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El secreto anhelo del demonio asmodeo
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Libro electrónico163 páginas2 horas

El secreto anhelo del demonio asmodeo

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A juicio de otros diablos, Asmodeo es un demonio algo falto de aspiraciones. Lo que no saben sus congéneres es que desde hace siglos le obsesiona un oculto deseo: enamorarse de una mujer al modo humano. La ocasión de cumplir su sueño se la brinda sin saberlo su propio Jefe, el sarcástico General Satanero, al encargarle bajar a la tierra para llenar de sufrimientos la vida de Sara, una joven hebrea deportada con sus padres a Ecbatana de Media por los asirios. Corren los primeros años del siglo VII antes de Cristo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2023
ISBN9788418766077
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    El secreto anhelo del demonio asmodeo - José A. Sánchez Calzado

    El secreto anhelo del demonio Asmodeo

    A., José Sánchez Calzado

    ISBN: 978-84-18766-07-7

    1ª edición, abril de 2021.

    Editorial Autografía

    Calle de les Camèlies, 109, –08024 Barcelona

    www.autografia.es

    Reservados todos los derechos.

    Está prohibida la reproducción de este libro con fines comerciales sin el permiso de los autores y de la Editorial Autografía.

    Sumário

    ASMODEO.

    SATANERO.

    EL ENCARGO.

    RAGÜEL, EDNA Y SARA.

    POSESIÓN.

    TOBIT, ANA Y TOBÍAS.

    DESPOSORIOS.

    AZARÍAS.

    TIGLAT Y ASMODEO.

    LOS PELIGROS DEL CAMINO.

    EL ENCUENTRO.

    HUMO.

    LAS CUITAS DE ASMODEO.

    EL REGRESO.

    EL EXTRAÑO JUICIO DEL GENERAL SATANERO

    ¿Y TIGLAT?

    EPÍLOGO.

    A quienes tienen la mala suerte de no creer en los demonios. Con toda mi comprensión y cariño.

    MAPA de la zona por donde discurre la parte terrenal de nuestra historia, a principios del siglo VII antes de Cristo, con las tres ciudades entre las que se mueven los protagonistas: Nínive, Ecbatana y Ragués. La línea discontinua indica el camino seguido. (Creado por el autor).

    1.

    ASMODEO.

    No se podría afirmar sin faltar a la verdad que a Asmodeo¹ le consideraran sus compañeros un demonio principiante, ya que a lo largo de quinientos cincuenta años había asumido más de tres mil encargos, habiéndolos resuelto todos con pericia y eficiencia, a pesar de haber advertido en los humanos cierta tendencia a la desconfianza conforme pasaban los siglos, aparentemente relacionada con su obsesiva inclinación a rechazar cualquier sugestión que procediera del inframundo. Ningún ser diabólico, por mucho que lo fuera, se atrevería tampoco a difamarlo llamándole flojo o despistado, ya que demostraba continuamente no ser lo uno ni lo otro, desdiciéndolo igualmente su ya larga vida al servicio de las diabluras más inverosímiles, todas ellas ordenadas por el Jefe del Departamento de Desgracias Irreversibles, General Satanero, estricto y exigente, aunque con cierta tendencia a la divagación y la autocomplacencia, y dotado de una innegable facilidad para la ironía, crucial a la hora de lograr sus sucesivos y rápidos ascensos. Quizás por eso decían las malas lenguas diabólicas que había medrado más adornando de picardías sus éxitos que con estos mismos.

    – Amigos míos, las habilidades retóricas, las zalamerías y los sarcasmos también son artes satánicas, no lo olvidéis. –Contestaba a sus ocasionales y envidiosos detractores, o más bien acusicas, pues los que se quejaban no eran más que unos pelotas del Jefe Supremo, Satán, en cuyo honor el General había elegido el nombre de Satanero, decisión de importancia nada despreciable en sus ascensos y condecoraciones; cosa lógica si se tiene en cuenta que no hay buen demonio con mala psicología, y que uno de los supremos dones de todo diablo que se precie es su capacidad para adular y fomentar el engolamiento de cualquier ego.

    Pero volvamos a nuestro protagonista, el joven Asmodeo, cuyos únicos, pero enormes problemas eran –a ojos de su Jefe y de todo el universo de diablos más expertos que él en las más diversas perversiones– tener una gama más bien corta de malas ideas y carecer de ambición profesional y de ilusiones infernales. Claro que, en algunas de estas apreciaciones se equivocaban, pues desde uno de sus primeros encargos guardaba en secreto un afán, un anhelo que empezaba a convertirse en obsesión al cabo de más de cinco siglos de actividad y casi tres desde su graduación como "Demonio con el Grado elemental de Experto en Desgracias". Dicha oculta aspiración no era visible a los ojos y a la retorcida inteligencia de jefes y compañeros, a quienes nada había contado de aquella misión en la que le tocó mediar en la muerte de una adolescente candorosa, hija única de unos padres añosos, un encargo que le había marcado para siempre, al haberle hecho reflexionar más de lo debido sobre determinados sentimientos humanos, algunos de los cuales empezaba a entender. O eso creía.

    Como buen demonio no le costaba mentir, por lo que nada consignó en el informe sobre sus impresiones acerca de la maldad cometida en aquel encargo; pero con cada desgracia que provocaba desde entonces se consolidaba más y más en su ánimo aquella secreta aspiración, que no era sino impregnación de un sentimiento humano mil veces por él torcido, roto, deshecho, contravenido, pisoteado, aguijoneado, hervido y lanceado: el amor.

    Y es que la tapada aspiración que llevaba siglos alimentando en su interior y ocultando en su pecho no era otra que la de ¡enamorarse de una adolescente para hacerla feliz! El problema surgía –lo sabía bien– de la infinita distancia entre humanos y demonios. Siendo, como era, de naturaleza exclusiva y cumplidamente espiritual, no sabía cómo acceder a la completa corporeidad de una mujer. Además, a su aguda mente no se le escapaba otra dificultad nada banal: el enamoramiento no constituía una cuestión intrínsecamente frívola y, por tanto, demoníaca, sino que se trataba más bien de un sentimiento positivo y constructivo, muy alejado de sus afectos puramente deletéreos. Sin embargo –hay que decirlo– , cada vez tenía más claro que el simple hecho de haberse planteado la posibilidad de enamorarse significaba que, por algún extraño azar, era capaz de acceder a ese sentimiento exclusivo de Dios, al que los humanos llegaban por participación y del que el Creador había excluido a los de su clase, debido –según comentaban en voz baja los demonios más viejos– a una rebelión tan añosa como turbia del padre Satán, de la que él tenía un conocimiento más bien vago.

    A mostrar su lucha por conseguir tal propósito dedicamos esta pequeña historia, que no constituye sino una mínima parte de su propia vida, si es que podemos hablar así de un espíritu puro y maléfico como Asmodeo, un demonio de los paradójicamente llamados humildes. Este es mi propósito. Cosa distinta es que un escritor tan torpe como yo sea capaz de relatar su intento de enamoramiento tal y como realmente sucedió, aunque no les niego que pondré en ello todo mi empeño y buen ánimo, ya que en contar este episodio hallará solaz mi espíritu, desahogo mi mente y expansión mis emociones, procurando de paso cierto entretenimiento a quienes lo lean. Las pegas más onerosas surgirán, sin duda, de la intrínseca dificultad que encuentra una naturaleza limitada como la mía para penetrar en un mundo eminentemente espiritual y, por tanto, no detectable por los sentidos que llamamos externos.


    1. Tomo el eje de esta historia y el nombre del demonio del Libro de Tobías, por el que siento un profundo cariño. Que nadie, pues, vea falta de respeto en mi cuento, que no deja de ser un relato fantástico en su mayor parte. Casi todos los personajes están sacados del Libro de Tobías, algunos de cuyos capítulos he reflejado en una auténtica paráfrasis, más que reinvención, aunque permitiéndome un tratamiento en parte distinto, a fin de dar mayor protagonismo a Asmodeo. Por lo demás, procuro ser fiel a los lugares geográficos que se citan en el relato bíblico, conforme a lo que eran o podían ser a principios del VII antes de Cristo (a.C.), en los años de la deportación israelita llevada a cabo por los asirios, que es cuando transcurre nuestra historia. En cualquier caso, lo que te dispones a leer es una ficción, no una tesis doctoral o un ensayo, por lo que me permito las libertades que estimo oportunas para enriquecerla.

    2.

    SATANERO.

    Asmodeo, nuestro cualificado funcionario infernal del Departamento de Desgracias Irreversibles, tenía bastante bien controlada la ilusión de enamorarse, ya que al ser un demonio gozaba de las propiedades de estos y no sufría tentaciones que le llevaran a ponerse en peligro a causa de veleidades del ánimo o indiscreciones tontas. No era de los que la vanidad llevara a revelar su intimidad fuera de lugar, tiempo y oportunidad, como suele pasarnos a los humanos, tan propensos a dejarnos engañar por diablillos de cualquier ralea, profundos conocedores de esas debilidades del carácter que nos llevan a ufanarnos de cualquier conquista o enamoramiento, aunque sea inmaduro, provisional, infundado y servil. No era este el problema de Asmodeo, quien por la esencia misma de su naturaleza no estaba sujeto a tentaciones por parte de sus congéneres, siendo bien sabido que los siervos de Satán tientan a las personas, no a otros demonios, por mucha tirria que les tengan, grima que les den u odio que les provoquen.

    Pero, para desgracia de Asmodeo, ni siquiera en el mundo de los diablos duran los equilibrios interiores toda la eternidad, ya que no pueden evitar los vaivenes provocados por la Superioridad demoníaca, que no siempre complace con sus órdenes a los mandados. Lo entenderemos mejor sabiendo que siendo –como son– seres profundamente inteligentes y libres, suelen tener sus propios criterios sobre cómo ejecutar el mal que se les manda hacer, e incluso cómo jerarquizar los distintos encargos que reciben para promover malicias. La verdad sea dicha: nuestro diablo era tan íntegro, que estaba exclusivamente mediatizado por su irresistible tendencia a hacer el mal.

    – Siendo esto así –se preguntaba con frecuencia –, ¿cómo es que me muero por el deseo de enamorarme de una mujer?

    Y, siempre, la respuesta era la misma:

    – Supongo que por envidia de los hombres.

    Y esta respuesta lo tranquilizaba, ya que la envidia era una razón intrínsecamente perversa y, por tanto, a todas luces mala y propia de los de su clase.

    En cuanto a su vinculación con el General Satanero, venía de largo; en concreto, de sus tiempos de diablillo joven, cuando aprendía todo lo que se podía aprender durante su formación en la Escuela Superior de Altas Tentaciones, donde pasó los primeros veinticinco años de existencia, tiempo realmente ridículo si tenemos en cuenta la esperanza de vida de un demonio, por lo general superior al milenio, ya que solo mueren cuando deja de ser efectiva la línea de tentaciones en la que se han especializado, cosa solo posible si se producen cambios en la naturaleza humana, asunto –a su vez– bastante más difícil de lo que los propios humanos pensamos. Para confirmar mis palabras no hay más que fijarse en lo que sucede cuando aparece un nuevo pecado en la historia: siempre hay algún aguafiestas que suelta lo de: ¡Bah! Esto es tan viejo como la Humanidad.

    En aquellos años, todos los alumnos se reían de un profesor más bien maduro que se había puesto el pomposo nombre de Satanero. Era el encargado de una de las asignaturas más odiosas y a la vez atractivas de las muchas que se impartían en la Escuela: Psicología² de la Tentación.

    Por entonces Satanero solo era capitán, pero –no se sabe si por su nombre o por sus méritos– había logrado llegar a Catedrático de la asignatura, de la que se reservaba las clases más lucidas, aquellas en las que podía mostrar todas sus dotes oratorias, dejando la parte más oscura del temario a los diablos que apenas alcanzaban el grado de Profesores Asociados, No Numerarios, Becarios, aspirantes a Doctores y un largo etcétera, a los que consideraba principiantes y morralla con poco futuro.

    – Para hacer efectiva cualquier tentación, por nimia que sea –decía siempre al empezar a explicar su tema estrella, el llamado Decálogo de las Tentaciones– , lo primero es conocer la psicología de la tentación, no desde nuestra perspectiva, sino desde la humana.

    En aquellos días –si

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