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Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos
Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos
Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos
Libro electrónico173 páginas2 horas

Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos

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Virginia y Vita. Gran Bretaña, 1928. Un amor marcado por sentimientos ambiguos. Una historia que parece cierta cuando la ficción se convierte en protagonista de una esperanza que no es.

Si una novelista ha inspirado a otros escritores es Adeline Virginia Stephen. Esta controvertida figura de la literatura británica y universal, conocida como Virginia Woolf, ha protagonizado numerosos escritos, entre ellos el que tienes ante ti: Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos. Un escape de la cotidianidad para explorar emociones y adentrarse en su relación con la evasiva Vita Sackvillewest.

Vita transita amores cual ninfa sáfica y fugaz. Virginia se debate en la soledad, la perplejidad, la ansiedad y los sentimientos imaginados; perdida tras el escultural cuerpo de su compañera.

La Europa de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y sus contrastes sociales enmarca este relato protagonizado también por la ambigüedad, los fantasmas de la locura, el amor como salvación y la muerte como certeza.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2021
ISBN9788468563398
Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos
Autor

Giuseppe Cafiero

Giuseppe Cafiero is a prolific writer of plays and fiction who has has produced numerous programs for the Italian-Swiss Radio, Radio Della Svizzera Italiana, and Slovenia's Radio Capodistria. The author of ten published works focusing on cultural giants from Vincent Van Gogh to Edgar Allan Poe, Cafiero lives in Italy, in the Tuscan countryside.

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    Virginia Woolf o la ambigüedad de los sentimientos - Giuseppe Cafiero

    I

    "Suponte que partiéramos el sábado 22… Saulieu, Auxerre, Semur, Vézelay… todas ellas cercanas… una noche en París… Brantôme está demasiado lejos… ¿Viajar en 1˚ o en 2˚ clase? Los viajeros de la primera clase son siempre viejos y gordos, y apestan a agua de colonia… lo que me hace vomitar… ya estoy en un estado de gran agitación… ¿Qué vestidos me llevo? Ninguno, espero… ¿Un abrigo de pieles?... ¡Podríamos visitar las ruinas al claro de luna, ir a los cafés a bailar… vagabundear entre los viñedos!¹"

    Correr entonces con la memoria a cuando los viajes eran sobretodo "el coronamiento de una vida dedicada a la enseñanza²" de manera que fuese posible ver todo aquello que, hasta entonces, se había sólo imaginado con grande y fantástica dedicación. Examinarse incluso a sí misma, inventarse otra. Ofrecer la mano a una "adorable criatura³". Estrechar aquella mano. Sugestiones amorosas, dulcísimas. Melancolía y alegría parecían así caminar juntas.

    Borgoña entonces. 1928. Moverse a la sombra de presuntos Caballeros, los del Templo, entre arquitecturas sacras, desde que en marzo de 1098, día del equinoccio de primavera, día en el que caía la fiesta de San Benedicto, San Roberto de Molesmes, con algunos monjes, se había desplazado hasta Borgoña para fundar un nuevo monasterio. Convertirlo, después, en destacamento para los frentes de guerra, con acogedoras hospederías y fortines conventuales. Acercarse, por lo tanto, a signos y magias para ahuyentar, quizás, la ambigüedad de los sentimientos, también las sobrecogedoras angustias. Se había intentado, de esta manera, descifrar los símbolos esotéricos celados en las representaciones esculpidas sobre las fachadas de esplendidas iglesias. Quedar, después, impresionadas por el sobrecogimiento al descubrir, aquí y allá, huellas bastardas de las culturas druida y romana que sin duda habían generado juntas ejemplos inconfundibles, con una fuerte e irreparable influencia cabalística.

    Pasar luego por Vézelay, la tierra de los heduos, de los mandubios, de los sécuanos, de los lingones hasta la ocupación de los galos, cuando se afirmó una Constitutio que repudió aquella Lex Romana Burgundionum que se había basado en anotaciones fundamentalistas e instrumentales del derecho romano. Fueron los reyes burgundios quienes la elaboraron a su gusto. Gundebaldo y Segismundo, efectivamente. Hasta 180 capítulos. Simplemente esquemas glosados extraídos del Código Teodosiano, del Gregoriano y del Hermogeniano. Un amasijo de cláusulas en realidad. La invención, a fin de cuentas, de astutos paradigmas, que pudieran salvaguardar únicamente a los ciudadanos romanos. Llegó luego una estirpe que la Santa Romana Iglesia definió elegida. Convertir incluso a la fuerza. "… Un gran sepulcro, donde vi un escrito/ «Aquí el Papa Anastasio está encerrado/ que Fotino apartó del buen camino.»". Jamás aceptar una fe diferente. Clodoveo, el rey, hizo lo que era justo hacer para obtener reconocimientos y ventajosas ganancias. Borgoña, por supuesto.

    Sus estudios habían sido precisos, incluso eruditos gracias a los conocimientos adquiridos en lecturas juveniles arrancadas a los volúmenes que un padre custodiaba y protegía celosamente en una concurrida biblioteca. La historia parecía así detenerse al ser grabada, a través de las letras, sobre las páginas blancas. Jugar también con sucesos y aventuras. Memorizar lo que se deseaba recordar. Con fechas o sin ellas. Por puro interés. A menudo la historia no era banalmente oscura. "Se bebía café, se escuchaba la banda, llegaban barcos, los viejos escupían en el suelo, no se dormía por las noches por culpa de las chinches".

    "Supón que tú y yo partiéramos el sábado 22…" así le escribió, el 8 de septiembre de 1928, a Vita Sackeville-West desde Rodmell, desde la Monk’s House. Modesta residencia desvencijada. Sin agua corriente, gas o electricidad. Estufa y horno de petróleo. Un baño a la turca detrás de un seto de laurel real. Alrededor, apenas dos acres de jardín. Fue necesario efectuar las debidas reformas para obtener un alojamiento en el que vivir con alguna comodidad. Marido y mujer. Leonard y… Luego tuvieron incluso el agua y un cuarto de baño con retrete. Comprar, cuando fue posible, un campo colindante para que se pudiese preservar la vista hacia Mount Caburn, más allá de las turberas subyugadas por los normandos del Rey Esteban. Y entonces poder imaginar "Las emociones de un joven robusto que llegaba junto a su mujer y sus hijos y una carrera en la City". A veces mirando al cielo surgía una nube roja que parecía señorear y "arrastrando su ancla, se movía con gran lentitud a través del cielo y desaparecía más allá de Mount Caburn".

    Nunca, desde luego, despreciar la propia y recóndita esencia urbana. Vivir la ciudad. ¿Acaso no habían ido ellas, en tiempos pasados, a vagabundear y pelegrinar por una ciudad asomada al Támesis para la revista Good Housekeeping? Entonces vieron "la torre de Londres, los alabarderos, las cabezas decapitadas de Temple Bar, y las joyerías de la ciudad". Luego "al declinar el sol, todas las cúpulas, agujas, torrecillas y pináculos de Londres se erguían negros como tinta, contra las furiosas nubes coloradas del poniente".

    Recorrer, queriendo, también las riberas del gran río que habían determinado una civilización. Ir a los muelles. "Mercantiles, vapores, barcazas llenas de carbón… que… transportaban ladrillos desde Harwich o cemento desde Colchester ya que allí todo era trabajo¹⁰". La Levers Brothers¹¹, por entonces, ya había lanzado su campaña "Clean Hands" en favor de la salud infantil. Era justo que los niños se mantuviesen alejados de la suciedad y los gérmenes. Se exhortaba imperiosamente a lavarse las manos antes de la comida, de la cena y a la vuelta del colegio. La madre patria había, mientras tanto, con oportuna y desacostumbrada generosidad, renunciado a su propio inmenso imperio. Generando, como sustituto, la Commonwealth donde wealth debía ser entendido como bienestar.

    Los muelles dejaban al descubierto "almacenes escuálidos de aspecto ruinoso¹²". ¿Casi cómo el East End? Fas et nefas¹³. "Ciudad enana de casas obreras¹⁴". Consecuencia también de una guerra nefasta. Novecientos mil caídos. Más de un millón de parados. Mientras tanto las altas y neblinosas chimeneas de algún confortable barco se confundían con aquellas imponentes de las fábricas. Y allí el trabajo precario. Mejorar la Poor Law¹⁵. Pasar de 15 a 20 chelines a la semana. Poner en práctica el birth control¹⁶ para que fuesen menos las bocas que alimentar. El Maltusianismo¹⁷ se había convertido, mientras, en una doctrina célebre entre la working class.

    Parecía que incluso Hannover Square, Bond Street y Regant’s Park sufriesen irritantes y oscuras miserias. Fastidiosa, efectivamente, la pesadilla de un murmullo chismoso, atestado de existencias dedicadas a corrosivos esnobismos. Fastidio para quien se alejaba de Londres, algo preocupado, con el temor de no poder pescar más salmones o de no poder hacer más fotografías a causa del mal tiempo. Para quien asistía a los almuerzos en Harley Street con ocho o nueve cubiertos. Para quien pretendía ser bien aceptado porque tenía una renta anual de doce mil esterlinas. Para quien estaba satisfecho de poder moverse entre criadas con delantalito y cofia de encaje, entre cristalerías y plata de Sheffiel. Para quien exigía reservar, obligatoriamente, una hora al reposo después del almuerzo. Para quien, al fin y al cabo, amaba más sus propias rosas que cualquier otro ser que no fuese inglés. Quizás, eran sólo las manifestaciones de soledades mal celadas. ¿Suspirar entonces por aquella ciudad de la memoria?

    El 16 de septiembre, había creído oportuno escribir de nuevo a Vita: "Tengo dos billetes de primera clase y una cabina para una noche, en el barco… alterno melancolía y exaltación. Suponte que partiéramos el sábado 22… Saulieu, Auxerre, Semur, la estación de Vézelay… ¿Te aburrirás conmigo?... como experimento este viaje me interesa muchísimo¹⁸".

    ¿Ansiedad perdida en la inconsciencia de un delirio consumido en sí misma? En el fondo, idolatrar la frivolidad de ciertas señoras esnob con su porte real, que atravesaban, sofocadas y alteras, los salones en las agradables y lluviosas tardes londinenses. Era apropiado, efectivamente, admirar todo aquello que implicaba una sumisa devoción hacia los deberes de las personas bien casadas. Difícil, pues, conseguir analizar los propios sentimientos sin ceder, inevitablemente, a impertinentes necesidades, traicionadas por íntimas indecisiones, tal vez porque se sentía inadecuada siendo ella de Kensintong, hacia el West End. ¡No solamente por eso, quizás!

    Seguir entonces escoltando un amor de innata realeza. Ser subyugados por una fascinación. Un juego al que Virginia se había doblegado desde la infancia. Su enamoramiento juvenil de Magde Vaughan. Era "encantadora, un temperamento de artista que heroicamente se ponía manos a la obra… aunque era imposible imaginar una vida más escuálida¹⁹". Magde, efectivamente. Era como "un pájaro hambriento, y era muy triste verla así, tan ansiosa de hablar. Rebosante de ideas sobre las que había que guardar silencio apenas Will, su hermano, entraba en la habitación definiendo sus conversaciones morbosas²⁰" Sólo besos y caricias. Una prima. Marcharse, entonces. Perderse en otro lugar. En una Francia ya conocida. Como había sucedido aquella vez en Cassis, entre Tolosa y Marsella, en las bocas del Ródano, asomados al Mediterráneo entre "metepatas estrepitosos, verbosos como Garrow Tomlin y mariquitas como Hugh Anderson²¹".

    Alegres alardes por aquel entonces. Y molestas borracheras entre manjares exquisitos, viñedos con sus brotes, olivos en flor. Así como el acantilado que le permitía acomodarse para poder escribir entre las mareas. Caminos pedregosos para agotadores paseos. Y el calor que dejaba florecer los tulipanes. Y luego los colores. Los rojos y los blancos. Sábanas de colores. Y barcas anaranjadas rompiendo el azul del mar. ¡Ese era el Mediterráneo! 1925 entonces. Ahora descubrir Borgoña, la Yonne. Disolver angustias y disipar también los humores de su último trabajo literario. Una "biografía que se había inspirado, hasta un cierto punto, en la historia de una familia inglesa real… una obra toda de fantasía, escrita con gran simplicidad²²". Se trataba de Orlando apenas terminado y escrito para descifrar vínculos linfáticos, afectivos. Sino otra cosa, "la carta de amor más larga de la historia²³".

    ¿Querer ensañarse consigo misma a través de un gesto de lesa majestad? Llevar a cabo, tal vez, una cauta, aunque descifrable, irónica venganza. Era también un regalo, cómo si un duendecillo andrógino encontrase la manera de halagar su propia e innata torpeza al compararse con algunas esplendidas mujeres de la nobleza. Adorarlas por su inefable esnobismo. Por la evidente indiferencia ante los comportamientos irreflexivos. Por ocuparse solamente de un meticuloso y atento cuidado estético. ¿Y Vita Sackville-West que asignaba una importancia preminente al linaje y a la riqueza? ¿Vita Sackville-West con su indecible, convencido y desmesurado antisemitismo? ¿Esconder por lo tanto a un marido con rasgos judaicos, cómo lo era Leonard Woolf, que como "un pobre diablo pagaba el deplorable error de haber nacido judío y a quien estaba delegada toda la gestión de la vida matrimonial²⁴?".¿Y las demás? Tantos los afectos. Afecto ético y seductor. Aristocracia seguramente. Otra clase social. Conocidos de sus años jóvenes y relaciones útiles para afinar, quizás, una íntima voluntad y un profundo deseo de imitación. Especialmente Lady Katie Cromer, Lady Beatrice Thynne y Lady Nelly Cecil que representaban un mundo lánguido y mágico en el que sentirse protegidas. La primera, Lady Katie Cromer, "con su frente serena, franca y majestuosa que semejaba más que nunca la venus del Louvre…no parecía enferma, sólo pálida²⁵". La otra, Lady Beatrice Thynne, "patética tras haber alcanzado la madurez anticipadamente sin haber conocido ni afectos ni amistades²⁶". Y la última, Lady Nelly Cecil, que era "la mejor de entre los ancianos aristócratas… siempre sincera en cualquier cosa tuviera que decir… y que tenía varias criadas que no trataba con arrogancia²⁷". ¡Afectos pasados, claramente!

    Esquivando los recuerdos Virginia se brindaba, todavía insegura, para un viaje oscuro pero fuertemente deseado. A pesar de la confusa ambigüedad de los propios deseos, de la frágil complicidad de las miradas, de los recuerdos, y desde que se habían reconfortado "con leves ternuras junto al camino, mientras Vita estaba acurrucada en la alfombra a sus pies… Vita que tenía el cuerpo y el cerebro de una divinidad griega²⁸". Su relato "Seducers in Ecuador, había gustado muchísimo… tanto que habían sido verdaderamente felices de poderlo publicar y estaba muy conmovida y orgullosa, con su incondicional e infantil afecto, de que hubiese querido dedicárselo²⁹".

    Estás eran memorias apenas transcurridas. Desde 1925, era cierto. Furioso el enamoramiento cuando descubrió en Vita "una cierta voluptuosidad… parecida a la uva madura, y de ningún modo reflexiva³⁰". Poseía también un instinto bien educado. Jamás Vita se habría abandonado como una bedint, como una vulgar y escuálida burguesilla. Gentuza despreciable y ordinaria aquella. Vita era dignamente aristocrática, soberbiamente refinada, intencionalmente

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