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Forma y función del ejemplo en terminología
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Libro electrónico201 páginas2 horas

Forma y función del ejemplo en terminología

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En esta obra se presenta una propuesta para la caracterización del ejemplo en terminología a partir de criterios sintácticos, funcionales y semánticos. A partir de una propuesta teórica denominada saturación semántica se intenta explicar el proceso por el cual, idealmente, un concepto podría conocerse en todas sus realizaciones gracias a la identif
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 sept 2022
ISBN9786076077740
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    Forma y función del ejemplo en terminología - Jorge Adrián Lázaro Hernández

    Portada_Forma_y_Funcion.jpg

    Índice

    Prólogo

    Preámbulo

    1. La relación entre términos, definiciones y conceptos

    2. La saturación semántica, motor del ejemplo

    3. El ejemplo hoy

    4. El ejemplo en terminología, una propuesta

    Conclusiones

    Bibliografía

    Legales

    Universidad Autónoma de Baja California

    Jorge Lázaro

    Forma y función del ejemplo en terminología

    Prólogo de

    M. Teresa Cabré

    Selección Anual para el Libro Universitario

    Para el personaje de ese abismo llamado espejo

    "... un corazón noble,

    que ningún afecto indigno rebaje;

    un corazón recto,

    que ninguna maldad desvíe;

    un corazón fuerte,

    que ninguna pasión esclavice…".

    Por ejemplo una bronca por nada,

    por ejemplo dos niños traviesos

    por ejemplo que la madrugada

    no nos cambie maletas por besos.

    Por ejemplo catorce lunares,

    por ejemplo colonia barata

    y ascensores y sombras y bares,

    por ejemplo suspiros de gata.

    Por ejemplo jugarse la vida,

    por ejemplo morirse de miedo,

    por ejemplo billete de ida

    para irme aunque siempre me quedo.

    Joaquín Sabina

    Prólogo

    Los diccionarios de especialidad ¿son un reflejo del conocimiento del experto?

    Es algo comúnmente aceptado que el contenido de todo ámbito de especialidad puede representarse en forma de una estructura conceptual. Y se acepta también que esta estructura comprende una serie de nodos, de características distintas conectadas entre sí por un conjunto de relaciones. Una lectura, pues, de una estructura conceptual a partir de la explicitación de las relaciones entre los nodos y las singularidades de cada uno de ellos debería tener como resultado el conocimiento global del ámbito en cuestión.

    Los glosarios terminológicos pretenden recoger este conocimiento de los expertos y lo hacen mediante una serie de convenciones que les dan la categoría de diccionarios. Es fácil concluir a partir de lo dicho hasta ahora que si un diccionario de especialidad recoge la estructura conceptual que los expertos de un ámbito tienen en la mente, el diccionario en su conjunto es una representación, entre otras representaciones posibles, de esta estructura de conocimiento. Vemos, sin embargo, que un diccionario se encuentra con una serie de restricciones, que debe observar si quiere mantener su carácter de diccionario, que limitan la representación de este conocimiento.

    El género diccionario se caracteriza por un formato bien establecido que comprende el cuerpo del diccionario propiamente dicho y lo que se ha denominado paratexto (introducción, índices, normas de uso, etc.). El cuerpo del diccionario en sí consta de una serie de entradas y una serie de informaciones asociadas a cada entrada. El conjunto de estos dos tipos de información, como se sabe, constituye un artículo lexicográfico. Las entradas y las informaciones asociadas no pueden alterar este orden, contrariamente se transgredirían las convenciones propias del género. Y habitualmente esta diferencia en dos partes se subraya mediante elementos de tipo gráfico. Ésta sería la caracterización del género diccionario tal y como lo conocíamos antes de que la tecnología apareciera como un instrumento de utilidad universal.

    En tanto que instrumentos de consulta, los diccionarios tradicionales, en formato impreso, permitían sólo una lectura lineal. La entrada era la puerta por donde se iniciaba la consulta del artículo. De ahí se pasaba a consultar sus características y singularidades morfológicas, sintácticas, semánticas y pragmáticas.

    Ciñéndome ahora ya sólo en la información semántica (directa o indirecta), y partiendo de la idea según la cual la entrada de un diccionario de especialidad representa uno de los nodos de conocimiento de la estructura del ámbito, las características que sobre este nodo de conocimiento tiene el especialista del tema deberían quedar recogidas en la parte de información semántica que acompaña la entrada. ¿Es eso cierto? En esta pregunta radica la originalidad del trabajo de Jorge Lázaro de 2015 El ejemplo en terminología: caracterización y extracción automática.

    La información sobre el contenido de una entrada de diccionario especializado se sintetiza principalmente en la categoría definición. Es este apartado el que contiene las características de contenido –fundamentalmente intrínsecas, pero también extrínsecas– de un término de entrada. En consecuencia, con lo dicho hasta aquí, podríamos suponer que basta con la definición de un término para tener un compendio integral de su contenido, compendio que es el conjunto de información conceptual que el experto tiene en la mente. Nada más lejos de esta suposición. Los géneros textuales tiranizan la forma en que se organizan, y en este caso las normas lexicográficas que rigen la expresión textual de la definición son un obstáculo para ello. Las normas de expresión de la definición impiden que ésta se convierta en un manual sobre el término.

    Es en este sentido que el trabajo de Jorge Lázaro utiliza el término procedente del sentido en inglés saturación semántica para indicar que una definición nunca puede abarcar el conocimiento semántico que un experto posee sobre un término. De ahí la propuesta de considerar el ejemplo como una extensión de la semántica del término.

    Me alegra que este trabajo, que ya ha sido distribuido en varios artículos de revista, vea hoy la luz en su totalidad. Si se lee con atención se encuentran muchas pistas de investigación que pueden suponer caminos nuevos para la terminología teórica y también aplicada a la producción de nuevos tipos de diccionario.

    M. Teresa Cabré

    Preámbulo

    Toda lengua puede ser aprendida (en situaciones estándar) por imitación.[1] La imitación es el reflejo de todas aquellas acciones y procedimientos que usamos los humanos para aprender y enseñar. Una madre y un padre hablan a su bebé constantemente con el fin, primordial, de que éste logre imitar lo que ellos emiten y así pueda adaptar su aparato fonador –labios, lengua, músculos temporal, masetero, mentoniano, etc.– para producir los nuevos sonidos. Y no es que este bebé no pueda emitir sonidos por sí mismo, sino que los sonidos que logra pronunciar no siguen una secuencia determinada, un conjunto que pueda ser reconocido como palabra y es por eso que, en esta etapa, a los sonidos que hace se les denomina balbuceos. Según la Real Academia Española balbucear (o balbucir) es hablar o leer con pronunciación dificultosa, tarda y vacilante, trastocando a veces las letras o las sílabas (RAE, 2019). Es decir, a esos sonidos aparentemente sin sentido ya se les considera hablar. Pero ¿por qué no podemos decir que un ser humano en esta etapa de su vida es un hablante de una lengua? Simplemente porque los sonidos son prorrumpidos y no siguen una secuencia determinada. En otras palabras, no están sujetos al conjunto de reglas de unión de sonidos que presupone cada una de las lenguas del mundo, su fonología.

    Todo ser humano, potencialmente, podría emitir todos los sonidos de todas las lenguas del mundo, pero sólo aquellas con las que tiene contacto o las que decida aprender serán las que condicionen su capacidad de combinar dichos sonidos y emitirlos. Un bebé ya es un hablante, como vimos antes, pero no es un hablante de una lengua en específico.

    Como ejemplo, basta una búsqueda sencilla en internet con las palabras bebés hablando entre ellos para encontrar una serie de videos donde infantes prelingüísticos se hallan en situaciones comunicativas que a los padres o las personas que graban les parecen graciosas o curiosas. En dichos videos estos pequeños seres humanos se encuentran uno frente al otro y emiten retumbos, gruñidos, gritos, repeticiones de vocales y consonantes que no tienen sentido para uno, pero que a ellos les funcionan perfectamente para emitir –aún no se sabe exactamente cómo– mensajes. Sin embargo, hay algo adicional que podemos notar: los bebés se apoyan en estos gestos, señalamientos con las manos, ojos, piernas y demás -como queriendo mostrar a lo que se refieren- para hacer más efectiva su particular comunicación. Y si miramos más a detalle, muchos de esos elementos se repiten. A estas combinaciones recurrentes las llamamos en lingüística patrones.

    Pues bien, son los padres los que, a fuerza de repetición, enseñan a los infantes que ciertos patrones son válidos y otros no; pero no lo hacen de una manera completamente consciente. Es decir, el bebé emite sonidos y conjuntos como ta-ta-ta, la-la-la, ka-ka-ka, mmmba, etc., que los padres no reconocen como palabras porque para ellos no tienen sentido, y por esta razón no es sino hasta que se emite un conjunto del tipo pa-pa o ma-ma[2], que cualquiera de ellos celebra y bautiza como la primera palabra de mi hijo. Es decir, lo dejan proferir conjuntos aleatorios de sonidos hasta llegar a las eufonías, sonidos agradables al oído del receptor con los que alcanza a percibir cierta similitud con aquellos que conforman su lengua.

    Este estímulo, y otros tantos más simples, hacen entonces que el infante grabe en la memoria que unos patrones son válidos para generar respuestas y los repite en consecuencia para comunicarse con su medio. Los padres son el ejemplo del niño para que éste adquiera la lengua y dicho ejemplo está basado en patrones. Y así sucede con elementos de otros niveles en lingüística, como la morfología o la sintaxis. Por lo anterior, podemos decir que el ejemplo es el mecanismo por antonomasia de transmisión de una lengua.

    Sin embargo, el proceso para la creación de un ejemplo, de manera general, es aún algo desconocido. Todos podemos dar un ejemplo de una palabra, pero muy pocos o casi nadie puede explicar cómo llegó a determinar que ese era el mejor ejemplo entre muchas otras posibilidades. En el caso que hemos visto, el de la adquisición del lenguaje, hay numerosos investigadores y obras que defienden ciertos sonidos como más asequibles o probables de adquirir de manera temprana. Y no es algo difícil de entender, la pronunciación de una vocal será siempre más sencilla que la de una consonante, por mencionar el caso más evidente. Pero, aun así, es difícil determinar con exactitud cuáles palabras son las que los padres deberían repetir a sus hijos para que éstos pudiesen hablar más rápido. Y aún con ello es bastante difícil pensar en algo como un manual para la enseñanza de la lengua materna para padres y madres, por lo que los ejemplos elegidos por ellos para enseñar a su hijo a hablar dependen de muchos y muy diversos factores como el dialecto, el entorno social, el estrato económico, la red social, etcétera.

    Lo mismo sucede en todos aquellos campos donde el ejemplo es una estrategia para la enseñanza-aprendizaje. En gramática se ha discutido acerca de la pertinencia de utilizar ciertas palabras para poder transmitir el fondo, ya sea morfología o sintaxis, y que no haya distractores o ruido de por medio, entendiendo por ello que los ejemplos sean sencillos, didácticos e informativos. La idea central de un ejemplo es que la mayoría de los hablantes lo reconozcan como propio e informativo. Y así es como Juan y María se volvieron protagonistas prototípicos de las oraciones del español en los libros de texto y gramáticas, aunque haya varios cientos de miles más nombres de personas.

    Es decir, el ejemplo no es un elemento con una forma definida y no se sabe, hasta ahora, que tenga unas reglas de formación estables en ninguno de los campos donde se usa. Recordemos que los ejemplos se usan mayormente para enseñar y todas las áreas de especialización del conocimiento humano son diferentes.

    Pues bien, la presente obra intenta mostrar que quizá la estructura de un ejemplo en lingüística sí se puede determinar, hasta cierto punto, pero es necesario situarse en un escenario donde los elementos que lo conforman, las palabras, interactúen de una manera diferente a la sintaxis lineal. Dicho de otro modo, hay que saber cómo se relacionan las palabras alrededor de la palabra que se quiere ejemplificar (su contexto) para poder determinar la estructuración y pertinencia del fragmento textual (oral o escrito) que se usará potencialmente como ejemplo.

    En la adquisición del conocimiento el humano va creando redes entre ideas que le permiten llegar a entender cómo es que funciona el mundo para poder entenderlo y modificarlo o mejorarlo. Estas redes generan nuevos enlaces de ideas que a su vez generan nuevos nodos. Dichos nodos son considerados conceptos, y los conceptos son transmitidos de humano a humano a través de las palabras. En ese proceso el ser humano se vuelve especialista en un área y puede unir, enlazar, generar o modificar ideas para hacer algo mejor, reducir tiempos o inventar cosas. Es decir, domina un campo de especialidad.

    Así, hay palabras cuyo trasfondo es un concepto, una idea de un campo especializado, a este tipo de palabras se les denomina términos. Al conjunto de términos, sus enlaces, sus niveles, su estructuración y la manera en que se integran en la lengua se le denomina discurso especializado.

    A diferencia del discurso especializado, en la lengua general, la que usamos cotidianamente, si los hablantes lo deseamos o lo necesitamos en un corto tiempo una palabra puede adquirir un nuevo

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