El Hermetismo cristiano y las transformaciones del Logos
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El Hermetismo cristiano y las transformaciones del Logos - José Antonio Antón Pacheco
HERMES TRIMEGISTO Y LOGOS
Llamamos hermetismo cristiano a la consideración de la figura de Hermes Trimegisto como un precursor, antecesor o anuncio de Jesucristo y del cristianismo entre los pueblos gentiles de la antigüedad¹. Esto quiere decir en primer lugar que Hermes es un testigo del Logos (claro está, el Logos del prólogo de Cuarto Evangelio), quedando abierta la posibilidad de entender el propio Hermes a modo de Logos; en segundo lugar, que el hermetismo cristiano va a producir la aparición de una corriente universalista y ecuménica que configura una precisa línea teológica cristiana, lo cual a su vez, supone valorar positivamente la sabiduría y las religiones anteriores a la aparición histórica del cristianismo: de hecho, con todo ello, se trata de mantener la existencia de una tradición interrumpida por la que se transmite, en oriente y occidente, un conocimiento sobre la realidad suprema. Decíamos que Hermes representa el Logos porque al ser en el origen egipcio el dios Tot, puede entenderse en tanto Palabra proferida y en tanto Palabra interpretada. De hecho la figura de Hermes Trimegisto se desdobla a veces en el que habla y en el que interpreta: el Herrmes que se identifica con Tot y el Hermes descendiente de Tot. Otras veces se triplica en el que habla, el que interpreta y el que traslada la interpretación, y de ahí el Hermes tres veces grande o Trimegisto, aunque también el término puede referirse a una forma de superlativo. Asistimos, pues, a una auténtica comunicación de idiomas entre las diversas representaciones de Hermes. De cualquier manera, todo esto quiere decir que Hermes y el hermetismo se desenvuelven en el ámbito del Logos, de la palabra, del lenguaje, de la interpretación: a partir de aquí entendemos mejor los fenómenos que concurren en dicho ámbito. Si Tot es el Logos, quiere esto decir que todo hermetismo será siempre metafísica del lenguaje.
El hermetismo cristiano equivale a una transformación del Logos, es decir, el mismo Logos se determina en cuanto hermetismo y la recepción del Logos se lleva a cabo en cuanto hermetismo. El hermetismo cristiano como una determinación del Logos no responde a un hecho «histórico» sino que obedece a una realidad intrínseca al mismo Logos. El Logos supone en sí un modalismo ontológico que posibilita horizontes de expectativas, aperturas a realizaciones y experiencias trascendentales. Usando la terminología de Orígenes, consideramos esos contenidos del Logos que se hacen explícitos al modo de las epínoias. Al utilizar el concepto de epínoia no pretendemos que responda de manera estricta a su significación origeniana: lo hacemos como un instrumento útil para el fin que nos proponemos. Pero sin caer tampoco en ningún vacuo nominalismo, pues no se renuncia aquí al contenido sustantivamente metafísico de la noción de epínoia.
Logos es lo que mantiene reunidas y cuidadas las cosas para que a su vez sean cuidadas y reunidas: esto es el lenguaje. En este sentido, Logos y epiméleia son concomitantes. De igual manera, la creación mediante los debarim (o logoi, Logos y Dabar coinciden) significa tener reunido, guardado y cuidado el mundo². Hermes-Tot-Logos se inserta en este discurso, y por ende, el hermetismo cristiano.
Las diferentes etapas del hermetismo cristiano son las estaciones en las que el Logos despliega y explica el dinamismo que le es íntimo: el Logos se hace explícito en la historia, pero de suyo es transhistórico o metahistórico³. En definitiva, es consustancial al Logos el determinarse como hermetismo cristiano. Al igual que el Uno y la Tríada se transforman en su recepción a medida en que el pensamiento accede a sus potencialidades metafísicas, así también el Logos manifiesta determinaciones esenciales. El hermetismo es una de esas determinaciones. Y de la misma manera que hemos hablado, en otras ocasiones, de las transformaciones del platonismo al referirnos a las variaciones sobre los temas del Uno y la Tríada, también nos referimos a las transformaciones del Logos y al hermetismo cristiano como transformación esencial del Logos⁴. A todo esto coadyuva el hecho de que ya Hermes-Tot cumple funciones de mediación; es la mediación por excelencia a lo largo de todo el Corpus hermético, es decir, mediación como palabra, discurso o interpretación; y como límite y determinación (en cuanto limita, determina): justamente lo que el Logos lleva a cabo. Desde el hermetismo cristiano se puede entender Tot-Hermes Trimegisto como el Logos mismo; o se le puede entender también como el anuncio adelantado de las grandes verdades del cristianismo: el Dios Uno, la relación Dios y Logos, la creación por el Logos, la inmortalidad del alma, planteamientos triádico-trinitarios etc. Esta ambivalencia se encuentra ya en el Poimandres, cuando el Nus o Pensamiento de Re revela a Hermes la propia acción formadora de Tot-Hermes.
No se trata ahora de escribir una historia del hermetismo cristiano. En gran medida esa historia está ya realizada (aunque siempre puede perfeccionarse y pueden ser hechas nuevas aclaraciones). La cuestión que se intenta dilucidar consiste en saber si el hermetismo es un acontecimiento colateral, adyacente o accidental al cristianismo en sí mismo; es decir, algo debido a una mera coyuntura histórica o si por el contrario pertenece de suyo a la esencia del cristianismo y entonces es algo así como un avatar intrínseco al cristianismo. Nuestra convicción va, desde luego, por este segundo camino.
La propuesta que presentamos quiere ir más allá de la mera comprobación histórica (por muy importante que sea); intenta acercarse a la esencia del fenómeno del hermetismo cristiano para encontrar los motivos profundos que producen el fenómeno y sus conexiones. Los diversos argumentos que se pueden aportar para establecer la existencia de un hermetismo cristiano conducen a la consideración del hermetismo como una interpretación esencial del propio cristianismo, como un acontecimiento intrínseco al mismo cristianismo y no sólo como la consecuencia de circunstancias históricas. Por eso hablamos precisamente de una transformación del Logos (donde las epínoias representan las determinaciones en las que se concreta el mismo Logos).
La noción de hermetismo cristiano que hemos expuesto implica, como puede deducirse fácilmente, la idea de tradición perenne y universal o transmisión continua de una sabiduría prístina. Pero en realidad tiene sus precedentes. La teología del Verus propheta designa ya ese mismo contenido: la idea de Verus propheta hace referencia a la concepción judía por la que Yavé había suscitado profetas en todo tiempo, de tal modo que la humanidad nunca estuvo desprovista de la revelación divina. Se establece así una cadena de sucesión a través de la cual van apareciendo los diferentes profetas: Adán, Set, Sem, Henoc, Enós⁵... Aunque hay variantes, la idea básica es siempre la misma: la existencia de una tradición continua que garantiza la persistencia de un saber originario. La presencia de Henoc (que da lugar al rico corpus henóquico) denota de qué manera la noción de profeta verdadero no se agota en su significado histórico sino que se remite a una entidad supraterrenal y suprahistórica, como sucede de manera especial con la figura de Henoc. Por cierto, Henoc es crucial en esta filiación, pues en función del papel que desempeña (la mediación), va a asumir la propia figura de Hermes.
Como puede comprobarse, la teología del Verus propheta produce tradición, y esa tradición se encargará de ir agregando nombres a la cadena iniciática. Las Pseudo Clementinas, texto judío-cristiano, introduce la figura de Cristo en la serie. El maniqueísmo añadirá, aparte de Jesús, a Zaratustra, Buda y naturalmente a Mani. Se comprueba así cómo la doctrina del Verus propheta tiende a hacerse universal al ir incorporando personajes de diferentes culturas como mantenedores y transmisores de una prístina sabiduría. Podemos entender a Mahoma y su predicación como insertos en esta misma tradición. No nos extraña entonces que en desarrollos posteriores, Hermes ocupe también un lugar privilegiado en la sucesión profética (Hermes se convertirá en el Idris árabe).
San Pablo es otro capítulo trascendental que prepara y sostiene los fundamentos del hermetismo cristiano, en la medida en que él mantiene que entre los pueblos de la gentilidad ha existido, con anterioridad a Cristo, un conocimiento efectivo acerca de Dios. Y como ya hemos dicho, esa es una idea básica para el hermetismo cristiano. En Rom 1, 20 percibimos claramente este hecho, aunque en realidad la literatura sapiencial veterotestamentaria manifestaba también esta posición universalista. En efecto, la Sabiduría (la Jocmá) es una entidad protológica e hipostática que regula y preside el orden del cosmos. Por tanto, la Sabiduría afecta tanto a hebreos como a paganos: todos los pueblos de la humanidad pueden participar de ella (así, por ejemplo, Job es arameo). Es patente, además, la vinculación de San Pablo con el espíritu sapiencial, así como con elementos pertenecientes al corpus henóquico.
Otro factor a tener en cuenta como preparación para la emergencia del hermetismo cristiano es el papel que adquiere el Logos entre una determinada línea teológica de algunos Padres (Justino, Clemente de Alejandría, Cirilo). Entre estos, el Logos antes de su encarnación se ha manifestado también entre los pueblos de la antigüedad