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El Pekín Express Canino III. Madrid Express
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El Pekín Express Canino III. Madrid Express
Libro electrónico564 páginas8 horas

El Pekín Express Canino III. Madrid Express

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En marzo de 2019 mi perra Cocaí y yo salimos de Madrid con una mochila, una tienda de campaña y una misión entre ceja y ceja: llegar a China a dedo. Un viaje que bauticé como el “Pekín Express Canino”. No llegaríamos a Pekín –nos pilló la pandemia cuando andábamos por India– ni sería exprés, pero canino fue un rato: además de viajar con perro por Turquía, Georgia, Armenia, Irán, Pakistán e India y sumergirnos en sus apasionantes culturas humanas y perrunas, sumamos una nueva peluda al equipo en el desierto de Rajastán: Chai. Tres años después volvimos a casa con una perra india y un camino plagado de aprendizajes, aventuras trepidantes y seres maravillosos. Nuestro periplo por Asia se divide en tres partes o viajes en sí mismos: Nueva Delhi Express, Confinamiento en India y Madrid Express.

EL MADRID EXPRESS CANINO (febrero – diciembre de 2021). Una vez asumido que era imposible seguir hacia el Oriente debido a que estaban las fronteras cerradas decidí volver. Lo haríamos también por tierra, y la pandemia no nos lo iba a poner nada fácil. Esta odisea dura y maravillosa, con yincanas y triquiñuelas para cruzar cada frontera de lo más variopintas, tuvo como país estrella a Pakistán: por tiempo (seis meses hasta que pudimos cruzar a Irán), aprendizaje cultural (qué cantidad de grupos étnicos y tradiciones), amigos hechos y, sobre todo, sucesos vividos. El mes entero de Ramadán y sus celebraciones posteriores, ser adoptados por una familia real en Chitral o salir en la tele y convertirnos en verdaderas celebrities con escolta son algunos de ellos. Pero sin duda el más difícil y dramático fue superar la rotura de bazo de Cocaí y su operación de emergencia a vida o muerte. Casualidades de la vida, su hermana Chai fue vital con una transfusión de sangre. En Irán tuvimos problemas con los servicios de inteligencia, que no se fiaban de mí por haber permanecido tanto tiempo en Pakistán durante el auge de los talibanes en la vecina Afganistán y decidieron investigarme: me requisaron el portátil, el disco duro y los diarios de viaje. Acabamos el viaje de la mano de mis súper padres, que se cruzaron toda Europa en coche para venir a por nosotros a Turquía. Con Cocaí aún convaleciente y después de todo lo vivido no podía imaginar un final mejor.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2023
ISBN9798215726877
El Pekín Express Canino III. Madrid Express
Autor

Roberto Sastre

Biologist and traveler.Things I like the most:Family & Friends;Ice creams;Writing;Photograpgy;Dogs;Traveling;And traveling with my dogs, Cocaí & Chai

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    Vista previa del libro

    El Pekín Express Canino III. Madrid Express - Roberto Sastre

    PRÓLOGO

    Tras nuestras peripecias a lo largo y ancho de las Américas –Sudamérica, 2013-14 y Norteamérica, 2016-17– mi perra Cocaí y yo volvimos a casa. No era un regreso eterno, sino una parada anhelada y necesaria para disfrutar de la familia, los amigos y la vida cómoda. Teníamos sed de más. Y ese más fue materializándose o transformándose en el trazo abstracto de un continente… en las exóticas tierras orientales. Soy de los que prefieren darme de bruces y sorprenderme con lo desconocido e ir sacándome las habichuelas y aprendiendo por el camino, pero tampoco soy un completo inconsciente. Durante los siguientes meses fui informándome y preparando papeles para la gran aventura que se venía.

    En marzo de 2019 Cocaí y yo salíamos de Madrid con una mochila, una tienda de campaña y una misión entre ceja y ceja: llegar a China a dedo. Un viaje que había bautizado como el Pekín Express Canino y que giraba en torno a tres preguntas. Las tres tenían una parte de respuesta intrínseca a la aventura y goce personal… y otra vinculada a mi coartada (aunque prefiero llamarlo motivación extra) para plantearme semejante locura. Y esas preguntas eran:

    ¿Por qué Asia? Por múltiples razones, pero concretando un poco por: su inmensa variedad cultural, reflejada en sus grupos étnicos, religiones y creencias, lenguas, costumbres y tradiciones…; sus históricas ciudades, pueblos, puertos y caminos protagonistas de la Ruta de la Seda; sus majestuosas montañas, áridos desiertos, salvajes playas y, en general, naturaleza sinigual… En definitiva, por tratarse del continente más diverso del mundo, el mejor escenario para aprender y, al mismo tiempo, significar un reto hasta entonces sin precedentes para mí. Además, se podía llegar por tierra, sin tener que meter a Cocaí en un avión. En cuanto al objetivo de trabajo, quería observar y documentar sobre la vida de los perros y su relación con los pueblos que fuésemos encontrando. El enfoque principal era demostrar que hay más amantes de los perros (y de los animales en general) de lo que creemos en países estereotipados desde Occidente, en especial los musulmanes, pero me llevaría una sorpresa mayúscula: la gran variedad existente entre países y territorios en materia de cultura perruna en Asia.

    ¿Por qué a dedo? La respuesta corta: por el acercamiento a la gente local y por el bolsillo. Pero vamos con la respuesta larga. El autostop no es que sea mi forma favorita de viajar, es que es el viaje en sí mismo. Te lleva a vivir aventuras únicas y, sobre todo, conocer personas increíbles, que al final es lo más bonito y lo que uno más recuerda cuando regresa a casa tras un gran viaje por el mundo. Y, por tanto, lo que más busca un alma viajera cuando sale a la ruta. Podría decirse que el autostop es una especie de filtro para conocer a la gente más generosa del planeta, y en mi caso suelen ser además amantes de los animales. Por otro lado, dado mi bajo presupuesto viajero, me permite prolongar la travesía. No solo reduzco los gastos de transporte, sino también muchas veces los de comida… y alojamiento. No son pocas las veces que los Ángeles de la Carretera te invitan a sus casas. En ocasiones la conexión es tan grande que uno acaba quedándose semanas en estos hogares, formándose una amistad de por vida.

    ¿Por qué con perro? En primer lugar, quiero aclarar que los perros son felices recorriendo y explorando. Especialmente si, como las mías, han mamado carretera desde cachorras. El disfrute enorme que produce vivir una aventura con tu familia perruna es razón más que suficiente para responder a la pregunta. De manera adicional, viajar con Cocaí (y luego también con Chai) me ayudaba a perseguir una serie de objetivos que me marqué antes de partir: animar a otros mochileros a lanzarse a una travesía canina de este tipo. La idea era simple: si podíamos nosotros, podrían otros. También informando sobre los sitios en que nuestros compis son bienvenidos, países más dog-friendly, etc. Por otro lado, una de mis misiones más ilusionantes consistía en tratar de aportar mi granito de arena en la lucha por la concienciación y los derechos de los animales. Mis aspiraciones eran humildes, a un nivel local a través de nuestros encuentros con adultos y niños poco acostumbrados a los perros… pero acabaría colaborando también con varias protectoras en países como Armenia, Pakistán o India. Además, para mi sopresa y satisfacción, algunos de mis hospedadores adoptaron perros de la calle después de nuestra visita.

    En definitiva, con el Pekín Express Canino buscaba una gran aventura por Asia con Cocaí y, al mismo tiempo, colaborar en ciertas parcelas que tienen relación con los perros y los animales. Mi mente ambiciosa y aventurera fantaseaba con una ruta por Oriente Medio, Indostán y Sudeste Asiático hasta China… y otra de regreso por Asia Central, también por tierra. Sin embargo, nos pilló la pandemia cuando andábamos por India. De Pekín y express habría poco, pero canino fue un rato. Además de viajar con perro por Turquía, Georgia, Armenia, Irán, Pakistán e India y sumergirnos en sus apasionantes culturas, sumamos una nueva peluda al equipo en el desierto de Rajastán: Chai. Casi tres años después volvimos a casa con una perra india y un camino plagado de aprendizajes, aventuras trepidantes y seres maravillosos. Todo lo cual registré en mis diarios de viaje.

    Nuestro periplo por Asia se divide en tres partes o viajes en sí mismos, marcados inevitablemente por la pandemia:

    NUEVA DELHI EXPRESS (marzo de 2019 – marzo de 2020). La única etapa normal, cuando todavía el mundo seguía su curso sin ser perturbado por ningún virus. Atravesamos en autostop Europa, Turquía, Georgia, Armenia, Irán, Pakistán y gran parte de India, alucinando con el contraste entre paisajes y culturas. Convivimos con familias turcas, kurdas, persas, baluches o pakistanís, enamorándome de estos estigmatizados pueblos y su hospitalidad; me robaron en Georgia; tuvimos un accidente de coche en Armenia; hubo flechazo con una mochilera taiwanesa… y nos acompañaría parte del viaje; vislumbramos sitios de la talla del Cáucaso, el Himalaya, Estambul, Isfahan, Persepolis, Ephesus, el monte Ararat, el Taj Mahal… Pero si hay un hecho que marca ya no esta etapa, sino mi vida, es el habernos topado con Chai. Esta cachorra, que apareció de la nada mientras acampábamos en el desierto de Thar, Rajastán, tardó poco en conquistarnos. Éramos la familia que necesitaba. Así, comenzó una aventura a tres por India.

    CONFINAMIENTO EN INDIA (marzo de 2020 – marzo de 2021). Cuando estábamos subiendo en el mapa para ir hacia Nepal llegó el coronavirus y lo cambió todo. Vivir un año de pandemia en India fue una de las cosas más locas que jamás haya experimentado. Los comienzos con la policía pegando palos y poniendo castigos surrealistas a quien saliese de casa nos tocaron en el tórrido sur, en Pondicherry. Confinados con otros viajeros en una casa, fuimos discriminados como nunca antes por ser extranjeros. Allí estuvimos siete meses y dediqué gran parte del tiempo a los perros callejeros y ayudar a organizaciones animalistas locales. Además, hicimos las mayores amistades del viaje, incluido un chico de Hyderabad y su gato, con quienes haríamos un viaje multiespecie épico de un mes hasta el norte del país, cuando por fin levantaron las restricciones de movimiento entre estados. En esta nueva normalidad vivimos unos meses en un antiguo ashram en Rishikesh y exploramos los enigmáticos estados de Himachal Pradesh y Punjab.

    MADRID EXPRESS (abril – diciembre de 2021). Una vez asumido que era imposible seguir hacia el Oriente decidí volver a España… también por tierra. Esta odisea, con triquiñuelas para cruzar cada frontera de lo más variopintas, tuvo como país estrella a Pakistán: por tiempo (seis meses hasta que pudimos cruzar a Irán), aprendizaje cultural (qué cantidad de grupos étnicos y tradiciones), amigos hechos y sucesos vividos. El mes entero de Ramadán, ser adoptados por una familia real en Chitral, salir en la tele y convertirnos en verdaderas celebrities con escolta o superar la rotura de bazo de Cocaí y su operación de emergencia a vida o muerte fueron algunos de ellos. En Irán tuvimos problemas con los servicios de inteligencia, que no se fiaban de mí por haber permanecido tanto tiempo en Pakistán durante el auge de los talibanes en la vecina Afganistán y me requisaron el portátil y el disco duro. Acabamos el viaje de la mano de mis súper padres, que se cruzaron toda Europa en coche para venir a por nosotros a Turquía. Con Cocaí aún convaleciente y después de todo lo vivido no podía imaginar un final mejor.

    NOTAS IMPORTANTES

    Por motivos de extensión, estos diarios han sido divididos en tres libros, que, si no de manera totalmente fidedigna, se corresponden con las partes recientemente expuestas. El primer libro, NUEVA DELHI EXPRESS, narra la salida desde Madrid y el recorrido hasta India, con las aventuras vividas en Europa, Turquía, Georgia, Armenia y los dos primeros meses en India. El segundo, CONFINAMIENTO EN INDIA, narra el confinamiento en el sur de la India y la nueva normalidad en el norte de la India. Además, se retrocede a Irán y Pakistán. El tercero, MADRID EXPRESS, narra la vuelta por tierra a España, incluyendo el medio año que pasamos en Pakistán.

    Asimismo, me parece importante aclarar la naturaleza de estos libros. Son diarios o crónicas de viaje… escritos en ruta. Es decir, no esperéis una novela bien organizada, sino más bien un relato algo caótico con partes relatadas en presente y otras en las que me retrotraigo a rutas del pasado. Si bien traté de escribir con regularidad y hacerlo siguiendo una estructura e hilo cronológicos, no siempre pudo ser así. Debido a la manera en que viajamos, en autostop y dejándonos querer por las hospitalarias gentes, no me fue fácil encontrar los momentos para ello. ¡Especialmente en ciertos países, cuyos habitantes no te dejan solo ni para ir al baño! Valga como ejemplo nuestra primera incursión por Irán y Pakistán, donde en total pasamos tres meses y apenas pude abrir el cuaderno una vez. ¡Una! Paradójicamente, el confinamiento ayudó a que actualizase los diarios.

    SOBRE MI YO VIAJERO Y EL PROYECTO

    Soy biólogo y graduado en psicología, pero mi gran pasión es viajar y escribir sobre pueblos, religiones y culturas, donde también entran los perros y su relación con los humanos. Mi interés por este tema comenzó en 2013, cuando en un viaje por Sudamérica encontré a Cocaí, una cachorra moribunda. Juntos recorrimos gran parte del continente americano, compartiendo momentos inolvidables, superando adversidades y aprendiendo mucho. El proyecto Viajeros Perrunos nació por el camino, con la idea de demostrar que se pueden hacer grandes viajes con perro, incluso sin vehículo propio y bajo presupuesto, describir bajo nuestros ojos la vida de los perros en diferentes países y territorios y tratar de sensibilizar y ayudar en materia animal. A raíz de estos viajes he escrito varios libros y postales temáticas (microrrelatos), que es como me he ido financiando humildemente estos años. Se pueden encontrar en mi página web: www.viajerosperrunos.com

    MIS LIBROS

    Diario de viajes por Sudamérica y cómo convertí a una perra callejera en mochilera. Basado en mis cuadernos de viaje (Sudamérica 2013 – 2014).

    Diario de viajes por Norteamérica: una aventura a dedo con mi perra por México, USA y Canadá. Basado en mis cuadernos de viaje (Norteamérica 2016 – 2017).

    La Reina Leona. Un cuento basado en una historia real de una perra que conocí durante la pandemia en India y con quien formé un vínculo muy especial.

    El Pekín Express Canino. Nueva Delhi Express (parte I), Confinamiento en India (parte II), Madrid Express (parte III). Crónicas de un viaje a dedo con mis perras por Asia. Basado en mis cuadernos de viaje (Asia 2019 – 2021).

    Recorrido del 26 de marzo de 2019 al 17 de diciembre de 2021

    IDA

    VUELTA

    PAKISTÁN, LA TRAVESÍA

    MÁS ÉPICA DE MI VIDA

    23 Abril 2021. Peshawar, Pakistán

    El 12 de abril es una fecha que siempre recordaré... ¡Porque por fin salimos de la India! Tras intentar cruzar durante tres días seguidos… Tras incontables emails, llamadas e incluso visitas a organismos de la talla del Ministerio de Asuntos Interiores o la Embajada de Pakistán en Delhi… Y después de dos meses de espera entre Punjab y las montañas de Kasol y Tosh, un buen día recibo un email con una lista de personas a las que nos autorizan a cruzar. Todos indios y pakistanís… menos yo… y mis perras. El texto dice así:

    SPANISH NATIONAL WANTS TO CROSS OVER TO PAKISTAN ON FOOT WITH HIS TWO DOGS

    Y llegó EL DÍA. Dieciséis meses después nos íbamos por donde habíamos llegado. Y de la manera más épica. Mi estimado Sukh, amigo y hombre multitarea de confianza de Sahil y Simran, se puso el uniforme de taxista y nos llevó por la mañana a la Wagah Border. Cual fue nuestra sorpresa al llegar y ver que, a diferencia de un par de meses atrás, aquello estaba lleno a reventar. No eran las veinte o treinta personas de la lista… Ahí debían congregarse no menos de mil almas. Y lo más llamativo de todo: no iban con pintas discretas para nada. Aquellos eran personajes que parecía que se habían escapado de un festival: hombres y mujeres con túnica, turbante y espadas. Es una pena que fuese tan nervioso y no hiciese fotos.

    Resulta que esa semana empezaba la peregrinación a la gurdwara de Nankana Sahib, uno de los templos más sagrados de los sijs, en honor al primer gurú o líder de dicha religión, Nanak, nacido en esta ciudad al sureste de Lahore. Es decir, dicha ceremonia sij tiene lugar en la parte pakistaní, de ahí que acudiesen tantos devotos en tropel. Esa era la razón real por la que habían abierto la frontera de hecho, y los que llevábamos tiempo queriendo cruzar por otros motivos debíamos darles las gracias porque los Gobiernos de ambos países se hubiesen puesto de acuerdo en dejarnos pasar con ellos. Todos los de la lista, vaya. ¡Lo mejor es que no me sorprende que al final hayamos pasado gracias a la religión! La religión lo es todo en estas tierras. Para ponernos un poco en contexto debemos rebobinar un poquito en la historia reciente de India y Pakistán, hasta el año 1947.

    Tras muchos años de lucha con Gandhi y otros líderes de la independencia, por fin se fueron los británicos y la India se proclamaba estado independiente. La India… y Pakistán. Pocos imaginaban que lo peor estaba por empezar. Persecuciones y matanzas de musulmanes en el lado indio y de hindús en el lado pakistaní. Cada quien huía como podía al lado en que su vida no corría peligro, y así quedó Pakistán con una mayoría islámica y su archienemiga con una mayoría hindú. Los sijs quedaron un poco en el medio, o en tierra de nadie… pero la mayoría se refugió en India. En el estado de Punjab. Sin embargo, muchos de sus templos más venerados quedaron al otro lado de la línea. Salvando las distancias porque aquellos años fueron muy heavies, la enemistad dura hasta la actualidad, con periodos más o menos hostiles, y no tiene pinta de que se vaya a solucionar a corto plazo. Máxime con la posterior guerra y disputa por la rica y estratégica zona de Kashmir. Pero la religión es tan importante para ambas naciones y habitantes que pueden llegar a hacer cosas casi mágicas… como dejar a los feligreses que crucen al país vecino para rendir sus tributos en los templos en estas fechas marcadas.

    De pronto Cocaí, Chai y yo nos vimos envueltos en una marabunta de hombres con turbante y dagas en el cinturón y mujeres vestidas con sus mejores galas para la ocasión. Parecía que íbamos a un festival étnico más que a cruzar una frontera. Como diría mi amigo Darío, menuda fauna.

    No corona, le dije con ironía a Sukh, que se meaba de risa. Tantas medidas contra el covid durante más de un año para que de un día para otro abriesen y dejasen pasar a todo el mundo. Me despedí de él con un abrazo y nos sumergimos entre esa multitud de colores. Por suerte no tuvimos que hacer cola. Por extraño que parezca, nosotros éramos los raros y los que llamábamos la atención en ese mejunje de disfraces y cuchillos, y nos vieron las autoridades rápido. Además, ya nos conocían de nuestra anterior incursión…

    Come, follow me, me dijo un oficial indio con el típico uniforme caqui. Y nos coló ante la mirada de todos los sijs allí presentes que trataban de formar una fila ordenada. Algo que es imposible en un país como India. Sea como sea, me alegré mucho de tener ese privilegio de saltarme a todos los devotos.

    Fue un no parar desde las 10:00 hasta las 17:00. Pero ni el calor, ni el mogollón, ni las esperas y ni siquiera los agentes bravucones de turno (que los hubo) pudieron empañar la alegría que sentí al ver el nuevo tatuaje en mi pasaporte… y al poner un pie en estas tierras que dejé en diciembre de 2019 y que no pensaba volver a ver tan pronto. ¡O tan tarde! Estar de vuelta en un país tan especial como Pakistán habiendo esperado tanto y habiendo cruzado de la manera en la que lo hicimos es para dar volteretas. Felices de la vida con los pakistanís, que nos tienen en palmitas.

    En el lado indio solo mi querido oficial hijo de su madre que la otra vez se opuso tan tercamente a que pudiésemos salir del país puso algo de objeción. Pero no podía hacer nada. Al ponerme el sello de salida un compañero suyo le miré con una sonrisilla pícara como diciéndole: "te he ganado madafacka, y salimos del control indio. En el camino, barra procesión, hacia el control pakistaní fue cuando me enteré bien de todo lo del festival sij. Un joven religioso me explicó lo que he contado antes del primer gurú y me dijo que el festival empezaba al día siguiente, siendo además el big day", y continuaba durante diez días más.

    No obstante, cambiar de país no iba a ser fácil ni rápido en absoluto. Esta vez fueron las autoridades pakistanís las que se pusieron tiquismiquis. Fue una jornada durilla, avanzando a pasos lentos entre esa marabunta bajo un sol punjabi de abril, dando papeles y respondiendo preguntas en cada uno de los numerosos controles. Los policías pakistanís me pidieron todos los papeles míos y de las perras y los miraron con lupa. Yo mientras trataba de poner mi mejor cara de buena persona o inocente. Pero además, seguramente por mi historial cruzando ambos países en las dos direcciones, los Servicios de Inteligencia de Pakistán llamaron a mi amigo local Adeel, que me había escrito una carta de invitación. Tras un buen rato nos dejaron pasar al siguiente nivel o pantalla (como si fuese un videojuego): una sala atestada de peña donde conseguí, no sin sufrimiento, que me sellasen el pasaporte. Y cuando estábamos saliendo, casi con la miel de la victoria en los labios…

    You must come with me. Un oficial con barba me ordenaba seguirle.

    Amagaron con confinarme pese a mi PCR negativa. No podía creer la injusticia de que me quisiesen llevar a mí solo cuando allí había congregadas más de mil personas y encima peregrinando en masa. Me tuve que poner farruco y al final se conformaron con una prueba de antígeno en la misma frontera. Nos llevaron a un patio donde aguardaba un grupito de personas. Ninguna pertenecía al grupo sij. Eran de esa lista de permisos especiales. La razón de habernos reunido ahí era surrealista: querían hacernos una prueba rápida de covid. Solo a nosotros, no a la manada de sijs. Estoy acostumbrado a protocolos y decisiones sin sentido después de tanto tiempo en India, pero esta de verdad que ha sido de las más tontas que he vivido. Precisamente a los que estábamos en esa lista se nos exigía la PCR y la habíamos tenido que enseñar para pasar. Mientras tanto, los que pasaban gracias a sus creencias religiosas ni siquiera llevaban mascarilla. Vamos, que su manera de intentar detener los contagios no era la más inteligente. Cuando les pregunté que cuál era la razón de mirarnos a nosotros un oficial me espetó que porque ellos solo iban a estar entre una y dos semanas en Pakistán, como si eso tuviese que ver con frenar los contagios. Lo curioso es que el resto de compis que tuvieron que someterse a la prueba y por tanto esperar una hora ahí sentados no dijeron nada. Así que decidí imitar su filosofía y estar de colegueo con los militares y polis.

    Las personas que cruzaban con esos permisos tenían distintas razones e historias. Por ejemplo, estuve hablando con una familia con dos hijos. La madre me contó que su hermana vive en Karachi y que van a verla cada varios años. Desde Lahore cogerían un tren de más de 24 horas hasta la antigua capital de Pakistán.

    Dimos todos negativo y nos dejaron libres. Y con esa sensación de victoria de haber ganado la Champions League (de críquet, claro), me vino un súper déjà vu. Esa misma carretera por la que andábamos hacia la salida de la frontera la habíamos caminado antaño Cocaí y yo, también felices de la vida… aunque por razones distintas. Fue a principios de diciembre de 2019 y esa misma noche me reuniría con mi hermano en la India en lo que sería nuestro primer día de lo que a la postre serían quinientos. Ahora la abandonábamos y entrábamos en Pakistán con un miembro más en el equipo, dispuestos a vivirlo a tope hasta que, con suerte, relajasen las medidas contra el covid y pudiésemos seguir la vuelta por tierra (a día de hoy Irán sigue cerrado a cal y canto al turismo).

    Esa sensación cruzando tanto a la ida para reunirme con mi hermano en India como a la vuelta para por fin salir de ese medio arresto no se me olvidará jamás.

    WE MADE IT!, exclamaba mirando a Cocaí y Chai, que al notar mi subidón sonreían. Eso sí, los gritos eran de alegría contenida, sin querer llamar la atención no fuese que les diese por devolvernos a la casilla de salida. ¡Ni de coña, con lo que nos había costado!

    Y de pronto estábamos en tierras pakistanís. Habíamos empezado el trámite a las 10:00. Salíamos a las 17:00. Sin duda el cruce fronterizo más épico de nuestras vidas. Pero el día no había hecho más que empezar en realidad. Nuestra aventura pakistaní empezaría a tope de power. Basit, a quien conociera el último día de nuestra primera vez en Pakistán, vino al rescate en nuestro primer día de esta segunda incursión. Tanto él como Adeel, quien nos alojara la vez anterior a través de Couchsurfing y que ahora vive en una ciudad llamada Dera Ghazi Khan, me habían ayudado muchísimo tratando de averiguar si podían conseguir una carta de algún organismo en Lahore para facilitarme la entrada al país y no podía estarles más agradecidos. Le acompañaba un amigo llamado Hassan. No tenían coche, así que habían venido en tuk-tuk desde Lahore. Muy fuerte lo grande que tienen el corazón los pakistanís. En cualquier otro país damos la dirección y le decimos que se pille un taxi o como mucho se lo enviamos.

    Ya que estábamos ahí cerca de la frontera me propusieron ir a ver a un colega que vivía cerquita. Unos minutos después estábamos en el destartalado saloncito de su casa tomando té… y fumando hachís. Lo más sensato al aterrizar en un país, justo al lado de la frontera. Además, su amigo resultó ser un contrabandista de armas y droga. Qué bien… ahora solo falta que haya una redada, pensé. Para salir de ahí cuanto antes le dije a Basit que estaba muy cansado. Llamaron a un tuk-tuk y nos vino a buscar a la puerta.

    Qué mejor forma de entrar en la caótica Lahore que siendo un vehículo más circulando por los múltiples carriles de sus calles: íbamos adelantando a las motos y tuk-tuks más viejos y lentos y siendo adelantados por los coches y los tuk-tuks más modernos. La noche ya había caído mientras nos adentrábamos por esos laberintos surcados de edificios. Y mucha gente vestida en ropas tradicionales. Definitivamente, feeling in Pakistan.

    La casa de Basit es un cuchitril de mucho cuidado. O más bien pocos cuidados: viven rodeados de paredes desconchadas, el suelo cerdísimo y la cocina ni os cuento. Siendo políticamente correcto diría que, por lo general, no son muy higiénicos en el mantenimiento de las casas en Pakistán. Pero oye, que nosotros no hacemos ascos a nada y aceptamos todas las invitaciones felices de la vida. ¡Una cosa no quita la otra! Ahí hicimos una videollamada con el propio Adeel, cuya enorme sonrisa blanca como la nieve iluminaba su rostro oscuro. Para darnos la bienvenida llamaron a un buen puñado de amigos que encima trajeron la cena.

    Enjoy bro, because tomorrow the Ramadan will start, me dijo un chico bajito.

    What!? No podía ser cierto… pero sí. Empezaba el Ramadán al día siguiente por la noche… ¿¡Puntería o venganza de los indios por pasarnos al lado oscuro!? A viajar a dedo con dos perras por un país poco amigable con los canes se le sumaba el obstáculo de no encontrar tiendas abiertas y poder comer y beber a gusto durante la friolera de treinta días… Porque, como iba a descubrir y ya me temía, Pakistán se toma el Ramadán muy en serio… Nada que ver por ejemplo con Turquía, donde vivimos el Ramadán en 2019.

    Pero no era momento de pensar en eso, sino de festejar la salida de un país que nos tenía secuestrados y la entrada en otro que nos recibía con honores: los chicos encendieron tres porrazos para siete que éramos y empezó la fiesta. Con esa humareda hasta Cocaí y Chai se debieron pillar un buen colocón.

    Tocaba día de relax. ¡Más o menos! Empezó la mañana con un paseíto por el vecindario, observando las tiendas, negocios y la vida de la gente en general. Lo que pasa es que hicimos muchos, demasiados, amigos. Amigos infantiles… y cristianos. Basit vive en una comunidad cristiana, aunque él no lo es. Los pequeños, atraídos por Cocaí y Chai, porque en Pakistán es bastante inusual ver a alguien paseando a sus perros, se acercaron y acabamos juntándonos un buen puñado en el parque. Ese rato fue precioso, pero se quedaron con la copla de que estábamos alojados con su vecino Basit y eso iba a significar que nos visitasen y llamasen al timbre cada pocos minutos durante los siguientes días. ¡Pesadísimos!

    Tocaba hacer una gestión importante: sacar dinero, que no tenía un duro. Bueno sí, rupias indias. Al enseñárselas a Basit y preguntarle si creía que las podría cambiar por Pakistani rupees se rio en mi cara. Obviamente no. Me llevó a un cajero cerca de su casa que me daba error… luego a otro… y por fin en el tercero dimos en el clavo. Saqué una buena cantidad por si acaso tenía algún problema más adelante. Además, tenía que pagar una tasa de renovación del pasaporte… ¡Sí, otra vez! El que había gestionado (y pagado) en Delhi se había tenido que quedar abandonado a su suerte por lo precipitado del permiso para cruzar la Wagah Border. Desde la Embajada de España en Delhi me dijeron que lo destruirían en cuanto solicitase otro en Islamabad, cita que me habían dado en tres días.

    A última hora de la tarde, aprovechando que había bajado el calor infernal, Basit y Hassan me quisieron llevar a ver la Walled City de Lahore… pero estaba todo cerrado por un nuevo semi-lockdown recién decretado. Me contaron mis amigos punjabis que Lahore había sido la ciudad que peor lo había pasado en el país durante la pandemia, y que todavía se ordenaban confinamientos de vez en cuando. No vimos la fortaleza, pero el paseo en tuk-tuk estuvo divertido.

    Por la noche volvieron amigos de Basit a casa y repetimos la jugada de cena más colocón en otra célebre velada. ¡Y empezó el Ramadán! Decidí solidarizarme y hacer el ayuno esa primera jornada. No fue fácil. Nos habíamos acostado a las tantas y vino un hombre a pintar la casa a las 8:00. Aparte de despertarnos, el potente olor a pintura que fue esparciendo por las paredes truncó los intentos de volver a conciliar el sueño. Además, los niños del vecindario seguían dando la brasa. Ya podían haber sido musulmanes y tener las tripas rugiendo, pero no, eran cristianos y estaban full power. Los paseos con Cocaí y Chai bajo ese calor del demonio, con un hambre del demonio y asediado por estos pequeños demonios también fueron un desafío. ¡Pero lo logramos! El festín que nos dimos en el primer iftar, la cena ramadánica cuando se pone el sol, fue merecidísimo. Frutas, platos sabrosos, zumos, refrescos, agua… Nunca me había producido tanto placer comer y sobre todo beber.

    El olor a pintura era tan fuerte que nos dolía la cabeza y no vimos viable dormir esa noche ahí. Fuimos a casa de unos amigos yonquis perdidos. Las drogas ahí a otro nivel, pinchándose en vena directamente. No me gustó un pescao el percal y Basit y un amigo suyo que me había presentado esa misma noche debieron notarlo porque me propusieron ir a casa de este último. Muhammad Ahmad nos alojaría en su hogar durante los dos próximos días. Un casoplón en una zona rica de la ciudad. A día de hoy vive solo porque su familia vive en Dubai. Como Basit y el bueno de Adeel, va para dentista. ¡A ver quién acaba la carrera antes!

    Cocaí y Chai no podían pasar más allá del umbral, pero tenía una terraza cerrada donde estuvieron estupendamente (monté la tienda para que estuviesen más a gusto). Pasamos la noche tirados en la cama de Muhammad los tres, conversando y haciendo tiempo hasta el desayuno de madrugada, también llamado sehri. Lo tomamos a las 3:00 y acto seguido nos fuimos a sobar. ¡Yo con cuarto propio y todo!

    El día siguiente fue de ayuno también. Bueno semiayuno, que hice trampas. Sin una comida como tal, sobreviví hasta el iftar a base de agua, panchitos y galletas que había en la mesa del salón. Cocaí y Chai también hicieron el ayuno… pobrecitas mías. No tenía comida y Basit y Muhammad durmieron hasta las 16:00 (¡así también hago yo el Ramadán!), y por alguna extraña razón habían cerrado con llave la puerta de la calle, así que no podía salir. Por fin amanecieron y me dejaron la llave para salir. Dimos una vuelta por el barrio, que tenía un parque muy chulo, y compré pienso en una tienda. Luego Basit me acompañó a hacerme con una tarjeta para el teléfono… ¡LA PRIMERA DE TODO EL VIAJE! Siempre he preferido viajar sin internet e ir conectándome a las redes wifi cuando encuentro. Creo que así se vive y se disfruta mucho más un país. Pero ya sabía que en Pakistán es casi misión imposible dar con una red y al final dependes todo el tiempo de los lugareños que te dan datos. Además, con el tema de la pandemia no sé cuánto tiempo vamos a estar en el país (¿quizá meses?) y también necesito estar más conectado porque viene alguien muy especial y la estoy ayudando con los trámites… Sí, Sonia is coming! Aunque yo creo que aún le quedan un par de mesecitos… Nos costó que me diesen la dichosa tarjeta… De hecho, tuvo que dar Basit su número de identidad pakistaní. Por lo visto los extranjeros no podemos tener una tarjeta SIM…

    Y sin comerlo ni beberlo, y nunca mejor dicho, llegó el iftar. Los minutos previos fueron preciosos, sentados en la mesa frente a fuentes de ensaladas de frutas y frutos secos de todo tipo, yogur, zumos, samosas… Esperando la llamada a la oración. Esa señal de que podíamos empezar a zampar. Me imaginé a todas las familias que nos rodeaban en el vecindario de la misma guisa. Y a todo Lahore, a todo Pakistán… a toda la comunidad musulmana. La religión mayoritaria del planeta.

    Esa era la velada de despedida, pues al día siguiente tenía cita para el pasaporte en Islamabad. Iríamos en un bus en el que Basit me juró y perjuró que nos iban a dejar subir a los tres. Pero no salía hasta entrada la madrugada. Pasamos ese tiempo de la mejor manera posible: ¡jugando al ping-pong! ¡Ay, cómo echo de menos mis partidos legendarios con Paloma y Alberto! De los cinco partidos que jugué gané cuatro y perdí uno, quedando demostrado que Pakistán no tiene nada que hacer frente a España. Ahí, ahí, ¡saliendo la vena patriótica!

    Sobre las 2 de la madrugada salimos en el coche de Muhammad a un pequeño descampado que hacía las veces de estación de buses de tercera clase. Uno de ellos iba, efectivamente, a Islamabad. Aunque en un principio el conductor no nos quería llevar (solo si Cocaí y Chai viajaban en bodega, lo cual no era una opción), acabamos convenciéndole soltando rupias. Tuve que pagar toda la fila de atrás, 12 euros en total. Un poco caro para los estándares de estos lares y ese presupuesto en el que estoy ya tan metido, pero si lo pienso bien es muy poco en realidad. Sobre todo teniendo en cuenta que fue un viaje que iba a durar seis horas. De todas formas no podíamos ir a dedo porque tenía cita a las 12 del mediodía siguiente. Nos despedimos de estos dos seres maravillosos con un último chai de un puestecito. Brindando en su honor:

    To your friendship and to all your help, guys. Y se fueron justo después de que nos subiésemos al bus. Aunque se podían haber quedado haciéndonos compañía… ¡Lo que tardamos en arrancar! Primero había unos problemas con el vehículo que no llegué a entender y luego movidas varias entre los pasajeros. ¡Varios de ellos empezaron a discutir y acabaron llegando a las manos! La solución que puso el conductor fue separarlos, enviándome a dos de ellos a la parte de atrás, en la penúltima fila. Me hablaron en urdu y señalaron a Cocaí y Chai con cara de susto.

    No problem, they are very well-behaved. Se quedaron locos con mi respuesta. No por el contenido, sino por el idioma. A juzgar por sus caras no debían haberse cruzado con ningún extranjero en la vida. Spain, añadí, adelantándome a sus pensamientos.

    Pero realmente la tardanza se debía a que querían llenar el bus. En el cual, por cierto, nadie llevaba la mascarilla, al igual que en India. Salimos por fin a las 4:00. Apenas dormí. Entre que íbamos con la música a todo trapo (maldito conductor), Chai no paraba quieta y que enseguida amaneció fue imposible pegar ojo. Mucho mejor moverse a dedo, definitivamente.

    Llegamos con el tiempo justo, sobre las 11:00. El bus nos dejó en una plaza relativamente cerca del Diplomatic Enclave, un recinto cerrado donde se encuentran todas las embajadas y consulados del mundo que ya había tenido el placer de visitar (modo irónico on) cuando vine a gestionar la visa de la India a finales de 2019. Tenía que imprimir primero unos papeles que tenía listos en una carpeta del pendrive. Había un bazar ahí mismo, así que perfecto. Encontré una tienda de impresión y también le pedí a un shoemaker que vi en una calle si podía arreglarme la maltrecha funda de la cámara. Dicho y hecho: primero con tijeras retiró la hebra de la cremallera que imagino vio insalvable; luego fue probando distintas candidatas hasta que encontró la que mejor corría por la misma y después con aguja e hilo en mano tejió esa herida. Finalizó la obra de arte (porque lo que hacen estos hombres es arte) aplicando una especie de cera en la cremallera para que no se trabase. Mejor incluso que el arreglo que me había hecho el tipo de Mandi un mes atrás. No existen manitas más apañados en el mundo que en la India y Pakistán. Gracias a ellos no tengo miedo de que se me despeñe la cámara.

    Cogimos un taxi hasta el Enclave Diplomático. En la puerta me dijeron los de seguridad que no podían pasar Cocaí y Chai, pero me dejaron atarlas a la valla y me dijeron que las echarían un ojo. Las dejé a la sombra de un árbol con agua para que fuese un poco más llevadero el bochorno. Y empezó el show para penetrar en las entrañas de este sistema tan raro que tienen montado para ir a hacer papeles en Islamabad. Dejé la mochila y todos los aparatos electrónicos en una taquilla y seguí a un chófer que me fue asignado y que me llevó por esa burbuja de calles limpias y jardines con césped recortado que nada tiene que ver con lo que le rodea por fuera. En la Embajada de España me atendió una mujer muy simpática llamada Carmen. Llevaba ya tres años ahí, y en apenas unos meses se trasladaría a Filipinas. ¡No está mal ese trabajo oye! Hicimos un trámite para empadronamiento y solicitamos la expedición de un nuevo pasaporte.

    En unos dos meses puedes venir a recogerlo. Aunque con la pandemia puede que sea algo más. También me dijo que enviaría un correo a sus compañeros en Delhi para que anulasen el pasaporte que allí me aguardaba.

    Con el trabajo hecho salí lo más rápido que pude para reunirme con Cocaí y Chai, que estaban bien a pesar de mi preocupación de papá que teme por sus hijas. Ya tenía más o menos tejido el plan de los siguientes compases por Pakistán. Recorreríamos la zona norte, huyendo del calor del sur y centro del país, y cuando viniese Sonia al rescate volveríamos a Islamabad a buscarla… y de paso recoger el pasaporte. No contaba con que viniese antes de dos meses. Pensé incluso en irnos de Islamabad esa misma tarde, pues ya no teníamos nada que hacer en la aburrida capital, y no creía que fuese fácil encontrar un alojamiento con dos perras en mi haber. Para mi gran decepción, mis viejos amigos locales de Couchsurfing, Ilyas y Ayesha, no quisieron acogernos poniendo una excusa que prefiero no detallar que no había por dónde cogerla (se confirmaría al no querer quedar para vernos durante los días que estuvimos en Islamabad). Pero entonces, mientras me debatía sobre qué hacer a continuación, conocí a un joven de Karachi.

    My name is Asad. I came to pick my diploma for being the first Pakistani citizen to summit the Kilimanjaro in Africa, dijo sacando pecho. Y después de su carta de presentación me contó que se estaba quedando en un hostel muy cerca del Enclave y que creía que me dejarían quedarme con mis perras. Y aunque le dije que pensaba irme de Islamabad ese mismo día, se despidió con un: It’s called Youth Hostel, in case you want to come, y se metió en el taxi que había pedido y se esfumó carretera arriba. Tenía un hambre canina, estaba realmente cansado y no me veía capacitado para hacer autostop bajo el sol pakistaní de abril. Así que decidí seguir el consejo del escalador.

    Pero primero había que calmar esa necesidad básica. Un taxista nos llevó a la única zona cercana que conocía donde había varios restaurantes de comida rápida que servían comida a horas poco respetuosas para los que hacían el Ramadán. Yo necesitaba saltármelo. Pedí un sándwich y una limonada que fueron orgásmicos y después nos sentamos en un parquecito a descansar. Imposible, porque estamos en Pakistán. En pocos segundos ya había venido mazo de peña curiosa a conocer al trío marciano para ellos. Al cabo de un rato vinieron varios niños con un perro que habían agarrado de la calle y le habían puesto una cuerda a modo de collar y correa. Ante las risas de todos los presentes yo les regañé y se sorprendieron mucho. No se esperaban mi reacción. Al menos sirvió para que le dejasen libre de nuevo.

    Con el nivel de energía bajo mínimos miré en Maps.me a ver si salía el Youth Hostel y dónde quedaba… ¡No solo estaba, sino que lo teníamos al lado! Aunque me dijeron que no podíamos quedarnos, ni siquiera acampando en el jardín, Nader, un tipo muy peculiar que se estaba quedando ahí (ahora hablaré de él), habló con los trabajadores del hostel y les convenció. Con varias condiciones: 1) que mis perras dormirían en la tienda y yo en una habitación, y 2) que no podíamos andar por ahí por las mañanas, de 9:00 a 12:00 o así, porque venía el dueño y no lo iba a aprobar. No teníamos muchas alternativas (más bien ninguna), así que acepté el trato pensando que estaríamos solo aquella noche. Pues no: ¡serían cuatro!

    Para nada eran lo estrictos que habían mostrado ser y estuvimos relativamente a gusto. Después del estrés acumulado entre el cruce in extremis de país, más las primeras sensaciones en Pakistán, el haber llegado y empezar con burocracia y tal me sentí exhausto y vi que necesitaba quedarme unos días. Si no nos echaban nos quedábamos. Me daba pereza salir a hacer autostop con ese calor y nos quedamos como apalancados. Porque realmente no hicimos gran cosa.

    Por las mañanas hacíamos un par de horas el paripé yendo al parque de enfrente, donde siempre estaban los mismos niños del vecindario, que eran majísimos y nos hacían pasar un buen rato. Uno de ellos hablaba inglés perfectamente y congeniamos especialmente bien. ¡Nos acabamos haciendo amigos en Facebook y todo! Algo muy bonito de estas mañanas en el parque es que dos hermanos empezaron

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