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La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas
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Libro electrónico444 páginas6 horas

La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas

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Este nuevo libro continúa la publicación de la obra de Ramón de Armas, un hermoso empeño editorial en el que confluyen la cruzada de editores que no rigen su labor por el cálculo de beneficios, sino por el ofrecimiento al lector de textos que les sean útiles; el cariño sin límites de una hermana carnal y la colaboración de antiguos hermanos de estudios y de bregas de Ramón. Bienvenida sea La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas, que nos devuelve un poco la pérdida del hermano querido y, sobre todo, viene a sumarse a la pujante producción actual de historia nacional con las calidades de su contenido, sus análisis sin concesiones y su entrega a los pobres de la tierra.
Prólogo de Fernando Martínez Heredia
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento10 jun 2022
ISBN9789592421561
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    Vista previa del libro

    La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas - Pedro Pablo Rodríguez

    Edición:

    Ela López Ugarte

    Composición, diseño interior y de cubierta:

    Joyce Hidalgo-Gato Barreiro

    Corrección:

    Bárbara E. Rodríguez

    © Pedro Pablo Rodríguez

    © Ruth Casa Editorial

    Sobre la presente edición:

    © Ruth Casa Editorial, 2021

    Prohibida la reproducción total o parcial, por cualquier medio, sin la autorización de Ruth Casa Editorial. Todos los derechos reservados en todos los idiomas. Derechos reservados conforme a la ley.

    Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos,  www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

    Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras publicaciones.

    ISBN: 9789592421561

    Ruth Casa Editorial

    Calle 38 y ave. Cuba,

    edif. Los Cristales, oficina no. 6,

    apdo. 2235, zona 9A, Panamá

    www.ruthcasaeditorial.org

    www.ruthtienda.com

    Índice

    Prólogo

    Ramón de Armas, Historiador

    Nota a la compilación

    Agradecimientos 

    CUBA: SIGLO XIX

    El padre Félix Varela: un pensamiento cubano precursor

    José Martí: el alto sitial de los humildes 

    José Martí: la verdadera y única abolición de la esclavitud 

    Cristino Martos: La política de tratar a Cuba como hermana, y no de tratarla como hijastra 

    José Martí: posiciones y principios ante una deuda impagable

    En casa: semillero de una nueva ideología

    José Martí y la época histórica del imperialismo

    Unidad o muerte: en las raíces del antimperialismo

    y el latinoamericanismo martianos

    José Martí y la integración latinoamericana

    Como quienes van a pelear juntos: acerca de la idea de unidad continental en Nuestra América de José Martí 

    De Guáimaro al Partido Revolucionario Cubano 

    José Martí: junto a la gran masa común 

    Nació uno, de todas partes a la vez: surgimiento del Partido Revolucionario Cubano

    Montecristi: Amasado con sangre de independencia

    El 98 en la perspectiva histórica cubana: diez tesis sobre el 98: apuntes

    CUBA Y AMÉRICA LATINA: SIGLO XX

    Los resultados de la ocupación militar

    Dispersión, atrofia y depauperación de la población campesina

    en la Cuba colonial y neocolonial

    Esquema para un análisis de los partidos políticos burgueses

    en Cuba: su relación con los dos principales sectores

    de la burguesía cubana (1899-1925)

    La Universidad de La Habana: sus primeros anhelos

    reformistas

    Ante la imposible anexión

    La burguesía latinoamericana: aspectos de su evolución

    Datos de autor

    PRÓLOGO

    Este nuevo libro continúa la publicación de la obra de Ramón de Armas, un hermoso empeño editorial en el que confluyen la cruzada de editores que no rigen su labor por el cálculo de beneficios, sino por el ofrecimiento al lector de textos que les sean útiles; el cariño sin límites de una hermana carnal y la colaboración de antiguos hermanos de estudios y de bregas de Ramón.

    Éramos muy jóvenes, y novatos en el trabajo intelectual. La comprensión que habíamos recibido de la historia nacional era patriótica, con mucho más fastos y creencias que interpretaciones. Pero la joven Revolución necesitaba exégesis de la acumulación histórica sucedida en la Isla, en busca de entenderse mejor a sí misma, su presente y su proyecto, porque los tiempos mismos se habían revolucionado, y las relaciones entre ellos. Tratábamos de utilizar —y no de adorar— el marxismo, un nuevo instrumento intelectual que era al mismo tiempo una teoría de la revolución que debería suceder en todo el mundo —y también del mundo del futuro—, y la teoría del marxismo se apellidaba histórica. Por fortuna, la Revolución era nuestra brújula, y asumimos aquella tarea difícil y escabrosa desde un patriotismo comunista, es decir, cubano, socialista de los humildes, internacionalista y hereje frente a todo dogma.

    Las consignas bien fundadas y capaces de síntesis logran trasladar significados y motivaciones, y mover voluntades. Eso sucedió con una que lanzamos alrededor de 1965: tenemos que trabajar la historia según las luchas de clases. Ella inspiró nuestras investigaciones acerca del proceso histórico de los eventos y las ideas cubanos, y contribuyó a que priorizáramos los conflictos sociales y persiguiéramos —sin separarlos— los problemas de la justicia social y la libertad, el colonialismo, las revoluciones, la independencia, la liberación nacional y el socialismo. Era una posición totalmente comprometida, y al mismo tiempo rigurosa y sin concesiones, respetuosa del contenido real de los hechos y las ideas —aunque nos gustaran o no—, inquisitiva y crítica, sin temor a andar por caminos nuevos ni al error. Como debe ser.

    En medio de esos trabajos y afanes de los miembros del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana —el grupo de la calle K— llegó y se unió a nosotros Ramón de Armas Delamarter-Scott, que pronto se convirtió en un refuerzo excepcional. Ramón asumió esa posición y la hizo suya en su trabajo como historiador, allí y a lo largo de toda su vida. En el Departamento escribió La revolución pospuesta, a mi juicio una de las obras más importantes de la historiografía cubana de aquella portentosa primera etapa de la Revolución, y la publicó en la revista Pensamiento Crítico. El resultado general del trabajo de historiador de Ramón de Armas constituye un conjunto de aportes extraordinarios a la interpretación de la historia de Cuba. Los textos reunidos en este libro, ciertamente disímiles en sus asuntos, sus alcances y sus motivos, tienen su denominador común en aquella posición y en el cuerpo de ideas que fue elaborando, y eso les confiere una lograda organicidad.

    Los estudios martianos son algo central en la obra de Ramón de Armas, y esta no es la excepción. En trece de sus textos se maneja un amplio repertorio de asuntos relativos al pensamiento y la actuación del Apóstol. Quisiera hacer unos breves comentarios para resaltar aspectos que configuran la exposición compleja y muy coherente de la singularidad y la trascendencia de José Martí, basada en la interpretación específica de ellas que tiene Ramón, y que yo comparto.

    La exposición de los juicios de Martí acerca de la Revolución del 68 revela puntos fundamentales de su concepción revolucionaria y de su posición política y social. Ramón muestra la profundidad del análisis y los objetivos martianos. En Guáimaro se acomodaron con generosidad los dos bandos rivales, dice Martí; pero después la Cámara se opuso a las necesidades y los cambios que la propia guerra revolucionaria producía: cómo vició la campaña desde su comienzo […] aquella arrogante e inevitable alma de amo […] con que salieron los criollos del barracón a la libertad, cómo atolondró al espantado señorío la revolución franca e impetuosa. Nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos. Ante la democratización que portaban con su presencia masiva y su actuación los campesinos blancos, mulatos y negros, libres y libertos, explicita Ramón, los conservadores retrocedieron y el nuevo conflicto superó al que oponía a los terratenientes entre sí, y se convirtió en el principal.

    Martí alaba dos grandes logros que aportó la Revolución del 68: la república soberana como único objetivo y la necesidad de la unidad de los cubanos. Cayó el anexionismo y se desgastaron el regionalismo y el predominio de casta dentro de la Revolución, y hubo tremendas experiencias prácticas que alzaron a los humildes y acercaron a las razas y los sectores sociales. La Revolución legó a la nueva subversión un potencial inmenso y un punto de partida superior. Por eso escribe, en 1891, que habrá que lograr una nueva república, no la de Guáimaro; y que la unidad no será esta vez entre los terratenientes, sino la del pueblo que participará, la de todos los que estén dispuestos: el patriotismo cubano sacó de la derrota la ciencia política necesaria para no caer otra vez en ella. Y en ese mismo texto va presentando tareas imprescindibles: que no haya más directores naturales de la sociedad por ser de clase alta y portar fórmulas y cultura foráneas, convertir en realidades el potencial de acción y creación de las clases populares, exaltar la unidad a partir de la sangre que siervos y amos derramaron juntos, y predicar las ideas de la revolución profunda y el proyecto republicano radical y democrático que buscarán tener su órgano político e ideológico en el Partido Revolucionario Cubano.

    Un tratamiento análogo le da Ramón a numerosos aspectos de la obra y la trayectoria martianas abordados en los demás textos del libro que dedica al Apóstol, mediante la combinación sagaz de la exposición de hechos e ideas de este con los análisis y las interpretaciones que fueron fruto de las investigaciones del autor. Nos hace ver, por ejemplo, que el conocimiento que alcanzó Martí de rasgos fundamentales del imperialismo que estaba naciendo —el colonizado de izquierda suele creer que a Martí solo le tocaba llegar a atisbos—, y el manejo que hizo de ese conocimiento, es un eslabón de enorme importancia para comprender el conjunto de su posición intelectual, política e ideológica, su proyecto revolucionario y su verdadera estatura como pensador. En 1883, afirma que estamos en el momento de un grave cambio histórico. Quiero destacar algo que me parece esencial. Este pensador hijo de una colonia, con formación inicial en la metrópoli, estancias en países de América Latina y casi quince años de vida en Estados Unidos, fue un conocedor precoz del imperialismo desde la militancia anticolonial y en favor de la justicia social, con los de abajo, trabajadores y sectores humildes. Esa pertenencia opera como presupuesto ideológico que le ayuda a identificar a su mundo como pueblos nuevos, sociedades nacientes, pueblos forzosamente embrionarios, de condición muy diversa a la de los pueblos industriales.

    Otro ejemplo es el de las razones y las implicaciones de postular una revolución de protagonismo popular con la guerra como vehículo creador y con una organización política que fuera férrea y democrática al mismo tiempo, como única salida posible a la situación cubana. Los orígenes de la nación son examinados por Ramón con los instrumentos del análisis de ciencia social. En la política martiana, expone, la independencia (la no dependencia) llegó a tener un claro sentido popular, y por lo tanto clasista. Martí pretendió la creación de una república de mayoría popular, en la cual —ha anotado en su Cuaderno— la minoría estará siempre en minoría: ¡como debe estar, puesto que es la minoría!. Ante este proyecto, el autor vuelve sobre sus tesis de La revolución pospuesta, acerca de la burguesía de Cuba. Clase subordinada al capitalismo colonialista y a los sucesivos papeles que le asignan, ninguno de sus dos sectores hacia el final del siglo

    xix

    podrá ser motor revolucionario. No pueden ir más allá de favorecer una independencia de clase, es decir, una independencia azucarera, que garantice su dependencia de Estados Unidos.

    Por eso Martí —explica Ramón— lucha por una unidad en la que los protagonistas políticos de la insurrección sean las más amplias masas populares, que incluyen a la pequeña burguesía urbana y rural. Después del triunfo, esas masas —motivadas por el ideal y formadas en la guerra revolucionaria— serán la base social fundamental para conseguir el doble objetivo: reparación social y liberación nacional. La república de mayoría popular debe ser capaz de regular la economía para lograr una distribución más equitativa de las riquezas y una disminución de las diferen- cias sociales, con participación indirecta y proporcional de todas las clases sociales en la gestión de gobierno. Los conceptos éticos de desinterés y equidad martianos son la forma ideológica de una concepción política y social definida, y expresan un objetivo económico que se corresponde adecuadamente con la estructura clasista de la sociedad cubana y con el grado de desarrollo alcanzado entonces por las fuerzas productivas. Ramón hace análisis de clases, algo que necesitamos tanto en la Cuba actual.

    En vez de limitarse a elogiar la grandeza de Martí, el autor ha investigado su actividad intelectual, sus puntos de partida, su posición en ciencia social, sus conceptos, su método, y esto le permite dar a conocer una de las facetas principales, pero menos manejadas, de esa grandeza. Celebra, por ejemplo, su precoz desarrollo en la ciencia política, visible en el texto sobre la república española de 1873:

    un trascendente paso […] en la evolución de una dialéctica sorprendente en la valoración de lo universal abstracto y lo nacional concreto: era, de hecho, un cuestionamiento formidable en la comprensión de la relatividad de las ideas políticas y las corrientes universales de pensamiento, de aquellas ideas absolutas que —como diría más de una década después en Nuestra América— tienen que ser puestas en formas relativas y genuinas, para no caer por un yerro de forma.

    Otra de las características de la concepción martiana que destaca es cómo valora muy positivamente en políticos y hombres de acción la autenticidad y el carácter genuino de las ideas políticas y sociales, y el alejamiento de la copia imitativa y acrítica de teorías y métodos surgidos en y para otras realidades.

    No brinda un real provecho aplaudir el intelecto martiano sin comprender su contenido y su alcance, sin situarlo en su originalidad y en los altos muros que tuvo que vencer. Una gran parte de los pensadores notables de América Latina de su tiempo estaban presos en las ideas y los prejuicios del colonizado mental, y la mayoría de los pensadores de los centros del capitalismo de su tiempo padecían de soberbia colonialista, eurocentrismo, cientificismo y racismo. Estos textos, y la mayor parte de la obra de Ramón de Armas, nos ayudan a apropiarnos realmente del pensamiento de Martí, y a servirnos mejor de él para las tareas tan grandes y difíciles que tiene ante sí el conocimiento social.

    No alargaré este prólogo entrando a comentar los demás trabajos reunidos aquí. Solo añado que contienen numerosas ideas, sugerentes y profundas, con mayor o menor desarrollo. Y que entre ellos dos monografías —una sobre población campesina en nuestra historia y la otra sobre partidos políticos entre 1899 y 1925— constituyen aportes serios a la historiografía cubana.

    Bienvenida sea La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas, que nos devuelve un poco la pérdida del hermano querido y, sobre todo, viene a sumarse a la pujante producción actual de historia nacional con las calidades de su contenido, sus análisis sin concesiones y su entrega a los pobres de la tierra.

    Fernando Martínez Heredia

    RAMÓN DE ARMAS, HISTORIADOR

    La presente compilación deja bien claro que Ramón de Armas fue un investigador analítico, riguroso, metódico y de mirada profunda en los intersticios que explican los acontecimientos y los procesos histórico-sociales.

    Paciente y tenaz, De Armas sabía ir ovillando sus preocupaciones poco a poco, con paso seguro y continuo, tras acumular una abrumadora cantidad de elementos, hilvanaba la fundamentación sólida de sus análisis y conclusiones. No se interesó tanto por desmenuzar sucesos, ni siquiera por narrar procesos particulares: fue sobre todo un estudioso de las ideas, las que examinó en estrecha unión con los acontecimientos e intereses en que ellas se debatían. Tales rasgos caracterizan al conjunto de artículos, ensayos y estudios que forman esta segunda reunión de sus textos.

    En más de uno de estos escritos afloran los conocimientos sociológicos y filosóficos que siempre le animaron y que, indudablemente, enriquecieron su quehacer historiográfico. Son palpables tales cualidades especialmente en sus textos quizás temática y analíticamente más densos, en los que prevalece su inteligente y creador aprovechamiento del criterio marxista, que, por cierto, nunca se doblegó ante la aplicación a la fuerza o la cita a destiempo. Otros de sus trabajos, más centrados en bojeos de menor dimensión y largura histórica, gozan de los favores del ensayo breve y del artículo, que no por ello desmerecen en cuanto a los rasgos que he señalado como características de su laboreo intelectual.

    En todos los casos, no obstante, se aprecia su pasión mayor,

    la del historiador, que es alcanzar la verdad. Su obra toda es una reflexión acerca de los avatares para alcanzar y desarrollar la nación: los obstáculos y las circunstancias favorables de ese singular proceso fueron develados por él con honestidad y pasión transformadora, lo mismo al referirse al pensamiento que a las personalidades e instituciones más diversas del país cubano. La razón de ser de su trabajo, a plena conciencia, fue contribuir a conocernos mejor y dar consistencia histórica a los proyectos renovadores de la sociedad cubana.

    Para quienes le vieron de lejos o en las varias actividades científicas, culturales y de los menesteres profesorales, seguramente les ha quedado la imagen de su seriedad y solidez expositiva, de su juicio mesurado, de su razonamiento elaborado. Para quienes compartimos horas, muchas horas de conversación, de debate, de lectura y análisis de nuestros textos y los de otros autores, sabemos de su observación sagaz, de su consejo útil, y hasta de la ficha obtenida en sus búsquedas, que entregaba a otro con el dato necesario.

    En verdad, no le vi manifestar la indeseable vanidad ni el estúpido espíritu de propiedad intelectual. Solía intercambiar ideas, juicios, informaciones, cosa que bien saben los tantos jóvenes que pasaron desde 1977 por los Seminarios Nacionales Martianos, con los que siempre colaboró estrechamente. No desdeñó la difusión a través de los medios masivos, y su autoría se derramó por periódicos y revistas, en una época feliz del periodismo nacional, cuando este abría espacio ancho para los temas de historia y de pensamiento.

    Tuvo la dicha, además, de que varios de sus textos fueran traducidos al inglés, al francés, al portugués, al ruso y al eslovaco, y por una veintena de países llevó sus ideas, así como la imagen y la verdad de Cuba.

    Sin estridencias, casi como sin querer, Ramón de Armas fue entregando una de las bibliografías más abultadas en número y también de las más aportadoras entre los estudiosos de los temas cubanos. Intelectual de su tiempo, metido dentro de la cotidiana historia que iba haciendo su propio pueblo, su obra como historiador no estuvo al margen de su vida, sino que fue su gran entrega y ejemplo de su compromiso patriótico y socialista.

    Pedro Pablo Rodríguez

    31 de octubre de 2011

    Ramón, vives en tu obra

    Nota A LA COMPILACIÓN

    En La mirada martiana de Ramón de Armas , compilada por Liana Hilda de Armas Delamarter-Scott, se materializó el libro pensado por Ramón, que reunía textos en torno a Martí relacionados con la república que el Maestro aspiraba para Cuba, así como con su estrategia continental , su análisis de la sociedad norteamericana, y con su visión de España.

    En este empeño por recuperar su obra, se ha tratado de proporcionar la continuidad histórica que él hubiera deseado ofrecer a los lectores, y así se reúnen en este nuevo libro textos cuyos temas corresponden a los siglos

    xix

    y

    xx

    de la historia de Cuba. Por tratarse de la compilación de ensayos de un autor fallecido, se han respetado los textos tal cual fueron publicados, y por ello aparecen algunas repeticiones de ideas y de citas.

    Por estar la segunda mitad del siglo

    xix

    indisolublemente unida a Martí —eje de ella y de nuestras raíces—, y por tratarse en este caso de un estudioso de la obra del Maestro, estos textos constituyen profundos análisis acerca de su temprana filiación; sobre los esfuerzos martianos por agrupar a los cubanos de distintos antecedentes, razas y posiciones alrededor del Partido Revolucionario Cubano que organizaba a la vez que preparaba la denominada guerra necesaria. Igualmente profundiza en las posiciones de Martí frente a fenómenos sociales que surgían —como el imperialismo norteamericano y lo que hoy llamamos la deuda externa. Se incluyen estudios sobre hechos que son pilares históricos, como la Asamblea de Guáimaro y el Manifiesto de Montecristi, al igual que una semblanza sobre Félix Varela. Le dan cierre al siglo

    xix

    unos apuntes inconclusos, pero muy valiosos: su preparación preliminar de un trabajo que estaría constituido por diez tesis sobre el 98 en la perspectiva histórica cubana.

    Los estudios relacionados con la historia cubana del siglo

    xx

    resultan esenciales para la comprensión de la república mediatizada, ya que tocan diversos aspectos de sus primeras décadas. Los lectores encontrarán profundas reflexiones sobre los verdaderos objetivos que determinaron la intervención militar norteamericana en la Guerra de Independencia, así como acerca de los resultados de dicha ocupación militar, y un minucioso análisis socio-económico sobre la situación del campesinado cubano en la Cuba colonial y neocolonial. Hallarán un excepcional ensayo —fruto de una exhaustiva investigación— acerca de los partidos políticos burgueses en Cuba y su relación con los dos principales sectores de la burguesía cubana, y otro sobre aspectos de la evolución de la burguesía latinoamericana, trabajo que constituye el capítulo introductorio a su tesis de grado. También transitan estos exámenes por la historia de la Universidad de La Habana durante la segunda década del siglo

    xx

    , con referencias a figuras de la talla de Enrique José Varona, Julio Antonio Mella y Carlos de la Torre y Huerta.

    Es de esperar que esta compilación resulte de valor y utilidad no solo para los estudiosos de nuestra historia, sino también para todos los cubanos interesados en adentrarse en ella —en nuestras raíces— de modo que, a partir de su conocimiento, comprendan mejor nuestro presente, y —sobre todo— puedan mejorar nuestro futuro. Para eso trabajó incansablemente Ramón de Armas toda su vida, y por eso ha recibido, post mórtem, la distinción Pensar es Servir, el más alto galardón que otorga el Centro de Estudios Martianos, su último refugio y centro laboral.

    Pedro Pablo Rodríguez

    31 de Julio de 2011

    AGRADECIMIENTOS

    En este continuado empeño de recuperar la obra de Ramón de Armas, son muchos los colegas y amigos que han prestado su meritoria y decisiva colaboración, ya que entre todos hemos unido fuerzas para lograr este propósito.

    Es, por tanto, que agradezco profundamente a sus gestores originales, Carlos Tablada, de Ruth Casa Editorial, y Fernando Martínez Heredia, del Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello, la decisión de publicar La historia de Cuba pensada por Ramón de Armas, cuyo precedente fue La mirada martiana de Ramón de Armas. Sin ellos, esta segunda obra —simplemente— tampoco hubiera

    podido salir a luz.

    A Eduardo Torres Cuevas, por facilitar el acceso a la bibliografía de Ramón en los fondos de la Biblioteca Nacional José Martí, permitiendo así completar la investigación documental realizada por su hermana, Liana de Armas, al igual que a su esposo, hijos y nietos, quienes han colaborado desde el principio. Igualmente a Fernando Martínez Heredia, por su magnífico prólogo, además de haber jugado un papel decisivo en la consecución de este propósito.

    A las especialistas de La Biblioteca Nacional José Martí Lourdes de la Fuente, Ivonne Cantero y Guelsy Alfonso, por su profesionalidad.

    A Ana Sánchez Collazo, directora del Centro de Estudios Martianos, y al versado grupo de especialistas de la Biblioteca Especializada de dicha institución.

    A todo el equipo editorial: a Denise Ocampo —cada vez más sabia no obstante su juventud, que me ha brindado su cooperación invariable y sostenidamente. A la editora, Ela López Ugarte, cuya excelencia y profesionalidad, aparejadas a su rigor y experiencia se han manifestado a todo lo largo de su valioso trabajo editorial.

    A Nora Báez Ferreiro, y a Odelyn Díaz Tornín, por su apoyo en otras tareas.

    Al diseñador Joyce Hidalgo-Gato, por su magnífico trabajo; a Cary Rodríguez por su labor de mecanografía, así como al resto de integrantes de Ruth Casa Editorial quienes, desde sus tareas respectivas, coadyuvaron a que este proyecto se materializara.

    CUBA: SIGLO XIX

    El padre Félix Varela:

    un pensamiento cubano precursor

    En 1822, diputados por Cuba a las nuevas Cortes españolas, arribaban a Cádiz el catalán Tomás Gener y los cubanos Leonardo Santos Suárez y Félix Varela Morales. El tercero —descollante presbítero habanero— llegaría con el tiempo a merecer, de los más insignes cubanos de finales de su siglo, el honroso calificativo de el que nos enseñó primero a pensar.

    Varela había sido uno de los diputados seleccionados por el voto popular en 1821, ocasión en que fueron anulados los comicios. Fue reelecto. Y las sesiones de las Cortes, iniciadas en octubre de 1822, no solo le dieron nueva base al acrecentamiento de su ya notable renombre, sino que marcaron un hito capital en la evolución ascendente de su pensamiento político.

    Catedrático

    Había recorrido en pocos años una destacada trayectoria intelectual que le dio singular brillo en el seno de la sociedad habanera de su época. Recibió en 1806, a los dieciocho años de edad, la primera tonsura clerical. En 1811, dada su excepcional capacidad, y aun antes de haber sido ordenado de presbítero, el obispo de La Habana fray Juan José Díaz de Espada y Landa, le había concedido la necesaria dispensa de la edad para que pudiera ocupar la cátedra de Filosofía en el Real y Conciliar Colegio de San Carlos y San Ambrosio, donde Varela estudiaba. Desde la cátedra, había arremetido contra el uso del latín, que prevalecía en la docencia superior, y contra la filosofía escolástica dominante. Había impulsado con ello al país

    a una nueva etapa de su vida intelectual. Y aquel había sido, además, su primer enfrentamiento contra alguna de las manifestaciones del espíritu colonial que oprimían a su patria.

    Tres propuestas a las Cortes

    Ahora en 1820, al restablecerse la Constitución de Cádiz, el propio obispo Espada inauguraba en el ya mencionado Seminario de San Carlos la cátedra de Derecho Constitucional, que correspondía explicar —lo haría con gran lucimiento y destaque— al padre Félix Varela. Y ahora también, cuando se abrían las sesiones de las Cortes, nuevos enfrentamientos le irían acercando al núcleo de los problemas que su larga visión detectaba como pensando sobre su pueblo y su tierra natal.

    Allí presentaban, entre múltiples ponencias y menciones acerca de numerosos otros temas, tres proyectos fundamentales. Una propuesta de legislación para la abolición de la esclavitud, un proyecto de gobierno propio —autonómico— para las colonias no independizadas de Cuba y Puerto Rico, y un conjunto de medidas conducentes al reconocimiento de las nacientes repúblicas hispanoamericanas, con la consiguiente concertación de tratados de amistad y comercio mutuamente beneficiosos. Era, es evidente, el pensamiento de un avisado estadista que anticipaba soluciones para los graves conflictos vigentes en su tierra, y que además se adelantaba, con penetración, a la necesaria y conveniente cercanía entre una España que ya no podía ser metrópoli, y una América decidida a nacer a la vida independiente. Pero era aún, sin lugar a duda, un pensamiento español.

    Sin embargo, su breve pero intensa experiencia en las Cortes le haría aprender enseguida la lección tremenda y medular de la necesidad de independencia para Cuba. En efecto, allí veía que aquella España no podía dar a su patria libertades y reformas que no podía garantizar en su propio territorio. Allí aprendía

    que Cuba solo lograría su progreso mediante una emancipación que debía ser alcanzada por los medios y esfuerzos de su propio pueblo.

    Reinstaladas las Cortes en Cádiz, al presentarse allí los franceses y verse obligados los diputados a escapar de la ciudad y

    de España, Varela se refugiaba, con otros, en Gibraltar. Antes de terminar el año —17 de diciembre de 1823— llegaba, desterrado, a la ciudad de Nueva York. Y al comenzar 1824 se abría para él una nueva etapa de su vida: se convertía, a partir de entonces, en el primer cubano que sostuvo con su pluma la necesidad de romper los lazos coloniales —que no los fraternales— con la metrópoli, para alcanzar la prosperidad y las posibilidades de avance que aquella le cerraba a su colonia. Fue, así, el primer vocero de la idea anticolonial en Cuba. Y fue precursor, propulsor y maestro de la lucha por una independencia a la cual se habría de llegar no por la vía de la evolución, sino por el camino de la revolución. Por entonces, afirmaba: Deseando que se anticipe la revolución, solo intento contribuir a evitar sus males. Si se deja al tiempo, será formada, y no muy tarde, por el terrible imperio de las circunstancias; un hado político la decreta; ella será formada por el mismo gobierno español…. Dicho esto no en la antesala de las guerras independentistas de 1868 o 1895, sino en tan temprana época como el primer cuarto del siglo

    xix

    .

    Precursor de la independencia

    José Martí lo caracterizó —mucho después, para siempre— como aquel patriota entero que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo. Y lo hizo —añadía— sin confundirse en sus objetivos ni concebir la necesidad injustificable de agregarse al pueblo extraño y distinto. Porque, en efecto, bien lo había precisado el preclaro presbítero y gran patriota en cuanto hubo de comprender la necesidad de emancipación: Estoy contra la unión de la Isla a ningún gobierno, y desearía verla tan isla en política como lo es en la naturaleza. Y a la vez, al tiempo que proclamaba la imperiosa necesidad del rompimiento con España, ratificaba el cariño que debía determinar las relaciones entre Cuba y su antigua metrópoli: Se aproxima el tiempo —decía— en que los [españoles] europeos residentes en América conozcan que los americanos no son, como creen, sus enemigos, sino sus hermanos.

    Fueron lección viva la vida y la obra de este maestro de próceres. Y el honor a su memoria ha encontrado diáfana expresión definitoria en su pueblo agradecido; la más alta condecoración que hoy confiere el Estado cubano a las personalidades nacionales y extranjeras excepcionalmente destacadas en la esfera de la cultura, es precisamente la orden instituida en 1980, y que lleva el glorioso nombre del venerado patriota y sacerdote ejemplar.

    Tomado de Cádiz Iberoamérica, Diputación Provincial de Cádiz, Cádiz, 12 de octubre, 1984, pp. 48-49.

    José Martí:

    el alto sitial de los humildes

    L os humildes, los pobres de la tierra, la masa sufridora, la gran masa irredenta, no son en José Martí simples giros hermosos de excelente prosa. Son, en su pensamiento y en su acción políticos, contenidos concretos y precisos dentro de la estructuración social de su realidad cubana y americana; y a ellos corresponde un doble e importante papel en la estrategia revolucionaria que, para Cuba y para todo el Continente, Martí concibe.

    En efecto, desde los inicios mismos de su quehacer revolucionario, Martí actúa a partir de un compromiso muy definido y muy temprano, de una verdadera toma de partido, junto a las clases más humildes y desposeídas de nuestra sociedad. Sus trabajos forzados en la cárcel, cuando era casi niño todavía, habían marcado su carácter de modo indeleble, y señalaron rumbo y derrotero a la trayectoria de su vida. Muchos años después, en unas anotaciones suyas de las que hasta hoy solo sabemos que fueron escritas con posterioridad a 1885, el Maestro afirmaba: "No es nada; pero como yo trabajo, amo a los que trabajan: yo también he abierto piedras, y he saltado minas, y

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