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Entre la Independencia y la pandemia: Colombia, 1810 a 2020
Entre la Independencia y la pandemia: Colombia, 1810 a 2020
Entre la Independencia y la pandemia: Colombia, 1810 a 2020
Libro electrónico1292 páginas16 horas

Entre la Independencia y la pandemia: Colombia, 1810 a 2020

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Entre la Independencia y la pandemia es un libro apasionante y retador que recoge los hechos importantes de la historia de Colombia para entender con perspectiva los grandes dilemas de nuestro presente: ¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades de Colombia? ¿En qué somos distintos de los países vecinos? ¿Quiénes son los culpables de la violencia? ¿Qué tan débil es de veras el Estado colombiano? ¿Cómo se han hecho las grandes fortunas? ¿vendrá la paz estable y duradera después del millón de muertos que ha causado nuestra violencia? Al fin de cuentas, ¿para dónde va Colombia en los próximos años y cómo podríamos hacer mejor ese futuro?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 may 2022
ISBN9789585586901
Entre la Independencia y la pandemia: Colombia, 1810 a 2020

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    Entre la Independencia y la pandemia - Hernando Gómez Buendía

    Hernando Gómez Buendía

    Fundación Razón Pública Rey Naranjo Editores

    © Hernando Gómez Buendía, 2021

    © 2021, Fundación Razón Pública

    © 2022, Fundación Razón Pública y Rey Naranjo Editores

    DISEÑO

    Rey Naranjo Editores

    Edición Mario Jursich Durán / Amaral Editores SAS

    Primera edición: marzo de 2021

    Segunda edición: abril de 2022

    ISBN: 978-958-5586-89-5

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier medio, sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

    Al millón de caídos en nuestra guerra inútil.Y a Clarita, por todo.

    La historia no es una colección de nombres, fechas y acontecimientos.La historia lo explica todo: nuestras acciones, nuestro saber y nuestras decisiones.

    —Del folleto promocional del programa de historia de la Universidad de New Brunswick.

    I La paradoja: Doscientos diez años de balas y de votos

    El hallazgo

    Las dos historias son la misma historia

    Entre 1964 y 2016, la política en Colombia estuvo dominada de manera creciente por el conflicto armado entre las FARC y las fuerzas del Estado. A este período de cincuenta y dos años habría que sumarle los desarrollos y consecuencias del Acuerdo para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera que se firmó el 24 de noviembre de 2016, así como los hechos que llevaron a la fundación oficial de las FARC el 27 de mayo de 1964 y que los historiadores suelen remontar al período de La Violencia que estalló el 9 de abril de 1948 o a los conflictos campesinos y obreros de las décadas de 1920 y 1930. Además del Estado y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP), en esta fase de la violencia colombiana participaron más de cuarenta organizaciones guerrilleras (en especial el Ejército de Liberación Nacional, ELN, el Ejército Popular de Liberación, EPL y el Movimiento 19 de abril, M-19), así como grupos paramilitares y narcotraficantes —e incluso, entre 1984 y 1993, la guerra contra el cartel de Medellín pasó a ocupar el centro de la agenda pública—.

    La violencia de 1964 a 2016 fue la fase más reciente de una serie de conflictos armados que comenzó con la guerra entre federalistas y centralistas de 1812 a 1814, la Reconquista española de 1815, las guerras destructivas de la independencia, más de medio centenar de guerras locales o alzamientos militares en distintas regiones del país y otras ocho guerras civiles de alcance nacional a lo largo del siglo XIX, incluyendo la sangrienta Guerra de los Mil Días entre 1899 y 1902. Vino luego la paz de medio siglo (1902-1948), ya interferida por algunos brotes de violencia en las décadas de 1920 y 1930, que se quebró a partir de 1948 y desembocó en el bien o mal llamado conflicto armado interno a partir de 1964.

    Esa larga cadena de violencia ha sido parte sustantiva del proceso de construcción del Estado colombiano y por lo tanto su explicación remite a las pautas o rasgos esenciales de la evolución política, económica, social y cultural de Colombia desde comienzos del siglo XIX. Los historiadores suelen describir esa evolución a la luz de los regímenes políticos vigentes y así después de la Conquista (1492-1550) y la Colonia (1550-1810) distinguen las etapas o períodos de las Provincias Unidas de la Nueva Granada (1810-1819), la Gran Colombia (1819-1831), la República de la Nueva Granada (1831-1858), la Confederación Granadina (1858-1863), los Estados Unidos de Colombia (1863-1886) y la República de Colombia, que a su vez subdividen en la República Conservadora (1886-1930), la República Liberal (1930-1946), La Violencia o la dictadura conservadora (1946-1957), el Frente Nacional (1957-1974), el, digamos (por ahora) bipartidismo competitivo (1974-1991) y lo que alguien quizás llamaría el multipartidismo de los últimos años.

    Para entender mejor la historia de Colombia, este libro propone agrupar esas etapas y distinguir apenas tres períodos: el de las guerras en el centro (1810-1902), el de la construcción del orden conservador (1902-1964) y el de las guerras en la periferia con construcción acelerada del Estado, que comenzó 1964 y tuvo un punto de inflexión en 2016.

    Las principales guerras en la periferia terminaron con la desmovilización del M-19 en 1990, la muerte de Pablo Escobar en 1993, la desmovilización de la Autodefensas Unidas de Colombia en 2006 y el Acuerdo de La Habana que puso fin al conflicto con las FARC. Hoy subsisten algunos grupos guerrilleros (frentes del ELN, disidencias de las FARC y del EPL), persiste la violencia contra líderes o activistas populares (así como contra guerrilleros desmovilizados) y varios grupos armados organizados (GAO) continúan operando en distintas regiones del país. Inclusive en las grandes o medianas ciudades se repiten las olas de asesinatos, casi siempre asociadas con el sicariato y el tráfico de drogas.

    Por eso mismo la violencia sigue siendo uno de los problemas más graves de Colombia: aunque tras el acuerdo con las FARC la tasa de homicidios se ha reducido a sus niveles más bajos en medio siglo, todavía hoy ronda las veinticuatro muertes anuales por cien mil habitantes, cuatro veces más alta que la tasa del mundo en su conjunto y una de las más elevadas de América Latina. Las estadísticas y estudios comparativos confirman que los altos niveles de violencia no han sido una excepción sino más bien una constante en la historia de Colombia, donde las luchas sociales, las economías ilícitas, la delincuencia organizada y la criminalidad ordinaria se han conjugado con los conflictos propiamente políticos hasta hacer de nosotros un país singularmente violento.

    Esa violencia sin embargo ha coexistido con la práctica casi constante de elecciones desde 1821. Y puesto que las balas y los votos como vías para acceder a los cargos del Estado o para definir el rumbo de las políticas públicas parecen excluirse mutuamente, la prolongada y accidentada convivencia entre violencia política y democracia electoral suele ser destacada por los historiadores y analistas como la gran paradoja de Colombia. Por eso es bueno presentar la otra cara de la moneda y resumir también la trayectoria de nuestra vieja democracia:

    —Colombia fue uno de los primeros países del mundo moderno en adoptar la democracia como forma de gobierno. Desde el momento mismo de la independencia, los colombianos optamos por organizarnos como una república, lo cual implica que las elecciones sean el único método para acceder a los cargos superiores del Estado y que además exista una efectiva división de poderes entre las ramas del poder público.

    —De hecho, habríamos sido uno de los países que ha realizado más elecciones presidenciales y parlamentarias en el mundo. Aunque no hay estadísticas exactas, Colombia ha sido desde su nacimiento un país electorero por excelencia... la experiencia colombiana se distingue en el panorama latinoamericano y mundial, no por sus vicios y limitaciones, sino por la cantidad misma de elecciones habidas, que se convirtieron para bien o para mal en un rasgo característico de la nacionalidad. Uno más característico, históricamente, que la famosa violencia de que tanto se habla¹.

    Pero a renglón seguido hay que advertir que esta sólida tradición republicana no implica que las elecciones hayan sido impecables; de hecho, hasta mediados del siglo XX las elecciones estuvieron plagadas de fraude o de violencia y desde entonces se verían afectadas por el clientelismo y por la corrupción. La tradición republicana tampoco implica la ausencia de golpes militares, cierres del Congreso o gobiernos autoritarios; más bien hay que decir que estas rupturas o serias perturbaciones de la democracia han sido relativamente escasas, de corta duración, blandas o poco represivas y en todo caso resultantes, siempre, de momentos intensos de violencia política. En efecto:

    —De los ciento diecisiete jefes de Estado en propiedad que hemos tenido desde la declaración de independencia, ocho accedieron al poder por medio de la fuerza y lo hicieron en medio de la guerra contra España (Sámano y Bolívar), como causa inmediata (Melo) o en medio de una guerra civil (Nieto, Mosquera, Acosta y Marroquín), o como reacción a un pico de violencia política (Rojas Pinilla).

    —Mientras que en casi todos los países latinoamericanos el siglo XIX estuvo dominado por dictadores que retuvieron el poder durante mucho tiempo, en Colombia la duración media de los presidentes fue de catorce meses y los que más tiempo estuvieron en el cargo (Tomás Cipriano de Mosquera y Rafael Núñez) lo hicieron en períodos discontinuos. Durante el siglo XX los gobernantes colombianos permanecieron en promedio dos y medio años en la Presidencia, cuando en otros países de América Latina se presentaban las prolongadas dictaduras populistas de mediados de siglo y las duras dictaduras militares de finales del siglo.

    —En diecisiete de las cuarenta y nueve elecciones presidenciales que tuvimos entre 1833 y 2018, el principal partido de oposición no presentó candidato. En 1853, 1864, 1874, 1878, 1880, 1882, 1884, 1892, 1934 y 1938 no hubo candidato del conservatismo, mientras que en 1861, 1892, 1904, 1910, 1914, 1926 y 1949 no hubo candidato del liberalismo. Durante el siglo XIX, sin embargo, el presidente era elegido por el Congreso o por un colegio electoral, de modo que el partido opositor sabía de antemano que su candidato no podía ganar. En muchas de esas ocasiones, además, compitieron varios candidatos del partido en el gobierno, en otras ocasiones el partido opositor apoyó a un gobiernista disidente y esa abstención casi siempre fue un preludio más o menos cercano de estallidos de violencia.

    —Los momentos o períodos de autoritarismo en Colombia (por lo demás discutidos y discutibles) han tenido también una estrecha relación con la violencia política. Los gobiernos surgidos de un golpe cívico-militar fueron en su orden los efímeros de José María Melo (1854), Juan José Nieto (1861) y Santos Acosta (1867), además de los de José Manuel Marroquín (1900-1902, en medio de la Guerra de los Mil Días) y Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957, debido a La Violencia). Los que pasaron a la historia como dictaduras fueron los de Bolívar (1828-1830, disolución de la Gran Colombia), Melo (ocho meses de gobierno), Reyes (1905-1909, por haber clausurado el Congreso) y Rojas —ninguno de los cuales practicó la represión masiva—.

    —Una base más firme para tildar de autoritario al gobierno es que no deje sesionar al Congreso elegido por el pueblo y aquí tenemos el hecho de que en Colombia el Parlamento ha sesionado de manera regular durante ciento ochenta y ocho de los ciento noventa y ocho años transcurridos desde el Congreso de Cúcuta. Las excepciones, de nuevo, corresponden a momentos de alta violencia política: el Congreso no sesionó durante la guerra de 1860-1862 ni durante la de los Mil Días, Bolívar lo clausuró en 1828, Mosquera en 1867, las turbas en 1879 y 1882, Reyes entre 1905 y 1909 (cuando en cambio sesionó la Asamblea Constituyente), Ospina Pérez en 1949-1950 y Rojas Pinilla entre 1953 y 1957.

    —La rotación o alternación de los partidos en el poder es otro modo de medir la democracia: pues los partidos —o las fracciones opuestas de un mismo partido— se han rotado en Colombia de modo permanente a lo largo de dos siglos. Es verdad que a primera vista tuvimos una secuencia de hegemonías durante la mayor parte del tiempo: la del Olimpo Radical (1863-1886), la conservadora (1886-1930), la liberal (1930-1946) o incluso la del Frente Nacional (1958-1974), la del Partido Liberal que habría seguido al Frente Nacional o hasta la del Partido Social de Unidad Nacional entre el 2006 y el 2018. Pero en primer lugar esas hegemonías fueron derrotadas y en segundo lugar el examen un poco más atento de los hechos muestra que en casi cada caso lo que se dio fue una dura competencia entre facciones rivales del mismo partido, de suerte que ninguno de los ciento dieciséis presidentes anteriores a Iván Duque logró imponer al sucesor (o al sucesor que no lo traicionara; Núñez impuso a sus reemplazos, Campo y Payán, pero el segundo coqueteó con los liberales; y el sucesor escogido por Uribe acabaría siendo su gran contradictor).

    —Queda entonces otra base posible para dudar del talante democrático del gobierno de turno: la reelección del presidente de la república. Pero apenas la Constitución de 1821, hecha para Bolívar, había permitido antes la reelección inmediata y solo Uribe y Santos tuvieron dos mandatos consecutivos: precisamente los dos presidentes que resolvieron el conflicto con las FARC —y que necesitaron prorrogar sus mandatos para solucionar este conflicto—.

    La singularidad del caso colombiano no consiste por tanto en una prolongada farsa democrática que escondería la violencia estructural del régimen, ni consiste tampoco en que una democracia plena hubiese subsistido en medio de la violencia política. Más bien consiste en un curioso sistema político, que ha producido pocas dictaduras, muchas elecciones y mucha violencia a lo largo de dos siglos. Esa singularidad no significa que toda nuestra historia haya sido violenta: los períodos de paz o relativa paz han sido más prolongados que los de guerra en Colombia —y, tal vez más importante, el proceso de construcción del Estado nacional se ha mantenido en medio de la guerra o de la paz—. Como acabamos de ver, la singularidad tampoco significa que el sistema político haya sido siempre o haya sido del todo democrático. Más todavía: otros países han sido democracias más estables, como también hay otros que han sido más violentos; pero lo distintivo de Colombia sigue consistiendo en que la violencia política haya sido relativa o comparativamente muy frecuente y la democracia electoral haya sido relativa o comparativamente muy estable.

    Hay otra conexión inextricable entre nuestra violencia y nuestra democracia. Hay quienes atribuyen la violencia colombiana a la desigualdad social o a la lucha de clases, quienes a la debilidad o ausencia del Estado, quienes a la cultura insolidaria que nos caracteriza. Estos y otros factores por supuesto han tenido una gran influencia, pero el registro cuidadoso de la historia apunta sin duda alguna en otra dirección: aunque no fuera política o no apenas política, cada una de las olas de violencia en Colombia ha sido impulsada y ha sido sostenida desde la política, en su sentido estricto de lucha por acceder a los cargos superiores del Estado o a la formulación de las políticas públicas.

    Este libro está escrito en clave de la vieja violencia de Colombia, no de la vieja democracia de Colombia. Sin embargo, confieso que después de terminarlo tuve que redactar este capítulo porque las dos cosas resultaron ser caras de una misma moneda. A medida que avanzaba en el análisis, nuestra democracia peculiar —la democracia posible en un país pobre, desigual y confundido— se me iba apareciendo como el coprotagonista imprescindible de la historia de Colombia. E igual que por ejemplo hizo Durrell en su Cuarteto de Alejandría, esa historia también es verdadera si se cuenta desde el coprotagonista y si tal vez el cronista distinguiera tres períodos: el de la democracia excluyente que se mantuvo entre 1810 y 1910, el de la transición hasta 1957 y el de la democracia conservadora que se fue modernizando desde entonces.

    No sé yo si algún día escribiré ese libro gemelo, así que por ahora invito a mis lectoras y lectores a recorrer conmigo el argumento que me llevó hasta el coprotagonista. Y como no soy Agatha Christie, les anticipo el final de ese viaje: durante un siglo y medio, los dos partidos fluctuaron entre los votos y las balas; el partido en el poder hacía elecciones, pero estas eran fraudulentas o excluyentes, de manera que se daban estallidos de violencia. El sistema se mantuvo por esta razón básica: los dos partidos tenían mucho arraigo y en cierta forma eran más poderosos que el Estado. Pero esos partidos se debilitaron al mismo tiempo que el Estado se fortalecía, la democracia se fue haciendo más capaz de absorber las presiones sociales y hoy uno y otra tienen la solidez suficiente para evitar expresiones de violencia política comparables en su escala o sus efectos a las que padecimos entre 1812 y 2016.

    Vistas las cosas en un plano más estructural, diría que la peculiar democracia de Colombia y su también peculiar trayectoria de violencia política provienen, ambas, de la no menos excepcional fragmentación territorial y social que siempre hemos tenido. Para valerme de un colombianismo, diré entonces que después de muchas vueltas y revueltas el mal y su remedio resultaron venir del mismo palo. Y ahora sigue el libro como lo había escrito.

    Sugerencia: como este libro no siempre sigue el orden cronológico convencional, la lectora o el lector que tenga alguna duda a este respecto podría tener a mano algún manual o alguno de los clásicos sobre la historia general de Colombia, como decir el del propio David Bushnell, Colombia, una nación a pesar de sí misma, o el más reciente de Jorge Orlando Melo, Historia mínima de Colombia.

    David Bushnell, "Las elecciones en Colombia: siglo

    XIX

    ", en Revista Credencial Historia, nº 50, febrero de 1994, p. 7.

    Este libro

    Dos libros, cuatro preguntas

    Igual que la novela de Julio Cortázar, Rayuela, este libro de alguna manera es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura¹. Y al igual que Rayuela, este libro se deja leer en diferentes órdenes. Las lectoras o lectores más interesados en la historia reciente del conflicto armado bien pueden empezar por el próximo capítulo e ir de allí a Las guerras periféricas (sección V); quienes prefieran seguir el hilo habitual de la historia de Colombia a partir de la declaración de independencia, podrían hacerlo desde la sección III (El período de las guerras en el centro) o, mejor tal vez, desde el capítulo final de la sección II (Las constantes); los más interesados en la historia del siglo XX se pueden dirigir a la sección IV (Hacia el orden conservador) o a la sección VI para las últimas décadas y la actual situación de Colombia (Construyendo país)². A quienes tengan el tiempo y la curiosidad para acompañarme a buscar una visión de conjunto, les invito por supuesto a leer de la primera a la última página.

    Para decir eso mismo de una forma más brusca: este libro son dos libros. Es la historia de la violencia política en Colombia —o de la guerra más larga del mundo— y es la historia de Colombia entre 1810 y 2020, o el recuento ordenado de la senda que el país ha recorrido desde el momento de la independencia. La razón para integrar o entreverar ambos relatos es muy simple: la violencia política no puede entenderse sino a la luz de la historia del país y la historia del país no se entiende de veras sino a la luz de su larga violencia. Por eso el texto puede ser leído en el orden que prefiera la lectora o el lector y sin embargo el libro como tal es un relato unitario.

    Esa secuencia poco habitual de los capítulos se debe a que este libro desarrolla una idea que también es muy sencilla: la violencia política ha sido un rasgo principal y distintivo en la formación de la nacionalidad y en la historia de Colombia, pero de modo imprevisto la desmovilización de las FARC le habría puesto fin a esa violencia.

    Esta sencilla idea resultó de la lectura ordenada de la historia de Colombia que presento en estas páginas, pero además surgió del interés por entender en qué quedó y hacia dónde va el país tras el extraño conflicto que dominó la agenda nacional durante más de medio siglo, el extraño proceso que condujo al Acuerdo de La Habana y el no menos extraño posconflicto que en teoría al menos estamos viviendo y viviremos durante los próximos años (pido un poco de paciencia —hasta el próximo capítulo— para aclarar por qué todo esto es tan extraño).

    ***

    Desde un punto de vista conceptual, mi primer libro —el de la guerra más larga del mundo— aborda cuatro preguntas en un orden aproximadamente cronológico:

    1. ¿Por qué ha sido tan frecuente e importante la violencia política en la historia de Colombia?

    2. ¿Cuáles han sido los cambios principales en la expresión de esa violencia?

    3. ¿Cómo se resolvieron las expresiones recientes de la violencia política incluyendo, en especial, el prolongado conflicto entre las FARC y el Estado colombiano?

    4. ¿En qué ha consistido el posconflicto y qué tan cerca estamos de la paz estable y duradera que buscaba el Acuerdo de La Habana?

    Para contestar las dos primeras preguntas necesitamos examinar la historia de Colombia entre 1810 y 2020 —y por eso, repito, los dos libros que integran este libro son un solo libro—. Las tres primeras preguntas se refieren al pasado, pero la última se refiere además al futuro; por eso este librito es una historia con acentos prospectivos. O para ser más precisos, el libro es una historia y es una interpretación de la historia de Colombia, que por supuesto tiene que ceñirse a los hechos comprobados y que se basa en una larga serie de lecturas sobre la materia. Y es a la vez un texto de coyuntura y prospectiva porque se ocupa de entender el presente y proyectar el futuro a la luz de las tendencias y parámetros que nos marca el pasado.

    Cuatro dificultades

    Las dificultades de mi empresa son muchísimas, pero hay cuatro más obvias que importa declarar y tratar de despejar desde un comienzo.

    Corro en primer lugar el riesgo que ningún libro debería de correr —el de quedarse sin eco y sin lectores—. Por una parte, mis colegas académicos tal vez encontrarán un ensayo prolongado, aunque (ojalá) coherente, sin las exposiciones pormenorizadas, los continuos modelos estadísticos, ni todo el aparataje que se estila en el oficio. Por otra parte, los lectores no especializados tal vez encontrarán un texto inaccesible o soporífero en (por lo menos) algunos momentos. Frente a este primer riesgo diré apenas que he tratado de aplicar el máximo rigor histórico, analítico y empírico en cada paso de la exposición y al mismo tiempo he tratado de escribir tan a la llana como me ha sido posible. Yo hubiera preferido un libro corto, pero la historia de Colombia no lo es. ¡Cruzo los dedos por no quedarme sin el queso y sin el pan!

    La segunda dificultad es la de los futurólogos, que siempre nos equivocamos porque el futuro no se puede predecir. Advierto pues desde ya que este libro no contiene profecías, menos aun cuando la violencia es una decisión libre de sus autores y cuando el panorama puede cambiar de modo drástico gracias a un hecho exógeno a mi análisis (una nueva Constitución, una guerra internacional, un pozo gigantesco de petróleo... ¡qué sé yo!). Pero esto no le quita interés o utilidad al ejercicio prospectivo, que trata de identificar los escenarios más probables a la luz de los hechos y tendencias conocidas.

    La tercera dificultad son las ideologías o convicciones acerca del bien y el mal, que inevitablemente colorean nuestras percepciones sobre la realidad social. Por eso debo mencionar las dos premisas éticas que inspiran o subyacen a este libro: la convicción profunda de que la política debe hacerse sin armas y la creencia no menos profunda de que una injusticia no justifica otra injusticia. Desde el punto de vista analítico, advertiré que las ideologías fueron parte esencial de cada etapa de la violencia en Colombia y del aún intenso desacuerdo sobre cómo construir la paz estable y duradera. Por eso cualquier intento de interpretación histórica debe dar cuenta del origen, las bases empíricas y la lógica interna de los varios y opuestos relatos que autojustificaron la actuación de cada bando o que siguen polarizando a los colombianos. Espero que este tomar las ideologías como parte medular del problema que pretendo explicar me haya ayudado a no caer en su trampa.

    La cuarta dificultad es la abundancia de estudios, documentos oficiales, reportes periodísticos, textos legales, informes de todo tipo de organizaciones, artículos y libros académicos de buena o mala calidad sobre la historia de Colombia y, en especial, sobre su larga historia de violencia política. Esto me obliga de entrada a una nota de modestia, en el sentido obvio de que mi escrito es otra gota en el océano, pero me deja añadir que esta gota se ha venido decantando con el paso de los años y es producto de un diálogo sazonado con lo mejor de la historiografía y de la violentología colombianas. Aunque es difícil hablar de consensos entre los estudiosos (y aunque no sé o no recuerdo con exactitud quién propuso cada idea), en lo que sigue la lectora o el lector hallará muchas de las hipótesis mejor establecidas acerca de la historia de Colombia y de su larga violencia. Advierto sin embargo que, en algunos puntos, sobre todo del pasado reciente, me aparto de la mayoría de los analistas y que mi principal insatisfacción con el grueso de la historiografía colombiana es su falta de perspectiva internacional, estoy casi por decir su tendencia a mirarnos al ombligo. Desde la impronta cultural que nos dejó España hasta el tráfico de drogas, desde el acta de independencia hasta la revolución de las telecomunicaciones, desde la violencia campesina hasta la bonanza minero-energética, casi nada de nuestra historia se entiende sino a la luz de la historia mundial y por eso en este libro dedicaré bastante más espacio a esa historia mundial de lo que suelen hacer los textos convencionales. Además de una historia, este libro es por eso un intento de integrar las pistas más fecundas para explicar lo que pasó y está pasando en Colombia. Y al igual que cualquier teoría o interpretación de la realidad social, su validez depende de su capacidad para dar cuenta coherente del mayor número de hechos y procesos relevantes.

    La lectora o el lector es naturalmente quien debe decidir hasta dónde logré un texto legible, hasta dónde escapé de la trampa ideológica y hasta dónde mis hipótesis tienen o no tienen la suficiente capacidad explicativa. Espero que estos juicios se hagan después de leer el libro, pero para orientación inicial de los lectores procedo ahora a resumir mis respuestas. En el próximo capítulo me ocuparé de la fase del conflicto que está más fresca en la mente de todos, la del proceso de La Habana, el acuerdo de paz con las FARC y el país del posconflicto.

    Cuatro respuestas

    Para apretarlas en unas pocas frases, estas serían las respuestas que he encontrado a las cuatro preguntas analíticas acerca de la guerra más larga del mundo que mencioné al principio:

    1. La persistencia e importancia de la violencia política en Colombia se deben a que por razones geográficas e históricas adoptamos un modo de organización social que induce a los sectores dirigentes o aspirantes a dirigir el país a acudir a las armas para zanjar sus diferencias.

    2. Esa violencia ha tenido dos grandes expresiones o dos ciclos diferentes: el primer ciclo fue el de las guerras en el centro del sistema político, que se ocuparon del carácter y estructura general del Estado (1810-1902); el segundo ciclo fue el de las guerras en la periferia que comenzaron hacia 1964 y versaron ante todo sobre el problema de la tierra y el tráfico de drogas.

    3. Las guerras de la periferia se resolvieron mediante derrotas militares o negociaciones con los distintos grupos armados ilegales a partir de 1990. El final del conflicto entre las FARC y el Estado se produjo una vez que la escalada militar del gobierno convenció a la guerrilla de que no podía triunfar y en virtud de un acuerdo que sobredimensionó la representatividad política de las FARC.

    4. El posconflicto ha consistido en el cumplimiento parcial del Acuerdo de La Habana y en el comienzo de la transición del sistema político hacia temas distintos del conflicto armado interno. Aunque las reformas convenidas con las FARC no se hicieron realidad, y aunque subsisten algunos grupos guerrilleros, es muy probable que hayamos llegado a la paz estable y duradera, es decir, que nuestra larga historia de violencia política y la excepcionalidad del caso colombiano en América Latina sean cosas del pasado.

    El método

    Las cuatro conclusiones anteriores pueden causar desconcierto, pero son las que resultan de una mirada más comparativa de la que suelen proponer nuestros historiadores y una mirada de más largo plazo de la que suelen adoptar los periodistas. En efecto: los mejores y más conocidos textos sobre la historia general o sobre la violencia colombiana se resisten a las comparaciones con otros países (no hay leyes en la historia, cada caso es único), mientras que los protagonistas o los periodistas que han publicado el grueso de los textos sobre los últimos años se refieren apenas a los hechos o circunstancias inmediatas. Veamos:

    —En aras de la objetividad, los historiadores tienden a dejar que los hechos hablen por sí solos, es decir, a no imponer interpretaciones como si la historia tuviera que ceñirse a algún patrón determinado. Este fue un gran avance hacia la desmitificación o la despartidización de la disciplina, aunque queda el problema de que al escoger los hechos relevantes (y excluir los muchos que no lo son) toda historia viene a ser una interpretación o una reconstrucción situada o interesada del pasado (tanto así que en los regímenes totalitarios suele decirse que no hay nada tan impredecible como el pasado). Sin ahondar en este rompecabezas, repito sí que mi intención no es duplicar el excelente trabajo de los viejos y nuevos historiadores colombianos, sino reinterpretar esa historia conocida con la ayuda de otras ciencias sociales y de comparaciones internacionales.

    —Por otra parte, los periodistas deben primero que todo establecer de manera fidedigna y detallada los sucesos que afectan de manera más directa a sus lectores. También aquí hay lugar a dudas sobre si la verdad es apenas la suma de las fuentes que consulta el periodista o sobre si las noticias en efecto se refieren a lo que afecta a la gente, pero —sin meterme en el rompecabezas— diré que mi intención no es tanto revelar detalles poco conocidos sobre lo que hubo detrás de las noticias de estos últimos años, sino más bien reorganizar esas noticias en función de los procesos subyacentes.

    Utilicé dos veces la palabra rompecabezas para significar que se trata de problemas metodológicos complejos de la historia y del periodismo como disciplinas académicas. Con relación a la historia, destaco sí que el método comparativo tiene la virtud de identificar los ejes de un proceso que de otro modo parecería aleatorio o disperso. Con relación al periodismo, destaco que la mirada de largo plazo permite separar los eventos importantes de aquellos otros que parecían importantes en su día.

    Y en relación con ambas disciplinas, añadiría que la mejor manera de entender la ciencia es como un conjunto ordenado de explicaciones, es decir que: (1) El oficio del científico consiste en proponer conjeturas o afirmaciones sobre lo que existe más allá de las apariencias y sobre cómo se explican esas apariencias; (2) Estas explicaciones son más o menos válidas en la medida que dan cuenta de más apariencias o hechos conocidos de la manera más simple o más elegante y (3) Las explicaciones nunca se comprueban, sino que pueden falsearse si no dan cuenta de nuevos hechos relevantes [Hempel 1965; Deutsch 2011].

    Este buscar la explicación del pasado, el presente y el futuro probable de Colombia y su violencia —esta mirada más comparativa y de más largo plazo— es un esfuerzo por evitar que los árboles oculten el bosque y es, creo, el mejor modo de entender cada uno de los árboles del bosque. Es lo que intento hacer a lo largo del libro.

    En resumen

    Mi punto de partida es muy sencillo: la violencia o la guerra —al igual que la paz— dependen de la voluntad de sus autores. En este sentido la violencia es impredecible y nadie puede descartar la posibilidad de que alguien utilice las armas para tratar de cambiar el rumbo de la política; y sin embargo las sociedades difieren tanto en la probabilidad de que se presenten esos intentos como en la eficacia de la violencia o magnitud de sus impactos sobre la vida pública. La frecuencia y el protagonismo de la violencia política obedecen entonces a razones sociales y por eso en nuestro caso hay que buscar sus raíces en el modo peculiar de haberse organizado la sociedad colombiana.

    La explicación de la violencia política en Colombia comenzaría entonces por su geografía: somos un país fragmentado. A esta herencia se sumaron las circunstancias singulares de la independencia para tener un Estado también excepcionalmente débil a lo largo del siglo XIX; la Iglesia católica y los partidos políticos se encargaron entonces de echar las bases de la nación, al mismo tiempo que la dividían en dos mitades irreconciliables. Bajo esas circunstancias las élites disputaron, a menudo con las armas, sobre el carácter confesional o laico del Estado y sobre su estructura centralista o federal —lo cual no fue óbice para adoptar una forma republicana de gobierno, un régimen jurídico formalista, una administración pública incipiente y un lugar en la división internacional del trabajo—. La Constitución centralista y confesional de 1886 fue el punto de despegue en el proceso de construir nuestro Estado-nación y fue el marco del orden conservador que se asentó además sobre la incorporación de Colombia a la órbita de Estados Unidos, el desarrollo de la economía cafetera y un sistema peculiar de facciones y coaliciones interpartidistas. El consenso entre las élites se fue forjando entre 1902 y 1957 y evitó el giro de Colombia hacia el populismo, pero no evitó el estallido de La Violencia campesina a partir de 1948. De aquí a su vez surgieron las guerras periféricas emprendidas por las guerrillas izquierdistas en torno sobre todo del problema de la tierra y a las cuales se sumó la guerra del narcotráfico a partir de los años ochenta. Estas guerras habrían de concluir con la derrota de los insurgentes y —eventualmente— con el logro no planeado de la paz estable y duradera de Colombia, un país que a pesar de las guerras había proseguido sus procesos de crecimiento económico, modernización conservadora y fortalecimiento sostenido del Estado nacional.

    No pretendo ni podría por supuesto predecir la paz estable y duradera de Colombia en el sentido de que no se presenten nuevos brotes de violencia política. La proyección que se desprende del libro más bien consiste en que esos nuevos brotes tendrían cuando más un carácter residual —no ya central como en el siglo XIX y ni siquiera periférico como en el último medio siglo—. Me explico: (1) Las guerras en el centro del sistema político enfrentaron a sectores de la élite al mando de fuerzas militares más o menos comparables y con el apoyo extendido de sus copartidarios liberales o conservadores; (2) Las guerras periféricas enfrentaron a las élites con antiélites guerrilleras (o narcotraficantes) que tuvieron muy poco apoyo popular, pero contaron con fuerza militar bastante para convertirlas en el eje de la agenda nacional; (3) Los proyectos armados que aún subsisten (el ELN y disidencias de las FARC y el EPL), o aquellos otros que puedan emerger en el futuro, no ocuparían sin embargo el centro del sistema político o de la agenda nacional porque no tendrán: (a) Ni el apoyo ciudadano suficiente en una democracia electoral que hoy es bastante más sólida; (b) Ni la fuerza militar suficiente ante un Ejército que es hoy bastante más poderoso. Para apretarlo en una fórmula: las insurgencias del siglo XIX tuvieron el apoyo ciudadano y la capacidad militar necesarias para ocupar el centro de la vida nacional; las del siglo XX tuvieron la fuerza militar sin el apoyo ciudadano y las del siglo XXI no tendrán ninguna de las dos fuerzas, de manera que serían apenas residuales.

    ***

    Hablando como sociólogo, mi explicación de la violencia política en Colombia gira en torno de unos pocos conceptos básicos. Pero no voy a adelantar una definición formal o axiomática de cada uno de ellos, porque en esta materia son más aptas las dilucidaciones por contexto o que se van refinando a medida que avanza el análisis³. Estas definiciones por contexto sin embargo han de guardar concordancia con el sentido ordinario de las palabras, de modo que por ahora las agrupo bajo las seis proposiciones siguientes:

    1. Los dirigentes (élites) o aspirantes a dirigir (antiélites) un país son los protagonistas de la violencia política.

    2. Las ideologías de los protagonistas justifican a sus ojos la violencia política.

    3. La extensión, eficacia o impacto relativo de esa violencia dependen de la fuerza militar y del grado de apoyo ciudadano que tengan sus protagonistas.

    4. Las desigualdades y exclusiones de distinta índole, en tanto son percibidas como injusticias, tienden a reforzar las ideologías que justifican la violencia política.

    5. La violencia política tiende y suele alimentarse de otras formas de violencia rentística y social que también han sido recurrentes en Colombia y que de una parte proveen los recursos necesarios para sostener esa violencia política y de otra parte ocasionan la degradación del conflicto.

    6. La probabilidad y eficacia de la violencia política disminuyen a medida que aumentan la capacidad disuasiva del Estado (que depende de sus fuerzas militares) y la legitimidad del sistema político (que a su vez depende de su capacidad para incorporar las distintas presiones sociales).

    Anticipo este marco conceptual sobre el funcionamiento de la violencia política para claridad y orientación de los lectores más interesados en la teoría general del conflicto, pero advierto o repito que no fue elaborado antes sino después de analizar la larga historia de la violencia en Colombia y de ponderar la literatura académica internacional sobre este asunto con el cuidado que me fue posible. Espero que las seis proposiciones anteriores parezcan cosas obvias, ojalá de Perogrullo, porque a menudo lo evidente es lo más difícil de ver para los especialistas.

    ***

    Y sin embargo el punto de partida de este libro resulta ser su problema más difícil: la violencia es una acción voluntaria de quienes la practican, pero existen factores sociales que hacen más o menos probable la irrupción, extensión y eficacia de esa violencia. Para explicar la violencia en Colombia necesitamos por tanto de una exploración sistemática de los factores que han podido alimentarla, es decir, necesitamos embarcarnos en una exploración detallada de la historia de Colombia. Por eso, a la manera de una novela dentro de la novela, este libro desarrolla dos relatos paralelos o, si se quiere, tiene una trama (la de la violencia política) inscrita en una metatrama (la historia de Colombia). El nexo indisoluble entre una y otra trama surge de otro hecho muy sencillo: la violencia política es inseparable del proceso de construcción de los Estados nacionales, entendido ese proceso como la simultánea centralización del poder en manos de las autoridades nacionales y su legitimación o aceptación por parte de la ciudadanía.

    Si se examina con la mirada comparativa y de largo plazo que dije más arriba, la construcción del Estado nacional en Colombia ha girado en torno de cinco claves distintivas que destaco en negrillas para que los lectores no las pierdan de vista en lo que sigue: sociedad fragmentada; Estado débil que se va fortaleciendo; partidos políticos fuertes (hasta el final del siglo XX); muchas elecciones y mucha violencia y descase entre la agenda pública y los problemas centrales del país. Estos rasgos están estrechamente entreverados y en su conjunto han definido la que podría llamarse la personalidad histórica de Colombia. El alcance, las especificidades y las mutaciones de estos rasgos a lo largo de dos siglos irán apareciendo en los próximos capítulos, así que de momento los resumo en unas líneas que ojalá por esquemáticas no resulten inexactas:

    1. Sociedad fragmentada. La fragmentación de la sociedad colombiana comienza por la geografía abigarrada y por los varios polos de desarrollo que surgieron durante los tres siglos de la Colonia. Esas —muchas— provincias o sus sucesoras tendrían subculturas diferentes y serían el asiento sucesivo de las actividades económicas que han jalonado el desarrollo del país (oro, ganadería, tabaco, café, industria, agricultura de minifundio, petróleo, coca, servicios modernos...). De aquí también saldrían un crecimiento económico sostenido, pero lento, del país en su conjunto, una clase alta con interés simultáneo en distintos sectores o actividades económicas, una clase media en expansión gradual pero básicamente conformista, unas clases populares desorganizadas y con escasa capacidad de acción colectiva. Este modo de decirlo podría no ser del todo afortunado, pero el punto de fondo es la excepcional fragmentación territorial, económica y social de Colombia que a su vez —para bien y para mal— ha puesto límites a la expansión o al fortalecimiento del Estado nacional.

    2. Estado débil que se va fortaleciendo. El concepto de Estado tiene cinco acepciones principales en la ciencia política y el de Colombia ha sido (y aun es) comparativamente débil en cada uno de esos cinco sentidos: (a) En tanto titular del monopolio de la fuerza, nuestro Estado ha sido débil en la medida en que no logra el control militar del territorio (y este ha sido, de hecho, un factor principal para explicar la violencia); (b) En cuanto unidad territorial, ha sido débil en tanto extensas zonas del país no se encuentren integradas a la vida nacional; (c) En cuanto aparato de gobierno, ha sido débil porque la participación del Estado en la economía ha sido reducida y el volumen relativo de empleados públicos ha sido menor que en los países con un nivel de desarrollo comparable; (d) En cuanto imperio de la ley, el Estado ha sido débil por la informalidad y la criminalidad tan extendidas y (e) La narrativa o mito del Estado como expresión política de la sociedad no se compadece por entero con nuestra profunda polarización de origen religioso. Pero a partir sobre todo de la segunda mitad del siglo XX, el de Colombia ha sido cada vez más un Estado presente y funcional en la mayor parte del territorio y para la mayor parte de la población; las fuerzas armadas se han fortalecido, las regiones se han ido integrando, las funciones y el aparato administrativo del Estado se han multiplicado, el imperio de la ley se ha extendido y se ha consolidado la narrativa de las elecciones como base de la legitimidad de las autoridades.

    3. Partidos políticos fuertes. La difícil mediación entre una sociedad tan fragmentada y un Estado débil fue sobre todo la obra de los dos partidos que dominaron la política colombiana entre mediados del siglo XIX y finales del siglo XX. Estos partidos, prácticamente los más longevos del mundo, fueron: (a) El único canal exitoso para acceder al poder; (b) El principal canal para distribuir los múltiples beneficios de la intervención económica de un Estado que por eso es rentístico en vez de capitalista y (c) El mecanismo más eficaz de control y negociación social a través de facciones o coaliciones flexibles. En una serie de rupturas, equilibrios y arreglos constitucionales, y de maneras no siempre programadas, el resultado fue una especie de mecanismo de relojería que mantuvo la unidad nacional, fue construyendo un Estado y tramitando la cambiante relación entre centro y regiones y entre intereses sociales encontrados. Y, sin embargo, a partir del Frente Nacional los dos partidos tradicionales se fueron debilitando y desde mediados del siglo XX la fuerza de las afiliaciones partidistas fue siendo reemplazada por el tema de las guerras periféricas como el eje central de la política.

    4. Muchas elecciones y mucha violencia. Este es el rasgo más llamativo de la historia de Colombia, que por igual interesa a los estudiosos y produce desazón entre los colombianos. Colombia es una de las democracias electorales más antiguas del mundo y sin embargo es también un país que a lo largo de dos siglos ha sufrido como pocos el impacto de la violencia política. La explicación más simple o elegante de nuestra democracia consiste, creo yo, en que tenemos una sociedad tan fragmentada que nadie tiene el poder suficiente para ejercer la dictadura o imponer su proyecto de país; esta sociedad fragmentada buscó expresarse a través de dos partidos que por eso compitieron con frecuencia en las urnas y por eso —también— practicaron la violencia durante un siglo y medio, hasta que las tensiones sociales en el mundo rural y el narcotráfico se les fueron de las manos y comenzaron nuestras guerras en la periferia.

    5. Descase entre la agenda pública y los problemas centrales del país. En un plano de análisis más hondo, este libro propone que las ideologías son la clave para entender la historia de las sociedades. Desde el momento mismo de la independencia, las ideologías han dividido a los colombianos, han definido la agenda del debate político y han justificado las formas sucesivas de violencia. La polarización ha impedido que la conversación pública se base en realidades compartidas, es decir, en verdades objetivas. Todas las ideologías distorsionan la realidad y en nuestro caso impresiona la distancia que ellas han introducido entre la conversación pública y la vida real de los colombianos, entre la crónica ruidosa de política y violencia que suelen destacar nuestros historiadores y el proceso callado de construcción del país que mientras tanto ha seguido su marcha. Este descase se remonta al lugar de la religión católica desde los tiempos coloniales y revivió en la preponderancia del conflicto armado interno en el discurso político a partir de la segunda mitad del siglo XX. ¿Pero qué sigue ahora que terminó ese conflicto?

    Para decirlo de un modo más sencillo: al analizar la historia de la violencia política fueron apareciendo los rasgos y procesos esenciales que han trazado la historia de Colombia a lo largo de dos siglos. Por eso el libro es también una historia de Colombia interpretada desde las ciencias sociales, un ejercicio que me parece arroja luces singulares y en alguna medida novedosas sobre la formación de nuestra nacionalidad, sobre el lugar que ocupamos en el mundo, sobre cómo llegamos hasta aquí, sobre nuestras perspectivas más cercanas y sobre cuáles son los desafíos que habremos de enfrentar como país. Esta mirada comparativa y de largo plazo descubre algunas pistas esperanzadoras o inquietantes sobre preguntas que creo son fundamentales, como decir:

    ¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades de Colombia?

    ¿Cuál es y ha sido nuestro sitio en el mundo?

    ¿En qué somos distintos de los países vecinos?

    ¿Cuáles han sido los momentos o episodios decisivos a lo largo de la historia?

    ¿Quiénes son los culpables de la violencia?

    ¿Qué tan débil es de veras el Estado colombiano?

    ¿Qué han implicado la religión y el catolicismo?

    ¿Cómo nos ha afectado la geografía?

    ¿Por qué no hemos salido del subdesarrollo? ¿Cómo se explica el crecimiento sostenido de la economía?

    ¿Qué tan cerca estuvieron las guerrillas de tomarse el poder? ¿Qué tan lejos llegaron los narcotraficantes?

    ¿A qué se debe la emergencia de Antioquia? ¿Por qué no fuimos un país caribe?

    ¿Qué es y qué tan fuerte es la clase media? ¿Cómo se han hecho las grandes fortunas? ¿Por qué los pobres no se rebelan?

    ¿Para qué sirven, en serio, los políticos?

    ¿Por qué no resolvimos el problema de la tierra?

    ¿De dónde viene la viveza de los colombianos?

    ¿Cuál fue el legado de Álvaro Uribe? ¿Y el de Juan Manuel Santos? ¿Por qué hay tanto desconcierto?

    ¿Por qué el feminismo ha sido la mayor revolución en nuestra historia?

    ¿Cómo ha cambiado la vida diaria de los colombianos a lo largo de dos siglos?

    ¿En qué de veras consistió el conflicto armado interno? ¿Y cómo se llegó al Acuerdo de La Habana?

    ¿Por qué hemos sido la economía más estable de América Latina?

    ¿Qué papel han jugado los medios de comunicación?

    ¿Por qué prosperan y decaen nuestras grandes ciudades?

    ¿Por qué el café nos separó del resto de América Latina? ¿Cuál ha sido el impacto del petróleo?

    ¿A qué se debe la crisis en la administración de justicia?

    ¿Por qué las fuerzas armadas no logran controlar el territorio?

    ¿Qué pasó con los partidos políticos?

    ¿Qué incidencia han tenido los Estados Unidos?

    ¿De dónde salió la Constitución de 1991 —y que efectos ha tenido—?

    ¿A qué se debe el narcotráfico y qué podemos hacer frente a él?

    ¿Por qué no somos de veras un país capitalista?

    ¿Qué tan profesional o clientelista es nuestra burocracia?

    ¿Cuál es el problema principal de Colombia?

    ¿Cuál ha sido la ética del pueblo colombiano en relación con la guerra... y con la paz?

    ¿Por qué no hemos tenido dictaduras ni gobiernos de izquierda verdaderos?

    ¿Qué papel han tenido las minorías étnicas, religiosas y de género?

    ¿Cómo han evolucionado el Ejército, la Iglesia, la Federación de Cafeteros, los movimientos populares y otros actores básicos en nuestra historia?

    ¿De dónde viene la corrupción?

    ¿Qué tanto han mejorado la educación, la salud y la seguridad social?

    ¿Quiénes han sido nuestros líderes, nuestros grandes empresarios?

    ¿Cómo ha funcionado el pacto entre las regiones de Colombia? ¿Para qué ha servido la descentralización?

    ¿Por qué las ideologías nos han hecho tanto daño? ¿Cuáles han sido las ideologías? ¿En qué están equivocadas?

    ¿Por qué los colombianos insistimos en discutir los problemas que no son —y con los argumentos que no son—?

    Al fin de cuentas, ¿para dónde va Colombia en los próximos años? ¿Cómo podríamos hacer mejor ese futuro?

    Y por supuesto: ¿vendrá la paz estable y duradera después del millón de muertos que ha causado nuestra violencia política?

    Guía de lectura

    Dicen que un libro no es claro o no es bueno si no puede resumirse en una frase, así que corro el riesgo de resumir el mío en esta. Pasamos de la violencia entre las élites políticas del siglo

    XIX

    a la violencia de las antiélites (guerrilleras o narcotraficantes) en el siglo

    XX

    ; pero esas antiélites ya no tendrían la fuerza militar ni el apoyo ciudadano suficientes para que la violencia siga siendo el eje de la política en el siglo

    XXI

    . En esto esencialmente ha consistido la historia visible o aparente de Colombia, porque su historia real es la de un Estado-nación que se ha ido construyendo de manera gradual —y esta última, en efecto, es la parte más importante de la historia—.

    En los capítulos que siguen me propongo presentar todos los elementos que creo que los lectores necesitan para evaluar qué tan bien fundada es mi interpretación y hasta dónde estas hipótesis pueden dar cuenta ordenada de un fenómeno tan complejo y controversial, pero también tan importante para todos nosotros. Por eso, además de esta sección introductoria, el libro se divide en otras cinco partes que van narrando e interpretando la historia de Colombia a partir de la declaración de independencia; para el lector impaciente o interesado apenas en un cierto período o asunto, esta sería la traducción aproximada del contenido temático de cada capítulo:

    El personaje y el escenario

    Las violencias de Colombia en perspectiva. En qué consiste el proceso de construcción de un Estado. Qué es la violencia política. Dos visiones de la historia colombiana. Las violencias políticas que no tuvimos en América Latina. Guerras civiles del siglo XIX, golpes de Estado y militarismo durante los siglos XIX y XX en Colombia y en América Latina: ¿cuál es la diferencia? Apéndice: las violencias rentística y social en Colombia; la violencia ordinaria.

    Dos fases o tres períodos. Principales diferencias entre las guerras en el centro y las guerras en la periferia.

    Las constantes. Los principales rasgos que Colombia ha mantenido a lo largo de su historia: 1. La geografía y sus implicaciones; 2. La herencia cultural de la Colonia; 3. El problema no resuelto de la tierra; 4. El rentismo y el lugar en la división internacional del trabajo; 5. La desigualdad económica y social. Apéndice: ¿la desigualdad es la causa de la violencia?

    El período de las guerras en el centro (1810-1902)

    Un Estado muy precario. Patria Boba, primera guerra civil y guerras de independencia. Dos siglos de moneda y de política monetaria. Dos siglos de política tributaria. El Ejército incipiente y las guerras civiles a lo largo del siglo XIX. La Guerra de los Mil Días.

    Religión y partidos, en lugar del Estado. Qué fueron los partidos en el siglo XIX. Qué es una ideología. El consenso sostenido sobre la forma republicana de gobierno. El catolicismo en España y en Colombia; la controversia sobre el papel de la Iglesia y sus efectos sobre la polarización.

    Partidos, territorio y política económica. Liberalismo y comunitarismos. Centralismo y federalismo durante el siglo XIX. La cuestión de las libertades civiles. El intervencionismo económico del Estado: disolución de los resguardos indígenas, abolición de la esclavitud, expropiación de tierras de la Iglesia, monopolios estatales, tabaco y otras exportaciones. Proteccionismo y librecambio. El modelo económico resultante.

    Aparato del Estado y primacía de la ley. Como vivían los colombianos en el siglo XIX. El Estado como botín burocrático. Desarrollo inicial de la administración pública. Orígenes y evolución del sistema jurídico colombiano. Sujeción de la burocracia y de los particulares al mandato de la ley.

    A las buenas. La democracia como relato fundacional de Colombia. Avances hacia el voto universal en el siglo XIX. El sistema electoral y sus manipulaciones. Avances en la transparencia electoral. Limitaciones básicas de nuestra democracia.

    Y a las malas. Historia militar de las guerras civiles del siglo XIX. Justificación y naturalización de la violencia política. Colombia: récord mundial en el uso de mecanismos para humanizar o resolver los conflictos armados a lo largo de dos siglos.

    Hacia el orden conservador (1902-1964)

    Respice polum. Los tres pilares del orden conservador. Bases de la política exterior de Colombia. La emergencia de Estados Unidos. Separación de Panamá. La alianza Bogotá-Washington. La United Fruit y las bananeras. Comienzos de la industria petrolera.

    Coffea arabiga. El café: un producto diferente. Cambios en la industria cafetera entre 1870 y el siglo XXI. La Federación Nacional de Cafeteros. Redistribución espacial de la población en la primera mitad del siglo XX. La emergencia de Antioquia y sus consecuencias.

    El secreto de Colombia. Los dos partidos como subculturas; diferencias ideológicas y bases sociales. Dos siglos de facciones partidistas. El papel crítico de las coaliciones interpartidistas a lo largo de dos siglos. Los principales líderes políticos. La Regeneración. La Constitución de 1886. Centralismo y presidencialismo como bases del sistema político. Estado, orden público y evolución de las fuerzas armadas durante la primera mitad del siglo XX. La Iglesia católica y sus papeles sociales.

    Los años turbulentos (1930-1957). Entre la Gran Depresión y la bonanza de posguerra. El nuevo intervencionismo, la política macroeconómica, los ciclos y los gremios. Conflictos agrarios y luchas campesinas. Sindicalismo, política y legislación laboral. Las corrientes ideológicas dentro del liberalismo, del conservatismo y de la izquierda. Definiendo los límites del orden conservador: Olaya Herrera, la Revolución en Marcha, la pausa de Santos, la renuncia de López, el gobierno Lleras, Jorge Eliécer Gaitán, Ospina Pérez, Laureano Gómez y Rojas Pinilla.

    De las violencias al conflicto interno (1902-1964). La violencia partidista y sus tres picos (1922, 1931-1932 y 1947-1953). El conservatismo se vuelve minoría. ¿Quiénes fueron los culpables? El 9 de abril y sus consecuencias. La Violencia (1948-1964), sus orígenes, fases, modalidades y repercusiones. Represión y subversión: entre las bananeras y la combinación de las formas de lucha, entre las autodefensas campesinas y la insurgencia guerrillera.

    Las guerras en la periferia (1964-2016)

    Guerras de perdedores. Qué fue el conflicto armado interno. ¿Era posible la revolución en Colombia? La transformación de las fuerzas armadas del Estado entre 1957 y 2014. Quiénes fueron culpables de qué. Historia de las FARC y de su guerra. El ELN. El EPL. Auge y final del M-19.

    Las derrotas del Estado. Narcotráfico y paramilitarismo: por qué y cómo han funcionado en Colombia. El mercado mundial y la política internacional de drogas. La guerra del cartel de Medellín. El cartel de Cali y el proceso 8.000. De las autodefensas ganaderas al paramilitarismo. Del paramilitarismo al narcoparamilitarismo. El acuerdo de Ralito. La parapolítica. Apéndice: los municipios más afectados por las guerras periféricas.

    Deshaciendo los ejércitos. Tipología de los procesos de desmovilización en el mundo. La extraña vía de Colombia. Las amnistías bajo Rojas Pinilla y el Frente Nacional. Reforma agraria y programas de atención al campesino. Las desmovilizaciones bajo Barco y Gaviria. La desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia.

    El último capítulo (otra vez). De los diálogos de La Uribe a los diálogos de El Caguán. Los secretos del éxito en La Habana. La verdadera historia del proceso. Cuáles fueron los acuerdos. El plebiscito por la paz. Cuáles puntos se cumplieron —y cuáles no— del Acuerdo del Colón. El Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición y la Jurisdicción Especial para la Paz. Apéndice: la violencia después de la firma del acuerdo.

    Construyendo país (mediados del siglo xx-principios del siglo xxi)

    La gente y la economía. La globalización como protagonista. La transición demográfica y sus implicaciones. La reocupación del territorio nacional. El crecimiento económico comparado con el mundo y con América Latina. Auges y recesiones en el último siglo. Tendencias de largo plazo. La economía más estable de la región. El curioso modelo colombiano. Las exportaciones. Sustitución de importaciones e industrialización. El sistema UPAC. La nueva política petrolera. Auge del sector financiero. Cambios en el volumen y composición de los ingresos y gastos del Estado.

    Un progreso disparejo. Empleo, pobreza y desigualdad entre los siglos XX y XXI. La clase alta, las clases medias y las clases populares. Los viejos y los nuevos movimientos sociales. La educación y las políticas educativas. Evolución del sistema de salud. El sistema pensional. Los programas asistenciales. La condición y el papel de la mujer colombiana.

    El Estado y los partidos. La muerte lenta del liberalismo y el conservatismo. El Frente Nacional o la refundación del orden conservador. Gobiernos y partidos de la segunda República Liberal (1974-2002). Origen, contenido y balance de la Constitución de 1991. El fenómeno Uribe. Recomposición del sistema de partidos. Elecciones, reelecciones y gobiernos entre 2002 y 2020. Apéndice: setenta años de fortalecimiento del Estado colombiano.

    Del país premoderno al país posmoderno. En qué consiste la modernidad. La Iglesia católica y el proyecto de la modernidad. Qué tan moderna es nuestra sociedad. Dos siglos de pensamiento, artes y ciencias. Los colombianos y el orden normativo. ¿Hay igualdad ante la ley? ¿Quiénes somos nosotros, quiénes forman la nación? Las minorías culturales. La esfera pública: ¿quiénes hablan por nosotros? Los medios de comunicación. La era digital.

    Pero antes de todo eso propondré una lectura inicial del extraño conflicto entre el Estado y las FARC y del extraño proceso de La Habana, porque aún estamos viviendo sus efectos y porque los lectores tendrán así referentes más frescos para evaluar el argumento general del libro. Así que empezaré por la parte principal del último capítulo (el conflicto entre el Estado y las FARC) —y por anticipar el capítulo que sigue en la historia de Colombia—.

    ***

    El libro desarrolla un solo hilo conductor, pero está escrito de modo que cada capítulo (e incluso cada sección) pueda leerse de modo separado. En gracia de la brevedad, he utilizado a menudo las enumeraciones para apretar en unas pocas líneas elementos de juicio que en los libros de historia o en los estudios académicos suelen tomar mucho más espacio —y aun, en ocasiones, mi texto es telegráfico—. Esto puede resultar algo pesado, pero a cambio confío en que el estilo de frases y de párrafos tan cortos como permite la gramática hará menos ingrata la tarea de lectoras y lectores (también en esto me ayudará la historia verdadera de Colombia, hecha en veces de cosas novelescas). Apelo de cuando en cuando al lenguaje coloquial o personal, con disculpas a los lectores más solemnes. Y a los puristas les admito que el subtítulo del libro debió ser La guerra más larga de la edad contemporánea porque antes de la guerra colombiana hubo otras todavía más largas en el mundo: pero ese habría sido un subtítulo demasiado... largo.

    He utilizado referencias bibliográficas cuando, según me acuerdo, la idea es muy peculiar de

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