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Texturas 49: Mundo editorial y cultura digital
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Texturas 49: Mundo editorial y cultura digital
Libro electrónico221 páginas2 horas

Texturas 49: Mundo editorial y cultura digital

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Información de este libro electrónico

En este número de Texturas se pueden encontrar textos de John B. Thompson, Valerie Miles, Mark Polizzotti, Jesús Ortiz, Paulo Cosín, Íñigo García Ureta, Marta Magadán-Díaz, Jesús I. Rivas-García, Enric Faura, Fernando Pascual, Jaume Balmes, Julián Viñuales Lorenzo y José Luis de Diego.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2022
ISBN9788418941771
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    Texturas 49 - John B. Thompson

    Índice

    Portada

    Portada interior

    [1] Julián Viñuales Solé: ‘aborted eulogy’. Julián Viñuales Lorenzo

    [2] Revolución digital y cambios editoriales. John B. Thompson

    La edición del yo. Y de autoedición, nada. Valerie Miles

    La presunción de inocencia. Del libro académico y el ensayo divulgativo. Íñigo García Ureta

    Robert Gottlieb. La edición por el amor de Dios. Jesús Ortiz

    Sobre Galerna (1967-1976), la editorial de Schavelzon. José Luis de Diego

    [3] Una forma intensa de lectura. Mark Polizzotti entrevistado por su traductor. Mark Polizzotti & Íñigo García Ureta

    [4] Sostenibilidad ambiental y modelos de negocio. Marta Magadán-Díaz & Jesús I. Rivas-García

    El libro digital y la accesibilidad. Jaume Balmes

    El omnicanal en el sector del libro. Paulo Cosín Fernández

    ¿Qué pasa con el cómic? Enric Faura

    El inexistente mercado latinoamericano del libro y Luhmann. Fernando Pascual

    Publicidad

    Recomendaciones

    Créditos

    Últimos números www.tramaeditorial.es

    Julián Viñuales Solé: ‘aborted eulogy’

    Julián Viñuales Lorenzo

    Editor

    «Better pass boldly into that other world,

    in the full glory of some passion,

    than fade and wither dismally with age.»

    James Joyce

    «He not busy being born is busy dying.»

    Bob Dylan

    Permitidme que os aparte de vuestras libaciones por unos instantes y, en nombre de la familia, os dé la bienvenida a esta suerte de improvisado wake que, a la luz de las conocidas filias e incurables adicciones de Julián, nos parecía muy apropiado celebrar en un lugar como este: una librería como la que tan gentilmente nos han ofrecido Marta y Antonio, La Central del Raval, pese a que muchos de los convocados que hoy nos honráis con vuestra compañía rara vez os aventuréis por las entrañas de este barrio. Vaya por delante, pues, nuestro más sincero agradecimiento por sumaros a esta celebración pagana.

    Sin ánimo de daros el tostón con la glosa de la vida y tribulaciones (ni, menos aún, de consignar las gestas) de este editor de raza, pero sin pedigrí –frase que bien podría haber alumbrado el protagonista de esta apresurada, pero sentida, semblanza–, ahí os va este breve recordatorio. Convendréis conmigo que fue Julián un advenedizo practicante de lo que se ha dado en llamar proxenetismo ilustrado, oficio en el que, para mayor colmo y gloria, tuvo el osado atrevimiento de inmiscuirse –pese a hacerlo con lo puesto (eso sí, armado con una agenda de incondicionales colegas que le ofrecieron un bien mucho más preciado que el capital del que no disponía: la amistad)–. Negocio este, a la sazón, solo apto para señoritos y burguesitos de alta cuna, pero que, sin por ello amilanarse, tanto amó y al que acabaría consagrando buena parte de su vida. Me contabais algunos, hace apenas unos días, con gran cariño, cómo se dio a la fuga para asistir a la última edición del foro Edita, pese a encontrarse ya severamente impedido, pero con ánimos suficientes aún para eludir el férreo control del arresto domiciliario (autoimpuesto, por prescripción facultativa) y asistir a todos los actos acompañado por el bueno de Pep Lafarga, secretario del Gremi d’Editors de Catalunya y bellísima persona.

    Y con esa «Luna de Sangre» de tan lorquianas resonancias que trajo consigo el eclipse este pasado martes, decidió Julián poner fin a tanto padecimiento y poner, a su vez, rumbo al Salón de los Caídos, también llamado Valhalla, donde, habiendo recobrado ya su aspecto de antaño –bigotudo, apuesto, bien parecido y rubiales– podrá, a buen seguro, colarse, con suma discreción, y pegar la hebra a su antojo a las incautas valquirias que no se resistan a sus encantos ni a sus chanzas u ocurrencias.

    Así pues, tras no conseguir habitación en la décimo séptima planta del hospital, a fin de asaltar los cielos con menos esfuerzo –como atinadamente recomendaba su hermano Rafa–, fue preciso administrarle la extrema punción en la novena, y procurarle –a falta de santos óleos– sacrosantos opiáceos. Así dejaba el ruedo, horas más tarde, Julián, y, permítaseme una nota de humor negro, perdíamos, también por unas horas, el rastro de sus restos mortales, dado que el hospital donde se hospedaba se ha convertido en un verdadero hub para el negocio de las pompas fúnebres y el tráfico de cadáveres. Os comparto esta curiosa anécdota porque una de las empresas que opera en tan lucrativo negocio se tomó la libertad de darse por contratada y se llevó el cuerpo aún caliente de Julián, que no recuperamos hasta la mañana siguiente.

    Pero volvamos al ruedo: confeso obseso, como sabéis algunos, de la tauromaquia, nos hablaba –daba la brasa, tal vez, sea más apropiado–, también en estas últimas horas, de una de sus grandes pasiones: la lidia, voyeurístico pasatiempo que religiosamente compartía con su queridísimo amigo, Pepe Collado, junto a quien entregábase a sus extravagantes ejercicios de toreo de salón en el patio de la casa-convento de La Almoraima, en la hermosa y antigua finca del duque de Medinaceli en Cádiz, propiedad que cayera en manos del ínclito fundador de Rumasa, y cuyas 26.000 hectáreas pasó a regentar ICONA tras serle expropiada la finca, por Boyer «El croupier», a tan ilustre y pío caballero cruzado. Finca cuyo nombre da título, a su vez, a un hermoso disco de Paco de Lucía y dentro de la cual florece el pueblo de Castellar de la Frontera, cuna del menudeo de resinas cannabinoides de excelentísima calidad.

    Aficiones estas –las taurinas– que hizo suyas en sus andanzas por Tarifa, y a las que ya nunca renunciaría. Y es que, cual retoño de la camada, sin recato concebida, de seis vástagos y cuatro damiselas que daría el feliz cruce de un avispado pastorcillo fato con una devota joven ilerdense, poco podía imaginarse que las milicias universitarias lo llevarían a retozar por esos predios sureños.

    A sus estudios de Derecho con nocturnidad, mientras se batía el cobre, cual prometedor botones, en la asesoría jurídica del Banco Exterior de Crédito, seguiría una breve incursión por el inframundo de la dirección de personal para, tras un breve lapso durante el que se consagró, en cuerpo y alma, al cuidado de las valquirias recién llegadas a los campings de Tosa de Mar, ser invitado a presentarse a las primeras pruebas de acceso al IESE para hacerse con una maestría en administración y dirección de empresas a mediados de los sesenta; y quiso la fortuna, sin ánimo de restarle méritos a Julián, que brillara entre los más virtuosos de aquella primera promoción y la Obra lo pusiera en manos de Salvat, y así –voy terminando ya– arranca su periplo por las junglas de pulpa: a saber, con la edición de manuales de medicina y de coleccionables de todo pelaje y condición, tarea –esta última– a la que dedicaría buena parte de su simpar carrerón para acercar la cultura a las masas.

    Me cupo a mí el privilegio de oficiar de caddy del patrón de entonces, Juan Salvat, mas también de padre, gracias a lo cual llegué a detestar el golf a muy temprana edad, sin necesidad siquiera de practicarlo; pero asistía feliz a las fascinantes charlas que daban muchos escritores y otros personajes de la fauna ibérica de la época, como Rodríguez de la Fuente, en la mansión de los Salvat en Llavaneres.

    Y de aquellos lodos, libre ya del yugo salvatiano, vendrían esos tomos: las ediciones de bolsillo para su venta en quioscos, de apariencia carpetovetónica –guáflex mediante e infame estampado en oro– que tantos éxitos cosecharon: la Biblioteca Borges, los Nobel de literatura, la Historia de la Literatura Universal, del Pensamiento, de la Literatura Española... Todo ello sin descuidar su otra gran afición: la edición, en Folio, de los libros ilustrados que le brindaba la otrora gloriosa Armada británica, con cuyos adalides jugaba a fútbol, aclaro que ebrios todos, en las recepciones de los hoteles, desfilando al son de cánticos hooliganescos por las calles de Frankfurt, capitaneados por James Mitchell –premiado, como los Beatles, con la membresía en una de estas aristocratizantes órdenes británicas por las obscenas ventas que cosecharon, en su día, sus guías de bolsillo– y haciéndose, entre ellos mismos, solemne entrega de los premios a los libros peor editados y diseñados del año, así como a las propuestas más ridículas e indignas de su inteligencia que tenían a bien pasear por las ferias. Quiere uno pensar que de aquellas memorables juergas, de las que no hay testimonio gráfico ni tampoco imágenes de archivo, tan solo acaso el brumoso recuerdo de memorables borracheras en muy buena compañía y de las que solo tuve noticia por Julián, nació la incurable y contagiosa anglofilia que algunos seguimos padeciendo...

    Genio y figura hasta la sepultura, y harto, como decía, de servir a su patrón -durante casi veinte largos años-, se asoció con algunas de las grandes editoriales de la época, Bertelsmann (para fundar Orbis) y, posteriormente, con Rizzoli (para hacer lo propio rebautizándola Orbis Fabbri); desempolvando, para tan señaladas ocasiones, su manual de toreo de salón con el noble fin de urdir acrobáticas fusiones y adquisiciones con las majors del gremio. Ahí es nada. Y le llegó, por fin, el momento de hacer realidad el sueño más codiciado: hacerse un hueco en la edición literaria; de la mano, primero, del gran Vergés, en Destino; con Toni y Beatriz en Tusquets, poco después, y con los divinos y algo chulescos mozalbetes que alumbraron la Columna preplanetaria.

    Y hasta aquí el capítulo consagrado a los logros del patriarca, a quien todos habéis tenido la gentileza de recordarme cuán vitalista e insobornablemente optimista fue siempre, en los mejores momentos y en los más duros. Debo decir que, con frecuencia, os he envidiado –a vosotros, sus amigos y compañeros de armas– a todos los que habéis disfrutado de la compañía y la simpatía de tan insigne juerguista y seductor; buen amigo y alma de no pocas cenas y fiestas en todas las ferias de la geografía gremial. Y es que, dicho sea de paso, crecer a la sombra de esta legendaria bestia parda no fue nunca cosa fácil. Pero incluso en los momentos más difíciles de nuestra harto disfuncional relación, el muy cabronazo era capaz de arrancarte una carcajada y desarmarte con una sola mueca.

    Me quedo con el hermoso recuerdo de nuestros errabundos paseos, deambulando por todas las librerías y tiendas de discos del universo mundo conocido, y con las largas veladas en compañía de las glorias del gremio, los largos paseos en silencio por las playas santpolenques en invierno, dignos de un remake berlanguiano del Séptimo sello; las expediciones veraniegas a la pérfida Albión –a Chobham, en Surrey, a Milford House, la casa encantada de los Bergmans, y a Wilsford-cum-lake, en Wiltshire, a la guarida de los Mitchell–; la buena mesa, la politoxicomanía enológica, los partidos de tenis en los que, quien esto os lee, era retado por un inmisericorde Julián, aguerrido e inasequible al desaliento, con lindezas del tipo: «buitre, miserable, sádico...», aporreándose el esternón, en presencia de propios y extraños, y vociferando, a coz en grito: «¡Que soy tu padre!». También con la (incurable ya) aversión que desarrollé al bolero, género que tanto le gustaba y emocionaba... y, sobre todo, y por último, con el ejemplo de un luchador infatigable y entregado por completo a la vocación tardía que tan feliz le hizo: la edición de libros, fascículos, documentales, discos... y de cualquier artefacto que pudiera ser susceptible de ser coleccionado por todo fetichista que se precie.

    Quería agradeceros, en nombre de sus hermanos, sus hijos y sus nietos, a los colegas, amigos, parientes, amantes y demás tunantes, las abrumadoramente innumerables muestras de afecto recibidas en estas últimas 48 horas. Teníamos la fundada sospecha de que era un tipo muy querido, allende los mares (y los bares), pero ha sido muy enternecedor y reconfortante leerlas todas.

    Publish or perish!

    ¿Brindamos?

    [11 de noviembre de 2022]

    SUSCRÍBETE A TEXTURAS

    Revolución digital y cambios editoriales

    John B. Thompson

    Sociólogo, Universidad de Cambridge

    El título de mi último libro, Las guerras del libro, refleja la transformación que se está produciendo en las editoriales. No solamente describe la falta de confianza de estas hacia lo digital o el que no lo vean como una oportunidad para crecer; trata también de los nuevos actores que han aparecido en juego, muy grandes y poderosos, como Amazon, Google u otros gigantes tecnológicos, y los motivos por los que la industria editorial tiene que cambiar, tiene que transformarse, para no quedar bloqueada y metida en una burbuja de prácticas muy tradicionales.

    Al inicio de los años 2000, con el lanzamiento de la Biblioteca de Google, surgió el principal conflicto entre la industria del libro y los gigantes de la tecnología. Después, Amazon se sumó a este a raíz de su bajada de precios. Y de pronto el mundo editorial y los nuevos gigantes tecnológicos estaban sumidos en una pelea. No ha sido una transición suave. Los gigantes veían el contenido editorial como una materia prima que explotar para su propio beneficio, lo que era una gran amenaza para el mundo editorial, pero además había un conflicto muy importante sobre el valor y el precio entre los actores que existían y los nuevos que entraban. No quiero decir que las editoriales decidieran que lo digital era una amenaza y se reunieran para pararlo. No, al revés: muchas editoriales, a principios de los años 2000, buscaban activamente digitalizar su contenido para que estuviera disponible lo más rápido posible en formato digital, porque sabían lo que había ocurrido en la industria musical, las reticencias que hubo a trabajar en ese ámbito y sus consecuencias; así pues, bastantes editoriales intentaron encontrar canales legales para digitalizar su contenido cuanto antes. Creo que no había un rechazo inicial contra lo digital; creo que al principio las editoriales incluso perdían dinero para intentar anticiparse a este nuevo mercado, tratando de fomentarlo. El conflicto al que me refiero es el conflicto entre los actores en este nuevo escenario.

    En mi libro trato un tema muy importante: ¿cuál es el impacto de la revolución digital en la industria editorial? Es una cuestión compleja y la respuesta no es sencilla. Cuando uno se sumerge en esta cuestión se da cuenta de que lo que se pensaba

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