El Legado de la Casona: Serranía de Cuenca
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Cincuentón, dolido con las mujeres, economista y con algunos posibles para abrir una nueva ventana a su vida.
Su pueblo, pequeño, bonito y agradable le recibe con agrado gracias a sus amigos de antaño. Conoce a una mujer viuda que poco a poco le está haciendo cambiar sus ideas. Le encanta los bares y su chateo y también los parajes ya olvidados de la cercanía de La Serranía de Cuenca.
La herencia consta de una casa grande en el centro del pueblo. ¡Es su legado hereditario! También una fábrica de muebles artesanos con dificultades que no sabe si cerrarla o reformarla.
Es el posible comienzo incierto de una nueva vida tranquila y rutinaria en un pequeño pueblo.
¡Es un cambio sustancial de su vida!
carmelo saiz lopez
El comienzo de un escritor puede ser por varios motivos... En mi caso fue por el encierro en tiempos de pandemia. Escribir es un ejercicio de reflexión y humildad; es coger un tiempo para pensar, revisarse a uno mismo y aprender. Escribir me permite incidir en la necesidad de analizar la realidad y la ficción y no quedarme en lo poco que ya sé. Escribir me ayuda a investigar, a indagar en otros pensamientos ajenos, a conocer otras cosas, otras gentes.
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El Legado de la Casona - carmelo saiz lopez
El legado de La Casona
Carmelo, atrevido soñador
Si estás leyendo este libro, es que eres amigo mío o familiar. Por tanto, te aconsejo que lo hagas despacio y sin prisas, pues para pensarlo y escribirlo ya corrió el autor en demasía.
Creo que la novelita ha quedado un poco verde y debe de ser porque yo también lo soy…
Se recomienda la lectura a personas mayores de catorce años.
Agradezco la lectura y la revisión de mis amigos que se han comportado como lectores cero y con tolerancia me han supervisado mis muchos errores en presentación y sintaxis.
El legado de la casona
Es una novela ideada por el autor del libro. Se ampara en sus pensamientos, en sus recuerdos de juventud y de su entorno.
El protagonista, Fausto, es un hombre maduro recientemente divorciado y sin trabajo que vuelve a su pueblo, para gestionar una herencia familiar. Los diferentes avatares y conocimientos de sus conciudadanos, le obligan a tomar decisiones distintas de las pensadas en un principio
Prólogo
A los posibles lectores y amigos:
Esta historia, totalmente ficticia, está basada en las costumbres y hábitos de la primera década del presente siglo (en concreto entre los años 2003 a 2006). Sí que es verdad que está pensada en Cuenca y sus alrededores, pero son recuerdos vagos e inciertos del autor.
-En los años 90 llegaron las televisiones privadas, y los medios de comunicación cambiaron y evolucionaron.
-Entró un nuevo siglo y nacieron las nuevas generaciones. España registraba su mayor aumento de población en treinta años, la economía iba bien, crecía la inmigración, internet explotaba... y llegaba a la pequeña pantalla la familia Alcántara.
-El euro entró en vigor en enero de 2002, aunque estuvo conviviendo con la peseta unos años hasta que se implantó definitivamente, dando más firmeza a la economía.
-En aquellos años, adquirir y disfrutar de un coche de gasoil -turbo diésel- era el sueño de muchos españoles.
-Zapatero era nuestro presidente del gobierno y en estas fechas (a partir del 2004) estaba en su pleno apogeo.
Les he explicado todo esto para que centren la historia en estos años ya que hay una diferencia enorme desde entonces hasta ahora, debido a los cambios sustanciales en la tecnología, el mundo visual y digital.
Querido lector, ármate de paciencia que comenzamos…
Fausto, el protagonista, se desplaza de Madrid a Cuenca para gestionar parte de una herencia y volver de nuevo a la capital.
ÍNDICE DE CAPÍTULOS
EL VIAJE
LA CASONA
LA ESCUELA
LA FÁBRICA ARTESANA
EL CEMENTERIO
FÉLIX y LA PAQUI
VISITA A CUENCA
LA BATALLA
VISITA TÉCNICA
MARGARITA I
SERVICIO DE HOGAR
MARGARITA II
REUNIÓN DE EMPRESA
NUEVAS IDEAS
CONFIDENCIAS
DÍA DE CAMPO
CONFESIONES ÍNTIMAS
LA PEDIDA DE MANO
LA CARTA
MADRID
EL SALTO
CHARLA PENDIENTE
EL REGALO
PRESENTACIÓN FAMILIAR
EL TORTAZO
LA COMIDA
UÑA
LA NOTICIA
LA NUEVA ASERRADORA
VIAJE A LEÓN
DUENDES Y HADAS
COMIENZO DE LAS OBRAS
EL ENIGMA RESUELTO
LAS OBRAS CONTINÚAN
NAVIDADES DE 2005
LOS SECRETOS DE LA CASA
22 DE ENERO DE 2006
LA LLEGADA DE LA INFANTA
El viaje
Salió de Madrid a las siete de la mañana con su coche y, después de tomar un café con unas magdalenas en Tarancón, siguió su camino a Cuenca. No era muy pronto; pero, en estas tierras y en febrero, siempre hace frío y la escarcha se nota en los prados y las cunetas de la carretera.
¡Se dio cuenta que Tarancón no es lo que fue en su día! Recordaba cómo en aquellos años atrás la carretera, a su paso por el pueblo, estaba llena de bares y restaurantes.
El tráfico enorme que por allí pasaba merecía la atención de todo tipo de negocios: garajes de neumáticos, talleres mecánicos, gasolineras, restaurantes, bares y comercios. Todos se lucían y se mostraban dispuestos a ayudar a los viajeros.
Fausto ―que así se llama el pensador― se acordaba de que allí, en la parte de afuera de la carretera, existían unas marisquerías, y en especial una de ellas, que, por un precio relativamente bueno, te servían unos gustosos langostinos con algunas ostras y cigalas incluidas. Él y sus amigos de Cuenca algunas veces habían cogido el coche y se habían desplazado hasta allí, solo por comer. Pero ahora, y con el desvío de la carretera a la nueva autovía, todo había cambiado.
Tantos años pidiendo las mejoras y la retirada de la carretera ―por los vecinos del pueblo― para llorar unos años después por su falta de trabajo y empleo.
Realmente esas peticiones son propias de funcionarios y acomodados de cada pueblo o lugar, pues les llega el sueldo haya paz o haya guerra.
Lógicamente estos siempre arrastran a ciertos jóvenes, a algunos jubilados y, por supuesto, a los políticos locales que se apuntan a lo que sea con tal de tener relevancia.
¡Si lo sabrá Fausto que tiene cincuenta años!
¡Pues no lleva cornadas en esta vida para que le vendan la moto!
Puesto otra vez en la carretera, calcula que sobre las diez de la mañana estará en el pueblo. Sí, porque gracias a su buen coche viaja con buenos zapatos para andar rápido y seguro.
Ha tenido muchos coches. Su modo de vivir le ha obligado a ello. Los tuvo de diferentes tamaños y estilos; unos rotos de motor, otros chafados por exceso de velocidad y otros cambiados, simplemente al llevar muchos kilómetros encima. Hoy en día puede conducir su BMW535 que funciona como un reloj. Color plateado, la tapicería de cuero y con aire acondicionado. ¡Y automático! Este lo compró porque le gustan mucho los automóviles, pero sabe que en verdad lo adquirió para darle en los morros a su exmujer.
A Margarita, su ex, se le retorcían las tripas cuando le dejaba a los niños en la puerta de casa y se marchaba despacio calle abajo. Notaba en su cogote la mirada furibunda de la mujer.
─¡Qué se joda la pelirroja de bote! ―murmuraba.
El motivo de su viaje a este pueblo de la sierra de Cuenca no es otro que el hacerse cargo de la herencia familiar y colocarla, venderla o lo que sea para volverse a Madrid. Así recomenzará con su vida de nuevo. Acaba de terminar con un matrimonio nefasto y está sin trabajo.
¡Cincuenta años y debe empezar como si tuviera veinte!
Poco a poco se acerca a Cuenca, su ciudad natal, que no había visto desde hacía mucho tiempo. Prácticamente doce años que no ha estado por allí. La última visita rápida cuando murió su padre; se presentó en el entierro y volvió de nuevo a Madrid.
Ya está en el Alto de Cabrejas a punto de comenzar su bajada. Este puertecillo le impone y le tiene mucho respeto, de siempre. Con cuatro gotas estos años atrás, allí se convertían en aguanieve y, por la noche, en capas de hielo.
Piensa, mientras conduce: ¿Cómo estarán sus amigos? ¿Será recibido con agrado? Realmente la culpa sabe que no es de ellos, pues fue él quien cortó todos los enlaces con su vida anterior.
Bueno es que hablemos del protagonista de esta historia. El conductor y viajero Fausto es un hombre alto ―de casi uno ochenta―, moreno y de complexión mediana. Empieza a tener algún kilo de más porque no se cuida nada ni tampoco ejercita ningún deporte. Es economista e hijo de una casa acomodada de un pueblo cercano a Cuenca. De este pueblo salió para Madrid en su día para estudiar y, años más tarde y precipitadamente, se fue de nuevo, huyendo de su familia.
Fausto ha vivido en la capital de España los últimos doce años y hoy en día vuelve para hacerse cargo de la herencia, una vez que se ha puesto de acuerdo con su hermana, la otra parte del reparto. Todo en armonía y pactado.
Conoce casi todo lo heredado, aunque hay terrenos y otras cosas con los que tendrá que ponerse al día. Son muchos años de abandono intencionado. Su prioridad es La Casona, que se debe de estar hundiendo. Allí nació y vivió su infancia. Esta se queda completamente para él.
A Fausto le hace ilusión la casa por sus recuerdos de la niñez. Incluso le está dando vueltas en su cabeza a la posibilidad de acondicionarla y montar un pequeño hotel en la misma. Un problema sería el deterioro que pudiera tener, debido a su abandono.
Y otro legado al cual tiene que darle solución es una fábrica de muebles artesanos que no acaba de funcionar bien y que su hermana, Laura, dice que hay que vender o cerrar. Prácticamente no les da beneficios. Fue una idea e ilusión de su padre, que la montó en su día con mucho esfuerzo económico. Bien es verdad que tuvo unos años buenos, pero ya pasados y olvidados.
En cuanto a las tierras, tendrá que echar mano de escrituras, registro de propietarios e incluso de lo que le cuenten algunos vecinos colindantes. Supone que si de ellas se han pagado impuestos, habrá alguna referencia. Podrá marcar, colocar hitos y revisar los márgenes.
Entra con el coche premeditadamente en Cuenca por la antigua carretera de siempre y, sin darse cuenta, pasa por delante del campo de fútbol La Fuensanta.
Desde allí observa la vista panorámica de la antigua Cuenca con Torremangana al frente y el antiguo seminario.
«¡Qué bonita es mi tierra!».
Pasado el puente de San Antón, coge la carretera hacia La Ciudad Encantada y, desde aquí hasta el pueblo, es todo un remanso de paz. Primero el Recreo Peral y su Juego de Bolos con cientos de sauces llorones. Después, el puente Los Descalzos y la subida a Las Angustias. Todo es una ruta mágica en la que se encuentra la vieja ciudad a la derecha y altos peñascos al lado izquierdo. Pegado a la carretera, el río Júcar con sus aguas verdosas y La Playa ─nombre curioso, pues es solo una presa artificial con un poco de arena.
Llega el primer Peñón y enseguida viene el segundo Peñón (1) y las choperas se adueñan del paisaje. El río siempre acompañando al coche.
¡Cuántas veces se bañó en estos lugares!
Pasa la subida a San Julián, a la izquierda. Se encuentra el puente de Valdecabras que lo aprecia igual que siempre. Van pasando los kilómetros y los recuerdos vuelven a su cabeza conforme reconoce los lugares. Y la gasolinera, el camping… todo sigue igual.
Después, se acercan unos prados y las mimbreras, de color rojizo en el otoño, en toda la margen derecha del río, junto a la carretera. Estas aprovechan las humedades y de ellas vive parte del pueblo, al menos estos años atrás.
¡Y, al final, el bonito pueblo! Aquí creció y fue a la escuela como todos sus vecinos. Aprendió a subir en bicicleta, supo usar el gomero (2) y empezó a mirar con deseo las piernas de las chicas. Se acuerda de sus montes y cómo en el otoño buscaba setas en los prados.
¿Y el río? ¿Qué sería de su pueblo sin ese río truchero, el Júcar? Un cartel a la entrada, bastante viejo, indica su nombre: Sierra.
Enseguida aparece una zona de servicios que aprovecha el flujo de gentes que suben a visitar La Ciudad Encantada. Un par de restaurantes y un taller mecánico y, detrás, la ciudad. Este pueblo necesita sus parajes cercanos para ser aún más bonito.
(1) Peñones: Llamados así por los conquenses. Son dos enormes piedras situadas en el centro del río Júcar a un cierto trecho, que ayudan a marcar la distancia a los que practican natación y a los remeros de piraguas.
(Todas las notas son de autor, salvo que se indique lo contrario).
(2) Gomero: Tirachinas o tiragomas
La casona
Recuerda su pueblo, ¡cómo no!, cuando pasa con el coche por sus calles. Lo hace sin ni siquiera pensarlo y esto le indica que nada o poco ha cambiado. Aparca en una plaza en la que hay una casa señorial bastante ajada de tres balcones y otras muchas ventanas arriba. Se nota el deterioro, pero tiene muy buen porte todavía. Se aprecia que en su día, se puso mucha fortuna para construirla y mantenerla.
Es parte de su patrimonio: La Casona.
¡Cien años seguro que los tiene!
Quita el contacto del coche y este se para sumiso a las órdenes de su dueño. Se estira un poco al bajar y da una vuelta de 360º despacio, pero sin moverse del sitio, como si de un torero se tratara y estuviera brindando el toro.
Las fachadas de la plaza del pueblo lo observan expectantes. Sus puertas y ventanas, aun pareciendo cerradas, son implacables observatorios de la vida local y acechan todo lo que acontece. Nota cómo desde algunas ventanas lo miran con curiosidad. ¡Cosas de los pueblos! No le importa. ¡Si él nació allí y es como ellos!
Examina todo con detalle. Se acerca al centro de la plaza donde una fuente de dos caños suena con alegría al chocar las nuevas aguas contra las anteriores recibidas. Se lava las manos simplemente por inercia.
¡Cuántas veces había bebido en esa fuente!
Le han cambiado los caños, hoy en día más modernos, pero mantiene su señorial belleza. Las piedras siguen siendo las mismas y la pequeña cruz de arriba está un poco torcida, pero la recuerda igual. El suelo de la plaza sí que está cambiado; ahora tiene una capa de asfalto.
Enfrente de la casa hay otra pequeña que hace esquina. Tiene una parra centenaria que trata de subsistir y se retuerce subiendo por la pared, sin conseguir atrapar el balcón. La han pintado de color ocre y le parece que antes era blanca, pero no está seguro. Sí que es verdad que resulta una casa bonita, además de su preciosa parra.
Fausto saca del coche un juego de llaves grandes, en especial una de ellas que sabe que es la del portón principal. Parado delante observa que alguien ha puesto una cadena, nada pequeña, con un candado enorme.
―¡Joder! ¿Qué pasa aquí? Ahora, lo mismo no podré entrar.
Recuerda que por el lateral de la casa hay otra puerta más pequeña para el uso del personal de servicio y, efectivamente, también lleva esta llave en el manojo. Por fin abre la vieja cerradura y solo necesita empujarla hacia dentro. Le cuesta, pues el polvo y los años tienen la madera un poco entumecida. Carga un golpe con el hombro y la casa le recibe. Entra con cierta cautela, como temiendo que, en cualquier momento, al menor roce, algo en forma de recuerdo se le eche encima. Está oscura, con todas las ventanas cerradas, y un olor a chimenea entrelazado con humedad se apodera de sus sentidos. Abre las ventanas conforme pasa por las habitaciones. El edificio, al ir abriéndolas, se lo agradece y le muestra sus buenas paredes, dinteles y rincones.
Por fin llega al salón, que es grande y hermoso, a pesar del polvo y las telarañas. Los muebles están tapados con sábanas blancas que él, poco a poco, va quitando despacio para que las partículas no se agiten mucho y, de