Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

!HUNDAN EL TITANIC!
!HUNDAN EL TITANIC!
!HUNDAN EL TITANIC!
Libro electrónico1520 páginas24 horas

!HUNDAN EL TITANIC!

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

!Hundan el Titanic!, es el fascinante relato sobre uno de los hechos mas tragicos del siglo pasado que marco un antes y un despues en la historia de la navegacion. Desde un enfoque totalmente diferente, el autor entrelaza una infartante trama de suspenso, traicion, decadencia y redencion ambientada a comienzo de siglo hasta llegar al Titanic como "Leitmotiv" de la tragedia, y la interaccion entre varias capitales europeas y Washington D. C. de lideres contemporaneos tan relevantes como el Papa Pio X, el Kaiser Guillermo II, el Presidente americano Taft, un joven Adolf Hitler, el Zar Nicolas, el Secretario Archival Butt, entre otras grandes personalidades. Y todos ellos habilmente conectados a un joven oficial del buque que se ve envuelto en este thriller de pasion y muerte elaborado en una alucinante sucesion de hechos historicos ineditos, que promovieron y dieron inicio a La Gran Guerra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 ago 2022
ISBN9781662494000
!HUNDAN EL TITANIC!

Relacionado con !HUNDAN EL TITANIC!

Libros electrónicos relacionados

Ficción general para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para !HUNDAN EL TITANIC!

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    !HUNDAN EL TITANIC! - Robert Wesnatt

    ¡Hundan el

    TITANIC!

    Robert Wesnatt

    Derechos de autor © 2022 Robert Wesnatt

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2022

    ISBN 978-1-6624-9399-7 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-6624-9400-0 (Versión electrónica)

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Para Liliana que siempre ha estado a mi lado.

    Agradezco a mi hija Carla Nattero por la hermosa ilustración de portada y a Pablo Nakai por el soporte digital.

    Índice

    Introducción

    Capítulo 1: Acerca de héroes y traidores

    Capítulo 2: Cuéntame cómo son tus amigos y te diré quién eres

    Capítulo 3: El poder y la maldad casi siempre van de la mano

    Capítulo 4: Siempre la fortuna es propicia a los fuertes, Terencio

    Capítulo 5: Haz por ser semejante a un promontorio, las olas del mar se estrellarán contra ti de continuo y te mantendrás inmóvil hasta que en tu entorno se amansen las aguas, Marco Aurelio

    Capítulo 6: El regreso del sicario pródigo

    Capítulo 7: Dormía y soñé que la vida era bella, pero cuando desperté advertí que solo era el deber, Immanuel Kant

    Capítulo 8: La pasión por dominar es la más terrible de todas las enfermedades que aquejan al espíritu humano, Voltaire

    Capítulo 9: Es un noble héroe el que lucha por su familia; más noble quien lucha por el bienestar de su patria, pero el más noble de todos es el que lucha por la humanidad, Johann von Herder

    Capítulo 10: Un buen político es aquel que, tras haber sido comprado, sigue siendo comprable. Winston Churchill

    Capítulo 11: El deber es un Dios que no consiente ateos, Víctor Hugo

    Capítulo 12: Si podemos formularnos la pregunta ¿soy o no responsable de mis actos?, significa que sí lo somos, Fiodor Dostoievski

    Capítulo 13: Hay dos clases de personas en la tierra… aquellas que se elevan y las que se inclinan, Ella W. Wilcox

    Capítulo 14: Si echáis los prejuicios por la puerta volverán a entrar por la ventana, Federico II de Prusia

    Capítulo 15: Un hombre de carácter es casi siempre un hombre que tiene mal carácter, Jules Renard

    Capítulo 16: Agradece a la llama su luz, pero no olvides el pie del candil que constante y paciente la sostiene en la sombra, Rabindranath Tagore

    Capítulo 17: La guerra es nefasta, hace más hombres malos de los que mata, Immanuel Kant

    Capítulo 18: Reprende al amigo en secreto y alábalo en público, Leonardo da Vinci

    Capítulo 19: Hay que ser remero antes de llevar el timón, luego haber estado en la proa y observado los vientos antes de gobernar la nave, Aristófanes

    Capítulo 20: La verdad triunfa solo por sí misma, la mentira necesita siempre cómplices, Epicteto de Frigia

    Capítulo 21: El mayor dolor del mundo no es el que mata de un golpe sino aquel que gota a gota horada el alma y la corrompe, F. Villaespasa

    Capítulo 22: Para aquellos que detentan el poder absoluto no existe camino intermedio entre la cumbre y el precipicio, Tácito

    Capítulo 23: El poder absoluto fue y será siempre la causa de la decadencia y de las desgracia de los pueblos que tarde o temprano llegan a padecer los mismos reyes, Barón de Holbach

    Capítulo 24: Sufrir por dos es una carga demasiado pesada para un solo corazón, Eurípides

    Capítulo 25: El estado llama ley a su propia violencia y crimen cuando nace del individuo, Max Stirner

    Capítulo 26: No es la carne ni la sangre sino el corazón lo que nos hace padres e hijos, Friedrich von Schiller

    Capítulo 27: Lo que cuenta la historia no es más que un sueño largo, pesado y confuso de la humanidad, Arthur Schopenhauer

    Capítulo 28: El ser humano es el mayor enemigo de sí mismo. David Hume

    Capítulo 29: Todos nacemos locos y algunos continúan siéndolo toda la vida, Samuel Beckett

    Capítulo 30: La gran huida: conclusión

    Capítulo 31: El hombre que no ha amado apasionadamente ignora la mitad más hermosa de la vida, Stendhal

    Capítulo 32: El amor es como un río. ¡A medida que es más grande va metiendo menos ruido! No hagas burlas con el amor, que las burlas de un instante cuestan siglos de dolor, Francisco Villaespesa

    Capítulo 33: El beso es el contacto de dos epidermis y la fusión de dos fantasías, Alfred de Musset

    Capítulo 34: Cualquiera sea el tema de la conversación un viejo soldado hablará siempre de la guerra, Antón Chéjov

    Capítulo 35: Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder, Abraham Lincoln

    Capítulo 36: Cuando la situación es adversa y la esperanza poca, las determinaciones fuertes son las más seguras, Tito Livio

    Capítulo 37: El dolor silencioso es el más funesto, Jean Racine

    Capítulo 38: No existen deberes innobles, Alessandro Manzoni

    Capítulo 39: El nacimiento de la ciencia fue la muerte de la superstición, Thomas Huxley

    Capítulo 40: Dos cosas me admiran… la inteligencia de las bestias y la bestialidad de los hombres, Flora Tristán

    Capítulo 41: Sabio es aquel que constantemente se maravilla de lo nuevo, André Gide

    Capítulo 42: El pan más sabroso y las comodidades más gratas son las que se ganan con el propio sudor, Cesare Cantu

    Capítulo 43: Mis deseos son órdenes para mí, Oscar Wilde

    Capítulo 44: La gente odia a quien le hace sentir su propia inferioridad, Lord Chesterfield

    Capítulo 45: Podrás engañar a todos durante algún tiempo, podrás engañar a alguien siempre, pero no podrás engañar siempre a todos, Abraham Lincoln

    Capítulo 46: Hay que ser remero antes de llevar el timón, haber estado en la proa y observado los vientos antes de gobernar la nave, Aristófanes

    Capítulo 47: Es increíble la fuerza que el alma puede infundir al cuerpo, Karl Humboldt

    Capítulo 48: Para llevar a cabo grandes empresas hay que vivir, como si pronto te fueras a morir, Marqués de Vauvenargues

    Capítulo 49: Los lazos de la amistad son más estrechos que los de la sangre y la familia, Giovanni Boccaccio

    Capítulo 50: Nada nos engaña más que nuestro propio juicio, Leonardo Da Vinci

    Capítulo 51: Un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta, Ralph W. Emerson

    Capítulo 52: La habilidad y la constancia son las armas de los débiles, Maquiavelo

    Capítulo 53: El comportamiento es un espejo en el que cada uno muestra su imagen, Johann Goethe

    Capítulo 54: No se odia mientras se menosprecia. El odio es mayor hacia un igual o a un superior, Nietzsche

    Capítulo 55: Con frecuencia los mismos peligros que amenazan nuestra vida sirven paras salvarla, Quintiliano

    Capítulo 56: Ten el valor de la astucia que frena la cólera y espera el momento oportuno para desencadenarla, Gengis Kan

    Capítulo 57: Es tonto temer lo que no se puede evitar, Publio Siro

    Capítulo 58: El cuerpo humano no es más que apariencia y esconde nuestra realidad, la realidad es el alma, Víctor Hugo

    Capítulo 59: Saber es relativamente fácil. Querer y obrar de acuerdo a lo que uno quisiera es siempre más duro, Aldous Huxley

    Capítulo 60: La maldad no necesita razones, le basta un pretexto, Johann Goethe

    Capítulo 61: Rascad al hombre civilizado y aparecerá el salvaje, Schopenhauer

    Capítulo 62: La pasión de dominar es la más terrible de todas las enfermedades del espíritu humano, Voltaire

    Capítulo 63: Sabemos lo que somos pero no en lo que podemos convertirnos, William Shakespeare

    Capítulo 64: Hay un placer en la locura que solo los locos conocen, John Dryden

    Capítulo 65: El hombre no toma conciencia de su ser más que en las situaciones límite, Karl Jaspers

    Capítulo 66: Quien no ha afrontado la adversidad no conoce su propia fuerza, Ben Jonson

    Capítulo 67: Lo que me subleva no es que me hayas mentido, sino que en lo sucesivo no podré creerte, Friedrich Nietzsche

    Capítulo 68: La malicia bebe la mayor parte de su propio veneno, Seneca

    Capítulo 69: Basta un instante para hacer un héroe, y una vida entera para hacer a un hombre, Pierre Brulat

    Capítulo 70: Lo más difícil no es cumplir el deber, sino conocerlo, Vizconde de Bonald

    Capítulo 71: El hombre es un aprendiz, el dolor es su eterno maestro, Alfred de Musset

    Capítulo 72: Puede ser un héroe tanto el que triunfa como el que sucumbe, pero jamás lo será quien abandone el combate, Thomas Carlyle

    Capítulo 73: Es más fácil encontrar un amor apasionado que una amistad perfecta, Jean de La Bruyere

    Capítulo 74: La amistad es el alma de todas las almas, Lope de Vega

    Capítulo 75: Estoy enamorado de la amistad, Montesquieu

    Capítulo 76: Los golpes de la adversidad son amargos pero nunca estériles, Joseph Renan

    Capítulo 77: Que nadie le diga lo que tiene que hacer a alguien que ya ha decidido cual debe ser su destino, árabe anónimo

    Capítulo 78: La historia nos enseña que solo aparecen los actos heroicos en las derrotas y en los desastres, Anatole France

    Capítulo 79: La costumbre de vivir para nosotros nos hace cada vez más incapaces de vivir para el prójimo, Alejandro Vinet

    Capítulo 80: Conoce primero los hechos y luego distorsiónalos cuanto quieras, Mark Twain

    Capítulo 81: No hay que atacar el poder sino tienes la seguridad de destruirlo, Maquiavelo

    Capítulo 82: La esperanza es el sueño de los que están despiertos, Carlomagno

    Capítulo 83: En las grandes adversidades toda alma noble aprende a conocerse mejor, Friedrich von Schiller

    Capítulo 84: La única manera de poseer un amigo es serlo, Ralph Emerson

    Capítulo 85: Uno a uno somos todos mortales pero juntos somos eternos, Apuleyo

    Capítulo 86: El dolor silencioso es el más funesto, Jean Racine

    Capítulo 87: El arte de vencer es aprender de las derrotas, Simón Bolívar

    Capítulo 88: La experiencia nos hace saber que no todo lo que es increíble siempre termina siendo falso, Cardenal de Retz

    Capítulo 89: No es difícil tener éxito. Lo difícil es merecerlo, Albert Camus

    Capítulo 90: Solo aquellos que nada esperan del azar son dueños de su destino, Matthew Arnold

    Capítulo 91: Procura amar mientras vivas, en el mundo no se ha encontrado nada mejor, Máximo Gorki

    Capítulo 92: Largo y arduo es el camino que conduce del infierno a la luz, John Milton

    Capítulo 93: Después de muchos días oscuros, vendrá uno sereno, Tibulo

    Epílogo

    Aclaración

    Introducción

    Londres, 23 noviembre de 1898. 4:50 de la tarde en la residencia de Lord Percival Mersey.

    Desde lo alto de su ventana el viejo Patricio contempla los incontables tejados que se despliegan ante su vista, una visión que por repetida no deja de atraparlo y mantiene su mirada como perdida en la inmensidad de la nada. Aprovechando la apacible tarde, cantidad de palomas revolotean picoteándolo todo en medio de un sinfín de chimeneas de rojos ladrillos que se alzan orgullosas hacia un cielo plomizo al tiempo que expulsan densas columnas de humo negro, es como una tos venenosa salida del infierno.

    Proliferan las cubiertas de techo en cobre, material noble que el paso del tiempo le ha dejado una impronta de óxido y musgo que matiza la uniformidad cromática del entorno, allí donde las Rosas de los Vientos se alzan cual lanzas muñidas por algún caballero de fina estampa y que siempre danzan al vaivén de las turbulencias, pero hoy se ven en reposo… tanta quietud atrae la atención del viejo y excita su curiosidad… ¿Por qué tozudamente señalan hacia el este, a ese mar inquieto de tonos leoninos que es la razón de su existir y que por su años le es imposible de divisar…? Pero él sabe que está allí… ¿Será por la rotación de la Tierra… la fuerza centrifuga? Angustiado sostiene su respiración, parece que el mundo se hubiera detenido en ese preciso instante y todo quedado en suspenso.

    Por momentos esas viejas imágenes victorianas se les asemejan a los trazos salidos de la paleta de algún pintor impresionista, esa técnica que tiene muy poco de arte y mucho de la imaginativa popular, imágenes que fueron plasmadas en fascinantes claroscuros que nunca acaban de sorprenderle, gruesas pinceladas de color que día a día se reavivan y siempre lo hacen con un matiz diferente… tanto así como la vida misma.

    Afina su atención, sus oídos ahora captan los altisonantes arrullos de la urbe que discrepan con la calma que reina en el interior, sonidos provenientes de vidas efímeras que se cuelan desafiantes y que el viejo vanamente intenta reprimir. Su viejo espíritu guerrero ansía una paz que tanto alboroto callejero no le otorga, y ya está por cerrar la falleba para regresar a su lectura cuando observa algo en el cenit, es muy difuso, pero le atrae como el imán al hierro… No… no es posible que ya esté sucediendo, se dice apesadumbrado, y cierra con premura al tiempo que un temblor incontrolable domina todo su ser. Un sol adormecido y ya sin fuerzas se va desvaneciendo ante sus ojos… Ese cielo que antes era tan azul ahora se mira gris, como descolorido… ¿es que ha perdido su brillo o soy yo que lo ve distinto?; todo su ser se lo cuestiona angustiado pero luego concluye que eso ya es irrelevante… no a su edad. La ventana por fin la ha cerrado, los molestos sonidos han quedado aprisionados en el exterior y tal como invasores rechazados pugnan vanamente por entrar. El lugar se inunda de esa anhelada paz que apenas es interrumpida por el lejano quejido de algún claxon o el disonante repiqueteo de herraduras sobre el adoquinado, apenas unos gorjeos citadinos que a duras penas logran pasar.

    Como el crisol del alquimista la gran urbe londinense intenta amalgamar en su seno dos generaciones de diferente palpitar, y casi lo consigue: la milenaria tracción a sangre y el aberrante vehículo a explosión de reciente aparición… pero los estudiosos afirman y muy convencidos que solo una de esas bestias prevalecerá. Los aristócratas aún montan en sus suntuosos carruajes arrastrados por percherones agobiados por el maltrato de siglos, y ya dan muestra de rebeldía… ¡En buena hora…!, son los restos de épocas pasadas que hoy no quieren ceder un tranco a los nuevos arribistas montados en sus esperpentos humeantes y ruidosos, pero es apenas una batalla ganada en una guerra que pronto acabará. Es otro sacrificio, uno más en ese codiciado altar del progreso que quedará vacante porque no habrá vencedores ni vencidos, solo sobrevivientes en un creciente mundo mecanizado plagado de poluciones, donde el clima y la geografía de los pueblos pronto cambiará sumergiendo por años a la especie humana en una lenta e implacable agonía. Ajeno a estas especulaciones seculares el anciano regresa a su poltrona y coge nuevamente el periódico. Es un conspicuo seguidor del London News y hoy lo hojea de prisa hasta llegar a la sección literaria. La sala oficia como su refugio de cultura y coto privado en la gran residencia, una más en el populoso barrio de Chelsea… más de gris sobre gris en una sociedad aburguesada donde los tonos brillantes y los colores vivos suenan como un desacato al orden establecido.

    Coge su pipa y chupa ávidamente, la combustión recibe el preciado oxígeno y de inmediato comienza a lanzar tenues señales de vida y en ese mismo instante un escalofrío serpentea a lo largo de su encorvada espalda, levanta la vista y nota que una de las fallebas se ha entreabierto haciendo que el recinto pierda buena parte de su calor, y de inmediato hace que vuelvan a cerrarla. Con su mano le señala a la Sra. Harris, su fiel camarera, que avive el fuego de la leñera, allí solo persiste una llama mortecina que languidece y se resiste a morir. La consigna para el servicio es que ese fuego nunca debe apagarse, y sin demora la buena mujer hace que las brasas recobren su perdido fulgor para volver a instalarse a la espalda del señor en espera del próximo mandato. Ella echa un vistazo al reloj de pared y ve que la hora se aproxima, la del gran evento… el impostergable rito del té en el Londres del cachemir y el satín, y cuando el viejo Big Ben fiel custodio del Parlamento da las cinco campanadas comienza la rutinaria tarea. Aunado con esa sacra ceremonia un aire cálido proveniente de la estufa ya inunda la sala esparciendo sus suaves caricias, la mesa está servida y mientras su señor se acomoda le coloca las pantuflas. Lentamente él da cuenta de la infusión que alterna con largas pitadas a su pipa, entre bocanadas de humo y la ingesta del té llega a la sección que más le interesa.

    Pasea su vista por algunos titulares sin mayor importancia hasta que llega al pie de página y se tropieza con un artículo que sí atrae su atención, es relativo a barcos, su gran pasión y comienza a leer. Trata sobre un nuevo libro por salir al mercado donde el protagonista es un ente forjado con el más puro acero de Birmingham… toda una semblanza para esa era posindustrial. Allí hablan de un enorme crucero, el más grande del mundo hasta el momento ¡Al fin un tema tradicional en estos tiempos de invenciones y descubrimientos apabullantes…! Ajusta sus gafas, mejora su posición en el sillón y suelta el humo más lentamente que al filtrarse entre los incisivos produce un peculiar silbido haciendo que la Sra. Harris, siempre tan ceremoniosa se afloje y esboce un imperceptible gesto risueño. Lord Mersey como buen marino todo aquello relacionado con barcos y la náutica le apasiona, y aún más siendo el remanente de una época gloriosa ya en extinción, la de esos aventureros que frecuentaban cubiertas en madera de teca y desplegaban grandes paños de lienzo a los cuatro vientos impulsando sus navíos más allá del horizonte dejando librado su destino a la bonanza o furia de los elementos.

    Es bien conocido que los sajones aman navegar, y el mar les rodea excitando sus ansias de ir a tierras lejanas. Majestuosos veleros con tripulaciones mestizas reclutadas a las malas o con ardides de timadores zarpaban hacia lo desconocido en amaneceres brumosos, a comerciar o en busca de dinero fácil, historias que plagaron la novelesca popular alimentando sueños desde tiempos remotos, anhelos de aventuras propios de su estirpe guerrera y expedicionaria… Además, de una bien ganada fama expansionista. Toda una tradición imperial enraizada con viejas glorias marítimas que desde sus mismos inicios como nación se afianzan definitivamente en 1588 cuando la flota de la reina al mando de Sir Francis Drake aniquila a la Armada Invencible española de Felipe II y pasa a ocupar su lugar en el dominio de los mares. A partir de entonces se sienten, y con razón, los amos absolutos ejerciendo desde entonces ese derecho por una simple razón: ser los más fuertes. El artículo periodístico comienza así…

    Presentación de un nuevo libro.

    Hemos concurrido al recinto de la Real Sociedad de Escritores a la presentación del último trabajo realizado por un distinguido miembro de nuestra institución, Mr. Morgan Robertson. Los periodistas acreditados tuvimos el honor de compartir el té y algún bocadillo con el ilustre escritor mientras se departía en el salón detalles de la obra presentada y que lleva por título… El Naufragio del Titán.

    Se hicieron entrega a la prensa volúmenes autografiados de puño y letra por Mr. Morgan Robertson que narró someramente a los presentes el contenido de este trabajo y tuvo a bien leernos un capítulo que por cierto nos llenó de emoción. El texto trata sobre la efímera vida de un buque de ficción llamado Titán, el transatlántico más grande del mundo con 270 metros de eslora, diseñado para pasajeros acaudalados y fiesteros que fue promocionado como insumergible y que una fría noche de abril de 1912 impacta contra un témpano en el Atlántico, así acaba zozobrando en su viaje inaugural con todos sus pasajeros y tripulación. A los periodistas presentes nos pareció interesante el contenido futurista de este último texto, es otra muestra del nuevo estilo literario que se ha iniciado en el continente pocos años atrás con el joven escritor francés Julio Verne que en poco tiempo se ha convertido en una fuente inagotable de realizaciones con buena aceptación por parte del público y los círculos de lectores. A Sir Morgan le deseamos la mejor de las suertes en esta novedosa temática para la letras británicas y que otros escritores también puedan incursionar en este mismo derrotero con igual éxito. La ceremonia concluyó con un brindis por el próximo lanzamiento de la publicación. Para concluir esta sección les prometo que les daré mi sincera opinión una vez leída esta obra y haré mis recomendaciones de rigor aunque les adelanto que soy algo escéptico con respecto a esta narrativa pseudo científica, como ustedes saben aquí en las islas no ha tenido la misma repercusión que en el continente o en América, pero aun así mi enhorabuena para nuestros imaginativos precursores. Para aquellos lectores ansiosos el libro será publicado por Bradbury, Jones & Dale y estará en los estantes de las librerías a mediados de diciembre.

    Lord Mersey cierra el periódico y se rasca la barbilla con escepticismo.

    —¿Un transatlántico de 270 metros… declarado insumergible y que se vaya a pique en su primer viaje…? Hummm… algo muy insólito… ¿Y la acción transcurre en abril de 1912… dentro de catorce años…? ¡Eso sí que es pura ficción…! Algo así no se podrá construir ni de aquí en cien años… ¡Loado sea el Señor…! Hoy día los escritores no saben qué inventar para llamar la atención de sus lectores…

    Abre nuevamente el periódico y avanza hasta enfrascarse en otra sección que también le interesa… la de política. Las noticias acerca del temible rearme alemán y los crecientes rumores de guerra pronto le hacen olvidar al fantasioso buque. Al comandante Lord Mersey ese artículo le quedará en el olvido hasta catorce años después cuando justamente a fines de abril de 1912 y ya siendo presidente del Consejo Marítimo de la Corona le tocará juzgar un suceso de increíbles e idénticas características: El caso TITANIC. El tribunal a su cargo revisará la conducta ética de los dos máximos acusados en la tragedia del transatlántico… la White Star Line y su presidente Bruce Ismay… y su fallo será trascendente en la vida de los involucrados. Hasta aquí la historia oficial, pero el hallazgo reciente en una bóveda olvidada de un diario íntimo nos cuenta otra verdad, y esta vez escrita por uno de los protagonistas de esos trágicos sucesos, y ahora a través de las siguientes páginas todos la conocerán.

    CAPÍTULO

    I

    Acerca de héroes y traidores

    Berlín, 24 de diciembre de 1911. Viernes a las 8:20 p. m. Con mano temblorosa el oficial introduce la llave en la cerradura, un clic del pestillo dispara el mecanismo, prueba y el picaporte gira ¡La puerta cede…! Avanza un paso y ya está adentro. Contiene su emoción, un profundo silencio hiere sus oídos y solo es interrumpido por el ocasional paso de algún tranvía allá abajo en el bulevar adyacente al edificio. La reducida recepción de la oficina se halla inmersa en una espesa penumbra, pero eso no le detiene, conoce de sobra el terreno y avanza unos pasos casi a tientas hasta llegar a la siguiente puerta, tras ella se encuentra su objetivo. Penetra decidido en lo que es una oficina de mayores dimensiones: el despacho del almirante, el más elegante y suntuoso del edificio. Aquí las sombras ya son menos difusas y por ende los contornos más definidos, eso gracias al reflejo de las luces de la ciudad que atraviesan dos grandes ventanales que apuntan al frente del edificio. Da un rápido vistazo a su alrededor, todo está en calma y eso lo hace sentir más seguro, de inmediato enfila hacia el escritorio que se halla junto a una de las ventanas. Ese es el lugar de trabajo del almirante, y allí debería estar lo que anda buscando; ¡A trabajar… ya casi no hay tiempo!. Schmitt enciende la lámpara del escritorio y de inmediato lo que antes eran sombras amorfas se transforman en lujosos muebles, espléndidos alfombrados y elegantes ornamentos.

    Las oficinas del Ministerio Naval del Reich a esas horas están desiertas y la única actividad en el viejo palacio se reduce exclusivamente a los servicios de la guardia avocados a su protección, y esa tarea en esta noche tan atípica se desarrolla con manifiesto desgano, ya que por propio albedrío nadie desearía estar hoy allí, pero el deber llama y las listas de guardia son inapelables. La vetusta edificación resalta entre el resto de reparticiones gubernamentales del entorno como una gran mole gris, y a estas horas desde el exterior no muestra señales de vida… salvo por esa tenue luz que se filtra a través de dos ventanales del quinto piso, el exclusivo sector de los almirantes que es justamente donde él se halla. Los insignes funcionarios representan el poder máximo de la Marina Imperial y en esta jornada tanto ellos como sus acólitos más próximos no se han presentado a sus tareas, y era previsible, pero ese despacho de pronto cobra vida: una luz ilumina esos vidrios y a través de ellos puede verse ir y venir una sombra. Schmitt hurga de prisa entre las carpetas y los dossiers de una gaveta disimulada en un bajo del escritorio. Afanosamente, revuelve todo sin saber específicamente que buscar, cree que ese documento secreto debería estar allí. De improviso se interrumpe, hay algo que llama su atención, vuelve la vista hacia la ventana y cae en la cuenta que las cortinas están recogidas dejando filtrar la luz de la lámpara hacia el exterior.

    —¡Maldita sea… como no lo vi antes! —Deja caer lo que tiene en sus manos y se abalanza para correr esos delicados lienzos—. Ruego que nadie haya visto la luz.

    Echa un vistazo hacia la calle desde el ángulo más oscuro del marco… no ve a nadie fisgoneando. Ya más aliviado regresa para seguir buscando, una tras otra ojea las carpetas y no haya nada comprometedor, casi todas han pasado por su mano como oficial de enlace, pero de pronto que se topa con una que atrae su atención, en su portada se lee: Operación Fénix - Plan Operativo… levanta la vista y se rasca la barbilla…

    —¿Plan Fénix… qué es eso…? Nunca he escuchado de ese plan… —Y se estremece de emoción…

    Su afinado olfato le dice que va bien orientado. Su tarea en el ministerio es justamente combinar la logística de todas las áreas operativas para las diferentes misiones secretas en el Imperio, pero la carpeta de ese plan Fénix nunca pasó por sus manos. Comienza a hojearla intrigado, y a medida que avanza su respiración se agita… está convencido de que ha encontrado algo. Sigue pasando las hojas hasta que llega a unos esquemas muy elocuentes realizados a mano alzada donde se muestra un gran buque en una situación dramática de naufragio, estudia los esquemas con atención y cuando lee el nombre del buque su expresión se transfigura.

    —¡Esto es espantoso… es la prueba de la mayor infamia! —Se ha puesto pálido, separa varios objetos del escritorio dejando un claro donde coloca la carpeta abierta. Está temblando por la excitación, es consciente que lo que tiene entre manos es explosivo, y personalmente puede costarle la carrera… y hasta su vida.

    No le corresponde estar allí ni hurgar en esa información clasificada, ante la ley militar y también la civil lo que está haciendo en estos tiempos pre bélicos sería considerado un acto de espionaje o de lesa traición, pero él no lo ve así… solo soy Un ciudadano que está haciendo lo correcto… un buen patriota….

    Días atrás accidentalmente tuvo conocimiento de que allí se estaba cocinando algo muy sucio, un acto monstruoso donde mucha gente moriría. En la tranquilidad de su hogar analizó lo escuchado y entendió que si eso se llevara a cabo sería algo nefasto para Alemania y muy destructivo para toda Europa, y en ese instante entendió que como hombre de honor debía intervenir para evitarlo. El capitán Schmitt dispone de una impecable hoja de servicios, promociones y menciones al valor a través de los años no le han faltado, pero desde hace un tiempo se ha adherido a una exclusiva camarilla de oficiales disidentes opuestos a la guerra que se avecina, y que también reciben el apoyo de un grupo de políticos que debido a la propaganda oficial cada vez son más minoría. Como es de suponer también cuentan con la inapreciable ayuda del Almirantazgo británico, su servicio secreto está consciente de lo explosivo de la situación en Alemania y desde poco tiempo atrás les viene suministrando la logística para actuar. Los líderes le dijeron que era imprescindible hallar alguna evidencia clara del complot, que ese dossier sería extremadamente comprometedor para los altos mandos y hasta quizás para el mismísimo Kaiser. Allí se los muestra involucrados en diversos actos de sabotaje contra objetivos aliados con un gran atentado final: ese horrible plan Fénix.

    Cuando sus asociados en las islas tengan en mano esas pruebas las harán públicas simultáneamente en Berlín y Londres. Ahora comprende que su tarea esa noche se ha vuelto crucial y cuando todo salga a la luz el Reich quedará hundido en el descrédito nacional e internacional, y sus verdaderas intenciones quedarán al descubierto… seguramente los tambores de la guerra comenzarán a bajar de tono y hasta quizás callen. Sus ojos brillan por la emoción y su corazón se agita, en sus manos tiene esa esperanza alentadora, quizás el no definitivo a la guerra.

    Sus amigos le proveyeron de una novedosa cámara Leica con óptica Zeiss, un dispositivo apenas más grande que una cajetilla de cigarrillos diseñado para fotografiar documentos y que deja obsoleta a la tradicional cámara tipo cajón, pero no ha tenido ninguna práctica previa ni sabe si realmente le será útil. Con dedos inseguros hace los ajustes de foco, diafragma y velocidad, se siente torpe… ¡Cuánta complejidad…! Posiciona la lámpara de forma inclinada sobre los documentos para tener buena luz y con la ayuda de un par de ceniceros mantiene abierta la carpeta sobre el cartapacio. Comienza a capturar imágenes hasta llegar a la docena, y allí el film se acaba. El dispositivo no permite más negativos sin cambiar el pequeño rollo de película y para hacerlo es necesario un cuarto oscuro… «Lo que he obtenido espero que sea suficiente, lo enviaremos al Almirantazgo, lo procesarán, estudiarán y luego lo enviarán a la prensa… el escándalo será de tales proporciones que rodarán las cabezas de los máximos líderes de la Cúpula junto con muchos pangermanistas», se alienta.

    Terminados los negativos esconde la cámara en el fondo del maletín bajo unos papeles, acomoda nuevamente todas las carpetas y deja el escritorio tal como lo había encontrado. Antes de apagar la luz echa un último vistazo y ve todo en orden, pone alguna cosa más en su sitio, cierra el interruptor de la lámpara y se encamina hacia la puerta; está por coger el picaporte, pero una oscuridad total le detiene y le hace volverse hacia la ventana.

    —¡Mierda, casi se me olvida… el maldito cortinado!

    Cuando entró al recinto la luz de la luna y el resplandor de las luces de la ciudad que se filtraba a través de los vidrios le había ayudado a orientarse, algo que ahora echa de menos. Se apresura a descorrer el cortinado y por fin que todo queda igual que al entrar. Comienza a entornar la puerta conteniendo el aliento, pero al ver despejada la recepción la atraviesa en solo dos trancos. Ese reducido espacio es el dominio exclusivo de Eva, la incondicional asistente del almirante que tanto él como el resto de los oficiales del cuarto piso detestan, es un sentimiento compartido y el escenario al que debe enfrentarse cada día. Ya está junto a la puerta que da al corredor y su corazón se vuelve a acelerar, le fluye la adrenalina a borbotones y su temperatura corporal se eleva nuevamente. Con una mano sostiene el maletín y con en la otra el picaporte, lo comienza a girar pero en ese instante siente que todas sus fibras lanzan un solo clamor… «No lo hagas… te convertirás en un traidor… ¡Deja todo… aún estás a tiempo!», pero ya ha cruzado esa delgada línea que separa a la lealtad incondicional de la traición, si alguien le viera saliendo de allí o un guardia le encontrase cargando ese material sería firme candidato al cadalso.

    Los servicios de inteligencia de los países involucrad…os en la gran carrera armamentística, y en especial los del Reich, están ávidos de cazar traidores, de demostrar su malvada eficiencia en esos tiempos de lameculos y muy deseosos de hallar chivos expiatorios para desalentar a futuros disidentes. Haciendo un supremo esfuerzo contiene ese impulso vital de supervivencia, de recular allí mismo. Hace un supremo esfuerzo, inspira profundo y exhala lentamente hiperventilándose. Es una acción desesperada por controlar el pánico, y la repite hasta que finalmente lo logra. Algo más calmado asoma la cabeza y atisba hacia ambos lados del pasillo… «Nadie a la vista»… y aliviado suelta el aire contenido en sus pulmones.

    Sale de prisa, pero cuando intenta insertar la llave para poner el cerrojo le tiembla tanto la mano que no le atina al ojo de la cerradura, y lo intenta varias veces hasta que al fin lo logra. Ya en esos momentos el color de su tez ha adquirido un matiz cadavérico y sus músculos están tan tensos como cuerdas de violín. Ya en el pasillo enfila hacia las escaleras tratando de exhibir tranquilidad mientras su mente bulle alborotada con mil pensamientos a cada uno más descabellado. Aún no está a salvo, debe abandonar rápido el quinto piso, fuera de horario esa área le está vedada.

    —¿Y si me ocultara…? Quizás mañana sería más fácil salir… podría escabullirme con el cambio de guardia… —Y en ese soliloquio desquiciado su otro yo le vuelve a perseguir implacable—. ¡Cobarde… estás evadiendo el problema real… esa no es la solución! —Sacude su cabeza en un vano intento por acallar esas voces que le torturan el cerebro.

    Mira su reloj y ve aterrado que excedido en mucho su hora de salida, deberá firmar el libro y tendrá que poner la nueva hora de salida, y si no se registra al salir los hombres de la guardia lo comenzarán a buscar por todo el edificio. Y las malditas voces regresan sin piedad…

    —¿Cómo explicarás tu permanencia después de hora en el edificio… en Nochebuena? ¿Qué dirás… qué te has quedado dormido… que había mucho trabajo…? ¡Imbécil… nadie te creerá, no tienes escapatoria y te atraparán…! ¡Basta! —exclama desesperado y se cubre los oídos.

    Mira en todas direcciones alarmado por si alguien le pudo escuchar, pero las voces le persiguen implacables. Ya está pisando el 4º piso, el que corresponde a su despacho… «¡Tranquilo… todo irá bien!», siente la camisa pegada a su piel y con dedos temblorosos tantea su torso… está empapado, gruesas gotas le caen de la frente y ruedan juguetonas por sus mejillas… «¡Estoy sudando a pesar del frío y la calefacción desde hace horas está apagada!»…

    Por fin accede al ascensor y respira más aliviado… «Desde el lobby me verán desciendo del 4º piso… nadie sospechará»… gira la manivela del mando hasta ubicarla en el nivel cero y el ascensor se pone en movimiento… «Debo mantener la serenidad… ya falta poco»… seca su rostro y nota que algunas gotas han dejado una huella delatora en su uniforme blanco, y entonces se le aparece la imagen de su esposa, inquisidora implacable para esas cuestiones…

    —¿Y esas feas aureolas… qué le ha sucedido a tu chaqueta…? Esta mañana lucías un blanco impecable… ¿Dónde has estado? —Será la primera observación que le hará ni bien abra la puerta, tan dedicada a su hombre para que siempre se vea como el más pulcro—. ¡Mira cómo la has dejado… quítatela ya mismo que la voy a limpiar!

    —Pero si apenas se ven… —protesta débilmente.

    En su mente reproduce la escena, pero de pronto esas imágenes se evaporan y aparecen otras… ahora es el árbol navideño… ¡Maldición… olvidé la promesa!

    —¡No es la Navidad que he planeado! —suspira apesadumbrado

    Los cacofónicos repiqueteos del ascensor machacan sus oídos volviéndolo a la realidad, y esos ruidos se entremezclan en su atribulada mente con las risas traviesas de sus hijos a los que se suman los villancicos navideños que habían practicado juntos, todo eso se vuelve un martilleo en sus sienes que finalmente culminan en una jaqueca galopante, y es entonces cuando vuelve a aparecer la imagen de su esposa…

    —Mi amor… recuerda… hoy es el último día… debes comprar los regalos, y antes de ir a la cama debemos ponerlos al pie del árbol… Lo dice con un mohín de complicidad aun enfundada en su bata y le señala el pino navideño. Su largo cabello rojizo enmarañado cae sobre sus hombros donde se insinúan los breteles del camisón, ese que por la noche había estrujado entre sus manos mientras hacían el amor.

    Él se vuelve picado…

    —Cariño… ¡Te lo prometo… no lo olvidaré…! —Y como despedida le besa la mejilla muy suavemente.

    —Lo sé… perdona… sabes que soy muy ansiosa… ¡No veo la hora que llegue la Navidad y abran sus paquetes! —Y ella le devuelve el beso pero ahora en los labios.

    Fue lo último que le escuchó decir antes de marcharse… ¡Esposas… se estrenan como amantes ardientes y acaban como madres agobiantes…! En tanto los pequeñuelos seguían en el piso enfrascados en sus juegos y ella finalmente cierra la puerta. Es la última imagen que guardó su retina… «También debí besar a los niños…», y se promete subsanar el olvido apenas regrese al hogar. El ascensor prosigue su lento descenso… «¡Ningún niño se merece el mundo que le estamos dejando…!», y esa realidad le golpea implacable… «¡Maldición, ella tenía razón… me estaba olvidando de los regalos…!», y mira el reloj… son pasadas las nueve… «Si me apresuro aún podré encontrar alguna tienda abierta…». Mientras su vida continúa suspendida dentro de ese cubículo de hierro a su mente vuelven las imágenes sobre los acontecimientos claves de esa semana, y especialmente los que le llevaron a estar ahí precisamente esa noche… la orden sonó dura, como muy autoritaria y sin posibilidad de réplica.

    —Ellos ya lo han decidido… ¡Debes ser tú… no hay otro! —Le había casi ordenado Moody, su amigo y contacto.

    Los jefes le escucharon sobre lo inminente de ese atentado y fueron terminantes

    —¡Necesitamos pruebas…! Si no no podremos hacer nada…

    —Pero ¿Por qué yo…? Arriesgo demasiado, además… ya hice mi parte… descubrí el plan.

    Alega puerilmente Schmitt. Le molestó bastante el tono de su amigo y cree que es injusto, después de todo él fue quien les alertó… y además están sobre las fiestas de Navidad… al fin de cuentas los demás no tienen esposa ni hijos. Ya se arrepiente de su voluntarismo, debería haber mantenido su bocota cerrada… al menos hasta después de las fiestas.

    —Lo siento… así lo han dispuesto desde Londres, esto es demasiado grave y no hay tiempo para preparar a otro agente… eres el único que puede entrar y salir de allí sin despertar sospechas.

    —¿El único…? No me hagas reír… ¡Cualquiera puede hacerlo!

    —Sabes que no… cualquiera no tiene acceso a ese piso… ni sabe que papeles buscar… no es momento para egoísmos personales, tu patria te necesita y nosotros te ayudaremos… ¡Podemos acabar con este gobierno corrupto ya! ¿O se te olvidas todo lo que hemos hablado en esas reuniones? Querías pasar a la acción… ¡bueno, el momento ha llegado!

    —¿De qué me hablas… egoísmo… patria…? ¡Ya te pareces a esos gerontes abroquelados en sus sillones que tanto detestamos!

    Su amigo le mira confuso, filosofar en esa forma tan negativa tan próximos a conseguir el éxito es mostrar una actitud ruin, por no decir cobarde, pero se cuida muy bien de decirlo.

    —¡Amigo… debe ser esta noche…! Será el último y más grande servicio que hagas por la causa… ya no te pediremos más, con esto los acabaremos… ¡Te lo prometo! ¿O es que ya no crees en nuestra misión?

    Cuando acaba le mira desafiante, él le iba a replicar, pero debe reconocer que no le falta razón, queda un momento vacilante hasta que finalmente asiente y baja derrotado la cabeza. El joven capitán pertenece a un selecto grupo de oficiales que tienen diario acceso a los custodiados despachos de la Cúpula, pero esta es la primera vez que va a actuar como un espía, algo que hasta hace poco le parecía un actitud deleznable y aún más por parte de un oficial… Hasta ahora habían sido solo reuniones entre camaradas donde se fumaba, se contaban historias a veces picantes y otras heroicas, y entre copa y copa se arreglaba el mundo. También era cuando les pasaba alguna información secreta que pudiera ser de utilidad a la causa antibelicista a la par que denostaban al gobierno.

    Pero esto que está haciendo es algo muy diferente, es simplemente traición… pasar información clasificada al enemigo, si lo descubren es tirar por la borda su carrera, humillar para siempre a su padres y seguramente enfrentar al pelotón de fusilamiento. Su posición privilegiada de enlace entre los almirantes y el cuerpo diplomático una semana atrás le dio acceso al abominable complot que estaban tramando los almirantes, y fue casi por casualidad… apenas una conversación a media voz entre los dos máximos jefes de la marina que lo dejaron atónito, aunque luego lamentó haber estado allí… el momento y el lugar equivocados.

    El día de marras se presentó en la recepción del ministro Von Tirpitz con unas carpetas para la firma y mientras aguardaba ser atendido observa que la puerta que da a la oficina del almirante se hallaba entornada. Momentos antes Eva, la recepcionista había dejado su puesto para ir al toilette, el edecán de turno está fumando en el corredor y en la sala contigua no se enteran de su presencia pues aún no le han anunciado. Aguza el oído y escucha como adentro discuten los dos máximos jefes del arma y sin atender a su voz interior se acerca a la puerta para oír mejor, y entonces capta todo… o casi. Los gerontes han bebido en demasía, cosa bastante habitual en esos misóginos y eso les hace soltar la lengua: hablan de algo específico… un gran atentado en el ámbito de la marina británica… parece ser un acorazado y que provocaría un gran daño material con muchas bajas… ¡Miles… según sus palabras textuales…! Sería inminente y tan rotundo que retrasaría por meses el proceso de rearme de Inglaterra otorgándole tiempo extra a Alemania para superarles en esa carrera armamentista en que están envueltas las dos potencias.

    Escucha que el viceministro Von Muller le pone algunos reparos al plan mientras Von Tirpitz desestima sus argumentos por irrelevantes manteniéndose firme como una roca. Schmitt queda frustrado al no poder enterarse los detalles precisos de dónde y cómo se va a concretar ese atentado, y es entonces cuando escucha acercarse por el corredor los inconfundibles tacones de Eva, de inmediato se acomoda en su silla adoptando una pose indiferente… justo a tiempo, allí aparece la cancerbera que al entrar escucha las voces adentro y que están discutiendo de un tema confidencial, su rostro se endurece y se apresura a cerrar la puerta. Una vez en su puesto le observa con el rabillo del ojo intentando descifrar por la expresión en el rostro del oficial si había escuchado algo comprometedor, pero Schmitt se mantiene imperturbable con su vista perdida en la nada… «¿Este imbécil habrá oído algo que no debía…?», se pregunta intrigada… «Deberé verificarlo». Aun preocupada por el traspié finalmente coge el teléfono y le anuncia.

    Cuando esa noche les comenta a su grupo acerca de esta conversación a todos se les encienden las alarmas y sin más acordaron que era vital descubrir el objetivo y los detalles faltantes, pero que era imprescindible conseguir alguna prueba para ir a los medios, y todos aunados idean ese plan de acción que pronto está a punto de acabar. Schmitt sostiene la idea de una Europa unificada con intereses en común, una visión civilizadora que lleve la cultura occidental hacia África, Asia… ¿y por qué no a América? De ninguna manera comparte la idea pangermanista de una Alemania en armas llevando su voz autoritaria y aquellos que no acepten de buen grado ese liderazgo se les imponga por el peso de las botas. Es un concepto anticolonialista que sus amigos británicos no comparten en absoluto, pero el pánico al Reich les obliga a buscar socios aun entre aquellos que reniegan del poder imperial, y en un acuerdo de conveniencia deciden no discutir de ese tema con su socio alemán. Forman un matrimonio de intereses estratégicos en común, pero con criterios sociológicos antagónicos, la necesidad a veces crea sociedades muy dispares.

    El ascensor sigue su camino, un golpe seco contra los topes de caucho del piso le anuncia que el viaje llegó a su fin, inspira fuerte al tiempo que pliega la reja metálica que con un ahogado chillido cede a la presión y el paso queda libre. Mantiene la calma, pero ni bien su bota toca el granito del piso las cosas cambian, la piedra le quema bajo sus pies y todo se vuelve a repetir: el pánico le atrapa nuevamente… ve que cientos de ojos se clavan en sus espaldas… las piernas ya no le responden, sus botas pesan toneladas y a cada paso se pegan al suelo quedando como soldadas, y es ahí cuando reaparecen las voces…

    —Hay miles de compatriotas que piensan igual… ¿Y solo tú debes hacer esto… por qué… eres idiota?

    Siempre la misma voz que desde temprano le reclama por su voluntarismo estéril, ya la escucha con más resignación que rebeldía, no quiere que sus nuevos amigos lo consideren un cobarde, pero el espionaje no es su fuerte… y otra vez ese maldito martilleo que le perfora sus sienes, la adrenalina fluye a borbotones casi reventando sus venas.

    Esa es la noche más importante para el cristianismo y el hall se halla a solas, reina un silencio absoluto pues todo mundo se ha ido a casa o para hacer las últimas compras. Cada tanto algún marinero lo atraviesa con papeles en mano arrastrando sus pies a desgano hasta desaparecer por alguna puerta lateral. Se asemejan a sombras sin volumen ni rostro que se mueven en forma autómata como guiados por una mente superior, apenas engranajes de una gran maquinaria burocrática. Desautorizando a esas voces interiores que no dejan de atormentarle observa con alivio que nadie se ocupa de él, y entonces le regresa la calma. Enfila hacia la garita de guardia para firmar el libro y así salir rápido de allí, pero al acercarse su alegría desaparece… tras el mostrador hay un marino firme en su puesto, es solo un suboficial vestido con bastante desaliño, quizás convencido que esa noche ya no hay jefes en las instalaciones… traga saliva y confía que sus insignias de capitán le confieran paso franco. El guardia mantiene su vista concentrada en algo que oculta bajo el atril y de sus labios pende un cigarrillo a medio consumir que intenta mantener vivo dándole cada tanto profundas chupadas. Al avanzar mejora su ángulo visual y descubre que es lo que le mantiene ocupado: es el periódico de la tarde, y lo tiene abierto en la sección de deportes. Llega al mostrador y se le planta delante carraspeando para llamar su atención, entonces él levanta la vista y le mira sorprendido. Pillado in fraganti abandona la lectura y pone el cigarrillo en una lata de conservas que oficia de cenicero. Se incorpora precipitadamente arreglando su uniforme que en verdad dista mucho de estar medianamente presentable, se le nota visiblemente turbado.

    —¡Capitán Schmitt…! No sabía que estaba en el edificio… creía que ya no quedaban oficiales… —Hace un saludo militar que no superaría la más tolerante de las revisiones, Schmitt le dirige una sonrisa que intenta ser natural.

    —Pues aquí me ve… pero ya me retiro… ¡La patria puede esperar hasta pasada la Navidad!

    El otro le responde con una mueca, no solo le obligan a trabajar en vísperas de Navidad, sino que además debe someterse a salidas poco graciosas de ciertos oficialitos…

    —Sí claro… ¿Mucho trabajo capitán?

    —Nada importante… solo unos informes atrasados…

    —Ohhh… lamento la contrariedad… ¿Y pudo acabarlos?

    No es que le interese, lo pregunta por decir algo. Ese capitán con aires de superioridad le incomoda bastante, «No es que tenga nada contra los oficiales en general, sino que el capitán Schmitt le provoca cierto rechazo, no le ve una vocación pangermanista como deberá ser, pero no está en sus manos resolverlo… ¡El imbécil habla de la patria, pero que sabrá lo que eso significa… nunca ha estado durante horas de guardia empapado hasta la médula o soportando nieve en algún punto remoto del imperio… ¡eso es hacer patria!». Mientras esto pasa por su mente le alcanza el libro para la firma. A su lado en el piso descansa un fusil Máuser y a su cintura lleva un revólver en su cartuchera. Nunca ha usado esas armas contra persona alguna, pero impresionan y le hacen sentir importante.

    —Sí… es que ni me había dado cuenta de la hora… ¡Y aún me faltan las últimas compras navideñas!

    Da su respuesta sin matices intentando mostrar una serenidad que no tiene, las venas hinchadas y el sudor de su rostro lo delatan, el guardia levanta la vista y nota algo raro en su comportamiento. Le habla mirándole directo a los ojos.

    —Ummm… me temo que se va a tener que apresurar si quiere encontrar alguna tienda abierta, hoy todo mundo ansía volver pronto a su casa… a propósito… ¿Tiene algo que declarar en el maletín… señor?

    La pregunta fue hecha en forma mecánica, por decir algo mientras observa de reojo como su cigarrillo muere ahogado en un mar de cenizas, entre tanto va llenando los espacios en blanco del libro. Si ese oficial viene o no el sábado, no le preocupa en absoluto, él lo pasará en su casa disfrutando de un chocolate bien caliente y pastel de manzanas, solo quiere incomodarlo con su interrogatorio. Schmitt se sobresalta, nunca le habían preguntado eso en la guardia… ¿Ese nabo sospechará algo…?

    —No… nada… ¿Quiere revisar…? —Y hace intento de abrir el maletín.

    El guardia duda unos momentos, pero finalmente afloja la tensión.

    —No capitán… no hace falta… —Y suelta otra pregunta—: ¿Mañana viene señor?

    —¿En Navidad? ¡Nooo por Dios… toca estar con la familia…! —Y ríe

    Lo está haciendo bien, esperaba que no le revisasen… no a él… aunque alguna vez lo hacen en especial con los civiles. Moja la pluma nuevamente en el tintero e inserta la hora de salida en el último casillero, firma y le regresa el libro al guardia que echa un poco de talco y sopla para secar la tinta fresca para luego cerrar sin leer nada de lo escrito. Al bajar su vista nota lo abultado de ese maletín y que sostiene contra su pecho con tanto esmero… ¿Se habrá apresurado en descartar revisarlo?

    —Apuesto que ahí dentro lleva los regalos de Navidad.

    Lo larga a quemarropa y de inmediato suelta una carcajada. A continuación se le queda mirando con expresión estúpida. Schmitt se estremece.

    —¿Aquí…? ¡Ojalá así fuera…! Es mi tarea apenas deje el edificio… aún debo hacer alguna compra de última hora…

    Dibuja una sonrisa forzada mostrando unos dientes blancos y prolijos al tiempo que contiene la respiración y se le acelera el corazón, los villancicos le repercuten ahora con toda estridencia. El guardia mantiene sus ojos clavados en el rostro del oficial, pero finalmente desiste, es tarde y no tiene ganas de perder más tiempo.

    —Bien… pues entonces nos veremos pasado mañana…

    —Sí… claro… ¡Que tenga buenas noches! —Y se encamina hacia la salida.

    Faltan unos pocos metros y lo está por lograr cuando escucha nuevamente al guardia.

    —¡Capitán Schmitt! —le llama con voz estridente en el salón vacío produciendo un fuerte eco.

    Se detiene y se vuelve despacio, su corazón late de prisa.

    —¿Sí?—inquiere en un susurro apenas girando la cabeza, sus piernas vuelven a temblar incontrolablemente

    —¡Feliz Navidad, señor!

    —Ahhh sí… gra…cias… lo mismo para usted —susurra.

    Prosigue su camino respirando profundo. El guardia continúa con su lectura sobre las inminentes olimpiadas en Suecia, tiene un sobrino que integra el equipo de remo con timonel y espera ver que de su pecho penda alguna medalla, aunque más no sea la de bronce. Schmitt siente que el alma le vuelve al cuerpo mientras va apresurado hacia la salida… «¡Ufff… eso estuvo cerca!», trata de contener la alegría que le invade, avanza como flotando en el aire… no siente sus pies, ya no le pesan. Está eufórico y le vienen ganas de gritar, comienza a ver el fuego crepitar en la leñera y que las risas de sus hijos suben de tono mientras rasgan los envoltorios de los regalos.

    Las voces agoreras se han acallado y le regresa la serenidad de siempre. Cree que hubiera sido menos riesgoso extraer el rollo del interior de la cámara y guardarlo en un bolsillo, pero le dijeron que manipular el celuloide fuera del cuarto oscuro velaría la película. No es un experto en el arte fotográfico y obedeció, en esa cámara lleva el fruto de muchas horas de vigilia para acceder a las pruebas y convertirse en espía, pero le consuela que todo lo que hace es por su país, sus hijos y nada en beneficio personal. Él lo descubrió y si ese atentado se llegase a producir acelerará el conflicto armado, y aunque es un militar no la desea, ya que no cree en esa guerra, que desangrará a Alemania y traerá desolación y muerte… ¿Y cuál será el beneficio para el pueblo? ¡Ninguno por cierto…! Las guerras nunca solucionan nada, son fruto de la necedad de los hombres, agravan los problemas, causan dolor y embrutecen a los que participan en ella… solo benefician a unos pocos encumbrados y a la industria armamentística.

    Está en el umbral de los cuarenta y por ser un estudiante brillante a los dieciséis logró una beca para ir la academia naval, y a pesar de provenir de la clase humilde con padres apenas ilustrados pudo convertirse en un oficial de la marina imperial… y todos le auguran una gran carrera. Ha formado una familia, tiene a su lado una buena esposa y han criado dos hijos adorables que le están aguardando, y por ellos lo está arriesgando todo. Fueron días de precipitada planificación, pero afortunadamente ya todo está por acabar.

    CAPÍTULO

    II

    Cuéntame cómo son tus amigos y te diré quién eres

    Londres, principios de noviembre de 1910.

    Allí comenzó todo, con su destino en la embajada como agregado naval donde por motivos de su actividad consular estableció amistad con algunos jóvenes oficiales del Almirantazgo, y fueron ellos quienes le abrieron los ojos acerca del belicismo expansionista del Reich, de su megalomanía y las consecuencias nefastas para Alemania y el resto de Europa, y cuando días atrás les puso al tanto del complot dieron el grito de alerta. Fueron tajantes: Necesitamos pruebas para denunciarlo públicamente y así poder desarticularlo a tiempo…; y lo que ahora vio en esa carpeta le dejó pasmado, es un hecho y ya conoce el objetivo… ¡Sencillamente es algo monstruoso y criminal…! Pero con la ayuda de sus amigos hará que todo salga a la luz, que toda Alemania conozca la verdad y que ese engendro muera antes de ponerse en movimiento.

    Atraviesa la puerta giratoria y por fin sale al exterior que le recibe con una ráfaga de aire frío que hincha sus pulmones y le devuelve la calma. Toda su musculatura se relaja, levanta su vista al cielo y siente como los tenues copos nieve le golpean el rostro y también algunas gotas de agua heladas que le hieren la piel, pero aun así la mantiene erguida… es la caricia de la libertad. Inspira profundo, llegó el momento de la retirada… «Ya está hecho… parecía más difícil… mis amigos ahora verán que estoy preparado para otra nueva misión… pero antes me tomaré un tiempo», y su rostro se ilumina con una amplia sonrisa.

    Llega a la escalinata y baja de a dos los peldaños, desde lo alto las gárgolas de granito le contemplan con su sempiterna cara de espanto y le siguen con una mirada de ojos vacíos… ¿Intentan advertirle algo…? No se atreve a volverse, esas esfinges góticas siempre le producen escalofríos y esa noche sus sombras proyectadas por la luna sobre el pavimento las hacen más aún más truculentas. Apura el paso hacia el estacionamiento en la parte posterior del edificio, allí lo está aguardando su amigo el oficial Moody. Su gente se hará cargo de la evidencia y de su posterior difusión a la prensa, no ve la hora de entregarla y hacer esas compras de última hora, el lunes regresará a su rutina como si nada hubiese ocurrido.

    En su estado de excitación no vuelve su vista en ningún momento, un error de novato que le podría costar caro. Si lo hubiera hecho quizás habría visto que alguien le está siguiendo, alguien que notó su presencia en el quinto piso y aguardó pacientemente hasta verle salir y ahora se ha convertido en su sombra. Schmitt finalmente llega al estacionamiento de visitantes que usualmente a esa hora está desierto, pero hoy puede observarse un vehículo en el rincón más oscuro, como que intenta pasar desapercibido. Se trata de un Ford T, uno de los primeros modelos fabricados en Alemania y a la distancia se percibe que su motor está en marcha. A pesar de las penumbras en su interior, se observa la silueta del conductor tras el volante y una pequeña brasa ardiente a la altura de su cabeza que intermitentemente aumenta de fulgor para luego languidecer hasta casi desaparecer, lo que evidencia que el individuo está fumando. El ocupante mira compulsivamente su reloj de pulsera, es un Tissot. Se trata de una pieza única con cuadrante fluorescente engarzado en rubíes, un orgullo de la industria suiza y realizado a pedido de su hermano en Londres para agasajarlo en su cumpleaños, y que se lo ha hecho llegar un mes atrás.

    Con dos años menos el joven Moody recién ha egresado del Liceo Naval y sigue los pasos de su hermano haciendo carrera en el Almirantazgo. Un aire frío cargado de humedad sumado al humo del motor en marcha produce como una nube gris a su alrededor que casi lo oculta a la vista confiriéndole un aspecto casi fantasmagórico que por momentos se incrementa con la aparición de la bruma nocturna, ese manto pegajoso y húmedo que por las noches emana de la tierra en sus cercanías al río Spree. De improviso el conductor rompe su inmovilismo, ha visto aparecer la figura de su amigo por la esquina del edificio y lo ve que se acerca de prisa, va agitando su brazo para que se le acerque. Aún no puede verle el rostro, pero por sus señas corporales adivina que está muy excitado… ¿Significa que ha tenido éxito…? Enciende las luces y comienza a avanzar, eso hace que esa sombra que iba tras Schmitt se pegue a la pared como una estampa quedando así invisible. El vehículo apaga y enciende sus faros en forma intermitente iluminando el área cual relámpagos. Cuando el conductor coloca la segunda marcha el motor vuelve a bramar tomando más velocidad hasta que se pone a la par de Schmitt que abre la portezuela y de un salto trepa a la cabina. El Ford vuelve a acelerar, el oficial recupera el aliento y estira las piernas aunque lo reducido del espacio se lo pone algo difícil, con casi metro noventa de envergadura… Es el precio de la tecnología, repite siempre. No puede evitar que su gorra pegue con el techo del habitáculo y entonces se la quita. Su colega se vuelve y le mira con

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1