La tinta escarlata
Por Mario Cardona
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Gonzalo es un joven escritor al que, pese a recibir siempre rechazos, le darán una oportunidad si consigue escribir un buen final para una historia de terror. Pero, incapaz de conseguirlo, tratará de buscar inspiración por otros medios; así, hará contacto con una persona que asegura poder manipular o convocar a la mágica Flor Negra. Con ello, intentará comunicarse con su escritor favorito, Alonso Sorní, para pedirle consejo.
Aunque su idea es poco convencional, lo que él busca en realidad es una aventura, ya que no considera que la Flor Negra tenga poderes similares a las tablas de Ouija. Sin embargo, la hechicera o poetisa hará algo que no tenía ni remotamente pensado: después de un macabro hechizo, lo enviará al año 1830.
Allí tendrá que justificar no su atuendo anacrónico empapado de sangre, sino la manera de volver a su época. En medio de todas esas peripecias, y sin buscarlo mucho, conocerá a su héroe literario, con quien entablará una relación de amistad. Y mientras se interna en Thánatem, descubrirá que no todo es lo que parece y que un secreto es como un sanguinolento eterno retorno: una tinta escarlata.
Este libro pertenece a la colección Voluta que consiste en libros de escritores latinoamericanos cuya calidad literaria respalda esta editorial; incluye poesía, prosa y teatro. Además, pertenece al mismo mundo literario de la novela La terrible transformación de Tiberio Avlus del mismo autor, Mario Carona, publicada en la misma editorial Cazam Ah.
Mario Cardona
Nació en Guatemala en 1993. Cerró pénsum de derecho en la Universidad de San Carlos en 2021; ese mismo año publicó su primera novela La terrible transformación de Tiberio Avlus en esta misma editorial, ganó el Premio a las Letras en honor a Isabel de los Ángeles Ruano en la USAC con su novela La tinta escarlata y recibió el premio Príncipe de la Victoria en la categoría de Letras. Ganó el primer lugar de en el concurso de microrelatos Letras de suspenso y thriller 2021 (editorial Winged, México) por el cuento Jugando a asustar y publicó el cuento Beso blanco (2022) en una antología conmemorativa.Ha publicado relatos y poesía en diversas revistas electrónicas, entre las que destacan gAZeta, Lóbrego abismal y La náusea Lit, entre otras.
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La tinta escarlata - Mario Cardona
La tinta escarlata
Mario Cardona
Colección Voluta
Editorial Cazam Ah
ISBN: 978-1005-657-42-0
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La colección Voluta consiste en literatura de autores latinoamericanos, editados por Cazam Ah.
Equipo: Mario Cardona (autor), Javier Martínez (editor y director de la colección), Byron Quiñónez (corrector), Midjourney: ilustración de portada, Gladys Claudio (diseño y maquetación), Luis Villacinda (diseño de portada), imágenes de Pixabay.com, WikiCommons y http://www.vecteezy.com / Nightwolfdezines & Camellie,
logo_premioPremio a las Letras
en honor a Isabel de los Ángeles Ruano
Universidad San Carlos de Guatemala (2021)
Cazam Ah ● La tinta esarlata ● Mario Cardona
Índice
La oportunidad
Negra, como el carbón
El problema de la sangre en el calvero
Dos hombres, dos obsesiones
Thánatem
Mentiras que matan
Epílogo
Sobre el autor
Por nuestros diez años juntos,
con amor, para Lesly
¿Qué dirías si un día o una noche se introdujera furtivamente un demonio en tu más honda soledad y te dijera: «Esta vida, tal como la vives ahora y como la has vivido, deberás vivirla una e innumerables veces más; y no habrá nada nuevo en ella, sino que habrán de volver a ti cada dolor y cada placer, cada pensamiento y cada gemido, todo lo que hay en la vida de inefablemente pequeño y de grande, todo en el mismo orden e idéntica sucesión, aún esa araña, y ese claro de luna entre los árboles, y ese instante y yo mismo. Al eterno reloj de arena de la existencia se lo da vuelta una y otra vez y a ti con él, ¡grano de polvo del polvo!»?
F. Nietzsche, La Gaya Ciencia
Cazam Ah ● La tinta esarlata ● Mario Cardona
La oportunidad
Se escuchó un timorato toquido. La puerta de madera, barnizada recientemente, brillaba con orgullo. Era una madera de fino roble.
—¿Quién? —espetó la voz adentro. Era una voz gruesa y enfadada.
—Soy yo, señor Pérez.
—Ajá —replicó con impaciencia, aunque en realidad no supiera de quién se trataba—. Pasa, pasa.
Cuando Pérez vio quién atravesaba el umbral, supo qué era lo que pasaba. Se trataba de un enjuto aspirante a escritor. Llevaba una larga melena negra y quebradiza, que le caía sobre la frente como un boyero de Flandes. Lo primero que Pérez hizo fue ver su playera blanca sin estampado y unos pantalones de mezclilla ajustados, pero, como él era muy delgado, se veía como un espantapájaros.
—Ah —se desperezó, en su escritorio—, eres tú.
—Sí, señor Pérez, he venido porque…
—…porque hemos rechazado tu cuento, ¿no es así?
El joven, de veintitrés años recién cumplidos, se plantó delante del escritorio de Pérez. Sus ojos negros como la noche lo miraban con esperanza, una esperanza pueril e ingenua. Llevaba en sus pálidas manos un sobre gris que contenía, seguramente, algunos papeles con una tonelada de palabras que Pérez no solía disfrutar.
—En realidad, he venido a dejar uno nuevo —dijo con tono de seguridad.
—¿Y de qué podría tratar este… cuento, Saulo? —recostó su cuerpo en una silla reclinable de piel. Era de un café apagado, pero elegante.
—Soy Zalo, señor —intervino el muchacho—. Es que mi nombre es Gonzalo, pero mi seudónimo es Zalo.
—Sí, ajá… —ahora echó sus brazos hacia adelante y posó sus manos con sus dedos entrelazados sobre la encimera de su escritorio provenzal modelo Lincoln, donde había un reguero de papeles—. ¿Y sobre qué podría ser?
—Es una historia —continuó con la voz desfalleciente, ahora ya se había puesto nervioso—, sobre una desaparición…
—¿De terror?
Zalo asintió con la cabeza.
Pérez suspiró, exasperado. Tenía mucho por hacer y justo llegaban a hacerle perder su tiempo. De pronto, la idea de usar internet para la recepción de manuscritos ya no le pareció mala idea.
—Verás, el problema con tus historias es que no hay un final impactante —se levantó de su silla: era un hombre grande y fofo; entonces, caminó hasta Gonzalo y le pidió el sobre—, he leído un par de tus historias y, aunque hay cierto nivel de mejoría, no hay nada de espeluznante en contar historias que podrías ir a ver al cine, pues los sustos baratos tienen la capacidad de espantar a la audiencia en las salas de los cines (Además, la forma en las los resuelves es absurda e infantil) —esto último lo pensó, pero no lo dijo.
—He trabajado en mis finales —replicó Zalo, como un niño de primaria diría que ha mejorado su atropellada caligrafía.
Pérez volvió a su silla y, después de sacar las páginas que contenía el sobre, lo dejó caer vacío sobre el mar de páginas que estaba revisando para algún nuevo libro.
—Siéntate —le señaló la poltrona que estaba junto a él.
Se trataba de una de esas viejas poltronas a cuadros en diagonal, con un motivo floral en el medio, hecha de madera, que Gonzalo recordaba haber visto en casa de sus abuelos. Ese aroma a madera le recordaba a su infancia.
Aunque la idea original del escritor en ciernes era no caer por nada del mundo en la poltrona, no pudo oponerse a la señal paternal del editor. Una vez sentado, Zalo se sentía a merced del editor, puesto que, para él, se consolidaba su poder allí. Y es que, su escritorio en centro rojo y decorado con chapas naturales de raíz y nogal, tenían una cosa que imponía su palabra a cualquier otra; un poder sobrenatural. Gonzalo ya había recibido muchos rechazos sentado en la poltrona.
Antes de sentarse, pensó: ahí van mis horas de planear cómo no sentarme en la poltrona.
—Has venido muchas veces, muchachito —declaró Pérez, mientras echaba un vistazo a las páginas que había recibido de Zalo—, ya hasta me caes bien. Eres joven y ambicioso. Me gusta. Pero tus finales son una mierda. ¿Captas? No son malos, son aburridos, sosos y sacados de las típicas películas de sustos —se inclinó hacia adelante, dejó caer las páginas que estaban impresas por ambas caras, posó su dedo índice sobre ellas y dijo—: tráeme un final digno y te doy mi palabra que serás escritor de Letras de Misterio. ¿Captas?
Gonzalo tragó saliva. Era un compromiso el que asumía por primera vez con él.
—Ahora déjame trabajar, porque esto me urge.
●●●
Zalo salió con el corazón partido en dos partes: por un lado, le habían rechazado un manuscrito sin siquiera leerlo y, por otro, había conseguido el compromiso del editor, de publicarle una historia, si conseguía convencerlo. Era algo que no tenía hasta ahora.
A Gonzalo se le acercó su amigo; un muchacho alto y rechoncho, con una barba poco cuidada. Iba en mangas de camisa, con un corbatín negro y unos pantalones de casimir negros. A Gonzalo le causaba gracia, ya que parecía un mesero. Él se hallaba sentado sobre unas graditas que estaban al lado del viejo edificio.
—¿Y cómo te fue? —preguntó Lautaro mientras se ponía de pie y se sacudía las nalgas.
—No lo sé —respondió Gonzalo—, porque se han expresado muy mal de mis finales, y por otro, tengo la posibilidad de que, si escribo uno bueno, acepten publicarme.
Lautaro abrió sus ojos cansados de la impresión. Entonces sonrió legítimamente contento por su amigo.
—¿Y no estás emocionado? ¡Por fin te han dado una oportunidad!
Zalo apretó los labios, no estaba tan seguro ahora.
—Me han dado la oportunidad hipotéticamente. Pero, ¿cómo saber si puedo presentar un buen final? ¿Cómo puedo estar seguro de escribir algo que ellos consideren bueno?
Para Lautaro era obvia la respuesta.
—Escribiendo. ¡Vamos, Gonzalo! Nunca se habían molestado en hacer más que recibir tus propuestas.
Ambos comenzaron a caminar hacia la estación del bus.
—Claro que sí, las veces que me han rechazado, han sido muy directos.
—Pero ahora ya tienes un compromiso, ¿cierto?
Gonzalo miró a su amigo, que sonreía con un halo de convicción. Mientras, él se marchitaba entre el cúmulo de dudas que ahora lo asaltaba por todos lados.
—Es que no sé si pueda —admitió, con la voz ahogada.
—Claro que sí —le golpeó el hombro—, es que involucres tus miedos. Sé más introspectivo, encuentra tus miedos y no te preocupes de cuajar un final que ya se haya visto.
Gonzalo se calló e inclinó la cabeza, mientras ambos avanzaban por las ruidosas calles en ese día soleado de abril. Lautaro se detuvo de pronto y compró un par de cigarrillos a un hombre que vendía golosinas en un cesto