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Francisco de Asís
Francisco de Asís
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Libro electrónico655 páginas10 horas

Francisco de Asís

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El libro Francisco de Asís es como una divina lágrima en el velo que cubría hechos para sumarse a otros ya conocidos y registrados en la historia, que vinieron a ayudar en la reforma de muchas almas, que esperaban ejemplos de luz para continuar su camino por el camino de la verdad.
Amigo y seguidor de Francisco de Asís en la personalidad de Shaolin–hermano Luiz, Miramez, además de describir aspectos desconocidos de la vida y obra de Francisco de Asís, centra, con rara alegría, dentro de la filosofía de la reencarnación, la inestimable acción de los espíritus ennoblecidos por conquistas morales, en la obra infinita del Creador, en colaboración directa con Jesús, en la dirección sublime de este planeta, que, dotado de todos los recursos necesarios, ofrece una etapa redentora al recalcitrante en el error, en el cumplimiento de las Leyes Divinas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 ene 2023
ISBN9798215838228
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    Francisco de Asís - Por el Espíritu Miramez

    FRANCISCO DE ASÍS

    Psicografía de

    JOÃO NUNES MAIA

    Por el Espíritu

    MIRAMEZ

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Abril 2022

    Título Original en Portugués:

    FRANCISCO DE ASSIS

    © João Nunes Maia

    Traducido al Español de la 26ava edición portuguesa.

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Del Médium

    João Nunes Maia nació el 10 de noviembre de 1923, en Glaucilândia, ex Juramento, al norte de Minas Gerais. Hijo de Joaquim da Silva Maia y Maria Nunes Maia, la pareja tuvo cinco hijos y Joaquim tuvo otros ocho hijos de su segundo matrimonio. João Nunes Maia fue el segundo hijo de la pareja; desde muy pequeño hablaba solo y sus hermanos lo consideraban raro.

    La mediumnidad salió a la luz temprano, trayendo angustias y aflicciones. Pero João tenía mucho apoyo para su madre, Maria Nunes, que se aferraba a las oraciones. Más tarde, la familia, en busca de ayuda, buscó a doña Lozinha, una curandera muy conocida en la región para ayudar a las personas con diversos problemas.

    Nunes comenzó a asistir a las reuniones en la lejana casa de doña Lozinha. Bajo influencia de los espíritus, le advirtió sobre sus tareas futuras y sobre la necesidad de conocer la obra de Allan Kardec. Por correspondencia, encarga los libros básicos de la Doctrina a la Federación Espírita Brasileña (FEB). Con ellos viaja a la Fazenda Brejinho, donde estudia por casi un año. En esa época creó el hábito de meditar al amanecer y al atardecer y, una mañana, tuvo la inspiración que guiaría a la Sociedad Espírita Maria Nunes el lema: Pan y Libro.

    El joven Nunes estudió mucho y luchó, desarrollando psicografía, psicofonía, videncia y desdoblamiento.

    En 1950, animado por su padre, y ya huérfano de su madre, se trasladó a Belo Horizonte, siendo acogido por su amigo Chico Sapateiro, quien le enseñó el oficio. Posteriormente, se va a vivir al barrio Santa Tereza donde conoce a su esposa, Irene Nunes, con quien tuvo a su hija Alcione.

    João Nunes asistía a reuniones espíritas en Pedro Leopoldo, donde conoció al médium Francisco Cândido Xavier, con quien entabló amistad. En un encuentro mediúmnico en la União Espírita Mineira (UEM), se identificó con el espíritu de Fernando Miramez de Olivídeo, su guía espiritual y autor de varios libros psicografiados por Nunes, siendo el primero "Algunos ángulos de las Enseñanzas del Maestro."

    Conocido por ser una persona silenciosa, João Nunes Maia hizo mucho por el Movimiento Espírita. Alentó, orientó y participó en la fundación de varios Centros Espíritas en Belo Horizonte, Minas Gerais y otros estados brasileños.

    Entre sus principales contribuciones se encuentran:

    Creación de la Campaña Nacional por el Libro Espírita Libre, en 1958, para lo cual viajó en camiones a lejanas regiones de Brasil con el fin de difundir la Doctrina Espírita;

    En 1973, a través del espíritu de Franz Anton Mesmer, recibió la fórmula de la Pomada Vovô Pedro, que cura las dolencias de la piel;

    Fruto de su empeño, el 12 de abril de 1955 se crea la Sociedad Espírita María Nunes (SEMAN). Iniciada con estudios evangélico-doctrinales y humilde distribución de sopa a los más necesitados, la SEMAN se ramificó en diversas actividades sociales y permitió, a través de la Editora Fonte Viva, su socia, la edición de 62 libros psicografiados. Se extendieron por Brasil, Portugal, Estados Unidos, España, Japón, etc.

    Guió personalmente a cientos de médiums en desequilibrio, y psicografió los 20 volúmenes de la colección de Filosofía Espírita;

    Trabajó para que las instituciones espíritas destacaran la calidad de sus trabajadores y participó en la creación del primer programa de radio espírita en Belo Horizonte;

    Distribuyó, gratuitamente, en el centro de Belo Horizonte, una edición entera (10 mil volúmenes) de El Evangelio según el Espiritismo, de la FEB;

    Fundó e inauguró la Librería Espírita Mineira, de la União Espírita Mineira, a pedido y con la orientación de Francisco Cândido Xavier, y realizó el primer Puesto de Libros Espíritas en Belo Horizonte;

    Fomentó la apertura de actividades y Centros Espíritas en lugares que aún faltaban, además de ayudar en la transición de casas de Umbanda a Centros Espíritas;

    Además, Nunes Maia fue el primer director doctrinario del Hospital Espírita André Luiz, en Belo Horizonte.

    DESCARNACIÓN

    João Nunes murió el 4 de septiembre de 1991. Dejó la continuación de sus ideales en la Tierra a través de la Sociedad Espírita Maria Nunes (SEMAN).

    - CORRÊA, Ariane de Quadros. João nunes Maia: Uma biografia. Editora Fonte Viva, 2000.

    Tomado de: https://www.uemmg.org.br/biografias/joao-nunes-maia

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrada en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    PREFACIO

    1.–  EL APÓSTOL JUAN

    2.–  UNA CIUDAD DIFERENTE

    Pedro, el Ermitaño

    Genghis Khan

    En Egipto y Siria

    La Inquisición en Francia

    La loca de París

    La Inquisición en Portugal

    La Inquisición en Brasil

    3.–  RECORDAR A CRISTO

    4.–  LA ESTRELLA DE LA MEDIA EDAD

    5.–  LOS DOSCIENTOS UNO

    6.–  JUAN EL EVANGELISTA EN ROMA

    7.–  LA FAMILIA BERNARDONE

    8.–  SIMBIOSIS DIVINA

    9.–  UNIDOS PARA EL BIEN

    10.–  FRANCISCO NACE

    11.– DESPERTAR

    12.–  COMIENZA LA LUCHA

    13.–  EXPERIENCIA DIFERENTE

    14.–  PADRE E HIJO

    15.–  CRISTO HABLA

    16.– LOS PRIMEROS PASOS

    17.–  EL PAPA Y FRANCISCO

    18.–  LA COMUNIDAD FRANCISCANA

    19.–  EL QUERIDO SIRVIENTE

    20.– EL ENCUENTRO SUBLIME

    21.– CURA DIVINA

    22.–  FRANCISCO Y EL PAPA

    23.– SIEMPRE CONTIGO

    24.– DEL ORIENTE AL INFINITO

    25.–  EL PADRE FRANCISCO SOBRE  EL MONTE ALVERNE

    26.–  LA IMPORTANCIA DEL DOLOR

    27.–  EL TRIUNFO DEL AMOR

    Entre los hechos interesantes que ocurrieron durante los períodos en los que se recibió este libro, nos pareció interesante reportar el último, debido a las lecciones aprendidas en varios pasajes del personaje con los enfermos.

    En el momento exacto en que el médium João Nunes Maia terminó el último capítulo del libro, a la puerta de su residencia un autobús que transportaba 40 leprosos, provenientes de una de las varias colonias existentes en Brasil que, recorriendo enormes distancias, había llegado a Belo Horizonte para agradecer la curación y el alivio que les brindó la medicina1 que les había sido enviada.

    En el interior de la residencia de la médium se les informó de lo sucedido y hubo grandes momentos de emoción y alegría, aportados por la lectura de varios pasajes en los que el amor era el agente de la esperanza, en los caminos del dolor.

    ¡Hermanados por los suaves efluvios que se formaban con la simple mención de Poverello, ¡lloraban médiums y visitantes...! En este ambiente de paz y luz, donde no faltaba la presencia de benefactores espirituales, se hizo una oración de agradecimiento por la conclusión del libro y por las gracias recibidas.

    La Editora

    * * *

    PREFACIO

    Para hablar de ángel se hace necesario ser ángel también, una condición de la que estamos muy lejos. Hagamos un ligero esbozo de este libro que retrata la personalidad de Francisco de Asís, hace ocho siglos.

    Nuestro compañero Miramez eligió algunos hechos que sucedieron con el Poverello de Asís, en una secuencia de cuarenta y cuatro años y que fueron cuarenta y cuatro años de caridad, vividos en el seno de la humanidad, esa humanidad que ignoraba la grandeza de esta alma desde esferas lejanas, espíritu destinado a dejar un rastro de unidad entre todos los seres vivos y todas las organizaciones políticas y religiosas. Nuestro amigo espiritual nos dice que este libro es una simple nota sobre la vida de este gran santo, quien forma parte del colegio apostólico de Jesucristo.

    Francisco de Asís vivió el mensaje del Evangelio para consolidar la palabra amor, haciéndola salir de la teoría y pasar a la práctica diaria. No hay forma en la Tierra de pensar y escribir sobre la caridad sin recordar al Hombre de Umbría: todos los caminos por los que pasó hablan de él. Dejó impregnado en el tiempo y el espacio, en las cosas y en la naturaleza misma, algo divino, que solo el tiempo puede revelar en el futuro, por la grandeza de la fe. No se puede recordar la lepra sin encontrar la extraordinaria figura de Francisco; no se puede hablar de asistencia social sin que esté en el medio; no puede referirse al amor sin su benéfico brillo.

    Cristo trabajó en el mundo de la mano de este ángel de Dios, consolando y sanando a los enfermos, instruyendo a los ignorantes, colmando a los hambrientos y vistiendo a los desnudos.

    Dio sin recibir y recibió distribuyendo.

    Amaba sin exigencias y, cuando se ofendía, amaba al ofensor.

    Bendijo a todos, y cuando lo apedrearon, sirvió más.

    Hablaba sin lastimarse, y cuando estaba herido, entendía al rebelde.

    Nunca se indignó y, cuando estaba en medio de la revuelta, rezó por todos.

    Trabajaba y amaba el trabajo.

    Ante la inercia, estimulaba la labor.

    Se basaba en la felicidad, la alegría.

    Cuando encontraba tristeza, estaba más feliz.

    No habló de enfermedades.

    Cuando encontraba enfermos, enfatizó la salud, sin olvidar la fe.

    Escuchaba en silencio a los que sufrían y hablaba cuando su palabra era consuelo o paz.

    Les deseó lo mejor a todos, sin considerar de dónde venían, a dónde iban, a qué escuela o partido político pertenecían.

    No fue dado a examinar los orígenes para servir, porque veía a todos como hijos de Dios.

    Este libro es un estandarte de sencillez, es un conjunto de reglas basadas en los preceptos de Nuestro Señor Jesucristo. Abre una comprensión más amplia de los cambios de la pura hermandad, colocando los dos mundos en completa armonía, para que la caridad se destaque en todos los contornos de la armonía celestial. Muestra la naturaleza, enfocando al Creador en diversas operaciones, haciéndola expresarse en los innumerables reinos, en los que todo vive y busca lo hermoso, en busca de la perfección.

    Francisco de Asís muestra cuánto vale el amor y hace conocer a la humanidad al Cristo de hace dos mil años, fusionando y refundiendo todas las virtudes, en la expresión que su vida nos ofrece. Francisco superó la muerte porque superó las imperfecciones, luchó contra los instintos inferiores y logró la victoria sobre los enemigos internos, consolidó los dones espirituales en su corazón e irradió el bien en todas direcciones.

    Fue bueno, justo y honesto.

    Fue feliz, trabajador y hermano.

    Fue el perdón.

    Fue gentil, enérgico y comprensivo.

    Fue caritativo, cariñoso y padre.

    Fue tolerante, humilde y pastor.

    Fue santo.

    Era místico y era un hombre.

    Era un ángel.

    porque cultivó un huerto de virtudes dentro del corazón, en la presencia de Cristo y en el campo de Dios.

    Este libro será alimento para tu espíritu y salud para todos los cuerpos que el Señor te ha prestado.

    Bezerra.

    Belo Horizonte, 19 de julio de 1982.

    1.–

    EL APÓSTOL JUAN

    Juan Evangelista, entre los discípulos del Señor, fue considerado el que más se dedicó al Maestro, por la fuerza del amor. Era un hombre bastante joven cuando asistió a las bodas de Canaán con algunos miembros de su familia. El destino le hizo acompañar a Cristo en sus testimonios más difíciles, así como en sus grandes alegrías. Fue testigo de varias curaciones fantásticas por parte del Señor, fue parte de los tres en el monte Tabor; en la agonía de Getsemaní, estaba en el Huerto de los Olivos; asistió a los sermones más profundos del Maestro, presenció la entrada triunfal, subió al Calvario para despedirse de su preceptor y, en la cúspide más dramática del mundo, recibió a María como la nueva madre, nombrada por el Divino Mesías. El evangelista todavía estaba predestinado. Espíritu elegido entre muchos, llamó a la consolidación del amor sobre la faz de la Tierra. Vivió con los hombres durante casi un siglo, dedicándose a la vida cristiana; fueron más de ochenta años en la pura ejemplificación de los conceptos de la Buena Nueva del Reino. Sorprendió a muchos otros grandes por su humildad y fe, y junto a toda la experiencia de las virtudes prescritas por Jesús, llevó consigo una herencia sagrada, una inteligencia lúcida, que aplicó con el debido cuidado, al servicio de la comunidad.

    Cuando nació, Salomé, fue atrapada por una llama de luz, presenciada por Zebedeo en estado de vigilia, y hubo un destello que fue tan grande que también fue visto por muchos pastores, en el amanecer de la liberación. La casa se inundó de un perfume nunca antes sentido por alguien de la familia, y un coro de ángeles orquestaba sonidos, que los miembros de la familia podían escuchar, como si fuera el cielo descendiendo a la Tierra por la misericordia del Dios de bondad y amor. Nació el niño que tomó el nombre de Juan y que trajo la primacía de ser conocido como el Evangelista, el profeta más difícil de entender por los hombres, el apóstol que tuvo la felicidad de cerrar el pergamino de luz con el Apocalipsis.

    Su madre, una vez, se acercó al Maestro Jesús y le narró los fenómenos que lo acompañaron desde la cuna. Había notado, sin temor a equivocarse, que su hijo tenía una tarea en algo parecido a la de Cristo, y humildemente le pidió que lo bendijera, eligiendo también a Santiago, para que pudieran sentarse, cada uno a su lado, en el reino de Dios. Tiago y Juan se acercan al Maestro, decididos, cada uno a cada lado, cumpliendo el pedido de su madre. Cristo, fijando sus grandes ojos en los de Salomé, respondió serenamente:

    No me corresponde a mí decidir, si dejar o no a tus hijos sentarse a mi lado, en la marcha que pretenden caminar en la Tierra y en el cielo. He aquí, cada uno de nosotros tendrá que ser testigo ante Dios y nuestra conciencia de lo que aprendemos. Sin embargo, si pueden soportar tomar conmigo el cáliz amargo, preparado para mí durante milenios, le pediremos a Nuestro Padre Celestial que los mantenga en mi compañía, para que la felicidad aumente en mi corazón y su voluntad sea satisfecha, si esta es la voluntad de Dios.

    Antes de comprender su apostolado con Nuestro Señor Jesucristo, Juan parecía un joven impetuoso, dejando escapar una cascada de energías, en un cinético apenas comprendido por los hombres, ya que era el impulso trazado, desde su génesis, para que en el futuro se pudiera sostener el Evangelio por su gran conducta. Tuvo la oportunidad de encontrarse con todos los discípulos en la coyuntura doctrinaria y convivir con ellos en sus reacciones más difíciles. Acompañó a Pablo en varios viajes, presenciando en su propia cámara las dificultades de dar a conocer a Cristo entre las bestias humanas. Luego de la partida del Maestro hacia las esferas resplandecientes, midió, pesó y sintió que, en efecto, sentarse a Su lado no dependía de un sí o no del Divino Amigo, sino de la experiencia del amor de quienes buscan ese reino. Varias veces estuvo al borde de la muerte, llegando incluso a algunos ángulos de la otra vida y escuchando consejos del otro plano, en cuanto a resistencia, paciencia, humildad y amor por quienes aun no conocían la verdad. Cada vez que sufría la picadura del dolor por Su causa, se recuperó con más coraje y enfrentó las dificultades con más esperanza, teniendo siempre a Dios como único lema de salvación para todos los ideales y a Cristo como el Pastor inconfundible que libera las conciencias para vivir en la luz.

    Juan el evangelista creció en sabiduría y virtud. Experimentó hambre muchas veces, sin tener miedo. Sintió en su piel heridas de diversos orígenes, sin defraudarlas en la difusión del Evangelio. No hizo distinción de vestimenta para su sublime apostolado. Solo tenía el amor en mente.

    Cuando supo que Tiago había sido drásticamente asesinado por opositores a la Buena Nueva, en lugar de sentirse abrumado, se unió a los ideales de su hermano, y sintió un grito en su corazón que le decía que siguiera adelante, ya que sus hombros pesaban dos compromisos… Cuando participó de la visita de Pedro a Roma y, posteriormente, de su crucifixión por parte de los romanos que aun quemarían su cuerpo, en lugar de temer la furia de sus enemigos, se unió a la fe del pescador en nuevos frentes laborales. Y cuando Pablo, su mayor esperanza, también terminó sus días en Roma, Juan, que estaba en un lugar, reuniendo fuerzas para una nueva predicación, cayó sobre su rostro llorando y suplicando a Jesús, para que no abandonara a su familia cristiana, que crecía en número, día a día, sin pastor visible en el mundo; una luz desciende del cielo sobre su cabeza y claramente escuchó una voz, ya conocida:

    Queda incorporada a las fortalezas y virtudes, los dones y el amor de quienes se sacrificaron en mi nombre. Ninguna criatura se quedará sola, porque Dios es Justicia, y por encima de Justicia, Él es Amor. Así que desde ese día, Juan se convirtió en un magnetismo energético. Cuando sucumbió uno de sus compañeros de apostolado, su fuerza aumentó, sabiendo que era la voluntad de Dios y que sería una semilla enterrada en tierra fértil, y que de esa vida podrían nacer miles más por la ley de la Divinidad, y que el Evangelio llegaría a ser más conocido por el fenómeno de la fe.

    Después que María, la madre de Jesús, fuera llevada a la patria espiritual, Juan se convirtió definitivamente en un caminante de Cristo, proponiendo grandes caminos a las almas que sufren y tristes. Alimentaba una alegría íntima, como si tuviera una puesta de sol en su corazón. Al hablar, representó la voz de otras esferas, aprovechando la oportunidad, los canales de su verbo, lógico y clásico, simple y divino al mismo tiempo. A su alrededor se hinchaba, en profusión, mayor magnetismo. En la dinámica del amor, distribuyó la verdadera felicidad en todas las dimensiones. Dormía en medio de la naturaleza y se sentía como si estuviera en una mansión espiritual.

    Roma, que había sido feliz y victoriosa por la muerte de algunos de los discípulos de Jesús, envió varias misiones después de Juan, no para exterminarlo visiblemente, sino por respeto al profeta y por sutileza política. Muchos lo acompañaron hábilmente en secreto como presa para, en el momento oportuno, asestar el golpe mortal y liberar a Roma del yugo incómodo, porque él era la verdad que se expandía por amor a las criaturas. Sus principales discípulos fueron Policarpo, Papías, Ignacio y Patio, de los que hablamos, porque heredaron el amor más acentuado del Maestro de Éfeso. Pero, en verdad, miles de seguidores presenciaron el aprendizaje con el digno ejemplo del evangelista, que venció a la muerte en todos sus más duros testimonios.

    * * *

    Además de los hechos ya conocidos sobre los fenómenos de la naturaleza que reaccionaron contra los perseguidores de los cristianos, hubo muchos otros que la historia no relató, debido a la negligencia de los hombres.

    En el año 60 de la era cristiana, los discípulos más destacados de Jesús se reunieron en las cercanías de Roma, procedentes de diversos lugares, dado el interés de Pablo por difundir, en Roma, el ideal de la Buena Nueva. Una noche, en una ladera rocosa en la que la naturaleza había formado una especie de gran salón, a la luz de las estrellas, habló un tribuno de sangre romana llamado Gamerino, que había sido convertido por las manos benditas del apóstol Pedro, quien había sanado a su hijo a las puertas de muerte. Dio una conferencia sobre las curaciones efectuadas por hombres santos, bajo la influencia de Cristo, y la paz de las posibilidades en todo el mundo, la difusión del Evangelio por la Tierra y todas las criaturas. Y para tal empresa – dijo – somos instrumentos. Cientos de personas allí reunidas escucharon, magnetizadas por la fe, la palabra de Dios, de la boca de ese hombre, tocado por la luz.

    El ejército romano, ya en alerta, esperaba el momento exacto para encarcelar a todos de un solo golpe. El Águila voló hacia el barco mortal. Sin embargo, los centuriones que comandaban las tropas encargadas de matar y encarcelar, no se dieron cuenta que, sobre el Águila de Roma, las aves del cielo velaban a los misioneros de Cristo. La orden de ataque apenas se gritó, un rayo atravesó el campo y golpeó a los perseguidores. Como atacados por cables de alta tensión, casi quinientos soldados del Imperio cayeron al suelo, inconscientes. Los pocos que quedaron en pie, asombrados, volvieron con la noticia que el mayor poder de Roma había que ser sacudido y tenía a los cristianos como magos negros, ya que la misma naturaleza los defendía. Una vez terminado el servicio, los cristianos pasaron junto a ellos, que aun dormían profundamente.

    Por eso temían a Juan, el remanente de los primeros discípulos del Maestro, y por qué su nombre era una viga transversal de la doctrina nazarena.

    * * *

    Una vez, cuando Juan fue hecho prisionero, con mucho cuidado, los agentes de Roma lo llevaron a la isla de Patmos. El anciano, sencillo y alegre, obedecía como cordero a los verdugos a la voz del pastor. Sin abusar físicamente de él, le impusieron órdenes estrictas del Imperio. Ahora Patmos era una pequeña isla, formada por secreciones de volcanes antiguos, de unos treinta kilómetros de circunferencia, un lugar terriblemente desprovisto de vida vegetal y animal: había escasez de todo. Era un mundo desconocido; sin embargo, el amor es una piedra filosofal que lo transforma todo, y Juan empezó a vivir en la isla como si estuviera en el paraíso.

    Los guardias de Roma, de vez en cuando, fueron reemplazados por otros, y Juan se enamoró cada vez más. Casi todos los soldados con los que convivió en esta pequeña región rodeada de aguas, castigada por el sol abrasador, se convirtieron al cristianismo y empezaron a escucharlo con gran admiración y respeto. Participaron de las conversaciones del profeta, quien no mostró cansancio hasta altas horas de la noche. Se apoderó de él un inexplicable vigor en los argumentos evangélicos, contaba la vida de Cristo como si lo viera, y de vez en cuando, un ligero perfume estaba presente en el ambiente, con las estrellas volviéndose más vívidas y el cielo más bello...

    Una vez, el adivino de Patmos caminaba por las laderas de la isla, sintiendo que la naturaleza respondía a todas sus preguntas. Hablaba animadamente con alguien, olvidándose que lo acompañaban dos agentes de Roma, que vigilaban sus pasos, por orden del Imperio. Dado que no podrían matar al agente de la luz, la antena más apropiada para capturar mensajes del mundo espiritual, al menos estaría aislada del resto del mundo. Los soldados se sobresaltaron, porque Juan era visitado constantemente por otros sacrificados de todo el movimiento cristiano. Habló con Pedro, Santiago, Bernabé, María, Felipe y tantos otros que lo precedieron en el viaje al más allá. Le ayudaron a comprender mejor los designios del Señor y, en ocasiones, el mismo Maestro lo visitaba, entablando conversaciones con él sobre la vida y su apostolado con los hombres.

    Pero eso no fue todo. Juan, en el exilio, había aprendido una ciencia más profunda, que solo algún tiempo después, los portadores del conocimiento espiritual comprenderán – la interpretación del idioma de los otros reinos. Las piedras mismas, había descubierto, están vivas y responden al afecto y al amor, cuando se intercalan en su rango, por hábiles pensamientos y sentimientos cuya clave dominante es el amor. Los árboles sintieron alegría y tristeza con Juan, según el estado en el que se encontrara el apóstol, y con ellos vivió en el ambiente solitario que la vida le prestó para vivir. Hablaba a los peces de la vida de Cristo, con más entusiasmo que cuando hablaba a los hombres, y ellos lo escuchaban como si tuvieran entendimiento. Habló con el viento y le pidió humildemente que llevara su discurso, y el de todos los mensajeros de Cristo, a los lugares que faltaban, para los enfermos y afligidos. El viento tuvo la suerte de penetrar lugares donde el hombre nunca pensó ser escuchado. Y Juan terminó de esta manera:

    – Viento amistoso, inspira buenas almas y tranquiliza a las bestias humanas: eres un agente de vida como una bendición de Dios.

    Y, muchas veces, fue soplado con fuerza por los vientos que, ciertamente, dieron la impresión que escucharon su pedido, porque una inteligencia superior los dirigió en la renovación de los ambientes terrestres, purificando el magnetismo que se expande por todo el globo. Los dos hombres que nunca lo dejaron solo, y que escucharon casi todas las confabulaciones del apóstol con la naturaleza y con los espíritus, empezaron a comprender la razón de la vida en medio del mundo.

    El viejo Juan, ahora llamado en la isla de Padre Juan, respondió amablemente a todas las solicitudes de aclaración de los soldados romanos. Uno de ellos, después de escucharlo con atención en los relatos de la curación realizada por el Divino Maestro, especialmente el de la hija de Jairo, fenómeno que el mismo apóstol había visto, lo interrogó respetuosamente:

    – Padre Juan, ¿por qué este Maestro que hizo tanto por las criaturas que sufren, salvando multitudes, como usted dice, lo dejó abandonado en esta isla, como personas indignas de la sociedad? Y este Evangelio del que hablas, ¿no es urgente que lo conozcan todos los pueblos? ¿A qué atribuyes el silencio de los cielos en este entorno solitario e indigno para que vivan los seres humanos, del que también sufrimos las consecuencias, tanto como tú, además de los anhelos de nuestros familiares que castigan mucho nuestro corazón? Sentimos profundamente la ausencia de los nuestros; no tenemos ciertos privilegios y la comodidad que solo allí en Roma podríamos tener, disfrutando de la compañía amistosa y de personas elevadas en los conceptos de la vida misma. ¿El destino tenía reservado para nosotros, que reconocemos ser un buen hombre, con algunos delirios, el aislamiento de la humanidad? ¿Y qué hicimos para estar aquí contigo?

    El Apóstol escuchó atentamente a Apolium hablando, como si fuera un verdadero padre frente a su hijo. Apolium era un griego que se mudó a Roma con sus padres y que luego se convirtió en ciudadano romano, alistándose en el escuadrón Águila, por amor a las armas. El vidente de Patmos, como inspirado, habló, respondiendo al soldado en voz baja:

    – Hijo mío, los designios de Dios son diversos, varían de una criatura a otra, de una nación a otra. Nada, al contrario de lo que ocurre en el mundo, se hace sin Su magnánima voluntad: desde la gota de agua que desaparece bajo el calor del sol, hasta la estrella que se nos escapa en el esplendor del infinito, todo obedece a Sus sabias y justas leyes. Si estoy aquí, es por la gracia y misericordia de este mismo Dios y por la bondad de Jesucristo. Tú, que formas parte de la milicia romana, formada en la más alta técnica de lucha, en el control de tierras y más tierras, en el encarcelamiento de cosas y pueblos, que caracterizan al Imperio Romano como el más grande del mundo, debes saber que, en medio de luchas, especialmente en las grandes batallas, es lógica e inteligente que se produzca una tregua, ¿no es así? El Cristo a nosotros, aparece como el más grande Comandante de la Tierra, que vino a prender fuego a la maldad del mundo y lo insta a difundir cada vez más. Los demás somos sus simples soldados, como tú eres de Roma. La lucha ya ha comenzado y no pocos han perdido la vida física para sostener el gran ideal que es la paz con Dios.

    Aquí estoy, consciente de lo que merezco: no del descanso que me está dando la vida y en la alegría de disfrutar de la compañía de la que no soy digno, sino de una tregua, recogiendo energías del abastecimiento mayor, para seguir luchando con el Maestro... Y te equivocas cuando dices que estoy aislado de la sociedad y la gente. Cristo nos enseñó a vivir juntos, aunque estemos distantes unos de otros, unidos por la gran ciencia del amor, porque el que ama no vive aislado. Y en cuanto a ti, lamento que tengas que aguantarme durante mucho tiempo; sin embargo, en mis oraciones le pido a Dios que te libere, como tú entiendes la libertad. Y a sus familias, les deseo mucha paz y felicidad; Dios los ayude en lo que más necesitan. Y sobre todo, hijos míos, por la mañana tendréis que dar gracias a Dios, por ser los elegidos, porque en el silencio de esta isla se forma en vuestros corazones un ambiente para que Cristo os visite a menudo, dejando magnetizadas vuestras inteligencias de la luz de la Verdad. He aquí, ha llegado el momento que escuches la palabra de Dios, que habla a los corazones por medios que no conoces.

    El grupo, aureolar por el cambio de diamantes, que perdieron y recuperaron sus colores por impulso del verbo de Juan, quedó cegado por la luz generada. El viento soplaba suave, como respetando las conversaciones espirituales de esos seres, exiliados al mundo, pero libres para Cristo, en el valioso aprendizaje de las verdades espirituales. El apóstol guardó silencio un rato, dando tiempo a la asimilación de los conceptos que había expuesto, y retomó la palabra con más dulzura:

    – Si queréis, hermanos, demos gracias juntos a Dios, como si fuésemos verdaderamente felices – como me siento – porque esta es la voluntad de Dios para todos nosotros; y no desdeñes nada de lo que aquí ocurre.

    El soldado, algo asombrado, habló con miedo:

    – Padre Juan, últimamente he tenido sed en este lugar; el agua pesa en mi sistema y parece que rechaza este líquido salado. ¿Cómo puedo soportar toda esta tragedia dentro de mí, mientras miles de otros camaradas en Roma están hartos de buena agua y ciertamente vino de primera calidad y buen descanso?

    El maestro de Patmos se puso de pie, miró hacia el cielo, donde las estrellas ya eran visibles, pensó en Cristo, María, Pedro y Santiago, Pablo y Bernabé, Salomé y Zebedeo, se quedó en el recuerdo del Antiguo Testamento en el que Moisés, en el desierto, había tocado una roca y de ella fluía agua pura a los sedientos que la saciaban con abundancia, y suplicaba al Maestro de Nazaret, en el nombre del Padre Celestial, con todo el amor que tenía en su corazón:

    – Señor, ten compasión de este hermano que tiene sed, dale de beber, pero que se haga tu voluntad y no la nuestra.

    En el mundo espiritual, se movía una caravana, frente a la cual Cristo estaba con el dedo levantado, apuntando a Juan, que todavía estaba medio cerrado. Y de Su indicador brilló una luz diferente. De él salió un rayo, con el apóstol como cable de tierra, que como taladro divino penetró el suelo, sin que los hombres de Roma se dieran cuenta y, como por arte de magia, las piernas del discípulo comenzaron a hundirse en la tierra y sintió un líquido refrescante, besando sus pies encallecidos. Los dos hombres, asustados y con el corazón acelerado, vieron el fenómeno y el poder de la fe. Al ver que el líquido cristalino se filtraba en varias direcciones, el primer impulso de los soldados fue probarlo. No conocían otro líquido similar, ni siquiera el de los famosos balnearios del país al que pertenecían. Además de saciar la sed, también se alimentaba con agua, como si fuera una buena comida para la mujer romana. Ayudaron al padre Juan a salir de la fuente, sin palabras y aturdidos por los acontecimientos.

    Al apóstol, que había aprendido a sentir felicidad dondequiera que estuviera, le pareció que el tiempo pasaba rápido. Para los soldados; sin embargo, fue lento. La soledad les trajo un aburrimiento indescriptible; si no hubiera sido la presencia del Evangelista en ese excremento volcánico de Asia, no habrían soportado los conflictos íntimos y los generados por la naturaleza circundante. El espíritu, en un rango evolutivo determinado, apenas resiste estos impactos, mientras que otros más evolucionados, se presentan como caridad divina visitándolos a través de problemas, en cumplimiento de la ley. Los hombres del Imperio, sin darse cuenta, estaban siendo llamados por Dios a despertar. La revuelta nació de la vida condicionada, como le ocurre a todos los seres, a muchas existencias en caminos anchos. Para ellos había llegado el momento, como solo les pasa a todos, porque esa es la ley. No hay posibilidad en el fondo de las cosas, sino la voluntad del Padre Celestial, que se expresa en todas las direcciones de Su reino. Los hombres de Roma, destinados a custodiar al mensajero del Cristo en la isla de Patmos, saldrían de allí como saliendo de una universidad. Los que dieron menos oído a hablar del vidente, no podía evitar la acción de las leyes sutiles de la naturaleza, grabando en sus conciencias algo divino, que irradiaba por toda la isla.

    En esa pequeña franja de tierra rodeada de agua, hubo, para el Padre Juan, una tregua de las grandes luchas que había emprendido a favor de la difusión de la Buena Nueva de Jesucristo. Enarbolaba la bandera, sumamente excelente, que había sido izada en los festines de una boda en Canaán y sublimada en las cimas del Calvario. Este camino divino, de la fiesta a la cruz, lo recorrió él, y su conciencia había computado todas las experiencias, dignificando todas las actitudes.

    El evangelista había sido preparado, durante su vida, para que su nombre se perpetuara, como el mayor profeta de todos los tiempos, el vidente más atrevido de todos los tiempos. En el éxtasis, en el exilio, el tiempo para él había desaparecido, al igual que el espacio. Veía todas las cosas como si estuvieran en el presente: Albert Einstein, un científico del más famoso de los tiempos modernos, casi llegó a esta ecuación por medio de las matemáticas, diferenciadas en otras ciencias. El evangelista hablaba constantemente: No estoy solo; ¡cómo se equivocan los hombres que viven conmigo en esta tierra de Dios!

    De hecho, fue visitado por los espíritus más elevados, quienes tienen la responsabilidad de dirigir la Tierra sobre sus hombros. Confabulaba a menudo con almas libres de materia corporal, de las que recibía instrucciones sobre la difusión de la verdad y cómo se estaba produciendo el crecimiento del reino de Dios en el mundo, a través de las páginas luminosas del Evangelio, herencia divina legada por Cristo a los hombres.

    Juan fue llevado, en espíritu, a todas las iglesias nacientes y ayudó a limpiar el medio ambiente, inspirar a los predicadores, sanar a los enfermos y mantener la fe en los corazones vacilantes.

    Cristo colocó a Juan en una pequeña isla, como si fuera un barco en el Mediterráneo, para que pudiera hablar, a través de este mediador, de las cosas por venir. ¡Y aquí está el Apocalipsis!

    Ni el Cielo ni la Tierra pueden modificar este guion, porque se basa en la Ley Mayor. Es parte de la evolución de las criaturas y el mundo no terminará, como instigan los falsos profetas. Nada termina, como lo confirma la propia ciencia; sin embargo, siempre se transforma para mejor, alcanzando valores más dignos. El miedo es inherente a la inferioridad, y es por estos y otros fracasos humanos que Cristo nos enseña a ejercitar la fe, la confianza en Dios y a aprovechar toda la certeza que Él es todo amor y sabiduría. Su omnisciencia nos garantiza la confianza eterna en Sus designios y Su justicia nos sostiene en el mayor gozo de la vida.

    Guerras, plagas, hambrunas y calamidades de todo tipo son medios que Dios usa para educar a los espíritus; esta es la marcha del progreso desde el virus hasta las constelaciones. El hombre de la Tierra está cerca de liberarse de los medios burdos que la evolución ha utilizado para disciplinar a los ignorantes. He aquí, los extremos de estos corresponden al último examen para los seres de buena voluntad, para las almas maduras en las huestes del bien. Y luego, el tercer milenio abrirá otras puertas para quienes se queden en la Tierra, viviendo en otra dimensión, en materia de justicia, donde habrá leche y miel en abundancia, en la que el amor corresponderá al centro de todos los sentimientos de la humanidad.

    * * *

    Entonces llegaban órdenes expresas de Roma para que el viejo cristiano fuera consumido, y la preparación no se demoraba: sucumbiría al aceite hirviendo. La confianza que los milicianos tenían en el Padre Juan era demasiada, lo dejaban, ahora, dentro de la isla, para caminar solo donde quisiera y eso era lo que hacía a menudo. En este día, los hombres salieron tintineando trozos de sus vestiduras en busca del anciano, quien, en una ladera, estaba sentado sobre una roca, predicando la Buena Nueva del Reino a un enorme banco, cuyos peces estaban comprimidos como si fueran personas en una concentración. El apóstol, sonriendo, miró sus ojos brillantes durante todo el tiempo que pudo ver hablando con entusiasmo, en estos términos:

    – Hijos míos, conozco la vida aquí en la Tierra con sus eminentes peligros. Necesitamos vigilancia y supongo que, en medio de las aguas, se presenta con mayores dificultades; sin embargo, es bueno que conozcamos, sobre todo, el poder de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, quien hizo esta maravillosa casa en la que todos vivimos por ellos. Hombres y peces, pájaros y animales, todo lo que vive, está en el libro de la vida a la vista del Creador. Sentamos alegría donde vivimos y obedezcamos las leyes que el medio ambiente nos presente, y si allí, en el mundo marino, algunos están llamados al sacrificio, ocurre lo mismo entre los hombres. La libertad es relativa y el destino, en muchos casos, nos busca sin equivocarnos en nuestro domicilio, para dar testimonio, y se requiere vida física.

    Mientras tanto, los soldados se encontraron con ese espectáculo nunca antes imaginado, porque incluso las historias fantásticas que solían escuchar del Viejo Oriente no podían compararse con lo que presenciaron, por la fuerza del amor de ese anciano con ropas andrajosas, pies heridos, cabello blanco, tez muy arrugada, sol abrasador que quemó las células de la epidermis. Ya un poco conmovidos por los fenómenos sobrenaturales en ese lugar flotante, cayeron de rodillas, no por los sentimientos de gratitud por lo que presenciaron, sino por la imposición del ambiente de amor que allí reinaba. Describir lo que sucedía en el mundo invisible sería demasiado fantástico para los sentidos de los hombres, y sería una falta de caridad de nuestra parte mostrar la distancia que los separa de las verdades espirituales dimensionadas en el mundo extra físico, por las entidades que ya se han liberado de las debilidades de la carne...

    Los soldados no lloraron, como lo haría un espiritualista; sin embargo, ensayaron una humildad casi sin darse cuenta, ante el insólito espectáculo sobre la faz de la Tierra. Con la llegada de los agentes de la ley, los peces querían dispersarse, porque desprendían un magnetismo inconfundible en olas que golpeaban de inmediato a los seres vivos del mar, produciendo asombro y miedo, acelerando la mente de la escuela al malestar colectivo en el mundo líquido de las aguas.

    El apóstol del amor levantó la mano derecha, aislando los rayos magnéticos de los soldados, y humildemente pidió a los peces que se acomodaran, ya que no había peligro. La desbandada masiva no tuvo lugar, lo que alivió los ánimos. Los peces se juntaron nuevamente para beber algo más divino del dador divino. El padre Juan, ignorando la presencia de los soldados, continuó su sermón:

    – Cristo nos prometió un cielo nuevo y una Tierra nueva, en los que habrá justicia y abundancia de todo, donde la seguridad será ley visible para todos los seres vivientes, y la paz, un clima para todos Sus hijos del corazón. El que os habla está destinado al sacrificio y no merece mejor premio, pues ya confía en la divina providencia y sabe, por experiencia, que nadie muere, ya que nada acaba en la creación de Dios. La forma en que nos transformaremos debe ser una de las mejores, ya que Dios, que todo lo sabe, lo eligió como Padre amoroso y bueno, justo y misericordioso. Ustedes, los habitantes del agua, son partes importantes de la vida en marcha que se extiende en el mundo. Sin ese líquido de Dios, que mantienen en perfecta conservación, ¿dónde estaría el equilibrio y las bendiciones de la salud? Para mí, todos ustedes son mis hijos, y para Dios son mucho más que eso: son parte de Él, donde Él habita en Su gran esplendor. Confía, espera y trabaja, llegará el día en que todos, sin excepción, nos reuniremos en el Reino de la Luz, para que gocemos de la felicidad de quienes forman parte, por derecho divino, del gran rebaño del Maestro de todos nosotros: ¡el Cristo!

    Juan se mostró con una serenidad imperturbable. Había restablecido su mundo interno, un tesoro invaluable en el mercado de las bebidas espirituosas, una capacidad que no cede a los pedidos de transferencia, un valor insustituible. La equidad de un alma no se da, no se vende, no se toma, se logra a través del tiempo y el espacio, bajo las bendiciones de Dios.

    La mansedumbre del apóstol de Cristo vino del centro energético del espíritu, por los canales solo transitables del amor, que, sublimado, como en su caso, todo lo transforma para el bien eterno. Su cariño se expandió en ondas luminosas, tanto por los peces como por los pájaros, tanto por las piedras como por los árboles; no hizo distinción al amor. Esta es su victoria en las huestes de Jesús, para la redención de los hombres. Era una pieza divina, útil dondequiera que estuviera. Cuando los vientos lo acariciaban, besando sus arrugadas mejillas y jugando con su cabello en la nieve, cargando escoria de su propia naturaleza, sus lágrimas eran de agradecimiento y su sonrisa era la señal que había comprendido el cariño de la vida por sí mismo.

    * * *

    Hablar con los visionarios de los reinos de la naturaleza es un fenómeno común a santos y místicos, iniciados como verdades celestiales.

    Estos son hechos antiguos que la historia espiritualista no se ha olvidado de contar a los futuros estudiosos de la verdad. Hablar con peces, pájaros, animales y árboles es un fenómeno realmente común entre los hombres iluminados de todos los tiempos, porque han dado un paso más. Este es un secreto para los hombres todavía hacia la verdad. El santo, a través del amor universal, enciende su aparato receptor en la gama de ondas emitidas por los peces y las comprende, respondiéndolas con la frecuencia debida. Y, con mayores poderes, los interconecta a través de su magnetismo benefactor, sacando a estos seres vivos de las aguas felices con ese calor reconfortante, que fluye en abundancia desde el corazón del amado, y allí se quedan, como si escucharan lo que pretenden decir.

    Además, está el espíritu grupal, que manda divisiones de cardúmenes con sus variadas especies, que son igualmente atraídos por el maestro de la palabra y del amor, y por cualquier voluntad de este santo hombre, el espíritu encargado de asistir a los seres vivos de las aguas, transmite con rigurosa precisión, como el comandante de un avión transmite órdenes a los pilotos por radio. Para que podamos hablar todo sobre esta ciencia aun oculta a los hombres, sería necesario escribir un libro que, por ahora, es temprano. El hecho sucede con los animales, con los árboles, con los pájaros y con los hombres, cuando se produce la hipnosis colectiva, esté o no consciente el hipnotizador. La conveniencia de hablar con los peces, como en el caso de Juan evangelista, está ligada a la necesidad de ejercitar la práctica del amor. Luego hay otras necesidades prometedoras. Tanto las aguas como los peces están cargados de elementos imponderables a la ciencia de los hombres, indispensables para los fenómenos producidos por místicos y santos. Al familiarizar a estos benefactores con estos reinos, su trabajo se vuelve más fácil, cuya acción es fundamental, porque cuanta más amistad tengan con estos compañeros de la retaguardia, más asistencia tendrán para sus logros en el propio campo de la vida. Y así sucede, sucesivamente. Esta es la clave.

    * * *

    El pez ya había desaparecido en las aguas del océano y el hijo de Zebedeo se sintió transportado a regiones indescriptibles, y solo el cuerpo estaba allí en el mundo, como presencia.

    Los hombres de Roma no se dieron cuenta que el tiempo se acababa. Respiraban el aire puro de las laderas del mar y un magnetismo aun más puro, atraídos por esa alma de escolarización, en el escenario de la Tierra, por la misericordia del Cielo. Se asustaron levemente, como si despertaran de un sueño angelical. En silencio, todavía permanecían de rodillas. Se levantaron y, con respeto, tocaron levemente el hombro del bajista, diciendo:

    – Padre Juan, perdónanos por interrumpir tus ejercicios espirituales, pero es una orden de Roma. Queremos que obedezcas, para no ponernos en dificultades.

    Y, desenrollando un grueso volumen de papeles, uno de los soldados hizo la lectura. De vez en cuando su voz esquivaba la claridad, como muestra de humildad ante tanta grandeza.

    Sabiéndolo todo, el apóstol se puso de pie, listo para el sacrificio, sin cambiar su serenidad ni deshacer su alegría. Después de leer, dijo:

    – Hágase la voluntad de Dios. Si necesito morir para que Cristo crezca en el corazón de los hombres, encontraré paz en ese acto y llevaré conmigo a donde quiera que vaya, el gozo de ser útil.

    Los verdugos temblaban de emoción. Llevaron al profeta a donde una tachuela de gran tamaño ya estaba llena de aceite hirviendo. Cuando bajó el nivel establecido, alguien agregó más, para estar siempre listo para el sacrificio del temible león de la verdad.

    El anciano, en silencio, caminaba con los soldados, pero escuchando el asunto del que hablaban. Acercándose al calvario del Padre Juan, sentenció al responsable:

    Padre Juan, es contra nuestra voluntad que hacemos esto contigo; sin embargo, estamos obligados a hacerlo por orden de Roma y tú mismo debes saber que una decisión del Imperio no acepta vacilaciones, poniendo en juego, si esto sucede, nuestra propia vida y la de nuestras familias. Que Dios nos perdone a nosotros y el Padre nos libre del infierno, porque la idea no es nuestra. Sin embargo, tenemos que lanzarlo a esta tachuela, en nombre de su Maestro, cómo dice la escritura que nos fue enviada. Los líderes romanos desean que desaparezcas por la eternidad. Con eso, no probarás que nada existe después de la tumba, que el cielo es la misma Tierra y que Cristo, tu Maestro, fue vencido por el escuadrón del Águila.

    El gran vidente, callado, escuchó sin decir nada. Después que todo estuvo listo, se derritió en sus labios, herido por el tiempo, pero respirado por la verdad, una sonrisa encantadora, luego habló:

    – ¿Y en el nombre de Jesús quieren enviarme a la eternidad? Que Cristo los bendiga por recordar el sagrado nombre del Maestro de Maestros, que vino a elevar a la humanidad a las regiones de la luz.

    Y dio sus bendiciones a los hombres, que lloraron copiosamente, mientras él permanecía sonriendo con serenidad.

    El hijo de Salomé disculpó la fuerza de Roma, se arrodilló ante la tachuela en ebullición y estalló en una rogativa sublimada. Escudriñó el cielo, buscando las estrellas que tanto admiraba, pero no podía mirarlas. Se diría que la naturaleza había escondido ojos estelares para no presenciar un estúpido acto de cobardía y celos de los hijos de las tinieblas. En ese momento, proyecciones de luces surcaron el cielo en todas direcciones. La policromía deslumbraba y asustaba a todo aquel que no tuviera la costumbre de presenciar el gran espectáculo desde el cielo a la Tierra. Y Juan, como divino inflamable, fue incendiado por fluidos luminosos. Y una voz le habló a sus oídos:

    – Juan, ten ánimo, hijo mío, porque la puerta por la que pasarás junto a mí es estrecha.

    Y el apóstol no vio nada más. Con una semana de ebullición infernal en la olla de las tinieblas, a manos de los hombres que sufrieron por hacer lo que sus corazones no pedían, la prueba terminó. Se apagó el fuego y el aceite empezó a enfriarse. Los soldados cavaron respetuosamente una tumba en las inmediaciones del nefasto suceso en agradecimiento al anciano cristiano. Cuando empezaron a derramar el maldito caldo, como si fuera el cuerpo del apóstol, el viejo compañero de Jesús se levantó del fondo del cuenco negro, ante el asombro de todos, bendiciéndolos nuevamente... Parecía venir de una larga excursión. Una sonrisa sumamente encantadora estaba estampada en su rostro, saludando a todos en el nombre de Cristo, ¡sin quemaduras en su piel...!2

    Recordamos con la claridad de su mirada profunda, con lágrimas en los ojos, respondiendo humildemente: Pero yo lo vi; Miramez proyectó un cuadro delante de mí, como una pantalla de televisión, y yo vi cuando dos espíritus vistieron un traje fluidico en él, como un traje de astronauta, como un traje de buceo! En ese momento, ante su reacción humilde, pero convencida, nos detuvimos a reflexionar. Y entendiendo la profundidad de la acción de la espiritualidad superior, pedimos permiso para aclarar al lector. Y él, una vez más, nos pidió paciencia y confianza. Nos mostró que los espíritus preparados para comprender, no necesitaban explicación y los demás, que no entendían, necesitaban tiempo y no explicaciones. Así, dejamos pasar el tiempo, ya que la ciencia se encargaría de esclarecer hechos considerados milagros. La ingravidez de átomos y moléculas, bajo la acción de la energía vital que actúa sobre la materia, inter penetrándola en todas direcciones y dimensiones, es responsable de los efectos que, durante milenios, fueron considerados sobrenaturales. A partir de ahora, debe surgir otra información científica que corrobore todo lo que la Doctrina Espírita ha estado anticipando como explicaciones sobre los efectos del espíritu en la materia. (Nota de la Editora)

    Los hombres se arrodillaron, sin darse cuenta de lo que estaban haciendo, agitaron las manos y los pies del anciano compañero de la Madre de Jesús. En ese momento, torrentes de lágrimas mojaron al anciano, vertidos desde lo más profundo del ser, que solo el corazón puede explicar. Aturdidos, los soldados querían ser bautizados, en el nombre de Cristo. Su voluntad se hizo con prontitud.

    El padre Juan estaba vestido de luz, como si fuera una estrella deslizándose hacia el infinito, y sintió unas manos invisibles que le quitaban el resto del aceite, todavía caliente, de su cuerpo. La palabra ese día no tenía ninguna función.

    El silencio total reinaba en la isla de Patmos. Viniendo de lejos, semejante a una nube, una bandada de pájaros se dirigió al gran exilio de la historia, acercándose al sitio rodeados de agua. Volaron y revolotearon alrededor del apóstol del amor y cantaron al unísono una canción que el maestro de profecía entendió como el mensaje de glorificación a Dios, por la victoria del Bien. Los soldados respiraban con emoción. Nunca antes habían pensado que serían testigos de tantos fenómenos sobrenaturales por culpa de un solo hombre, y sus pensamientos se identificaron: ¿No es este venerado señor uno de los dioses de nuestro país, purgado en esta región, por los malditos celos del Imperio?

    Si pudiéramos responder a ese pensamiento en ese momento, diríamos: Él es mucho más que todos los dioses de Roma reunidos. Sí, porque fue él quien heredó el amor más puro de Jesús, el Cristo de Dios.

    El padre Juan pidió silencio para poder hablar con esas criaturas de Dios, los pájaros, que estaban allí esperando el discurso del anciano, la respuesta al mensaje que habían traído, en nombre de la vida misma... El rebaño estaba formado por miles de pájaros. Y rebosante de paz espiritual, comenzó a hablar:

    – Queridos hijos del corazón, parece que voy a dejar este lugar de amor, pero quizás todavía vuelva aquí muchas veces, para cumplir la voluntad de Dios y poder sentir las bendiciones de nuestro Padre celestial por todo lo que está aquí. Extraño y dejo amor, tomo cariño y dejo gratitud, traigo alegría y dejo paz. Yo, en

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