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EL COMPENDIO GRIS
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Libro electrónico833 páginas12 horas

EL COMPENDIO GRIS

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En otro mundo, tal vez en otro tiempo, una raza capaz de alterar materia y energía a voluntad a conferido a sus dones naturales el nombre de magia. Pero este poder no está libre de clasificaciones, mitos y mentiras.

El relato comienza en una sociedad moderna, aparentemente pacífica y ordenada, que aqueja el apogeo de la tecnología en detrimento de las artes clásicas. El estudio y la creación de magia ancestral, la cultura y el conocimiento asociado a unas disciplinas tan antiguas como indispensables, está cayendo peligrosamente en el olvido, un olvido que trae consigo desidia y negligencia.

A través de los protagonistas descubrimos el curso de unos acontecimientos históricos que tendrán un impacto global, aparentemente puntual, pero que en realidad generará un punto de inflexión en la historia de este mundo, que se verá sometida a una convulsa serie de cambios imparables.

Una obra desarrollada a través de tres volúmenes, que denuncian la apatía social, la ignorancia, la discriminación racial, la dependencia tecnológica y la desinformación como manto para cubrir el odio a lo que es temido por ser diferente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 ago 2023
ISBN9788468577852
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    EL COMPENDIO GRIS - H.J. Polk

    index-5_1.jpg

    Se cuenta que hace cientos, miles de años, en una era en que los grandes magos luchaban contra los grandes brujos por conseguir el dominio de las tierras, se forjaron dos mundos, el de la magia blanca y el de la negra.

    La guerra se extendió durante cientos de años, arrasando la civilización y dejando el conocimiento en manos de pocos. Los escritos se guardaron a buen recaudo como preciados tesoros, muy lejos de los del bando contrario. Las letras eran atesoradas por preservar el conocimiento, el espíritu y la vida de cada magia, de cada mundo. Destruir esas letras, era destruir el bando opuesto.

    Y fue el bando oscuro, el de la magia negra, el que elucubró primero un plan para poder eliminar la esencia y el corazón de la magia de sus rivales, conjurando una sombra oscura que acechara entre las letras de la magia blanca, para engullirla y borrarla para siempre.

    Pero los trazados del destino cambiaron aquella misma noche el que debía ser el plan mejor elaborado de los brujos, y mientras el gran señor de la torre negra realizaba su conjuro, las fuerzas blancas lograron penetrar el terreno de los brujos por sorpresa y arrasaron con la ayuda del Theriderión todo cuanto encontraron a su paso.

    Tras la marcha blanca sobre terreno negro sólo el mejor discípulo del señor de la torre negra logró sobrevivir, huyó por orden de su maestro hacia algún lugar remoto.

    Después de la conquista los grandes magos ordenaron destruir todas las palabras negras. El miedo y la furia de los que habían luchado contra los brujos negros casi logró borrar su historia y acabar con su conocimiento para siempre. Pero algunas voces preocupadas pidieron que se rescataran textos y se salvaran libros de la quema, logrando preservar una pequeña parte del conocimiento negro, que sobrevivió para convertirse en algo casi anecdótico.

    La magia blanca consolidó su poder y estableció su jerarquía, acabando por reducir la magia negra a un mero recuerdo de lo que fue en un pasado muy lejano. Sólo en la morada que el discípulo del señor de la torre negra levantó, en algún lugar todavía encantado con la única magia negra realmente poderosa que aún sobrevive, se hallan ocultos los conocimientos que rescató consigo, para preservarlos a través del tiempo tras un impenetrable manto invisible que los oculta a todo mago.

    Tras la guerra el tiempo bajo el reinado de los magos transcurrió prolífico, dando paso a las nuevas ciudades, los nuevos órganos 6

    legislativos, la nueva civilización blanca. Y así, el hechizo ya lejano que conjuró tanto tiempo atrás el señor de la torre negra, fue quedando poco a poco sepultado, bajo las oscuras sombras del olvido.

    7

    Universidad de Varis, ciudad de Tísoro, Vorma.

    Máximus Brahm deslizó los dedos de su mano derecha sobre la parte superior de los libros cerrados de aquel estante. En mitad del sepulcral silencio de la biblioteca volvió a leer el papel que tenía en la mano izquierda, y alzó la vista para mirar los volúmenes que reposaban frente a él, sin encontrar el que coincidía con la referencia que tenía anotada.

    Comenzó a avanzar, moviendo la mano conforme descartaba títulos, hasta que se detuvo tras un par de pasos, confirmando que el libro que buscaba no estaba. Apartó la mano del estante y miró a su alrededor sin ver a nadie, escuchando.

    Brahm era un mago adulto, todavía joven, de estatura y complexión media, piel pálida, ojos marrones y nariz respingona. Llevaba bigote y perilla bien recortados. Su cabello castaño oscuro tenía un aspecto algo encrespado y caía revoltoso y largo por su nuca y sobre sus orejas, hasta tocar los hombros. Vestía con traje, camisa y chaleco, pero sin corbata, siempre con colores profundos. En los pies, tapados por los pantalones, llevaba unos botines también oscuros y bastante gastados. Tenía un aire vivaracho a la par que algo poético, su pose era relajada, pero todo su ser desprendía una energía activa.

    El sonido de unos pasos llegó entonces hasta los oídos de Brahm, que alzó la vista y miró por encima de la línea de los libros de aquel estante, intentando atisbar algo. Se separó del estante al no lograrlo, recorrió el pasillo a paso ligero y se adentró en el hall de la biblioteca, viendo que un alumno había entrado y estaba consultando el fondo de la biblioteca en una de las tabletas de mesa.

    Las tabletas de mesa eran aparatos planos, rectangulares y generalmente grandes, de unos treinta y cinco por cincuenta y cinco. Tenían un pie que salía de la parte posterior para poder anclarlas a alguna superficie, o para poder ponerlas sobre las mesas y regular la altura y la inclinación.

    Brahm atravesó el enorme hall de entrada para acercarse al mostrador de atención al público, lo rodeó, se sentó en la silla, encaró la pantalla de la tableta de mesa y comenzó a teclear.

    Gaiador Otom cogió la tableta de manos de Écelin Mörhen y frunció el ceño.

    8

    - ¿Y qué pone exactamente…? – preguntó -, no me aclaro con estos aparatos.

    Mörhen recuperó la tableta de sus manos.

    Las tabletas de mano también eran aparatos planos y rectangulares, pero a diferencia de las de mesa la longitud mayor no excedía el largo de una mano.

    - Pone, señor director – respondió -, el recuento final del número de alumnos por clases de este año, tras las últimas rectificaciones enviadas por los jefes de cada departamento.

    - ¿El recuento final…? – Otom negó -. En mis tiempos no había recuento final rectificado señorita Mörhen, había unos alumnos al empezar el curso, y esos eran los mismos alumnos que había al terminar el curso.

    Mörhen apretó los labios y cruzó ambas manos ante sí, sosteniendo aún la tableta entre ellas.

    - Sí claro – dijo -, pero esos tiempos han pasado y afortunadamente yo estoy aquí para recordárselo, y para controlar además la información en estos aparatos necesarios, por muy poco que le gusten.

    Mörhen se cogió la tela de su falda y tiró ligeramente para subir un poco el bajo, caminando hacia su mesa.

    Estaban en el despacho de dirección de la Universidad, en donde Otom, el director, y Mörhen, la subdirectora, tenían en la misma estancia su propia mesa. Acorde con su elevado propósito, el despacho de dirección había sido establecido en una hermosa sala empedrada de grandes proporciones, con las dos mesas de los directivos encaradas entre sí en el centro de la estancia. A un lado inmensos ventanales coronados por arcos conopiales, con vistas al lejano bosque y los cercanos jardines, al otro, una hermosa entrada guardada por un portón doble de madera oscura con ricas tallas históricas. Junto a un lateral de la mesa del director, muy cerca de las ventanas, reposaba un bonito y cómodo sillón de base giratoria, que permitía a Otom cambiar su posición para mirar al exterior o a la mesa de Mörhen.

    Otom era un mago mayor, de porte sencillo pero venerable. Tenía una pose tranquila y desprendía calma pero también irradiaba una poderosa energía vital. Lucía una barba y cabellera largas y grisáceas, era alto, de complexión delgada, con la nariz grande y los ojos melosos. Vestía con el atuendo propio de los magos de su época, pantalón y camisa claros bajo una túnica beige o grisácea que le llegaba casi hasta los pies, a veces suelta y a veces recogida con un cinto, más fina en primavera y más gruesa en 9

    invierno. Unas botas altas de piel oscura sobre los pantalones cubrían sus pies, y en una de sus manos lucía un anillo dorado y fino, cubierto de un brillo mágico muy hermoso.

    Mörhen no era de la misma generación que Otom, también tenía edad avanzada pero era un poco más joven. Era alta, delgada y muy pálida, con un aire coqueto muy personal. Solía llevar bonitos vestidos largos, de colores claros, entallados, de cuello alto y ricamente adornados con hermosos brocados. En su rostro ya envejecido aún lucía un hermoso lunar junto a sus labios finos y rojos, su cabello gris iba recogido en un moño clásico, alto, grande y muy elaborado, y sus manos llevaban las uñas habitualmente pintadas de algún llamativo color oscuro.

    Mörhen tomó asiento frente a la pantalla de su tableta de mesa, posó la tableta de mano y tocó la pantalla de la tableta de su mesa.

    - Los nuevos datos – explicó -, son fruto de las rectificaciones que se producen tras las primeras semanas de curso. Le recuerdo Gaiador que la normativa fue establecida hace ya cuatro años por el departamento de educación, permitiendo así a los alumnos cambiarse de clases si así lo desean durante las primeras tres semanas de curso, ya sea porque quieren otro profesor o porque se lo han pensado mejor y ya no quieren cursar esa asignatura optativa que creían que era otra cosa, o por lo que sea. También le recuerdo que es el período límite para dar de baja la matrícula de la universidad sin perder el ingreso de la misma. Kressêl me ha pasado todos los listados definitivos esta mañana, los datos finales están disponibles en la red interna.

    Otom resopló.

    - La red interna – protestó -, esas malditas maquinitas van a acabar conmigo.

    - Con lo que van a acabar es con el departamento de letras clásicas.

    Mörhen negó y apartó la mano de la pantalla, observando los datos.

    - Este año sólo tenemos treinta y cinco alumnos, veinte menos que el año pasado, y dos han decidido pedir migración a otra especialización nada más empezar el curso. Es desolador, Brahm debe de estar desconsolado, no hay manera de conseguir retener a esos chicos en clase.

    - No me extraña, están todos descerebrados con tanta tableta y tanta tontería. Cuando yo era joven no teníamos tanta tecnología, la magia era más que suficiente, no nos hacía falta meter los aparatos de por medio.

    - Sí, pero las cosas cambian, nuevas profesiones, nuevas tecnologías, nuevas asignaturas y carreras… y en consecuencia, las viejas materias de 10

    toda la vida quedan obsoletas, y acaban aparcadas y olvidadas. Es una lástima.

    Otom apartó la vista de Mörhen y la fijó en un objeto ovalado de metal que reposaba sobre su mesa.

    - Es algo más que una lástima, señorita Mörhen.

    Las clases habían terminado ya aquel día, los alumnos caminaban, charlaban y reían por los pasillos de la universidad, por el restaurante-cafetería, el jardín y las habitaciones. El campus entero rebosaba vida mientras las aulas se habían quedado ya vacías y la biblioteca permanecía en silencio, igualmente vacía a pesar de estar abierta al público.

    En medio de aquel silencio, a solas, Brahm trabajaba frente a la pantalla de la tableta de su mesa repleta de libros y papeles, que se encontraba a tan sólo un par de metros de distancia de la cara interna del mostrador de recepción de la biblioteca.

    Tocó la pantalla para pasar de página, trabajando.

    Una alerta saltó entonces en la pantalla de la tableta de mesa del mostrador de la biblioteca. Brahm dejó su trabajo y se acercó al mostrador, miró la pantalla y vio que alguien acababa de usar su carnet de estudiante para retirar automáticamente un libro de su temática, letras clásicas. Miró el acceso, pero sólo apareció el número que identificaba al alumno. Al no tratarse de un alumno de su departamento no pudo ver ningún otro dato, ni siquiera el nombre.

    Sonrió de medio lado, era el mismo número que había estado retirando libros de su temática desde hacía ya tiempo. Buscó el historial completo de aquel alumno, que reveló una lista tan larga de volúmenes que Brahm a penas se sintió capaz de creerla. Salió de detrás del mostrador antes de poder terminarla y comenzó a avanzar por el enorme espacio de la entrada, buscando.

    La biblioteca tenía una gigantesca planta rectangular, con numerosos ventanales con arcos en gola en sus altas paredes que la iluminaban majestuosamente. Aquella luz bañaba los suelos brillantes y las enormes bóvedas de lunetos que guardaban toda la estructura, reposando desde tiempos milenarios sobre la piedra tallada en forma de pilares. En su día aquella piedra gris y blanquecina había sido trabajada para levantar un edificio monumental, individual; con el paso de los siglos se había 11

    integrado como toda un ala de la universidad, eregida con horgullo junto a lo que, en otro tiempo, había sido una importante construcción.

    Miles de volúmenes reposaban en cientos de estantes de madera con tallas sencillas, las valconadas observaban silenciosas lo inmutable bajo sus alturas, la quietud reinaba en todas las mesas de consulta, en donde no había nadie sentado. Sólo el sonido de los botines de Brahm resonaba conforme seguía avanzando sin ver a nadie, hasta que llegó al pasillo correspondiente, giró y se acercó a la estantería en donde estaba habitualmente el libro. Extendió una mano y comprobó que no estaba, pero tampoco había nadie. Una vez más miró a su alrededor, escuchando, pero no oyó nada.

    Cogió su estilográfica, sacó un papel de un bolsillo y escribió un hechizo, hizo una pelota con el papel y lo lanzó al aire. El papelillo dio unas vueltas sobre sí mismo entre una hermosa luz tenue pero cálida, e inmediatamente después voló raudo por encima de las estanterías, hasta que tras unos segundos volvió por donde se había ido. Brahm alzó una mano para cogerlo a su vuelta, lo abrió de nuevo y leyó las letras al fondo, en el espacio en donde antes estaban las palabras de su hechizo. Sonrió de medio lado, se guardó el papelillo y caminó con el mayor sigilo posible hacia el distante fondo de la biblioteca, deteniéndose antes de girar la última fila de estanterías. Escuchó de nuevo sin oír nada, asomó la cabeza ligeramente y miró a ambos lados, comprobando que a la derecha había alguien. Salió de detrás de la estantería, dio un par de pasos y se quedó parado. Contra uno de los grandes pilares de aquella apartada esquina, había una joven en pie, con la atención totalmente capturada por un libro que mantenía sobre un brazo flexionado conforme cogía una página con la otra mano, pareciendo estar a punto de girarla.

    Brahm sonrió de nuevo, ni siquiera le había visto. Dio un par de pasos más para acercarse a ella, viéndola alzar por fin la vista. La joven pareció asustarse al verle, Brahm se detuvo.

    - Hola – saludó -, disculpa – pidió -, espero no molestarte, al menos no era mi intención hacerlo.

    La joven le miró con desconfianza, Brahm permaneció unos segundos más en silencio ante ella, pero no recibió ninguna respuesta. La repasó sutilmente con la vista. Tenía un aspecto cautivador a la par que hosco.

    Llevaba el vestido borgoña tradicional de las magas universitarias, de cuerpo entallado, cuello alto y falda amplia y larga hasta los pies. Su cuerpo era estilizado y estaba armoniosamente proporcionado, el cabello 12

    era largo, brillante y con ondas grandes de un color oscuro, su piel pálida, sus facciones dulces y sus ojos de un extraño y potente color claro.

    - Perdona – insistió Brahm -, sin ánimo de resultar entrometido, ¿puedo preguntar cómo te llamas?

    La joven cerró el libro en respuesta y se dio media vuelta sin mediar palabra, marchándose. Brahm la siguió con la vista al tiempo que entreabría la boca con pasmo, viendo cómo la joven se alejaba de él por el pasillo, yendo en dirección a la salida.

    Capitolio del consejo central, ciudad del Parnáseno, Merin.

    Ásgueir Thyrom caminaba tranquilamente por uno de los pasillos del Capitolio mientras leía algo en su tableta de mano, cuando una de las adjuntas del consejo se acercó a él, poniéndose a su altura para avanzar a su lado por el interior del enorme edifico de inmensas proporciones, de paredes de piedra blanca, techos altos y abovedados de misma piedra, ventanas largas de metal forjado por las que entraba ingente cantidad de luz natural y suelos claros brillantes.

    - Em – sonorizó la adjunta -, señor presidente.

    Thyrom se detuvo en medio de aquel amplio pasillo y bajó la tableta, mirándola.

    - Con Thyrom vale – sonrió -, ya lo tengo más que dicho.

    Thyrom era un mago ya mayor, de la misma generación que Otom, algo más bajo y más robusto. Llevaba también una barba larga pero más blanquecina y trenzada desde el bigote, su atuendo era idéntico al de Otom, con la salvedad de que las botas iban por fuera del pantalón y no por dentro.

    - Lo siento señor presidente – respondió la adjunta -, pero sabe que no puedo llamarle así.

    Thyrom apretó los labios al tiempo que espiraba con fuerza por la nariz.

    - ¿Qué ocurre? – preguntó.

    - El jefe del departamento de educación nos ha remitido las cifras definitivas para los alumnos totales de educación superior, la escolarización superior se ha reducido este curso en un cuatro coma ocho por ciento. Me ha pedido además que le dijera que los datos ya están 13

    volcados en su apartado y que le recomienda que eche un vistazo a las cifras totales de una especialidad en concreto.

    - ¿Cuál?

    - Letras clásicas. Al parecer tanto el director de la universidad de Varis como la directora de la universidad de Mosoma han recalcado su preocupación por los datos referentes a esta especialidad.

    - Bien, gracias.

    - De nada señor presidente.

    La adjunta se apartó de él y se marchó por donde había llegado, Thyrom volvió a mirar la pantalla de su tableta, buscó la información que le había comentado la adjunta y comenzó a revisarla, negando. Dejó de tocar la tableta, la guardó dentro de su túnica y continuó caminando hacia donde se dirigía.

    Universidad de Varis, ciudad de Tísoro, Vorma.

    Brahm entró en su aula y se acercó a su mesa, cogió una carpeta de uno de los cajones y sacó unas hojas de su interior que colocó sobre la mesa.

    La estancia era pequeña, mucho más que el resto de aulas de la universidad. En lugar de la piedra que envolvía todo el edifico, en ella abundaba la madera oscura, que cubría laminada el suelo y la techumbre.

    Resultaba obvio que en el pasado se le había dado un uso no relacionado con la impartición de lecciones, si no más bien como despacho u oficina, no obstante, su tamaño resultaba adecuado para acomodar el pequeño número de mesas destinadas al reducido número de alumnos de letras clásicas.

    Brahm sacó su varita y la movió en el aire un par de veces, miró de nuevo las hojas y releyó entre susurros lo que tenia escrito, alzó de nuevo las manos mientras seguía leyendo y paró, dirigiendo la varita hacia la puerta y conjurando un hechizo que hizo girar el pestillo de la cerradura, trancando la puerta.

    Esbozó una sonrisa traviesa, cogió una hoja en blanco y se acercó a la puerta, conjurando otro hechizo que hizo iluminarse la superficie de la hoja hasta brillar incandescente. Brahm la soltó entonces, la hoja se escapó 14

    fugazmente de sus manos, pasó por debajo de la puerta al otro lado y se extendió ante ella, permaneciendo iluminada a la altura de la vista.

    Brahm se apartó de la puerta, se sentó en su silla y cogió su tableta de mano.

    Los pocos alumnos principiantes en la especialización de letras clásicas comenzaron a llegar entonces al aula, topándose con la hoja brillante flotando ante la puerta cerrada. Se miraron unos a otros, preguntándose qué ocurría, mientras dentro de la clase Brahm observaba todo lo que pasaba al otro lado de la puerta, a través de la pantalla de su tableta.

    Esperó hasta que todos los alumnos hubieron llegado y comprobado que la puerta no se podía abrir, posó la tableta y apuntó con su varita hacia la puerta, activando el conjuro de la hoja en el exterior. La luz que cubría la superficie del papel se atenuó, dejando únicamente unos trazos que conformaron un texto brillante en el que rezaba un conjuro.

    Los alumnos volvieron a mirarse entre sí y a comentar con confusión la situación tras leerlo, dentro del aula Brahm se levantó de su silla y se acercó a la puerta, la golpeó por dentro y les llamó. Los alumnos se callaron, uno de ellos se acercó más a la puerta.

    - ¿Profesor? – preguntó.

    - Hoy vamos a hacer algo distinto – respondió Brahm -, en lugar de sentaros como estos días a copiar todos los conceptos básicos de la asignatura, vais a poner en práctica vuestro conocimiento deshaciendo el primer hechizo del curso.

    Brahm vio por la tableta cómo los alumnos se miraban entre risas y negaciones.

    - Tenéis que aplicar lo que ya habéis aprendido en estos días – continuó explicando -, lo que tenéis delante es un hechizo sencillo, de nivel básico, si queréis entrar en clase tendréis que romperlo. Trabajad en equipo, os será más fácil. Si conseguís entrar antes de que den el cambio de hora de la siguiente clase, no tendréis que entregar ningún trabajo de esta asignatura hasta dentro de dos meses – sonrió -. Buena suerte.

    Se apartó de la puerta, oyendo las quejas, las risas y los comentarios bromistas tanto a través de su tableta como de la propia puerta.

    15

    Otom tomó asiento ante la enorme mesa de su despacho y tocó la pantalla de su tableta de mesa, alguien le estaba llamando. Aceptó la transmisión y vio la imagen de Thyrom, sonriéndole.

    - Buenas, señor Gaiador – saludó.

    - Buenas, señor Ásgueir.

    - ¿Tienes un segundo?

    Otom asintió sin entusiasmo.

    - Sí, claro, dime.

    Thyrom frunció el ceño.

    - Te veo algo apagado – discernió -, ¿va todo bien?

    - Es este estúpido aparato, no logro entenderlo, no me gusta nada, ¿por qué demonios no me has llamado como se ha hecho toda la vida?

    Thyrom soltó un par de carcajadas.

    - Viejo rancio – bromeó -, hay que hacerse un poco a las nuevas tecnologías.

    - Bah, bah, vete tú por ahí con tus nuevas tecnologías, eres tan viejo y tan rancio como yo, o quizá más.

    - Perdona, pero es que todos los datos que necesito para hablar contigo me los ponen en estas cosas, así que tengo que adaptarme.

    - Ya.

    - Oye, te llamo por el tema de la carrera estrella.

    - ¿El qué?

    - Letras clásicas, Gaiador.

    - Ah, sí – Otom negó -, no podemos permitir que esa carrera desaparezca Ásgueir, lo sabes tan bien como yo.

    - Ya, ya lo sé.

    - ¿Qué ha dicho entonces el maldito consejo central?

    - Nada muy bueno.

    Otom bajó la vista y negó de nuevo, mientras, Thyrom buscó datos en su tableta sin cerrar la imagen de la llamada a Otom.

    - Según esto – dijo -, aquí en el Parnáseno también han perdido alumnos, pero el consejo se niega a aportar más fondos a la creación de empleo y puestos nuevos. No lo ven rentable. Me temo que su opinión es que mientras haya bibliotecarios ya es suficiente, no les preocupa lo que pueda pasar con el resto de profesiones relacionadas con la materia.

    - ¿Y van a dejar que desaparezcan todas las profesiones relacionadas con la palabra escrita tradicional?

    Thyrom suspiró profundamente, Otom enfureció el gesto.

    16

    - No puedes dejarles hacer eso Ásgueir, no puedes permitírselo.

    - Yo no soy el gobierno Gaiador.

    - No me vengas con monsergas, eres el presidente del órgano superior del gobierno, no me creo que no puedas hacer nada al respecto.

    - Ya son doce de veinte los miembros del consejo central que son menores de trescientos años, todos quieren cosas nuevas, todos piden renovación. Los miembros vitalicios sólo son cinco, con eso no puedo lograr nada en las votaciones.

    - No me hables de la burocracia insufrible que se ha establecido en ese Capitolio de nueva generación – protestó Otom -, todos esos jovencitos no tienen el menor poder sobre ti, ¿has olvidado ya la importancia de la magia antigua?

    - No la he olvidado.

    - ¡Pues ponla en práctica, maldita sea! Seguro que esa estirada directora de la universidad de Mosoma no se ha puesto en su sitio para pedir lo que es justo, seguro que no te ha pedido que les aprietes las tuercas, está demasiado ocupada con sus reuniones sobre los implantes y las vías seguras de comunicación mágica, muy ocupados todos con tanta tecnología y tanta burocracia inservible, y mientras tanto en el mundo de la cultura de verdad perdemos a las grandes mentes, mentes como las que levantaron los cimientos de esta civilización. Si nuestros antepasados nos vieran se les caería la cara de vergüenza.

    - Gaiador, voy a seguir intentándolo, pero poniéndonos a las malas no lograremos si no más oposición en este tema.

    - Sí, sí, ya… - refunfuñó Otom.

    - De momento tengo la obligación de comunicarte lo que ha votado el consejo esta misma tarde al respecto. En Mosoma no están tan preocupados porque su promoción para este año ha pasado de ochenta y cinco alumnos a setenta y dos, y por lo tanto no han notado tanto el cambio como vosotros.

    El departamento de letras clásicas sigue abierto y no han despedido a ningún profesor más.

    - Tienen la mayor biblioteca del mundo y aún así no llegan a un centenar de alumnos en sus aulas, ¿cuántos crees que podemos atraer nosotros aquí?

    - No digo que los números no sean comprensibles, digo que-

    - Antes había cientos – interrumpió Otom -, cientos de alumnos de letras.

    Miles de magos hablaban con fluidez la lengua de los ancestros, y hoy es casi imposible encontrar a alguien que sea capaz de pronunciar dos frases seguidas. Los jovenzuelos hechizan de memoria, ni siquiera entienden lo 17

    que están diciendo. Es ridículo. Antes los magos sabían crear magia, ahora sólo la envían de una tablea a otra ¿Cómo vamos a crear magia si nadie sabe elaborar nuevos conjuros?, sin las letras la magia se extinguirá, se pudrirá, se estancará hasta parecerse a un lago verde lleno de moho que ya no puede respirar más. Convertir el estudio de la lengua de los ancestros en una asignatura optativa en la educación superior, ya fue un error lo suficientemente grave, pero dejar que la letra escrita desaparezca…. lo será aún más. Que es suficiente con tener bibliotecarios… Sin la palabra escrita la magia desparecerá, ¿es que esos jovenzuelos de tu consejo no saben leer el libro de las predicciones?, porque está en esa magnífica biblioteca vuestra.

    - Gaiador.

    - Junto al mismísimo Theriderión.

    - Gaiador.

    - El libro-

    - ¡Gaiador!

    Ambos se miraron en silencio durante un instante.

    - Te estás encendiendo – alertó Thyrom -, no hace falta que me sueltes todo el discurso cada vez que hablamos de esto, ya te he dicho que intentaré hacer todo lo posible para que el curso que viene esta situación no sea aún peor, seguiré presionando e insistiendo para que le den como mínimo la mitad de la importancia que tiene, si lo consigo, será más que suficiente.

    - Sí, de momento…

    Otom le agradeció su llamada a Thyrom, ambos se despidieron el uno del otro y colgaron. Otom se reclinó entonces sobre el respaldo de su silla y espiró con fuerza, meditando para sus adentros.

    Brahm recorrió los últimos pasos que le separaban del despacho de Otom y golpeó la puerta, oyendo cómo le permitían el paso. Abrió, cerró tras de sí y avanzó unos pasos, deteniéndose cerca de la mesa de Mörhen.

    - Buenas tardes – saludó -, siento el retraso, estaba-

    - No pasa nada – le dispensó Otom.

    Mörhen giró la cabeza desde su mesa para mirar con desaprobación a Otom, que estaba sentado en su sillón junto a las ventanas. Otom sonrió y 18

    se cruzó las manos sobre la tripa, Mörhen volvió a girar la cabeza para mirar a Brahm.

    - ¿Y bien? – preguntó Brahm.

    - Profesor Brahm – contestó Mörhen -, le hemos pedido que viniera para tratar un asunto de vital importancia, que sabemos que le tiene tan preocupado como a nosotros.

    Brahm movió la vista entre Mörhen y Otom, se movió ligeramente con incomodidad, negó y bajó la mirada, tomando aliento por la boca.

    - Mis alumnos ¿verdad? – alzó una mano y también la vista -, oh no, no, más bien, la inexistencia de alumnos.

    - Máximus sabemos que tú no tienes la culpa – aseguró Otom -, eres un buen profesor, eso es incuestionable. Nadie en esta universidad se esfuerza tanto como tú por mantener el interés de sus alumnos, no creo que haya otro profesor más preocupado por la originalidad de sus lecciones que tú.

    Hubo unos segundos de silencio.

    - Pero aún así – susurró Brahm - … vais a tener que despedirme y cerrar el departamento… ¿También van a cerrar la biblioteca?

    - Bueno – dijo Mörhen -, eso no es así del todo.

    - No, ya, en este curso no, pero-

    - La biblioteca ha de permanecer abierta profesor Brahm – aseveró Mörhen -, su labor aquí es doblemente importante e indispensable.

    - ¿Lo es? – preguntó Brahm con tono irónico -, porque yo diría que el consejo central no le otorga la menor importancia a nada de lo que nadie de mi rama profesional hace o deja de hacer, ni como profesor ni como bibliotecario.

    - Profesor Brahm-

    - Desde hace más de veinte años – la interrumpió Brahm -, el gobierno está permitiendo, y me atrevo a decir que incluso incentivando, que las profesiones relacionadas con las letras clásicas desaparezcan del mapa a pasos agigantados – subió el tono de voz -. El personal se recorta, las materias obligatorias se convierten en opcionales, los temarios se reducen, el nivel de las materias se rebaja, las notas de corte están por los suelos –

    negó efusivamente -. Ya no hay puestos de trabajo para mis alumnos, no hay igualdad laboral, los alumnos que se especializan u obtienen el profesorado tienen acceso a puestos remunerados con la mitad, o incluso tres veces menos de lo que perciben el resto de profesionales de otras disciplinas, ¡es vergonzoso! Pero ahora, resulta que mi puesto como bibliotecario es indispensable, ¿sólo ese puesto?, entonces deduzco que lo 19

    que acabarán haciendo será despedir a los pocos profesores que quedan en Mosoma y conservarán sólo a los bibliotecarios – levantó ambas cejas -.

    ¿Es eso?

    Mörhen tomó aliento por la boca entreabierta.

    - Sí – confirmó Otom -, eso es exactamente lo que quieren hacer.

    Brahm negó.

    - Es miserable. Una puta vergüenza. Si suprimen la carrera ¿cómo coño estudiarán otros alumnos para ser bibliotecarios en el futuro?

    - Profesor Brahm, por favor – intentó corregir Mörhen.

    - Estoy totalmente de acuerdo – coincidió Otom -. He hablado esta misma tarde al respecto con el presidente del consejo, es responsabilidad del gobierno el encargarse de evitar la desaparición de lo más importante que jamás podrá existir en este mundo. La señorita Mörhen tiene un programa, o lo que quiera que sea, para que nos dé su opinión sobre qué es lo que se debería de empezar a cambiar para que esta situación no acabe como usted y yo ya sabemos. Mörhen.

    Otom le señaló a Mörhen la tableta de encima de su mesa, Mörhen asintió.

    - Le he enviado una serie de formularios – explicó Mörhen -, verá que tiene que elaborar un informe lo más completo posible sobre la situación, causas, consecuencias, conclusiones y por supuesto, desglose de sugerencias para ponerle solución al problema. Incluya todo lo que considere pertinente y relevante, aunque no tenga que ver directamente con su profesión como docente, como lo de destinar más fondos de la administración para nuevas plazas de trabajo.

    - Burocracia del demonio – farfulló Otom.

    - Bien – aceptó Brahm -, si es la única forma de llamar la atención sobre la administración, que así sea ¿Hay alguna fecha límite de entrega?

    - Encontrará toda la información relacionada con el informe en el primer apartado.

    - De acuerdo.

    - Adari as esthury (mucha suerte) – le deseó Otom.

    Brahm sonrió de medio lado.

    - Nais-thari (gracias) – respondió.

    Brahm se dio entonces media vuelta y salió del despacho, Mörhen miró a Otom con una ceja levantada en su rostro serio.

    - No pienso preguntarle por qué le ha tolerado semejante arrebato, porque ya me lo imagino.

    20

    - Brahm tiene razón – respondió Otom -. Sus modales no son adecuados pero si todos nuestros profesores sintieran la mitad de pasión que él por la metaria que imparten, otro gallo nos cantaría.

    - Sí, uno bien desastroso.

    Otom giró la cabeza y miró el objeto ovalado de metal.

    - Yo no estaría tan seguro…

    La mañana había transcurrido lenta para Brahm. Tras sus clases programadas de aquel día estaba poniendo a punto la biblioteca, con un conjuro para limpiarla, otro para cerciorarse del buen estado de los libros, otro para detectar los que habían sido mal colocados, etcétera.

    Tras su labor rutinaria tomó asiento en su mesa tras el mostrador y continuó con los formularios que la subdirectora Mörhen le había pedido que completara para enviar al consejo central.

    Pasados varios minutos de silencioso trabajo una alerta saltó en su tableta personal al tiempo que lo hacía en la tableta de la biblioteca. Brahm apartó la vista de su trabajo y cogió su tableta de mano, la única alerta que había coordinado con la de la biblioteca era la de la retirada de libros por parte de aquella alumna huidiza, de melena negra y ojos claros.

    Brahm posó la tableta y alzó la vista, permaneciendo sentado. Se mordió ligeramente el labio inferior al tiempo que fruncía el ceño, pensando. Llevó una mano a su bolsillo del chaleco para sacar su estilográfica, cogió un papel, escribió un hechizo y lo arrugó, lanzándolo al aire. La bola de papel dio unas vueltas sobre sí misma y desapareció entre un ligero haz de luz.

    Brahm sonrió de medio lado y volvió a centrarse en su trabajo.

    A solas, en su despacho, Otom se acercó al objeto ovalado de metal que yacía sobre su mesa y lo cogió. No medía más de cuarenta centímetros de largo ni tenía más de treinta de ancho. Lo colocó sobre un pie de madera que terminaba en una base con el tamaño y la forma justas del objeto. Sacó su varita, enfocó el objeto y pronunció un conjuro. De su varita salió de inmediato un rayo de luz rizado de un color amarillo muy tenue, que penetró en el objeto sin traspasarlo y lo iluminó por completo unos 21

    segundos. Otom bajó su varita y se acercó a la superficie iluminada del objeto, viendo cómo cambiaba poco a poco de aspecto.

    - Shadhar-inu thair vas ilan dhiir (muéstrame lo que deseo ver) – pidió.

    La luz se tornó un extraño fluido brillante que comenzó a generar un remolino, cuyo epicentro hacía girar las aspas en la dirección contraria a las agujas de un reloj. Otom bisbiseó más conjuros en aquella lengua, haciendo cambiar la textura luminosa rápidamente, hasta que el remolino se esfumó, mostrando las páginas de un libro.

    Otom acercó su rostro y leyó, eran las páginas del libro de las predicciones, que permanecía guardado tras los muros de la biblioteca protegida de la ciudad del Parnáseno.

    Otom acercó su mano a la imagen y la tocó, pasando aquella página para continuar con su lectura.

    Tras un nuevo amanecer y al acabar las lecciones de aquel día, Brahm salió de su aula y sacó las llaves de un bolsillo, cerró y volvió a guardarlas.

    Alzó la vista y vio cómo una lucecilla que brillaba se materializaba rauda ante él, era el papelito arrugado con el hechizo que había lanzado el día anterior.

    Sonrió y lo cogió, lo desplegó y leyó bajo tu árbol. Alzó la vista y dejó que se perdiera, plegando instintivamente el papelillo en sus manos, hasta que se des ensimismó al notar fresco, se había dejado la chaqueta dentro del aula y sobre la camisa sólo llevaba puesto el chaleco.

    Guardó la nota, buscó las llaves y volvió a abrir, entrando en busca de la chaqueta.

    Al acabar la comida de aquel día y con el sol todavía en lo alto, Brahm salió a los jardines posteriores de la universidad y comenzó a caminar sobre el césped.

    El enorme edificio de piedra grisácea de la universidad estaba a las afueras de la ciudad y los jardines de la parte posterior colindaban con unos bosques frondosos de árboles perennes, que se extendían hasta las faldas de unas distantes y majestuosas montañas escarpadas.

    22

    A varios metros del último camino del jardín se alzaba el primer árbol de aquel bosque, un árbol anciano pero frondoso, de hoja caduca, que ya lucía colores amarillos, anaranjados y rojizos en su copa. La brisa otoñal movió aquellas hojas dentro de la copa, haciéndolas bailar hasta tirar unas cuantas al suelo, sobre la hierba que pisaba Brahm. Y allí, frente al bosque, con la espalda apoyada sobre la cara oculta del árbol, estaba sentada la muchacha que había huido unos días atrás de él en la biblioteca. Leía ensimismada las páginas de un libro que Brahm no pudo distinguir por completo conforme se acercaba a ella, por tenerlo rodeado con ambos brazos sobre su regazo.

    Brahm avanzó un par de pasos más sobre el césped y se detuvo al lado izquierdo de la joven, cerca de su cuerpo. Esbozó una media sonrisa y se cruzó de brazos, esperando a que le viera.

    La brisa volvió a soplar. La joven atisbó al fin los pies de Brahm de reojo, cerró el libro rápidamente, lo pegó contra su cuerpo al tiempo que alzaba la vista y le miró a los ojos. Brahm se descruzó de brazos.

    - Buenas tardes – la saludó -, antes de que vuelvas a salir corriendo, sólo quería decirte que no soy ningún visitante casual de la biblioteca, soy profesor de la universidad, mi nombre es Máximus Brahm e imparto las asignaturas de la carrera de letras clásicas, también soy el bibliotecario.

    La joven le observó de arriba abajo en silencio.

    - Tú no eres alumna mía – dijo Brahm -, ¿puedo preguntar a qué clases vas?

    - ¿Por qué le interesa? – preguntó.

    - He visto que has estado retirando varios libros de mi materia – aclaró Brahm -, cada vez más, ¿te interesan las letras?

    - Sí.

    - No es algo muy común.

    - Lo sé.

    - No he podido ver tus datos en mi tableta – confesó Brahm -, así que supongo que estás todavía en general.

    - Sí.

    Brahm sonrió y señaló el suelo.

    - ¿Puedo acompañarte?

    La joven se encogió de hombros con cierta indiferencia.

    - Como quiera – permitió.

    Brahm se sentó junto a ella sobre la hierba, a su izquierda, encarado a su rostro y a tan sólo un par de pasos de sus piernas.

    - ¿Puedo preguntar cómo te llamas?

    23

    La joven le observó con cierta desconfianza durante un instante.

    - Dábary – respondió finalmente -, Dábary Roms.

    Brahm se percató de su recelo, pero continuó aún así mirándola con calma.

    - No sé si sabes que has estado retirando libros de un nivel muy superior al tuyo – dijo -, algunos de ellos no los consultan ni mis alumnos de profesorado, no les interesan.

    - Eso es muy triste.

    Brahm asintió.

    - Lo es – constató -. Lamentablemente mis alumnos están demasiado centrados en aprobar las asignaturas, no consultan nada que no esté directamente relacionado con lo que se explica en clase. Y

    lamentablemente también, gran cantidad de materia ha ido siendo eliminada del temario que tengo que exigirles para aprobar, así que…

    - Sé que las notas de corte se han rebajado y las salidas profesionales no son buenas, todos los alumnos lo sabemos. Había oído algo sobre la eliminación de materia de los temarios, pero desconozco qué se ha eliminado exactamente y a qué ritmo.

    - Se ha eliminado demasiado y a un ritmo muy acelerado.

    Roms asintió con gesto apagado, Brahm la repasó fugazmente con la vista, percatándose de que en un lateral de su dedo corazón derecho había líneas negras que se extendían como riachuelos por las zonas cóncavas de su huella digital. Sonrió con disimulo y miró hacia otra parte, viendo a los pajarillos a lo lejos revolotear entre las copas de los árboles perennes del bosque. Aún a pesar de la distancia sus cantos llegaban hasta donde estaban ambos.

    - Este lugar es muy bonito – comentó Brahm -, y muy tranquilo. Es estupendo para leer, está alejado y nadie te molesta – volvió a mirar a Roms -. ¿Vienes mucho por aquí?

    Roms se encogió de hombros.

    - Algo.

    - ¿Puedo preguntar si la escritura clásica te gusta tanto como la lectura?

    Roms esbozó una ligera sonrisa.

    - Sí – respondió.

    - ¿Y te gusta usar la estilográfica?

    - Claro.

    Brahm entornó los ojos.

    24

    - Hay un libro que creo que te gustaría especialmente – sugirió -. Está en la sección de caligrafía. Es un resumen del libro El Othorien, que escribió el maestro calígrafo Ardin Posovih. El original es una colección completa por tomos, desde el nivel básico al experto, es estupendo. Posovih era un gran artista y un gran comunicador, sus libros son gráciles y sencillos, pero repletos de información, te empapas con rapidez y sin esfuerzo de todas sus enseñanzas – explicó -. Son los únicos libros que escribió que tenemos la suerte de tener aquí. Te recomiendo que cojas prestado El resumen de Posovih, es una edición posterior, de muchos siglos después. La autora de ese resumen fue Unemariseh Calsa, aunó los doce tomos del Othorien en uno sólo de doce capítulos. Si quieres puedes echarle un vistazo, y si te gusta, te enseñaré los volúmenes originales completos.

    Roms movió las manos sobre el libro que rodeaba.

    - Bueno – respondió -, vale ¿El resumen de Posovih?

    - Sí, de Unemariseh Calsa.

    - Vale. Gracias por la recomendación.

    - De nada.

    Brahm apoyó una mano sobre la hierba y se incorporó, se sacudió el pantalón y el bajo de la chaqueta y volvió a sonreír.

    - Buenas tardes Dábary.

    - Buenas tardes.

    - Ha sido todo un placer.

    Dio un par de pasos, comenzando a distanciarse sin dejar de mirarla.

    - Ya me dirás qué te parece el libro.

    Se giró, encarándose a la universidad para continuar caminando tranquilamente hacia ella, mientras Roms le miraba por la espalda de reojo.

    Ámeri Pôsenn, la jefa de secretaría, caminaba con rapidez por el campus con su tableta en una mano y la mirada fija en la pantalla, leyéndola mientras avanzaba.

    Pôsenn era una maga ya madura, bajita, entrada en carnes, de tez pálida, ojos oscuros rasgados y cabellos castaños recogidos en un moño clásico.

    Vestía habitualmente con pantalones y con chaqueta de cuello alto a juego.

    Los tacones bajos de su calzado resonaban continuamente conforme daba sus pasos pequeños pero rápidos, alertando a todo el mundo de su llegada a varios metros.

    25

    Pôsenn entró en el despacho de la dirección y se detuvo junto a la mesa de Mörhen. Otom no estaba.

    - Buenas tardes – saludó con su voz aguda.

    - Buenas tardes señorita Pôsenn ¿en qué puedo ayudarla?

    - Con esto.

    Pôsenn sacó un papel plegado de un bolsillo de su traje y se lo mostró a Mörhen, era un cartel impreso del tamaño de una hoja. Mörhen lo observó, leyendo la información que aparecía en él.

    - Se acordó previamente – rememoró Pôsenn -, que en el cartel del anuncio del campeonato de Fèrtham se avisaría del reglamento de participación y también del de inscripción, la normativa de inscritos también es importante y un año más se ha obviado, después habrá un millar de alumnos enfadados porque no pueden asistir y seré yo quien tenga que lidiar con ellos.

    - Por favor – pidió Mörhen -, tranquilícese señorita Pôsenn, está todo volcado en la red de la universidad, bajo la etiqueta Fèrtham y el número del año de este curso lectivo. Decidimos retirar la información adicional del cartel impreso porque no cabía.

    Pôsenn bajó el cartel.

    - Podría haber avisado – protestó -, un simple mensaje habría bastado.

    - Lo lamento – se disculpó Mörhen -, estoy desbordada con el trabajo del inicio lectivo y se me pasó por completo.

    Pôsenn plegó el cartel para volver a guardárselo.

    - Comprendo – aceptó con resignación -. Bien, la dejo entonces que continúe.

    - No hay problema.

    Se despidieron. Pôsenn salió del despacho y se encaminó de vuelta a la secretaría.

    Brahm golpeó la puerta del despacho de Federim Nars. Tras un instante oyó cómo el pomo era girado desde el otro lado y vio a Nars abrir y quedarse parado ante él con la boca entreabierta.

    Nars era un mago de estatura y complexión media, tenía el pelo castaño claro y corto, que llevaba repeinado y aplastado con la raya a un lado. Sus ojos eran claros y pequeños, llevaba un bigote fino sobre los labios 26

    gruesos, vestía con ropa que casi siempre parecía quedarle pequeña o grande, y mantenía una pose extraña, algo encorvada hacia adelante.

    - Máximus – se sorprendió Nars -… hola.

    - Hola.

    Nars abrió por completo la puerta y extendió un brazo, indicando hacia el interior.

    - Pasa – invitó.

    - Gracias.

    Brahm entró, Nars cerró y rodeó a Brahm, que estaba tomando asiento frente a la mesa. Nars también tomó asiento en su silla, frente a Brahm, cruzó las manos sobre la mesa y sonrió de medio lado.

    - ¿Qué tal, cómo vas?

    Brahm le miró con seriedad.

    - Bien, gracias. He venido porque quería pedirte que miraras algo por mí.

    - ¿El qué?

    - Hay una alumna interesada en mi materia, pero es de general y yo no tengo acceso a sus datos, supongo que tú sí que podrás ver su expediente.

    - Sí, claro ¿Cómo se llama?

    - Dábary Roms.

    Nars se encaró a su tableta de mesa y tocó la pantalla varias veces, buscando.

    - Yo – susurró -, siento, no haber estado muy accesible, últimamente.

    - No importa.

    Nars retiró la mano de la pantalla.

    - Aquí está – dijo -. Está en una de mis clases, alumna residente.

    - ¿Qué media tiene?

    - Un setenta y dos coma veintisiete el año pasado.

    - No es mala nota.

    - No está entre las primeras, pero tampoco parece vaga. El caso es que su cara no me suena de nada – Nars negó -. No participó en ninguna actividad extraescolar, ni ganó ningún campeonato o concurso de ninguna materia, ni participó en el festival, ni forma parte de ningún grupo estudiantil, ni nada.

    Según esto no hace nada a parte de aprobar los exámenes y los trabajos.

    Buen promedio de asistencia, no tiene sanciones ni faltas de conducta, poco más.

    - ¿No sabes quién es?

    - No, bueno, no me suena, no caigo ahora en quién puede ser. No creo que participe mucho en clase, no es una alumna que destaque por nada en 27

    especial, ni siquiera en su expediente. Aprueba y no se mete en líos, pero ya está.

    Brahm bajó la vista y asintió lentamente.

    - Bien, gracias.

    Se levantó de la silla.

    - Oye – dijo Nars -, a lo mejor podemos ir a tomar algo a la cafetería en un par de semanas, ya sabes, cuando esté menos ocupado.

    Brahm suspiró en silencio por la boca entreabierta y negó.

    - No creo que pueda Federim, yo también estoy muy ocupado.

    - ¿Tú?

    - Sí, resulta que tengo mucho papeleo burocrático, últimamente.

    Nars frunció el ceño, Brahm se acercó a la puerta, cogió el pomo y abrió.

    - Gracias por la información.

    Nars se quedó mirándole con cierta perplejidad.

    - De nada…

    Brahm salió y cerró tras de sí, Nars permaneció sentado, bajó la vista y dejó que se perdiera.

    Roms alzó la mano y cogió el libro, El resumen de Posovih de Unemariseh Calsa. Se alejó de la estantería, se acercó a un lector de la biblioteca y pasó su carnet de estudiante y luego el libro, tomándolo prestado. Salió de la biblioteca sin ver a Brahm, anduvo a paso ligero hacia su habitación y una vez dentro trancó, abrió el libro sobre el escritorio de su pequeño cuarto y comenzó a leerlo.

    Melquiades Vhaïs atravesó con pausa la puerta abierta del despacho de dirección y se detuvo tras un par de pasos, esperando. Otom estaba sentado como de costumbre en su sillón, frente a las ventanas, Mörhen no estaba.

    Otom giró la cabeza y miró a Vhaïs.

    - Señor director – dijo Vhaïs.

    - Buenas tardes Melquiades, dime.

    Vhaïs se adentró un par de pasos más.

    - Percibo una perturbación – informó -, alguien está alterando la información del campeonato de Fèrtham. Están intentando trampearlo.

    28

    La voz de Vhaïs sonó suave y baja, casi como un susurro aterciopelado, mientras pronunciaba marcada y lentamente todas las palabras.

    Vhaïs era un mago de las montañas amarillas, su tez no sólo era pálida, sino que carecía prácticamente de color, siendo blanca como la nieve. Los iris de sus ojos tenían un tono amarillento, con algunas manchas anaranjadas alrededor de la pupila negra, sus cejas eran anchas y sus pestañas de bello fino y blanco. Tenía una melena lisa y de un rubio muy pálido que caía como una larga cascada hasta la mitad de su espalda. Lucía pantalones, camisa y chaleco claros, de vestir, prendas entalladas a medida bajo una casaca oscura e igualmente ceñida que confería elegancia a su cuerpo esbelto. En los pies llevaba unos zapatos también oscuros, de vestir y muy limpios. Tanto su cuerpo como su ropa desprendían una esencia agradable y su presencia resultaba tan imponente como serena.

    Otom agachó la cabeza al oírle y asintió.

    - Siempre igual – lamentó -, todos queriendo ganar a cualquier precio.

    - Siento el uso de un conjuro poderoso, creo que son magos de alto nivel.

    Otom entornó los ojos.

    - ¿De profesorado? – indagó.

    - Muy probablemente. Su magia es rápida y efectiva, han hecho uso de un conjuro propio de los magos del ejército, siento que hay más actividad, no creo que paren tras el primer hechizo.

    - Díselo a Pôsenn, a Kressêl y a Mörhen, ayúdales a detectar quién o quiénes han sido y que se encarguen de poner fin a esa conducta, no voy a permitir que esos magos crean que pueden conseguir todo lo que quieran a golpe de varita.

    - Sí, señor director.

    - Gracias Melquiades.

    - De nada.

    Vhaïs hizo una leve reverencia con la cabeza y se dio media vuelta con pausa, saliendo y alejándose con misma lentitud.

    Con la última luz del sol aún bañando con sus rayos tenues el horizonte, los árboles bailaban ligeramente entre una suave brisa otoñal. El bosque entero se mecía acompasado, creando una armoniosa melodía.

    Sobre la hierba y apoyada de espaldas contra el árbol, Roms leía otro libro más, un día más.

    29

    Unos pies se detuvieron entonces a su izquierda, Roms retiró la vista del libro y la alzó, viendo a Brahm sonreírle.

    - Hola – la saludó Brahm -, ¿puedo sentarme?

    Roms cerró su libro.

    - Sí, claro – permitió.

    Brahm tomó asiento en el mismo lugar que la primera vez, fijándose en el libro que Roms tenía cerrado en el regazo.

    - ¿Puedo preguntar qué lees?

    Roms apretó ligeramente los labios y bajó la vista, Brahm sonrió ampliamente, negando.

    - No hace falta que contestes si no quieres.

    Roms volvió a mirarle.

    - Es El Decarinomion – respondió -, de Marton Lothar.

    - Es un buen libro, tiene conjuros muy hermosos.

    - La formulación natural tiene conjuros que encuentro muy armónicos, por eso lo leo.

    Brahm asintió sin borrar la sonrisa.

    - Esa es parte de su belleza.

    Roms esbozó una leve sonrisa en respuesta, Brahm entornó los ojos.

    - No hay muchos magos que se den cuenta – comentó -, la mayoría sólo lee un libro de hechicería para conjurarla, no por explorarla, y mucho menos por contemplar la armonía de su texto y su grafismo.

    - A mí siempre me ha gustado.

    - Sí, ya veo que te gusta.

    Brahm se quedó mirándola con una expresión dulce en su rostro, Roms sin embargo apartó la vista, posándola en el bosque distante.

    - ¿Te ha gustado el libro que te recomendé? – preguntó Brahm.

    Roms asintió.

    - Sí, mucho, gracias. Todavía lo estoy empezando. Prefiero consultarlo en mi habitación porque allí puedo practicar conforme lo voy leyendo, por eso avanzo un poco más despacio, pero vale la pena.

    - ¿Significa eso que ya has escrito algo?

    - Sí, un poco. He hecho alguna cosa, el trazo está muy bien explicado y el primer capítulo es relativamente fácil de seguir, pero faltan muchas aclaraciones y hay detalles que echo de menos, supongo que es porque es un resumen.

    - Exacto. El original es mucho mejor, no tengo la menor duda de que te encantaría.

    30

    - ¿Mejor?

    - Sí. Aún así el resumen no está nada mal, es un gran libro. Lo escribió una de las profesoras de mis tiempos de estudiante. Unemariseh Calsa me dio clases de especialización caligráfica durante mi profesorado, ya era una maga mayor entonces, y sabía más sobre caligrafía mágica de lo que jamás podré aprender yo. Creo que su trabajo de recopilación de la obra de un gran maestro como Posovih fue fantástico, sobre todo teniendo en cuenta que el original es increíble, uno no sabe qué eliminar porque todo es necesario y maravilloso. Yo creo que el resumen va bien para recordar lo que está en la colección completa, para cuando no se puede consultar, pero no podía decirte que sacaras el primer volumen del Othorien tú misma.

    - ¿Por qué?

    - Porque, entre otras cosas, no puedes.

    - Ah…

    - No te preocupes, de momento tú échale un vistazo al resumen, las explicaciones están traducidas a nuestro idioma actual y te resultará más fácil trabajar con él que con el original.

    Roms asintió lentamente.

    - De acuerdo.

    El aire sopló suave pero fresco, Roms se pasó las manos por los brazos.

    - Empieza a hacer frío – comentó Brahm -, es tarde, ya casi ha caído el sol.

    - Sí, hoy he salido bastante tarde.

    - ¿Habías quedado con los amigos?

    - No, tenía algo de materia que quería adelantar y, luego he estado un buen rato practicando con el libro, así que…

    Brahm asintió lentamente.

    - Entiendo. No muchos alumnos anteponen el trabajo de clase a las amistades.

    - Yo no tengo amistades a las que anteponer a nada.

    - ¿Y eso?

    Roms se encogió de hombros.

    - No encuentro interesante la compañía de la mayoría.

    - Entonces, ¿no te relacionas con nadie, no has encontrado a nadie con-

    - No – le interrumpió Roms.

    Brahm fue quien bajó la vista esta vez, mirando a ninguna parte sin desfruncir el ceño.

    31

    El aire volvió a soplar, ya estaba cayendo la noche. Roms apoyó una mano en el suelo.

    - Creo que será mejor que me vaya ya – dijo -, estoy notando mucho fresco.

    - … Claro.

    Ambos se incorporaron, Roms se sacudió la tela de las posaderas y comenzó a caminar, Brahm se puso a su altura.

    - ¿Te importa que te acompañe? – le preguntó.

    - No.

    Avanzaron juntos por el jardín.

    - Espero que no te moleste que me haya inmiscuido en tus lecturas –

    comentó Brahm -, como te dije no tengo la suerte de tener muchos alumnos interesados en mi materia, no realmente, como seguro que tú misma habrás podido comprobar.

    - No pasa nada. Me está gustando mucho el libro de El resumen, creo que yo nunca lo habría encontrado, hay muchos libros y siempre viene bien tener a alguien con más conocimiento que te guíe y te ayude un poco. Todo lo que leo fuera del temario de la universidad lo hago por mi cuenta y hay tanto donde elegir que a veces puede resultar un poco caótico.

    Brahm sonrió ampliamente.

    - Pues entonces espero poder ayudarte a ponerle un poco de orden.

    Roms también sonrió.

    - Sí, gracias.

    - De nada.

    Llegaron a la entrada de la universidad.

    - Bueno – susurró Roms -, buenas noches.

    - Buenas noches y hasta mañana.

    - Hasta mañana.

    Roms se dio media vuelta y se alejó en dirección a las habitaciones de los alumnos residentes, Brahm también se dio media vuelta, caminando en dirección opuesta.

    El sol despuntaba entre las nubes, amaneciendo. La luz de sus rayos cubría ya toda la piedra de las paredes de los tres pisos de altura de la universidad, entrando por las ventanas y calentando ligeramente las estancias en las que penetraba.

    32

    Brahm se apartó de debajo de aquellos rayos y se sentó en su mesa del aula, esperando a sus alumnos de especialización.

    Empezaron a llegar los primeros, tomando asiento entre algunos comentarios. Al estar la clase al completo Brahm alzó su varita y cerró la puerta.

    - Buenos días – saludó a la clase -, hoy empezaremos a trabajar en algo un poquito más complicado. Sobre vuestras mesas tenéis unos papeles con una serie de conjuros estándar, cada uno tiene un propósito, algunos sirven para ordenar información, otros para trasladarla, otros para distorsionarla, etcétera. Como siempre debéis usar la magia para detectar en cada hechizo la naturaleza del mismo, antes de aprender a conjurarlo y luego a romperlo

    – se incorporó -. No obstante estos hechizos son de un nivel un poquito más avanzado, así que vamos a hacer algo un poco diferente…

    Brahm se cayó y observó a uno de sus alumnos, que estaba pasando su tableta de manos sobre la hoja con los hechizos.

    - Disculpa – pidió Brahm -, perdona.

    El alumno alzó la vista y le miró.

    - ¿Qué pasa?

    - ¿Puedo preguntar qué estás haciendo?

    El alumno movió la tableta ligeramente con gesto de obviedad.

    - Estoy pasando la tableta sobre los conjuros.

    - Sí, eso ya lo veo, pero ¿para qué?

    - Ah, es que he encontrado un sitio en donde hay un montón de hechizos de estos subidos por ex-alumnos de la carrera, te descargas la aplicación y la tableta te los reconoce todos.

    Brahm frunció el ceño, el resto de alumnos comenzaron a comentar el tema, aludiendo a que ellos también conocían la página, o a que era muy buena idea y también querían hacer uso de ella. Brahm abrió la boca con asombro, negando. Alzó ambas manos.

    - Eh, eh – pidió -, parad, ¡basta!

    Los alumnos se callaron, Brahm bajó las manos.

    - ¿Qué demonios creéis que estáis haciendo?

    Los alumnos se miraron con confusión entre sí.

    - En esta clase no permito tecnología – prohibió Brahm -, no podéis sacar la tableta y poneros a leer la naturaleza de un conjuro como si tal cosa, me da igual que esos aparatos lo memoricen y lo reconozcan todo, que aprendáis a distinguir los hechizos forma parte de vuestro aprendizaje y 33

    parte del temario, no podéis usar aparatos, sería como hacer uso de una chuleta.

    - Pero si los usábamos siempre en todas las clases de general – replicó un alumno.

    - No me importa lo que hicierais en general – respondió Brahm -, ¿acaso creéis que esa cosa os va a servir siempre?, puede que con estos hechizos fáciles y comunes de caligrafía estandarizada esa cosa funcione, pero cuando tengáis un hechizo de tócate los cojones delante, ocultará información al aparato e incluso lo confundirá, ¿creéis que no se puede engañar a un aparato? La magia es más poderosa que ninguna

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