadas por religiosas?

    Aquí nace la imperiosa necesidad de acercarse a los documentos escritos que registran desde la fundación de los conventos hasta los que recogen noticias de su exclaustración. Si leemos sobre la erección de los primeros conventos femeninos notaremos sin sorprendernos que las construcciones primitivas fueron casas y que sufrieron modificaciones para adecuarse a la observancia de las reglas de clausura.¹²

    A pesar de ser ocasionalmente grandes los caudales para la fundación de un convento, este dinero se gastaba principalmente para comprar el terreno y las casas que en él se levantaban, quedando tan sólo fondos para la remodelación o para sobrellevar la vida interna de la comunidad.¹³ La construcción de los primeros conventos de monjas novohispanos parece recordarnos las primeras colonias de eremitas con ‘casas’ dispuestas anárquicamente teniendo como parte central una iglesia donde poder orar comunitariamente.¹⁴

    El segundo factor asociado a la mayoría de los conventos fue el empuje económico en la segunda mitad del siglo xvii, aunado a la consolidación de algunas fortunas familiares que permitían, gracias a la bondad de un benefactor o a la bonanza de un patrón, aportar devotamente ( para salvación de sus almas) el capital necesario para comprar las casas que en rededor suyo se encontraban, con el fin de ampliarlo o para levantar nuevas y suntuosas construcciones conventuales, dirigidas por afamados maestros del arte de la arquitectura. Es en esta etapa donde encontramos los conventos que perduraron hasta mediados del siglo xix, muchos de ellos levantados desde sus cimientos, algunos todavía conservados, al menos en parte.

    Reconstruidos o no, los conventos novohispanos siempre guardaron cierta anarquía en su distribución arquitectónica. Un testigo de la exclaustración, Antonio García Cubas, nos relata con detalle los sitios que visitó y que presentaban esa irregularidad:

    La mayor parte de los conventos ocupaban un área considerable. La planta de los edificios, con raras excepciones, era tan irregular como la de todos sus departamentos, los que se veían en completo desorden, con notables diferencias de nivel en sus pisos superiores, razón por la cual, encontrábanse por todas partes grandes y pequeñas escaleras que comunicaban extensos patios con reducidas azotehuelas y estrechos pasadizos, grandes claustros y galerías, en las que se hallaban las celdas, en tanto que muy apartadas de éstas se levantaban viviendas aisladas. Frente de un adoratorio veíase la pieza de penitencia, en cuyas paredes se notaban claras señales de los cruentos castigos que voluntariamente se infligían las monjas. A las salas de labor se sucedían ya el refectorio, ya la enfermería, y a los baños y lavaderos una huerta de grande extensión, en cuyos términos se levantaba un pequeño santuario, como el de Guadalupe en la Concepción y de los Remedios en Santa Clara [ambos en la Ciudad de México], a donde concurrían las religiosas, en peregrinación, en sus festividades anuales; existiendo, por último, en lo más apartado del convento, el panteón. Todos los detalles expresados que caracterizaban a los vetustos edificios, constituían un verdadero laberinto […]. Yo vi todo esto a raíz de la exclaustración.¹⁵

    Las órdenes contemplativas y las órdenes mendicantes

    No se puede escribir sobre la arquitectura monacal femenina sin antes conocer el tipo de vida que se desarrollaba dentro de los conventos. Las órdenes religiosas existentes en la Nueva España fueron principalmente las mendicantes en lo que respecta a la rama varonil y contemplativas en la rama femenil.¹⁶

    […] es menester conocer las profundas diferencias que se presentan entre las órdenes mendicantes y congregaciones contemplativas, lo cual es básico, puesto que ambas concepciones tendrán diferentes puntos de origen así como sus objetivos espirituales y esto se verá fielmente reflejado en la arquitectura de dichas instituciones en cualquier punto del orbe en que se erijan.¹⁷

    Las órdenes mendicantes de frailes se formaron en el siglo xiii bajo la dirección de franciscanos y dominicos, quienes además de aplicar los preceptos de pobreza, humildad, ayuno y abstinencia, agregaron otros dos que con el tiempo aportarían los más grandes frutos: la predicación y la evangelización, con ellos surge la figura del fraile cuya misión era la de salir del monasterio para convertir a la fe cristiana a los hombres que carecieran de ella.¹⁸

    Así llegaron a la Nueva España franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, carmelitas, mercedarios y hospitalarios, entre otros, cuya tarea principal fue la de difundir la religión católica entre los naturales. El objetivo principal de las órdenes mendicantes era la enseñanza, por lo que los espacios del claustro eran ocupados como sitios de aprendizaje para la nobleza indígena.

    Caso excepcional fue la orden de San Jerónimo, cuyos miembros no se establecieron. A pesar de que algunos monjes vinieron a la Nueva España, nunca fue con la intención de realizar una fundación, sino para ocupar cargos en el aparato religioso secular o desempeñar misiones especiales.¹⁹

    Por otro lado, las órdenes contemplativas de monjas observaban una vida de retiro, las religiosas consagraban su vida a Dios a través de la oración y que de acuerdo con su regla, llevan una vida reclusa y alejada del ruido y las vanidades del mundo;²⁰ sin embargo, pocos fueron los conventos de religiosas que llevaron una vida de retiro total, ya que algunas de estas instituciones se dedicaban a la educación de niñas españolas, criollas, mestizas e incluso indígenas, resolviendo los problemas educativos que provocaba la falta de instituciones como Las Amigas. La disposición de las reglas y constituciones para la vida al interior la determinaba cada convento, éste definía sus espacios de acuerdo a tales preceptos.

    Las monjas de vida particular y de vida común

    En la Nueva España los conventos de religiosas de carácter contemplativo se dividían en dos tipos: la de religiosas descalzas o monjas que seguían la vida común y cumplían con el voto de pobreza, y calzadas, cuya regla, menos rígida, dio cabida a seguir la vida particular, en la que se mantuvieron durante más de dos siglos.²¹

    No obstante que los votos eran los mismos en ambos, unos procuraron llevarlos al pie de la letra y otros simplemente los adaptaron a las necesidades de la institución. La vida común implicaba no sólo llevar al pie de la letra la recomendación del voto de pobreza, sino también otros lineamientos donde las religiosas no tenían cosa alguna en propiedad sino de la comunidad. La vida en común no alentaba el servicio de criadas y aun en éstos las hubo.

    La cocina, que era para toda la comunidad, solía colocarse junto al refectorio, lugar donde las religiosas comían en una misma mesa, y junto a éste la sala de profundis.

    Llevado al orden arquitectónico, implicaba espacios donde permitiera la existencia de dormitorios comunes, como en el caso de las clarisas pobres o de las monjas del convento de San Bernardo de la orden concepcionista, cuyas celdas no eran separadas.²²

    El término de orden calzada deviene del uso de zapatos, aunque el concepto identificaba a las órdenes que no llevaban de manera rígida una vida religiosa (sin llegar a ser una vida relajada). Este tipo de orden es la que más influyó en los diseños de los inmuebles, pues debido a la forma de vida que se

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