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Aromas de café y especias
Aromas de café y especias
Aromas de café y especias
Libro electrónico218 páginas3 horas

Aromas de café y especias

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El amor verdadero es capaz de superar todas las adversidades.
Cuando el doctor Anjay y su bella mujer Parvani deciden dejar la cómoda residencia en la que viven en su lejano país, y viajar a la ciudad de Venecia, no sospechan, ni por asomo, lo que el destino les va a deparar en la enigmática ciudad.
Acuden buscando una solución al grave problema que atenaza su existencia, pero hasta su propia vida en común y su gran amor mutuo van a sufrir un cambio inesperado del que van a tener que salir con algo mas que buena voluntad.
En sus existencias, un ser inanimado, pero con gran vitalidad para ellos, los conducirá a conocer el verdadero amor, mucho mas allá de lo que un simple mortal pudiera esperar.
Aromas de café y especias es una novela romántica donde la aventura trepidante se mezcla con un amor intenso entre los protagonistas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jul 2022
ISBN9788411234658
Aromas de café y especias
Autor

Juan Carlos Hervás Botella

Licenciado en medicina y cirugía, especialista en pediatría. Máster en escritura y narración creativa, edición y corrección de textos. Autor de novelas de aventuras y románticas y de varios cuentos. En su obra se descubre, de inmediato, un gran amor y un gran conocimiento de la naturaleza y de la realidad humana, así como una sensibilidad notoria hacia los problemas de la gente que le rodea, y que plasma en todas sus novelas.

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    Aromas de café y especias - Juan Carlos Hervás Botella

    CAPÍTULO 1

    LA DECISIÓN

    Hacía días que Anjay lo tenía decidido, pero hoy por fin se lo diría a su mujer Parvani. Sería al mediodía, a la hora de la comida.

    Anjay se despidió de su mujer, como todos los días, con un beso en la mejilla.

    –Hasta luego Parvani –le dijo su marido.

    –Hasta luego, Anjay, que tengas una buena mañana –le contestó Parvani.

    Y se dirigió, como siempre, a la hora en punto, a la planta baja de su mansión, donde se encontraba su clínica de medicina. Pero a diferencia de los últimos meses, hoy se encontraba un poquito más animado, aunque su seriedad seguía siendo manifiesta.

    Anjay y Parvani, de origen hinduista, eran un matrimonio muy bien avenido. Se amaban profundamente, a pesar de las dificultades por las que venían pasando desde que sellaron su matrimonio con una unión religiosa.

    Aunque Anjay había estudiado en Europa y su educación había sido occidental, ahora trataba de amoldarse a las costumbres de su país. Era una persona de complexión mas bien fuerte y de buena estatura, de tez bastante morena y bien parecido.

    Había regresado, ya como médico, para contraer matrimonio con su amor de siempre, Parvani. Ella era envidiada por su belleza y elegancia y por su discreción y bondad, en su entorno aristocrático y en toda la ciudad.

    Contrajeron matrimonio hacía unos años y no sólo porque sus padres así lo hubieran concertado desde niños, sino porque, no recordaban desde cuando, se habían amado.

    Se conocían desde muy pequeños, pues desde siempre habían jugado juntos, dado que sus familias eran muy amigas y ellos ya se habían prometido en la adolescencia.

    Incluso cuando él se marchó a Europa a estudiar y ella se quedó allí, aprendiendo las labores propias de su educación como mujer, habían permanecido siempre fieles.

    Se adoraban y no cabía en sus mentes otro amor mas que el que se profesaban los dos.

    Disfrutaban de una situación acomodada en la alta sociedad en la que los habían introducido sus padres.

    Él, médico de profesión y de vocación, había regresado a su ciudad natal, donde su padre, un importante mercader, le había montado una clínica propia, con todos los adelantos de la época y desde entonces trabajaba allí y muy a gusto.

    La clínica le proporcionaba buenos ingresos económicos, y así habían visto aumentar su riqueza, considerable y progresivamente.

    Atendía, con prioridad, a la sociedad mejor acomodada de su ciudad, aunque no tenía ningún miramiento si tenía que atender a gente necesitada o que hubiera caído en desgracia y no pudieran pagarle, no le importaba y de buen grado los socorría.

    Aunque su padre, Narsi, le insistía muchas veces: Anjay, no debes atender a los que no te paguen, para eso están los servicios sociales de caridad, que vayan allí.

    Pero a Anjay le gustaba hacerlo, además, los servicios sociales de caridad dejaban mucho que desear y así se sentía mejor y su fama de buen médico se extendía con rapidez por toda la ciudad.

    Aquella mañana de trabajo, Anjay, poco a poco, se iba poniendo cada vez mas nervioso. En su cabeza no paraba de darle vueltas a la conversación que mantuvo, hacía unos días, con Mitali, su buen amigo, un próspero mercader con quien mantenía una muy buena relación desde la infancia y cuya conversación había desembocado en la decisión que ahora mismo había tomado.

    Mitali, era de su misma edad, bien parecido y distinguido, y había cosechado también una buena fortuna. Sus caminos se habían separado desde que dejaron de estudiar juntos, pero continuaban relacionándose muy a menudo.

    Anjay terminó de ver al último paciente de la mañana, cuando ya el aroma a especias propio de la comida del mediodía, se iba instaurando poco a poco en sus fosas nasales, y se despidió de su enfermera:

    –Hasta mañana Sunila, que tengas buena tarde –le deseó Anjay.

    –Hasta mañana doctor –le contestó Sunila, terminando de recoger los instrumentos médicos.

    Sunila, era su enfermera desde hacia varios años, era una mujer viuda, que aun conservaba parte de su atractivo juvenil. Era de mediana edad, y sus familias siempre habían sido amigas, por ello, cuando enviudó, Anjay, gustoso, la contrató para trabajar con el, pues sabía de su necesidad y de su gran responsabilidad.

    Anjay, se dirigió a la estancia superior de la casa donde se encontraba el comedor, y allí, como todos los días, entrando en la rutina diaria, le esperaba su amada esposa.

    –Hola Parvani, ¿como has pasado la mañana? –le preguntó con educación Anjay.

    –Muy bien, Anjay, ¿y tu que tal?, ¿como te ha ido la consulta hoy? –le respondió Parvani.

    –Bien, ya sabes, como siempre, con bastante trabajo –le dijo Anjay, acomodándose.

    Los dos se dispusieron a comer, los sirvientes les ofrecieron el almuerzo, como todos los días, pero en el rostro de Anjay, hoy había una extraña expresión.

    Parvani lo conocía muy bien y sabía, a la perfección, que algo raro le pasaba. Ella lo respetaba profundamente y con el amor que le profesaba, jamás se habría atrevido a mostrarle el mas mínimo gesto de desaprobación a su actitud.

    Por fin, con su habitual dulzura, le preguntó:

    –¿Que te preocupa Anjay, quieres contarme algo?.

    –Pues sí, Parvani –le contestó su marido con rapidez, como si estuviera esperando una oportunidad para empezar a hablar –deseo que comentemos un tema que sabes que me preocupa mucho y a ti también. El doloroso problema de que no podamos tener descendencia.

    Se hizo un silencio sepulcral. Durante un buen rato nadie habló, y hasta los sirvientes, con discreción, desaparecieron de la vista de ambos.

    Era un tema muy delicado que ambos habían tratado en numerosas ocasiones, pues llevaban casados unos cinco años y no habían podido tener todavía descendencia.

    Ella se había sometido a múltiples exploraciones, de todo tipo, y a tratamientos, aveces muy dolorosos y desagradables, sin ningún resultado satisfactorio hasta la fecha.

    Hasta él mismo, desafiando las costumbres y tradiciones de su pueblo, se había mandado realizar algunas pruebas, pero los resultados habían sido siempre negativos.

    Por fin, Anjay, continuó la conversación

    –Pues verás, el otro día, cuando vino a vernos mi amigo Mitali, el mercader, ya sabes, estuvimos, después de cenar, dando un largo paseo por el jardín.

    –Sí, lo recuerdo muy bien –dijo Parvani.

    –Y mantuvimos una interesante conversación sobre el tema que nos preocupa, ya sabes...

    –Se que Mitali es tu mejor amigo –intentó ayudarle comprensiva Parvani.

    –Es verdad, y sabes que confío plenamente en él. Pues bien, me estuvo contando una historia sobre Venecia, ¿sabes?, esa bella ciudad que se encuentra al otro lado del mar.

    –Sí, he leído bastante sobre ella, es muy hermosa y especial –contestó Parvani.

    –¡Parvani, me aseguró Mitali que esa ciudad tiene un efecto muy beneficioso sobre la maternidad! –y Anjay se emocionó al hablar, hasta el punto que se le quebró la voz– dice que en sus viajes allí, siempre le cuentan historias fascinantes sobre ella, y muchas de esas historias hablan de como es posible dejarse seducir por su encanto, y de como las mujeres, no se sabe bien porque, se vuelven fértiles allí.

    Dicen que, con bastante seguridad, es por el poderoso influjo que tiene la luna en aquellas tierras.

    –Mi querido Anjay –tomó la palabra Parvani, con delicadeza– si me permites que te diga algo, se que tu intención es buena, que no deseas nada mas en este mundo que tener descendencia, pero ¿no te parece que eso es fantasear?, ¿que tu como médico no debes creer en esas cosas?, son imaginaciones de la gente y habladurías.

    –Pero, Parvani, él me aseguró...–le interrumpió Anjay.

    –Mi amor, se que estás muy desesperado con este problema –continuó Parvani– pero, lo que mas me dolería es que te hicieras falsas ilusiones con esto de nuevo, te amo demasiado para verte sufrir aún mas–y le cogió con ternura la mano, dándole así, si cabe, mas fuerza a sus palabras.

    –Pero, Parvani, ¡me lo ha asegurado! –contestó ahora, con firmeza Anjay –y Mitali es una persona sensata, que nos tiene mucho aprecio. Sólo te digo que probemos a ver si es verdad. No nos va a hacer ningún mal probarlo. Hay cosas, y lo veo todos los días, que no tienen ninguna explicación científica, y sinembargo, son verdad. Vamos a probarlo, esta vez no te vas a tener que someter a pruebas o a tratamientos dolorosos, te lo aseguro.

    –¿Y que vas a hacer con la consulta? –preguntó preocupada Parvani– ¿y cuanto tiempo vamos a estar fuera?.

    –Pues calculo que el viaje nos puede llevar tres o cuatro meses, mas o menos. No debemos preocuparnos por el dinero, tenemos suficientes bienes. Sería, como unas vacaciones, aunque no sea tiempo de verano, creo que nos vendrán bien. Sabes que llevo dedicándome a la consulta casi sin parar durante varios años y aunque disfruto con ella, pienso que no estaría nada mal un descanso.

    –Está bien, esposo mio –le contestó complaciente Parvani– si es tu deseo, yo no voy a contradecirte en absoluto, y te veo tan decidido…, pero habrás pensado en decírselo a tus padres ¿no?.

    –Desde luego –le contestó Anjay, y acto seguido la besó dulcemente y le dijo– eres tan adorable y tan comprensiva, eres la mejor mujer del mundo–Anjay no podía ocultar su alegría, ni desde luego tampoco su amor hacia ella.

    Parvani accedió, no quería contrariar a su marido, pues era consciente de lo que le preocupaba no poder tener hijos. Era bien conocedora de que en su sociedad el no tener descendencia no se contemplaba, era como una maldición, la descendencia era algo poco menos que sagrado. Y además, tenía bien sabido que cuando él se empeñaba en una cosa, no había quien lo parara. Eso tenía sus pros y sus contras, y la verdad era que, hasta entonces, en el resto de sus proyectos, no les había ido tan mal.

    Además, le apetecía mucho conocer esa ciudad tan lejana y de la que tanto había oído hablar. Parvani tenía un pequeño defecto, si es que se lo podía considerar como tal: era bastante curiosa.

    Esa misma tarde los esposos se dirigieron hacia la casa de los padres de él, que distaba unos cientos de metros de la suya propia, ambas situadas en la parte residencial de la ciudad, apartadas del bullicio y de la aglomeración de las gentes.

    Allí vivían Narsi, el comerciante próspero y su mujer, Sundai, padres de Anjay y de Nirmala, su hermana pequeña, una hermosa jovencita.

    Nirmala, había nacido cuando ya nadie la esperaba, y se había convertido para ellos en la hija de su ancianidad, y en su alegría.

    Los padres de Parvani habían muerto en un accidente prematuramente, cuando ella contaba con cinco o seis años de edad y entonces los padres de Anjay gustosamente, por sus tradiciones y por el cariño que le tenían, se habían hecho cargo de ella. Parvani era hija única.

    La habían educado como un hijo más y como era de esperar, ella les estaba muy agradecida. Les tenía un gran cariño, y su adopción tan generosa había atenuado y mucho el sufrimiento por la pérdida de sus padres.

    Al llegar a la estancia principal, el aroma a té y a café recién hecho les envolvió, y descubrieron a sus padres descansando con tranquilidad y relajados.

    Muy a menudo, tanto ellos como sus padres, acudían a una u otra mansión, sin previo aviso, para saludarse y conversar tomando sus infusiones preferidas en las largas tardes, sobretodo del verano.

    No pocas veces hasta coincidían por el camino que unía ambas residencias, dando un paseo, cuando el tiempo lo permitía y lejos de la temporada de las fuertes lluvias.

    –Buenas tardes, padres, ¿como están? –preguntó Anjay nada mas llegar– ¡venimos a darles una noticia! –exclamó con ganas, como deseando deshacerse de algo que le oprimiera mucho, lo antes posible.

    –¿Que noticia es esa que os ha traído hoy hasta aquí con tanta premura, hijos? –le contestó su padre, Narsi.

    –Pues, el caso es que, tenemos pensado realizar un viaje en breve. Sí, un viaje a Venecia –contestó Anjay con determinación.

    –Pero hijo, ¿vais a emprender otro viaje? –pregunto Narsi, su padre– ¡y tan lejos!. Sabes que no está exento de peligros, el viaje allí hay que hacerlo por mar y por tierra. Yo he ido varias veces y es un viaje largo y pesado y con muchas dificultades, y mas si vas a ir con Parvani.

    –No padre, siento contradecirle, pero se que ahora el viaje se hace por mar en su totalidad, me lo ha contado mi amigo Mitali, que como sabrás, ha estado varias veces allí en los últimos años, y me ha asegurado que ahora es bastante mas cómodo llegar. Él mismo en persona nos lo ha organizado todo. Lo tenemos decidido, padre, salimos pasado mañana.

    –Y ese viaje, ahora, en estas fechas, ¿porque motivo? –preguntó su madre, Sundai– no será para someter a Parvani a mas pruebas de esas, ¿no?.

    –No, madre, nunca la someteré a mas pruebas médicas, eso ya lo saben. Está decidido, saldremos en dos días.

    –Bueno, Anjay –intervino su padre, intentando relajar la tensa situación que se había creado– conociéndote, se que no vamos a hacerte cambiar de opinión, tienes bien puesto el nombre: Anjay, que como bien sabes quiere decir: el invencible. Sentaros, relajaros y tomaros un té con nosotros. Supongo que viajaréis en un buen barco y que lo tendrás todo bien planeado, ¿no?.

    –No lo dude, padre –intervino Parvani, hasta ahora expectante– lo tiene todo bien calculado, conociéndole..., y no se preocupen, que estaremos bien.

    *

    –No se porqué, pero me da la impresión, que vuestro viaje tiene relación con el tema que os preocupa tanto, hijos –continuó hablando Narsi– se que esa ciudad esconde misterios que tal vez os hayan seducido sólo con haberlos oído nombrar, la conozco bien. Yo también deseo tener un nieto pronto, se que al final lo conseguiréis.

    En ese momento Parvani se aproximó a Narsi y le besó con mucho cariño, como tantas veces solía hacer, y luego besó a Sundai. Ambos ancianos se relajaron de inmediato y miraron con gran dulzura a su hija adoptiva.

    –No quiero que se preocupen mas, los queremos –dijo Parvani.

    Narsi, aún sentía la necesidad de hablar mas sobre el tema, a pesar de la actitud, algo cortante de Anjay, así que, continuó diciendo:

    –Sabéis que podéis contar con mi dinero para lo que preciséis, por lo menos de momento. Las cosas están cambiando y el oficio nuestro, el de mercader, por lo menos como lo entendemos hasta ahora, se está terminando y no sabemos que pasará en adelante.

    –¿A que se refiere, padre? –preguntó Anjay.

    *

    –Ahora están surgiendo otras formas de comercio –prosiguió Narsi– el comercio a gran escala se está imponiendo, los países mas modernos están muy interesados en la mercadería, supongo que será normal, cuando estamos ya a las puertas del siglo veinte. Eso es lo que mas se comenta ahora.

    –Pero, por Dios, tener mucho cuidado –dijo su madre, Sundai, con lágrimas en los ojos– no os tenemos mas que a vosotros y a vuestra hermana Nirmala.

    En ese preciso momento y como si estuviera esperando ser nombrada, Nirmala apareció de repente, como un torbellino, como siempre, corriendo, pero esta vez era que había oído la voz potente de su querido hermano Anjay y dejando sus tareas escolares, había emprendido el descenso veloz por la barandilla de la escalera desde su cuarto hasta la estancia inferior.

    –¿Qué pasa, porque estáis todos tan serios y porque mamá esta llorando? –exclamó Nirmala con cara de preocupación, nada mas entrar en la sala.

    –Nada Nirmala, que nos vamos de viaje, de nuevo –le contestó Parvani, intentando tranquilizarla. Pero volveremos pronto.

    –Y, ¿a donde vais? –preguntó su hermana– ¿muy lejos?.

    –Bueno, vamos a Venecia –le contestó su hermano, ya mas tranquilo.

    –¿A Venecia? ¿y yo puedo ir con vosotros? –preguntó con interés Nirmala– me gustaría mucho ir allí.

    –No, no puedes –le contestó Anjay tajante– nos vamos solos, es importante.

    Nirmala se quedo algo triste por la respuesta no muy amable de su hermano, pero casi a la vez, como marcaba su carácter, volvió a reírse nerviosa y a abrazar y a besar, sin rencores, a sus hermanos.

    Se despidieron de sus familiares, y los dos, muy juntos, se dirigieron a su hogar, ya mucho mas tranquilos con la bendición, aunque a regañadientes, de su padre y deseando pasar aquella noche

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