Espacios litúrgicos de mujeres: Revisar el pasado, transformar el presente, diseñar el futuro
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Espacios litúrgicos de mujeres - Paula Marcela Depalma
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ESPACIOS LITÚRGICOS DE MUJERES:
CLAVES METODOLÓGICAS
1. Comprender la liturgia desde una perspectiva dinámica
Las definiciones nunca son estáticas. En la evolución de un concepto queda reflejado un universo de comprensiones y de tomas de postura. Por ello, antes de comenzar se vuelve imprescindible analizar los conceptos básicos que manejaremos en esta investigación.
La palabra liturgia ha sido causa de debate dentro de los libros litúrgicos, pero también en el Derecho canónico y, sobre todo, en la comprensión generalizada de los miembros de la Iglesia. Las claves de los debates tienen que ver indefectiblemente con la variabilidad de la oficialidad y de la ritualización con relación al término. Es decir, liturgia se ha asociado tanto a los ritos más codificados y formales con aprobación oficial como a todo tipo de celebración colectiva con ánimo religioso.
La evolución del término liturgia es altamente significativa. Como señala Salvatore Marsili¹, cofundador y primer presidente del Pontificio Instituto Litúrgico de Roma, de la evolución del término liturgia se desprende no solo su definición actual más apropiada sino también una serie de indicadores de la conciencia de pertenencia eclesial, de modos celebrativos y de intelección de una eclesiología más o menos comunitaria y laical.
Marsili sigue la metodología de la evolución de la conciencia eclesial como proceso que explica las interpretaciones que se han dado a esta noción de liturgia. Con esta metodología muestra la evolución desde el origen griego en el que significaba una iniciativa privada en beneficio del Estado hasta los tiempos posconciliares en los que, tras siglos de restricción en cuanto a iniciativa, rubricalización y oficialización, se llega a un sentido amplio en el que designa a la Iglesia como sujeto que celebra el misterio en sus diversas y variadas celebraciones.
Esta distinción con relación a la definición de Marsili, que es la más aceptada hoy por los estudios litúrgicos, plantea en el fondo una pregunta crítica a su metodología. Él opta por una metodología de evolución de la conciencia eclesial por encima de una metodología histórica o fenomenológica. Pero, cuando se refiere a «conciencia», ¿dice algo más que los textos escritos y en definitiva magisteriales acerca de la liturgia? Evolución de la conciencia en realidad es, para el autor, evolución de la conciencia que ha sido codificada por los líderes eclesiales en sus tratados teológicos, en los libros litúrgicos o en el Código de Derecho Canónico. Resulta evidente que cuando dice «eclesial» no incluye a las mujeres que no han tomado parte en este proceso de teorización. Es decir, se trata de una conciencia «categorizada» porque se refiere al material escrito en las fuentes de la tradición católica. Cae a nivel metodológico en aquello que critica para la praxis litúrgica: dar primacía a la oficialidad sobre la realidad polifacética de las celebraciones de las comunidades.
Esta problemática abre a la definición que planteamos a continuación: el hecho celebrado, ¿es garantía de y para su explicitación y codificación? ¿O, por el contrario, la explicitación es garantía de y para la celebración?
No nos detenemos en detalle, pero citamos algunos momentos clave del desarrollo para comprender lo que significa para el autor la evolución de la conciencia eclesial en la comprensión de liturgia. El origen griego, proveniente del griego clásico leitourgia, que indica la obra de un particular a favor del pueblo, con el tiempo pierde su carácter de iniciativa particular y designa una obligación hacia el Estado o la divinidad. En su aparición en la Biblia, la traducción griega del Antiguo Testamento indica «servicio religioso cultual levítico» y no aparece en el término en el Nuevo Testamento. Sin embargo, pronto aparece en Didaché (o la Enseñanza de los doce apóstoles), que fue escrita entre los años 60-85, en el número 15,1, donde se refiere al servicio ministerial y su evolución en los primeros Padres como culto que mantiene la conciencia del nuevo sacerdocio de Cristo, a la vez que queda vinculado al sentido griego.
En las iglesias orientales de lengua griega, la liturgia se circunscribe al culto cristiano y la celebración de la eucaristía. En la Iglesia latina con el paso del tiempo se vuelve un término desconocido. En el mundo latino, en el siglo XVI será un término científico que indica los rituales antiguos y el culto de la Iglesia. Este sentido original fue constreñido hasta ser equivalente a ritualidad ceremonial y de rúbricas.
Esta es la equivalencia, basada en un rubricismo exagerado, que prima hasta el Concilio Vaticano II. Incluso los autores pioneros de la reforma litúrgica, como Romano Guardini, por ejemplo, la juzgaban como parte del Derecho canónico. Lambert Beauduin y Odo Casel², dentro ya del ámbito del movimiento litúrgico, amplían el significado a culto y celebración. Casel, además, aporta una visión mistérica como momento de la acción salvífica de Dios sobre el hombre. La Mediator Dei de Pío XII reconoce a la liturgia como acción de Cristo en la Iglesia, pero, en la práctica, considera el culto integral del cuerpo místico principalmente cosa de sacerdotes: solo ellos están signados con el carácter indeleble que les configura con el sacerdocio de Cristo. El Concilio acelera esta evolución del concepto hacia una definición como «acción sagrada a través de la cual, con un rito, en la Iglesia y mediante ella, se ejerce y continúa la obra sacerdotal de Cristo, es decir, la santificación de los hombres y la glorificación de Dios» (SC 7).
El Concilio Vaticano II representa un momento de gozne y de apertura litúrgica. En Sacrosanctum concilium 2, nuevamente citando el recorrido de Marsili sobre la comprensión de liturgia, aparece una nueva situación para el concepto, ya que no se menciona la idea de oficialidad ni la de delegación a los ministros ordenados, como hasta entonces se venía propulsando.
Ello queda constatado en varios ejemplos. El más significativo es el reconocer plenamente a la Liturgia de las Horas como liturgia. Esta consideración revela no solo una concepción litúrgica en sentido amplio, sino también los asomos de una eclesiología comunitaria que aparece con agudeza en los textos conciliares. De este ejemplo se puede concluir que una asamblea de fieles reunida para la celebración comunitaria, en este caso de la Liturgia de las Horas, sean laicos o comunidades religiosas, puede ser considerada justificadamente «Iglesia», y sus celebraciones, «litúrgicas». El nuevo Código de Derecho canónico de 1983 también entronca a la Liturgia de las Horas como acción de la Iglesia, que ejerce el sacerdocio de Cristo. Esta categorización se distancia de las anteriores, que requerían de la presidencia ministerial en las consideraciones de liturgia. Lo mismo puede decirse de la representación eclesial tradicionalmente anclada a la ministerialidad³.
En definitiva, la palabra liturgia tiene una tradición antigua, que se olvida a lo largo de los siglos, y cuya dimensión más amplia se recupera recién con el movimiento litúrgico. Salvatore Marsili, indudablemente, aboga, a continuación de su recorrido histórico, por un concepto amplio, en el cual incluye diversas celebraciones tanto oficiales como no oficiales, codificadas y espontáneas, con un trasfondo de tradición teológica o sin él.
Muchas preguntas surgen de esta comprensión amplia de liturgia en el momento actual. Cuando se habla de liturgia, ¿no viene a la mente inmediatamente la celebración de la eucaristía? ¿No se piensa en una celebración oficial y codificada por escrito? ¿Puede considerarse la palabra inglesa worship su traducción literal o es un concepto más restringido? Si adoptamos la interpretación marsiliana, la traducción es literal, y su significación, inclusiva.
En la conciencia de la mayoría de los creyentes actuales, sin embargo, liturgia comporta un cierto grado de oficialidad. Por ello, es mucho más apropiado, para este estudio, asumir una definición más moderada y diferenciar «liturgia» de «celebraciones». La liturgia comporta cierto grado de oficialidad, mientas que las celebraciones pueden ser toda clase de rito, en comunión y con cierta frecuencia, que nos vincule a lo sagrado. Esta distinción es necesaria para no asumir demasiado rápidamente que cualquier celebración puede ser considerada liturgia, ya que la no oficialidad reclama cierta codificación si se pretende dar continuidad a dichas celebraciones.
Las mujeres, en concreto, son conscientes de la necesidad de apropiación de las categorías dominantes, pero ello no es posible sin un lento y profundo proceso de apropiación. Sin este proceso apropiativo, las celebraciones corren el peligro de permanecer en la invisibilidad tanto para los creyentes del presente como para las narraciones litúrgicas posteriores. Esto es lo que ha ocurrido con la diversidad de las celebraciones de todos los períodos de la historia. Si realizamos una seria recuperación historiográfica, encontramos laicos y laicas plasmando un sinfín de ritos y celebraciones de las maneras más creativas. Sin embargo, estas no han quedado reflejadas en los estudios litúrgicos. Por ello, consideramos en este estudio a las celebraciones de mujeres más bien como indicadores celebrativos que deben traducirse en algún tipo de codificación dentro de la liturgia católica para zanjar la invisibilidad que las caracterizaba en los estudios de teología litúrgica.
Un ejemplo puede aclarar este punto. Encontramos en todos los rincones del mundo, y nos detendremos en ello más adelante, grupos de mujeres que se reúnen para orar en celebraciones más o menos feministas y a favor de los desfavorecidos. Es más, ya existe bastante bibliografía que recopila estos ritos y celebraciones para que se puedan repetir y se pueda hacer memoria de ellos. ¿Podemos considerar estas recopilaciones como parte del bagaje llamado litúrgico? Una comprensión amplia de liturgia, como la citada anteriormente del liturgista benedictino Salvatore Marsili, integraría estas celebraciones como litúrgicas. Esta inclusión dentro del estatus litúrgico nos permite darles el valor eclesial que les corresponde. Pero, por otro lado, nos ahorra el proceso imprescindible de apropiación, debate, justificación y prueba que creemos necesario para formar parte de la larga historia litúrgica. Es, sin duda, una de las dificultades del análisis litúrgico feminista el hecho de que dichas celebraciones no transiten a la elaboración teórica y a la recepción eclesial.
En este estudio utilizaremos mayormente términos como «celebraciones», muchas veces caracterizadas como no oficiales, con la esperanza de que un lento proceso de apropiación les confiera la capacidad de salir de este estatus, no solo en denominación sino con el peso que se merecen como la realidad concreta y reconocida por la Iglesia más oficial.
«Liturgia», entonces, designa a las celebraciones más codificadas de la Iglesia en oración, en su dinámica sacramental y orante. «Celebraciones» es un concepto más amplio que designa tanto los sacramentos, como la liturgia de la palabra, la celebración de un evento o la celebración de la