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Teoría de la Educación: Educar mirando al futuro
Teoría de la Educación: Educar mirando al futuro
Teoría de la Educación: Educar mirando al futuro
Libro electrónico445 páginas9 horas

Teoría de la Educación: Educar mirando al futuro

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Como profesionales de la educación disponemos de los conocimientos necesarios para afrontar la intervención educativa en todos los escenarios en los que interactúa la persona. Investigamos, estudiamos para conocer mejor al ser humano, para poder orientar a cada individuo en su proceso de autorrealización en un mundo cada vez más incierto. En este proceso obviamos en muchas ocasiones lo esencial de esta tarea: la educación es un encuentro entre personas, de ahí su fragilidad. Fragilidad que no significa que esta tarea sea incierta, o débil, sin una fundamentación clara o un corpus de conocimientos propio. Todo lo contrario. Educar exige un saber teórico y práctico que nos ayuda a comprender qué es educación, cómo llevarla a cabo, dónde, para qué y por qué; lo que nos exige conocer las claves de toda acción educativa que configuran el saber educativo.

Y en este proceso, la Teoría de la Educación --como conocimiento científico que explica, describe, predice, sistematiza- aporta a la educación no solo los conocimientos necesarios para explicarla, sino también, e igual de relevante, aporta aquellos conocimientos dirigidos a la mejora de la acción educativa y/o socioeducativa.

El objetivo de este libro es contribuir a este conocimiento con la propuesta de temas esenciales para conocerlos, profundizar en ellos, debatirlos y provocar reflexión crítica, sabiendo que no es un saber estático, sino que continúa evolucionando gracias tanto a las contribuciones de otras ciencias, de experiencias innovadoras, de expertos en diferentes áreas, como al contexto siempre dinámico en el que vivimos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2023
ISBN9788427729797
Teoría de la Educación: Educar mirando al futuro

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    Teoría de la Educación - Marta Ruiz-Corbella

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    LA TAREA EDUCATIVA DESDE LA PERSPECTIVA DE LA TEORÍA DE LA EDUCACIÓN

    Tema 1

    La práctica educativa desde la perspectiva de la Teoría de la Educación

    Uno de los grandes problemas a la hora de educar, ya sea en la familia, en un centro de menores, en una formación en empresa, en un centro educativo, con tecnologías emergentes o en investigación educativa, es que no nos planteamos previamente qué entendemos por educación y qué tipo de persona es la que queremos formar. Sabemos de metodologías, de planificación, de identificación de necesidades, de técnicas, etc., pero no nos hemos interrogado ni llegamos a comprender qué es educación, para qué y el porqué de cada una de las acciones que tenemos que diseñar y llevamos a cabo.

    Responder a estos interrogantes es una tarea previa necesaria para diseñar o acometer cualquier intervención educativa. Entender y definir qué es educación, y qué no, cuáles son los fines de la educación que deben dirigir y atravesar todas nuestras actuaciones pedagógicas y/o socioeducativas, por qué es necesario educar, etc.

    Dar respuesta a estos interrogantes es lo que dará sentido a nuestras intervenciones, que, en definitiva, implica aprender a mirar desde la perspectiva pedagógica y/o socioeducativa. Y precisamente contribuir a formar esta mirada es el aporte y sentido de la Teoría de la Educación, ya que,

    Una mirada actual a lo educativo revela no sólo un panorama muy complejo, sino también, numerosas ambigüedades, solapamientos e imprecisiones conceptuales y metodológicas que parecen no acabar de resolverse. No es sólo que cualquier persona pueda, aparentemente con conocimiento de causa por el hecho de ser padre o madre, hablar de educación. A menudo ha sido la propia profesión educativa y, también los medios de comunicación quienes, privilegiando la amplificación de determinados discursos, han contribuido en buena medida al confusionismo sobre el qué, el quién, el cómo y el dónde de la educación en nuestras sociedades actuales (Úcar, 2023, p. 3).

    LA TEORÍA DE LA EDUCACIÓN EN EL CONTEXTO DE LA PEDAGOGÍA Y LA EDUCACIÓN SOCIAL

    Antes de explicar los objetivos y sentido de la Teoría de la Educación, es importante enmarcarla en el contexto científico y académico de la Pedagogía, como ciencia teórica y práctica, a la vez que en el de la Educación Social:

    Teórica, en cuanto que aporta un conocimiento especulativo de la educación que reflexiona sobre la naturaleza y problemas de la educación, tratando de describirla, explicarla, comprenderla.

    Práctica, en la medida que esas reflexiones y conocimientos refieren y dirigen la acción, aportan un modo de actuar, fundamenta y guía cada decisión e intervención educativa.

    Ciencia teórica al aportar el qué, porque describe y da razón de el porqué y el para qué de la actividad educativa; y Ciencia práctica al diseñar cómo debe llevarse a cabo. Una visión exclusivamente teórica de la Pedagogía, incapaz de fundamentar y avalar la actividad educativa es tan ciega e ineficaz como una perspectiva exclusivamente práctica que impidiese la reflexión teórica. Es indudable que el conocimiento se apoya tanto en la fundamentación teórica como en su aplicación práctica, por lo que no es posible interpretarlo al margen de ninguno de ambos (Touriñán, 2014).

    Teoría y práctica son dos vertientes que forman parte irrenunciable del conocimiento pedagógico. La teoría motiva y hace posible la práctica educativa. A su vez, la práctica educativa inspira, perfecciona y da consistencia a la teoría educativa. El conocimiento teórico de la educación se va construyendo desde la actividad educadora y, a medida que esta se realiza, avanza y cristaliza en un conjunto de reflexiones prácticas. La reflexión teórica de la educación ha de ser una teoría de la práctica y para la práctica. Una teoría que tiende a fundamentarla, de la que surge y a la que sirve y orienta, por lo que, necesariamente, toda teoría educativa está dirigida al hacer, a la actuación, a cómo debe llevarse a cabo aportando, a la vez, el qué, el para qué y el porqué de esa actuación educativa.

    La teoría aporta los conocimientos necesarios para fundamentar nuestras decisiones prácticas, justifica y da sentido a nuestras acciones como profesionales de la educación en cualquiera de sus sectores de actuación.

    La práctica dirige las acciones educativas y ofrece contenido a la teoría para avanzar y profundizar en el conocimiento educativo.

    En definitiva, realizar una práctica educativa exige un esquema teórico previo que es, al mismo tiempo, constitutivo de esta práctica y el medio para entender cualquier acción educadora. Reflexión teórica sobre la práctica que nos conduce a racionalizar nuestras acciones y a configurarnos como profesionales reflexivos (Schön, 1998; Cerecero Medina, 2018). Ambas se exigen y complementan para comprender la educación y aplicarla en cada situación, para cada persona y/o grupo.

    Niveles de conocimiento de la educación

    Ahora, ¿cómo acceder a este conocimiento? Para abordar el conocimiento de la educación diferenciamos cuatro dimensiones o vías diferentes, cada una con entidad propia, para comprender qué es educación. Nos referimos al conocimiento especulativo, normativo, técnico y artístico (Figura 1.1).

    FIGURA 1.1. Dimensiones del conocimiento del saber educativo.

    Conocimiento especulativo

    Conocimiento especulativo o teórico de la educación, necesario para conocer qué es la educación, reflexionar sobre la naturaleza y problemas de esta, con el objetivo de describirla, explicarla y comprenderla. Trata el qué, el porqué y el para qué de la educación. Este saber teórico parte de la reflexión sistemática sobre el hecho educativo: su objetivo es conocer qué es educación, los diferentes procesos y acciones implicados en el desarrollo perfectivo de cada persona, y el para qué. Estamos ante un saber que le interesa tanto una acción ya realizada como en proyecto. Es un conocimiento esencial, ya que la teoría aporta los elementos necesarios para conocer, comprender y aprender de un sujeto, una acción, una realidad, a partir de lo cual se propone una actuación, ya sea educativa o de intervención socioeducativa.

    Estamos ante un tipo de contenido que exige también los conocimientos que facilitan otras ramas del saber científico, que tienen por objeto al ser humano y a la sociedad, bien en su ser o en su obrar. Son saberes teóricos que sirven de guía para la tarea educativa al aportar elementos valiosos para explicar y comprender mejor cada acción, y que configuran lo que denominamos las «Ciencias de la Educación», ciencias auxiliares e instrumentales para su estudio: nos referimos a la Antropología de la Educación, la Sociología de la Educación, la Historia de la Educación, la Biología de la Educación, la Psicología Evolutiva, la Psicología de la Educación, etc. Todas ellas aportan conocimientos indispensables para interpretar a cada sujeto como ser educable, y a cada acción educativa y/o socioeducativa.

    Conocimiento normativo

    Se centra en el carácter práctico del objeto —el ser humano y su capacidad de desarrollo— y el método para llevar a cabo las acciones educativas, por lo que su objeto de reflexión científica ofrece al quehacer educativo el cómo debe ser. Proponer qué tipo de conocimiento es el adecuado para dirigir la práctica educativa.

    Conocimiento técnico de la educación

    Se asienta también en el carácter práctico a partir del cual dirige su saber a la determinación de los procedimientos necesarios para el logro de resultados. En concreto, se refiere a buscar el modo eficaz de alcanzar resultados educativos. Este conocimiento aporta, además, los ejes de la acción educativa: eficacia y eficiencia. Parte de la idea de que toda educación muestra una innegable dimensión tecnológica, gracias a la cual es capaz de diseñar y planificar todo proceso educativo dirigido a unos objetivos previamente definidos. Pero no explica el porqué ni el para qué de la acción educativa, al centrarse exclusivamente en el cómo útil y eficaz. Su objetivo es la resolución de problemas, el logro de metas, a partir del control y la transformación de ese objeto. Lógicamente este saber técnico es imprescindible en la educación, ahora bien, la tecnología sin referencia a aquello para lo que se diseña o actúa, pierde todo su sentido al no poder aportar el qué, el porqué y el para qué de la acción educativa que diseña.

    Conocimiento artístico

    Ya que el ser humano, como objeto de la educación, es un sujeto racional y libre que impide la reducción de la educación a una serie de reglas y normas fijas válidas para todos y en cualquier momento. Nunca se tratará de un quehacer mecánico, ya que la educación requiere también de una dimensión artística para saber aplicar todo aquello que sabemos que requiere la individualidad específica de cada educando, siempre nueva y distinta de todas las demás, a la vez que exige respeto a su libertad. También implica la capacidad creativa para saber ayudar a cada uno a alcanzar su madurez. Sin duda, resulta necesaria la planificación, el diseño y la evaluación del proceso educativo, pero, a la vez, se reclama la flexibilidad para saber adaptar o reconducir ese diseño en cada práctica educativa concreta dada la singularidad y riqueza de cada ser humano y de los contextos en los que vive.

    Estos cuatro niveles de conocimiento posibilitan y fundamentan a la acción educativa como saber teóricopráctico. Se trata de un conocimiento especializado al permitir al profesional explicar, interpretar y decidir la intervención pedagógica, apoyándose en cuatro formas diferentes de acceder a ese conocimiento: el especulativo que engloba las ciencias teóricas, mientras que el normativo, el técnico y el artístico se integran en las ciencias prácticas. El conocimiento normativo presenta un papel fundamental en la tarea educativa, en cambio el conocimiento técnico y artístico poseen un papel instrumental y creativo de indudable valor. Ninguna de estos cuatro conocimientos explica por sí solo la educación, sino que se exige una continua interrelación de todos ellos (Figura 1.2).

    FIGURA 1.2. Cuatro niveles de conocimiento pedagógico.

    Si limitáramos la educación únicamente a un saber teórico acabaría en acciones ciegas e ineficaces, de la misma forma que lo haría un conocimiento práctico ajeno a toda reflexión teórico-educativa. Especulación y normatividad son dos vertientes necesarias del conocimiento pedagógico. La teoría motiva y hace posible una práctica educativa y, a la vez, esta práctica educacional ilumina, perfecciona y da consistencia a la teoría educativa (Medina Rubio, 2001a). Práctica en la que están insertas tanto la dimensión normativa, la tecnológica como la artística.

    A la vez, también debemos ser conscientes de las limitaciones para acceder a este conocimiento pedagógico ya que, su contenido, como fenómeno humano y social, resulta difícil de acotar, incluso inalcanzable. No es posible conocer al ser humano en su totalidad, ni prever cómo va a suceder su desarrollo. A la vez, estamos ante un fenómeno social y humano que es estudiado no solo por diferentes disciplinas científicas, dentro y fuera de las Ciencias de la Educación, como es el caso de la Psicología, la Sociología, la Economía, el Derecho, etc., sino que también interesa, por diferentes motivos, a otras áreas, como son la política, los medios de comunicación o la informática, lo que evidencia la complejidad de la educación (Prats, 2010). Además, no podemos obviar que en la actualidad en que todo es más permeable, poroso entre los entornos físicos, digitales y socioculturales, a la vez que las agencias pedagógicas y socializadoras son cada vez más diversas, la diferenciación clara entre los distintos tipos de conocimiento y las diferentes ciencias tienden también a difuminarse (Úcar, 2023).

    Al trasladar estas afirmaciones a la Teoría de la Educación, y al comprobar que la tarea educativa es una actividad intencional realizada deliberadamente, esta será comprendida plenamente en función del marco teórico (ideas, conceptos, creencias, tradiciones, valores...) a partir del cual se educa. Por lo que es un error, recogiendo las ideas de Gil Cantero y Reyero (2015), pretender crear un cuerpo de teoría educativa separada de la práctica de la educación, ya que emprender una actividad teórica supone ya el compromiso con una tarea práctica, y viceversa. No hay ningún fin educativo desvinculado de los procesos para su logro. Partimos de la realidad que es, para intentar comprenderla y explicarla, pero con la intención de conducirla a lo que debe ser: toda reflexión teórica de la educación ha de ser una teoría de la práctica y para la práctica, ha de fundamentarla ya que surge de ella, a la vez que la sirve y orienta.

    El saber en educación

    Una vez que conocemos las diferentes dimensiones del conocimiento del saber educativo, es necesario acudir a las características que lo conforman para comprenderlo y llevarlo a la práctica con mayor posibilidad de éxito. Para ello revisaremos las seis características del saber educativo, origen y causa del conocimiento científico, que facilitan la clave que configura la ciencia teóricopráctica (Vázquez, 1984):

    El fin como primer elemento esencial y condicionante de toda acción educativa, ya que no sabremos educar si no sabemos el fin que persigue tal actividad, y relacionado con este, los diferentes objetivos a lograr a lo largo de esa acción, en orden a la consecución de la meta propuesta. Ambos, objetivos y fin/fines, deben estar relacionados para no implementar acciones inconexas que, por muy buenas que estas sean, carecerían de sentido.

    El saber educativo se centra siempre en aquello que puede ser de otra forma, en lo contingente, y le interesa lo que es en la medida que ayuda a comprender mejor el propio proceso educativo. Así, por ejemplo, la cuestión no es reflexionar o definir exclusivamente qué es la madurez, sino también, e igual de relevante, proponer cómo lograrla en cada sujeto.

    Todo saber educativo se constituye en y desde la acción, esto es, un conocimiento apoyado en la experiencia, pero que se enriquece y amplía por medio de la «reflexión-sobre-la-acción», es decir, a partir de la reflexión crítica sobre el modo de actuar en cada situación particular.

    El saber educativo nunca ofrecerá una verdad absoluta, ni puede ser analizada como una verdad polarizada entre verdadero y falso. Podemos hablar de certezas, ya que toda tarea educativa no está sujeta a un modo único de llevarla a cabo, sino que se dan diversas formas para desarrollarla, dependiendo, lógicamente, del contexto, de las circunstancias, del/os educador/es y del propio educando. Cada nueva situación exige que se configure un modo de hacer propio, a la medida de las necesidades reales del sujeto al y en el que se dirige esa acción y el contexto en el que desarrolla esta tarea. Se trata de juzgar las diferentes alternativas de acción, sus posibilidades y sus consecuencias, y elegir entre ellas no la alternativa correcta sino la mejor para cada caso.

    Ante esa ausencia de certezas absolutas, será el educador quien vaya decidiendo en cada situación lo que considere mejor y más valioso para cada individuo y/o grupo. De aquí la importancia del valor de la experiencia —y de la prudencia— en la configuración del saber educativo. Formar la mirada pedagógica que favorece el saber qué y cómo actuar en cada situación, para lograr el desarrollo perfectivo de cada persona y/o de cada grupo.

    En consecuencia, el saber educativo implica también un conocimiento técnico, un saber cómo llevar a cabo todo ese proceso, que dotará de eficacia a nuestra acción. Ese elenco de principios, modelos y modos específicamente humanos de operar que capacitan al hombre para manipular y modificar su ambiente en un sentido preestablecido, permeada a su vez por la capacidad creativa del educador que dota de singularidad a cada acción educadora.

    En definitiva, como profesionales de la educación —pedagogos. educadores sociales, psicopedagogos, maestros, profesorado, etc.— cada función pedagógica específica de nuestra profesión implica problemas teóricos, prácticos y tecnológicos que corresponden a cada experto conocer cuáles son para atenderlos y resolverlos desde las diferentes dimensiones del saber educativo (Touriñán y Sáez Alonso, 2012).

    ACCIÓN HUMANA - ACCIÓN EDUCATIVA – ACCIÓN PEDAGÓGICA

    La persona se desarrolla únicamente en la acción: se realiza y resuelve, día a día, a lo largo y ancho de su vida. O como indican Siegel y Biesta (2022), reconocer el hecho de que educar es actuar. El ser humano actúa de forma permanente, de forma consciente en un proceso continuo de mejora. Nadie permanece inalterable. Es decir, cada persona se resuelve en la acción, ya que, de forma continua, elige, decide, actúa. Es un ser activo en el sentido de que para desarrollarse debe actuar. Y aunque decida no decidir, no elegir, no actuar, está actuando. Obra de acuerdo con lo que es, y como respuesta a deseos, motivaciones, creencias... o, sencillamente, a un dejarse llevar.

    De este modo, cada acción va revirtiendo en el propio individuo configurándolo, conformándolo, de tal forma que lleva a cabo acciones voluntarias —conscientes o no conscientes—, apoyadas en un proyecto decidido por cada actor. Para ello, parte de unas metas que se ha propuesto y para lograrlas pone en marcha determinados procesos. O lleva a cabo acciones no con una intencionalidad directa al ser otros los que deciden por él o, sencillamente, dejarse llevar por otros: amigos, un líder, un influencer, un famoso, una moda, unas ideas, etc. Es decir, cada individuo se ve suscitado constantemente por todo lo que le rodea —influencias tanto externas como internas— a la acción. Y a través de esta actividad cada persona va evolucionando, va modificando su modo de actuar, de ser, de ver la realidad, de comprender la vida, etc. En definitiva, desarrolla su propia biografía, situación que nos lleva a reconocer que toda acción humana:

    Conduce al cambio, favorece una evolución o modificación, causa un efecto.

    Reconoce la existencia de agentes que influyen o inciden sobre ella.

    Se apoya siempre en la relación interpersonal, exige comunicación.

    Está orientada al logro de unos objetivos, de unas metas (García López, 1986a).

    Se trata de presupuestos decisivos a la hora de abordar, comprender y aplicar la educación. De ahí que al estudiar la educación sea necesario conocer, en primer lugar, las acciones humanas, es decir, las acciones no por sí mismas, sino relacionadas con cada individuo concreto, que las decide y ejecuta. Nos interesa el individuo como ser humano partícipe de una naturaleza común, pero nos importa más como sujeto individual que actúa y que va conformándose como sujeto único e irrepetible que interactúa con otros en la construcción de su sociedad y, lógicamente, desarrolla sus propias posibilidades. Y es en este punto donde cobra sentido la educación como acción optimizadora de todo ser humano, y la Pedagogía y la Educación Social como reflexión de la práctica educativa.

    Precisamente es en este contexto donde el saber teórico, el saber práctico y el saber técnico se manifiestan de forma interrelacionada en el proceso educativo de cada persona (Figura 1.3) en el que debe ser capaz, desde su singularidad, de:

    FIGURA 1.3. Dimensiones de la acción educativa dirigidas al desarrollo de cada persona.

    Estas tres dimensiones de la acción y del conocimiento humano nos presentan la capacidad que posee todo hombre de transformarse perfeccionándose, de lograr la madurez en cada etapa vital, de ser, de forma unitaria, agente, autor y actor de la vida, unidad que aporta vida a nuestro ser (Zubiri, 1986).

    Esto nos lleva, en primer lugar, a manifestar que la actividad educativa no puede ser exclusivamente especulación, ni nunca será un conocimiento desinteresado. A la educación no le interesa el conocer por conocer, aunque pretende profundizar permanentemente en él con el fin de mejorar la intervención educativa. Y si ponemos el acento en el educando, a él tampoco le interesa el saber por saber, sino adquirir aquellos conocimientos, destrezas, competencias, valores... necesarios que le ayuden a alcanzar la madurez y a solucionar los problemas a los que irrenunciablemente debe enfrentarse en su vida cotidiana, a integrarse en la comunidad, en la sociedad en la que vive. Aprender a obrar, que no es otra cosa que un aprendizaje moral, porque al obrar nos vamos conformando como debemos ser, nos vamos perfeccionando. En suma, saber educativo que elaboramos y en el que el conocimiento teórico cumple un papel inicial regulador de la acción, a la vez que la promueve y dota de sentido. Por otro lado, no debemos obviar que una vida sin acción no puede considerarse vida humana, ya que cada persona se construye a lo largo de sus acciones, con cada acción expresa lo que es y pretende ser.

    En el logro de estas acciones, de forma sistematizada e intencional, las transformamos de acciones educativas a acciones pedagógicas en la medida en que estamos aportando las claves para justificar el qué, el porqué, el para qué y el cómo de toda acción educativa, lo que nos indica que estamos sistematizando y fundamentando nuestro quehacer educador. Esto justifica que toda acción humana sea objeto de la educación y que se entienda la tarea educativa como acción que exige la intervención consciente y planificada de uno o varios agentes. Acción que debe presentar una dimensión integradora e integral, pues debe involucrar todas las dimensiones de la persona. Ahora, esta actuación del educador no debe obviar que todo individuo, como promotor de sus acciones, debe ser capaz de autodeterminarse, autorrealizarse con un proyecto propio como alguien singular y único, a partir de procesos de hetero y autoeducación.

    Heteroeducación, proceso en el que los cambios que se producen en la persona son resultado de las acciones que ese sujeto realiza sobre sí mismo guiado por una intervención externa. Es decir, el educando no es el único promotor de ese cambio, sino que se lleva a cabo con la guía e intervención de otro agente, usualmente un educador. Se trata, en este caso, de cambios generados a partir de las experiencias de otros, de una intervención planificada o no. Lo que nos lleva a advertir que, en toda intervención del educador, el educando siempre debe:

    Tener la oportunidad de querer o no querer ese cambio.

    Rehusar hacer el cambio.

    Facilitar el propio proceso de deliberación.

    Autoeducación, proceso en el que se es a la vez agente y actor del cambio y del modo para lograrlo. Nos formamos en esa continua interacción con lo que nos rodea y los que nos rodean, pero sin ese compromiso personal de querer ese cambio, de pretender esa implicación, no se podría hablar realmente de educación, sino, en última instancia, de autoeducación. De aquí se desprende la trascendencia de la intervención educadora como ayuda para alcanzar esa meta. El educando tiene que ser siempre agente de los cambios educativos que en él se producen, al ser la educación un proceso de acciones racionales y libres. Lo decisivo es el sujeto: es él quien se educa, quien se configura, en interdependencia con las intervenciones que recibe, no simplemente por ellas.

    En definitiva, la educación es acción de personas, entre personas y sobre personas, independientemente que se lleve a cabo de forma directa o indirecta. Y al tratarse de una relación entre personas, estas acciones nunca serán neutras, sino que están cargadas de valor, dirigiéndose a hacer/hacerse de una determinada manera y no de otra.

    Lógicamente también podemos conocer la educación como acción realizada, como algo ya logrado. Nos interesa como conocimiento teórico para comprender y explicar mejor la naturaleza del ser humano, el desarrollo de la humanidad y de las diferentes culturas, a la vez que a un sujeto concreto para proponerle las acciones posteriores más adecuadas para él. Ahora bien, lo que realmente nos concierne como educadores es la acción realizable, la educación de cada uno de los individuos singulares dirigida y ordenada perfectivamente hacia la meta que queremos alcanzar. Sin olvidarnos que toda acción del educador exige respetar la condición de agente en el educando, que este sea capaz de elegir y decidir sobre su propio proceso formativo (Touriñán y Sáez Alonso, 2012).

    Tampoco debemos obviar que no toda acción humana es educativa. Para ser considerada como tal debe poseer unas características determinadas y ser realizada de un modo preciso que, básicamente, se refiere a que sea aceptada libremente, con intencionalidad educativa, y que desarrolle una o varias capacidades humanas. En definitiva, que contribuya al perfeccionamiento. Exige intencionalidad de quién decide y actúa —sea este consciente o no consciente— y un «efecto», que también deberá ser «educativo», es decir, el efecto producido debe coincidir con el previsto o, en su caso, aportar una mejora. Solo así habremos convertido una acción en educativa.

    Niveles de la acción educativa

    De la misma forma que en otros ámbitos de actuación del ser humano, en educación también podemos analizar diferentes niveles de acción, ya que no toda conducta implica el mismo grado de deliberación, decisión y voluntariedad. Esto no elimina la dimensión voluntaria y reflexiva de cada uno de esos actos, pero sí una diferenciación entre ellos. Lógicamente, no consideramos aquellos que se llevan a cabo por coacción o manipulación, en cualquiera de sus fórmulas, ya que estos, aunque lograran un resultado eficaz, anulan la propia naturaleza de la acción educativa, al deber darse siempre en una situación querida o aceptada por el educando (Figura 1.4).

    FIGURA 1.4. Niveles de acción educativa.

    Acción espontánea

    Una de las formas más usuales de educación. Se refiere a aquella intervención que está guiada por el sentido común, los hábitos de los propios agentes y actores, la experiencia, la tradición, las creencias, las teorías implícitas, etc. Se trata de una actuación que no se fundamenta en una reflexión crítica consciente, ni en una fundamentación científica, sino únicamente en cómo actúa determinado grupo, cultura, modas, medios de comunicación, etc. En la acción espontánea la mayoría de modelos y pautas de conducta se transmiten de unos a otros sencillamente porque siempre se ha actuado de esa manera, es lo asumido por todos sin ser revisado previamente, ni buscar su sentido o pertinencia sobre la adecuación y eficacia de los mismos. No se organiza ninguna planificación intencional expresa, sino que, por medio de la observación y de la experiencia, se aprende. Un saber hacer que se sostiene por tradición, inculcación de hábitos, la observación, el ejemplo o la presión de personas, grupos o medios influyentes.

    Sin duda, gran parte de la educación ha estado sostenida por la acción espontánea y hoy en día sigue estando plenamente vigente en grandes sectores de la sociedad, ya que resuelve diferentes problemas, situaciones básicas o, sencillamente, permite integrarse en un grupo. En este nivel no resulta extraño encontrar incoherencias, contradicciones, errores… en las acciones que promueve.

    Acción reflexiva

    Permite la reflexión sobre la propia práctica, sobre el bagaje teórico que nos aportan las diferentes ciencias. Trata

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