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Gilgamesh
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Libro electrónico135 páginas1 hora

Gilgamesh

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Los temas y episodios que acabaron integrando la epopeya de Gilgamesh comenzaron a tomar forma en torno a deidades y héroes sumerios hace más de 45 siglos, aunque su escritura en tablillas de barro despareció de la faz de la tierra alrededor del siglo III a.C. y hace apenas 150 años se encontraron y descifraron sus primeros fragmentos.
Su mensaje contrasta con la doctrina que defiende que somos inmortales, aunque no niega la idea de que somos hijos del Cielo —en sentido literal, pues sus divinidades creadoras son las Estrellas, la Tormenta y el Agua dulce que brota del suelo y cae de las nubes, es decir, la Naturaleza viva, como pensaba Spinoza y lo demuestra la ciencia actual. 
Gilgamesh es un héroe formado con dos porciones divinas y una parte humana pero no deja de ser un simple mortal, indigno de equipararse a los dioses. Es el modelo humano de los salvajes domesticados por la ciudad que somos, ignorantes víctimas de la desmesura de nuestros deseos, arrebatados por la ambición que nos ciega y limitados por el error que constantemente nos obliga a corregir nuestras ideas y moderarnos, aceptando con valiente humildad nuestra ignorancia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 feb 2023
ISBN9798215892817
Gilgamesh

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    Gilgamesh - Humberto Saldaña Pico

    Introducción

    Los temas y episodios que acabaron integrando la epopeya de Gilgamesh comenzaron a tomar forma en torno a deidades y héroes sumerios hace más de 45 siglos, aunque su escritura en tablillas de barro despareció de la faz de la tierra alrededor del siglo III A.C. y hace apenas 150 años se encontraron y descifraron sus primeros fragmentos, dando inicio a la asiriología o interpretación de esos signos hendidos en barro con una cuña, llamados cuneiformes.

    La epopeya se integró con temas de antiguas narraciones protagonizadas por diversos personajes divinos y héroes míticos de nombres cambiantes, con adiciones de los diversos escribas que integraron y reformularon sus episodios (proceso que puede datarse desde el 2600 A.C.) Se considera que su composición culminó con la versión realizada por Sin-Lequi-Unninni (el devoto siervo de la Luna) hacia el 1200 A.C., que se conservó en fragmentos entre las ruinas de la Biblioteca de Asurbanipal, en Nínive. Los escribas neoasirios la siguieron copiando hasta mediados del siglo VII a.C. (cuando Asiria cayó ante Persia). Los primeros restos de tabletas con la epopeya aparecieron en excavaciones arqueológicas realizadas a mediados del siglo XIX. Hasta la fecha se ha completado en un 70% con lo que se halló y con trozos de pasajes aparecidos en otros lugares del Medio Oriente. Los huecos se llenan a veces con nuevas líneas de cascajos que alguien descubre en los depósitos de los museos o en el mercado negro.

    La epopeya de Gilgamesh viene a ilustrar el origen literario y urbano de nuestra civilización, su poesía arcaica nos resulta poderosa porque revela las claves de nuestra condición humana en un entorno salvaje y prístino aun, recién civilizado. Sus imágenes son tan originales, tan antiguas, que nos resultan nuevas, totalmente contemporáneas. A la vez, muchos de sus episodios, conceptos y reflexiones son el modelo de lo que va a narrarse después en las obras de Homero y en la Biblia, pilares literarios de la cultura occidental, que es la reencarnación europea de la civilización sumeria que se desarrolló en Mesopotamia, origen de los sucesivos imperios y ciudades dominantes del Mediterráneo.

    La versión arqueológica más completa de que disponemos es la que siguió Andrew George para hacer su rendición al inglés, publicada en Penguin Classics en 2001. Aunque su trabajo fue el hilo conductor de mi versión al español, consulté las versiones de otros dos asiriólogos para precisar el contenido que todos consignan, con mínimas diferencias objetivas de sentido y grandes variaciones de estilo.

    La epopeya sirvió de ejercicio escolar a lo largo de milenios a los jóvenes de Mesopotamia que querían ser escribas. A medida que se perfeccionó la escritura en sumerio y acadio, los signos con que representaron sus ideas ya no fueron objetos o símbolos abstractos de objetos, sino signos o rasgos gráficos que representaban sonidos, las consonantes, los fonemas básicos que emitimos los humanos al hablar en cualquier idioma. Estos signos o grupos de trazos hechos con cuña hendidos en el barro se estilizaron en Fenicia y se sustituyeron por letras singulares de rasgos más simples, con formas gráficas no-cuneiformes, pero que representaban los mismos sonidos consonantes. Los griegos añadieron las cinco vocales a esa serie de poco más de 20 signos gráficos fenicios y modificaron su tipografía, como luego también lo hicieron los romanos, cuando sustituyeron las letras griegas con sus propias grafías latinas, dando por resultado las letras de nuestro alfabeto actual, cuyos trazos dibujamos con rayitas rectas y semicírculos.

    Mi versión comprende solo once de las doce tabletas que componen el original (omito la XII, que no encaja en el hilo de la narración).

    Su mensaje contrasta con doctrinas que defienden que somos inmortales, aunque no niega la idea de que somos hijos del Cielo —en sentido literal, pues sus divinidades creadoras son el Abismo sin rostro del firmamento, las Estrellas, la Tormenta y el Agua dulce que brota del suelo y cae de las nubes, es decir, la Naturaleza viva (como pensaba Spinoza y lo demuestra la ciencia actual).

    Gilgamesh es un héroe formado con dos porciones divinas y una parte humana (naturaleza equiparable a la de Jesucristo, que la Iglesia de Roma mantiene como dogma) pero no deja de ser un simple mortal, indigno de equipararse a los dioses. Es modelo humano del salvaje domesticado por la ciudad que todos somos hoy, como lo fuimos al principio, ignorantes víctimas de la desmesura de nuestros deseos, arrebatados por la ambición que nos ciega, pero limitados por el error que nos obliga a corregirnos y moderarnos, aceptando constantemente nuestra ignorancia y cultivando una ética de valiente humildad.

    Tablilla I

    Gilgamesh se asomó al abismo, exploró

    la hondura sin fondo que sostiene el territorio

    que habitamos, vio lo profundo, se hizo sabio;

    aprendió el sentido de las cosas, presenció

    lo oculto, descubrió antiguos secretos y anduvo

    por apartados caminos y rincones lejanos,

    por los confines del mundo y más allá del horizonte,

    de donde trajo noticias de antes del Diluvio

    y antiguos ritos que habíamos olvidado.

    Largo fue su camino, llegó muy cansado.

    No halló sosiego hasta su regreso a Uruk.

    Al volver mandó tallar en relieve sus hazañas,

    todo cuanto hizo y padeció, sus logros y sus penas,

    sus proezas, sus desilusiones y sus fracasos.

    Entonces amplió las murallas en torno al Eanna

    y renovó el Templo, casa de Anu (señor del Cielo,

    padre de los dioses) y hogar en la tierra de Ishtar,

    su hija (la sensual y apasionada diosa del Amor

    y de la Guerra, la Estrella que es todas las estrellas

    y se vuelve un nudo de coléricos rayos si se enoja).

    Ven, recorre conmigo las murallas de Uruk,

    examina de punta a punta su impecable factura,

    atestigua su perfección, su ancho y pesado muro,

    su elevada altura y delicada inclinación.

    Admira su exacta albañilería, mira cómo se acoplan

    sus ladrillos de barro secados al horno,

    como si fueran hilos de lana. Su parapeto fulgura

    como el cobre y desde ahí baja, ancha y majestuosa,

    la antigua escalera que lleva al Templo.

    ¡Nadie podría imitar su esplendor!

    ¡Fue construida sobre los cimientos

    que antaño colocaron los Siete Sabios!

    La parte poblada de Uruk tiene 150 hectáreas.

    Un área similar se destina a cultivar palma de dátil

    y otra a fabricar ladrillos, cerámica y cazos de barro.

    El Eanna, su zona central, en 75 hectáreas integra

    la Plaza, el Palacio de gobierno y el Templo.

    En total, Uruk abarca 500 hectáreas.

    Mira debajo de los cimientos de la muralla,

    hallarás enterrada una caja de cedro;

    su cerradura es de cobre, guarda un secreto.

    Ábrela, levanta la tapa, ve lo que encierra.

    Son tabletas de lapislázuli grabadas con signos

    que parecen huellas de pájaro, marcadas

    con la aguda punta de un rayo. Hablan del destino

    del rey que a todos los demás reyes superaba.

    Cuentan sus proezas, lo que aprendió y padeció,

    lo que logró y perdió intentando evitar la muerte,

    ¡Lee cuán grande fue su desesperación

    y qué asombrosas experiencias tuvo!

    Gilgamesh fue hijo de Lugalbanda, creció

    derrumbando muros como una inundación

    y arrastrando cuanto impide su paso.

    Su madre, Señora de los Establos de Uruk,

    la ciudad cercada, la divina Búfala Ninsún,

    lo amamantó con su fuerza perfecta.

    Creció alto, magnífico, terrible.

    Fue un auténtico toro salvaje.

    Marchaba siempre delante de su ejército

    y permanecía a su lado, firme como la orilla

    de un río, en medio del tumulto y la matanza.

    Gilgamesh fue quien primero perforó pozos,

    abrió brechas y descubrió pasos desconocidos

    en la montaña (donde solo hay leones)

    y errando como una bestia herida anduvo

    por la estepa deshabitada en busca de una respuesta

    a su dolor, presa de la angustia al saber que moriría.

    Navegó a través del Océano infinito con rumbo

    al amanecer y llegó a una isla más allá del mundo,

    donde habita el único sobreviviente del Diluvio

    con su mujer, el inmortal Uta-Napishtim,

    llamado el Distante. Con él habló Gilgamesh

    de antiguos secretos y del fin que acosa a los mortales.

    A su regreso a Uruk, restauró los centros de culto

    destruidos por las aguas del Diluvio y volvimos

    a celebrar antiguos ritos que habíamos olvidado.

    ¿Quién podría ser su rival? ¿Quién más se atrevería

    a declarar sin pudor, en voz alta y con orgullo,

    Yo soy el rey de Uruk? Gilgamesh tuvo claro

    su privilegiado destino desde que le cortaron

    el cordón umbilical. En su hechura intervinieron

    varios dioses que lo formaron con dos porciones divinas

    y una

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