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Hechizos mágicos para desterrar villanos: Prevención de abuso sexual en la primera infancia
Hechizos mágicos para desterrar villanos: Prevención de abuso sexual en la primera infancia
Hechizos mágicos para desterrar villanos: Prevención de abuso sexual en la primera infancia
Libro electrónico263 páginas3 horas

Hechizos mágicos para desterrar villanos: Prevención de abuso sexual en la primera infancia

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Información de este libro electrónico

En los últimos cinco años, la violencia contra la infancia se ha incrementado de manera vertiginosa. No debemos ni podemos acostumbrarnos a estas cifras tan elevadas. Detrás de cada número de la estadística de abuso sexual infantil se encuentra un niño o una niña que necesita ayuda.
Somos una sociedad a la que todavía le cuesta trabajo abordar el tema de sexualidad con la infancia y, sin embargo, tenemos la exigencia inmediata de redoblar esfuerzos para evitar que sufran agresiones sexuales. Necesitamos aprender a hacerlo.
Abordar este tema es una oportunidad para fortalecer nuestra relación con los menores bajo nuestro cuidado, a la par que les ayudamos a desarrollar habilidades para prevenir distintos tipos de abuso. Podemos plantear el tema desde la vivencia cotidiana y de manera lúdica, con juegos, cuentos y mensajes positivos, así como crear nuevas narrativas para que nadie se convierta en víctima o en potencial abusador en el futuro.
Este libro es una apuesta para generar un diálogo asertivo y desterrar a los villanos que asechan a la infancia.
IdiomaEspañol
EditorialGratia
Fecha de lanzamiento18 dic 2021
ISBN9788418520952
Hechizos mágicos para desterrar villanos: Prevención de abuso sexual en la primera infancia

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    Hechizos mágicos para desterrar villanos - Elena Laguarda Ruiz

    EL POR QUÉ DE ESTE LIBRO

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    Desde hace un poco más de 20 años, me he dedicado a desarrollar programas educativos en el área de sexualidad humana. Ha sido una experiencia profunda y enriquecedora, sobre todo el trabajo con niños de la primera infancia. Son cariñosos, participativos, espontáneos, divertidos, pero también muy vulnerables. La parte triste y dolorosa de mi labor ha sido detectar cuando alguno de ellos sufrió abuso sexual. Si bien se ha visibilizado la existencia del mismo, también ha ido en aumento. Tenemos que frenarlo, erradicarlo.

    Existen muchas deudas pendientes con la infancia en México y esta es una de las más lacerantes. Este libro es una forma de compartir mi experiencia de años de enfrentarme con el tema de prevención del abuso sexual infantil (

    ASI

    ). También pretende establecer un diálogo abierto con las familias para cerrar filas alrededor de los niños y protegerlos con estrategias claras. Solo si trabajamos de la mano podremos lograrlo.

    Este texto forma parte de una colección de tres libros que abordan este doloroso tema. Decidí separarlo por edades, porque creo que es fundamental profundizar en las diferentes etapas por las que atraviesan los menores¹ de edad para brindarles estrategias puntuales y enseñarles a desarrollar habilidades acordes a su desarrollo, que los puedan ayudar a prevenir la vivencia de cualquier tipo de abuso, incluyendo el sexual. De ahí que en este primer libro aborde solo lo referente a la primera infancia. El segundo plantea la misma problemática, de los siete a los diez años de edad. Y en el último se brindan estrategias para menores que se encuentra en la etapa de la pubertad y adolescencia.

    En la primera parte de este libro analizo el tema del abuso sexual, el perfil del abusador y sus estrategias. También brindo información de cómo poder detectar la posibilidad de que un niño haya sido víctima y qué hacer para acompañarlo de forma asertiva en su camino hacia la recuperación. Hay un apartado específico para encontrar referencias de ayuda.

    La segunda parte, está dedicada a brindar estrategias puntuales para prevenirlo en esta etapa de vida, así como poner los cimientos para fortalecerlo cada vez más a medida que el niño vaya creciendo. No menos importante para mí es la reflexión sobre los factores sociales que debemos modificar para poner un alto a esta situación, logrando que los niños de hoy tengan una infancia libre de violencia de todos tipos, y no se conviertan en nuevos abusadores sexuales en el futuro.

    Notas al pie

    1 En este libro uso menores para referirme a menores de edad o niños y niñas. En ningún momento tiene una intención discriminatoria.

    ÉRASE UNA VEZ

    chpt02_fig_001

    E

    L ABUSO SEXUAL, EN BUSCA DE UNA DEFINICIÓN

    El abuso sexual ha estado presente en la sociedad desde sus inicios, junto con muchas otras formas de violencia hacia la infancia. Hay conductas que hoy reprobamos, pero que a lo largo de la historia han sido, no solo permitidas, sino que también avaladas como formas de vida. Ejemplo de esto es el matrimonio de hombres con niñas, o la utilización de niños para la gratificación sexual de adultos, práctica difundida y aceptada en numerosas culturas en diferentes tiempos, desde la antigua Grecia, hasta la edad media. Hoy en día, esta última práctica es considerada como ilegal. Sin embargo, la prostitución de niños y los matrimonios forzados siguen vigentes y muchas organizaciones luchan a diario para erradicarlas.

    Lo cierto es que la conciencia de los derechos de la infancia comenzó a existir hasta el siglo

    XIX

    , cuando la niñez comenzó a valorarse desde otra óptica. La primera sociedad para la prevención de la crueldad hacia niños se creó en Nueva York, Estado Unidos, en 1874. Sin embargo, fue hasta 1924, cuando la entonces Sociedad de Naciones, antecesora de las Naciones Unidas (

    ONU

    ), aprobó la Declaración de Ginebra, en donde reconoció por primera vez la existencia de derechos específicos de los niños y la responsabilidad de los adultos en cuanto a su cuidado. En 1959, se mejoró esta propuesta y se elaboró una segunda Declaración de los Derechos del Niño por la ya existente

    ONU

    , considerando como idea básica que la humanidad le debe al niño lo mejor que puede ofrecerle. Esta declaración contó con diez principios. El noveno sostiene el derecho a la protección contra cualquier forma de abandono, crueldad y explotación. En esa época, el interés de la sociedad por el tema cobró fuerza con el trabajo sobre el síndrome del niño golpeado, realizado por el doctor Henry Kempe, en el Journal of American Medical Association en 1960. Con este estudio inició la preocupación por el abuso en general y la negligencia hacia los niños.

    A partir de ahí surgieron estudios en muchos países del mundo, aunque de forma aislada. Fue hasta 1999 que la Organización Mundial de la Salud (

    OMS

    ), hizo un esfuerzo por recopilar la información y contemplar el problema de manera global. Esto le permitió realizar el primer Informe mundial sobre violencia y salud, en el que hizo un esfuerzo por estimar la cantidad de millones de niños y niñas que sufrían maltrato o negligencia en el planeta. El reto al que se enfrentó, desde ese entonces hasta nuestros días, es que no hay una definición consensuada de lo que se considera como maltrato a nivel mundial, sino que cada país reporta los casos de manera distinta y muchos de ellos, como México, no contaban, ni cuenta aún, con un registro nacional adecuado. No hay manera de medir a ciencia cierta la realidad. Es en este informe de finales de la década de los noventa que, por primera vez, se contempló el maltrato y abandono de menores como un problema grave de salud, a la vez que se estableció la correlación entre la violencia sufrida en la infancia con la posterior perpetración de delitos e inadaptación social. La

    OMS

    marcó la importancia de estrategias de prevención a nivel mundial y se comprometió a definir el problema y ayudar a dimensionarlo, a crear investigaciones al respecto y a evaluar intervenciones de atención y de prevención. En dicho informe se incluye el abuso sexual como forma de maltrato:

    El abuso o maltrato de menores abarca toda forma de maltrato físico y/o emocional, abuso sexual, abandono o trato negligente, explotación comercial o de otro tipo, de la que resulte un daño real o potencial para la salud, la supervivencia, el desarrollo o la dignidad del niño en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder.

    También se establece un esfuerzo mundial para definir el abuso sexual:

    El abuso sexual de menores consiste en la participación de un niño o niña en una actividad sexual que no comprende plenamente, a la que no es capaz de dar un consentimiento informado o para la que, por su desarrollo, no está preparado y no puede expresar su consentimiento, o bien, que infringe las leyes o los tabúes sociales. El abuso sexual de menores se produce cuando esta actividad tiene lugar entre un niño y un adulto, o bien, entre un niño y otro niño que por su edad o desarrollo tiene con él una relación de responsabilidad, confianza o poder; la actividad tiene como finalidad la satisfacción de las necesidades de la otra persona

    A partir de entonces, la investigación sobre el tema del maltrato infantil cobró más fuerza. Varios organismos nacionales e internacionales comenzaron a dimensionar el problema y a realizar intervenciones de atención y prevención. Pero la dificultad hasta hoy radica en la correcta detección, atención y erradicación del mismo. En parte, esto se deriva de la imposibilidad de establecer una definición unificada y reconocida por todos los profesionales implicados en el tema: investigadores, educadores, psicólogos, abogados, trabajadores sociales, entre otros. Cada profesional suele elegir una definición establecida o crear otra que le funcione para los objetivos específicos de su trabajo o su campo de acción. Esto genera que las diversas tesis o intervenciones no usen los mismos conceptos y, por lo tanto, no sean compatibles en su visión; afecta también en que no se logran realizar comparaciones válidas entre los diferentes estudios. Por otro lado, hay que tener en cuenta que las definiciones de maltrato infantil tienen un matiz distinto dependiendo de la sociedad, la cultura y el contexto en el cual se generan, y esto incide, entre muchas otras cosas, en determinar conductas como violencia o como vivencia cultural. Por ejemplo, la nalgada, la bofetada o el uso de la chancla, que en varios países son considerados como herramientas válidas para ejercer disciplina. Esto dificulta establecer los límites entre el maltrato, y trato adecuado.

    En sus inicios, la investigación sobre el maltrato infantil se focalizó casi exclusivamente en el maltrato físico. El abuso sexual infantil fue uno de los tipos de maltrato que se comenzó a estudiar más tarde, pues muchas veces no deja huella física, aunque sabemos que, aun así, tiene serias consecuencias psicológicas. Algo que también dificultó su estudio es la diversa cantidad de conductas que pueden ser consideradas abuso sexual o no, en determinado contexto. Por ejemplo, mostrar el cuerpo desnudo, ¿en qué momento sería una situación cotidiana y en cuál una de abuso?

    Así se han construido distintos criterios para definir el abuso sexual, con distintos puntos de vista sobre qué conductas pueden considerarse como tal, sobre la edad límite del agresor o la diferencia de edad que existe entre el menor y el que abusa, entre muchas otras particularidades más.

    Uno de los retos más grandes ha sido crear una definición que ayude, tanto en el ámbito de la investigación, la educación y la atención, como en el de la búsqueda de justicia para las víctimas. Legalmente se necesitan definiciones que tipifiquen los delitos y las sanciones correspondientes. Esto ha derivado en que, por lo general, no exista una correspondencia entre el concepto clínico y el jurídico.

    Hay que considerar también que en algunas culturas el poder llegar a una definición adecuada de abuso sexual se ve limitado por la visión que se tiene de la sexualidad como tabú, en especial al relacionarlo con la infancia. Es decir, que el tema por fuerza nos lleva a revisar la vivencia sexual de los niños y las niñas en sociedades que consideran que no la tienen ni la viven. Basta poner el ejemplo de México y otros países en Latinoamérica, en los cuales no existe un programa nacional de Educación Sexual Infantil (

    ESI

    ) en las escuelas, por considerar a la sexualidad como un asunto privado y peligroso de abordar con los niños. Por lo tanto, esto justifica la idea de que solo las madres y los padres tienen derecho a platicar del tema con sus hijos, cuando sabemos que en realidad son pocos los que lo hacen. De estos, los que llegan a hablar con los niños, a menudo carecen de la información adecuada. A la par, hay organizaciones civiles, escuelas y educadores en sexualidad humana que realizan esfuerzos aislados para intentar cambiar el panorama desolador, y buscan crear reformas e impartir educación integral en sus comunidades para que los niños tengan la posibilidad de contar con ella.

    Por otro lado, el hablar de abuso sexual abre la puerta a que las víctimas comiencen a relatar sus historias, con el escándalo familiar o social que esto implica. Hay veces en que el delito es perpetrado por personas con un gran peso moral, en quienes se depositaba la confianza de todo un grupo social o que tienen cómplices de autoridades en el poder. Estas son solo algunas de las razones por las cuales casi siempre se trata de silenciar la situación y darle un carpetazo al tema.

    Tras dos décadas de estudio sobre maltrato infantil y debido a la ausencia de una definición clara y amplia de abuso sexual, es indispensable llegar a una descripción puntual y adecuada que permita su detección, su atención y, sobre todo, su prevención.

    El pediatra Henry Kempe realizó, en 1978, su definición sobre abuso sexual enmarcada en el ámbito de la salud y fue considerada por varios profesionales como válida:

    La participación de niños y/o adolescentes dependientes e inmaduros, en actividades sexuales que no están en condiciones de comprender, que son inapropiadas para su edad y su desarrollo psicosexual, para las que son incapaces de dar su consentimiento y que transgreden los tabúes y reglas familiares y sociales.

    Esta definición tuvo aportaciones importantes que siguen vigentes hoy en día. Por un lado, establece que la víctima no comprende totalmente el acto en el que está participando y, por tanto, no puede dar su consentimiento libremente. Es decir, que se trata de una situación sin mutuo consentimiento. Además, relaciona el que la víctima no comprenda lo que realmente está viviendo con el hecho de que tiene un desarrollo psicosexual distinto al del agresor.

    No existe consentimiento cuando no se entiende qué se

    está consintiendo.

    En 1984, David Finkelhor y Gerald T. Hotaling, investigadores de la Universidad de New Hampshire, en Estados Unidos, hicieron aportaciones que muchos profesionales de la salud y educación seguimos hasta hoy. Para ellos, el abuso sexual debe ser definido a partir de dos conceptos: la coerción y la asimetría de edad. Con que exista una de estas condiciones es suficiente para etiquetar una conducta como abuso sexual, independientemente de la edad del agresor. Entienden por coerción no solo el uso de la fuerza física, sino también la amenaza, la presión o el engaño, incluso el solo hecho de que sea llevado a cabo por una autoridad. Esto establece un punto importante, el que el abuso sexual se vive en el contexto de una relación de confianza entre el agresor y la víctima, en la cual el primero está en una posición de autoridad. Contempla también la asimetría de edad, que impide la decisión libre del menor y que lo imposibilita a una actividad sexual consensuada, pues no comparte la misma madurez psicosexual que el agresor. Esta visión abre la puerta también a pensar que algunos menores de edad pueden abusar de otros menores. Finkelhor y Hostaling consideran que debe existir una diferencia de cinco años entre los menores, cuando la víctima tiene menos de 12 años, para considerar una situación como abuso.

    Otros autores añadieron a la premisa de la edad, la desigualdad de madurez, lo cual aborda el tema del poder, incluso entre personas de la misma edad. Por ejemplo, si son dos menores de 12 años, con diferente madurez, porque uno de ellos tiene una condición como autismo o síndrome de down, aunque tengan los mismos años, puede ser que no haya una decisión libre y consensuada, pues el que vive con síndrome de down no comprende del todo lo que está pasando; el que tiene mayor madurez está en una posición de poder en la que puede utilizar el engaño, el soborno o el chantaje para lograr cubrir una necesidad propia sin importarle el daño que puede ocasionar.

    En 1995, Félix López, Amparo Hernández y Eugenio Carpintero, investigadores españoles de la Universidad de Salamanca, añadieron como tercer criterio el tipo de conducta sexual realizada para intentar definir el abuso sexual. No solo contemplaron prácticas sexuales físicas como caricias, masturbación o penetración, sino que establecieron situaciones como exhibicionismo, u obligar a un menor a presenciar actividades sexuales. Será más adelante, con el auge de la tecnología, que se contemplará como abuso sexual el obligar a un niño a ver pornografía. Félix López agregó también, en 1999, el utilizar al menor para lo que entonces se conocía como producción de pornografía o prostitución infantil, y que hoy se nombra como producción de material de abuso sexual infantil y explotación sexual comercial de niños.

    No existe consentimiento cuando se impone

    una conducta por el ejercicio de poder.

    Es fundamental no concebir el abuso sexual como una cuestión únicamente concerniente al erotismo de la persona, sino al abuso de poder que tiene un individuo sobre el otro, cuando lo obliga a realizar algo que no desea y que va en contra de su integridad emocional y su desarrollo psicosexual. El abusador sexual tiene una superioridad sobre la víctima que le impide a ésta el uso de su libertad. En 1996, De Paul Ochotorena y Arruabarena Madariaga, también españoles, pero de la Universidad del País Vasco, ahondaron en este tema. Resaltaron que, en un abuso sexual, pueden existir tres tipos de asimetría: la asimetría de poder, la asimetría de conocimiento y la asimetría de gratificación. Con asimetría de poder se refieren a la diferencia que puede derivarse de tener diferentes edades, roles —uno cumplir con el de ser padre o maestro y el otro ser hijo o estudiante, lo que lo coloca en una posición de dependencia—, fuerzas físicas y/o capacidades de manipulación psicológica. Todo esto sitúa a la víctima en una situación de vulnerabilidad.

    Con asimetría de conocimientos se refieren a que el abusador cuenta, en general, con mayores conocimientos que su víctima sobre la sexualidad y las implicaciones de un encuentro sexual. También tiene mayor experiencia en la vida, lo que lo lleva a poder utilizar más estrategias para lograr su cometido. Cuestiones tan básicas como saber expresarse a través del lenguaje —que aún está desarrollando el niño de la primera infancia—, identificar la intención del otro, utilizar el chantaje, el soborno o la amenaza, entre muchas más.

    Con asimetría de gratificación, se refieren a que el abusador sexual actúa para su gratificación sexual. Aun cuando intente generar excitación en la víctima, siempre se relaciona con su propio deseo y su necesidad, nunca con los deseos ni las necesidades del otro. Hay que tener en cuenta que para el menor, debido a su desarrollo psicosexual, la experiencia del deseo está aún lejos de ser una realidad en su vida.

    Es el Centro Nacional sobre Abuso y Negligencia Infantil, de Estados Unidos, quien recoge los conceptos sugeridos por distintos profesionales y logra elaborar una definición consensuada del abuso sexual que se utiliza hasta la fecha por muchos de nosotros. Lo define como:

    Los contactos e interacciones entre un niño y un adulto, cuando el adulto (agresor) usa al niño para estimularse sexualmente él mismo, al niño o a otras personas. El abuso puede también ser cometido por una persona menor de 18 años, cuando este es significativamente mayor que el niño (la víctima) o cuando está (el agresor) en una posición de poder o control sobre otro menor. Puede haber abuso sexual sin contacto físico (seducción verbal, exposición de órganos sexuales a un niño, realización del acto sexual en presencia de un menor, masturbación en presencia de un menor, pornografía)

    Esta definición es la más ampliamente utilizada, pues incluye los criterios de coerción, asimetría de edad y desigualdad en madurez, de las propuestas anteriores. También contempla conductas físicas y formas de explotación sexual.

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