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Sermones Sobre El Evangelio De Lucas (III)- La Verdadera Reforma Debería Empezarse Creyendo En El Evangelio Del Agua Y El Espíritu
Sermones Sobre El Evangelio De Lucas (III)- La Verdadera Reforma Debería Empezarse Creyendo En El Evangelio Del Agua Y El Espíritu
Sermones Sobre El Evangelio De Lucas (III)- La Verdadera Reforma Debería Empezarse Creyendo En El Evangelio Del Agua Y El Espíritu
Libro electrónico283 páginas4 horas

Sermones Sobre El Evangelio De Lucas (III)- La Verdadera Reforma Debería Empezarse Creyendo En El Evangelio Del Agua Y El Espíritu

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Es Jesucristo quien mueve la historia de este mundo. Nuestro Señor vino al mundo para salvar a todos los humanos de los pecados del mundo, y se ha convertido en el pan de la nueva vida para los que creemos en el Evangelio del agua y el Espíritu. De hecho, para darnos nueva vida a los que estábamos destinados al infierno por nuestros pecados, nuestro Señor vino a buscarnos.

IdiomaEspañol
EditorialPaul C. Jong
Fecha de lanzamiento20 dic 2022
ISBN9788928215508
Sermones Sobre El Evangelio De Lucas (III)- La Verdadera Reforma Debería Empezarse Creyendo En El Evangelio Del Agua Y El Espíritu

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    Sermones Sobre El Evangelio De Lucas (III)- La Verdadera Reforma Debería Empezarse Creyendo En El Evangelio Del Agua Y El Espíritu - Paul C. Jong

    La fe de los justos que creen en el Evangelio del agua y el Espíritu

    Ante Dios y ante la Palabra de la estricta Ley de Dios no hay nadie que pueda decir que no tiene pecados. Por tanto, los seres humanos no pueden evitar ser arrojados al infierno por sus pecados y transgresiones. Todos merecemos ser castigados por Dios por nuestros pecados innumerables. Somos seres desesperados y sin esperanza, como la mujer que sufría de hemorragias por sus pecados durante 12 años y que se gastó todo el dinero en encontrar una cura, pero que solo empeoró después de haber visto a los mejores médicos del lugar.

    Nuestro Señor vino a buscar a personas desesperadas como nosotros y nos dio Su perfecta salvación. Dios vino encarnado en la carne humana para cortar la cadena del pecado que ataba a la gente del mundo y para erradicar las maldiciones del infierno que se reciben por el pecado. Gracias al amor increíble de Dios, Jesús dejó Su trono divino y vino a nosotros encarnado en la imagen humilde de un hombre. Dios, que es la Palabra, vino por el agua y la sangre porque no podríamos haber sido salvados si no hubiese venido en la carne (1 Juan 5, 6).

    Por tanto, nadie puede recibir la remisión de los pecados si no encuentra a Jesucristo, quien vino por el agua y el Espíritu. Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, es Dios mismo. Aunque no tenía pecados, Dios Padre hizo que cargase con todos los pecados de la humanidad. Esta obra de cargar con todos los pecados del mundo fue completada cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán a los 30 años. Dicho de otra manera, todos nuestros pecados fueron pasados a Jesús a través de Su bautismo. Por eso, cuando Juan el Bautista vio a Jesús el día después de Su bautismo, declaró: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29).

    Así se cumplió la promesa de salvación expresada en el sacrificio del Día de la Expiación en el que Aarón, el Sumo Sacerdote, pasaba los pecados anuales de Israel a un macho cabrío mediante la imposición de manos en nombre de los israelitas. ¿Qué pasaba cuando el macho cabrío cargaba con los pecados de Israel? Este macho cabrío tenía que ser abandonado en el desierto y morir por los israelitas para pagar por sus pecados. De la misma manera, Jesús también fue a la Cruz y pagó el precio de los pecados al derramar Su sangre. Cuando Jesús dio Su ultimo suspiro en la Cruz, dijo: «Está acabado» (Juan 19, 30). ¿Qué terminó Jesús? Terminó la obra de redimir los pecados de la raza humana.

    Ahora, quien crea en la obra de salvación de Jesús, en este Evangelio del agua y el Espíritu, puede recibir los pecados y ser salvado para siempre. Por fe cualquiera puede convertirse en una persona justa, hijo de Dios y heredero del Cielo. Este don de la salvación se recibe solo por fe. Jesucristo es el Hijo de Dios y Dios mismo. Ha eliminado todos nuestros pecados a través de Su bautismo y Su muerte en la Cruz. Quien afirme esto con la Palabra y crea podrá recibir la remisión de los pecados y el don del Espíritu Santo. Nuestros corazones sufrían de la hemorragia del pecado y no pasaba un día en que no sangrásemos. Pero cuando creímos en el poderoso Evangelio de Jesús, cuando entendimos la justicia del Señor, el río de pecados se secó para siempre, de la misma manera en que la mujer con la hemorragia se curó. ¡Aleluya!

    ¿A quién ha dado Dios esta gracia? ¿Ha predeterminado Dios a quién salvaría y a quién juzgaría? No. A través de Jesucristo, Dios ha borrado todos los pecados de los seres humanos, y quiere que todo el mundo crea en el Evangelio de la Verdad y alcance la salvación (1 Timoteo 2, 4). Es completamente culpa nuestra si no podemos encontrar la gracia de la salvación. El Evangelio de Lucas explica claramente que solo los que admiten que son pecadores destinados al infierno, es decir los que no tienen justicia propia y tienen sed de la justicia de Dios, pueden encontrar la gracia de salvación. Por tanto, todos los que tienen pecados en sus corazones deben admitir los pecados ante Dios y Su Palabra, reconociendo la Palabra que dice que el precio de la muerte es el pecado y deben aferrarse al Evangelio del Señor. No importa si han sido cristianos durante mucho tiempo o si tienen un cargo en la iglesia. De la misma manera en que la mujer con la hemorragia dejó de sangrar para siempre cuando se deshizo de su vergüenza y tomó las vestiduras de Jesús, ustedes deben agarrarse al Evangelio de la justicia del Señor.

    Los que han recibido la remisión de los pecados por fe pueden recibir el Reino de Dios. El Espíritu Santo entra en sus corazones y se convierten en el pueblo del Señor y Él es Su Rey. En el pasado, no podían evitar vivir sus vidas bajo el poder de Satanás porque eran esclavos del pecado. Pero ahora pueden seguir la voluntad del Señor porque se han convertido en personas justas. De la misma manera en que el Señor dijo que el vino nuevo no puede contenerse en pieles viejas, los nacidos de nuevo debemos vivir una vida nueva. Esta vida nueva es una vida de luz muy valiosa. Las vidas de los justos que han nacido de nuevo ya no se corrompen por los deseos carnales y las costumbres del mundo. Al convertirnos en hombres nuevos, ahora vivimos como siervos del Señor, nuestro Salvados, siguiendo Sus mandamientos. En otras palabras, los nacidos de nuevo sirven al Señor en sus vidas. Esta es la vida que se vive para servir al Evangelio.

    Entonces, ¿cómo pueden los justos servir al Evangelio en sus vidas? El Señor dijo que esto solo es posible cuando nos negamos a nosotros mismos y cargamos con nuestras cruces. Cuando confiamos en la Palabra del Señor y nos dedicamos a la obra de la justicia nuestro Señor acepta todo nuestro servicio con placer, nos bendice y obra con nosotros. Las vidas que se viven por el servicio del Evangelio es una vida bendita que manifiesta la gloria del Señor. Esta es la vida en la que la Palabra justa del Señor se puede experimentar todos los días. Además, la vida eterna del Cielo está garantizada. Piensen en la bendición y el privilegio que es que los humildes y los desesperados se hayan convertido en hijos de Dios para ser utilizados para una obra tan valiosa.

    Todos nosotros debemos creer en el Evangelio del agua y el Espíritu y defenderlo hasta el final. No hay tesoro en este mundo que sea más valioso que este Evangelio. Debemos estar orgullosos de la obra que estamos haciendo para compartir este precioso tesoro con todo el mundo.

    SERMÓN 1

    Deben conocer a Juan el

    Bautista primero para

    conocer a Jesús

    correctamente

    < Lucas 1:67-80 >

    «Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo, Y nos levantó un poderoso Salvador. En la casa de David su siervo, Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio; Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron; Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto; Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder. Que, librados de nuestros enemigos, Sin temor le serviríamos En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días. Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Para perdón de sus pecados. Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la aurora, Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar nuestros pies por camino de paz. Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel».

    Zacarías e Isabel, los padres de Juan el Bautista

    El pasaje de las Escrituras de hoy trata de la profecía sobre Juan, el hijo de Zacarías. Zacarías estaba casado con Isabel pero ella no podía concebir y ya era mayor. Tener un hijo era su mayor deseo y habían orado a Dios para que les diera uno. Entonces, cuando le tocaba a Zacarías entregar el sacrificio a Dios y estaba quemando incienso en el Templo del Señor, un ángel se le apareció y le dijo: «Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan» (Lucas 1, 13). Así es como Zacarías vio al ángel. En el pasado nuestro Señor y Sus ángeles solían aparecerse en persona ante los humanos y los siervos de Dios. Esto era algo normal en el Antiguo Testamento antes de que Jesús viniese a este mundo como el Salvador.

    Como Zacarías no pudo creer lo que había oído del ángel, Dios le dejó mudo. El Señor cumplió Su promesa e Isabel quedó embarazada; y cuando el niño nació nueve meses después, Zacarías pudo volver a hablar y llamó al niño Juan como Dios le había dicho. Cuando obedeció al Señor, su lengua se soltó. En cuanto se le soltó la lengua y se abrió la boca, alabó a Dios. La gente de alrededor de Zacarías se regocijó por el nacimiento de Juan preguntándose cómo de grande iba a ser. Cuando vieron lo que le había pasado a Zacarías e Isabel y se dieron cuenta de que Dios estaba con ellos, celebraron este acontecimiento con ellos anticipando que su hijo no iba a ser un niño cualquiera.

    La gente pensó de esta manera porque Isabel ya era una mujer muy anciana. Una mujer anciana que dio a luz a un niño. ¿Era esto normal? Además, vieron que el sacerdote Zacarías se había quedado mudo durante 10 meses cuando salió del Templo del Señor cuando sirvió como sacerdote ante Dios en el orden de su división. También vieron que su mujer tenía un hijo y que lo llamaron Juan y que Zacarías pudo hablar desde ese momento. Cuando escucharon toda la historia, no pudieron evitar pensar que era la obra de Dios y que Dios iba a hacer algo importante a través de la familia de Zacarías.

    El padre de Juan, Zacarías, estuvo lleno del Espíritu Santo, y empezó a profetizar en cuando se le abrió la boca después de haber estado mudo durante 10 meses. «Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos levantó un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio; salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron». (Lucas 1:68-71) El pasaje de hoy es la profecía de Zacarías. Profetizó que Dios miraría a Su pueblo y enviaría al Mesías a través de la casa de David para salvar a Su pueblo de Sus enemigos y de la mano de los que les aborrecían.

    El objetivo de la venida de Jesucristo a este mundo era salvar a los israelitas y a los israelitas espirituales que creyeron en Dios de sus pecados. Zacarías profetizó que el Señor vendría a salvarnos de nuestros enemigos y de la mano de los que nos odian. Esto significa que el Señor vendría a permitir que los descendientes espirituales de Abraham pudieran servirle sin miedo como juró a Abraham. Por eso Lucas 1, 74 dice: «Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, que nos había de conceder que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos». Jesucristo vino a este mundo para salvarnos de los pecados y los que creemos en Él como el Salvador encontramos el favor de servir al Señor sin miedo y con la santidad y justicia. Dios vino a los que creen en Él como el Salvador porque quería que Su pueblo viviese una vida pura y sin pecados y le pudiera servir sin miedo para siempre. Jesús vino al mundo en la casa de David. El Salvador vino para hacer que los creyentes no tuvieran pecados y fueran justos y santos mientras servían a Dios.

    Cuando leemos los versículos 76 a 79 vemos:

    «Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; para dar conocimiento de salvación a su pueblo, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz».

    ¿Qué significa esto? ¿Quién es en el versículo 76? Es Juan el Bautista que bautizó a Jesús. ¿Quién va a ser la persona que hará las cosas profetizadas en este pasaje? Juan el Bautista. «Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos» (Lucas 1, 76). «El profeta del Altísimo» se refiere a Juan el Bautista. Es el mismo Juan el Bautista que bautizó a Jesús. Iba a ser llamado el profeta del Altísimo porque iba a ir ante el Señor para prepararle el camino.

    Juan el Bautista nació seis meses antes que Jesucristo. ¿Quién es este Juan? ¿Qué nos enseñó? Se profetizó que enseñaría al pueblo de dios a recibir la remisión de los pecados. Este ministerio de Juan el Bautista iba a dar el conocimiento de la salvación a Su pueblo mediante la remisión de los pecados (Lucas 1, 77). Esto significa que Juan el Bautista iba a dar testimonio de quién era Jesús.

    Todos nuestros pecados fueron pasados a Jesús mediante el bautismo que Juan el Bautista le dio a Jesús en el río Jordán. Cuando Jesús pasó cerca de él al día siguiente, dijo: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1, 29). Quiso decir: «Es el Hijo de Dios. Está cargando con todos los pecados del mundo. Es el Mesías y nuestro Salvador. Es el Cristo». Juan el Bautista dio este testimonio a la gente para que el conocimiento de la salvación mediante la remisión de los pecados fuera recibido por los creyentes. Por tanto, el papel que tuvo en la salvación fue crucial.

    Mientras celebramos la Navidad, debemos celebrar y regocijarnos por la venida de nuestro Señor. Pero también tenemos que recordar que Juan el Bautista nació seis meses antes que Jesús y debemos conmemorar lo que hizo por nuestra salvación. Debemos recordar que es el representante de la raza humana escogido por Dios y que ayudó a cumplir la obra de la salvación. Los protestantes de hoy en día no prestan mucha atención a los rituales, pero la Iglesia Ortodoxa rusa celebra algunos días específicos por todo lo alto.

    ¿Todavía creen que el papel de Juan el Bautista no era tan importante?

    La mayoría de los cristianos de hoy en día consideran a Juan el Bautista un mero siervo de Dios que pasó al lado de Jesús. Solo piensan que era el siervo de Dios que vivió una vida frugal como ellos. Es cierto que era un siervo de Dios, pero no era un siervo cualquiera. Debemos recordar lo que Juan el Bautista dijo: cómo Jesucristo quitó nuestros pecados; cómo pasó los pecados del mundo a Jesucristo. Debemos conocer este testimonio sobre cómo Jesús se convirtió en nuestro Salvador. Si no podemos creer en el testimonio de Juan el Bautista, no podemos confiar en Jesús desde lo más profundo de nuestro corazón. El Evangelio de Juan 1 dice que recibimos la remisión de los pecados a través del testimonio de Juan el Bautista.

    Juan 1, 6-12 dice: «Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A los suyos vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios».

    Hermanos y hermanas, Juan el Bautista fue enviado por Dios. Algunas personas dicen: «¿Dónde dicen esos versículos que era Juan el Bautista? Dice solamente Juan». Como todos saben el autor del Evangelio de Juan se llamaba Juan. Era uno de los 12 discípulos, pero no estaba escribiendo sobre sí mismo, sino sobre Juan el Bautista, que bautizó a Jesús. La gente no cree si no se le dice en qué creer. La gente quiere detalles. Pero aún así hay personas que no creen aunque tengan detalles. En resumen, Juan fue enviado por Dios para dar testimonio de Jesús, que es la verdadera Luz. Está escrito: «No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz» (Juan 1, 8). Juan el Bautista era un hombre que vino a dar testimonio de Jesús. Pasó todos los pecados del mundo a Jesús al bautizarse y dio testimonio del ministerio de Jesús diciendo: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». A través del testimonio de Juan, la gente puede conocer a Jesucristo como su Salvador y creer que Su bautismo le pasó los pecados del mundo. Juan el Bautista testificó: «Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A los suyos vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1, 9-12).

    Jesús hizo brillar esta luz sobre nosotros, lo que significa que nos dio la Palabra de la Verdad, el conocimiento de la Verdad y la fe al ser bautizado y morir en la Cruz. «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho» (Juan 1, 10). Jesucristo, el verdadero Dios, creó este mundo. «Que haya luz, que haya estrellas, que haya luces mayores y menores; que la tierra produzca criaturas; que los pájaros vuelen por encima de la tierra»; con Su Palabra, Jesús lo creó todo.

    No limiten a Jesucristo a ser simplemente nuestro Salvador y el Hijo de Dios. Jesús no es solo el Hijo de Dios, sino también el dueño del universo y de la creación. Nos creó a todos. Es el Dios que creó todo el universo, como está escrito: «En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció» (Juan 1, 10). Jesucristo es Dios y nos creó, y la Persona que nos dio el aliento de la vida diciendo: «Polvo eres y en polvo te convertirás» (Génesis 3, 19). Como nuestras almas no mueren, sino que viven para siempre, eliminó nuestros pecados y salvó nuestras almas de los pecados, de la esclavitud de Satanás y de la condena horrible de Dios. Jesús, que es Dios mismo, se encarnó como un ser humano a través de una virgen para salvar a Su pueblo. Nos salvó con el agua y la sangre. Nos salvó con la circuncisión espiritual.

    Sin embargo, las personas no le reconocieron ni le dieron la bienvenida. «Vino a los Suyos, pero no le recibieron» (Juan 1, 11). Los Suyos aquí se refieren a todas Sus posesiones. No solo se refiere a la tierra de Israel, sino que incluye todas las cosas creadas. Este universo y todo lo que hay en él pertenece a Jesús. «Vino a los Suyos, pero no le recibieron» (Juan 1, 11). Esto significa que incluso los israelitas no aceptaron a Jesús en sus corazones ni reconocieron que era el Hijo de Dios o el Salvador. Nadie entre la nación de Israel en tiempos de Jesús creyó en que Jesús, inocente y sin pecado, dejase que Juan el Bautista le pasase los pecados del mundo ni que fuese bautizado ni crucificado. Esta es la noticia más sensacional de aquel entonces, pero solo unos pocos israelitas aceptaron a Jesucristo; el resto dudó y no se interesó por la noticia.

    Sin embargo, la Biblia dice: «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1, 12). El mundo fue creado a través de Jesús: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1, 1). El universo y todo lo que hay en él fue creado cuando Dios habló, y la Palabra misma era Dios. Su Palabra tenía el poder de crear el universo: «Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» (Juan 1, 3-4). Este pasaje dice que la luz y la vida estaban con Él. Nos creó, nos dio vida y nos salvó de los pecados, de las faltas, de la opresión y de las maldiciones; e hizo brillar la luz de Su salvación a los que estábamos atrapados por el poder de Satanás y a ser presa de los pecados y morir.

    Nos pide a cada uno de nosotros que le recibamos. Debemos recibir a Jesucristo. Para ello, debemos conocer el papel de Juan el Bautista y lo que dijo acerca de Jesús en la Biblia. En el Evangelio de Matero 3, 13-17 Jesús le dice a Juan: «Permíteme hacer ahora. ¿No tienes que cumplir la misión de bautizarme? Así que conviene que Me bautices para que pueda cumplir toda justicia». El carácter chino para justicia es yi ; cuando lo miramos de cerca, está compuesto por dos letras diferentes ‘yang’ que significa cordero y ‘wo’ que significa yo. Esto implica que Jesús nos hizo justos al tomar todos los pecados del mundo a través de Su bautismo administrado por Juan el Bautista, al morir y derramar Su sangre en la Cruz, y al levantarse de entre los muertos. Cuando Jesús fue bautizado, le dijo a Juan el Bautista: «Permíteme hacer ahora pues conviene así que cumplamos toda justicia» (Mateo 3, 15). Recibir a Jesús significa aceptar y creer en esto. En otras palabras, es creer en Jesús y aceptar nuestro Salvador.

    Debemos recibir a Jesús como nuestro Salvador

    «Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios» (Juan 1, 12). Algunos cristianos no entienden este pasaje y creen que decir: «Creo, Amén» es todo lo que tienen que hacer para convertirse en hijos de Dios. Pero no es cierto. ¿Qué significa recibir a Jesús?

    El nombre de Jesús significa Salvador y Cristo significa Ungido. Jesucristo, el Rey de todos los reyes se encarnó en un hombre a través del cuerpo de una mujer, recibió el bautismo de Juan el Bautista para tomar los pecados del mundo y entregó Su cuerpo en la Cruz como sacrificio antes Dios para salvarnos de todos nuestros pecados. No nos convertimos en hijos

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