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Panoramas de las antropologías mundiales. Tomo 2
Panoramas de las antropologías mundiales. Tomo 2
Panoramas de las antropologías mundiales. Tomo 2
Libro electrónico775 páginas11 horas

Panoramas de las antropologías mundiales. Tomo 2

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En dos tomos, este libro explora la diversidad de las antropologías en el mundo como un factor de fertilización cruzada y cambio epistemológico, a través de 31 artículos que se encontraban dispersos en la International Encyclopedia of Anthropology.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 nov 2023
ISBN9786078931279
Panoramas de las antropologías mundiales. Tomo 2
Autor

Gustavo Lins Ribeiro

Gustavo Lins Ribeiro (UAM-Lerma). Editor Asociado de la International Encyclopedia of Anthropology. Emérito del Sistema Nacional de Investigadores (SNI). Premio Franz Boas por Contribuciones ejemplares a la Antropología (2021) de la Asociación Americana de Antropología. Ha publicado libros y artículos en siete lenguas, en todos los continentes. Carmen Bueno Castellanos (Universidad Iberoamericana). Doctora en Antropología Social. Nivel III del SNI. Ha dirigido alrededor de 20 tesis y publicado en español e inglés resultados de investigación que giran alrededor de temas actuales de la antropología económica, globalización, modelos de desarrollo alternativo, tecnología y antropología de futuros. Hilary Callan (Oxford). Directora Emérita del Royal Anthropological Institute (Reino Unido) y Editora Jefe de la International Encyclopedia of Anthropology. Miembro del Common Room del Saint Cross College, Oxford. Virginia García Acosta (CIESAS). Investiga sobre antropología e historia del riesgo y de los desastres en México y América Latina. Miembro de la Academia Mexicana de la Historia y Emérita del SNI. Como autora individual o coordinadora ha publicado 29 libros y más de un centenar de artículos o capítulos de libro. Laura R. Valladares (UAM-Iztapalapa). Profesora Investigadora del Departamento de Antropología de la UAM-I. Nivel II del Sistema Nacional de Investigadores. Principales investigaciones: movimientos de mujeres indígenas y afrodescendientes, megaproyectos y despojos territoriales. Ha coordinado trece libros y medio centenar de artículos y libros.

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    Panoramas de las antropologías mundiales. Tomo 2 - Gustavo Lins Ribeiro

    INTRODUCCIÓN

    ¹

    Gustavo Lins Ribeiro³

    Leyendo los Panoramas de las Antropologías Mundiales

    ²

    Panoramas de las antropologías mundiales pone al alcance del lector en lengua española un libro de valor inestimable para todos aquellos interesados por el conocimiento de la diversidad de las antropologías en el mundo como un factor de fertilización cruzada y cambio epistemológico. Aquí reunimos 31 artículos que habían aparecido antes, en 2018, en inglés dentro de la International Encyclopedia of Anthropology , pero se encontraban dispersos en este magnum opus de 12 volúmenes y cerca de 7000 páginas, cuya publicación se debió al trabajo incansable de Hilary Callan como editora en jefe y al de otros 15 editores asociados. Yo mismo me encargué de la edición de casi 100 artículos sobre antropologías mundiales, sus autores, contribuciones teóricas y asociaciones científicas. Por primera vez, una importante obra de referencia internacional incluyó una gran cantidad de material de alta calidad sobre las antropologías fuera del eje hegemónico de la disciplina. El capítulo escrito por Eduardo Restrepo y esta introducción son los únicos textos no publicados anteriormente en la Enciclopedia Internacional de Antropología .

    Este libro en español profundiza y amplifica el movimiento de apertura hacia otras antropologías, con la gran ventaja de que la información se concentra aquí en dos volúmenes, lo que hace mucho más fácil su acceso y uso entre investigadores y docentes. Además, se abre una ventana representada por el universo internacional del español como lengua académica leída en una gran cantidad de países de diversos continentes. Se amplía, así, la recepción de este saber para una gran comunidad de académicos. De hecho, yo diría que es un privilegio que nosotros tengamos en nuestras manos una obra tan útil y significativa. Los capítulos llevan a diferentes universos y, lejos de ser análisis exhaustivos sobre la antropología de cada país, deben ser leídos como un estímulo para que los investigadores interesados puedan profundizar sus conocimientos sobre particularidades y especificidades de los distintos contextos, historias, límites y potencialidades.

    A diferencia de lo que se encuentra en la Enciclopedia, que clásicamente obedece a un orden alfabético, lo que aquí presentamos está organizado por conjuntos de países que guardan cierta proximidad geopolítica, histórica o cultural. Como sabemos, todos los sistemas de clasificación tienen límites y ventajas, pero nos pareció que esta sería una manera productiva de reunir estos textos. Los primeros dos capítulos salen de este orden, puesto que se refieren al proyecto de las antropologías del mundo, el cual sigue inspirando la pluralización de las visiones sobre antropologías a escala global, así como a la presencia de la antropología en un importante organismo de gobernanza global en nuestro campo de actuación, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, siglas en inglés).

    El término «panoramas» en el título del libro remite al conocido artículo de Arjun Appadurai (1990), una contribución clásica para pensar diferentes ángulos de la globalización. Lo que me parece más poderoso en esta interpretación es que provee una forma de mirar, de manera organizada y al mismo tiempo disyuntiva, diferentes procesos globales estructurantes. Los «panoramas» o «paisajes» (se puede traducir scape de una u otra forma) son una metáfora visual que indica que lo que puede ser visto depende de la posición de los sujetos. Es decir, lo que puede ser visto cambia según la posición en que uno se ubique frente a un panorama. Esta constatación nos remite inmediatamente a la importancia de considerar la existencia de una geopolítica del conocimiento (Mignolo, 2001), esto es, los diferentes lugares de enunciación dentro del sistema mundial de producción antropológica, con sus capacidades diferenciadas, tanto epistemológicas como de poder de intervención en los debates globales. Los antropólogos en el mundo, al mismo tiempo en que nos insertamos en diferentes procesos de globalización, incluso aquellos pertinentes a la diseminación de nuestra disciplina, ocupamos diferentes lugares de enunciación que informan nuestras (re)lecturas de lo que hacemos en niveles de agencia locales, regionales, nacionales, internacionales y trasnacionales estructurados diferenciadamente. Este libro revela con claridad tal diversidad; es una obra que puede ser leída de forma no lineal, así como de diferentes maneras, deshaciendo y rehaciendo nuevos órdenes que van más allá del definido por su índice.

    Continuando con la exploración de la fuerza heurística de la metáfora visual, es posible decir que estamos de cara a un trabajo que puede ser leído diferenciadamente, de acuerdo con las posiciones de los sujetos lectores frente a los panoramas/paisajes que los textos revelan. Para ilustrar esto, en lo que sigue haré un ejercicio de lectura, posicionándome en los más de 20 años de discusiones sobre las antropologías mundiales, de actuación en políticas académicas nacionales y globales destinadas a la pluralización de los flujos de cosmopolíticas antropológicas (véase, por ejemplo, Lins Ribeiro, 2006, 2014; Lins Ribeiro y Escobar, 2006, 2009). Presentaré algunas formas de abordar transversalmente la diversidad de la experiencia antropológica a escala global que, con suerte, pueden estimular la imaginación de otros investigadores que se interesen por escribir sobre estos temas y otros, de manera más detallada y profunda.

    Leyendo los Panoramas de las antropologías mundiales

    Quiero dejar en claro que, como exploraciones iniciales, mis consideraciones no tocarán todos los capítulos del libro. El uso de la comparación como forma de iluminar similitudes y diferencias es una opción metodológica clásica en la antropología. Una parte sustancial de lo que sigue solo es posible gracias a la mirada comparativa que este libro permite.

    Empezaré con un tema central: las diseminaciones de la antropología por el mundo. En su análisis del historicismo europeo, Dipesh Chakrabarty (2000) hizo una crítica del planteamiento por el cual Europa ve al resto del mundo como una especie de sala de espera de lo que acontece, primero, en el territorio europeo. Creo que el blanco central de esta crítica está en la tendencia europea a confundir su centralidad dentro del sistema mundo con su universalidad, en especial en lo que se refiere a ideologías y utopías como las del progreso y del desarrollo, las cuales legitiman las desigualdades mundiales y los devenires de los espacios fragmentados globales como caminos que llevan a la experiencia del Atlántico Norte. Pero es justamente esta centralidad, resultante de una articulación de historias y poderes desiguales, la que hace, en algunos ámbitos, que los procesos se desarrollen primero en los lugares hegemónicos del sistema mundo y, después, se difundan globalmente, cabalgando las estructuras (con frecuencia resultantes del imperialismo y, en este caso, noratlánticas) de prestigio y dominación internacional. Fue esto lo que pasó con la antropología como disciplina, algo que se nota en los primeros momentos históricos de su institucionalización en diferentes países.

    Antes de proseguir, es útil plantear, una vez más, mi comprensión sobre la antropología como cosmopolítica, así como la diferencia entre conocimiento antropológico y disciplina antropológica (Lins Ribeiro, 2018). Veo la antropología como parte de una familia de cosmopolíticas, esto es, de una familia de discursos que pretenden tener alcance mundial e interpretar las cuestiones de la alteridad y de la diversidad humana. Considero universal la necesidad de comprender la diversidad cultural, de hacer sentido sobre la existencia de vidas colectivas humanas distintas a la de uno mismo. Denomino los discursos y las interpretaciones relacionadas con este anhelo universal como conocimiento antropológico, un tipo de saber que ha existido desde que alguien se preguntó: ¿por qué ellos, los-otros, son diferentes de nos-otros? La antropología sería, entonces, la formalización e institucionalización, a partir de las décadas finales del siglo XIX, de un tipo de conocimiento antropológico históricamente producido en Europa que pasó a ser una disciplina, en menor o mayor grado, sensible a sus propios límites, y que se desarrolló en museos y en universidades. Este saber, ahora registrado, codificado y sistematizado, es disciplinado y teorizado por un cuerpo creciente de profesionales por él instituido, formado y a él dedicado. Su aparición y paulatina consolidación se relacionan, principalmente, con la intención de comprender las interacciones crecientes con esos «otros exóticos», causadas por procesos de construcción del Estado-nación o por nuevas olas de expansión imperialista/colonialista, bajo la expectativa del uso racional de la ciencia en la administración de la vida pública y sus conflictos. En conclusión, mientras que el conocimiento antropológico existía con mayor o menor grado de complejidad en múltiples localidades del sistema mundial, la antropología como disciplina surge y se disemina a partir del Atlántico Norte. Es un proceso que va complejizándose de tal forma que el mapeo contemporáneo de los flujos de información, personas y objetos (cultura material) pasa a ser de enorme dificultad, casi imposible.

    Sin embargo, el presente libro permite identificar algunos de los primeros flujos en diferentes escenarios. Aquí indicaré apenas unos cuantos. Entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, hubo diversas migraciones de antropólogos que fueron fundamentales para el establecimiento y consolidación internacional de la disciplina. Muchos fueron a trabajar, de forma temporal o permanente, como docentes e investigadores en otros países, otros fueron a obtener la formación disciplinaria que les permitiría desempeñar roles fundamentales en el surgimiento y crecimiento de la antropología en sus países de origen. Por ejemplo, Franz Boas, geógrafo formado en Alemania y considerado por muchos el fundador de la antropología estadunidense, migró de su país a Estados Unidos en 1887. Es importante subrayar el origen nacional de Boas porque el pensamiento alemán tuvo una influencia, no siempre reconocida, en estos primeros momentos de la formación de la disciplina en Europa y en Estados Unidos.⁴ Boas trabajó en diversas instituciones antropológicas y, desde 1899 hasta 1936, fue profesor de antropología en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Él tenía una concepción sofisticada de la internacionalización de la disciplina. Su influencia también se dio por medio de su trabajo docente en Columbia, donde fue profesor y director de tesis de doctorado de antropólogos, que luego serían líderes intelectuales y políticos, fomentando el crecimiento de la profesión en sus respectivos países, como el mexicano Manuel Gamio (1883-1960) y el brasileño Gilberto Freyre (1900-1987). Manuel Gamio, en particular, es un caso ejemplar porque con él Boas fundó, en 1911, la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, la cual tendría, a pesar de su corta vida, un fuerte impacto en el desarrollo de la disciplina en México (Aguirre Beltrán, 1982; De la Peña, 1996). En Japón, Tsuboi Shōgorō (1863-1913), con frecuencia considerado el padre de la antropología japonesa, estudió antropología entre 1889 y 1892 en Francia e Inglaterra. En Chile, la presencia de europeos fue notable en los primeros momentos de la disciplina, destacando el caso del suizo Alfred Métraux (1902-1963). En el mismo sentido, el etnólogo francés Paul Rivet (1876-1958) se refugió de la Segunda Guerra Mundial en Colombia y, en 1941, fundó el Instituto Nacional de Etnología. Pero el exilio de españoles republicanos en México, escapando de la Guerra Civil, en 1939, provee un ejemplo patente del impacto de una comunidad extranjera en el desarrollo de otra comunidad epistémica nacional, movimiento este que fue de doble mano, porque algunos de estos antropólogos españoles-mexicanos, como Ángel Palerm, también impactaron en el desarrollo de la antropología en España.

    Lo anterior no significa que los flujos desde los centros hegemónicos sean determinantes únicos o que los alumnos de grandes profesores del Atlántico Norte sean meros estudiantes pasivos que repiten a sus maestros, por más geniales que estos últimos hayan sido. De hecho, no solo está presente la agencia creativa de los antropólogos no-hegemónicos, su respeto y adaptación a los contextos en los cuales trabajaban, sino que también la eficacia de eso que llamé provincianismo cosmopolita (Lins Ribeiro, 2018), es decir, que con frecuencia, en los lugares no-hegemónicos, la fertilización cruzada se hace a partir de fuentes internacionales más diversas, engrandecida por las teorías locales que se vinculan directamente con contextos locales, regionales y nacionales.

    La lectura transversal de los dos volúmenes de Panoramas de las antropologías mundiales también puede permitir, a los historiadores e intérpretes de las antropologías en el nivel global, explorar las circunstancias por las cuales la disciplina fue inicialmente desarrollándose (con frecuencia a partir del trabajo de precursores) y consolidándose en diferentes lugares de enunciación con distintas dinámicas geopolíticas. Es muy notable que en todos los ejemplos presentados aquí se encuentra una fuerte relación entre las características, la relevancia y la influencia de la antropología con las diversas coyunturas políticas que los Estados nacionales y el sistema mundo han atravesado históricamente. Relaciones cambiantes con pueblos originarios u otros internos exóticos, participación en procesos de colonización imperialistas o nacionales, coyunturas de independencia política, procesos de construcción de la nación con sus necesidades de administración de las segmentaciones étnicas y de formulación de ideologías correlatas, guerras, relaciones orgánicas o contradictorias con gobiernos autoritarios de derecha o de izquierda, intercambios con otras antropologías, todo esto aparece con claridad en este libro. Es igualmente común encontrar menciones, en los diversos capítulos, a los nombres de grandes fundadores, carismáticos y poderosos, que marcaron los caminos que la disciplina tomaría en diferentes contextos nacionales. Parece ser que, en la medida en que la comunidad antropológica se expande y consolida, movimiento que se hace en conjunto con el crecimiento del medio universitario y de la profesionalización de la investigación, disminuye la posibilidad de nuevos héroes carismáticos.

    Este ejercicio de interpretación global, cuyas posibilidades y horizontes apenas apuntamos, podría incluir o profundizar otros temas concretos igualmente relevantes. El rol de la antropología en la expansión imperialista es claro, tanto desde la perspectiva de los países colonialistas (como España, Francia, Japón y Reino Unido), como desde la de los colonizados (como India, Sudán y, en buena parte, la África Subsahariana). La importancia de la antropología, en los procesos de construcción de la nación y en la construcción de ideologías nacionales/istas, es prácticamente universal, incluso en países imperialistas, toda vez que imperialismo y nacionalismo se configuran en reciprocidad. También se da, en muchos contextos, la construcción de ideologías/utopías de la diferencia, en especial en la lucha contra el racismo, como bien ilustran las posiciones de Franz Boas en Estados Unidos, y las luchas de muchos antropólogos latinoamericanos, como en Brasil, Colombia y México. A pesar de las diferentes asociaciones de la disciplina con regímenes racistas o represivos, bien ilustradas por los casos de Alemania, Austria y Sudáfrica, también ocurre la resistencia de los antropólogos al autoritarismo. Al mismo tiempo, la historia de la disciplina en Argentina, Chile, España y Unión Soviética, por ejemplo, muestra claramente cómo los antropólogos son perseguidos por regímenes autoritarios y cómo la disciplina florece una vez que desaparecen las dictaduras. Parece ser que la antropología no convive bien con la falta de libertad. Esta intolerancia a la opresión es algo notable, especialmente en la contemporaneidad. La relación con las sociedades civiles o con los movimientos sociales y étnicos es otro universo para explorar. El caso noruego y brasileño son típicos, hecho que indica la relevancia de la antropología más allá de su relación/dependencia del Estado. Mirando al mundo como un todo, sería interesante estudiar también el papel de los antropólogos en la construcción de utopías globales, de lo que llamé «discursos fraternos globales» (Lins Ribeiro, 2018), tanto con sus producciones intelectuales o, directamente, en su participación dentro de agencias de gobernanza global como la Unesco, en formulaciones como la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Asimismo, hace falta investigar más concretamente su participación en instituciones de administración colonial y de desarrollo como, por ejemplo, el Banco Mundial. También cabe comparar las antropologías hegemónicas y las no-hegemónicas dentro del sistema mundial de producción antropológica para ver más claramente en qué se parecen y en qué se diferencian.

    Dejo una pregunta para cerrar esta sección:⁵ ¿será posible, con una lectura sistemática y comparada de los capítulos de estos dos volúmenes, considerando a los diferentes lugares de enunciación, empezar a contestar de forma más concreta cuál ha sido la contribución de la antropología para pensar a la humanidad?

    Contenido de los capítulos

    El libro inicia con dos capítulos que no se refieren a países específicos. El primero, sobre las antropologías mundiales, está escrito por Eduardo Restrepo, uno de los fundadores y líderes del movimiento homónimo. Su artículo crítico se centra en la necesidad de situar las prácticas de los antropólogos en sistemas de poder diferenciados, en contextos institucionales concretos y en momentos históricos específicos, lo cual permite apreciar la pluralidad de trayectorias y las desigualdades presentes en el quehacer trasnacional de la disciplina, pero también a nivel local. Se trata de visibilizar y, con esto, historizar y descentralizar a los orígenes, las tradiciones, las influencias y los aportes heterogéneos. Restrepo destaca una serie de distinciones en la identidad de las antropologías del mundo: aquellas orientadas a la construcción de la nación, las orientadas al fortalecimiento de imperios, las antropologías invisibilizadas, las periféricas, las metropolitanas secundarias, las antropologías del sur que introducen formas no disciplinarias de conocimiento y representación. A lo largo de su argumentación, él reconoce que estas diferencias se tienen que comprender como el resultado de relaciones dialógicas y de poder que operan a diversas escalas. El segundo capítulo, por Nuria Sanz, se dedica a pensar el lugar de la antropología en una agencia de gobernanza global y muestra que la disciplina ha estado presente en el trabajo que desempeña la Unesco desde su fundación, en relación, en especial, con cuatro temas esenciales: derechos humanos, patrimonio cultural, la cuestión de la raza y el derecho a participar en la vida cultural. Al mismo tiempo en que resalta la historia de la relación entre antropólogos (como Claude Lévi-Strauss) con la Unesco, el artículo enfatiza el rol de la disciplina en los procesos de elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948, y de otros documentos fundamentales para el desarrollo, por ejemplo, de políticas antirracistas globales, como la Declaración sobre la Raza, publicada en julio de 1950, y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, de los años sesenta.

    La sección «Antropología en Asia y Oceanía» empieza con un artículo de Sandy Toussaint, quien afirma que la disciplina en Australia surgió como tal cuando A. R. Radcliffe-Brown fundó el primer Departamento de Antropología, en 1925, en la Universidad de Sídney. Este país, al ser una excolonia, recibió una fuerte influencia de la antropología británica. No obstante, se distinguió de ésta porque pronto fueron los mismos australianos, a veces los propios indígenas australianos, los que se formaron en esta disciplina y empezaron a hacer «antropología en casa». En un inicio, las investigaciones financiadas en Australia solían estar enfocadas en el conocimiento de los grupos indígenas australianos y melanesios, en sus derechos civiles sobre el territorio y el agua, por ejemplo. A esta problemática se sumaron posteriormente los estudios sobre las inmigraciones europeas, los refugiados, la urbanización, los medios de comunicación, la cuestión ambiental, el género y la sexualidad, la cultura material y, también, los trabajos de antropología visual. Hoy la antropología australiana tiene un gran interés en proyectos inter y transdisciplinarios de aplicación práctica. Satish Deshpande aborda la antropología en India por medio de un examen sinóptico que incluye a la sociología y que se enmarca en la historia más amplia de los sucesivos encuentros del subcontinente con el colonialismo, el nacionalismo, el Estado desarrollista y la globalización neoliberal. En India, la antropología social y la sociología se han entretejido de manera cercana, y el colonialismo británico ha sido una influencia relevante. Después de la independencia del país, en 1947, ambas disciplinas debieron encontrar un espacio en el contexto mayor de un Estado desarrollista impulsado por una ideología nacionalista. La casta, la religión, el poblado y el parentesco fueron las áreas más importantes de las primeras investigaciones, centradas en instituciones estatales (como el censo) y las primeras universidades. Los temas contemporáneos incluyen la casta, la tribu, la religión, la clase, el género y la cultura urbana, entre muchos otros. Sobre Indonesia, Nursyirwan Effendi indica que la disciplina es parte de las ciencias sociales y las humanidades y que ésta mantiene diversos tipos de relaciones regionales con países como Australia y Malasia. Allí, el estudio de la antropología se fundó en la Universidad de Indonesia con profesores provenientes de los Países Bajos, en los años cincuenta, lugar en donde sigue desarrollándose desde entonces. Se trata de un país megadiverso, en términos étnicos y culturales, con por lo menos 656 grupos étnicos que viven en zonas urbanas o remotas, en condiciones tradicionales o modernas. La antropología indonesia fue influida por la obra de Clifford Geertz, después de que este estudió las prácticas religiosas y la agricultura javanesas entre 1953 y 1955. Algunos de sus libros inspiraron perspectivas antropológicas alternativas para la comprensión de Indonesia después de la independencia, en 1945, más allá de la teoría de la modernización. Effendi también presenta un número de antropólogos clave en diferentes universidades de su país. En el último capítulo de esta sección, escrito por Shinji Yamashita, J. S. Eades y Akitoshi Shimizu, vemos el desarrollo de la investigación y la enseñanza de la antropología en Japón, desde fines del siglo XIX, después de la Revolución Meiji (1868-1889) y bajo la influencia del Occidente, hasta el presente. Los autores presentan la obra de generaciones sucesivas de académicos japoneses, pasando por el periodo de expansión imperialista de Japón, hasta el resurgimiento de la disciplina después de la Segunda Guerra Mundial. Los antropólogos japoneses siguen haciendo investigación fuera de su país. Japón tiene una de las más grandes asociaciones antropológicas del mundo, la Sociedad Japonesa de Antropología Cultural. La última parte del artículo habla de las razones por las cuales la antropología japonesa, pese a su larga historia y gran cantidad de académicos en funciones, permaneció separada del resto del mundo, y cómo las recientes fuerzas de cambio han llevado a su internacionalización y a una mayor integración en las antropologías mundiales. En la actualidad, la antropología japonesa se hibridiza más, resultado de la interacción con Occidente. Sus autores consideran que un diálogo entre las diferentes tradiciones antropológicas supone trascender las dicotomías entre Occidente y no Occidente, centro y periferia, nativo y no-nativo, y avanzar hacia una antropología global en la que los académicos de distintas tradiciones puedan interactuar en condiciones de igualdad.

    En la sección «Antropología en Medio Oriente» se encuentra el artículo de Harvey E. Goldberg y Orit Abuhav, sobre la antropología en Israel. Ellos señalan que la investigación antropológica comenzó después de la Primera Guerra Mundial, durante el periodo del Mandato británico de Palestina (1917- 48), con estudios de campo etnográficos de la población árabe. Siguieron algunos estudios sociológicos y etnográficos de los judíos que habitaban Palestina. Los primeros investigadores, ya fuera que estudiaran grupos árabes o judíos palestinos, buscaban documentar culturas que creían que habían preservado patrones vitales durante siglos, y que ahora estaban en el umbral de cambios significativos, consecuencia del contacto con otros grupos y fuerzas de la modernización. Con la instauración del Estado de Israel, en 1948, la población judía se triplicó en apenas unos cuantos años, con inmigraciones a gran escala tanto de Europa, como de Oriente. La sociedad israelí enfrentó drásticos desafíos y pasó por transformaciones de gran alcance muchos relacionados con el conflicto armado árabe-judío. Un centro de atención del trabajo antropológico fue el kibutz, que surgió en las primeras décadas del siglo XX y atrajo, igualmente, el interés de antropólogos extranjeros. Según Goldberg y Abuhav, la antropología israelí se ajustó a los desarrollos teóricos en la academia angloestadunidense que en gran medida hacía un paralelo con las trasformaciones sucedidas en su propia sociedad y las agendas emergentes. El surgimiento de la antropología en Turquía en los años veinte del siglo XX, escribe Hande A. Birkalan-Gedik, coincidió con la caída del Imperio otomano y el surgimiento de la República de Turquía. A esta disciplina se la consideraba como parte del proceso de construcción de la nación. En los años treinta y cincuenta se abordaron temas de cultura material y otros elementos culturales; en los sesenta y, hasta bien entrados los setenta, se produjeron etnografías de pequeños poblados y, en los años ochenta estudios urbanos. El desarrollo de la antropología turca se dio en paralelo con la sociología, primero con influencia europea y, después de la Segunda Guerra Mundial, estadunidense. La autora afirma que la antropología no ha sido capaz de desarrollar una escuela propia en Turquía. Hasta décadas recientes, los antropólogos turcos tendían a examinar problemáticas locales, publicar principalmente en turco y, lo más importante, se limitaban a un ámbito nacionalista. El regreso de algunos antropólogos del extranjero, quienes publican igualmente en turco como en inglés, así como la inserción en la Unión Europea, estimularon la internacionalización de la antropología en Turquía. Entre los principales temas destacan: migración, etnicidad, identidad, nacionalismo, el islam, género, pobreza y parentesco. Birkalan-Gedik afirma que en la actualidad se debe repensar la relación Estado-antropología, ya que la libertad académica está bajo serias amenazas.

    La antropología en Argentina, de Rosana Guber, es el primer capítulo de la sección «Antropología en las Américas». En sus primeros momentos, a fines del siglo XIX, la disciplina se caracterizó por un análisis de la alteridad que contrastaba Buenos Aires con las provincias conservadoras en el contexto de la formación nacional. La antropología se convirtió, entonces, en una herramienta que permitía perfilar una identidad nacional en Argentina. Durante la dictadura de 1976 a 1983, los antropólogos se vieron obligados a exiliarse en diversos países del mundo. En la transición democrática, estos académicos comenzaron a gestar colaboraciones y a fortalecer la comunidad antropológica que había permanecido y se había posicionado políticamente. La autora argumenta que, en la antropología argentina presente, el conocimiento de los procesos socioculturales en el tiempo y el espacio resultan de múltiples esfuerzos y de búsquedas diversas y creativas, así como de colaboraciones a nivel internacional. El capítulo de Mariza Peirano sobre Brasil aborda la institucionalización de la antropología dentro de las ciencias sociales brasileñas en los años treinta. Destaca el rol de la antropología para la integración social o territorial de un país que quería convertirse en un Estado nación moderno. A lo largo de la historia de la antropología brasileña hubo una fuerte influencia de las escuelas hegemónicas internacionales, así como la presencia de destacados académicos, como Claude Lévi-Strauss, en las primeras décadas del siglo XX. Los intercambios resultaron en aportaciones originales brasileñas y en identificaciones con algunas de estas escuelas en los estudios de pueblos indígenas. Peirano reconoce también que esta es una antropología que se distingue por incursionar en una gran variedad de temas, metodologías y enfoques, los cuales han fortalecido la formación universitaria y que, además, la ha posicionado en los temas de frontera, dando cabida a una interlocución internacional y a un interés transfronterizo en la producción de conocimiento. Se reitera el fuerte compromiso social y político, a lo largo de toda su historia, de la comunidad antropológica brasileña. En su texto sobre Colombia, Myriam Jimeno se propone esbozar algunos de los debates y posiciones que han dado forma a la antropología en ese país desde que se estableció, como campo disciplinar y profesional, a mediados de los años cuarenta. Ella se centra en la antropología sociocultural y en la evolución de la antropología entendida en términos de las tensiones entre orientaciones globales y la forma en que se ponen en práctica en el contexto colombiano. Para Jimeno, en países como Colombia existe una inquietud constante por adoptar los conceptos y orientaciones antropológicas dominantes, o bien modificarlos, ajustarlos o rechazarlos y proponer alternativas. Esta necesidad de adecuar la práctica se deriva de la condición social específica de los antropólogos en estos países, es decir, de su doble posición como investigadores y conciudadanos de los sujetos de estudio, por lo que se está continuamente dividido entre el deber científico y la condición de ciudadano. Francisca Márquez y Juan Skewes escriben sobre Chile e identifican a José Toribio Medina como precursor de la antropología chilena. A partir de la publicación del libro de Toribio Medina en 1883 aparecieron múltiples estudios sobre mapuches y grupos indígenas andinos. No obstante, con el golpe de Estado en 1973, la antropología se debilitó, pues la dictadura la concebía como un peligro nacional. En ese periodo, académicos fueron fusilados, otros tuvieron que exiliarse y los que permanecieron mantuvieron activas sus organizaciones gremiales, incluso organizaron algunos congresos al final del gobierno del general Augusto Pinochet. Cuando la dictadura terminó, en 1989, la antropología chilena tomó un gran impulso, formando redes de colaboración en temas referidos a estudios de pueblos originarios, antropología médica, estudios de género, antropología urbana, antropología jurídica y antropología visual, entre otras. Márquez y Skewes mencionan que las políticas de producción científica del país han privilegiado algunos temas sobre otros. Sergei Kan preparó el capítulo sobre la historia del desarrollo de la antropología en Estados Unidos, desde sus inicios en el siglo XVIII, con «antropólogos amateurs», como Thomas Jefferson, hasta el presente, pasando por autores clásicos de la disciplina, en el siglo XIX, como Lewis Henry Morgan (1818-91). Se presta particular atención a las características distintivas de la antropología estadunidense; por ejemplo, el estudio de los pueblos indígenas del país vinculado a la expansión hacia el Oeste, y su tradición de los cuatro campos. Kan presenta el rol fundamental de Franz Boas, el geógrafo alemán que emigró a Estados Unidos en 1887, dentro de la profesionalización de la antropología estadunidense. Boas y sus estudiantes, especialmente en la Universidad de Columbia (Nueva York) –Alfred Kroeber, Robert H. Lowie, Edward Sapir, Ruth Benedict, Margaret Mead, Melville Herskovits, por ejemplo– modificaron la dirección, el alcance y el centro de atención de la antropología estadunidense, a partir de una crítica al evolucionismo cultural y al determinismo racial. El autor también muestra la importancia de centros como la Universidad de Chicago, en donde el estructural-funcionalismo británico tuvo un impacto importante a partir de la presencia de A. R. RadcliffeBrown entre 1931 y 1937. Robert Redfield, con sus investigaciones en México, fue otro liderazgo importante basado en Chicago. La influencia de las universidades de Yale, Pensilvania, Harvard y Berkeley también es mencionada. Durante la Segunda Guerra Mundial varios antropólogos estadunidenses participaron en el esfuerzo de guerra de su país, incluso en la controvertida administración de campos de internamiento para alrededor de 140 000 japoneses-americanos. Los estudios de área se sumaron a los intereses geopolíticos de la potencia en expansión, lo que se tradujo en la posguerra en un crecimiento notable del número de practicantes de la disciplina. En síntesis, el autor considera los principales paradigmas teóricos, la diversificación de temas de estudio y su relación con algunos desarrollos económicos, políticos y culturales relevantes en la sociedad estadunidense. Él hace un amplio recorrido, hasta el presente, que pasa por la influencia de los boasianos, los evolucionistas multilineales, los estructural-funcionalistas, los marxistas, del culturalismo geertziano, el estructuralismo francés y las antropologías simbólica, feminista y posmoderna, entre otras. En el capítulo sobre México, Esteban Krotz señala que sus antecedentes pueden ubicarse en los primeros encuentros entre europeos y pueblos originarios en el siglo XVI, considerando las crónicas e informaciones sobre las culturas americanas reportadas minuciosa y sistemáticamente a la Corona española durante las primeras décadas de la invasión europea en América. En términos institucionales, la antropología mexicana tiene poco más de un siglo de existencia. Krotz esboza los inicios de la antropología científica en el marco del indigenismo, durante la primera mitad del siglo XX. Él presenta un recuento sobre las instituciones y programas académicos que se han IDO creando en el país, tanto las dedicadas a la investigación, al resguardo y la protección del patrimonio cultural, como las escuelas en donde se forman antropólogos. También hace un recorrido por los grandes temas abordados por los antropólogos mexicanos, por las antropologías que se producen en los distintos estados del país (que tienen, en general una vocación centrada preferentemente en estudios regionales) y por las principales publicaciones de la disciplina. Asimismo, presenta los principales dilemas que enfrenta la antropología mexicana, algunos de ellos vinculados con la producción teórica y la gran influencia que siguen teniendo los enfoques estadunidenses e ingleses y los esfuerzos por establecer debates desde América Latina.

    La sección «Antropología en África» se abre con el artículo de Mwenda Ntarangwi que explora las maneras en que, desde inicios del siglo XX, el África Subsahariana, integrada por Sudáfrica, África Oriental y África Occidental, se convirtió en uno de los espacios etnoculturales de mayor actividad antropológica. La región se distingue por ser un espacio de «recolección de datos» para coleccionistas, viajeros, misioneros, administradores de las colonias africanas. Los últimos se interesaban en registrar la resistencia frente a la modernización y la presencia europea de los pobladores. A esto se suman investigaciones hechas por connotados antropólogos representantes de las grandes escuelas occidentales de pensamiento. Durante la época poscolonial, los antropólogos africanos se convirtieron en consultores para programas de desarrollo. Ntarangwi también menciona el uso de la disciplina para conformar identidades nacionales y avanzar en intereses políticos por parte de la élite africana en el poder. Finalmente, el cierre del texto patentiza cómo la antropología actual encarna múltiples identidades metodológicas y fenomenológicas que reflejan prácticas y aplicaciones diversamente situadas. El capítulo sobre Etiopía, escrito por Yntiso Gebre, se centra en el desarrollo, la importancia científica y política, y la aplicación práctica de la antropología. Se ha reconocido a Etiopía como la cuna de la humanidad y de la tecnología, debido al descubrimiento de fósiles homínidos y de las herramientas pétreas más antiguas. Los científicos aún deben dar cuenta del surgimiento de los humanos anatómicamente modernos y sus comportamientos. Etiopía es un lugar estratégico para que paleontólogos y arqueólogos resuelvan estos acertijos. Entre tanto, los antropólogos culturales han estudiado la diversidad cultural, adaptaciones ecológicas, movimiento poblacional, sistemas de edades, identidad étnica, conflicto intergrupal, grupos minoritarios, federalismo étnico, transformación social y otros temas. Algunas instituciones y académicos extranjeros han contribuido a los estudios etíopes y al desarrollo de la antropología en el país. Gebre considera que hay un medio favorable para aquellos académicos interesados en la indagación científica, así como para practicantes comprometidos con el conocimiento aplicado. Andrew Spiegel y Heike Becker afirman que la antropología social en Sudáfrica se vincula estrechamente con la historia político-económica del país. Consideran los procesos sociales y culturales radicales, resultantes de la rápida industrialización y de una fuerte presencia colonizadora imperial británica, así como la resistencia a ésta por la gente indígena y por la población de colonos europeos residentes de largo tiempo. En Sudáfrica, la antropología quedó estrechamente relacionada con el apartheid al generar su fundamento teórico en los años cuarenta. La preocupación del volkekunde era documentar las esencias culturales y sus manifestaciones en creencias en cada uno de los pueblos (volke) claramente diferentes entre la población nativa. Esta escuela, nacida en la Universidad de Stellenbosch, prevaleció hasta comienzos de los años noventa cuando se produjo el final del apartheid con la liberación de todos los presos políticos, la eliminación de la prohibición de los movimientos de liberación y el país ingresó en un sistema de gobierno democrático. Este cambio fue significativo para la antropología, como para toda Sudáfrica. A partir de esta época, los antropólogos sociales trabajaron otros temas tales como las consecuencias de la urbanización, prácticas e instituciones religiosas, en particular aquellas que atraen a las masas populares, como el pentecostalismo y el revivalismo islámico, el medio ambiente y la explotación de los recursos naturales a manos de un Estado desarrollista, movimientos sociales y de concientización política. La pequeña comunidad originaria de antropólogos se amplió y diversificó significativamente. Spiegel y Becker mencionan que la tarea y la contribución primarias de la antropología en Sudáfrica contemporánea consisten en revelar las complejidades y las diversidades de la vida sociocultural contemporánea en el país y en la región. Munzoul A. M. Assal escribe el capítulo sobre Sudán. En 2008, el Departamento de Antropología de la Universidad de Jartum celebró sus cincuenta años. Durante ese periodo han transcurrido cuatro momentos de la disciplina: gobierno y antropólogos coloniales, hasta el final de los cincuenta; institucionalización de la antropología como materia en la Universidad de Jartum en 1958 con personal extranjero; el tercer momento fue la sudanización de la antropología a nivel institucional, y el cuarto se refiere al entorno posterior al golpe militar de 1989 encabezado por los islamistas. Hasta entonces, la guerra civil y una inestabilidad política prolongada habían caracterizado a los años posteriores a la independencia. En lugar del inglés, el gobierno definió el árabe como la lengua de instrucción en las instituciones sudanesas de educación superior. Hubo un drástico aumento en la cantidad de universidades, a costa de la calidad de la enseñanza. La segunda guerra civil en Sudán del Sur y la crisis en Darfur, la cual comenzó en 2003 cuando movimientos armados atacaron tropas gubernamentales, además de otros conflictos en el país y la economía en deterioro, crearon una situación humanitaria que suscitó la intervención internacional. Algunos antropólogos participaron en estas intervenciones humanitarias. Con la situación descrita, la generación de investigaciones antropológicas robustas decreció de manera alarmante. Para enfrentar estos retos, el Departamento de Antropología de Jartum ha vuelto a dinamizar sus relaciones internacionales bilaterales.

    Alemania es el tema del primer capítulo de «Antropología en Europa Occidental». De acuerdo con Karl-Heinz Kohl, la antropología alemana surgió a finales del siglo XIX. Al no tener este país intereses colonialistas, como los tenía Gran Bretaña, los estudios antropológicos se orientaron a recolectar objetos de la cultura material de lugares «exóticos» que eran resguardados en colecciones de museos etnográficos en las ciudades alemanas más importantes. También aparecen allí discusiones diversas sobre naturaleza y cultura, la función y el orden de los mitos, entre otros. Las escuelas que destacaron al inicio del siglo XX fueron las de la Teoría del Círculo Cultural y la etnosociología. Esto cambió durante la Segunda Guerra Mundial, dando prioridad a la antropología física que justificaba el darwinismo social para apoyar el régimen nazi. La situación volvió a cambiar radicalmente ante la derrota nazi, diversificando los intereses de investigación, tomando al sur global como su área de estudio y, en un primer momento, utilizando la metodología típica de la antropología cultural británica. En la actualidad ofrece una gran heterogeneidad de temas y discusiones alrededor de los problemas y fenómenos del mundo contemporáneo. El ensayo de Andre Gingrich sobre Austria analiza la evolución de la antropología austriaca por periodos históricos importantes, haciendo gran énfasis en el interés por el coleccionismo y el folclore durante el imperio centroeuropeo de los Habsburgo (1867). Desde de la i Guerra Mundial hasta el periodo que comienza en 1970, existió una estrecha relación entre la antropología física con la social, haciendo hincapié en la superioridad racial germánica. En el periodo de la primera república austriaca (1918-1938), Gingrich reconoce una fuerte influencia del difusionismo cultural y de la teoría de los círculos culturales de la escuela alemana. Desde ese momento se manifiesta la ideología antisemita que se acentuó durante los siete años de ocupación del régimen nazi. El autor también menciona el espionaje que antropólogos austriacos practicaron en esa época. Hubo un cambio radical a partir de 1945, cuando austriacos en el exilio retornaron reconstruyendo la academia con un pluralismo democrático y desarrollando principalmente investigaciones en África, Arabia y Asia. Posterior a 1970, hubo una fuerte influencia del evolucionismo multilineal. Hoy, la antropología forma parte de un campo académico diverso y trasnacional. Andrés Barrera-González, en el capítulo sobre España, delinea la historia de la antropología y la etnología españolas que comienza con los precursores en la Edad Media e incluye a autores como el erudito árabe Ibn Battütah (1304-77). Más tarde, aparecen obras fundamentales relacionadas con la invasión del Nuevo Mundo (en especial México y los Andes): la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (ca. 1576), de Bernal Díaz del Castillo; Historia general de las cosas de Nueva España (1569), de Fray Bernardino de Sahagún; Historia natural y moral de la Indias (1590), de José de Acosta, y Comentarios reales de los Incas (1609), del inca Garcilaso de la Vega. Después de este recorrido detallado, Barrera-González pasa a los estudios de antropología, etnología y folclore en España durante el siglo XIX y principios del XX, señalando la comprensión positivista y científica de la disciplina, impulsada por preocupaciones intelectuales dominantes en otros países europeos como Francia, Alemania, Italia y el Reino Unido. El autor también ofrece una mirada panorámica de la institucionalización de la disciplina en el siglo XX. En este sentido, menciona el desastroso impacto de la Guerra Civil (1936-39) sobre la antropología española, muestra algunos intercambios importantes con antropólogos extranjeros como George Foster y Julian Pitt-Rivers. Destaca la relevancia de Claudio Esteva Frabregat, Carmelo Lisón Tolosana y José Alcina Franch para la introducción de la antropología social y cultural en las universidades españolas. El autor presta especial atención al crecimiento de la antropología a partir de los años setenta. De acuerdo con Laurent Bazin, la antropología se desarrolló tarde en Francia, pese al impacto de la Ilustración y de las primeras elaboraciones de las ciencias sociales después de la Revolución Francesa de 1789. Dominada por paradigmas raciales y de historia natural durante el siglo XIX, la etnología tuvo un nuevo reconocimiento con el advenimiento de la sociología, pero permaneció en el marco de los museos. Después de la Segunda Guerra Mundial, la antropología social experimentó una veloz expansión con el desarrollo de instituciones de investigación. Las lecturas convencionales de la historia de la antropología francesa usualmente ponen énfasis en el estructuralismo y el marxismo, pero dejan de lado la importancia de la antropología dinámica, al igual que la contribución de muchas otras corrientes de pensamiento crítico que contribuyeron a reconsiderar las bases epistemológicas y metodológicas de la disciplina. Para Bazin, la reevaluación de la investigación etnológica, en particular desde los años ochenta, generó la salida de la antropología social de lo tradicional y exótico, así como una creciente diversificación de sus campos de investigación. El capítulo sobre los Países Bajos fue preparado por Han F. Vermeulen, quien afirma que allí la antropología conforma un rico campo de estudios, con una tradición que data del siglo XVIII, y que se cimentó durante el siglo XIX. Desde su nacimiento, se practicó la etnografía como contribución a la historia de la humanidad, pero pronto se incorporó a las instancias de capacitación de los funcionarios coloniales civiles, para aplicarse en las colonias de ultramar. La etnología, o volkenkunde, tenía múltiples vínculos con la historia, la geografía, la lingüística y la biología. La atención se dirigía principalmente al estudio de los pueblos de ultramar, en especial las Indias Orientales Neerlandesas, la principal colonia hasta 1949, Surinam y las Antillas Holandesas. Después de la descolonización, el campo se amplió para incluir a otras regiones. En 1952-3, se vinculó la antropología cultural a un nuevo enfoque, la sociología de los pueblos no-occidentales, conocido hoy como sociología del desarrollo. Muchas instituciones en los Países Bajos tienen programas en ambas materias, son cientos de antropólogos los que llevan a cabo investigaciones por todo el mundo. Predomina una perspectiva internacional, extraeuropea, aun cuando los estudios trasnacionales de las diásporas, la globalización, la migración y la sociedad multicultural adquieren creciente preeminencia. Las principales especializaciones son la antropología del Sudeste Asiático y de Asia del Sur, de América Central y del Sur, del África Subsahariana, del Pacífico y de Europa; las especializaciones temáticas incluyen a la antropología estructural, económica, de los museos, política, marítima, médica, visual y trasnacional, así como la antropología del derecho, antropología de la religión, estudios de género, diversidad cultural y estudios del desarrollo. Cristiana Bastos y José Manuel Sobral escribieron el capítulo sobre Portugal. Según ellos, la antropología portuguesa comenzó con el trabajo de los folcloristas, etnógrafos, lingüistas, arqueólogos y antropólogos físicos de fines del siglo XIX, a tono con los debates internacionales y en paralelo con sus contrapartes europeas. Algunos autores sugieren que debía considerarse a la antropología portuguesa como del tipo de «construcción de la nación», otros como de «construcción del imperio» y otros más que esta dicotomía no se aplica a la antropología portuguesa, dado que, en este contexto, nación e imperio eran proyectos entrelazados. Bastos y Sobral señalan una pasión nacionalista de los primeros etnógrafos portugueses, puesto que estaban imbuidos en una cosmovisión comprometida con el renacimiento de las glorias anteriores de Portugal. En el siglo XX, la antropología física tuvo un desarrollo modesto, pero ininterrumpido, mientras que los componentes social y cultural de la disciplina tuvieron una historia fragmentada, mayormente debido a razones políticas. Hubo trabajo etnográfico en Portugal y en sus colonias. Al fin de un régimen autoritario, que duró de 1933 a 1974, la antropología social y cultural compensaron el tiempo perdido; docenas de trabajos sobre Portugal se originaron en los años ochenta y posteriores. Para fines del siglo XX, la disciplina era vibrante, diversa e internacional, con cientos de personas graduadas en ella, y con una gran cantidad de proyectos de investigación, libros y revistas académicas. Gran parte del trabajo de la nueva generación se centró en hacer «antropología en casa», explorando una diversidad de temas como patrones espaciales, cultura material y propiedad, familia y reproducción social, religión, cosmovisiones, festividades y ritual, organización social, clase social y conflicto, así como cuestiones de género. La antropología portuguesa se difundió entre algunos círculos internacionales, en especial, pero no de manera exclusiva, en la Unión Europea y entre la comunidad imaginada de países de habla portuguesa. Esto afectó no solo la intensificación de los intercambios entre Portugal y Brasil, sino que también promovió una red multidireccional que vincula a científicos sociales de Mozambique, Cabo Verde, Angola y otros países. En el capítulo sobre el Reino Unido, Wendy James afirma que la expansión colonial estimuló la curiosidad científica, filosófica y política de los intelectuales del país. En ese momento nació la antropología como disciplina organizada. El trabajo de campo fue la base sobre la cual se cimentó el surgimiento de la antropología social británica, a través de las publicaciones de Malinowski, Radcliffe-Brown y Evans-Pritchard. A este último se le designó para la cátedra de antropología social y fue el presidente vitalicio de la Asociación de Antropólogos Sociales del Reino Unido y la Mancomunidad. Los teóricos franceses ejercieron una profunda influencia sobre la antropología social británica (en especial, Marcel Mauss y Claude Lévi- Strauss) acerca de las estructuras profundas del parentesco, del mito y la lengua, de la interacción social y las relaciones humanas con el mundo natural y el cosmos. La antropología social británica fue incorporada sistemáticamente a universidades, departamentos y centros de investigación especializados en diferentes regiones del mundo. Con la caída del régimen colonial, la investigación hecha por antropólogos sirvió como fuente de crítica anticolonial. Lo anterior condujo, desde fines de los años cincuenta, a la actualización de la antropología. Se llevó a cabo un enlazamiento positivo de temas de antropología social con las viejas preguntas evolucionistas, cuestión que generó un gran impulso para los antropólogos profesionales.

    Petr Skalník empieza la sección sobre la «Antropología en Europa Oriental» con su capítulo sobre la Europa postsocialista. Su meta consiste en explicar las peculiaridades de la práctica de la antropología sociocultural en el ex Bloque Soviético, que hoy representan veintiún países de Europa, más la entonces Alemania Oriental. El principal problema para la instauración de la antropología en esta área fue la coexistencia de la etnología con la antropología física y sociocultural. La antropología física es la antropología por antonomasia en esta Europa poscomunista. Las inflexibilidades de las tradiciones académicas alemanas aún penetran la totalidad de la región, al tiempo en que el extendido nacionalismo apoya hacer etnología en casa, más que una antropología sociocultural comparada. Un potente legado de gobierno comunista se refleja tanto en lo sustantivo de la materia como en los métodos de la antropología europea poscomunista. Una presentación detallada del caso checo sigue a una introducción general. Michal Buchowski es el autor del capítulo sobre Polonia. Desde fines del siglo XVIII, los intereses antropológicos estuvieron relacionados con la historia nacional (por ejemplo, en complejos procesos de conformación de reinos y continuas pérdidas de territorio y, con ello, de gran parte de su diversidad cultural) y con la situación política del país, así como con las ideas occidentales y las teorías antropológicas a nivel mundial. En el siglo XIX, la antropología polaca se volvió parte importante del proyecto nacionalista polaco. La disciplina también incorporó una perspectiva tipo Volkskunde centrada en su propia sociedad, y que fue ejemplo del marxismo vulgar a lo largo de más de cuatro décadas, bajo un régimen político comunista (1945-89). Para los años setenta y ochenta, de acuerdo con Buchowski, la disciplina en Polonia ya era plural en cuanto a teoría y variada en cuanto a temas, realizando estudios en todos los continentes. La democratización política de Polonia, después de 1989 y su apertura al mundo, llevaron a una mayor diversificación en términos de tópicos y teorías. La antropología polaca ha preservado su carácter nacional específico y continúa cultivando las tradiciones antropológicas relacionadas con la hermenéutica y la fenomenología, al igual que con el pensamiento crítico social, pero también refleja las corrientes globales y contribuye con percepciones propias a los estudios en varios temas y áreas. De hecho, los estudios sobre la transición postsocialista configuran una contribución distintiva de los antropólogos contemporáneos en Polonia. Las desigualdades emergentes, los modos discursivos de crear ganadores y perdedores de los cambios, así como los cambios en los medios de resistencia utilizados por las víctimas de la transformación y el neoliberalismo, el feminismo, los derechos humanos, género y sexualidad, el pluralismo religioso y la migración, son algunos de los temas abordados en la actualidad. Sergei Alymov y Sergei Sokolovskiy muestran que, a pesar de que la recolección sistemática y científica de información sobre los «pueblos exóticos» comenzó en 1725 con la fundación de la Academia de Ciencias por Pedro el Grande, la institucionalización de la etnografía como disciplina en Rusia se ubica en 1845. El trabajo de campo, el socialismo y el exilio, están interconectados en la historia de la antropología rusa. Varias de sus figuras (desde finales del siglo XIX hasta principios del XX) fueron socialistas y marxistas revolucionarios, haciendo trabajo de campo en Siberia. Al inicio del periodo soviético, el nexo entre antropología y el nuevo régimen fue provisto por la política bolchevique de acción afirmativa hacia las nacionalidades antes colonizadas y oprimidas. No obstante, con la Revolución Cultural de fines de los años veinte y principios de treinta hubo un periodo de crítica ideológica que estigmatizó a la etnología como «ciencia burguesa». La gran purga de la segunda mitad de los treinta tuvo un alto costo para la antropología soviética. El nexo Estado-ciencia resurgió durante los años de la Segunda Guerra Mundial y posteriores. Los años setenta y ochenta vieron la expansión de las subdisciplinas con el prefijo «etno»: etnosociología, etnogeografía, etnolingüística, etnopsicología, etnoecología, etcétera. La historia de la sociedad primitiva fue un subcampo que intentó integrar la teoría marxista a la paleoantropología y la antropología social cultural para crear una narrativa fluida sobre las etapas del desarrollo físico y social de la humanidad. El desarrollo postsoviético de la antropología en Rusia se llevó a cabo hasta la década del 2000 en que la transición entre la preocupación por todo lo étnico dio lugar a una agenda más amplia de preocupaciones antropológicas, sociales y culturales. El periodo postsoviético terminó con el carácter hipercentralizado de la etnografía soviética. Hoy existen departamentos de antropología o etnología en más de veinte universidades por todo el país. A pesar de que Siberia no es un país, decidimos incluir a la región como una forma de profundizar el conocimiento producido en Rusia sobre una importante área etnográfica. Dmitriy Funk nos enseña que, desde el siglo XVIII hasta el inicio del XX, se llevó a cabo una gran cantidad de trabajos etnográficos sobre la población de Siberia, conforme el Estado ruso se expandía hacia este territorio. Surgieron investigaciones sobre las lenguas, los artefactos y los documentos de la región. La intelligentsia exiliada rusa en Siberia jugó un papel especial en la investigación etnográfica. Los primeros años después de la instauración del poder soviético vieron un creciente interés en la investigación aplicada en el norte de Siberia. El verdadero periodo soviético empezó alrededor de 1931. Los años treinta marcaron el principio de la represión (que duraría hasta principios de los cincuenta) contra los «enemigos del pueblo», categoría que incluyó a muchos etnógrafos talentosos. Después de la guerra, la agenda de investigación quedó dominada por los intereses de los investigadores que trabajaban en el Instituto del Departamento del Norte (Siberia) de Moscú y en el Departamento de Leningrado, del mismo Instituto, afiliado directamente al Consejo de Ministros de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia.

    A diferencia de sus colegas en Moscú, quienes empezaron a estudiar la religión y, de manera más específica, el chamanismo en los años ochenta y noventa, los investigadores de Siberia y de Leningrado habían tomado este tema ya desde mediados de los cincuenta, para volverse una de sus prioridades de investigación. Entre 1998-2000 se rejuveneció la antropología de Siberia con la inclusión de jóvenes antropólogos, así como con la colaboración internacional intensiva entre Rusia y Alemania (especialmente el Instituto Max Planck de Antropología Social, en Halle).

    La sección sobre «Antropología en Escandinavia» empieza con el texto de Kirsten Hastrup sobre Dinamarca, el cual afirma que en los primeros años del siglo XXI la antropología danesa se había vuelto un campo académico de gran reconocimiento a nivel nacional e internacional. Al tiempo en que se internacionaliza cada vez más en términos de intereses de investigación, así como en cuanto al reclutamiento, ha permanecido distinguible, de manera importante, debido a su postura pública en la sociedad danesa. Lo anterior tiene profundas raíces en una antropología «pre-profesional» que despegó en el siglo XVIII y prosiguió a lo largo del XIX. Hastrup sigue el desarrollo de la disciplina desde la Ilustración, pasa por el romanticismo y llega al presente. Ella muestra cómo la trayectoria de la disciplina estaba vinculada a expediciones, publicaciones y a una cercana relación, primero con la Real Academia Danesa de Ciencias y Letras, después con el Museo Nacional y, con el tiempo, con las universidades cuando, en los años sesenta, se crearon algunos departamentos. Thomas Hylland Eriksen escribe sobre Noruega y señala el indiscutible mérito y la originalidad en la perspectiva noruega sobre la etnicidad. Ethnic Groups and Boundaries (1969), de Fredrik Barth, mostró que la antropología social noruega (y escandinava) era parte integral del debate profesional anglófono internacional y que contaba con un número importante de practicantes. En los últimos años sesenta hubo una radicalización política entre los estudiantes de humanidades y ciencias sociales en muchos países, sin ser Noruega una excepción. Pese a que algunos antropólogos noruegos participaban en proyectos de desarrollo, en especial en África, y otros trabajaban como activistas a favor de los pueblos indígenas, se consideraba la antropología social como una materia relativamente apolítica. Había una preocupación general por el método, la comparación y el tipo de neutralidad que viene con los principios del relativismo cultural. Pero muchos estudiantes estaban entonces comprometidos con el análisis marxista o con el feminismo. Las orientaciones manifiestamente políticas dejaron un legado global en la antropología noruega. De acuerdo con Eriksen, los antropólogos noruegos siempre llevaron a cabo investigación local, esto es, en su propio país, no pocas veces se centraron en grupos minoritarios y mantuvieron una visibilidad en la esfera pública inusualmente alta. El crecimiento y las transformaciones de la antropología noruega, desde su inicio a mediados del siglo XIX, reflejan los desarrollos intelectuales en Europa. El giro del nacionalista Volkskunde al comparativo Völkerkunde, las controversias en torno a la raza y la evolución cultural, la transición del estudio integral del Hombre a una disciplina más precisa fundamentada en la etnografía y, por último, el creciente interés en llevar a cabo investigación de antropología social en lo local puede verse como la variación de un tema que es común a muchos países. Según Ulf Hannerz, en su capítulo sobre Suecia, la antropología social y cultural no tuvo una sólida base en Suecia durante sus primeros años como «etnografía», con énfasis en los pueblos y culturas exóticas. A partir

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