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La movilidad del saber científico en América Latina: Objetos, prácticas e instituciones (siglos XVIII al XX)
La movilidad del saber científico en América Latina: Objetos, prácticas e instituciones (siglos XVIII al XX)
La movilidad del saber científico en América Latina: Objetos, prácticas e instituciones (siglos XVIII al XX)
Libro electrónico298 páginas4 horas

La movilidad del saber científico en América Latina: Objetos, prácticas e instituciones (siglos XVIII al XX)

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¿Cómo viaja el conocimiento? Desde hace ya varios decenios se ha reflexionado sobre las formas de producción del conocimiento científico, así como de sus condiciones de movilidad. ¿Acaso es el desplazamiento de conocimiento una vía de una sola dirección? ¿Deberíamos poner atención a los mecanismos que han permitido el flujo de intercambios? El presente texto aborda las transferencias de saberes entre Europa y las Américas durante los siglos XVIII al XX. El objetivo es discutir los mecanismos a partir de los cuales el conocimiento se fue instalando a lo largo de las relaciones entre América y el Mundo Global. En este sentido el texto busca ser una plataforma de intercambio académico en un área que concita cada vez más interés en los estudios latinoamericanos. Por un lado, aquí se aborda el conocimiento como una práctica donde convergen los actores, las instituciones, los objetos y las ideas. Esta posición le permite superar la noción de lo "interno" y "externo" de la ciencia, abriendo un campo de trabajo que incluye la transferencia no solo de conceptos, ideas o teorías, sino también de instrumentos, habilidades, destrezas y tecnologías. En otro sentido, se discute la circulación de saberes no solo como una forma de transmitir o difundir conocimientos, sino también como una manera de producirlos. Aquí movilidad implica desplazamiento sin asentamientos fijos o anclajes. De lo que se trata es de un desplazamiento-apropiación que va elaborando saberes que tengan sentido dentro de un conocimiento global. Aquí se propone abordar tales movimientos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 sept 2021
ISBN9789561128231
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    La movilidad del saber científico en América Latina - Editorial Universitaria de Chile

    HACIA UNA HISTORIA BUROCRÁTICA DE LAS CIENCIAS

    IRINA PODGORNY

    Introducción

    En octubre de 1787 se estrenaba en Praga Il dissoluto punito, ossia il Don Giovanni, drama jocoso con libreto de Lorenzo da Ponte y música de Wolfgang Amadeus Mozart. Los personajes y el argumento retomaban el tema del Don Juan, en la forma que había adquirido en El burlador de Sevilla y convidado de Piedra (1630) de Tirso de Molina. Sin embargo, un elemento ausente en el Burlador cobraba entonces un lugar fundamental: me refiero a la concepción de Leporello, el asistente de Don Juan, como un secretario a cargo de la confección de un catálogo¹. Como se recordará, Leporello, en su célebre aria, le explica a Doña Elvira que Don Juan no merece su sufrimiento, mostrándole un cuaderno donde, siguiendo instrucciones del patrón, lleva la teneduría de sus amantes. Tan bien ordenado, que, a simple vista, salta la evidencia de su perfidia: Don Juan lleva acumuladas 640 mujeres en Italia, 231 en Alemania, 100 en Francia, 91 en Turquía y 1.003 en España². Además de esta clasificación por origen y procedencia, Leporello parece haber registrado la edad, el carácter, el color de pelo, la altura y el estamento social de las conquistadas. Sus comentarios insinúan que sus anotaciones incluyen también la fecha del suceso y el porte de la seducida, permitiéndole hacer correlaciones entre la estacionalidad y los caracteres elegidos: En invierno prefiere la llenita; en verano la delgadita. Leporello y Don Giovanni, en varias partes del libreto, se muestran permanentemente preocupados por mantener actualizada la lista: cada conquista debe pasar inmediatamente al papel, como si su existencia solo se concretara mediante este acto burocrático, que, lejos de sencillo, requiere del arte de la escritura, de la observación y de los principios de la clasificación. El catálogo de Leporello no se trata de un instrumento para equilibrar entradas y salidas, deudas, haberes y capital. Sin embargo, teniendo en cuenta que el Don Juan de Tirso creía en la justicia divina (no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague) podría considerarse que Leporello lleva la nómina de los compromisos no saldados con los que Don Juan se presentará al juicio final. El registro de la deuda acumulada, tal como bien sabían los mercaderes del siglo XVII, construye el derrotero hacia el servilismo: una vez agotado el crédito el convidado de piedra puede presentarse y llevarse al hidalgo, condenado ahora a servir a un patrón más poderoso.

    Ahora bien, ¿por qué este ensayo, destinado a un libro sobre la transferencia del saber, empieza con una disquisición sobre una ópera de fines del siglo XVIII? Como primera respuesta, porque la enumeración de Leporello remite a una larga historia ligada al descubrimiento de América y a la expansión del papel como condición indispensable para la administración del comercio y del Estado³. El catálogo de Leporello, como ha señalado Manfred Schneider, alude a la historia de los dispositivos para ordenar los datos que le darán forma a los distintos saberes y disciplinas de la modernidad europea. Segundo, porque Leporello, o cualquiera de sus antecesores literarios, parodia a esos secretarios de señores que pro-liferaron a partir del siglo XVII, en relación directa con la importancia creciente de los libros de cuentas, la correspondencia y el archivo en un mundo definido por la administración de y a la distancia. Y finalmente, porque nos permite evitar la aún omnipresente historia de las ideas y sus límites disciplinarios, así como las tentaciones de la literatura sobre viajes y viajeros, con su énfasis en qué se dice, quién lleva, quién lee, cómo lo interpreta, cómo se traduce. Como aclara Bernhard Siegert, la historia de estos medios traspasa los límites de la tradicional historia filosófica, para encarar una historia transdisciplinaria de las formas de registro y de circulación del conocimiento⁴. Este tipo de historia requiere, además, pensar la perduración y permeabilidad de esas formas a través del tiempo y de las prácticas más diversas⁵. En ese sentido, el catálogo de la ficción nos recuerda la importancia de una forma que cruza los dominios en los que hoy se dividen las ciencias.

    En las páginas que siguen se presentará el bosquejo de lo que llamamos una historia burocrática de las ciencias, es decir, la historia de la transformación –la mayoría de las veces no buscada– de los medios y formas de las esferas jurídicas, comerciales y de la administración en dispositivos de diversas disciplinas científicas. Para ello se plantearán algunas cuestiones generales sobre la historia del registro y testimonio en el papel. Más que buscar allí contenidos originales, esta primera parte debe tomarse como una bitácora de temas y lecturas, un intento de combinar los resultados de la historia de la ciencia y la tecnología, la economía política, la literatura y la historia de los medios técnicos. Luego, en la segunda sección, se presentarán casos ya analizados en extenso en otros trabajos: el pasaje de los protocolos de descripción de los ingenieros militares a la arqueología, los procedimientos de la medicina legal, las prácticas de los anticuarios y de los mayordomos de estancia hacia la paleontología y la anatomía comparada. Esto nos permitirá, por un lado, discutir el carácter contingente de estos deslizamientos, y, por otro, plantear un modelo de investigación que procure definir una genealogía de estas formas. Sin dudas, estas prácticas burocráticas comprenden dos aspectos: en la primera parte recorreremos la historia de su soporte en papel –o, mejor dicho, una breve historia de la adopción del papel como soporte de la burocracia–, mientras que en los casos de la segunda parte el foco se pone en los protocolos de observación que en los siglos XVIII-XIX pasan a las prácticas de la arqueología y la paleontología.

    Elizabeth Einsentein, historiadora de la imprenta, no ha sido la única en recordar que La práctica de especializarse en el estudio de determinados siglos crea unas barreras artificiales que frecuentemente hacen difícil percibir tendencias continuas acumulativas⁶. A esa afirmación, podría agregarse que cerrarse en determinadas instituciones, naciones, lenguas o disciplinas tampoco ayuda. Pero ¿cómo atravesar contextos tan disímiles? James Secord ha recordado que falta una historia de las formas que modelan las prácticas de la ciencia⁷. En este ensayo estamos proponiendo que el estudio de cómo se ordenan las cosas en el papel podría servir como una manera de seguir la circulación y transformación o continuidad de las cosas en el tiempo y en el espacio y entre dominios diferentes.

    Catálogos, inventarios y secretarios

    Los diferentes manuales de teneduría de libros que proliferan en el siglo XVIII definen esas cosas que, en la actualidad, pocos recuerdan que algún día fueron inventadas. Así, ¿habría algo más superfluo que una historia de la lista, esa enumeración escrita, generalmente en forma de columna, de cosas, cantidades o personas, tal como la que Leporello preparaba para su señor? Sin embargo, con solo pensar en los sistemas y tecnologías para la administración de flujo de bienes y personas en contextos tales como el Cercano Oriente, los Andes o en el teotihuacano clásico, esa naturalidad, empieza a ser cuestionada. Desde los quipus, pasando por los tejos, las tabletas y los sellos de estampa en arcilla, los contadores, en muchos estados y administraciones, fueron tridimensionales⁸. No hay listas sin pergamino o sin papel. Más aún, las distintas versiones del Don Juan dan cuenta de ello, el asistente que no arroja un cuaderno foliado y tabulado, despliega un rollo que, cual alfombra, tapiza el suelo con nombres y circunstancias. De las posibilidades y condicionamientos de estos materiales, derivan muchas de las formas modernas de ordenar y administrar el conocimiento. De tal manera, los manuales de contabilidad del siglo XVIII definen los términos lista, inventario, libro, memoria y memorial de la siguiente manera, en grado de complejidad y de combinación de materiales, formas de escribir y de ordenar los papeles:

    Liste: écrit ou imprimé, qui contient un état de diverses choses ou de diverses marchandises.

    Inventaire: ce qui contient généralement tout ce que possède quelqu’un & ce qu’il doit, le véritable état de tout son bien tant en argent qu’en Marchandises, Dettes, Meubles, Biens Fonds qu’autres.

    Livre: ce mot a trois significations différentes […] quand on parle d’un Livre, on entend plusieurs feuilles de papier soit blanc, imprimé ou écrit, cousues & reliées ensemble & couvertes d’un carton, de peau de veau, de vélin ou d’autre chose. […] Les livres ordinaires des Négociants où ils écrivent leurs affaires & que par excellence ils nomment leurs Livres, sont, le Grand Livre, le Journal, le Livre de Comptes & Factures, le Livre de Copies des Comptes Courants, & quelques autres.

    Mémoire: On donne ce nom à de certaines notes que les Négociants & Marchands écrivent sur un papier ou sur un petit Livre, pour se souvenir de ce qu’ils ont à faire.

    Mémorial: Livre que tous les Marchands & Négociants tiennent dans leurs Comptoirs, sur lequel on couche par écrit toutes les affaires à mesure qu’elles se font⁹.

    En todas estas formas la escritura manuscrita mantiene su lugar preponderante en una era donde ya reina la imprenta, algo que explica también la importancia del secretario, tanto a nivel privado como público. En distintas oportunidades Manfred Schneider ha recordado el significado adquirido por el catálogo y la función de secretario en los tiempos de Mozart¹⁰. En efecto, alrededor de 1800 la estadística, la contabilidad y la teneduría de libros se integran a esa serie de prácticas y dispositivos consolidados con las reformas en la administración del Estado en los años del Antiguo Régimen y el Cameralismo prusiano¹¹. Sin embargo, la asociación entre un señor de Sevilla y su lista o inventario –como es el caso de Don Juan– dista mucho de ser peregrina: esta ciudad se consolidaría en la edad moderna gracias al peso de la Casa de la Contratación, de los mercaderes y de la administración a través del papel, en cuyo comercio los genoveses jugarían un papel fundamental¹². No solo eso: Giacinto Andrea Cicognini, el introductor de la lista donjuanesca y uno de los primeros en darle relevancia a la figura del valet en la dramaturgia del Don Juan, era un graduado en leyes de Pisa, hijo de notario y secretario, él mismo, del administrador de las propiedades de los Caballeros de Malta en Venecia¹³. Así, el secretario y sus libros tienen una historia mucho más larga, ligada a esa gran innovación española dada por la posibilidad de administrar a distancia a través de la escritura. Normalmente asociada al descubrimiento de América y a la modernidad, o incluso a la llamada revolución científica¹⁴, se trata de una práctica tardomedieval, vinculada a la corona de Aragón, al Fuero Juzgo de León, a las partidas de Alfonso X, al pergamino de cuero y, finalmente, al papel o pergamino de paño¹⁵.

    Así, el título 18 del libro tercero de las partidas alfonsinas definía a la escritura como: Toda carta que sea fecha por mano de escribano público, o sellada con sello del rey o de otra persona auténtica que sea de creer. Reducir a escritura las cosas significaba paliar el problema del tiempo y el olvido al que estaban sujetas las condiciones de los pactos que los hombres hacen diariamente, constituyendo otro medio de prueba y de llegar a la verdad en un pleito. Capaces de suplir a los testigos, esos hombres y mujeres que no pueden desechar de prueba que aducen las partes en juicio para probar las cosas negadas o dudosas, las escrituras resolvían el problema del desplazamiento de los testigos en el espacio y la perduración de los testimonios en el tiempo¹⁶. En las partidas del rey Alfonso (1221-1284) se distinguía, además, qué cartas debían hacerse en pergamino de cuero y cuáles en el de paño, dado que, como han destacado varios autores, el papel todavía se consideraba un medio inestable, de desconocida perdurabilidad¹⁷. Y aunque, como todos sabemos, terminó por imponerse, la geografía de la aceptación del papel en las cancillerías muestra que sus cualidades se apreciaron de manera muy diferente. En contraste con Alfonso, Jaime I de Aragón, llamado el Conquistador (1208-1276) hizo confeccionar los registros de la Cancillería aragonesa mayormente en papel, las Cancillerías vaticana, angevina, francesa, portuguesa y la castellana, usaron el pergamino. Por el contrario, el notariado ligur y provenzal usó, desde muy temprano, el papel para sus libri notabularum, costumbre seguida por los notarios catalanes de la primera mitad del siglo XIII¹⁸. Según Aragó y Trenchs, parecería haber habido una doble localización, según el medio de registro empleado: un área continuadora de los usos romanos, que empleó el pergamino y prefirió la forma de libro registro, tuvo su principal foco en los registros vaticanos, influenciando las prácticas del sur de Italia, y, a través de Nápoles, las de Francia. De allí pasaría a Portugal. La expresión del registro con forma de rotuli o rollos en pergamino tuvo su expresión más acabada en la Cancillería británica.

    Los autores arriba citados destacan el carácter innovador de las medidas aragonesas que demuestran la escasa influencia germánica y pontificia en nuestros reinos y un sentido más práctico y económico de la administración¹⁹. Este cambio tradicionalmente se atribuyó a la disponibilidad de este material a partir de la conquista de Játiva (1244), célebre en el mundo árabe por la calidad del papel producido en sus talleres, y a la expansión de Aragón sobre los reinos árabes de Murcia (1265-6)²⁰. Significa un cambio tan grande desde el punto de vista administrativo, tecnológico y cultural, que más de un historiador ha afirmado que el verdadero inicio del mundo moderno debe buscarse en el papel de los archivos de Aragón del siglo XIII²¹.

    Sin embargo el papel español perdería protagonismo en aras del italiano, por un lado gracias al perfeccionamiento del arte papelero por parte de los genoveses y su dominio de la tecnología hidráulica²². Recordemos con Enrique Otte que los genoveses gozarían del monopolio del papel fino blanco por varios siglos y que Sevilla importaría cantidades importantes destinadas a los libreros, merceros y especieros²³. Frente a la decadencia del papel árabe-español, España en el siglo XV se convirtió en receptora de papel italiano. Los puertos de Mallorca, Barcelona, Valencia, Granada serán la entrada para el papel enviado a los comerciantes de Ancona allí radicados, y transportado por genoveses. Ya en el siglo XV un papelero genovés se instaló en Valencia, a los que seguirán muchos otros en distintos parajes de Cataluña, Castilla y el resto de España²⁴. De tal manera, a partir del siglo XVI, el papel que se consumió en Sevilla y que se envió a Indias procedió en su mayor parte de Génova, proveedor casi exclusivo hasta fines del siglo XVIII. Las nuevas repúblicas americanas dependerán, asimismo, del papel de ese origen: la historia del papel, como sustrato fundamental para la administración del gobierno y del comercio, plantea grandes continuidades que aún merecen ser tomadas en cuenta por la historia política.

    En un marco de creciente importancia de la producción de documentos escritos en papel (también en pergamino) y de las prácticas del derecho español, los escribanos –hombres sabedores de escribir– se consolidan y se propagan como intermediarios indispensables entre la verdad, las cosas y los hombres. Como hace casi un siglo mencionaba A. Giry, los más antiguos manuales del arte notarial, con las fórmulas destinadas a servir de guía a los aprendices, proceden de la Bolonia de los siglos XII y XIII, algunos de los cuales propagaron en Francia las doctrinas italianas hasta fines de la Edad Media, multiplicados luego por la imprenta²⁵. En España los escribanos de la casa del rey, a cargo de sus actas, privilegios y cartas, se distinguían de los escribanos públicos, a cargo de las cartas de compra y venta y de los pleitos. La remembranza de las cosas pasadas quedaba en sus registros, en las notas que guardaban y las cartas que hacían²⁶. En los siglos siguientes el oficio de escribano, público o de concejo –que también adoptó el nombre de secretario–, proliferaría junto con el de otros dadores de fes públicas, como los notarios, secretarios de ayuntamiento y de juzgado, creando, en palabras de Leonor Zozaya, un rico trajín documental entre las escribanías y los archivos²⁷. Pero también, y más relevante a los efectos de este trabajo, consolidando formas de escribir, de ordenar la escritura, los testimonios y la información²⁸. Además, ligados a las actividades comerciales y navegantes aparecerían las instrucciones, la lista, el catálogo, el inventario, el libro de cuentas, el diario (journal), las memorias, los repertorios, muchos de ellos originados en el arte de llevar los libros y las cuentas en el mundo del comercio de Génova, Ámsterdam, Venecia o Sevilla²⁹. En ese contexto, al que Harold Cook otorga un papel central en la configuración de la ciencia moderna, refiriéndose sobre todo al comercio motorizado desde los Países Bajos³⁰, se expandieron y se estandarizaron las formas de registrar la información con relación a entradas y salidas, movimiento de bienes, mercancías e inventarios del haber de los almacenes.

    El centro más importante de procesamiento de información, como han estudiado Bernhard Siegert y Wolfgang Schäffner, está, sin embargo, representado por la Casa de Contratación de Indias. Este órgano administrativo, creado por decisión de los Reyes Católicos en 1503 en Sevilla, centro comercial y financiero de importancia, se encargaría de coordinar y centralizar la gestión y gobierno de todo el comercio con América. Anteriormente Portugal había establecido las llamadas Casa de Guinea y Casa de la India como centros de control del comercio de especias y otros productos, todas con un aire de familia compartido con las instituciones comerciales medievales mediterráneas y hanseáticas, pero que, ahora, adquirían el perfil de una institución pública bajo control y al servicio del Estado³¹. La Corona española, a diferencia de la portuguesa, dejó en manos privadas el comercio trasatlántico, recibiendo la Casa de Contratación sevillana competencias sobre la navegación con Indias (p. xx). Así, concedía autorización para viajar y, en ese sentido, Siegert ha analizado el proceso por el cual se autorizaba a los pasajeros de Indias como un dispositivo burocrático para la creación de una identidad sustentada en testigos, testimonios y formularios³².

    Como afirma Balmaceda, esta dependencia –del papel italiano– se agravará a partir de la invención de la imprenta y el descubrimiento de América, que, además de la necesidad de este soporte para llevar a cabo la administración de las colonias, se verá apremiado de cantidades mayores a partir de 1636, cuando se implante el uso del papel sellado para todo documento administrativo en el amplísimo ámbito geográfico de la Corona Española³³. Los trabajos de Lutgardo García Fuentes señalan, no obstante, que durante el siglo XVII se aprovisionaban para exportar a Indias el papel de los molinos españoles existentes en Segovia, Gerona y Cuenca. Más adelante se hicieron con este negocio los mercaderes franceses, que tienen a Nantes como centro redistribuidor y envían dicho papel francés a Bilbao, Lisboa, Sevilla. Sin embargo, el cuasimonopolio genovés se consolidó en 1673 cuando Carlo Esporón propone su estanco para suministro de papel a España e Indias, aunque el Consulado de Sevilla se opuso a dicha propuesta de monopolio, como ya se había intentado antes por el grupo financiero genovés de Grillo y Lomelin³⁴. Antonio García Baquero señala que en Génova trabajaban más de 150 molinos; luego, a mediados del siglo XVIII en adelante sería importante la producción papelera catalana, pero el abastecimiento a Indias deja constancia de las reexportaciones del papel genovés llegado a Sevilla y Cádiz. De esta manera, la Casa –y los escribanos de la ciudad de Sevilla– se transformó también en una de las principales consumidoras y promotoras del papel. Pero a pesar de la impresionante cantidad de documentos de todo tipo que se generaba cada día, no existe todavía un estudio pormenorizado sobre el gasto y la movilización de recursos en lo que respecta al consumo de este material fungible.

    La Casa de la Contratación también tuvo a su cargo la preparación y apresto de las embarcaciones, supervisando el flujo de materiales y productos para preparar los viajes; además, fiscalizaba y registraba las mercaderías del tráfico marítimo, un elemento estratégico para la Real Hacienda³⁵. Sumado a ello, la Casa fue un gran centro de procesamiento de datos científico-geográficos, ligado a la escuela de náutica y a la producción de mapas para uso exclusivo de la Corona y sus aliados. Como dice Álvarez Nogal, aspectos como el lenguaje, la escritura, el sistema numérico, las pesas y medidas, las unidades de cuenta y la moneda fueron impuestos por la Corona española desde el inicio de la actividad económica con América y perduraron de forma estable a lo largo del tiempo³⁶. Siguiendo a este mismo autor, la Casa permitió definir la forma de transferir información y los métodos para lograr que esta fuese creíble. Y si bien el gran volumen se refería a la plata, al oro, y en menor medida al cobre, a Sevilla podían llegar muestras de otros minerales, piedras, resinas y colores vegetales para evaluar si su explotación podía tener valor económico³⁷. Registrar con propiedad el tráfico implicó el desarrollo de prácticas y métodos para poder clasificar, ordenar y distinguir las diferentes cosas de la industria y de los tres reinos de la naturaleza procedentes de mundos antes poco conocidos.

    Así, Nicolás Monardes (1508-1588), médico sevillano, hijo de un librero genovés socio de un impresor polaco-alemán, gracias a un acuerdo con la Casa de Contratación, empezó a estudiar y a describir las materias médicas animal y vegetal llegadas de Indias. El objetivo: comercializarlas en Europa, adaptándolas a los textos medicinales antiguos. No solo eso: como buen comerciante, Monardes se volvió un fecundo propagandista de las virtudes de esas nuevas medicinas, describiendo sus propiedades en varias obras que se cuentan entre las científicas (y comerciales) más reeditadas en la Europa de entonces. Los libros de Monardes se tradujeron al latín, italiano, francés, inglés y alemán, por una empresa favorecida por sus conexiones familiares con el negocio de la impresión y comercialización de libros. Genoveses, sevillanos y tráfico indiano se retroalimentaban mutuamente, generando la necesidad de nuevos objetos para comercializar y también para reemplazar a las terapéuticas de tradición antigua o tardo-medieval. Así, como se ha analizado en otros trabajos, el comercio sevillano y los catálogos de esos comerciantes actuaron como una suerte de nudo que

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