El día de los muertos vivientes en Brasil
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En 1918, un barco llega al puerto de Río de Janeiro. Al interior se ha desatado una enfermedad.
Hay muertos y mutilados, y los únicos sobrevivientes son un grupo de médicos. Las autoridades deciden dejarlos encerrados y los ven morir de hambre.
Uno de ellos escapa y luego de perder a su familia, encuentra refugio en la favela, donde tratará de encontrar una cura, experimentando con los habitantes más pobres de la ciudad.
Esta decisión y las acciones genocidas del gobierno, cambiarán el rumbo de Brasil para siempre.
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El día de los muertos vivientes en Brasil - Alejandro Aulestia
Alejandro Aulestia
El Día de los Muertos Vivientes en Brasil
Copyright © 2022 by Alejandro Aulestia
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Esta novela es enteramente una obra de ficción. Los nombres, personajes e incidentes retratados en él son obra de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, eventos o localidades es pura coincidencia.
Alejandro Aulestia hace valer el derecho moral a ser identificado como autor de esta obra.
Primera edición
ISBN: 978-9942-42-339-9
A Ximena Tapia
Y en aquellos días los hombres buscarán la muerte, pero no la hallarán; y ansiarán morir, pero la muerte huirá de ellos.
Apocalipsis 9:6 RVR1960
Contenidos
Agradecimiento
El Día de los Muertos vivientes en Brasil
Sobre el Autor
Otros títulos
Agradecimiento
Con el apoyo del Instituto de Fomento a la Creatividad y la Innovación
.
El Día de los Muertos vivientes en Brasil
Balboa Cachino Romero, conocido también como la Cachina
, fue un ambicioso director de teatro que se cansó de entretener a los turistas europeos con obras teatrales que bordeaban lo pornográfico. Una de sus obras más famosas, La Cochinita
, trataba sobre una orgía que se celebraba un día antes de un desastre nuclear, en el carnaval de Río. Era una comedia que retrataba los últimos momentos de la humanidad durante el apocalipsis. En la obra, Cachino Romero sugirió a los actores realizar actos sexuales convincentes. El elenco estaba conformado en su totalidad por hombres heterosexuales, la mitad de ellos travestidos con pelucas e implantes. Cachino Romero dijo en una ocasión que escribió y montó la obra por despecho y con claras intenciones de burlarse no solo de los actores, que en esa época eran idolatrados por su masculinidad y alta promiscuidad, sino también del público que acudía al teatro, al que consideraba pedante y elitista.
Para su sorpresa la obra fue un éxito y le trajo fortuna y renombre.
Luego de ese éxito, continuó montando obras con la misma desidia y deseo de burlarse del statu quo del medio teatral brasileño, logrando cada vez más fama y hasta un lugar en la placa conmemorativa del Teatro Municipal de Río de Janeiro. Incluso cuando en las entrevistas desvelaba sus intenciones, la crítica y el público lo seguían ovacionando, creyendo que se trataba de una personalidad excéntrica digna de un verdadero artista. No fue hasta que, en 1956, realizó el documental: La muerte de las ratas
, que las estrellas de la fama dejaron de brillar para él.
El sueño de Cachino Romero siempre había sido dedicarse al cine, a pesar de que en su época siempre fue considerado un arte infinitamente menor al teatro. En sus archivos personales descansan una centena de guiones que nunca fueron producidos. Muchos de estos textos serían imposibles de llevar a la gran pantalla, incluso con la tecnología actual. Se trata de obras extensas y de género épico, con excesos, exageración y violencia. Los personajes nunca parecen aprender nada de los temas planteados y las tramas se pierden en laberintos de giros dramáticos.
Dos de sus guiones representan magistralmente sus cualidades de cineasta fallido. Uno está escrito a manera de ensayo y funcionó como el tratamiento de su documental sobre los sanatorios mentales, y el otro es un guion de ficción titulado: El Día de los Muertos vivientes en Brasil
, que trata sobre la pandemia de gripe española que atacó a Río de Janeiro en 1918.
En estos textos se hace evidente los dos temas que siempre obsesionaron su pensamiento: Un repudio total a los políticos y militares de su época y una completa falta de fe en la humanidad del ciudadano brasileño y, por lo tanto, latinoamericano.
La película empieza con un barco encallado en un puerto de Río de Janeiro.
El silencio y la neblina dan la idea de que está abandonado.
Una mano, o lo que queda de una mano, golpea el vidrio de uno de los portillos. No es una mano cortada y, sin embargo, sangra. Luego de varios golpes, la carne se desprende y comprendemos que la mano no tenía piel.
Al interior del barco se ha desatado una terrible enfermedad. No está claro si se trata de la misma gripe que atacó a los europeos en plena guerra mundial o una nueva especie de virus, con síntomas mucho más terribles.
Por los diálogos aislados de los estibadores, sabemos que la tripulación del barco está conformada por médicos brasileños que han ido a realizar campañas sanitarias en el continente Africano. Se insinúa que han contraído la enfermedad en esas selvas y se especula que los médicos tuvieron que alimentarse de carne humana, para satisfacer los requerimientos culturales de las tribus salvajes. Otros hablan de que no han ido a ejecutar ninguna campaña sanitaria, sino a experimentar con la pobre gente africana que apenas tiene para comer y no tiene forma de levantar la voz ante la opresión colonial.
Sea como sea, Cachino Romero deja estas especulaciones sin resolver para que la imaginación del espectador divague entre las distintas posibilidades.
Lo único cierto es que al interior del barco había 168 personas, de la cuales 157 han muerto. Las 11 restantes, están suplicando por medio de telegramas que los dejen desembarcar antes de que sea demasiado tarde. En medio del agudo repiqueteo de los telégrafos, ingresa el doctor Antonio Faula, el burócrata encargado de las decisiones sanitarias en el puerto.
Faula es un hombre de unos setenta años, con los pantalones hasta el pecho y tirantes apolillados. Huele a humedad y jabón y hace años fue el ministro de salud más importante en la joven historia del Brasil republicano. Pero nadie se acuerda de él y hasta este día, nunca había tenido que tomar decisiones relevantes en el puerto. Sus tareas se limitan a medir correctamente la cantidad de raticida que se coloca en las bodegas o a revisar la veracidad de los certificados de salud de los trabajadores.
Ahora, después de veinte años, vuelve a tomar una decisión importante: Bajo ningún motivo se debe dejar salir a los tripulantes del barco.
Con esto quiere decir que los tripulantes están obligados a realizar una cuarentena estricta.
Si los dejamos ahí adentro, se van a morir de hambre
, dice uno de los estibadores del puerto.
Faula lo mira un rato antes de responderle que si quiere salvar a uno de esos once, se prepare para ver la muerte de cada habitante de Río de Janeiro, incluyendo su esposa y sus hijos.
El estibador no entiende bien si Faula lo está amenazando por sugerir lo piadoso o si está hablando en serio.
Ni siquiera tienen agua
, dice otro estibador.
Esta vez Faula no responde y se retira a su oficina.
Viejo loco
, dice el estibador.
Los días pasan y