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Canario Blanco
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Libro electrónico317 páginas4 horas

Canario Blanco

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Información de este libro electrónico

Un GRUPO DE INTELIGENCIA DE LUCHA CONTRA EL NARCOTRÁFICO, liderado por el comisario Gil de la Policía de Mendoza, que había sido entrenado por la DEA Norteamericana, tiene como misión llevar a cabo largas y pacientes investigaciones para documentar, conforme a derecho, las actividades clandestinas de los cabecillas del narcotráfico, sacando a la luz sus contactos, sus conexiones económicas en la provincia y fuera de ella. Buscarán reunir una batería de pruebas contundentes que permitan su encarcelación.
Casualmente les llega una información que resultará la punta de algo importante, que el autor nos lleva a vivir intensamente, ambiciones, pasiones y traiciones. El mundo oscuro de un sicario y el sacrificio, sin medida, de los policías.
El autor sitúa al lector en forma alternativa: "partido legal" por un lado y "partido delincuencial" por otro lado. Es un juego de guerra a dos partidos. Viviremos el reclutamiento, entrenamiento y empleo de un Agente Encubierto y también la sutil actividad de los "Oficiales de Red".
Recomendamos tener en cuenta que los hechos relatados están ambientados en la segunda mitad de la década del '90 y toda su trama, nombres y personajes es producto de la ficción y nada tiene que ver con la realidad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 ago 2022
ISBN9789878728209
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    Excelente novela, es imposible dejar de leer imágenes vez que comienza, cada línea es atractiva y por eso leí CANARIO BLANCO, entre un sábado y domingo.
    Saludos a mi querido profesor PEDRO VILLAVICENCIO. GRACIAS POR TODO LO QUE NOS DIO.

Vista previa del libro

Canario Blanco - Pedro Villavicencio

PRÓLOGO

Pedro Villavicencio, comandante mayor retirado de Gendarmería Nacional Argentina, nos regala una novela que solo puede ser escrita por una persona con una capacidad y formación especiales, además de una vasta experiencia en la materia.

Nos entrega así un emocionante relato que nos lleva de la primera a la última línea a estar pendientes de una trama intrigante y a la vez inquietante.

Digo esto porque el lector al discurrir por las líneas comprenderá que esta novela no la puede escribir cualquiera, por más buen escritor que sea, solo puede hacerlo alguien que conoce profundamente el tema, e incluso que haya participado en algunas actividades que dieron origen a la idea y luego al entramado de este escrito.

En sus líneas claras y sencillas podemos ver cómo se entrelazan las acciones y uno al leerlas se sorprende por la precisión de los datos y el profundo conocimiento de una de las mayores actividades delictivas de la actualidad, como lo es el narcotráfico.

Solo un especialista puede llevar el hilo conductivo y a la vez ir introduciendo otras situaciones que uno cree que no tienen nada que ver y que luego forman una red casi inexpugnable entre delincuentes, por una parte y a la vez otra red perfecta de los investigadores, por la otra, y allí vemos al personal honesto y responsable de nuestras fuerzas de seguridad.

Es una lucha secreta que conduce con claridad al lector a un final imprevisible, que lo sorprenderá en las últimas líneas, como debe ser, y que no se imaginará.

A los lectores los felicito por haber elegido este libro que no solo lo aprovecharán como ilustración y entretenimiento, sino que también les servirá para conocer de primera mano, y de una mano capacitada, lo que hacen anónimamente nuestras fuerzas de seguridad en la lucha contra la delincuencia y especialmente contra el narcotráfico.

Es una trama de la que en ningún momento uno puede imaginar el final, porque se desarrolla de manera impredecible, y este es uno de los puntos altos de la novela.

Concluyendo, le digo a mi amigo Pedro, que además de su larga y meritoria trayectoria en nuestra querida y gloriosa Gendarmería Nacional, especializado en inteligencia y contrainteligencia, es una excelente persona, padre, esposo y amigo y un ferviente sanmartiniano que hoy se ha recibido de escritor. Por lo tanto, lo considero un gran novelista del Valle de Uco.

Alberto Piattelli

DNI: 8020690

A LOS LECTORES

Con auténtico respeto presento este trabajo a la consideración del lector. Como seguramente advertirá, se trata de una pieza artesanal hecha con mucho esmero y cariño ya que, al carecer del genio del escritor, he tratado de remplazarlo —quizás sin éxito— con curiosidades propias del mundo de la inteligencia policial, de la manera en que yo la interpreto, y es este un conocimiento universal, aplicable tanto al aspecto investigativo del quehacer policíaco como al poco conocido mundo del contraespionaje.

Comencé a escribir esta novela con el propósito de distribuirla a mis alumnos que me soportaron a tiempo completo durante un año. Me refiero al curso de lucha contra el Narcotráfico que desarrollé en la Policía de Mendoza, durante la gestión del Sr. comisario general LARA, lamentablemente fallecido. Mi propósito fue didáctico y por esa razón sus primeras páginas pueden resultar áridas.

Tanto los personajes como las situaciones que se van presentando son completamente ficticios.

Consciente de sus defectos literarios, pongo en manos del lector esta novela, abrigando la esperanza de despertar su interés.

Tunuyán, Valle de Uco, Mendoza, abril de 2022

Gracias.

CAPÍTULO I

¿Pescado podrido?

Roberto Gil leía un tanto escéptico la información que le acababan de entregar de la División Toxicomanía. No sería la primera vez que solo se tratara de datos inflados por algún informante que, en su intención de caer bien, pretendía impresionar a los hombres de la Policía presentando una interesante pieza informativa que tenía muy poco de realidad, pero mucha imaginación. Eran —como alguna vez los definió su profesor de Inteligencia— simples aficionados. De todas maneras, era necesario efectuar el chequeo, es decir, la comprobación de esa información, para poder determinar el grado de veracidad de su contenido.

Roberto Gil era Comisario de la Policía de Mendoza y, juntamente con otros 22 policías, había recibido un intenso entrenamiento que los capacitó para conformar un GRUPO ESPECIAL DE INTELIGENCIA CONTRA EL NARCOTRÁFICO. Este grupo, integrado por hombres y mujeres, organizado acorde a las pautas más modernas que proporciona la experiencia, tenía entre sus principales características la inquebrantable voluntad de vencer. Desde que el jefe de Policía había dispuesto su organización y empleo, este pequeño equipo de policías no había encontrado un blanco que justificara el empeñamiento de este organismo que se suponía que debía encargarse de organizaciones de narcotraficantes de cierta importancia que le permitiera ejercitar los conocimientos adquiridos en el riguroso entrenamiento que se extendió por un año.

Era una tarde de otoño, los álamos mendocinos mostraban ese maravilloso color oro metálico y una suave brisa que soplaba del cuadrante sur anunciaba la presencia cercana del invierno. Desde la ventana de su oficina, el comisario Gil observaba las montañas azuladas que se dibujaban en el horizonte, hacia el poniente. Reparó en los picos que le parecían inalcanzables y lejanos. Sabía por su experiencia que esos que él estaba viendo no eran precisamente los más altos. Sabía que más atrás de esos cordones existían otros mucho más elevados y que, después de ellos, se extendía el territorio chileno, escarpado y montañoso en su breve recorrido hasta las aguas del Pacífico. Pensó, sin proponérselo, que ya había pasado el verano y otra vez, como en tantas otras oportunidades, no había podido cumplir con su promesa de llevar a Perla y a los chicos a conocer las playas chilenas. Del próximo verano no pasa, se dijo para sus adentros y volvió a centrar su atención en el papel que recibió de Toxicomanía.

La información allí contenida decía sintéticamente que existiría en la provincia una red de traficantes o lavadores de dinero proveniente del narcotráfico y que la cabeza visible de esa organización sería el dueño del Hotel CANARIAS, José Albornoz, de nacionalidad española, radicado en nuestro país desde 1992, fecha en que se inaugura el mencionado hotel ubicado en Cacheuta, el que además sería propiedad de un grupo de inversores colombianos.

Mientras encendía un cigarrillo comenzó a hacerle el examen primario a esa información: en primer lugar, se preguntó si era verosímil, es decir, si era posible que ocurriera un hecho como el que la información decía; y se contestó afirmativamente. En segundo lugar, pensó, tratando de recordar, si en sus antecedentes archivados había alguna otra información que pudiera relacionarse con ésta, pero esta vez se respondió en forma negativa. En efecto, no se conocía ni había antecedentes de grupos de inversores colombianos; tampoco le era conocido el nombre de la única persona involucrada con nombre y apellido, es decir, Albornoz. Sin embargo, el hotel CANARIAS existía, ya que él, personalmente, estuvo en la inauguración donde fueron invitadas autoridades y personas caracterizadas del medio empresarial hotelero. Seguidamente pensó en al grado de confiabilidad que tendría la fuente que proporcionó esa información, pero no pudo contestarse a este interrogante ya que no la conocía y seguramente nunca podría conocerla, teniendo en cuenta el extremado celo que en este sentido tenían los hombres de la División Toxicomanía: jamás exponían a sus fuentes por temor a quemarlas. Debía conformarse con lo que decía la valorización: Fuente de reconocida integridad. Esto significaba que la persona que proporcionó la información era lo óptimo desde el punto de vista de la Inteligencia policial. Sin duda esta misma fuente en el pasado habrá entregado en distintas oportunidades información que resultó verdadera y precisamente por estos antecedentes se la calificaba de esa manera: Fuente de reconocida integridad. Todo esto era conocido por el comisario Gil, pero, como viejo policía, le hubiera gustado saber cómo venía la mano, ya que no debía descartarse la posibilidad de que le estuvieran tirando pescado podrido, como se conocía a la información entregada de mala fe, para hacer incurrir en error al destinatario. Esta posibilidad cabía porque, desde el momento de la creación de este nuevo Grupo Especial, hubo gente que se sintió tocada pues pensaba que, con la estructura existente hasta ese momento, se podía neutralizar cualquier red de narcotráfico y que no era necesaria la existencia de estos señoritos que se creían los únicos profesionales. A la luz de esta circunstancia, el temor del comisario Gil era de lo más lógico. En consecuencia, había que andar con pie de cemento, si es que este material es más pesado que el plomo.

Gil era el jefe del GRUPO ESPECIAL y, en consecuencia, debía tomar todas las medidas para evitar empeñar los medios que la sociedad le había proporcionado, detrás de algo que no tenía futuro. Por eso leyó y releyó la cuartilla con la información recibida, llegando a la conclusión de que era conveniente gastar algunos pesos, procurando determinar el grado real de veracidad que tenía. Las primeras sombras de la noche se habían adueñado de la falda oriental de las montañas y las luces del alumbrado público comenzaban a rutilar con generosidad.

El comisario Gil se asomó a la Sala de Análisis y llamó a Raúl. Este era un oficial principal que acusaba de unos 30 a 35 años, de ascendencia itálica, flaco y huesudo; hermético pero amable y de excelente formación profesional. Después del curso, seguramente por su inclinación y cualidades demostradas, había sido recomendado para desempeñarse como analista. Puntilloso, extremadamente ordenado, prolijo y con una gran imaginación, a lo que unía una excelente capacidad para exponer sus ideas con objetividad. Estas características, sin duda, lo convertían a Raúl en un excepcional analista.

—Hola, Raúl... por favor sentate —le dijo, y sin agregar palabra le alcanzó el papel con la información. Raúl tomó la nota con la mano derecha, mientras que con la izquierda aproximaba una silla hacia el escritorio de su jefe, que lo miraba aguardando a que su subordinado leyera el breve texto.

El despacho del comisario era amplio, con una ventana de regular tamaño que daba hacia el poniente. A la derecha de esta abertura había una antigua mesita de cedro, de esas que estaban en todas las oficinas policiales y que seguramente la provincia había adquirido en gran número a comienzos del siglo, a juzgar por su estilo. El escritorio era amplio, pero sus líneas modernas y su estructura metálica no combinaban con la silla, también antigua, ni menos con la mesita. El piso de mosaico estaba pulcro y brillante. A la derecha del escritorio, había otra mesa petisa, donde estaba un teléfono blanco, chato, con fax incorporado. También había un equipo de radio transmisor de mano. Por supuesto, y seguramente constituyendo la única característica desagradable, había en un ángulo del escritorio un viejo cenicero de lata, de forma triangular, que a simple vista acusaba el impacto del tiempo y de su constante y prolongado uso.

—Interesante —dijo después de leer la cuartilla.

—Sí... ojalá se nos dé ahora... Hace tanto tiempo que buscamos algo más gordo. Me estaba pudriendo de andar detrás de simples adictos, que, al fin y al cabo, son unos pobres enfermos y principales víctimas de estos hijos de p que manejan el negocio y se llenan de guita… Bueno, Raulito, quiero que analices bien esa información y ver si tenemos algún antecedente; yo creo que no, pero lo dejo en tus manos.

—De acuerdo, jefe... Déjelo en mis manos... ¿Quiere que formule una hipótesis?

—Sí, por supuesto y siempre que vos le encuentres algún fundamento. En tal caso prepárate para exponerla mañana al mediodía.

Sin agregar más nada, el comisario Gil se despidió de Raúl y tomando una campera de abrigo cerró la puerta y se marchó. Caminó por la calle Boulogne Sur Mer que a esa hora tenía un moderado tránsito; por supuesto lejos de ese enjambre de vehículos que era común durante los meses de verano. Gil odiaba conducir su automóvil en esas circunstancias y prefería movilizarse a pie para ir de su trabajo a su casa, que distaba unas quince cuadras. Por otro lado, le hacía bien este ejercicio, pues estaba más cerca de los cincuenta que de otra cifra, aunque prefería ni pensar en eso. Dobló por la calle Sobremonte en dirección al centro, buscando transitar por la vereda de su derecha que lo protegía de una brisa bien fría que comenzaba a soplar desde el sur. Sintió frío en las orejas y, levantándose el cuello de la campera, metió profundamente sus manos en los bolsillos. Caminaba sin prisa, pero un cosquilleo en el interior de su estómago le hizo acelerar el paso pensando en la mesa familiar que seguramente lo esperaba en la deliciosa cocina de su esposa, Perla.

El comisario Gil era un policía nato, modesto y moderado. Se había distinguido por su honradez sin sombras. Tenía una buena formación profesional y un gran amor a la institución policial. De regular estatura, pelo lacio y negro que enmarcaba un rostro cobrizo con fuerte mandíbula, ojos negros penetrantes, nariz lanzada y ligeramente aguileña. Cuando abrió la puerta de entrada de su casa modesta, pero muy agradable, un mundo se cerró tras él y se zambulló en ese nidito de seda que era su hogar, con la risa de los dos varones que tenía, de 12 y 10 años, con la sonrisa de Perla y los olores tan agradables y familiares de ese mundo maravilloso. Siempre decía que su casa era como el refugio del guerrero, donde se reponía de las heridas y salía robustecido y curado con mayor fuerza para enfrentar su diaria y, a menudo, difícil labor. Como lo hacía siempre, mecánicamente, dejó el abrigo en una pequeña percha ubicada a la derecha de la entrada principal de la casa y se dirigió directamente al baño donde se higienizó. Después, su itinerario normal era pasar por el dormitorio de los chicos, saludarlos, hablar con ellos y después enfilar hacia la cocina, donde generalmente estaba Perla.

—Hola, mi amor, ¿qué cenamos hoy? —dijo mientras le echaba un vistazo a la olla y le daba un beso a su esposa.

—Hola, cariño, ¿hace frío afuera?

—Un poco, pero este invierno creo que va a ser bastante duro. ¿Cómo te fue en la escuela?

—Callate, hoy tuve una tarde terrible, uno de mis alumnitos se accidentó jugando en el patio y tuvimos que salir corriendo al hospital. Gracias a Dios no pasó de un machucón, pero, vos sabes, los nervios, después la explicación a los padres, etc.

—Bueno, pero todo se arregló, ¿no?

—Sí, por supuesto, pero el mal rato una lo pasa.

—Pronto te jubilarás y entonces estarás tranquila en tu casa.

—Dios me libre. No sé qué haré el día que no tenga que ir a dar clase. No quiero ni pensar en eso. Y a vos, ¿cómo te fue?

—Bien, creo que el Grupito finalmente va a tener algo para morder.

—Me alegro, así tus compañeros te dejan de ver como a un acomodado.

—Dejá, nomás, cuando mi gente tenga algo importante y finalmente podamos meter adentro a algunos peces gordos, todos se van a sentir orgullosos de mis hombres. Necesitamos una oportunidad solamente. Lo que pasa es que no entienden la metodología de nuestro trabajo.

—Bueno, Roby, olvidate de tu trabajo y prepará la mesa, ahora necesitamos un papá y no un comisario con problemas.

JUANA GAVIRIA RIQUELME había tomado ubicación en el sector para no fumadores del Boeing de Aerolíneas Argentinas exactamente a las 17 horas de ese día ventoso y fresco a pesar de la latitud, pues la provincia de Salta tiene un clima más cercano a lo subtropical y en consecuencia los otoños se alargan y el invierno, en ciertos años, apenas es advertido. Pero esa tarde corría una brisa fuerte y fría, producto del ingreso de un frente austral que ya había hecho sentir su influencia en la región sur del país. Cuando el avión se dirigió a la cabecera de la pista, para desde allí iniciar el carreteo para el despegue, JUANA miraba por la estrecha abertura de su ventanilla que daba justo sobre una de las alas. El territorio salteño se extendía hacia las montañas que estaban próximas y mostraban una variedad de paisajes que eran verdaderamente hermosos. JUANA estaba enamorada de esa provincia y, cada vez que se encontraba en Mendoza con su esposo, sufría quince días hasta que nuevamente debía viajar a Salta, pues lo hacía muy a menudo. Sin embargo, siempre se preguntaba si estaba enamorada del ambiente geográfico o su agrado se relacionaba con los exquisitos momentos que pasaba en compañía de la persona querida. Hacía tan poco tiempo que se había despedido de él pues la había llevado hasta el aeropuerto, y ya tenía deseos locos de volver a verlo, de sentir su mirada, oler su perfume y acurrucarse entre sus brazos. Sinceramente nunca le había pasado esto antes. Cuando se había casado con José Albornoz en 1992 había hecho la firme promesa de serle fiel, pero al poco tiempo se olvidó de aquel propósito y comenzó a tener varios romances fugaces que siempre le habían dejado más una experiencia amarga que buenos recuerdos. Pero en este caso era diferente, probablemente porque ambos eran maduros y sabían lo que podían esperar del otro y también porque pasaban cada momento pensando que sería el último. Sin embargo, la relación ya llevaba varios años y, en vez de enfriarse, se mantenía vibrante. Echó un vistazo hacia las instalaciones del aeropuerto con la remota esperanza de verlo en la plataforma, pero bien sabía que Carlos ya no estaría allí porque había regresado de inmediato, ya que tenía una entrevista y no podía aguardar hasta que el avión despegara como siempre lo hacía. A todo esto, la aeronave perdió contacto con la pista y se elevaba en un ángulo de 45 grados con sus reactores a máxima potencia, mientras que, abajo, las construcciones y la ruta de acceso al aeropuerto se achicaban rápidamente. Miró la hora y pensó que llegaría a Buenos Aires antes de oscurecer y, como siempre, iría al hotel y desde allí haría los llamados telefónicos entre los que estaba incluido, en primer lugar, Salta.

CAPÍTULO II

Una mujer peligrosa

Juana era una mujer hermosa, llamativa, cuando caminaba y se proponía coquetear, creaba un síntoma indefinido entre los hombres. Podía asegurarse que aun los más santulones debían hacer esfuerzos para dominar a ese pequeño sátiro reprimido que generalmente se agazapa dentro de los más maduros y de apariencia seria e imperturbable. Ella sabía que provocaba ese malestar indefinido en los hombres y por esa razón en más de una oportunidad había jugado con ellos. Le encantaba sentirse deseada, aunque, en el fondo, ella tenía prioridades donde casi siempre estaba ausente el aspecto sexual. Probablemente sufría de frigidez, pero habría respondido con agresividad si a algún patán se le hubiera ocurrido siquiera insinuarle esta circunstancia. Sin embargo, ella más que nadie sabía que tenía esta debilidad; en muy contadas ocasiones había sentido el orgasmo y casi siempre incompleto. Se las había arreglado para simular satisfacción cuando hacía el amor con Carlos, pero en realidad, la mayoría de las veces, ir a la cama con él no era lo más apasionante y, a menudo, significaba un sacrificio. Pero se sentía feliz conversando, seduciéndolo y dejándose seducir, cenando en algún lugar paquete, con cristal y buen vino. Le encantaba ingresar a un lugar y sentir que todas las miradas se concentraban en ella y, casi sin darse cuenta, comenzaba a coquetear, cosa que Carlos advertía de inmediato y en muchas oportunidades originaba recriminaciones; pero todo formaba parte de ese mundo casi artificial que Juana se había creado, como pretendiendo de esta manera escapar a los recuerdos amargos que de vez en cuando se filtraban desde el pasado, desde su Colombia natal. Cuando esto ocurría, un sentimiento de minusvalía se apoderaba de ella. Su niñez había sido muy triste, por la pobreza de su hogar que había quedado destruido cuando ella era apenas una chiquilina de nueve años. El recuerdo atroz de aquella noche en que mataron a su padre un grupo de hombres malolientes que gritaban palabras irreproducibles y decían pertenecer a la Policía. Su padre les suplicó para que no lo mataran. Les decía que él no tenía nada que ver con los guerrilleros; que no era comunista y que no había participado, ni tenía noticias del asesinato de ese teniente. Pero todo fue en vano: lo degollaron y luego se llevaron el cuerpo, para después tirarlo cerca del río. Posteriormente, el municipio se encargó de sepultarlo y se dijo que había sido ultimado seguramente por una banda de narcotraficantes. Esa noche había ocurrido también algo que la marcó para siempre, pues el más violento de los individuos que ingresaron a su casa, luego de matar a su padre, la violó y casi la asfixia con una toalla que le puso en la boca para evitar que gritara.

Juana se quedó sola pues su madre había muerto cuando ella era muy chica y casi no recordaba nada de ella. Un juez había dispuesto que debía permanecer en un orfanato hasta que algún familiar la reclamara. A los dos meses de estar allí vino a recogerla un hermano de su madre que la llevó a Meta y que cuando apenas tenía 14 años la violaba casi todas las noches, especialmente cuando venía borracho. Después, no conforme con eso, comenzó a hacerla trabajar como prostituta. Así conoció las características más degradantes de ciertos hombres y cobró conciencia de que para sobrevivir en ese mundo tan cruel debía conocer sus reglas y hacer valer la única arma que tenía: su cuerpo. De esta manera se relacionó con un proxeneta de Bogotá y dejó de ser una puta barata para instalarse entre las más caras de la capital colombiana. Con sus ahorros había alquilado un lindo departamento, concurría a lugares refinados y en uno de ellos conoció a José. A partir de aquel encuentro todo iría cambiando en su vida hacia mejores perspectivas y, cuando se le propuso viajar y vivir en la Argentina, aceptó de inmediato, casi sin pensarlo, porque de esa manera se alejaba de ese pasado que odiaba, aunque jamás pudo borrarlo. Por esa razón había jurado iniciar una vida normal, siéndole fiel a su esposo, pero no pudo cumplir este propósito, quizás porque ese pasado la había marcado para siempre.

A Juana le encantaba viajar y por esta razón —y por otra que no podía sincerar— se había ofrecido a su marido para hacer de puente entre Mendoza

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