La sanación-salvación para torpes
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La sanación-salvación para torpes - Chema Álvarez Pérez
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Prólogo
I. ¿Existen los milagros?
II. ¿Hacía milagros Jesucristo?
III. La sanación, manifestación de la actuación divina
IV. Jesucristo envió a sanar, no solo a predicar y bautizar
V. La imposición de manos, algo más que una consagración
VI. Exorcismos cotidianos
VII. El poder sanador de la escucha y la empatía
VIII. La fuerza sanadora del perdón y del amor
IX. Sanando cuerpos, mentes y almas
X. La «clínica» que Jesucristo inauguró
XI. «Lo que gratis habéis recibido…»
XII. El «milagro» de la actuación humana con la presencia y el poder de Dios
XIII. «Respirando» a Dios
XIV. Autosanación
XV. La utilidad del padecimiento
XVI. Morir para vivir
XVII. Espiritualidad que sana
XVIII. La sanación definitiva
XIX. La salvación que ofrece Jesucristo
Una parábola para resumir
Despedida y cierre
Información promocional
portadilla© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)
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ISBN: 978-84-285-6489-2
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Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama llegó a toda Siria; y le trajeron todos los que se encontraban mal con enfermedades y sufrimientos diversos, endemoniados, lunáticos y paralíticos, y los curó.
Mt 4,23-24
Señor… concede a tus siervos proclamar tu palabra con toda valentía; extiende tu mano para realizar curaciones, signos y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús.
He 4,19-30
También acudía la multitud de las ciudades vecinas a Jerusalén trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos se curaban.
He 5,16
Prólogo
Como en esta colección me propuse tocar los temas esenciales de nuestra fe cristiana haciéndolos comprensibles a los menos informados, y siempre expuestos con el lenguaje más sencillo posible, hoy presento al lector interesado una de las cuestiones que más llama la atención en los evangelios. Me refiero a lo que da título a este librito, la sanación, que fue el motivo por el que muchos se acercaron a aquel Jesús de Nazaret que obraba prodigios y que sigue siendo acicate para otros tantos que hoy lo invocan con idéntica intención.
Fue y sigue siendo también una forma de «salvación», como luego explicaré en estas páginas, que antiguamente se pretendía y que en la actualidad se sigue buscando aunque sea por caminos extraños. Es decir, que tranquilamente se podría haber titulado a este libro La salvación para torpes, que igualmente serviría su contenido para dar respuesta a quienes buscan una sanación que va más allá de un «parcheo» físico y, por eso, al final se ha optado por el doble título La sanación-salvación para torpes. Porque también a Jesucristo acabaron buscándole y siguiéndole quienes comprendieron que necesitaban no solo un remedio para el cuerpo sino también para el alma. Y puede ser –y ojalá así sea– que cualquiera que se atreva con estas páginas descubra que por encima de sus dolencias y malestares físicos solemos todos tener una afección espiritual que requiere una sanación que deriva en salvación. Pues eso, ¡a descubrirla!… y a sanar íntegramente.
¡Ah! Y como al igual que en los libros anteriores no dejo de citar pasajes del evangelio o del Antiguo Testamento –mis fuentes de inspiración e información–, te recomiendo encarecidamente que acudas a ellos para completar esta ilustración y para que, también tú, encuentres ahí ese alimento que es sanación y salvación.
I. ¿Existen los milagros?
Yo os aseguro que quien diga a este monte: «Quítate y arrójate al mar» y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá.
Mc 11,23
Es la pregunta que lo mismo se hacen los incrédulos que los creyentes. Los unos porque se obstinan en dudar y quieren asegurarse de que nada sorprendente les saque de esa duda, y los otros porque han hecho del milagro un refuerzo de su creencia. Así que sería bueno que empezáramos por acudir a la etimología de la palabra «milagro» para conocer el terreno que pisamos. Ahí nos encontraremos con esta definición: «Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a una intervención sobrenatural de origen divino». Definición que gira en torno a dos detalles, el de que no sea explicable por las leyes naturales y que sea atribuible a un poder sobrenatural, normalmente el divino.
Esto nos lleva a entender que, desde antiguo, el ser humano ha tendido a explicar lo inexplicable como una acción de los dioses a los que invocaba lo mismo buscando aclaraciones que remedios. Y, por lo tanto, habría que concluir que en la medida en que la ciencia ha ido dando respuesta a lo que antiguamente no parecía tener explicación y que la medicina ha evolucionado hasta el punto de solucionar gran parte de nuestros malestares, el milagro se ha ido reduciendo a niveles que diríamos anecdóticos. Es decir, que hoy, a diferencia del remoto ayer, el milagro ha quedado ceñido al estricto campo de una creencia proclive a lo milagroso, a lo verdaderamente sorprendente y llamativo que escapa a explicaciones científicas y que remite a la acción de Dios y de los personajes vinculados a Él (la Virgen y los santos), a quienes se invoca con esa intención de conseguir lo que resulta inalcanzable para nuestras fuerzas.
«Desde antiguo, el ser humano ha tendido a explicar lo inexplicable como una acción de los dioses a los que invocaba lo mismo buscando aclaraciones que remedios».
Pero la pregunta que da título a este capítulo sigue siendo importante para todos aquellos –y son muchosque se ven necesitados de una ayuda o un remedio que no han podido encontrar ni en nuestra evolucionada sociedad ni en las personas ni en los medios que la caracterizan. Porque si esto del milagro fuera un hecho totalmente cierto, además de comprobable, y existieran unas pautas o indicaciones claras para conseguirlo, todo el mundo se apuntaría a obtenerlo porque nadie se encuentra libre de verse en la tesitura de tener que pedir una ayuda que desborda lo ordinario.
Entonces es cuando vas y abres el evangelio y te encuentras con un Jesucristo que hacía milagros, que lo mismo curaba lisiados que resucitaba muertos, que transformaba el agua en vino o apaciguaba tormentas con el poder de su palabra. Y esto te cautiva al tiempo que te lleva a preguntarte por qué no podrías tú ser también beneficiario de esa acción maravillosa del Hijo de Dios. Porque en las Iglesias que se manifiestan como herederas de su mensaje se invita a confiar en ese obrar divino y se insiste en que la fe, una fe incluso tan pequeña como un granito de mostaza, puede mover montañas (Mt 17,20). Y en las muchas agrupaciones menores que también participan del Evangelio, aunque sea a su aire, incluidas esas sectas que igualmente alardean de lo cristiano de alguna manera, el milagro es un recurso importante es