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El antiguo colegio de San Pedro en Mérida, Yucatán: una residencia para universitarios (siglo XVIII).: La fundación, los benefactores y el corpus documental
El antiguo colegio de San Pedro en Mérida, Yucatán: una residencia para universitarios (siglo XVIII).: La fundación, los benefactores y el corpus documental
El antiguo colegio de San Pedro en Mérida, Yucatán: una residencia para universitarios (siglo XVIII).: La fundación, los benefactores y el corpus documental
Libro electrónico176 páginas2 horas

El antiguo colegio de San Pedro en Mérida, Yucatán: una residencia para universitarios (siglo XVIII).: La fundación, los benefactores y el corpus documental

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La historia de la Universidad de Mérida en los siglos XVII y XVIII ha sido muy limitada y ha permanecido, durante mucho tiempo, enterrada en los archivos. Por ello, información relevante acerca de la institución y sus edificios resulta difícil de encontrar y discernir. En este libro, el autor reunió documentos y recuperó datos para rescatar la hist
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2023
ISBN9786078741403
El antiguo colegio de San Pedro en Mérida, Yucatán: una residencia para universitarios (siglo XVIII).: La fundación, los benefactores y el corpus documental

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    El antiguo colegio de San Pedro en Mérida, Yucatán - Rafael Patrón Sarti

    Agradecimientos

    Para emprender la tarea de recuperación de los documentos conté con la orientación del Dr. Enrique González González, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la Universidad Nacional Autónoma de México (IISUE-UNAM); sus consejos fueron invaluables y mi gratitud es por siempre. El Dr. Rodolfo Aguirre Salvador, la Dra. Mónica Hidalgo Pego y el Dr. Gerardo Martínez Hernández, del IISUE-UNAM; la Dra. Adriana Rocher Salas, de la Universidad Autónoma de Campeche; la Dra. Gabriela Solís Robleda y el Dr. Pedro Bracamonte y Sosa, del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS); el Dr. Víctor Hugo Medina Suárez, de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY); y el Dr. Arturo Reynoso Bolaños, S. J., del Instituto de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), me abrieron sus puertas para comentar o colaborar en las investigaciones en torno a los colegios jesuitas y la Universidad de Mérida. Sus consejos y ayuda han sido de gran valor. El Dr. Carlos Echazarreta González de la UADY ha brindado su respaldo, contra viento y marea, para que se logre este libro; su interés científico y cultural por rescatar la historia del edificio emblemático de la UADY ha sido clave. Mi agradecimiento también a Elda Luisa Solchaga Flores, quien ayudó en la paleografía de los documentos en sus etapas iniciales.

    PREÁMBULO

    Revisitar la historia de la Universidad de Mérida en los siglos XVII y XVIII

    En las últimas décadas del siglo XX diferentes académicos comenzaron a revisitar la historia de las universidades del mundo hispánico de la Edad Moderna conforme al rigor que exige la historiografía contemporánea, alejándose de las narraciones apologéticas, por un lado, y de denostaciones doctrinarias, por el otro. Las corporaciones universitarias debían ser estudiadas con criterios científicos desde diversas disciplinas, como la sociología, la historia, la economía, la pedagogía, la filosofía, etc.

    En 1974 se publicaron dos libros que permitieron comprender, desde nuevos enfoques, a las universidades hispanas del pasado. Mariano y José Luis Peset, en su libro La universidad española (siglos XVIII y XIX). Despotismo ilustrado y revolución liberal,¹ expusieron que las universidades de entonces no solo debían de estudiarse como algo relacionado con la historia de la Iglesia, sino que también como instituciones que jugaron un papel importante en el desarrollo de la cultura y de la ciencia. Richard L. Kagan, en su libro Students and Society in Early Modern Spain,² demostró que la pronunciada expansión de universidades hispanas durante la Edad Moderna fue para satisfacer la creciente demanda de burócratas que necesitaba el rey, ya sea en cargos civiles o eclesiásticos. Comenzaban valiosos estudios sobre la historia social y cultural de las universidades hispanas.

    En México, la historiadora Josefina Zoraida Vázquez, en 1975, reeditó Nacionalismo y educación en México,³ obra en la cual hizo hincapié sobre la problemática que había en la historia que se enseñaba en el país, ya que se trataba de una historia impuesta, en gran medida, por el Estado. Primero en la época colonial y después en la del México independiente, la historia oficial había prevalecido en los libros y en los discursos. Los que la escribían y la fomentaban, buscaron legitimar a los gobernantes en turno o los procesos sociales que los encumbraron. Este libro fue un parteaguas, ya que, a partir de entonces, se formaron grupos de investigadores para estudiar de forma más profesional la historia de la educación de México en todas las épocas: la de las culturas originales, la virreinal y la del México independiente. Cabe destacar los estudios realizados desde esos tiempos por los cuerpos de investigadores del Colegio de México y del ahora IISUE de la UNAM.⁴ Los resultados de sus múltiples investigaciones han permitido conocer mucho mejor la historia no solo institucional, sino que también social y cultural de la educación de nuestro país. En particular, la historia de la Universidad de México ha sido estudiada con un enfoque social en todas las épocas, desde la real del siglo XVI hasta la nacional del presente.

    También han sido renovadores los estudios sobre la educación que impartían en los colegios y universidades de la Edad Moderna. En ese tiempo existía una fuerte presencia del clero en las universidades europeas y americanas, donde las facultades de teología tenían gran jerarquía. Este solo hecho hizo que muchos autores, principalmente del siglo XIX y de la primera mitad del XX, las descalificaran como entes obsoletos y oscurantistas. Los historiadores de la ciencia han ido matizando esta apreciación y analizado mejor cómo, desde entonces, fueron evolucionando las disciplinas que ahora llamamos «científicas». Es cierto que los teólogos ortodoxos defendían pasajes bíblicos de forma literal, como la inmovilidad de la tierra. Fue hasta que, en 1543, el clérigo católico Nicolás Copérnico —quien había estudiado en universidades italianas— publicó De revolutionibus orbium cœlestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes), donde puso al Sol en el centro de nuestro sistema planetario y a la Tierra como otro de los planetas que se movían a su alrededor y no viceversa. Al ir reclutando adeptos al heliocentrismo, el libro de Copérnico fue puesto en el índice de los libros prohibidos en 1616 por la Iglesia católica. El desafío de Galileo Galilei a Roma en favor del heliocentrismo lo llevó a juicio por la Inquisición en 1633, condenándolo a prisión perpetua. Como resultado, en el mundo católico —principalmente donde el papado tenía fuerte injerencia, como en las penínsulas italiana y española y sus colonias en América— el temor se apoderó de los filósofos naturales y los matemáticos, ante el riesgo de ser acusados de herejes.

    Una orden que había tomado un lugar especial en la educación fueron los jesuitas. La Compañía de Jesús fue fundada en 1540, y en las primeras décadas del siglo XVII estuvo presente con centenares de colegios y universidades en la Europa, el Asia y la América de confesión católica; entre ellos, los de Yucatán, cuyo colegio en Mérida fue establecido en 1618, y la universidad anexa a este, en 1624. La condena a Galileo seguramente se supo en los colegios de la América hispana, como en el de Mérida. Como resultado, los maestros jesuitas tuvieron que observar los límites de lo que podían enseñar de acuerdo con las directrices de Roma. Conforme el modelo cosmológico geocéntrico fue considerándose inadecuado, muchos maestros jesuitas, y otros, adoptaron el sistema geo-heliocéntrico propuesto por el danés Tycho Brahe. En este sistema, los planetas, menos la Tierra, orbitaban alrededor del Sol, pero todos ellos en su conjunto giraban en torno a la Tierra, que permanecía en el centro inmóvil. De esta manera, encontraron un punto medio al problema impuesto por la Inquisición.

    Debido a la relevancia que tomó el caso de Galileo, durante mucho tiempo se asumió que la educación jesuita permaneció estancada y lejos de la modernidad, y que la filosofía que se enseñaba en sus aulas fue solamente aristotélica. Estas aseveraciones también comenzaron a ser revisadas por investigadores del mundo y de México en las últimas décadas del siglo XX. En 2002 salió a la luz el libro Jesuit science and the Republic of Letters, y, en 2003, The New Science and Jesuit Science: Seventeenth Century Perspectives, ambos coordinados por Mordechai Feingold. Como resultado de sus estudios, los autores concluyeron que hay que tener «una apreciación más matizada de la interacción de los jesuitas con la modernidad y un mucho mayor reconocimiento de la contribución de los jesuitas a dos polos de la ciencia moderna: la matemización de la filosofía natural y la ciencia experimental».⁵ Resultados de nuevos estudios apuntan en esta dirección. Se ha observado que, a pesar de las limitantes que tuvieron, académicos jesuitas fueron aceptando la nueva ciencia de los siglos XVII y XVIII, primero veladamente y, posteriormente, de forma cada vez más abierta. En la primera mitad del siglo XVIII, la oposición de los teólogos tradicionalistas a las filosofías modernas estaba siendo retada por nuevos descubrimientos y, hacia mediados de ese siglo, Newton ya era enseñado en el Colegio Romano por el jesuita Roger Boscovich, aunque no sin oposición.

    Pero ¿qué sucedía con la educación en la Universidad de Mérida en Yucatán y en otros centros de docencia jesuitas novohispanos? Comenzaron las investigaciones sobre el centro de enseñanza yucateco, pero cabe mencionar que, en el acervo de los libros de la universidad y sus colegios en la década de 1760, ya se contaba con libros de matemáticas y de física experimental. En esta última disciplina, se consultaba el mismo título que se usaba en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, o de París, en Francia. Si bien la Compañía no dejaba el aristotelismo, como lo indicaban sus reglamentos, también se estaba abriendo camino hacia las nuevas ciencias. En un estudio publicado en 2012 sobre un maestro que enseñó en Mérida, Francisco Javier Alegre, la historiadora Alicia Mayer concluyó que el jesuita «aceptó las corrientes científicas y filosóficas nuevas; prefirió la física experimental a la especulativa; admiró a Copérnico, Tycho Brahe, Kepler, Descartes, Leibnitz y Gassendi».

    Todavía faltan estudios de profundidad sobre la educación en la Universidad de Mérida, aunque tal vez solo se pueda aproximar de forma indirecta ante la pérdida de su archivo. Pero, con lo poco que se conoce hasta ahora, habría que cuestionarse: ¿las ciencias modernas fueron introducidas a Yucatán por maestros jesuitas desde mediados del siglo XVIII?, ¿la expulsión de los jesuitas significó un avance o un retroceso cultural en la península? Más allá, ¿fue en colegios y universidades de la periferia novohispana donde fue penetrando en mayor medida la enseñanza de las nuevas ciencias?

    El preámbulo es una invitación a revisitar con rigor científico la historia universitaria de Yucatán de la Edad Moderna, de la que muy poco se sabe. Es, también, una invitación a ser críticos con la historia oficial o doctrinaria de cualquier tiempo, pues Yucatán merece una historia de la educación mucho más profesional. Fue en Mérida donde se inauguró la segunda universidad de la América septentrional, y no fue sino hasta 1791 que se fundó la tercera universidad en la Nueva España, la de Guadalajara. Por varios siglos, los yucatecos han estudiado y recibido grados académicos en Mérida, ya que desde el siglo XVII hasta el XXI ha sido una ciudad histórica universitaria; sin embargo, la producción de artículos sobre la historia de la Universidad de Mérida (1624-1767) en revistas científicas es ínfima. Tan escasa, que ni siquiera aparecía en los libros académicos de la historia de México hasta hace pocos lustros. Como lo señaló el historiador Enrique González González: «Es tiempo de despertar de su letargo a la historia de las universidades hispánicas del periodo colonial».

    ¹ Mariano Peset y José Luis Peset, La universidad española (siglos XVIII y XIX). Despotismo ilustrado y revolución liberal (Madrid: Taurus, 1974).

    ² Richard L. Kagan, Students and Society in Early Modern Spain (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1974).

    ³ Josefina Zoraida Vázquez, Nacionalismo y educación en México (Ciudad de México: El Colegio de México, 1975).

    ⁴ Véase: Gerardo Martínez Hernández, «La Historiografía sobre la Real Universidad de México y sus contextos», Revista de historiografía, 31 (2019): 243.

    ⁵ Mordechai Feingold, ed., The New Science and Jesuit Science: Seventeenth Century Perspectives. Archimedes: New Studies in the History and Philosophy of Science and Technology (Dordrecht: Springer-Science+Business Media, B.V., 2003), vii. La otra publicación es: Mordechai Feingold, ed., Jesuit science and the Republic of Letters (Cambridge: Massachusetts Institute of Technology, 2002).

    ⁶ Alicia Mayer, «Modernidad y tradición, ciencia y teología. Francisco Javier Alegre y las Institutionum Theologicarum», Estudios de Historia Novohispana, 47 (2012): 125.

    ⁷ Enrique González González, El poder de las letras. Por una historia social de las universidades de la América hispana en el periodo colonial, en colaboración con V. Gutiérrez Rodríguez (Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación; Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; México: Universidad Autónoma Metropolitana; México: Ediciones Educación y Cultura, 2017), 19.

    Prefacio

    Uno de los edificios emblemáticos de Mérida es, sin duda, el antiguo edificio central de la Universidad Autónoma de Yucatán; paradójicamente, también mucha de su historia, principalmente de sus orígenes, se desconoce. Cuando preguntaba cuál fue el propósito de construir el edificio no había una sola respuesta, pero, en general, se afirmaba que fue un convento o seminario de jesuitas en el que se enseñaban disciplinas eclesiásticas para formar sacerdotes; algo similar a un seminario conciliar, pero, debido a que no existió uno en Yucatán sino hasta 1751, este se había erigido desde principios del siglo XVIII para satisfacer esa función. Lo escrito sobre el tema también era breve y se circunscribía a algunas fechas, nombres y quehaceres que, por lo general, eran confusos.

    Este libro busca aclarar cuál fue el objetivo de fundar el Colegio Seminario de San Pedro; para ello, fue imprescindible hallar los documentos de la época. No fue una tarea fácil, ya que después de la expulsión de los jesuitas en 1767, no quedó rastro en Yucatán de los archivos de los colegios jesuitas y la universidad a su cargo. El clima caluroso y húmedo, la proliferación de insectos, bacterias, hongos y otros organismos destructores —entre ellos, los humanos—, no ayudaron a su conservación. Entonces, comencé una rebusca documental en diversos archivos de América y Europa. La tarea comenzó hace ya varios lustros y, afortunadamente, se han ido hallando documentos de los siglos XVII y XVIII que permiten revisitar los orígenes y objetivos de San Pedro, pero también de lo que fue la Universidad de Mérida.

    Uno de los frutos más importantes de documentar y publicar los primeros resultados de las investigaciones, fue el despejar las dudas que había sobre la existencia de la Universidad de Mérida en la Edad Moderna (1624-1767). Había menciones, en libros escritos por cronistas, sobre una universidad jesuita, pero estas solían ser breves y usualmente sin referencias a los documentos originales que permitieran constatar las afirmaciones. Ante la falta de pruebas contundentes, era común que los historiadores especialistas en educación omitieran a la universidad yucateca de los libros académicos. Se consideraba, hasta el nuevo milenio, que solo hubo dos universidades del país en la época colonial: la Universidad de México, fundada en 1551, y la Universidad de Guadalajara, fundada en 1792.

    Asimismo, las

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