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Policía: Vivencias desde la Transición a Sudamérica, pasando por País Vasco y Expo 92
Policía: Vivencias desde la Transición a Sudamérica, pasando por País Vasco y Expo 92
Policía: Vivencias desde la Transición a Sudamérica, pasando por País Vasco y Expo 92
Libro electrónico557 páginas7 horas

Policía: Vivencias desde la Transición a Sudamérica, pasando por País Vasco y Expo 92

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La realidad siempre supera a la ficción.

La obra narra las vivencias y anécdotas profesionales del autor del libro, con una trayectoria profesional cercana al medio siglo. Inicia su crónica desde su ingreso en la corporación, continúa con la transición política española y, a lo largo de la narración, da cuenta de sus vivencias y anécdotas. Desde cinco años antes de la Exposición Universal de Sevilla y hasta doce días antes de su conclusión, ostentó el cargo de responsable de los servicios de Información de la Policía, donde cesó a petición propia.

Siendo Comisario Principal de la Policía, ocupó el cargo de Agregado de Interior en Bolivia, que ejerció durante cerca de siete años, bajo el paraguas de diplomático. El ejercicio de su trabajo en Iberoamérica le dio a conocer aspectos curiosos de las policías de aquellos países, así como vivir directamente los conflictos que se originaron hasta la llegada de Evo Morales.

Unlibro escrito con un lenguaje coloquial y desenfadado que resulta ameno y curioso para el lector.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 dic 2017
ISBN9788417321703
Policía: Vivencias desde la Transición a Sudamérica, pasando por País Vasco y Expo 92
Autor

Andrés Díaz Muñoz

Andrés Díaz Muñoz ingresó en 1964 en el Cuerpo General de Policía por oposición. En 1981, igualmente por concurso oposición, asciende a comisario y en 1992, por antigüedad selectiva, a comisario principal, máxima categoría de la institución policial española. Ha publicado artículos de tipo costumbrista en la prensa sevillana, así como otros relacionados con su profesión en prensa y revistas tanto nacionales como extranjeras. Ha impartido conferencias y cursos sobre narcotráfico, lavado de dinero, seguridad ciudadana y otros relacionados con la labor policial. Desde su jubilación se ha dedicado a la escritura. Esta es su tercera obra que al igual que en las anteriores, hace uso de su experiencia, tanto de la vida como de su profesión, con el fin de expresar por medio de la escritura, muchos sucesos acaecidos y que vivió personalmente. Posee innumerables condecoraciones españolas y extranjeras.

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    Policía - Andrés Díaz Muñoz

    Policacubiertav13.pdf_1400.jpgcaligrama

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta obra son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados de manera ficticia.

    Policía.

    Vivencias desde la Transición a Sudamérica, pasando por País Vasco y Expo 92

    Primera edición: diciembre 2017

    ISBN: 9788417234362

    ISBN eBook: 9788417321703

    © del texto

    Andrés Díaz Muñoz

    © de esta edición

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    A muchos ignorados e íntegros policías, que con una labor callada y de entrega en el ejercicio de su profesión, no gozaron del reconocimiento de la Administración como otros. Permítanme que esta dedicatoria la realice a través de la figura de uno de ellos, llamado Elio Orellana García, que lamentablemente nos dejó. Un magnifico profesional y mejor persona.

    ¡Va por ti Elio!

    Índice

    Prólogo 19

    Introdución 25

    Apostilla del autor 34

    Capítulo I: Oposición y escuela general de policia 35

    El acento andaluz 36

    Escuela General de Policía 37

    Vivienda, compañero y judo 38

    Sanción disciplinaria 39

    El Azar 41

    Capitulo II: La Junquera 45

    Secretaria del puesto fronterizo 46

    Aprendizaje 47

    Primer servicio 50

    Segunda Sección Bis 57

    Vigilancia en la Base aérea de Morón 59

    Reincorporación a La Junquera 61

    El padre, botella 62

    Tigres 64

    Uso del arma reglamentaria 66

    Conclusión al primer destino 70

    Capitulo III: Brigada móvil 71

    La Brigada Móvil y la Sevilla de los sesenta 72

    Expreso a Cataluña, "El catalán" 77

    Una mala experiencia 80

    Descarrilamiento 82

    Una chica modosita 84

    Rápido a Madrid 84

    Víctima del tren 85

    Una mujer de "bandera" 88

    Robo de carteras en el tren 90

    Ómnibus a Badajoz 94

    Hotel Simancas 95

    ¿Un loco en el tren? 97

    ¿Todo tiempo pasado fue mejor? 99

    Capítulo IV: Comisaria de San Bernardo 101

    La Inspección de guardia 102

    Pepe Otero. El crimen de las estanqueras 104

    Delincuentes, confidentes, policías,

    periodistas y prostitutas 106

    Capítulo V: Brigada de investigacion social 113

    Grupo Laboral 116

    Desalojos de empresas 120

    Delegados de la Autoridad 121

    Convocatoria plazas casa del Príncipe de España 122

    Un enorme error 123

    Visita a Vascongadas de S.A.R. Príncipes España 130

    Sorpresa 132

    El Partido Socialista 132

    Declaración de Isidoro, Felipe González Márquez 134

    Partido Comunista de España ® GRAPO 139

    Brigada Regional de Información 143

    Televisiones privadas, concesiones 151

    Baja en la Brigada 153

    Conclusiones a aquel destino 156

    Capítulo VI: Brigada Regional de Orden Público 159

    Sala 091 159

    Legalización del Partico Comunista 161

    Amenazas de bombas 162

    Las Wisquerias 165

    Lisandro Castillo 169

    El presidente Suarez en Sevilla, con chilaba 172

    Amenaza terrorista por parte de un jefe Superior 175

    Acusado de corrupción 176

    Capitulo VII: Brigada regional de informacion 183

    Atentado del Grapo al jefe de la Brigada 184

    Jefe de grupo. Nacionalismo andaluz 187

    Vigilancia en Málaga 189

    Artículo 151 de la Constitución 191

    Fuerza Nueva 192

    Bloque andaluz nacionalista 194

    CNT 194

    Mayor atraco en la historia de Sevilla 197

    Barco con armas hacia España 202

    23 F 206

    Capítulo VIII: Comisario 211

    Comisario por oposición 211

    Delincuentes en el metro 214

    Un mal sindicalista 215

    Comisarios venezolanos 217

    Capítulo IX: Zumárraga, Villarreal de Urrechua, Legazpia 219

    Toma de posesión en San Sebastián 220

    La Comisaria de Zumárraga 223

    Compañero, Julio Emilio Martínez Díaz 226

    Reunión con el Jefe Provincial 228

    Impuesto a establecimientos nocturnos 231

    Secuestro de Saturnino Orbegozo 234

    Explosivos en la visita de Juan Pablo II a Loyola 238

    Granadas anticarros contra la Comisaria 240

    Fines de semana en San Sebastián 241

    Disparos contra la Comisaria 242

    Confidencias de Comisiones Obreras 243

    Segunda ocasión en que saqué el arma 244

    Viaje a Sevilla 246

    Amistad con Estaban Orbegozo 248

    Treinta y dos kilos de goma-dos 249

    Esparcimientos en Zumárraga 251

    La guerra de las banderas Alcalde, León Arrieta Guridi 254

    Grandes errores en el País Vasco 258

    Miedo en la población 261

    Despedida de Euskadi 262

    Capitulo X: Puerto de Santa María-Puerto Real 267

    La Comisaria 269

    Unificación Policial 270

    Calabozos de color rosa 273

    Muertes por heroína 275

    Oro hacia Marruecos 279

    Situación social y política de la población 280

    Astilleros 283

    Esteban Orbegozo en el Puerto 284

    Extradición a EE. UU de Badalamenti y Alfano 286

    Polvo de talco por cocaína 288

    Toros en El Puerto 290

    Detención de Rafael de Paula 292

    El aire acondicionado 294

    Medios de comunicación y Carnaval 297

    Asesinato de Santiago Brouard 300

    Otros apuntes 303

    Rafael Padura 304

    Capitulo XI: Comisario Jefe brigada regional

    de informacion Expo-92 309

    La Brigada 309

    Atentado de la banda Baader-Meinhof en Rota 313

    Reforma de la Brigada con vistas al 92 319

    Necesidad de personal 323

    Medidas de seguridad para la Expo 324

    Presos de ETA en Sevilla 326

    Carta bomba dirigida al Comisario Olivencia 326

    Detención de Henry Parot 328

    Información importante sobre ETA 329

    Cese y nombramiento de nuevo jefe Superior 332

    Policías franceses en Feria de Sevilla 335

    Imputado por el tema Juan Guerra 337

    Encuentros en Barcelona con vistas al 92 338

    ETA comienza a actuar en Sevilla 339

    Miedo al terrorismo en la sociedad sevillana 341

    Movimientos anti-Expo 92 343

    Servicios de inteligencia extranjeros en Expo 92 344

    Anécdotas durante la Exposición 348

    Visita de Fidel Castro 349

    Movimientos sociales durante la Expo 350

    Baja voluntaria como jefe de la Brigada 352

    Finalización de la Expo-92 355

    Una falsedad 359

    Capítulo XII: Comisaria de Macarena 367

    Desesperanza 369

    La Comisaria 370

    Cruz al mérito policial 372

    Visión policial de un jefe Superior 373

    1993. Sequía en España, envió de agua a Moscú 375

    FBI y DEA, Academia de Quántico (Virginia) 378

    Oficina de denuncias o confesionarios. 382

    Viaje a Venezuela (La DISIP, Hugo Chávez, ETA) 383

    ETA en el Parque Nacional de Morrocoy 386

    Capitulo XIII: Comisaria de Nervion Policía de proximidad 391

    Políticos y Policía 391

    La policía de Proximidad 393

    Comisaria de Nervión 396

    ¡Quiero que me detengan! 398

    Aerofagia 400

    Capítulo XIV: Agregado de interior en Bolivia 403

    Propuesta para Agregado Interior 404

    ¿Quién manda en la Secretaria

    de Estado de Seguridad? 405

    El Agregado de Interior en una Embajada 409

    ¿Qué hago yo, el resto del día? 412

    La necesidad de contactos 413

    La corrupción policial en Bolivia 414

    Abandono de EE. UU de la defensa de Occidente DEA 416

    La FELCN 420

    La Justicia comunitaria. Honorarios de la DEA a fiscales 421

    Baltasar Garzón Real 423

    Evo Morales Ayma 426

    Necesidad de una nueva Policía 429

    Cocaína hacia España 430

    Cafetería Alexander 432

    Ideas trasladadas desde el Puerto de Santa María a Bolivia 433

    Necesidad de una buena información 434

    Muerte por ahogo 435

    La vida en Bolivia no vale un peso 438

    Narcotráfico 443

    Operación Luz de Luna (La mayor intervención

    de cocaína en la historia de Bolivia) 444

    Gravísimos incidentes en La Paz 448

    Octubre negro paceño 449

    El Presidente de la República de Bolivia en Sevilla 455

    Aprendizaje en Bolivia 458

    Capitulo XV: Segunda actividad y jubilación 461

    Despedida de la Institución 462

    Rememorando tiempos atrás 465

    Epilogo 467

    Prólogo

    Policía es un título escueto para un libro tan denso, pero es el que mejor define lo que contiene. Podría encuadrarse en un formato de memorias, o de vivencias, pero es tal la actualidad que se va desgranando, página a página, que calificar de recuerdos lo que en este libro se contiene, es, sin duda, quedarse corto.

    Policía es una palabra universal que comprende muchas cosas a la vez, porque Policía son personas que velan por el bienestar común, son las instituciones que tienen esa responsabilidad y es hasta el concepto de ley y orden que prima en las sociedades democráticas. Todas esas cosas están contenidas en un título tan exiguo.

    Ser Policía es ser muchas cosas a la vez y a cuál más apasionante. ¿Que entraña una gran dificultad?: no cabe duda; ¿que se expone al peligro constantemente?: también; ¿que necesita convivir con los más bajos sentimientos de odio o venganza?: es un hecho constatable, pero que se trata de la profesión más bonita que hay, es una verdad incuestionable, aunque ciertamente, no todo el mundo vale para desempeñarla y muchos menos los que se atreven a contarla.

    Si un amigo es capaz de escribir un libro, uno se siente orgulloso de él, pero si además te pide que le escribas un prólogo, la satisfacción es mucho mayor.

    Andrés Díaz, mi amigo y compañero Andrés, ha escrito otro libro, su tercera obra; un resumen de sus vivencias desde que ingresó en la Policía, hasta que se jubiló.

    Cuando alguna persona de nuestro entorno nos dice que está escribiendo sus memorias, la primera pregunta que nos hacemos es si realmente tiene algo que contar y si ese algo puede interesar a alguien más que a él, o su más estrecho círculo de familiares y amigos.

    Pero si quien escribe esas memorias pasa los setenta años intensamente vividos, ha sido policía cerca de cuarenta y cinco años y en el ejercicio de esa apasionante profesión ha desempeñado cargos de mucha responsabilidad en cuyo desarrollo ha recorrido medio mundo, la seguridad de que esas memorias van a interesar a todos, está garantizada.

    Cuando Andrés y yo nos conocimos corría el año 1985, él era mi jefe, el Comisario Jefe de El Puerto de Santa María, una gran plantilla policial y una agradable ciudad, yo llegaba destinado desde San Fernando, para reencontrarme con la que había sido mi destino en una etapa anterior.

    Él había estado en Zumárraga, su primer destino de Comisario, en el corazón del país vasco y se le veía contento en este nuevo destino, tan distinto del anterior. Pero sus ojos y todos sus sentimientos estaban puestos en la Sevilla de su alma, de la que no se olvidaba en ningún momento.

    Andrés era un jefe alegre, simpático y dicharachero, que iba más rápido que sus propios pensamientos y con una virtud poco común: manejaba con facilidad a los funcionarios haciéndonos trabajar más que en ningún otro sitio y sin nada a cambio, pero, eso sí, a gusto.

    Al principio tuvimos nuestras diferencias, era lo normal entre un jefe y un subordinado, pero pronto desaparecieron y se creó una corriente de amistad que todavía perdura. Él no lo recuerda, pero muchas veces que me dijo: ¡Escúcheme con los oídos y hágame usted caso! Yo le escuchaba y le hacía caso y siempre acertaba.

    De dormir con una metralleta bajo la cama, en una ciudad que a menudo se despertaba bajo un cielo ceniciento y lluvioso, con el sonido de disparos o el estallido de una bomba, a vivir en una ciudad de verde mar y cielo limpio, donde no suenan más que las risas, los cantes y los cohetes de feria, hay una diferencia; pero en lo que no había diferencia era en el carácter de Andrés, extrovertido y tremendamente simpático, en Zumárraga y en Cádiz, en donde conquistó el corazón de muchas personas que aún me preguntan por él cuando las encuentro.

    En el norte lo despidieron, Ayuntamientos nacionalistas, dándole una cena; en El Puerto hay quien todavía no lo ha despedido, que sigue creyendo que Andrés nunca se fue.

    Unos años después de mi llegada, se fue a su tierra, a la Sevilla de su corazón, promocionado a un puesto de gran responsabilidad y para superar una de las experiencias policiales más bonitas e intensas que se puedan vivir.

    En una España asediada por el terrorismo, sin mirar nada más que hacia delante, los españoles nos atrevimos a montar, a pesar de lo comprometido del momento, dos acontecimientos de máximo riesgo a la vez que de primera magnitud internacional; quizás en la resonancia que iban a tener, estaba el enorme riesgo que se corría: Olimpiadas y Exposición Universal.

    La seguridad de uno de ellos, la Expo'92, fue responsabilidad directa asignada al comisario Andrés Díaz.

    Una Expo que se preludia con un suceso estremecedor: la captura, a la entrada de Sevilla, de un terrorista de ETA que transporta en un coche ciento cincuenta kilos de explosivos. Mal presagio para un evento que va a durar casi seis meses; mucho tiempo y muchas oportunidades para que, los que quieren dañar la imagen de España, no tengan su dudoso minuto de gloria. Pero la Brigada policial que dirige Andrés lleva ya muchos meses trabajando concienzudamente y sus frutos son de esperar.

    Una magistral relación de las actividades policiales que se llevaban a cabo, se refleja en este libro lleno de dinamismo y tensión, en donde se narran cosas que ocurrieron pero que no se conocieron, a la vez que se plasman pensamientos acertados, certeros, sobre lo que estaba ocurriendo en la oscuridad de la política, sin que nadie nos enterásemos.

    Alegres y divertidos viajes a Estados Unidos, Rusia y Venezuela, invitado por las autoridades policiales de dichos países, a las que había conocido durante la Expo, jalonan esta amena narración, con aventura incierta en una avioneta para ir a una isla de la que no sabían si podrían volver, o un despliegue policial en Nueva York, digno de una película de Hollywood.

    O la visita oficial a Quántico, la academia del FBI y el recibimiento en el aeropuerto de Caracas, con honores de jefe de estado.

    También la intriga sobre la muerte de una amiga, del Pabellón Ruso, sabedora de grandes secretos; una enamorada de España que se compró un chalet en El Aljarafe y a la que misteriosamente atropelló un camión en Moscú, cuando iba caminando por la acera.

    Acaba la Expo’92 sin ningún incidente destacable. Un éxito que a Andrés pertenece una buena parte. Y parece que al acabarse los grandes eventos y volver todo a la normalidad, se ha terminado aquella ráfaga de esplendor.

    Viene luego una etapa triste, en la que sale a relucir el desánimo y la oscuridad, pero de pronto, otra luz ilumina los pasos del veterano policía y se le ofrece una posibilidad única: poner en marcha en Sevilla el programa Policía 2000.

    Y es todo un éxito que se narra en el libro desde principio al fin, con anécdotas y sinsabores, pero de manera amena y divertida.

    Y, por último, el final del camino. Un destino de los que antes se decía para sobrino de obispo. Nada menos que Agregado del Ministerio del Interior en Sudamérica, con sede en Bolivia.

    De ahí parte la idea de escribir estas memorias que a base de páginas se convierten en un interesante documento. De aquel destino salen las mejores secuencias, las amistades que llegó a realizar y los servicios que hizo a nuestro país.

    Allí conoció al líder cocalero Evo Morales y a sus asesores, a personalidades internacionales como Hugo Chávez y a varios presidentes de la República de Bolivia, uno de los cuales, Gonzalo Sánchez de Losada vino a pasar una Semana Santa con él a Sevilla, después de una visita oficial a España.

    En La Paz le visitó en varias ocasiones su buen amigo Baltasar Garzón, del que cuenta varias anécdotas en el libro, y revela un hecho que puede hacer cambiar la percepción que de él tienen algunas personas.

    En Bolivia descubrió, por su instinto policial, uno de los mayores alijos de cocaína hacia España, camuflada de una forma que nunca se había dado: barro terapéutico, cuyos pormenores se relatan en el libro.

    Una actividad así no es normal. ¡Estas son unas memorias de alguien que tiene que escribir sus memorias! De otra forma estaría siempre en deuda con nosotros.

    No todos tenemos una vida tan intensa, salpicada de momentos o destinos de cierta tranquilidad, pero que el carácter de Andrés trocaba inmediatamente la calma por la actividad y hasta haciendo la mili, descubre que un futuro ministro del aire defrauda con dietas de cursos de vuelo.

    Leer estas páginas es, para algunos, un reencuentro con el pasado, para otros será descubrir cosas nuevas, pero para todos será pasar unos maravillosos ratos deleitándonos y sorprendiéndonos, con la cantidad de cosas que le han ocurrido a Andrés Díaz en su vida profesional y que nos cuenta en este libro.

    José María Deira (1)

    José María Deira, es escritor

    Introdución

    Estas páginas tienen su razón de ser, en un hecho acontecido en la madrugada del día dieciocho de agosto del año 2002, en la ciudad de La Paz, capital de la increíble e incomparable Bolivia, lugar en donde me encontraba destinado como funcionario del Cuerpo Nacional de Policía, ejerciendo de diplomático con la labor de Agregado de Interior de la Embajada de España.

    Serían las dos treinta de la madrugada, cuando desperté de mi sueño con un terrible dolor en el pecho. En principio pensé que pudiera ser acumulación de gases, algo bastante común y que siempre se atribuía a la altitud en que se encuentra la ciudad de la Paz, su altura oscila entre 3.750 metros en la zona sur de la ciudad y 4.050 en el Aeropuerto de El Alto. No me era desconocida esa dolencia intestinal, pues ya la había sufrido en diversas ocasiones anteriores y como yo, muchas personas, cosa muy normal, por las razones expuestas.

    Después de escasos segundos, un dolor intensísimo se fue extendiendo por todo mi cuerpo, éste irradiaba desde el pecho y parecía imposible de soportar. Me retorcía como si luchara contra la muerte que se acercaba. Como pude, me incorporé y fui al dormitorio de Juanita, con el fin de que me prestara la ayuda que pudiera. Juanita, trabajaba en el servicio de casa desde pocos meses después de mi llegada a Bolivia en diciembre de 1999 y desde hacía pocas fechas se quedaba a dormir en el domicilio, parecía como si hubiera tenido una premonición.

    Juana, a la que así llamaba en algunas ocasiones, especialmente cuando estaba enfadado con ella, no pudo hacer otra cosa que lo que yo pensaba; ponerme un batín y en pijama bajarme a la calle, donde pudimos tomar un taxi que nos desplazó a la Clínica Alemana, situada en un inmueble colindante con la Embajada de España.

    En el establecimiento hospitalario no había nada más que un médico de guardia solía ser lo habitual, además médicos en prácticas, que una vez que terminaban sus licenciaturas los contrataban las clínicas para atender los servicios de urgencias, especialmente los de noche.

    Nada más entrar en la clínica, el médico de guardia al verme en compañía de una chola, (nombre dado en Bolivia a las nativas que se identifican no solo por su color y aspecto, sino por su atuendo) Juanita lo era, antes incluso de hacerme ninguna otra pregunta ni exploración, nervioso por mi situación y expresiones de dolor, sin saber que hacer preguntó a Juanita:

    —¿Quién se hace cargo de esto?

    Juanita le respondió manifestándole, que el enfermo era un diplomático miembro de la Embajada de España. Ante aquella respuesta el médico me introdujo en una habitación, una especie de consultorio, tendiéndome en una camilla y explorando.

    A pesar de los fortísimos dolores que tenía, observé que aquel licenciado en medicina no tenía ni idea de cómo actuar. Entraba y salía de la sala de reconocimientos, sin hacer absolutamente nada. Pensé que estaba tratando de ganar tiempo para ver la forma de localizar a algún otro médico con experiencia, y que pudiera asesorarle en cómo actuar.

    Desconozco exactamente cómo fueron los momentos posteriores, así como el tiempo que transcurrió, pues me encontraba semiinconsciente por el dolor. Posteriormente por las informaciones obtenidas supe que, después de muchas llamadas telefónicas, aquel médico me puso unos inyectables, por indicación de un doctor que, al parecer había aparecido milagrosamente por la clínica a visitar a un enfermo ingresado en cuidados intensivos. Este otro doctor, con más experiencia que el de guardia, fue el que le aconsejó. Ignoro qué medicamentos me suministraron, pero debieron de ser de aquellos que se suelen recetar con ocasión de fuertes dolores. Desde aquel momento el sufrimiento, gracias a Dios, fue remitiendo.

    Todo lo narrado fue la visión y el recuerdo que tengo de aquella noche; a continuación, Juanita me amplió toda la información, tanto del tiempo que estuve en esa situación, que dijo ser de una hora y media a dos horas, como de otros pormenores acaecidos. Hubo algo que quedó especialmente grabado en m mi mente, fue la pregunta que formuló el médico nada más aparecer Juanita conmigo en la clínica, relacionada con el pago de los gastos que ocasionaba mí presencia allí.

    —¿Quién paga esto?

    Cualquier otra persona en mi situación, que no hubiera podido dar una respuesta parecida a la que dio Juanita, no hubiera sido atendida. Esa era Bolivia, ese era el país donde me encontraba, al que quería tanto y tan a gusto me encontraba, hasta el punto de olvidarme o no querer ver, las muchísimas dificultades y problemas que tenían los ciudadanos para vivir en él. Algo que hoy día me hace cavilar.

    En la mañana del día siguiente, acudieron a la habitación donde me habían ingresado, dos facultativos; un internista y un cardiólogo. Éste último me tomó la tensión arterial y efectuó un electrocardiograma, observando normalidad en ambos, pero advirtiéndome que en el electrocardiograma daba a entender que había tenido algún problema coronario hacía algún tiempo. Me aconsejaron un examen amplio en España a fin de concretar las causas.

    Como quiera que estábamos en la segunda quincena del mes de agosto y era consciente de las vacaciones estivales en España, después de informar a mi familia y concretar momentos para ser atendido en la clínica Sagrado Corazón de Sevilla, a través de mi amigo de la infancia el Doctor Paco Chaves y su esposa, Loli Posadillo, con responsabilidades en dicha clínica, me asignaron fecha para atenderme durante la primera decena del mes de septiembre.

    Viajé a Sevilla el cinco de septiembre con precauciones, me habían aconsejado que debería inyectarme un medicamento, para licuar la sangre durante la escala que hice en la ciudad brasileña de San Pablo, (Sao Paulo). En el referido aeropuerto me administraron lo recetado por el Doctor Casanova, el cardiólogo de la ciudad de La Paz.

    Una vez en Sevilla, tras los pertinentes exámenes médicos, se me realizó una angioplastia o cateterismo, concretándose en que había padecido un infarto de miocardio, que afectaba a una arteria en tres lugares. Para corregirlo me pusieron dos sten, así como un globo o balón que denominan los cardiólogos, en una de las arterias.

    Al salir de la UVI y ser ingresado en una de las plantas de la clínica, mi primera intención fue regresar a Bolivia, nada más que me dieran el alta en el centro hospitalario.

    A pesar de la intervención quirúrgica deseaba continuar en mi destino, bien por responsabilidad, bien porque no hubiera malos pensamientos en cuanto a que se considerara una enfermedad ficticia por parte de mis superiores. Mi sorpresa fue grande cuando me indicaron que tendría una primera revisión al mes de la intervención, otra a los tres meses, una tercera a los seis meses y otra al año y así sucesivamente.

    Durante los días de ingreso en la clínica, fui visitado por familiares, amigos y compañeros, los cuales se interesaron por mi estado de salud. Todos me decían lo mismo; que había nacido nuevamente. Se basaban en el hecho de haber tenido un infarto en un país sin la preparación e instalaciones médicas adecuadas, a tantísimos kilómetros de distancia de España y a lo que se sumaba el encontrarme separado de la familia.

    Yo no estaba de acuerdo con ellos, pero no podía llevar la contraria a tanta gente, únicamente manifestaba que, según los facultativos que me habían atendido en España, me participaron que el tratamiento impuesto por los doctores en La Paz había sido el adecuado.

    También me dio bastante que pensar algo que en aquellos instantes no comenté, algo que me rondaba en la cabeza, me refiero a una información que me facilitó el cardiólogo de La Paz, el doctor Casanova. Este me informó que en la ciudad de la Paz existía una cátedra relacionada con estudios relacionados con la afectación de la altura a las enfermedades del corazón.

    Mientras algunos doctores eran de la opinión que la altura puede salvar a una persona de tener una lesión coronaria debido a la licuación de la sangre, otros opinaban que la presión arterial sube y afecta al corazón.

    Durante mi ingreso en la clínica en Sevilla, uno de mis hijos, en principio tenía mis dudas, pero fue mi hija mayor Mari Loli (no podía ser otra), la que me preguntó:

    —¿Papá, en que pensaste cuando te dio el dolor?

    —Hija, creí que me moría —le respondí.

    Nuevamente me llegó a preguntar.

    —¿En qué pensaste, papá?

    En esta ocasión dudé, no sabía si darle la respuesta que ella esperaba, o la real; opté por esta última y le respondí:

    —Mira hija, lo primero que se me vino a la mente es que me estaba muriendo y que después de tantos años de una vida cargada de experiencia profesional y personal, así como de vivencias, anécdotas, escenarios y fechas en que me tocó vivirla, me lo llevaba todo, absolutamente todo, sin transmitirlo a nadie y sin que quedara la más mínima constancia de la misma.

    La pregunta, así como la respuesta dada me hizo pensar. Hacía tiempo que venía madurando la idea de escribir un libro, memorias o relato, donde plasmar mis vivencias y las experiencias de servicio en la Policía; sobre todo los vividos en Sevilla, una ciudad y en unos años que, a ciencia cierta, fueron fundamentales para la llegada de la democracia a España.

    Durante mi estancia en Bolivia, pensé escribir un libro o novela, donde poder contar todo lo vivido en el país, acompañado por mi entrañable Juanita, especialmente después de mi regreso a España tras el infarto. Pero la vida tan intensa y viajera que llevaba en Bolivia había que vivirla y disfrutarla, lo que me impedía hacerlo.

    Una vez de regreso a España, en situación de jubilado, pensé que sería el momento adecuado para llevarlo a cabo, pero el tener que encerrarme a escribir, estaba reñido con mi forma de ser de siempre: lo mío era la calle.

    Como a todos a los que nos llega este momento, que equivocadamente llaman de júbilo, mi forma de vida tuvo que cambiar, por mucho que no lo deseara. Las aptitudes físicas no eran las mismas que hacía unos años, la mente no se encontraba tan lúcida como antes, eso sí, existía algo muy importante que no tenía con la anterior, disponer de un tiempo para mí, así como ver las cosas con una perspectiva distinta.

    Ahora ya con los años a cuesta, sabiendo que arranca el tiempo de descuento, en esta encrucijada de la vida, en que lo mejor es ser dueño de tu tiempo, hay muchos que lo utilizan para hacer aquello que desearon durante toda su vida activa. Unos lo emplean viajando, otros cultivando sus amistades, otros conservando las antiguas, algunos manteniendo sus aficiones y los que pueden, cuidando de sus nietos, eso sí, todos con el inicio de tal o cual dolencia que nos vino precisamente acompañada de la mal denominada jubilación.

    Quizás por todo esto creo que es el momento adecuado para desarrollar lo que tenía en mente.

    Relacionado con lo expuesto me viene una frase de Ingmar Bergman, que decía: "Envejecer es como escalar una gran montaña, mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena". Poco habría que añadir a la cita de Bergman, si no fuera que igualmente con la edad desaparecen determinados prejuicios que se tienen con otras edades.

    Con lo apuntado, quizás se aminoren muchas deficiencias, tanto es así, que me encuentro después de jubilado escribiendo mi tercer libro. Este último relacionado con la profesión que ejercí durante cerca de cuarenta y cinco años.

    Al escribir, lo hago con el firme propósito de hacerlo con imparcialidad con todo lo que voy a plasmar; casos y anécdotas que tuvieron lugar durante mi carrera profesional. Unos en los que participe directamente y otros, en los que no tuve participación, pero sí un conocimiento de primera mano. Muchos, con el deseo de que no se desvirtúen determinadas verdades, tomándose como ciertas las que otros realicen, erigiéndose como propietarios de la realidad,

    Lamentablemente el momento actual es malo para la escritura, pues el sistema cultural español está muriendo poco a poco y solo atiende a lo que se vive y aprende en las redes sociales. No obstante; si las ramas de los árboles son el soporte para que nazcan las hojas, los libros son la base del conocimiento, sin los cuales seriamos más débiles e ineptos.

    Vivimos una época en la que cualquiera noticia sea del tipo que sea, al ser recogida por los medios de comunicación, en especial la televisión, es creída a pies puntilla por un gran número de personas, es más, si alguna información no sale en los medios, ésta no ha existido.

    Al empezar a escribir, mis dudas estriban en la forma de como poder enfocar los acontecimientos y sus contenidos, así como procurar no vulnerar la intimidad de algunas personas.

    En estos años de jubilado, todo lo contemplo con un prisma muy distinto, quizás con más objetividad, cosa que no tiene nada que ver con los vericuetos e intereses profesionales de un periodo anterior, especialmente cuando se han detentado cargos, aunque estos sean de poca relevancia y responsabilidad.

    Me sucede como a muchas personas de mi edad, se borran los nombres de compañeros del trabajo, de personas, de hechos y cosas, eso me produce una desazón que me acorrala. Es curioso que jamás olvidé el pasado más lejano ni los hechos que acontecieron en mi infancia. Eso sí que está grabado en lo más profundo de mi mente.

    La memoria es una de las funciones humanas más complejas y enigmáticas, es nuestra identidad. Sin nuestros recuerdos, no somos nosotros.

    Con los años te obsesionas con el pasado, porque el futuro va acortándose y el pasado ocupa siempre más espacio en nuestra mente. Cuando miro a mis hijos es cuando comprendo que esto es así, y lo entiendo. Para ellos la existencia es el futuro, para mí lo es el pasado, aunque me queje es inevitable. Te das cuenta de que cada etapa de la vida tiene su parte bonita.

    Siempre dije que no sé si escribo bien, pero sí que tengo mucho que decir. A ello habría que añadirle que, en la actualidad, el escribir forma parte de mi vida, porque escribir es sin duda la mejor manera de ser astuto frente a la muerte. Podemos olvidar lo que decimos oralmente, las palabras se las lleva el viento, pero lo que queda escrito permanece. La escritura es un invento extraordinario que permite que se concreten las emociones y se trasfieran los instantes.

    No puedo pedirle a la vida que se detenga, ese sería mi deseo, pero no está al alcance de nadie y me resisto a ocultar para los restos todo aquello que viví y aprendí durante la misma.

    Una de las intenciones que tengo, es narrar todas las anécdotas y vicisitudes que pudieran ser de interés para el lector de mi vida profesional, sin introducirme en los pormenores de otras, de las que tuve conocimiento y que entiendo pudieran afectar, tanto a personas como a la Seguridad del Estado. En algunos de los capítulos pienso que determinados lectores desearían hubiera sido más explícito, sí fuera así, cada capítulo necesitaría un libro.

    Todo lo que narro tuve la suerte de vivirlo. Con la confianza de que sea ameno y esclarecedor para todos, se encuentra la razón por los que trato de acercarlo a vosotros, sin atender a posibles pretensiones de otros que, posiblemente trataran de reescribirlo.

    Por eso este libro.

    Apostilla del autor

    Antes del inicio de estas memorias me gustaría poner en conocimiento de todos los lectores lo que para mí significa la palabra DEMOCRACIA.

    La democracia es una forma de organización del Estado, en la cual las decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos de participación directa o indirecta que, confieren legitimidad a sus representantes. Ésta es la forma de política ideal en la que deberíamos vivir todos los seres humanos.

    A ella después de la dictadura de Franco, se adhirió España con la Constitución de 1978, que fue refrendada por todos los españoles y por supuesto, por todos los policías que conocí a lo largo de mi vida profesional.

    Para asombro del occidente, España cerró sus heridas con aquella Constitución, y echó las raíces para una gran prosperidad. Con ella se dotó al Estado de un período de bienestar y un modelo de administración autonómica atendiendo a su diversidad. Se organizó una fiscalidad reglada y dio un enorme salto, que en la actualidad ha convertido a España en unos de los países donde mejor se vive del mundo. Un éxito espectacular que debería enorgullecernos y a ayudarnos a avanzar con confianza.

    Capítulo I

    Oposición y escuela general de policia

    Septiembre de 1962 a junio de 1964

    En la Academia Álvarez Quintero de Sevilla, situada en la calle que le daba nombre, se encontraba el centro académico donde se preparaban las oposiciones para ingreso en el Cuerpo General de Policía. Un inspector de policía, extrovertido, de buen carácter, de aspecto bonachón y con una edad algo superior al medio siglo, era la persona encargada de preparar a los opositores.

    Don Francisco Ramos, que así se llamaba el Inspector-preparador, contaba con el reconocimiento y el cariño de sus alumnos, así como con una innegable reputación de su actividad preparatoria en la ciudad.

    Llegué a la academia después de completar los estudios de preuniversitarios en el Colegio Calasancio Hispalense (Escolapios), de Sevilla y estar matriculado durante dos años en la Escuela de Aparejadores a donde llegué el año de su inauguración en 1959, que como indiqué con anterioridad, las enseñanzas allí recibidas no fueran acordes con mis habilidades académicas.

    En este mundo no me fue concedido el don de las actitudes artísticas que, en aquellos años, demandaba la carrera de aparejador. Las líneas y el dibujo requerían de unas habilidades que me eran negadas; me di cuenta tarde. Siempre se aprende. Para ser aparejador o arquitecto durante aquellos años, era necesario haber nacido con determinadas cualidades, de las que yo carecía.

    Nada más matricularme en la academia, me dieron una mala noticia; esta fue la imposibilidad de poder presentarme a la oposición convocada aquel año. No cumplía la principal condición, tener veintiún años. En un principio la desilusión fue grande, pero pronto desapareció, al comprobar que las materias a estudiar eran bastantes y la preparación al ser una oposición debería ser significativa. Era necesario superar en conocimiento a los demás opositores.

    Aquel inspector—profesor me dejó huella. Decía que, si en nuestra intimidad estuviera grabado con claridad el derecho natural, no serían necesarias las leyes, ni los juzgados, ni ningún otro poder coercitivo, porque seriamos nosotros mismos nuestros vigilantes, incluso más severos e implacables, pero en esta vida no se puede confiar en el ser humano para que éste pueda ser culpable y juez al mismo tiempo. Por lo que era necesaria la Policía.

    El acento andaluz

    Durante aquella etapa de mi vida, cuando los españoles salíamos de nuestras regiones nos identificaban por el acento o "deje". Las relaciones no eran tan fluidas como fueron posteriormente, de ellas fueron culpables nuestros medios de comunicación. Al salir de nuestra tierra, los andaluces éramos reconocidos de forma inmediata por nuestro acento, lo comprobé durante los exámenes orales de la oposición.

    Con la exposición de mi examen oral observé como los miembros del tribunal, cada vez que respondía a sus preguntas, se reían, no a carcajadas, pero sonreían. Pensaba que la razón de ello vendría originada por mis respuestas tan exhaustivas, rayanas en la perfección, como me ocurría durante mi juventud en el colegio.

    Una vez terminada mi exposición, consulté con los compañeros; éstos, a mis incesantes preguntas respondieron que, las sonrisas que yo percibía se debían a mi acento tan pronunciado del andaluz, especialmente al uso del seseo.

    Pude confirmarlo al comprobar, como mucho de ellos también sonreían al hablar conmigo.

    Escuela General de Policía

    Al llegar a la Escuela acababa de cumplir veintiún años, no había realizado aún el servicio militar y nunca había salido de casa de mis padres. Siempre me dediqué única y exclusivamente al estudio. La nueva situación que me veía venir hacía que tuviera cierta inquietud. Me preocupaba vivir sólo, no me imaginaba hacer frente a la vida sin la presencia de mis padres.

    No teníamos parientes en Madrid; tendría que buscar un alojamiento durante mi estancia

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