Puertas, llaves, espejos
Por Nora Quevedo
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Puertas, llaves, espejos - Nora Quevedo
Este puñado de poemas se los dedico a Dora Peralta, mi madre. Fue una mujer fuerte, silenciosa, que derramó su risa melodía sobre sus plantas y sus recuerdos. Amparó al dolor ajeno sin miedo, abrigó el alma de aquellos que abrazó, cosechó jazmines para iluminar la casa y le hablo a Dios de frente, con pocas palabras.
PRELIMINAR
Si tuviera que identificar a Norita por algo muy particular, sería su respeto y pasión por las palabras, y es muy justificable tal predilección.
Todas las palabras que la autora menta y pronuncia van tejiendo su modo de existir. Ellas manifiestan su sentir. Y aquí haré una aclaración, desde mi condición de docente de yoga, sobre las tres manifestaciones existenciales de esa unidad que es el ser humano: cuerpo, mente y espíritu. Esta última, alude a los estados anímicos, emociones, sentimientos, pasiones…el sentir.
En cuanto a la mente, la constituyen los procesos cognitivos: pensar, razonar, argumentar, proyectar. Y en cuanto al cuerpo, es el vehículo visible que me posibilita el peregrinar la existencia; y en este peregrinar no es lo racional el eje de cómo hago camino
, sino el cómo siento la existencia.
Norita, además de cultivar el oficio de la palabra, tiene un potencial creativo con el que puede diseñar calidoscopios de sonidos, charquitos cantarines, cascadas arrasadoras… un mundo de imágenes que la expresan. Su palabra recrea el cosmos y al mismo tiempo la recrea a ella. Y en ese juego dialógico, simultáneo, la filigrana de su sentir nos toca hondamente, tanto como también nos arrastra su tormenta pasional que a veces estremece.
Forma y contenido se metamorfosean en un solo relámpago, en la vorágine de un tornado o en el murmullo lunar de los delfines.
Ella es todo eso, y su palabra nos permite asomarnos al templo sagrado y temible que es el espíritu de un ser humano consciente de que todas sus batallas y las estrellas están en su interior: la sensación pendular de batirse permanentemente entre su finitud y la nostalgia de infinito (El que no puedas llegar es lo que te hace grande
, escribió Goethe).
Cada uno de sus poemas , es la epifanía de ese volcán siempre humeante que es su sentir, y en el desgranar de sus palabras ascendemos a la cumbre del anhelo por un horizonte que, en realidad, es el regreso al Origen, y nos precipitamos inexorablemente al infierno abisal de soledades, incertidumbre, ira y desamparo, la acuarela de la Vida que incluye tantas muertes --la noche oscura