El Evangelio para torpes
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El Evangelio para torpes - Chema Álvarez Pérez
Índice
Portada
Portadilla
Créditos
Prólogo
I. Transmitiendo una fe, no solo una historia
II. ¿Quién es Jesucristo?
III. Una visión coherente de la Humanidad y de lo humano
IV. Un mensaje claro y sencillo (teoría)
V. Una acción directa (práctica)
VI. El testimonio de una experiencia divina
VII. La necesidad de descubrir y compartir lo importante
VIII. Un medio de comunicación que te realiza
IX. ¡Marchando!: una de resurrección
X. Las consecuencias de «ir contra corriente»
XI. Las ventajas de llevar a Dios «puesto»
XII. ¡Cosas de mujeres!
XIII. Con el soplo del Espíritu
XIV. Ejemplos de «torpes» evangélicos
XV. Los «trending topic» del Evangelio
XVI. ¿Necesitas un mapa?
Cronología: Para que no te pierdas
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«¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los profetas!».
(Lc 24,25)
«Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia».
(Jn 10,10)
Prólogo
Cuando se comenzaba a introducir en España la informática, el popular humorista gráfico Forges tuvo el acierto de apadrinar una serie de libros que pretendían desentrañar ese complejo mundo a los ignaros en el tema. A esa colección le puso el apellido «…para torpes» anteponiendo al mismo el objeto de esa enseñanza, como podía ser Informática…, Windows…, etc. De esa manera, quienes éramos por completo profanos en esas cuestiones pudimos iniciarnos en las mismas de manera fácil además de jocosa.
La idea era buena y debió de tener su aceptación, porque durante un tiempo y a medida que surgían nuevas aplicaciones, el amigo Forges no dejó de publicar nuevos libros sobre estos temas. Estaba claro que éramos muchos los españolitos que nos encontrábamos perdidos en esa jungla de lo informático y agradecíamos cualquier ayuda, aun a costa de pasar por «torpes».
En la actualidad, este tipo de libros se ha convertido en todo un género, porque los hay dedicados a los temas más variados bajo el epígrafe For Dummies, que vendría a ser el equivalente, en inglés, de lo que aquí hemos bautizado como propio de personas principiantes o inexpertas. (Incluso he visto una película, El italiano, creo que se titula, en la que el protagonista aprende lo que es el Islam con uno de estos libros).
Se me ocurre que con el Evangelio pasa algo parecido, ya que para muchos es un tema desconocido y se sienten perdidos a la hora de acceder a él. Y como además no encuentran motivos para hacerlo, pues ahí sigue estando como una asignatura de conocimiento pendiente. Uno no puede menos de sentir lástima de todas esas buenas personas, familiares y amigos incluidos, que creen «a su manera» pero que no practican, aunque tienden a un comportamiento ético cristiano sin darse cuenta, fruto de la inmersión social secular en esta fe. Y que conste que si tengo esa lástima es porque sé que se están perdiendo algo de mucho valor.
¿No sería entonces oportuno el escribir una especie de prontuario sobre el Evangelio que favoreciese su conocimiento a quienes, por la razón que sea, no son capaces de acceder a él? Opino que sí, y que no está de más ese apelativo de «para torpes», siempre y cuando los así aludidos no vean en él sino el refrendo de su necesidad de aprender y la invitación a hacerlo. Yo, por mi parte, lo que veo es aquella reconvención que Jesucristo hacía a los dos discípulos que caminaban hacia Emaús lamentándose por lo sucedido en Jerusalén: «¡Qué necios y torpes sois!...» (Lc 24,25). Ellos habían vivido acontecimientos que estaban predichos tanto en las Sagradas Escrituras como en la misma predicación de su Maestro, y no habían sido capaces de entenderlos y menos aún de aceptarlos. Pero Jesús les llamaba así no para denigrarlos sino para invitarles a descubrir todo lo que aún no habían sido capaces de aprender por sí mismos.
Ahí, en esa reconvención a quienes debieran saber y no saben, y con el ánimo de ayudar a quienes buscan desde su particular ignorancia o pobreza, es donde yo me sitúo para condensar lo que creo que es la esencia del Evangelio. Y si de la mano de esta humilde propuesta algún lector aprende y se anima a llegar más lejos, seguramente le pasará como a mí cuando me enfrenté a un ordenador armado de necesidad y de curiosidad, y con ayudas como la de aquellos manuales conseguí introducirme en un mundillo que hoy me gratifica por las utilidades que me ofrece y por las ventajas que ha acabado aportando a mi vida. Luego, cada cual según su interés, ya buscará mejores libros y más completos que este, que solo pretende ser un aperitivo que despierte el apetito por lo cristiano.
¡Buen aprendizaje!
A tener en cuenta
Para entender mejor esta explicación es necesario que tengas a mano unos Evangelios o, mejor aún, una Biblia (yo me he servido de la Biblia de Jerusalén), para consultar y reflexionar las citas que continuamente se hacen y cuya abreviatura encontrarás explicada al principio de ella. Aunque te aconsejo que lo leas todo primero de un tirón y recurras a esas citas solo cuando vuelvas a leerlo más reposadamente, para que amplíes tu descubrimiento.
Y perdona si el lenguaje te suena a veces a teológico o «antiguo». Podría haberlo escrito en «cheli», pero entonces también habría otros que no lo entenderían. Así que haz un esfuerzo y traduce a tu propio lenguaje, a tu comprensión, lo que te suene a raro o complejo.
Como siempre, es bueno tener a mano un diccionario, por lo que he añadido al final, en la pág. 183, un índice de los nombres y palabras que tendrás definidos a lo largo del libro en recuadros.
I. Transmitiendo una fe,
no solo una historia
Ante todo tienes que tener bien claro que el Evangelio no es una historia, aunque cuente cosas que sucedieron históricamente. El Evangelio es, por encima de todo, la proclamación de la fe de unas personas que se consideraban creyentes. ¿Creyentes en qué? Pues en Jesucristo y en su mensaje, hasta el punto de que para ellos mereció la pena vivirlo y darlo a conocer por encima de cualquier dificultad. Así lo expresa el evangelio de Juan al final: «Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre» (Jn 20,30).
Y es que los que compartieron algunos de los años de la vida de este Jesús de Nazaret, luego conocido como «Jesucristo», fueron testigos de cosas sorprendentes («signos», los llamaban ellos), de esas que no se pueden ocultar y que disfruta uno contándolas. Pero como fueron muchos los acontecimientos y las palabras que a ellos les cambiaron la vida, pues optaron por contar al menos las más importantes, para que quienes las leyeran experimentaran lo mismo y fueran capaces de alcanzar lo que ellos consiguieron. Por eso se llama Evangelio, que en lengua griega significa «Buena noticia». Y es que de verdad lo fue para ellos, al igual que lo puede ser para cualquiera que lo lea. Tú mismo, sin ir más lejos.
Por entonces no había librerías tal como hoy las conocemos, pues estaban de más ya que la mayoría de la gente no sabía leer y tanto la lectura como la escritura eran privilegio de unos pocos. Pero eso no impedía el que se escribieran y compartieran pensamientos y acontecimientos considerados importantes. Lo hacían historiadores, literatos, filósofos… y muchos más que encontraron en este medio una buena manera de difundir sus conocimientos. Los que podían los leían y el «boca-oreja» de toda la vida hacía el resto, pues ya sabes que eso del Twitter y Facebook es más antiguo de lo que parece, aunque por entonces se hacía «a pelo». Lo mismo pasó con los evangelios, que aunque se hicieron de ellos copias para que llegaran a muchos lugares, la fuerza de su difusión estaba en la lectura y comentario que de ellos hacían los primitivos cristianos.
Discípulos
La palabra hace referencia a cualquiera que siguiera a un maestro o profeta y fuera enseñado por él haciéndole partidario de esa enseñanza. En la antigüedad bíblica alude a seguidores de algunos profetas, mientras que en el Evangelio se designa con esta palabra a todos los que escuchan y siguen a Jesús, mencionado muchas veces como «Maestro», sin hacer distingos ni siquiera de sexo (cf Mc 3,31-35; Lc 8,1-3).
Pero, espera, que me estaba olvidando de lo principal, que es que ese «Evangelio», esa «Buena noticia» (que escribiremos con mayúscula para distinguirlo), es una expresión que engloba a multitud de evangelios (con minúscula). ¿Cómo es eso? Pues muy sencillo, porque el acontecimiento tanto histórico como de fe que se vivió en torno a Jesús, el Cristo, decidió contarlo más de uno y así es cómo surgieron tantos. ¡Ah!, ¿que a ti solo te suenan cuatro, los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan? Bueno, pues que sepas que hay bastantes más, pues era normal que aquellas comunidades cristianas de los primeros siglos tuvieran su propio evangelio, a veces hasta redactado en grupo y no por un único autor. Así que por aquellos años coexistieron diferentes evangelios originales y otros que eran copias de ellos y que se difundieron por todo el mundo entonces conocido y civilizado «a la romana». Hasta que en el siglo IV se optó por considerar canónicos, es decir, definitivos para el creyente cristiano, solo cuatro de ellos y dejar a los demás en un segundo plano, como secundarios o incorrectos. (Si te interesa, los puedes leer, pues se conservan y están editados, no son ningún secreto. Son los evangelios llamados apócrifos, y también están los gnósticos, que se daban por desaparecidos hasta que se descubrieron algunos de ellos el siglo pasado).
Evangelio
La palabra «Evangelio» significa, en griego, «Buena noticia» y con ella se hace referencia al mensaje de Jesucristo recogido en los evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Aunque, por extensión, designa también al conjunto de lo que llamamos «Nuevo Testamento».
Evangelios apócrifos
Son los evangelios no considerados «canónicos» por lo incierto de su origen, su aparición tardía o lo inadecuado de su contenido. Se conocen y conservan en colecciones dedicadas a ellos como literatura complementaria de la revelación cristiana. Lo cual quiere decir que ni están prohibidos ni son un «tabú», así que puedes curiosearlos sin miedo.
Evangelios gnósticos
Dentro de los evangelios no considerados «canónicos» están los llamados «gnósticos», que participan de elementos propios de la «gnosis». Este movimiento, que defendía una forma de conocimiento muy especial y por encima de las prácticas habituales de piedad, era normal en los siglos I y II y algunos de sus elementos fueron recogidos en escritos y evangelios de comunidades cristianas luego desaparecidas. El hallazgo, a