La vida golpea (a veces demasiado) fuerte
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La vida golpea (a veces demasiado) fuerte - Hernán de Solminihac
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural
Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile
editorialedicionesuc@uc.cl
www.ediciones.uc.cl
LA VIDA GOLPEA (a veces demasiado) FUERTE
Hernán de Solminihac Tampier
© Inscripción Nº 2023-A-3978
Derechos reservados
Abril 2023
ISBN N° 978-956-14-3096-9
ISBN digital N° 978-956-14-3097-6
Diseño: Soledad Poirot Oliva
Imagen de portada: Margot Irarrázaval A.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
La vida golpea (a veces demasiado) fuerte /
Hernán de Solminihac Tampier.
1. Solminihac Tampier, Hernán E., 1958-.
2. Familia - Aspectos sociales.
3. Luto - Aspectos psicológicos
I. Tít.
2023 306.85 + DDC23 RDA
La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.
Índice
Agradecimientos
Prólogo
Lunes, 25 de octubre de 2021
Comienza la pesadilla
La incógnita de un diagnóstico
La conquisté por cansancio
Nuestros años en Texas
Los hijos, aprender a soltar
Seis meses: y se cumplió el plazo
Una nueva Javiera, una nueva vida
De ingeniero a experto en terapias alternativas
La casa de al lado
El Pepe Grillo
de su mamá
Una bomba de esperanza
Dios, ¿por qué a mí?
La familia crece, mi nieto también
Humanitas, su gran refugio
Un vuelo profesional insospechado
La gran decepción
Te dormiste para no despertar
La vida después de Alejandra
Epílogo
Agradecimientos
La tarea de escribir un libro es compleja. Más si se trata de seres humanos y de la vida real, en la cual, por un lado, se han tenido excelentes e importantes periodos de felicidad, pero también momentos difíciles y duros. En mi caso, son estos últimos los que me llevaron a hacerlo: la enfermedad de mi hija Javiera y la partida de quien fuera mi esposa y compañera por casi cuarenta años.
Quiero empezar por agradecer a mi mujer, Alejandra Aranda, a quien conocí en 1980 cuando ella entraba a la universidad y yo estaba en mis últimos años de Ingeniería Civil. Le doy gracias por su apoyo en nuestro crecimiento mutuo como personas, profesionales, padres y abuelos. Sin ella, yo sería un hombre muy distinto y habría tenido una vida mucho más difícil.
Los hijos han sido siempre nuestra razón de ser y estamos muy agradecidos de su cariño y preocupación permanente. La familia ha ido creciendo y lo seguirá haciendo. Primero, con Felipe Bertoni, marido de Javiera; luego con Mateo, nuestro primer nieto, y Josefina Marambio, la señora de nuestro hijo Hernán. También han sido importantes en esta última etapa los pololos de ya varios años de mis hijos menores, Rosario Arellano y Tomás Arteaga. Muchas gracias a todos. Solo les pido que se mantengan unidos y ayudándose mutuamente. Nos necesitamos.
Agradezco, asimismo, a mis padres por la formación que nos entregaron tanto a mí como a mis hermanos, logrando una familia unida, con valores, principios y compromiso profundo; apoyados siempre en la fe en Dios. Mis hermanos y sus familias han sido fundamentales, especialmente en este último periodo. Lo mismo, a los padres de Alejandra, quienes fueron muy importantes en el inicio de nuestro matrimonio.
En este camino han tenido un lugar destacado los amigos, a quienes doy gracias infinitas por su permanente compañía y apoyo, sobre todo en el momento en que enfermó Javiera. Sin su cercanía, hubiese sido muy difícil sobrellevar estos tremendos dolores.
El campo ha sido muy importante en nuestras vidas y quienes nos han ayudado en la tarea de cuidarlo y hacerlo crecer, han sido clave para poder disfrutarlo. Me gustaría agradecer especialmente a Roberto Nauco, Delma Barruel, Elías Egnem (QEPD), Carmen Peters, Rogelio Novoa y Miguel Ángel Fernández.
No puedo dejar de reconocer, además, a las personas que han ayudado y se preocupan a diario de mi hija mayor, partiendo por las doctoras Marcela Valenzuela y Carolina Rivera; a las tens que la cuidan las 24 horas: Vivian Muñoz, Ángela Ortega y Beatriz Osorio; y a quienes se encargan de sus terapias diarias. Y a doña Irma Murga, quien hace años cuida con gran dedicación a Mateo.
Después de que cayó enferma Javiera –hasta el primer año de la muerte de Alejandra–, tuvimos misas especiales por ella todos los fines de semana por casi dos años y medio. Hoy las hacemos una vez al mes. Estas liturgias, unidas a nuestros rezos, han sido fundamentales para poder soportar este inmenso dolor. Nos permitieron acercarnos más a Dios y nos dieron fuerza para salir adelante. En la organización de estas ceremonias participaron muchas personas, familiares y amigos, pero quiero destacar la especial preocupación y dedicación de nuestra sobrina Cecilia Zanolli. También ha sido fundamental la participación de sacerdotes y damos gracias porque nunca nos faltó su presencia y ayuda. Cada semana alguno se hacía espacio en su ocupada agenda para realizar las misas. Destaco a los padres Juan Pablo Álamos, Juan Cristóbal Beytía, José Antonio Cordero, Carlos Cox, Cristián del Campo, Samuel Fernández, Luis Gallardo, Marcelo Gálvez, Juan Ibáñez, Gonzalo Illanes, Cristóbal Lira, Andrés Monckeberg, Fernando Montes, Agustín Moreira, Juan Pablo Moyano, Cristóbal Lira, Juan Ignacio Pacheco, Cristián Rodríguez, Pablo Walker y José Francisco Yuraszeck.
De igual forma, doy gracias de corazón a Ediciones UC, particularmente a su directora, María Angélica Zegers, quien me apoyó y orientó con esta iniciativa desde el primer día en que me acerqué a plantearle la idea de escribir este libro. Conversando con María Angélica, vimos que era importante que me ayudara una periodista y tuvimos la suerte de lograr trabajar con Paula Palacios, una excelente profesional y muy humana, quien me facilitó la redacción y estructura de este escrito. Hoy puedo decir que Paula, además de hacer un gran trabajo, me ayudó mucho en lo personal: fue como una psicóloga
para mí. Muchas gracias, Paula.
Asimismo, este libro no existiría sin los testimonios de destacados profesionales, quienes me hicieron llegar su cariño y reconocimiento hacia el trabajo de Alejandra. Agradezco muy sinceramente a Cristián Alliende, Pilar Dañobeitía, Ricardo de Tezanos Pinto, Jordi Gaju, Karen Greenbaum, Fernando Larraín, Jorge Lesser, Ricardo Lessmann, Roberto Muñoz Laporte, Ximena Reyes, Jennifer Soto y Larry Shoemaker. Y, por cierto, a todos quienes colaboraron con sus comentarios, historias, recuerdos y reflexiones, que nos permitieron comprender mejor a Alejandra, tanto en lo humano como en lo profesional. Muchas gracias a mis hijos Hernán, Antonia y Felipe; a Felipe Bertoni, Ornella Bono, Carla Ruttiman, Lia Venezian, Luis Aranda, Mireya Hernández; al padre Carlos Cox, Luz María Budge, Vivian Muñoz, Patricia Aranda, Janet Awad, Olga Botero, Eduardo Novoa y Luis Larraín Arroyo. Sin la colaboración de todos ustedes, habría sido muy difícil llevar este libro a puerto.
Prólogo
Pocos meses después de la partida de Alejandra, me vi gratamente sorprendido con el cariño y reconocimiento que muchas personas me manifestaban por su labor profesional. Y fue en un viaje de trabajo a Calama cuando, arriba del avión, se me ocurrió la idea de escribir un libro que plasmara ese cariño, de modo de rendirle una especie de tributo a su compromiso como hija, esposa, madre, abuela, amiga y profesional.
A mi regreso de Calama me contacté con la directora de Ediciones UC, editorial con la que he publicado varios libros técnicos, muchos de ellos con ya varias reediciones a su haber. Pero, sin duda, ninguno que diera cuenta de situaciones humanas ni, menos, tan duras como las que había vivido en el último tiempo. Conversando con María Angélica, me di cuenta de que lo que tenía pensado como texto solo cumplía con el objetivo de rescatar la vida de Alejandra, pero no consideraba la posibilidad de transmitir lo que nos tocó vivir como familia desde que enfermó nuestra hija. Transitamos entonces desde un libro tributo a uno que también pudiera servir a otras personas con dolores y dificultades similares a las nuestras. Tal como, al explicarle el proceso que estaba viviendo, un señor me preguntó si había pensado en dejarle un regalo a la sociedad. Cuando le pregunté a qué se refería, me dijo: Un libro que pueda ayudar a otros
.
Ha sido un proceso doloroso, eso sí... Y pensar que no teníamos cómo saber que esas vacaciones de febrero de 2020 en el campo de Reumén serían las últimas en que estaríamos todos juntos y felices. Sí, porque éramos felices. Estábamos en un buen momento familiar; hace poco habíamos sido abuelos de nuestro primer nieto y venía una nieta en camino. Nos encontrábamos cosechando logros profesionales y con tranquilidad económica. Nuestros cuatro hijos, ya grandes, se iban abriendo un buen camino en sus carreras y en sus vidas.
Se acercaban los tiempos de jubilar y disfrutar una nueva etapa. Sin embargo, tres meses después de ese verano, el destino y la vida dijeron otra cosa. La enfermedad de Javiera y la repentina partida de mi compañera de vida por casi cuatro décadas, todo en menos de un año y medio, nos transformó por completo. Y tuvimos que aprender a navegar en medio del dolor, la impotencia y la frustración; en mi caso, además, de la soledad: la vida no se detiene, sigue su curso, y está en uno reinventarse y continuar adelante, o caer en un agujero profundo de angustia y desconsuelo.
Opté por lo primero: por vivir mis días con optimismo, a pesar de todo. Por no planificar tanto, sino disfrutar el trayecto y los momentos. También, por entender que uno no es el primero ni el último al que le suceden desgracias o accidentes. Aprendí después que la trombosis, aunque es poco frecuente durante el embarazo, puede ocurrir debido a que, entre otros factores, las hormonas de la placenta generan una serie de cambios en la sangre, que la hacen más propensa a formar coágulos. Por lo mismo, es importante que la gente sepa, sobre todo las mujeres, que hay que tomar precauciones. Que aquellas que quieren embarazarse o ya están esperando un hijo intenten, en lo posible, realizarse exámenes previos para detectar si presentan factores que las predispongan a trombosis y así controlarlos a tiempo.
En medio de este terremoto personal y familiar, ahora más que nunca se me viene a la mente una frase que mi madre siempre repetía: Todo sucede para mejor
. Hoy, en la situación en que nos encontramos, aún no logro entenderla, pero estoy tratando de hacerla carne día tras día; de encontrarle un sentido, un por qué nos ocurrió, y así poder sobrellevarlo. Si ya me tocó esto, tratar al menos de vivirlo lo mejor posible.
Desde que enfermó Javiera, y a poco más de un año de la muerte de Alejandra, el cariño y apoyo han sido inconmensurables. Los llamados telefónicos, las cadenas de oración, los cientos de manifestaciones de afecto me han ayudado a mí y a mis hijos a sobrellevar la partida de mi mujer y el daño cerebral que aqueja a mi hija mayor.
En las misas que organizamos para Javiera, en un minuto llegaron a conectarse ciento cincuenta computadores de manera simultánea, entre familiares, amigos y conocidos que aunaban fuerzas