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M. Night Shyamalan. El cineasta de cristal
M. Night Shyamalan. El cineasta de cristal
M. Night Shyamalan. El cineasta de cristal
Libro electrónico625 páginas9 horas

M. Night Shyamalan. El cineasta de cristal

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Creador de la película definitiva sobre la convivencia con fantasmas, y las también definitivas sobre superhéroes reales o invasiones extraterrestres en fuera de campo, M. Night Shyamalan es un creador de iconos y, sobre todo, de meditadas obras que generan enconados debates, polémicas sin fin entre la cinefilia. Este libro recoge las odiseas que ha tenido que emprender para levantar sus películas, las peculiaridades de sus producciones, el (lógico) secretismo, sus campañas de publicidad, sus encarnizadas (para bien y para mal) recepciones críticas y sus avatares para mantener el estrellato o salir del pozo de lodo más negro en el que ha estado nunca un director de género de primera línea.

Amparándose en el género fantástico, Shyamalan habla de temas terrenales, cercanos, a pie de casa e incluso existencialistas. No hay película suya que no aborde mucho más que el susto bien urdido (del cual también es dueño y señor). Aparatos perfectamente cerrados con una constante de giro final que ya se ha convertido en un acontecimiento para cada película, y que hacen del revisionado de sus obras una experiencia.

Al igual que Spielberg o Hitchcock, las máximas referencias con las que se le suele identificar, Shyamalan sabe bien que lo que prima son los personajes, y el género será más contexto que imperativo de su narrativa. Cineastas, críticos en la cresta de la ola, críticos cogiendo esa ola, directores de festivales, profesores de universidad, escritores, documentalistas, estudiosos, ilustradores, diseñadores gráficos, foreros, aficionados y por supuesto maravillosos e ilustres amateurs analizan aquí la trayectoria de un realizador cuya obra seguirá suscitando apasionantes controversias pasadas muchas décadas.
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento3 may 2018
ISBN9788417797676
M. Night Shyamalan. El cineasta de cristal

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    M. Night Shyamalan. El cineasta de cristal - Raúl Cerezo y José Colmenarejo

    Prólogo. 49 autores, 18 meses y un genio

    ¡Por fin, un libro del nuevo Hitchcock! ¡Se hizo justicia, un libro del heredero de Carpenter y el maestro del fantástico de las últimas décadas! ¡Ese hombre no tiene peli mala, le compro hasta Airbender! ¡Un plano del indio vale por filmografías enteras! ¡Este hombre es el acontecimiento del milenio! ¿Vais a hacer un libro de Shyamalan? TAKE MY MONEY!

    ¿Un libro de este señor? ¡Por Crom, si no ha hecho una película buena desde El sexto sentido! ¡Ese libro apestará a kebab! ¿Cómo podéis hacer un estudio de alguien que es el gran engaño del siglo XXI? ¡Sus giros finales son para idiotas! ¡Es el artistazo de las comedias involuntarias! ¡Compraré el libro para darme el gustazo de que calce mis mesas cojas!

    Estos dos párrafos anteriores definen los extremos a los que puede llevar M. Night Shyamalan, el autor del que nos ocupamos en el libro que tienes en las manos y que seguramente te despierte, como poco, un mínimo de curiosidad. ¿Cómo alguien que genera tan fascinantes debates y que ha creado las líneas más haters y lovers de los últimos años no nos iba a mover para emprender un libro sobre su carrera?

    Lo cierto es que, obviamente, José Colmenarejo y yo, coordinadores del libro, somos más del segundo párrafo (quitando extremismos y caricatura), y es lo que nos movió a emprender hace 18 meses la intensa aventura de embarcarnos en un detallado libro sobre el creador de la película definitiva acerca de ver muertos o las definitivas sobre superhéroes realistas, invasiones extraterrestres en fuera de campo, árboles con marcas rojas que no dejan ver el auténtico bosque, urbanizaciones con fondos de piscinas que nos llevan a mundos de narrativa espejo, suicidios en masa, scifi virtuosa con Will Smith sentado en el banquillo, la cima del found footage del género o la génesis de un supervillano. Sin duda, pensamos que Shyamalan es un creador de iconos, puntos y apartes y, sobre todo, de pensadísimas obras que generan el máximo zumo de la madre cinematografía. ¿Cómo afrontar un libro de alguien que admirábamos tanto y hacerle justicia?

    Voy a tratar de exponeros cómo nos planteamos realizar lo que podía ser un justo acercamiento a nuestro admirado Shyamalandingdong. Realmente, algo que a cualquiera le llama la atención al aproximarse a los bastidores de la obra de Shyamalan son las odiseas que ha tenido que emprender para levantar sus películas. O las peculiaridades de sus producciones, el (lógico) secretismo, sus campañas de publicidad, sus encarnizadas (para bien y para mal) recepciones críticas y sus avatares para mantener el estrellato o salir del pozo de lodo más negro que ha estado nunca un director de género de primera línea (spoiler: SALE), precisamente, el pozo de lodo negro del que nació. Estas aventuras y desventuras apasionantes son un interesantísimo capítulo de cada película que abordaba: la concepción crítica y cinematográfica. Y eso es exactamente el capítulo que abrirá los tres que componen cada obra en el libro que nos ocupa. Hemos desgranado en tres episodios cada largometraje para tratar de estructurar con separaciones temáticas los análisis de cada película.

    Los guiones de las películas de Shyamalan son el supuesto punto débil en el que se ceban sus detractores, ya que en su forma cinematográfica no puede agarrarse nadie para desprestigiarle debido al enorme logro que ésta supone siempre. Guiones que son siempre muy defendidos por unos actores entregados que, en el supuesto peor de los casos (muy atacados también), desconciertan porque Shyamalan opta por un extraño humor que no es entendido siempre y que esperamos, si tú eres uno de los que le ocurre, que entiendas al terminar este libro. Un extraño humor que despierta odios y ataques al guion o la interpretación de los actores cuando es algo pensado y buscado. Lo cierto es que los coordinadores de este libro amamos los textos del director al nivel de su forma de expresarlos. Amparándose en el género fantástico de la mejor manera y sin dejarlo de lado, Shyamalan habla de temas terrenales, cercanos, a pie de casa e incluso existencialistas. No hay película suya que no aborde mucho más que el susto bien urdido (del cual también es dueño y señor). Aparatos perfectamente cerrados con una constante de giro final que ya se ha convertido en un acontecimiento para cada película que trata, y que hacen del revisionado de sus obras una experiencia sobrenatural. Bromeando, siempre suelo espetar a muchos haters que «están a un revisionado de amarle». Al igual que Spielberg o Hitchcock, las máximas referencias (obvias) que se le suelen identificar, Shyamalan sabe, desde que pulsa la primera tecla, que lo que prima son los personajes, y el género será más contexto que imperativo de su narrativa. Lo cierto es que Shyamalan sale mucho más de la gloriosa serie «Twilight Zone», serie de la que sale casi todo el mejor (y el peor) cine fantástico y terrorífico desde entonces. De allí sustrae sus giros finales, su prioridad por los personajes en entorno cotidiano asaltado por el fantástico, su humanidad e incluso su amor por la forma clásica de contar historias. A Shyamalan le parieron en la Dimensión Desconocida. Y sí, como en este libro nos gusta dar argumentos, el lector tendrá un segundo capítulo en cada película que se encargará exactamente de estos asuntos: análisis narrativo y de dirección de actores.

    El tercer capítulo nos apetecía muchísimo porque siempre hemos pensado que en la crítica cinematográfica se suelen centrar casi exclusivamente en el segundo y no abordan algo que es clave para el análisis de una obra: la forma cinematográfica. Consideramos esencial la buena expresión fílmica para que un gran guion llegue al mejor puerto o que incluso uno mediocre pueda alzarse en logro, que también hay muchos casos. Abordamos un análisis del colectivo expresivo que transite desde la labor de Shyamalan planificando hasta su dirección de cualquier equipo para llevar al punto álgido sus películas. Precisamente, él es un director que no da puntada sin hilo y sabíamos que de aquí podíamos sustraer petróleo. Lo cierto es que Shyamalan consigue con su fuerza expresiva limar incluso asperezas poco sostenibles en sus atrevidos guiones. La maestría con la que navega parece ir a la deriva entre el cine de autor más extremo (Shyamalan no tiene problema en cortar cabezas en el plano o filmarte el suelo donde otro filmaría el homicidio que ocurre al lado) y el mejor cine mainstream que hoy en día nos podamos plantear, consiguiendo un estimulante mejunje que, con la ayuda de un equipo siempre sobresaliente, hace plegar propuestas del texto más locas y las lleva a irresistibles triunfos. Un ejemplo de esto sería el agua en Señales o el agua en El Protegido, elementos muy atacados: ¿por qué los extraterrestes invadirían un planeta donde el agua, su punto débil, gobierna la superficie del mismo? ¿Cómo es posible que David Dunn sea un héroe con el agua como kriptonita si tiene que beberla para sobrevivir y ducharse? Lo cierto es que la respuesta a la primera pregunta es más metafórica: la pureza del agua para recuperar la fe y más elementos que os desgranaremos en el capítulo correspondiente). En cuanto a la segunda, más terrenal, no hay más que ver las secuencias eliminadas de El Protegido para observar que Shyamalan tenía todo pensado: cada vez que Bruce Willis se ducha, queda afectado. No olvidemos que el agua no lo mata, sino que lo debilita. Sin embargo, lo más interesante de todo esto radica en que Shyamalan consigue con su manera de filmar que mires para la fascinación que él siente con lo que cuenta y hagas caso omiso de esas minucias (también pensadas, insisto, pero más achacables). Un autor parecido en estos menesteres sería Brian De Palma.

    Shyamalan es capaz de jugar también con el sonido de manera harto estimulante. Todo su cine está lleno de detalles. En obras como Señales, por coger una al azar, si agudizas el oído puedes escuchar a los extraterrestres escondidos en la casa durante toda la película. Y para los más jugones, hay un plano donde incluso puedes oír el motor de los ovnis como se escucharían en cualquier obra convencional del género, pero sin verlos, por supuesto. Bien, pues todas estas expresiones, que tanto nos apasionan y han hecho del autor objeto de estudio, serán abordadas en el tercer capítulo de cada película.

    Pero… ¿y no se habla en el libro de sus fantásticas secuencias eliminadas? Maldita sea, ¿no se tratan sus giros finales? ¿No se va a hablar de ese chiflado making of que hicieron de El Bosque diciendo que Shyamalan tenía superpoderes y luego era fake? ¿Y qué hay de sus easter eggs, su fulgor crítico, sus cameos, de su colaboración mítica con Newton Howard o de sus películas como productor? ¿QUÉ CLASE DE LIBRO HE COMPRADO YO? ¿Y QUÉ HAY DE GLASS? No, tranqui, relaja. Lo cierto es que todo eso también se ha abordado. Tranquilo, siéntate. Respira. Habrá capítulos intercalados en la estructura que te hemos expuesto tratando todos estos asuntos y algunos más, lo cual pensamos que no sólo hace el libro más completo, sino más ameno. En cuanto a Glass, hemos llegado hasta donde hemos podido antes del cierre del texto para imprenta. Si hubiera segunda edición, prometemos dedicarle los tres capítulos pertinentes a la esperada película. Vamos, que hemos pensado en todo para que no nos trolees el libro. O quizá no en todo, pero nosotros ahora mismo no caemos en qué falta y llevamos 18 meses dándole a la quijotera.

    ¿En qué se traduce esto? En 48 capítulos, nada menos. 48 episodios que desgranan lo que pensamos es uno de los maestros del fantástico desde hace ya muchos años. ¡49 CAPÍTULOS! Sí, y con plena libertad por parte de la editorial para acometer la obra, así que Colmenarejo y yo dijimos: ¿por qué no damos un poliédrico prisma a la obra? ¿Poliqué? Sí, suena a vejación, pero podría no serlo con mucho trabajo. ¡REPITO, 18 MESES! (mirando al cielo y cayendo lluvia en las caras de los coordinadores mientras suenan truenos). ¡POLIÉDRICO! Vamos, que cada capítulo lo escriba un autor diferente. ¡OH, SALDRÁ UN FRANKENSTEIN INDIGESTO! ¡MUY HETEROGÉNEO E IRREGULAR! Bueno, confía. Eso tiene solución estableciendo una buena coordinación entre los colaboradores y eligiéndolos bien, ¿no? Y en ésas hemos estado estos… 18 MESES. El episodio más duro y crucial del libro era elegir bien a esos colaboradores para conseguir buenos textos, buena coordinación y un libro colectivo (puede que uno de los más grandes que puedas encontrar) donde, pese a ser tan colectivo, tenga unidad. Además, ¿cuántas veces has comprado un libro de un autor y a las pocas páginas no le soportabas? Bien, pues aquí no te ocurrirá eso. Si no soportas a uno, le dejarás de sufrir a las pocas páginas.

    La parte de la elección de autores, de los cuales tendrás una pequeña bio al final de cada capítulo y te animamos a que investigues sobre ellos invocando a San Google, fue la más compleja. Tras mucho debate, decidimos no hacer un libro exclusivo de críticos cinematográficos y vacas sagradas. Con frecuencia, en internet leemos brillantes textos de personas que no ejercen en el mundo de la crítica o escuchamos lúcidas reflexiones de críticos que no están tan en primera línea, pero que podrían estarlo. ¿Por qué no dar voz a todo aquel que nos pareciera interesante en un libro de un autor que se presta tanto a un arco iris de reflexiones? Por otro lado, pensábamos que se abordaban temas en el libro para los cuales la crítica común no estaba tan especializada y no renunciamos a abordar el oficio de frente, encontrando colaboraciones de profesionales directos de la materia.

    Pero… ¿QUÉ GENTE ME VOY A ENCONTRAR EN EL LIBRO? ¡ESCÚPELO! Bien, pues te vas a encontrar un prisma que aborda cineastas, guionistas, productores, técnicos, críticos en la cresta de la ola, críticos cogiendo esa ola, directores de festivales de cine, profesores de universidad, escritores, documentalistas, estudiosos, ilustradores, diseñadores gráficos, foreros, aficionados y por supuesto maravillosos e ilustres amateurs. Recordad lo que significa amateur en su acepción de raíz más positiva: «el que ama». Que practica por placer una actividad, generalmente deportiva o artística, sin recibir habitualmente dinero a cambio.

    Y en eso se nos han ido los cacareados 18 meses, en coordinar los escritos para que el libro tenga unidad, víscera, entrega y coherencia. Obviamente, con tanto colaborador se persigue más la coherencia global que el corsé. A veces el escritor se va por un margen interesante y no se ciñe tanto al estricto capítulo del libro cuando ya ha cumplido con un mínimo de temática. ¿Qué hemos hecho nosotros? Dejarle trabajar, disfrutar y dar placer a un lector ávido de aventura, siempre y cuando no pise otros capítulos ni se salga tanto del margen que acabe con el peor de los giros finales. En este libro se persiguen también giros finales, sí, pero tienen que estar tan bien urdidos como los de tío Shyam. O al menos, nos hemos dejado la vida para que así ocurra.

    ¿Y qué podemos deciros nosotros aparte de un enorme GRACIAS por adquirirlo? Te decimos que tienes el libro de Shyamalan que los coordinadores hubiéramos soñado. Y eso es decir mucho. Sólo 18 meses podrían justificarlo. Esto se acaba, hermano.

    Raúl Cerezo es coordinador de este libro

    al lado del búfalo José Colmenarejo

    Balbuceos cinematográficos: primeros films en Súper 8

    Hace ya más de un cuarto de siglo que M. Night Shyamalan inició su carrera como cineasta, motivo más que suficiente como para abordar un estudio que pretenda hacer más comprensiva una obra a medio camino entre el mainstream y un original formalismo, siempre deudor de sus maestros pero sin dejar de hilvanar un lenguaje particular. Los análisis generales tienden siempre a buscar elementos en común en sus filmes, unos elementos que se equiparan en la mirada del espectador o del crítico con tal de encontrar reiteraciones (en ocasiones auto-referenciales) o sesgos visuales y narrativos que permitan definir algo tan vago a veces como un «estilo propio». Lo que está claro es que un director se define por la forma en la que filma, y esa concatenación de imágenes en movimiento, ordenadas y estructuradas para (por lo general) explicar una historia, acaban siendo particulares. En cierto sentido el estilo se manifiesta cuando un mismo hecho, dramático o narrativo, se explica de una forma y no de otra, cuando un director no puede (o no sabe) explicar las cosas de otra manera.

    Lo interesante de M. Night Shyamalan es, por esa misma razón, su propia particularidad. Si se escribe un libro sobre él significa querer definir esa particularidad. Aprehender un sentido o una cohesión en aquello que narra. Encontrar el «estilo», que nos permita comprender en que se fundamenta lo particular. Y cómo no, esa primera búsqueda debe inmiscuirse en los primeros esbozos a la hora de observar el mundo detrás de una cámara, aunque sea este un trabajo que se aleja de la crítica para adentrarse en los terrenos pantanosos del historiador del cine o del fetichista imbuido del fenómeno fan.

    El resultado es muy malo. Lo que está claro es que M. Night Shyamalan no era ningún genio a los catorce años. Y al mismo tiempo, es difícil valorar las secuencias caseras de un adolescente como lo haríamos con un cineasta adulto y con pretensiones. Quizás por eso «malo» es un adjetivo descontextualizado de lo que debe ser la mirada hacia lo que se analiza. ¿Qué podemos observar en esos pequeños cortos? Edición abrupta, errores de raccord, ausencia de ritmo y (lo que es peor) incapacidad para explicar la acción de forma visual. Pero eso sería también lo que diríamos de cualquier retazo inacabado, de cualquier montaje en el que se plasman las ideas sin todavía darles forma. No sólo eso. El mismo cine es en esos filmes una idea divertida, ajena a la crítica. De hecho, esa es la única idea sobre la que sustentan las imágenes que Shyamalan muestra a sus espectadores: la imagen de un adolescente norteamericano filmando una película de alienígenas en el salón de su casa, o evocando a Indiana Jones en el jardín sin más ayuda que una cámara de Súper 8 y un par de amigos.

    Nos detenemos en las imágenes y evocamos la tarde de verano en la que el joven Shyamalan decide con doce años filmar su primer corto casero. Era un muchacho nacido en la India en 1970, concretamente en Mahé, en el estado de Puducherry. De padres doctores, su progenitor quería que el muchacho siguiera sus pasos, mientras que su madre le animaba a seguir sus ilusiones para convertirse en cineasta. En este sentido, su relato se equipara a tantas reflexiones infantiles, de tantos artistas, en las que el apoyo maternal es esencial para comprender su crecimiento creativo. Esta anécdota, recordada por el propio cineasta años después, nos permite definir su lugar en el mundo cuando Shyamalan hacía sus primeros pinitos tras la cámara y nos ayuda a tener claros dos aspectos. Por una parte, el hecho de que sus padres se dedicaran a la medicina demuestra el acomodado nivel adquisitivo de su familia. Por la otra, el traslado a los Estados Unidos siendo un niño y su perfecta integración familiar en los suburbios de la ciudad de Filadelfia permite al joven americano—indio tener a su disposición toda una herencia cultural (cinematográfica) en el momento (años 80) en que se redefine el concepto comercial del séptimo arte y se alumbra el concepto de «blockbuster» gracias a directores como Steven Spielberg o George Lucas. Según sus propias declaraciones, M. Night Shyamalan, que por aquel entonces todavía se llamaba Manoj Nelliyattu Shyamalan, salió absolutamente abrumado después de una sesión de cine en Filadelfia. Era el año 1981 y el joven Manoj había ido junto a sus padres a una sesión de tarde para disfrutar de un film del que todos sus compañeros de clase hablaban. El título de la cinta era En busca del arca perdida y desde aquel momento aquel joven delgado y desgarbado descubrió que existía una forma visual de narrar historias. Al cabo de pocos meses Manoj recibió el regalo deseado, una cámara casera de Súper 8, y filmaría durante siete años un total de 45 modestos cortometrajes caseros antes de matricularse en la Escuela de Artes de la Universidad de Nueva York.

    Y aquí los tenemos treinta años después. Es el mismo director el que muestra alguna de sus piezas en los extras de los DVD de sus películas. Si Shyamalan no hubiera sido un cineasta exitoso seguramente nadie los hubiera visto y el que suscribe estas líneas se hubiera ahorrado la faena de articular un discurso bajo parámetros tan nimios. Pero lo cierto es que esos cortometrajes (por llamarlos de algún modo) han sido vistos por miles de personas gracias a que el propio Shyamalan los ha hecho públicos, lo que nos lleva a un par de reflexiones interesantes.

    Todos los cortos que el realizador enseña a los espectadores van acompañados de una pequeña introducción. En ella explica algunas anécdotas al respecto. En ocasiones hace hincapié en problemas de rodaje, en otras intenta explicar la intencionalidad de sus planos o confiesa el origen de la idea que sustenta el relato (aunque cabe decir que esos cortos tienen más ideas que relato). Siempre su expresión es amable y contiene un alto grado de candidez, como si el cineasta nos confesara un pequeño secreto. La idea de que no hay que tomarse muy en serio la propuesta sobrevuela la presentación y condiciona nuestra mirada. Y lo cierto es que así debe ser. El cineasta y el espectador saben que esas películas no sobreviven a un análisis crítico. Y no obstante, el futuro director de El sexto sentido nos lo muestra y nos hace cómplices de sus carencias. Es más, intenta buscar en ellos las primeras ideas embrionarias de sus propios films, convirtiéndose él mismo en objeto de estudio. En la edición digital de Señales, por ejemplo, se puede ver el primer film de Shyamalan sobre alienígenas. Cortometraje sin título, se concreta en cinco planos en la que un alien se acerca al joven director-actor mientras duerme en el sofá. El ente extraterrestre (fabricado con lo que parece un aspirador) le da un susto al protagonista y este sale corriendo. El escaso minuto de duración deja poco espacio para algo más que la expresión candorosa. Eso sí, el plano inicial del joven director dormido se mantiene fijo durante largos segundos mientras por la izquierda vemos como se acerca el monstruo, lo que parece pretender plasmar cierta tensión dramática que el cineasta maduro utilizará más adelante. Diciendo esto… ¿está el espectador crítico sugestionado por su mirada histórica? ¿Quería realmente el adolescente Manoj crear esa tensión o es el espectador el que la presupone, sabiendo que después filmará algo parecido? La duda no corroe, pero se empieza a entender la sonrisa irónica del director cuando nos la presenta.

    Los divertimentos juveniles de Shyamalan pueden ser analizados desde diversos puntos de vista. Si hablamos de una incapacidad crítica hacia los primeros cortos del director es porque muchas veces ni tan solo contienen lenguaje visual. Suponen más bien una idea de cine que nos permite observarlos desde otra perspectiva no estrictamente cinematográfica sino más bien sociológica o psicológica. Es decir, hablar de los cortometrajes caseros en Súper 8, de esos retazos en cinta de video mal grabada, nos permite de forma intuitiva situar al artista y a su circunstancia. Sobre todo porque él lo quiere así.

    Ahí llegamos a la primera reflexión respecto al papel que el cineasta se otorga a sí mismo. O más bien a la necesidad, aunque sea implícita, de que el espectador comprenda que toda carrera creativa tiene sus momentos de aprendizaje. Años después M. Night Shyamalan hablaría de su segunda película, Los primeros amigos, y del proceso de maduración que supuso para él por el hecho de ser acusado de proselitismo religioso: «No puedes trabajar con la presunción de que el público, el que sea, tiene tus mismos sentimientos, o comparte tu sistema de valores o lo que sea. De modo que si quieres plasmar eso, tienes mucha faena por delante a la hora de dar cuerpo al film. ¿Cómo les hablas y les dices «Vamos a crear un mundo»? Con el lenguaje y medios fílmicos, y lo que he escrito, ¿qué puedo hacer para que esa persona se sienta más próxima a mi modo de ver las cosas?»¹. Las preguntas que el propio cineasta se hace a sí mismo obedecen a la necesidad de concretar la unión entre lo que se explica y la forma en lo que se explica. Algo que (por lo que parece) para Shyamalan necesita de un largo proceso de aprendizaje. Sin ponerlo en duda (nadie nace entrenado) el hecho de que el realizador de Múltiple nos enseñe sus primeros pasos obedece quizás a demostrar que es un buen alumno. Y eso nos lleva a preguntarnos ¿alumno de quién?

    En los extras del DVD de su película El bosque Shyamalan nos presenta otro de sus cortometrajes en Súper 8. Nos confiesa que de todos los que tiene este es el que más se parece a un film de época, relacionando así el film estrenado con un supuesto aprendizaje anterior. No nos dice el título de ese corto porque supone que el espectador sabrá perfectamente cuál es la referencia original de ese trabajo adolescente. Con una planificación similar, aunque seguramente calcada de memoria, Manoj se nos viste de Indiana Jones y homenajea la secuencia inicial de En busca del arca perdida. Incluso se atreve a sobreponer una banda sonora muy parecida a la del compositor John Williams. La edición es basta y sin ninguna elaboración, pero la copia es evidente, por lo que suponemos una admiración del director de El protegido por Steven Spielberg. Si indagamos un poco más en la posición de Shyamalan dentro de la industria, y nos retrotraemos a sus propias declaraciones nos damos cuenta de que esa admiración no se constriñe a la planificación o a las temáticas sino que va más allá y se aloja también en la propia posición que el director de El incidente pretende ocupar dentro del cine americano.

    Que Spielberg es un referente es algo declarado. Lo es para él y para muchos jóvenes que crecieron viendo sus films. Algunos de ellos seguramente también probaron de emular sus historias en el jardín de casa durante las tardes de verano. Shyamalan además consiguió dedicarse a la misma profesión que uno de sus ídolos, e incluso su propia manera de entender el cine bebe mucho de la actitud profesional (que no exactamente artística) del maestro. No en vano, si por algo se caracteriza la generación de Spielberg (Lucas, Scorsese, De Palma…) es por su origen universitario. La mayoría de ellos estudiantes de cine en la Universidad, la cosmogonía de esos cineastas se define a partir de unas bases sólidas y de una jovial sensación de formar parte de una historia (la del cine) en la que acabarían sentado sus propios criterios. Y eso es lo que Shyamalan seguramente también como estudiante quiso pretender, aunque su carrera haya tomado otros derroteros más cercanos al culto que a la fama. Evocar la sensación de continuidad y de cambio. Formar parte de un cine adulto e infantil a la vez, formalista y comercial, profundo y entretenido, del mismo modo en que Spielberg nos narró la visita extraterrestre a un niño para, en el fondo, hablarnos de lo que perdemos cuando nos convertimos en adultos. Por eso, esos cortos contienen la pizca spielbergiana que necesita el personaje-cineasta, y nos proyectan a esos niños que Shyamalan utiliza en filmes como Señales, El sexto sentido, El bosque o El protegido, cargados de una «inocente sabiduría» de la que el director extrae la profundidad de sus mensajes. El director-niño y el director-adulto se dan de la mano en esas pequeñas y modestas confesiones de apenas un minuto.

    La explicación psicológica está ahí. No tanto en los cortometrajes sino en su exposición, en su idea de fetiche. El cine comercial vive también de eso, del mitómano y de su exageración. El director de La joven del agua participa de esa dinámica porque ha bebido de ella, y porque creció cuando George Lucas ponía a la venta muñequitos de Star Wars y Steven Spielberg arrasaba en los cines con E.T. En el fondo esos cortos en Súper 8 no pretenden mostrar nada más (ni nada menos) que la infancia en su estado más inocente (quizás también en su estado más sabio), aquel en el que el niño no solo se fascina al ver la película, sino que también pretende saber cómo provocar esa fascinación. Y al mismo tiempo, ese deseo de filmar no obedece tanto a la búsqueda de uno mismo, sino al deseo de ser admirado. No encontramos en ellos reflexiones o tanteos adolescentes, sino más bien juveniles propuestas que buscan repetir películas y géneros. Shyamalan siempre ha pretendido ser un director comercial y (como Spielberg) llegar a conjugar el éxito en taquilla con una especial forma de filmar. Amante de la limpieza en el corte y en los planos, su estilo busca la manera de articular emociones personales (o más bien obsesiones propias) que sean entendibles para el mayor número posible de espectadores. El proceso no parte de entenderse, sino de hacer que lo entiendan, y para ello se vale de todo lo aprendido en la Universidad y también (cómo no) de esos cortometrajes.

    En ese deseo tácito de complacer al espectador no hay mejor recurso que recurrir a los géneros. La transgresión genérica que hace en El incidente o El protegido tiene su origen en el conocimiento de los códigos que los sustentan. Y esas filmaciones en Súper 8 son puro género. Estereotipadas hasta la médula porque son una copia infantil y deslavazada, Shyamalan juega a héroe y observador, interpretando el papel de un mafioso o de un policía (no está claro) que se enfrenta a dos contendientes en una de las cintas. La secuencia solo tiene un corte, mal resuelto y sin ninguna utilidad aparente, y toda la acción es un largo plano-secuencia en la que se observa una «lucha final» entre el héroe y los villanos. Sin ninguna idea preconcebida, el cortometraje parece una confusa improvisación en la que sobresale la actuación del propio Manoj. De hecho, el único corte es para insertar un plano americano con el actor-realizador abriendo un maletín por el que ha estado pugnando. Y el joven parece disfrutar delante de la cámara. Con histrionismo homenajea y caricaturiza los films policíacos con comprensible exhibicionismo. Suponemos que todo artista es, en el fondo, un vanidoso.

    Intentemos no ir demasiado lejos en las presunciones del imberbe cineasta. Su cine no bebe de esos ensayos. Lo que nos descubren esas imágenes en Súper 8 no son tanto conatos de películas sino más bien grabaciones personales del propio director, y se hallan a medio camino entre el balbuceo visual y los recuerdos familiares. No existe en ellos intento de experimentación porque todavía no se sabe con qué se experimenta. En el fondo es un divertido anecdotario para los fans.

    La emulación del cine de sus directores preferidos es el origen de esas cintas. Exhibición de la juventud, no sería extraño que Shyamalan les diese el mismo trato desdeñoso en lo que a solución formal se refiere. Lo que pretende es quizás que nos demos cuenta de sus logros como cineasta y comprendamos que partió de cero, algo que en parte le honra y en parte le enorgullece. Y de la importancia que le da a la inocencia, el descubrimiento y el aprendizaje, ideas que sus films retratan de forma tácita o explícita, sea el niño que se convierte en malvado experto en cómics de El protegido, o el que ve muertos y aprende a convivir con ellos en El sexto sentido. Convertir esos cortos en objeto de análisis es ya su mayor triunfo. Deseoso de ser admirado con un estilo personal, Shyamalan ofrece el material que deberían buscar los estudiosos o los historiadores. Acepta formar parte de la historia del cine y nos deja a nosotros la titánica (o divertida) tarea de sonsacar alguna particularidad en algo que él seguramente no le encuentra más utilidad creativa que la personal nostalgia.

    Jordi Ardid es historiador y, como tal, amante de historiar y de encontrar en cada historia sus motivos, sus impulsos y sus circunstancias.

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    1 http://decine21.com/biografias/m-night-shyamalan-10679

    Praying with anger: lloré y creí

    Praying with Anger

    Título original: Praying with Anger. Año: 1992. Duración: 101 minutos. Dirección y guion: M. Night Shyamalan. Música: Edmund Choi. Fotografía: Madhu Ambat. Reparto: M. Night Shyamalan, Mike Muthu, Sushma Ahuja, Richa Ahuja, Christabal Howje, Arun Balachandran. Productora: Crescent Moon

    Sinopsis: Dev Raman, un joven indio norteamericano, recibe una beca universitaria para realizar un intercambio en su país natal. Allí trabará nuevas amistades, descubrirá sus orígenes y experimentará un evidente choque cultural.

    «Try to realize it»s all within yourself, no-one else can make you change. And to see you»re really only very small and life flows on within you and without you»

    George Harrison, «Within You Without You» en Sgt. Pepper»s Lonely Hearts Club Band, Londres, EMI / Parlophone, 1967

    En el año 1993 un joven director ganó el primer premio del American Film Institute otorgado a los talentos emergentes. Contaba apenas 23 años y había realizado esa primera producción, según su propio testimonio, con apenas 750.000 dólares. ¿Cómo era el filme que había conseguido consagrar para esta respetable institución a alguien recién salido de la Universidad de Nueva York? Más aún, ¿quién era este chico capaz de irse casi solo a la India, hablando apenas hindi o tamil, y levantar un filme iniciático de factura casi profesional? Su nombre no es otro que Manoj Nelliyattu Shyamalan, es decir, M. Night Shyamalan.

    Bruce Buschel, en el año 2000, fue el primero² en biografiar al director de cine M. Night Shyamalan poco después del éxito de El sexto sentido un año antes. Nos describe a un realizador todavía un poco inmaduro que llama a su madre, la doctora Jayalakshmi Shyamalan, en relación a ciertas expresiones en el guion. Es un extraño americano de origen hindú, de personalidad arrolladora según el texto, que ha sobrevivido al trabajo con el productor Harvey Weinstein en la fallida Los Primeros Amigos (1999) y que gracias a esa producción fantasmagórica con Bruce Willis y Haley Joel Osment se ha consagrado como «supuesto» heredero de Steven Spielberg.

    El periodista realiza un minucioso trabajo que trata de «arrancar» la máscara al autor de ese filme clásico. Se puede afirmar, leyendo el reportaje, que no lo consigue del todo debido a sus respuestas opacas. Poco antes del final, Shyamalan se sincera un poco y confiesa su «hipersensibilidad emocional». Mucho, mucho tiempo después, en una entrevista con Ignatiy Vishnevetsky en AV Club, para 2007³, un director mucho más maduro, con una trayectoria de ciertos altibajos, se quita cualquier careta y confirma la asunción del agudo entrevistador sobre su permanente angustia:

    «¡Es totalmente cierto! La pérdida potencial: estoy constantemente pensando, «esto no puede durar, esto no puede durar…» Quizá al regurgitarlo en los guiones alejo esos pensamientos tenebrosos…»

    Si existe, entonces, una llave a este cineasta del miedo naturalista, del horror doméstico, quizá pueda ser este primer filme que mereció la apreciación de la AFI: Praying with Anger. Así, la triada narrativa «trauma, incomunicación e incomprensión de la realidad», tal como la enuncia el profesor Antonio Sánchez-Escalonilla, está ya presente en este relato de una visita de tres meses, un intercambio estudiantil, de un joven hindú educado en Estados Unidos a su país natal⁴.

    El profesor alemán Bernd Zywietz considera de hecho que este filme juvenil, tan ambicioso como en ciertos momentos fallido, revela «los más importantes contextos y conflictos que se pueden encontrar en los filmes de Shyamalan»⁵. Lo fascinante de esta película, que le consiguió el contacto fundamental con el agente Peter Benedek y con ello su fulgurante escalada en Hollywood a finales de los 90, es que permanece descatalogada en cualquier formato físico. Gracias, no obstante, a Youtube ⁶ se puede todavía ver y ofrece una ventana para muchos inédita al director americano. Según el escritor Michael Bamberger⁷, Shyamalan no gusta de hablar de este filme, aunque tenemos fuentes del periodo y algún que otro libro donde se refiere su accidentada producción.

    En un pequeño reportaje en el New York Magazine, en 1993⁸, un todavía desconocido Night Shyamalan rememora el difícil rodaje y confiesa que su familiaridad con la lengua tamil era limitada, además que gran parte de los actores desconocían el inglés. Añade, incluso, que la escasez de medios y un apagón en medio del monzón —se rodó en Madrás, al sureste de la India— le obligó a realizar el casting bajo luz de las velas. Más aún, la pista sonora, que se pretendía naturalista, estaba llena de ruido por descuido de los técnicos, ya que la industria allí tiende al doblaje sonoro debido a la tradición musical de Bollywood ⁹. Es posible que ese track sonoro de la película, sobrecargado de música new age, pretenda distraer la atención del espectador al ocultar la terrible sonorización en algunas escenas.

    Recuerda, incluso, que padeció altas fiebres debido a una intoxicación alimenticia. Ese mismo día, en sorprendente vigencia de la ley de Murphy, la cámara se estropeó y dejó velado el negativo. Su cita final, en cierto sentido, dice mucho sobre el sufrimiento que alcanzó en la producción de su debut:

    «Todavía estoy sorprendido de tener cabello; no me siento joven ya (…)»

    Este malestar, como veremos, agria la trama del filme, donde muestra una India muy alejada de sus referentes cinematográficos clásicos en occidente como El Rio de Jean Renoir (1951) o Pasaje a la India de David Lean (1984). Más aún, todavía está fuera de cualquier idealización bollywoodiense e incluso de las descarnadas historias sociales en el estilo del realizador indio arquetipo Satyajit Ray.

    Nos encontramos, en fin, ante un melodrama americano —quizá deudor de Gente Corriente (1980), una de las películas favoritas de Shyamalan¹⁰— perdido en un país hostil al extranjero. Es esa tensión la que da cierto pulso a Praying with Anger como pieza primeriza.

    Extranjero de sí mismo

    El filme se inicia con un montaje de escenas exóticas, incluido un homenaje a la película citada de Renoir (el célebre Rangoli al inicio), que se enlaza con un extraño monólogo de «rebelde sin causa»; raro en un director mucho más visual que literario:

    «La gente emprende viajes por muchas razones: algunos por deber, otros por aventura… incluso por amor. Yo no tenía razones para estar aquí, o por lo menos que pudiera entender»

    Quien habla así es Dev Raman, el propio M. Night Shyamalan, que es obligado por su madre a un intercambio estudiantil en Madrás. Esas primeras escenas, que muestran el profundo diferencial entre un chaval que viene de un College estadounidense (gorra ridícula incluida) y sus compañeros habituados a la disciplina en las escuelas indias de tradición Grammar, son recurrentes en este tipo de filme iniciático y resultarán familiares para cualquier espectador. En su desarraigo, Raman solo cuenta con un amigo, Sunyay, el actor Michael Muthu, que ejerce de pepito grillo ante el recurrente choque social. Así, Raman tropezará con los alumnos mayores de la institución, con la rígida sociedad de castas e incluso con un amor imposible.

    Esta narración resulta desigual y aunque Shyamalan hace todo lo posible para resultar convincente, los actores, especialmente el que hace de su némesis Raj Kahn (Arun Balachandran), no parecen estar habituados a un registro dramático en inglés. Sin contar ese problema, la película alcanza grandes momentos: poco antes del final Shyamalan filma con notable pericia una recreación vibrante de un tumulto callejero, verdadero y emotivo punto de avance en la trama. Por otra parte, aquí se inicia su estilo «trascendental» gracias a todas las escenas sobrenaturales.

    Estos momentos, tanto su encuentro con el Swami y la posterior revelación en la antigua casa del padre fallecido, son lúcidos, ya que jamás devela lo que podría considerarse «la maravilla». Juega en su modo de filmar a mantener la duda entre lo fantástico y lo que puede ser una simple apreciación subjetiva de Raman. La representación de la revelación, todavía un poco torpe en este filme (a través de sombras), demuestra una voluntad de estilo que se confirmaría tanto en Señales (2002) como en La Joven del Agua (2006). Según confesión de Shyamalan al periodista argentino Pablo O. Scholz:

    «La cuestión es la compenetración de dos universos: el universo visible y el universo invisible. Si el invisible se vuelve visible, los inconvenientes se suceden porque se humaniza demasiado. Otro peligro es si el universo visible quiere penetrar en lo invisible»¹¹

    Este proceso de descubrimiento en «Praying…» sigue al pie de la letra la tesis¹² de la investigadora Lourdes Domingo construida en torno a las tres fases que definió Paul Schrader en su libro¹³ sobre la experiencia trascendental en el cine: lo cotidiano, la disparidad y el éxtasis. Ese camino dreyeriano, mucho más expuesto aquí por el tono melodramático y la estridente música, convierte esta película sobre aprendizaje juvenil, no tan lejana en muchas partes a las cintas de John Hughes (La chica de rosa o El club de los cinco —1985—), en un criptofilme místico. El propio Shyamalan confesó a Buschel en el texto de Rolling Stone el origen de su celebrada concepción sobre lo sobrenatural:

    «Siempre era algo traumático cuando mis padres llegaban tarde de trabajar y mi hermana estaba fuera y oía cosas en el dormitorio, preguntándome —¿Hay alguien ahí?— Era una tortura, estaba seguro que había alguien ahí…»¹⁴

    No por casualidad, uno de sus primeros trabajos en la Universidad de Nueva York fue realizar un documental dónde preguntaba a los tenderos de esa ciudad sobre sus experiencias con lo desconocido. Este hecho en el filme, el encuentro con el recuerdo paterno en el viejo hogar de Madrás se descubre como pinza dramática que enlaza con la resolución kármica del final: la aceptación de la experiencia vital, la pérdida, como método de autoconocimiento. Todo se corona con la frase ulterior en la que se invierten los términos del monólogo inicial:

    «Volvía a América, dejaba mi hogar»

    Una educación

    Aunque es comprensible el éxito del filme, es cierto que detrás de su ambición y notable perfección técnica existe bastante «inmadurez», tal como recoge el crítico del New York Times Stephen Holden ¹⁵. Las escenas románticas, por ejemplo, resultan sobreexpuestas y lejanas a cualquier naturalismo; una recreación de lo que se supone que es una relación, en lugar del elemento amargo y el juego de barajas propio del gran cine amoroso. En contrapartida, donde el filme brilla no es tanto en su proyección de la realidad social del país, el choque cultural o social, sino en la citada subcapa mística; un tipo de versión panteísta de lo que podría ser el clásico relato de «angry young man» en la tradición anglosajona.

    Así, esta primera película parece integrar las dos vertientes de su posterior carrera cinematográfica, a decir de Sánchez—Escalonilla¹⁶: la incomunicación personal de El sexto sentido o Señales junto a la social de La Joven del Agua o El Bosque¹⁷. Dev Raman, alienígena en la sociedad hindú, necesita una revelación personal para comprender el origen de este rechazo y el concepto de «rezar con ira» del cual le habla el Swami. Una idea que en este filme está bastante mejor resuelta que en su fallida y azucarada Los Primeros Amigos (1998), que destruyó Harvey Weinstein en la sala de montaje a decir de Peter Biskind ¹⁸.

    Pequeña obra de un cineasta con una avidez visual desmesurada, con sus tonos ocres y estilo tenebrista filmado con 35 mm, el director hindú parece resumir todas sus obsesiones, incluida la trascendental, en esta historia de coming-of-age. A las críticas por su ofuscación con el más allá el propio Shyamalan contestó hace poco entre carcajadas a Sara Hughes:

    «Creo que la gente se siente poco confortable con la espiritualidad, claro, eso lo pillo. Pero también siento que puede que no necesites encontrar la respuesta a la pregunta, pero al menos debes preguntártela…»¹⁹

    Julio Tovar es periodista e historiador, y ha hecho colaboraciones en ABC, El Mundo, El diario, Jot Down, MAN o Medipress 2000. En la actualidad no se gana la vida como soldado de fortuna, cosa que le gustaría, sino como crítico de cine.

    2 Buschel, B. , «M. Night Shyamalan: The Super Natural» en Rolling Stone, 7-12-2000

    3 Vishnevetsky, I., «Interview: M. Night Shyamalan on turning domestic worries into supernatural fears» en AV Club, 1/17/2017

    4 Sánchez-Escalonilla, A. , «Incomunicación y trauma en el cine de M. Night Shyamalan» en Filmhistoria, Barcelona, Universidad de Barcelona, Vol. 22 (número 1), 2012, pp. 3

    5 Zywietz, B. , Tote Menschen sehen: M. Night Shyamalan und seine Filme, Mainz, Bernd Zywietz, 2008, pp. 26

    6 La dirección, todavía, en línea para 2018 es https://youtu.be/3dOME2jZc98

    7 Bamberger, M., The Man Who Heard Voices: Or, How M. Night Shyamalan Risked His Career on a Fairy Tale, Nueva York, Gotham, 2006, pp. 151

    8 Weinberg, J. ,»Brief Lives: Night Vision» New York Magazine, 27-09-1993

    9 Sobre los múltiples doblajes en la india, consecuencia de una comunidad atomizada en cuanto a lenguajes, el ensayista Derek Bose recuerda que «actitud dominante en el mercado es tener muchas copias dobladas en circulación y dominar la exhibición de originales a los centros metropolitanos». En las zonas rurales, llega a afirmar, «a la gente le importa poco que el audio se desincronice» en Bose, D., Brand Bollywood: A New Global Entertainment Order, Nueva Delhi, Sage Publications, 2006, pp.65

    10 Night se refería, de hecho, al Sexto Sentido como «un cruce entre Gente Corriente y El Exorcista» cita en Clarke, F. S., Cinefantastique, Vol. 31-32, Illinois, CFQ Media, 1999, pp. 60

    11 O»Scholz, P., «Entrevista a M. N. Shyamalan» en Clarín, 18 de agosto de 2006

    12 Domingo, L. , El ciclo del fantástico en M. Night Shyamalan, Barcelona, Universidad Pompeu Fabra, [Tesina], 2011, pp. 164

    13 Tiene una edición reciente en español Schrader, P. , El estilo trascendental en el cine : Ozu, Bresson, Dreyer, Madrid, JC Clementine, 2008. Sobre la fe en el cine de Shyamalan ver también Peris i Grao, A. , «Shyamalan. Cuestión de fe» en Miradas de cine, n.75, junio de 2008

    14 Buschel, B., Op. Cit.

    15 Holden, S. , Crítica de «Praying With Anger» en The New York Times, 15-09-1993

    16 Sánchez-Escalonilla, A. , Op. Cit. , pp. 7

    17 El enlace con EL Bosque (2004) de este filme, la comunidad y cómo se construye en torno al otro —concepto propio de la antropología materialista— está desarrollado por Azevedo Rocha, I. , The Happening, Terror Pós-Moderno e Alegoria da Alteridade como Fonte de Tensão e Conflito, Juiz de Fora, Universidade Federal de Juiz de Fora, 2009, pp. 8

    18 Biskind, P. , Sexto, mentiras y Hollywood, Barcelona, Anagrama, 2006

    19 Hughes, S., «M Night Shyamalan interview» en The Independent, 26-04-2015

    Los primeros amigos: una película equivocada

    Los primeros amigos

    Título original: Wide Awake. Año: 1998. Duración: 88 minutos Dirección y guion: M. Night Shyamalan. Música: Edmund Choi. Fotografía: Adam Holender. Reparto: Joseph Cross, Timothy Reifsnyder, Denis Leary, Rosie O»Donnell, Robert Loggia, Dana Delany, Julia Stiles. Productora: Miramax International, Woods Entertainment.

    Sinopsis: Joshua es un niño inquieto que sufre por la incomprensión producida tras la muerte de su abuelo. Con la especial ayuda de la hermana Terry, intentará comunicarse con Dios para resolver los misterios propios que encierran la vida y la muerte.

    Antes de que Harvey Weinstein se convirtiera en el tipo más odioso del planeta el productor de cine era un empresario de éxito y uno de los tipos más influyentes de Hollywood. Desde las oficinas de su productora Miramax (fusión del nombre de los padres de Harvey, Miriam y Max) Weinstein consiguió poner en marcha algunas películas fundamentales del cine moderno y lo que quizá sea más importante, acercó al gran público títulos elementales que quizá de otro modo nunca habríamos conocido, al menos, como los recordamos hoy. Harvey, y su hermano Bob

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