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"Pasiones Indomables": Bilogía Pasiones Oscuras, #2
"Pasiones Indomables": Bilogía Pasiones Oscuras, #2
"Pasiones Indomables": Bilogía Pasiones Oscuras, #2
Libro electrónico332 páginas5 horas

"Pasiones Indomables": Bilogía Pasiones Oscuras, #2

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Información de este libro electrónico

¡El gran final de esta intensa historia, está aquí!

Leonora se ha visto forzada a unir su existencia con la de Darren para salvar su hogar, a su gente y a sí misma. Arthur ha desaparecido sin dejar rastro y ella está devastada y vacía, pero nada impedirá que lleve a cabo su venganza contra quienes considera sus peores enemigos: Los Mc Millan. Tres corazones rotos, tres almas dispuestas a todo con tal de obtener lo que desean y someter al otro a su voluntad. Engaños, dolor y mucha pasión de por medio. ¿Cómo retomarán sus caminos sin dejar muerte y desolación a su paso? Conoce los límites del ego, la soberbia y la lujuria humana, y lo visceral que puede resultar algo tan puro como "el amor verdadero". 

Romance Erótico.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 may 2017
ISBN9781386822776
"Pasiones Indomables": Bilogía Pasiones Oscuras, #2
Autor

Mariela Villegas R.

Mi nombre es Mariela Villegas Rivero. Soy escritora mexicana. Nací el 29 de enero de 1983. Estudié Licenciatura en Lenguas Modernas y ahora trabajo como maestra de una escuela secundaria en mi ciudad natal, Mérida, Yucatán. A diferencia de muchas autoras que he conocido, yo no empecé el trayecto a la palabra escrita devorando libros. Buscaba un lugar en el mundo, un propósito, y este apareció de súbito a mis veintisiete años con mi primera historia, Luna Llena. En estos años, me he dado a conocer alrededor de mundo a través de las redes sociales y diversos medios de comunicación. Soy coeditora y cocreadora de la Revista Literaria "Luz de Dos Lunas", junto con Andrea V. Luna, escritora argentina. He sido entrevistada en los programas de radio por internet, Café entre Libros y Conociendo a Autores, de la Universal Radio, La Hora Romántica de Divinas Lectoras con Cecilia Pérez y Revista Radio de las Artes, de Diana Ríos. Mi obra de poemas Mujer de Fuego fue homenajeada por la radio argentina Alma en Radio en febrero de 2015. Llevo hasta ahora 27 libros en mi haber de distintos subgéneros románticos, publicados de forma independiente en Amazon y de manera editorial en Nueva Editora Digital en Argentina y en Ediciones Coral, Group Edition World, en España para el mundo, y un premio literario por mi novela Noche de Brujas (Premio III Plumas de Pasión por la Novela Romántica, Paranormal y Romance Juvenil 2014, España). Soy autodidacta y siempre he pensado que la inmortalidad se puede alcanzar mediante la trascendencia de nuestras ideas.

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    Vista previa del libro

    "Pasiones Indomables" - Mariela Villegas R.

    Índice

    PREFACIO.

    Capítulo 1: Boda

    Capítulo 2: Comienzo

    Capítulo 3: Vidas Compradas

    Capítulo 4: Noche de Degustaciones

    Capítulo 5: Intereses

    Capítulo 6: Daños

    Capítulo 7: Alternativas

    Capítulo 8: Fronteras Infranqueables

    Capítulo 9: Reuniones

    Capítulo 10: Mi Alma

    Capítulo 11: Pasado y Presente

    Capítulo 12: La Verdad

    Capítulo 13: La Pérdida (Arthur)

    Capítulo 14: Trato (Arthur)

    Capítulo 15: Hacer el amor en presente (Arthur)

    Capítulo 16: Pasiones Indomables (Arthur)

    Capítulo 17: Repercusiones

    Capítulo 18: Afrenta

    Capítulo 19: Renacer

    Capítulo 20: Mi Deseo

    Epílogo.

    Dedicatoria

    Para mi madre, porque sin ella esta novela no hubiera sido posible en ningún aspecto. Te amo con toda el alma, mamá.

    A todas mis colegas del Club de Lectura Todo Tiene Un Romance por su enorme apoyo y valiosa ayuda. Son unas guerreras.

    A mis muy queridas compañeritas de lecturas conjuntas y aventuras, Vanessa Saldarriaga y Adriana González, que no dejaron que mi espíritu se viniera abajo a lo largo de esta bilogía. Las adoro, mis niñas. Gracias por su cariño y entusiasmo que me contagia.

    Por último, para todas mis lectoras. ¡Mil gracias por su apoyo incondicional!

    Agradecimientos

    ME CUESTA TANTO COMENZAR a dar gracias a cada persona que creyó en mí para escribir esta historia, que solo lo intentaré. Empezaré con mi madre, Maritza Rivero Patrón, que adoró Pasiones Oscuras y jamás permitió que la sustancia de Pasiones Indomables se perdiera, aconsejándome, repasando conmigo detalles de la historia, dándome sugerencias, pero, sobre todo, animándome cada vez que creía que no lo iba a lograr. ¡Eres la mejor, mamá!

    A Grace Lloper, que desde el inicio me empujó a dar lo mejor de mí para entregar un producto que fuera nada menos que maravilloso para las lectoras, brindándome el soporte de su conocimiento y de su tiempo, así como de su emoción al ser la primera evaluadora oficial de Pasiones Indomables. Nunca olvidaré tus palabras al reseñarla, Grace. Me hiciste sentir que todo el tiempo invertido y esperado, valió la pena. No obviaré que ese hermoso paseo de los personajes por París, tú lo sugeriste. Y una cosa más, el prólogo que accediste a redactar para esta historia es todo cuanto yo hubiera querido hacerles saber y sentir a las lectoras. Eres una escritora a la que admiro y respeto profundamente. ¡Gracias!

    A Flor M. Urdaneta que, con todo su amor, estuvo dispuesta a colaborar en las escenas de erotismo de esta novela, aunque al final no haya sido necesario, pero me diste una idea magnífica que quedó plasmada aquí: la escena del baño en la que Arthur le recita a Leonora su nueva canción. Fue una experiencia divina para mí como escritora, además de tratarse de una muy romántica sugerencia. Gracias por tu paciencia y cariño para esta servidora.

    Jull Dawson, ¿qué puedo decirte, amiga mía? Pasar días revisando esta historia solo por amor a ella, es más de lo que podría pedir. Cuando más abajo estaba, cuando menos pensé que podría conseguir escribirla, tú creíste en mí y me dijiste que sí era posible, que yo tenía el talento, y que solo necesitaba esperar a que el tiempo me dictara lo que era correcto para mí y los personajes. Eres uno de mis faros en la oscuridad y te quiero con todo el corazón, honestamente. Arthur te agradece en el alma esas últimas palabras, tú sabes cuáles son.

    A una de las más apasionadas fanáticas de esta bilogía, Loli Deen, que no me soltó un segundo para terminarla, y a María Elena Rangel, amante efusiva de Arthur Hoffman, que me echó porras todo el tiempo, como colega y como amiga.

    A cada persona que no se dio por vencida conmigo y me tuvo paciencia, a pesar de mis aflicciones, y a los mismos Leonora, Arthur y Darren por llevarme justo a donde deseaban ir, y permitirme darles una voz y un alma. Si en algún momento dudé que tenían la capacidad de hacerme experimentar la fuerza de sus pesares, su alegría, su enojo y su inmenso amor, lo lamento. Ustedes son, en mi corazón, lo mejor que he escrito en esta vida... aunque no lo último, si Dios me lo permite.

    PRÓLOGO

    Pasiones Indomables

    por Grace Lloper

    (Escritora de romance erótico)

    Antes que nada, debo agradecer a Mariela, la fabulosa autora de esta bilogía tan pasional, por invitarme a escribir este prólogo. Me siento sumamente honrada por este pedido y quiero aclarar que no me resultará sencillo, porque aún conservo en mi interior un torbellino de emociones por culpa de Pasiones Indomables, este libro es como un ciclón que se lleva todo a su paso, sin dudarlo.

    Mariela Villegas es una gran escritora, detallista, metódica, prolija y minuciosa, que con cada libro sube un peldaño. Nunca se detiene. Eso ya lo sabía y seguro las lectoras que la leyeron también. Pero considero a esta bilogía como su obra cumbre, ninguno de sus libros me caló tan hondo, en cada uno de ellos se ha ido superando a sí misma en una progresión aritmética que supongo no se detendrá y eso me llena de orgullo, porque la aprecio profundamente. Pasiones Indomables tiene una trama sin fisuras, atrapante, tan bien tejida que no deja de sorprenderte. Creo que con ella ha sabido mostrar un pico muy alto de madurez, no solo en su forma de escribir, sino también de llegar a lo más hondo de la piel y el corazón del lector.

    Esperaba mucho de este libro, porque me encantó Pasiones Oscuras, y puedo decir sin ánimo de equivocarme que superó mis expectativas. Si la primera parte me hizo sudar, esta segunda logró que me calcinara, me llevó de un estado emocional a otro a través de sus páginas. Quise matar a la autora y a los protagonistas, me reí con ellos, sufrí con ellos, los adoré y los odié, y también... lloré, no puedo negarlo. Sépalo usted, mi querida autora... hizo llorar a Grace y eso no es nada fácil de conseguir.

    Para las lectoras, les aconsejo... si buscan una protagonista de las que pueden ser amigas, olviden este libro. Leonora McCarthy es odiosa, es una perra sin corazón que juega con todos a su alrededor, y aunque terminas entendiéndola y empatizando con ella, no creo que puedas llegar a amarla. Y eso es lo mejor de este libro, porque por más que odias a la protagonista, y amas a los dos idiotas enamorados que luchan por ella, igual amarás la novela, porque cumple con su objetivo de cabo a rabo: vapulearte emocionalmente.

    ¿Terminaste la primera parte odiando a Darren? Pues bien, te tengo una sorpresa... lo amarás. ¿Amaste a Arthur en la primera parte? Otra sorpresa, querrás matarlo por volver. ¿La odiaste a ella por egoísta y furcia? Quizás termines queriéndola, no lo sé, por lo menos la entenderás. Es extraño, porque comienzas a leer el primer libro y aceptas que Leonora se come al mundo, ella lo gobierna, lo arma y desarma, decide y actúa, y todo lo que la rodea lo acepta y hace su voluntad; y lentamente, sin siquiera ser consciente de ello, en este segundo libro terminas comprendiendo que esa vida vertiginosa y esa máscara que muestra al mundo es tan solo un escudo protector que usa para sobrevivir cada día.

    Les aseguro, queridos lectores, que este libro no cumple con el prototipo de lo que normalmente están acostumbrados a leer; todo es al revés, nada está como lo que acostumbras, el mundo patas para arriba, y ahí está la maestría de la pluma de Mariela, que nos lleva a entender las pasiones humanas, oscuras e indomables. Que, aunque nosotros nunca podamos actuar como lo hace Leonora, tan sexual y cínica siempre, la comprendemos, y queremos ayudarla y luchar con ella para que logre ser feliz por fin.

    ¿Y lo logrará? No te daré spoilers, solo te diré que no debes perderte este libro, porque emocionalmente es comparable a la montaña rusa más peligrosa del mundo. Y si ya lo tienes en tus manos, te aseguro que te encantará.

    Sumérgete en el mundo de Mariela Villegas y de las pasiones oscuras e indomables de Leonora, Arthur y Darren. Ellos te guiarán paso a paso por un escenario diferente, donde lo que esperas que ocurra, no es lo que pasará.

    ¿Están preparados para un tsunami de emociones?

    Sean bienvenidos...

    Ahora me demuestras lo cruel que has sido conmigo, cruel y falsa. ¿Por qué me despreciaste? ¿Por qué traicionaste a tu propio corazón, Cathy? Yo no tengo una palabra de consuelo. Tú te mereces esto. Tú misma te has dado muerte. Sí, ya puedes besarme y llorar y arrancarme besos y lágrimas: te abrasarán... te condenarán. Me amabas, ¿qué derecho tenías a abandonarme, qué derecho, responde, a satisfacer el ruin capricho que tuviste por Linton? Porque ni la miseria, degradación, muerte, nada que Dios o Satanás nos pudiera infligir nos hubiera separado, tú, por tu propia voluntad lo hiciste. Yo no he destrozado tu corazón, tú lo has destrozado, y, al hacerlo, has destrozado el mío. Tanto peor para mí que soy fuerte. ¿He de querer vivir? ¿Qué clase de vida será cuando tú?... ¡Oh Dios! ¿Te gustaría vivir con tu alma en la tumba? [ ...] Te perdono lo que me has hecho. Amo a mi asesino, pero al tuyo ¿cómo puedo amarle?

    Cumbres Borrascosas, Emily Brontë

    Prefacio

    RESPIRÉ HONDO Y ME vi a mí misma cayendo en un abismo infinito. Me preguntaba ¿cómo es que mi vida se pudo haber trastornado hasta este punto sin regreso? Las cosas no pintaban nada bien para mis dolores o mis querencias. Tenía la obligación de acceder a peticiones que iban en contra de mi voluntad y mi amor propio para resolver la maraña en la que estaba envuelta desde que Arthur me abandonó. Todo se complicaba. Cada segundo parecía disolverse en ácido y percibía el pesar más claro que nunca, como si me arrancaran uno a uno los huesos, desprendiéndolos de sus coyunturas, consumiéndome en un infierno de desolación. Extrañaba con toda el alma al infame que destrozó la única pizca de corazón que pude haber tenido, y ahora, estaba forzada por una jugarreta del destino a casarme con El Hacendado, una ridícula imitación de hombre que me engañó y me arrastró a su red de mentiras e intriga. Me negaba a que mi historia terminara así. De una u otra forma, me libraría de las cadenas que me ataban al yugo de mi amor malnacido y de las obligaciones impuestas por una muerta y sus compinches. Mi única motivación: la sobrevivencia. Mi más grande maldición: el éxtasis que mi adorado cobarde grabó en mi piel con sus besos, y una vida entera desperdiciada en lujos que me condenaban hoy a la profunda nada. No desistiría. Leonora McCarthy aún respiraba, y esa era razón suficiente para que, quienes la habían tratado de derrotar, murieran calcinados al fuego de sus propios demonios. Pronto llegaría la hora de la retribución. Maldecirían el día en que habían nacido.

    Boda

    HABÍA ACCEDIDO A CASARME con Darren, aunque tenía condiciones que imponer antes de que ocurriera. Trataría de conservar intacta la poca dignidad que el amor de Arthur había dejado en mi alma, a pesar de que pareciera imposible bajo estas circunstancias. Comencé con la letanía de forma inmediata para llegar a acuerdos certeros que me permitieran tener un espacio, un refugio en la tormenta de esta asquerosa falacia. Por más furiosa, dolida o cansada que me sintiera, esto era imperativo. Comencé a repasar detalles. Aunque durmiéramos en la misma cama, nunca permitiría que Mc Millan me pusiera un dedo encima. Eso le había quedado más que claro. Me propuse alimentarme mejor y cumplir con todos los términos del testamento solo para mi beneficio y el de Las Viñas. Al fin y al cabo, la casona era la razón de tanta desventura. Contrataríamos a un verdadero enólogo para que laborara bajo mi escrutinio y el de Darren, despidiéndonos para siempre de Jean Quilbert, el prestanombres, que nos traería más problemas tarde o temprano. Lo liquidamos con un buen fajo de billetes y provisión de licor de por vida. Lo suplantó André Maldiare, un hombre mayor y muy bien preparado para llevar a cabo tal labor. Un enólogo siempre tenía bastante poder en la producción de un negocio como el nuestro, por tanto, debía ser una persona lo suficientemente apta. No tuve queja alguna hasta que habló conmigo por primera vez. Era un macho petulante, pero venía con excelentes credenciales de la más grande productora de vinos internacional, Levesque Compagnie, y me vería en la obligación de soportarlo. Mis problemas monetarios pasaban a segundo plano, saldando cuentas con este trato manicómico. Mantendría la guardia alta ante Cristine y su vástago, aunque disimularía todo el rencor para que la imbécil no se metiera en mis asuntos y me dejara el campo libre para maniobrar.

    Faltaban dos días para que las condiciones del testamento se invalidaran, por lo que la boda debía ocurrir de inmediato y bajo circunstancias dignas de la situación: rápida, fría, por conveniencia. Yo estaría a cargo de Las Viñas en general, así que necesitaría recurrir a mi abogado, Graham Norton —como el presentador del show nocturno de televisión—, y a Lucious Duvall, mi contador, para el correcto manejo de todo. El poder era mío, a pesar de mi dolor. Yo mandaría y era lo único que me brindaba verdadero equilibrio en esta demencia; lo que impedía que el suelo que pisaba se convirtiera en placas tectónicas. Nos levantaría para ser los primeros proveedores de vinos en la Unión Europea, pero no lo haría por la voluntad de mi tía, sino por la mía. Había hallado mi tabla de salvación y me aferraría a ella, sin lugar a dudas. Sería implacable hasta conmigo y mis emociones. Claude Mates ayudaría a Darren en las barricas y Agatha sería relevada por Maureen, una joven ambiciosa que no titubeaba a la hora de mantener la casa funcionando a la perfección. No quería tener tan cerca a la madre de quien me había hecho miserable y sabía que la seguiría viendo, pero tenía que cambiarla de puesto. Ella supervisaría las necesidades de La Villa de los Trabajadores, obteniendo un monto suficiente de recursos mensuales para darles un estilo de vida más elevado. De esa manera, todos ganábamos.

    Como el testamento no aclaraba si la boda debía realizarse por la iglesia o por lo civil, decidimos casarnos únicamente por el medio humano. Dios tendría mejores cosas que hacer que bendecir un matrimonio arreglado. Darren, luego de nuestra charla, se dirigió a Dijon para preparar todo. Envié a Michael con él para que diera fe de que el juez que nos enlazara fuera alguien neutral y legal. Mi único requerimiento era que nadie de su familia estuviera presente. Tendríamos cierta supervisión durante nuestra vida, juntos. Cada mes, el señor Patterson nos visitaría para corroborar que efectivamente viviéramos en Las Viñas y cumpliéramos con nuestras funciones. Ni siquiera sería necesario atenderlo, lo cual agradecía. Mientras Darren y yo permaneciéramos bajo el mismo techo y durmiéramos en la misma cama, lo demás estaría bien. No sería necesario vernos por el resto del día ni interesarnos por las necesidades del otro, así que ¡a la mierda! Poco o nada quedaba por perder en esta apuesta. Mike regresaría a sus labores como mi chofer y guardaespaldas, aunque también sería un silencioso vigilante de Mc Millan para que cumpliera con su parte del trato. Todo tenía que mirarse desde un ángulo profesional. Esto es un negocio, y los negocios no tienen alma, me repetía de manera constante. La Liaison obtendría nuestros contactos para levantarse, pero a cambio, Darren se vería forzado a darme la cuarta parte de sus ganancias netas, sin deducción de impuestos.

    Descartaba absolutamente tener sexo con alguien más, así que esa cláusula estaba cubierta. ¿Infidelidad? ¡Por Dios! No quería que nadie me tocara. Diez años de abstinencia me convertirían en una especie de monja tibetana en peligro de extinción, y estaba dispuesta a dar eso también, resignada a una clase de suerte perversa que el destino había preparado como penitencia para mis pecados. Todo, todo con tal de pasar ese tiempo en relativa calma, porque la catástrofe que era mi corazón no daba cabida a otro arreglo.

    Por primera vez en semanas, dormí sin tener pesadillas sobre la partida de Arthur, pero regresarían solo para recordarme que siempre estaría vivo en mi espíritu. Trataría de mantener la mente tan despejada como me fuera posible y no dejaría de darme el gusto de beber una o dos buenas botellas de vino para aliviar mi sopor nocturno. No tenía idea de cómo lidiaría con alguien como Darren en el lecho, no por la atracción que alguna vez sentí por él, sino por mi clara y definida aversión ahora. Todavía lo odiaba y eso nadie lo cambiaría.

    ¡Eres una idiota, Leonora, porque en verdad es guapo!, mofó mi subconsciente. Solté un bufido y apagué el cerebro de forma automática.

    Agatha y Janine subieron para ayudarme a vestirme al día siguiente. Me sorprendió mucho que mi antigua suegra se atreviera a enfrentarme en una ocasión tan trágica como esta, pero antes de que pudiera decir algo al respecto, ella leyó la desazón en mi rostro y habló.

    —Ya sabe lo que pienso respecto a su unión con el señor Mc Millan, señorita. Fue mi hijo quien la dejó con ese propósito y comprendo sus circunstancias. No creo que hubiera una mejor decisión a tomar y la apoyo, de corazón. Lo dije semanas atrás y lo reitero hoy. Soy su fiel y humilde servidora, siempre. Gracias por ayudarnos —agachó la cabeza y sentí unas enormes ganas de sacarla de ese estado de sumisión. Ella era una mujer valiente y la respetaba mucho, sobre todo ahora que estaba con Michael. No pude evitar abrazarla. Era un reflejo muy doloroso de lo que Hoffman significaba en mi vida, y tenerla conmigo resultaba, hasta cierto punto, reconfortante. La miré y, mordiéndome el interior del labio para no llorar, asentí.

    —No me debes explicación alguna, Agatha. Dedícate a hacer feliz a Mike y con eso me harás la mujer más dichosa. Mi padre merece eso y más.

    —Tiene un alma muy noble, más de lo que se atreve a aceptar —aseveró, acariciándome la mejilla.

    —No, por favor. Dejemos esta charla en pausa, si te parece. No me considero noble y jamás lo seré. Actúo por conveniencia pura y no quiero discutirlo contigo. De alguna manera sería como justificar la huida de... de tu hijo —señalé sintiendo una punzada tremenda en el estómago—, y eso no lo permitiré.

    —Nada lo justifica, ni siquiera yo, se lo aseguro. Pero, si de alguna manera estuviera en mis manos sanar, aunque fuera un poco su dolor, juro que lo haría, pese a que eso me metiera en problemas —suspiró hondo.

    —Basta —hice un gesto con la mano—. No quiero saber nada. Esa es una historia que ha quedado atrás. Tengo que ser fuerte y continuar. Perdóname por no poder pronunciar siquiera su nombre. Me es casi imposible. —Me llevé una mano a la frente, limpiándome el sudor de nerviosismo que amenazaba con atenazarme.

    —De acuerdo. Será como guste.

    —Tutéame, por favor. No más señorita.

    —Lo intentaré, como alguna vez se lo mencioné, pero no creo poder lograrlo —sonrió. Sus pupilas de jade destellaron, llevándome a recordar a Arthur la noche en que aceptó por primera vez que me amaba y lo difícil que le resultó. No, no, no marcharé por ese camino, pensé.

    Janine guardaba silencio sepulcral y observaba la escena. Me ayudó a colocarme un vestido muy serio en tono hueso de un diseñador llamado Luca Lazzari. No era un nombre reconocido, pero tenía un estilo perfecto para la ocasión. Era sobrio, neutral y nada ostentoso, lo contrario a mí, por lo que acentuaba mis pocas ganas de llevar a cabo la unión. Coloqué un cinto negro y delgado alrededor de mi talle y me puse unos zapatos que hacían juego, de punta de aguja. Me recogí el cabello con algunas horquillas, dejando caer rizos rebeldes que no atraparía de ninguna manera. Me maquillé, habiendo recuperado un poco de brío con las dos comidas que hice, y me dispuse a enfrentar al monstruo en que se había convertido mi destino. Mandé trasladar mis cosas a la habitación más grande, la de la tía Daisy. Exigí que la aromatizaran con un preparado especial de uvas que eliminara toda existencia de su esencia. Poco a poco, conseguiría que fuera de mi total agrado, aunque, por el momento, me conformaría con lo que hubiera. El papel tapiz no podría cambiarse ahora, así que me tendría que quedar con la horrenda vista de las flores del valle estampadas en mis paredes. También envié a mis trabajadores de más confianza, entre ellos, al chico contra el que había luchado mano a mano en la fiesta, llamado Luciano —que, como había supuesto, me igualaba en edad—, para comprar una nueva cama King Size. No dormiría pegada a mi enemigo. Contraté a una diseñadora de interiores de la ciudad para auxiliarme en todo aquello. Estaba segura de que, en unas cuantas semanas, mi alcoba quedaría perfecta. Ese cuarto sería mi sitio sagrado y lo decoraría a mí gusto, sin importar lo que mi pareja pensara de él.

    Las Viñas eran una locura. Mi gente —y aún se me hacía curioso sentir plena convicción cuando me refería a ellos de esta manera—, insistió en dejar sus labores para verme salir de la casa y darme su bendición en lo que me dirigía al auto para enlazarme en matrimonio. Era tradición. Michael me esperaba. Ellos sabían que lo que hacía, lo hacía por ellos, y casi me veían como a su virgen personal. Lo odiaba porque yo no era feliz. No era nada parecido a la mujer dadivosa que creían. Era una persona egoísta y desgraciada que marchaba al paredón para ser fusilada emocionalmente. Detestaba mi imposición, aunque la encararía con la frente en alto. Negocios eran negocios, y esta era solo otra pésima adquisición para mi malogrado repertorio de fracasos. De entre lo infame, llegaría lo bueno, que sería rescatarlos de una posible subsistencia de pobreza terrible e interminable. La situación en aquel lugar de Borgoña era muy precaria. Nunca pensé que alguien como yo pudiera hacer algo así, pero la devoción que Hoffman tenía por el sitio y su innegable orgullo por las personas tan bellas que lo habitaban, me contagiaron sin remedio. Me contradecía, cierto, pero ¿no era esa mi esencia, ser pura contradicción? Tal vez sí. ¡El diablo lo adivinara!

    Conforme fui caminando hacia el auto, observé a los niños que me saludaban con la mano y vi en ellos algo de mí, una inocencia que se había esfumado con los años, pero que se negaba a dejarme como un recuerdo invaluable, como cuando jugaba alrededor del arroyo donde alguna vez quise quitarme la vida que mi potro rescatara para luego destrozarla. Supe que estaba haciendo lo correcto. Era consciente de que las cosas debían ser así, muy a pesar de mi desolación.

    Mike fungiría como mi testigo, junto con Janine, porque no deseaba que Agatha estuviera presente. No necesitaba otro recordatorio de que estaba lanzando por la borda mis verdaderos sentimientos para convertirlos en un tratado de paz por el bien común. Ni siquiera el sol y las flores de los campos me confortaron en lo que nos dirigíamos a la ciudad. Lo único que notaba era mi aflicción. Sin embargo, una vez que entramos a Dijon y observé los edificios y las casonas hermosas que nunca antes había apreciado, pude respirar al compás. Este era el lugar de las memorias de Francia, medieval por excelencia, con su símbolo emblemático, la famosa Cathédrale Notre Dame, un edificio que databa del siglo XIII y una de las construcciones más importantes de Europa de estilo gótico. Con lo que a mí me encantaba lo gótico, Dijon hubiera sido el mejor sitio para festejar un acontecimiento como mi boda, pero se había convertido en un envase de memorias que viví al lado del bruto idiota. Nuestra primera vez aquí, juntos, fue inolvidable. Recordaba las tiendas en las que me probé la lencería provocativa para despertar sus instintos, y la forma en la que se enfureció porque lo conseguí; la cafetería donde almorcé con mi amiga Charlie mientras él me observaba a través de la ventana, hojeando un periódico al que no le prestaba la más mínima atención. Me pregunté, ¿qué sería lo que pasaba por su mente en esos momentos? ¿Alguna vez me amó en verdad o solo fui un objeto para usar y tirar? Y, sobre todo, ¿importaba esa mierda ahora? No, la verdad no. Él se esfumó, dejando tras de sí una herida letal en mi corazón de la cual no paraba de manar sangre. Cerré mis ojos y vi los suyos, penetrándome como si siempre hubiera sabido que yo le pertenecía y no al revés. Él tenía el control, y no había nada que pudiera hacer al respecto, más que guardar silencio en el alma.

    Le pedí a Michael que fuera a la catedral para hacer lo que parecería una idiotez. Había una estatua de una lechuza en una de las capillas de la construcción y se decía que, al tocarla con la mano izquierda, se podía pedir un deseo y se concedería. Me bajé del auto al llegar y contemplé la magnificencia de su estructura. No sabía si reír o llorar. Entré, abrumada por su esplendor casi catártico, y coloqué la palma sobre mi boca para contener las emociones que me embargaban. Fui directo a aquella estatua

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