Muchos de nuestros lectores, los menos jóvenes, recordarán que en la década de 1970 nació una concepción revolucionaria de una edad nueva, la Era de Acuario, que trajo consigo una explosión ocultista, una suerte de religión «pop» en EE UU y Europa, que todavía pervive. La astrología se popularizó enormemente, pero el público también mostró un enorme interés por las artes adivinatorias y el esoterismo en general. Por aquel entonces, el filósofo francés Edgar Morin decía: «La atracción que ejerce hoy la astrología entre la juventud procede de la crisis cultural de la burguesía ».
Esa crisis también tuvo que ver con una profunda insatisfacción con las instituciones existentes, ya fueran religiosas, éticas, sociales o políticas, que terminó produciendo transformaciones sociales radicales. Sin embargo, la «obsesión» por el ocultismo prevaleció: «No puede dejar de impresionarme la gran popularidad de la brujería en la cultura y en las subculturas occidentales modernas», alegaba el historiador de las religiones Mircea Eliade en Ocultismo, brujería y modas culturales (1997). Y añadía algo que resulta muy relevante para el tema que tratamos en este reportaje: «El interés por el ocultismo, tan característico de la cultura juvenil, también indica el deseo de revivificar viejas creencias e ideas religiosas perseguidas o por lo menos mal vistas por las iglesias cristianas (astrología, magia, gnosis, alquimia, prácticas orgiásticas), y también el interés por descubrir y cultivar métodos de salvación no cristianos (yoga, tantra, zen, etcétera)».
INTERÉS ACADÉMICO
Precisamente porque no se puede entender este interés contemporáneo por la brujería sin la ayuda de otras disciplinas, como los estudios sobre