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A propósito de una ley: Reflexiones sobre la educación y la escuela. Primera parte
A propósito de una ley: Reflexiones sobre la educación y la escuela. Primera parte
A propósito de una ley: Reflexiones sobre la educación y la escuela. Primera parte
Libro electrónico735 páginas9 horas

A propósito de una ley: Reflexiones sobre la educación y la escuela. Primera parte

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La educación básica y necesaria desde la perspectiva de un enseñante.

A las puertas de la defenestración de la enésima ley de educación, el autor plantea la necesidad de una norma educativa consensuada, en la que se tengan en cuenta las necesidades y propuestas de los más directos implicados: alumnos, padres y enseñantes.

Aporta, para tal fin, y desde la visión de un docente que vive y conoce el día a día de la escuela, una diversidad de ideas y reflexiones de distinta índole (normativas, organizativas, pedagógicas, pragmáticas, sociales, etc.) tendentes a un cambio educativo.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento1 ago 2017
ISBN9788491129035
A propósito de una ley: Reflexiones sobre la educación y la escuela. Primera parte
Autor

José Ángel Fernández García

José Ángel Fernández García, licenciado en psicología, maestro en ejercicio de educación infantil y educación primaria desde 1987. Anteriormente fue preparador de oposiciones de magisterio. Ha sido columnista sobre temas de educación en un periódico local. Este es su primer libro como autor.

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    A propósito de una ley - José Ángel Fernández García

    A propósito de una ley

    Primera edición: abril 2017

    ISBN: 9788491127789

    ISBN e-book: 9788491129035

    © del texto

    José Ángel Fernández García

    © de esta edición

    , 2017

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    caligrama

    Dedicado a mis alumnos. Todos ellos han sido y son mi numen.

    Este libro versa sobre la educación real, la que genera el sistema legal establecido y las decisiones de las distintas administraciones educativas. Al mismo tiempo, trata sobre cómo ve y vive un enseñante de a pie, desde dentro, como agente y actor, pero también como paciente, el día a día de los centros educativos. Asimismo, pretende, teniendo en cuenta esa realidad y a la vez trascendiéndola, aportar ideas y propuestas para cambiarla y mejorarla.

    La mayoría de lo que aquí se expone y asevera tiene un sustrato de experiencia real, de hecho vivido, de intenso «conocimiento encarnado». Lo que en este texto relato como desdeñable es un alegato contra lo que considero que, o no es bueno para la educación, para su desarrollo, o no es verdadera educación. Y aquello que expongo, aporto y entiendo como loable para la educación y la práctica educativa, lo transmito como fuente de inspiración para el proceder en el terreno la enseñanza y el aprendizaje.

    El hecho educativo ha de vivirse con pasión, para que sea lo más auténtico posible. Entendiendo pasión como sinónimo de amor, amor a ayudar a que otros se eduquen y a educarse uno mismo. Amor al saber (los saberes), al conocer y al aprender. Y en definitiva, amor a la vida, hecho curioso que ha de saborearse con fruición a cada instante.

    Introducción

    El porqué o los porqués de este libro

    Lo primero, presentarme. Soy enseñante, psicólogo por estudios y maestro por dedicación y por devoción. La corriente de la vida me llevó a transitar por esta senda de la docencia, primero, en la educación infantil y, posteriormente, en la educación primaria. Y ya llevo, de una forma u otra, algo más de tres décadas con dedicación plena a esta «empresa» de lo educacional.

    Estas son las reflexiones de un enseñante indignado. De un docente airado por una ley de educación que desatiende la real y necesaria, se decanta descaradamente por la escuela privada, segregadora en sexos, elitista y desigualitaria, en contraposición con una escuela pública, igualadora, inclusiva, pluricultural, gratuita y humanista. Estupefacto por una ley que entiende la escuela pública como negocio, empresa, con directores omnímodos, cumpliendo un papel de empresario más que de coordinador o dinamizador. Absorto ante una ley con un tufillo o ideario netamente mercantilista, en el que premia la rentabilidad más que el desarrollo integral.

    Asimismo, este libro se adentra en la dinámica educativa del día a día de las escuelas; atónito ante la deriva de la enseñanza por rutas que llevan a destinos indeseados, o, en todo caso, no todo lo educativos que se debiera perseguir y anhelar. La promulgación de una nueva ley de educación, la LOMCE, me despertó ese deseo y esa necesidad de tratar, no sólo sobre lo que destila dicha ley, sino también sobre cómo veo esto del educar en las escuelas de infantil y los colegios de primaria, y cómo, desde mi punto de vista, claro está (el punto de vista de un docente), se pueden hacer las cosas de otra forma. Por tanto, otra de las pretensiones de este libro es analizar la cotidianidad de los centros y dar ideas sobre cómo airearla (ventilarla, limpiar las telarañas), ponerla en solfa (RAE, «poner en solfa»: «hacer algo con arte, regla y acierto») y mejorarla.

    Por enésima vez desde que inicié mi recorrido como enseñante me ha tocado y toca lidiar con otra ley de educación, ley que, tras haber bregado con ella, considero que tiene poco que ver con lo que percibo a ras de suelo, dentro de las aulas reales, con alumnos de carne y hueso. La LOMCE es una ley que, como la mayoría, flota en un universo paralelo que en nada se parece a la educación necesaria, la que más requerimos si verdaderamente queremos avanzar y no zozobrar como sociedad. Pero es que, en general, se puede constatar que las distintas administraciones promulgan otras tantas normas educativas de menor rango en las que tampoco se tiene en cuenta ni la realidad educativa ni a sus agentes, a los protagonistas verdaderos. Los legisladores y gobernantes hispanos (porque en otros lugares no es tanto así) siguen sin acordarse de: enseñantes, padres y alumnos. Continúan sin hacerlos partícipes a todos ellos en la toma de decisiones sobre los asuntos (entre ellos, los legislativos) que les afectan como componentes de la comunidad educativa.

    Por otra parte, si las evaluaciones externas internacionales (los informes Pisa, etc.) son fiables, nos indican que no podemos estar muy satisfechos sobre cómo funciona la educación en España y, en concreto, en algunas de sus CC AA. Se requiere, por tanto, tomar medidas, cambiar algo (o mucho).

    Es palmario que, en este país, conjunto de naciones o como se lo quiera entender, todavía no termina de dársele la prestancia, la preeminencia con la que ha de ser considerada la educación para el desarrollo de una sociedad. De una vez por todas, la educación ha de ser comprendida como un eje fundamental (tal vez, el más fundamental de todos los ejes) para que las personas crezcan como personas y no como números, autómatas, meros consumidores y pasivos espectadores de sus vidas y de la vida en general. Las leyes educativas deben cambiarse, pero para adaptarlas, acercarlas a la realidad y a las necesidades de la sociedad, para que supongan un instrumento de cambio, de avance y de mejora de esta. Los discentes, aunque ellos no lo perciban con claridad (al menos, cuando son pequeños), son la piedra angular de la educación y del futuro de este país. En función de cómo orientemos su formación, así será nuestro devenir, torcido o tendente hacia una sociedad más avanzada que la actual, más justa, más igualitaria, más democrática, más creativa, más respetuosa con las diferencias, con el medio ambiente, más sostenible y más dichosa.

    Por todo ello, este libro pretende aportar propuestas, humildes propuestas, para ir consiguiendo la mejora de la educación elemental de este país. Tal vez algunas de mis sugerencias para cambiar, tanto la política educativa, la manera de legislar, como la práctica educativa cotidiana de los centros, puedan parecer utópicas, irrealizables o ingenuas. Pueden dar esa impresión, o que algunas realmente lo sean. Pero, a veces, lo que a primera vista pudiera parecer imposible o inconsistente, deja de serlo si se intenta llevar a la práctica y se comprueba que sirve para lo que predica servir. Además, he de añadir, con respecto a la práctica educativa, que la mayoría de estrategias metodológicas y actividades que cito a lo largo de este libro han pasado por un tamiz infalible para probar sus bondades; a saber: su puesta en práctica.

    Por otra parte, no siempre los hechos o realidades relatados en este libro serán extrapolables o aplicables a todas las situaciones y lugares. Pero considero que la mayoría de las soluciones sí que lo son, ya que creo que las necesidades educativas de la mayor parte de los alumnos y centros son semejas en lo esencial.

    Asimismo, a la hora de proponer alternativas a una situación dada, para cambiarla o mejorarla, a veces aporto distintas opciones o soluciones, pensando que la realidad no es una y, por tanto, las soluciones indicadas para un mismo asunto pueden ser unas más válidas que otras en función del lugar y sus circunstancias específicas: educativas, sociales, culturales, de medios disponibles, etc. También, pensando que, si se dan varias alternativas para la resolución de un mismo asunto o problema, todas plausibles, cada cual puede adoptar la o las que más le convenzan. O, por último, y, en todo caso, que alguna o algunas de dichas propuestas sean útiles para dar pie (inspiración) a que cada cual piense las suyas propias. No soy poseedor de verdades absolutas. Nadie lo es. En este texto solo pretendo exponer ideas para que cada cual las sopese y, si le cuadran, tras reflexionarlas o llevarlas a la práctica, las adopte convencido, las rechace, o las modele a su gusto y, por tanto, le sirvan para que le «rezumen» otras posibles y personales. El caso es no dejar las aguas estancadas. Cada cual, mortal racional, emocional y social, en cada situación, para sacarla adelante o solventar los problemas, ha de dudar, pensar, investigar, proponer, elegir, decidir y probar. Y, en función de cómo vaya la evaluación de lo ejecutado, adoptar el recurso como bueno o de nuevo empezar el proceso de búsqueda de soluciones. Esa es la auténtica naturaleza humana, la que, ante los problemas o los retos, está en continuo debate, investigación y toma de decisiones, actitud opuesta al estatismo y la cerrazón al cambio y la mejora. Somos, o deberíamos ser, seres que a diario evolucionan y aprenden, con los éxitos y con los fracasos. Lo que no es de recibo es la jactancia de pensar que todo lo hacemos bien, que ya lo hacemos «mejor que mejor» y que no se puede superar.

    Dicho lo cual, resumo los porqués y pretensiones de este libro:

    Dar mi opinión sobre la LOMCE y sus implicaciones, y qué cambiar, eliminar o añadir en ella desde el punto de vista de un docente que la padece. Los enseñantes no hemos sido agentes de su gestación, sólo meros aplicadores, sin voz ni voto. Por tanto, la asumimos, pero no tenemos por qué suscribirla en algunas de sus partes, o en su totalidad.

    Aportar propuestas de cambio en la manera de legislar sobre educación en este país.

    Sugerir otras formas de organizar y priorizar las enseñanzas y las áreas del currículo de primaria: pretensiones esenciales de cada área y el mayor o menor peso específico o preeminencia de cada una de ellas dentro del currículo escolar vigente y del posible, el alternativo al actual.

    Dar ideas para mejorar el quehacer educativo en las escuelas de infantil y colegios de primaria, para que:

    Este quehacer esté en consonancia con la pretensión de mejorar la calidad de la educación.

    El proceso de enseñanza/aprendizaje sea lo más eficiente posible en la práctica diaria de las distintas áreas y cometidos educativos de la escuela.

    Aportar propuestas e ideas para que las familias, otros profesionales, instituciones, organizaciones, medios de comunicación, etc., participen más en el hecho educativo. La escuela y los enseñantes no podemos abarcar todos los asuntos (o no en toda su extensión) que implican la consecución de una educación integral de las personas. Se trata de tender hacia una «sociedad educativa».

    En los distintos capítulos de este libro aportaré ideas y experiencias a colación de los diversos asuntos tratados en cada uno de ellos. Asimismo, en cada uno de ellos se transitará de lo general a lo particular sin solución de continuidad. Es decir, me bato en dos frentes a la vez (pasando por un continuo de asuntos intermedios): el de las «macroideas» y las «macropropuestas» educativas, y el de los actos «superconcretos» y las «micropropuestas» muy específicos, o las soluciones más mínimas y elementales para afrontar el día a día escolar. A tal respecto, si pensamos en el paradigma neoplatónico, según el cual se repiten los mismos principios o patrones tanto en la escala más grande, la «macrocósmica» (el universo), como en la más pequeña, la «microcósmica» (lo microscópico), estos, los principios, explicados desde esas dos perspectivas, pueden ser mejor entendidos. Ya que, si una cuestión está inspirada por un mismo propósito o meta (en este caso, el de la mejora de la educación, de la real), tanta luz aportarán las reflexiones más abstractas sobre ella como las propuestas pragmáticas más concretas relativas al asunto. Por ejemplo: el principio abstracto, general, de una educación inclusiva se concreta con la asistencia de todos los alumnos a una representación teatral, no exclusivamente los que se la puedan costear sus familias. Un ejemplo inverso: el hecho concreto del aprovechamiento de los folios usados para elaborar guirnaldas, materializa el principio abstracto de una educación acorde con el fin de una economía sostenible.

    En todo caso, tal vez las cuestiones más genéricas de este libro les sirvan más a unos, a aquellos que toman decisiones de tipo legislativo, administrativo, o de organización educativa para todo un sistema escolar. Y, por otra parte, lo más específico les sea más útil a aquellos otros que están inmersos en la acción directa dentro de los centros educativos. Sin embargo (concluyo), tanto a los unos como a los otros, les conviene conocer las dos vertientes, porque, como digo, ambas están inspiradas en unos mismos valores, principios y fines educativos, los cuales se descubren, explican y entienden mejor si se los contempla desde un plano general, de conjunto, y, a su vez, con primeros planos. Por ello, en este libro se siguen esos dos procesos complementarios, argumentativos y expositivos: hollar lo general, persiguiendo ser concretado, y transitar por lo específico, buscando ser trascendido.

    Por otra parte, decir que, a lo largo de este escrito, fundamentalmente me voy a referir a las etapas de la educación infantil y la educación primaria, períodos educativos que conozco a través de mi experiencia profesional, porque en ellos he desarrollado y desarrollo mi trabajo diario. No caeré en la estulticia de opinar sobre lo que no conozco de forma fidedigna. Por ello, aunque la LOMCE también afecta a la educación secundaria, al ser esta una etapa que no he experimentado como enseñante, evitaré argumentar sobre ella o sobre cómo la trata la ley. Ello compete (y, de hecho, están ejerciendo tal competencia) a los más directos implicados: a los profesores y alumnos (y a las familias de estos) de secundaria. De todas formas, pienso que muchas de mis opiniones y aportaciones son extrapolables a esta y a otras etapas educativas.

    Por último, aclaro que este libro está dividido en dos partes, no porque cada una trate de asuntos dispares, pues, el leitmotiv de ambas es el mismo ya descrito. Las razones son otras. A saber:

    La primera, para intentar que su lectura sea lo más liviana posible. No es lo mismo leerse de golpe un volumen de casi mil páginas que otro de poco más de cuatrocientas.

    La segunda: es más cómodo, sobre todo para leer en la cama, un libro ligerito (de peso, me refiero) que un «tocho» voluminoso, tus extremidades superiores te lo agradecerán. Además, se hace más practicable llevarlo y leerlo en cualquier otro lugar o momento.

    La tercera y última razón: una vez visto el efecto de la primera parte, y recibidas las primeras valoraciones, aportaciones, sugerencias y críticas (las constructivas, las otras, mejor obviarlas), puede llevarme a retomar o aclarar (sucintamente) algunas cuestiones tratadas en la primera, o a retocar o ampliar los asuntos de la segunda. En los temas de educación (y en cualquier otro asunto) no se puede ser inamovible en las posturas y postulados. La educación es procesual, cambiable, mejorable. Por ende, también ha de serlo todo lo que verse sobre ella.

    Sobre la segunda parte se detallan sus capítulos a continuación del índice de los de la primera, para que los potenciales lectores de aquella se hagan una idea sobre su contenido.

    Espero que este libro, a quien decida leerlo, le ayude a reflexionar sobre una serie de asuntos esenciales para la mejora de la educación, le reporte ideas, pistas, inspiración para evolucionar hacia adelante en el día a día del enseñar y del aprender. A mí mismo, el mero hecho de escribirlo, me ha servido para todo ello. A veces es bueno hacer una parada y contemplar el panorama desde la distancia. Desde allí pueden vislumbrarse detalles en los que no habías reparado desde abajo. Sin embargo, lo que necesitan otros es bajar a la arena, pues, la educación real no se hace, no se concreta en los despachos de los gobernantes, en las sedes de los partidos o en las oficinas de las administraciones educativas, sino en las aulas.

    Notas o guía de estilo

    La RAE, en su último tratado sobre ortografía, de 2010, indica que la palabra «solo», tanto cuando es adverbio y equivale a «solamente»,como cuando es adjetivo (vivo solo), así como los demostrativos «este», «ese» y «aquel», con sus femeninos y plurales, cuando funcionen como pronombres demostrativos (dame esa; acatamiento a esta) o como determinantes demostrativos (aquella casa), no tienen que llevar la tilde diacrítica (desde la entrada en vigor de la citada Ortografía). La RAE no cierra la puerta a que sigan tildándose dichas palabras, pero sugiere que se deje de hacer. En mi caso, a veces lo sigo haciendo por la costumbre de haberlo ejercitado durante una infinidad de años. Pero, si no lo hiciere en algún momento a lo largo de estas páginas, queda claro que ya no debe considerarse como falta ortográfica.

    En el recorrido de este libro haré mención de otras reglas (nuevas o no tan nuevas) ortográficas en el momento en que la escritura de algún término haya de ser aclarada. Este texto (sinónimo de libro) pretende ser lo más didáctico posible.

    Emplearé mayormente el género masculino, término genérico referido a ambos sexos. Es decir, por ejemplo, en vez de usar «maestro/a», utilizaré solo el genérico «maestro». Ya sé que no es políticamente correcto, pero hace la escritura (y la lectura) más ágil y no supone una falta gramatical u ortográfica. Todo lo contrario: Según la RAE, es una incorrección gramatical y netamente innecesario usar «las/los», «niño/a», o la arroba (@). En concreto, La arroba no se considera un signo lingüístico, por ello, es incorrecto, por ejemplo escribir «amig@». Como enseñante, entre lo políticamente correcto y lo gramaticalmente correcto, elijo, por supuesto, lo segundo.

    Algunas palabras consideradas hasta ahora bisilábicas (vio, dio, guion, etc.) y que la RAE ya las considera monosilábicas, como deja de ser necesario tildarlas, no irán con tilde.

    Tampoco hace falta tildar, como ya he indicado, palabras homófonas para diferenciar distintos usos de ellas (sólo-solo, este-éste, etc.).

    Las expresiones o palabras escritas en otros idiomas distintos al español (incluido el latín), irán en cursiva o entrecomilladas.

    Aquellas palabras o grupos de estas que indistintamente puedan escribirse en minúscula o mayúscula, por ejemplo, «educación primaria», mi tendencia habitual será escribirlas en minúscula.

    Cuando use palabras de otros idiomas, tenderé a añadir la traducción en castellano. No así con las expresiones latinas, que irán en cursiva, pero no traducidas, porque en castellano las empleamos habitualmente.

    Cuando un término sea poco habitual, más bien científico, técnico, etc., procuraré definirlo. Procedo de forma semejante con las palabras que habitualmente se emplean en educación, pero, en ocasiones, de forma confusa, inadecuada o como sinónimos sin serlo. Por ejemplo, «aprender» y «conocer», «educación» y «enseñanza», etc.

    Hay tres tipos de comillas, estas (las inglesas), ‘estas’ (las simples) y «estas» (las angulares, latinas o españolas). Cada tipo se utiliza en situaciones distintas, pero sería prolijo e inconveniente explicarlo aquí. Remito a la siguiente dirección de internet para informarse al respecto: http://lema.rae.es/dpd/srv/search?id=SSTAZ5sDyD6h59vijX. Aprovecho la ocasión para reclamar que se fabriquen teclados de ordenador con las comillas españolas o angulares más accesibles, aunque puede que ya existan y lo desconozca. «La ciencia -en este caso, la técnica- avanza que es una barbaridad».

    Hago uso, de vez en cuando y a conciencia, de lugares comunes o expresiones y dichos (refranes) populares, chascarrillos, anécdotas, etc., para hacer el texto más llano y asequible al lector y para no convertir este tratado en un sesudo manual inasible e indigesto para la mayoría, inclusive para mí.

    Añadir que, debido a mi bisoñez como escritor (de libros) y a que este texto me lo he «currado» yo solito, es decir, no ha pasado por el tamiz de ningún corrector o semejante (ducho en la materia de depurar escritos para ser publicados), es de suponer que tenga errores e imperfecciones narrativas o expresivas de todo tipo. También puede que no haya tantos fallos y que mi exigencia de hacerlo lo mejor posible me haga ser «hipercrítico» conmigo. De todas formas, a tal respecto, me curo en salud de antemano pidiendo disculpas por los yerros, y espero que, a pesar de ello, se puedan y sepan entender las ideas contenidas en este ensayo. Lo verídico es que este libro lo he escrito poniendo en él toda mi voluntad, pasión, afán y deseos de hacer algo que, de cierto, ayude a otros en el azaroso y a la vez apasionante mundo de la educación básica, básicamente necesaria para nuestra sociedad.

    Precisiones terminológicas

    Aclaro algunos términos muy empleados en educación, a veces confusamente o incorrectamente, aplicándolos cuando no se debe o sinónimamente sin serlo.

    Educación

    Etimológicamente, educación viene del término latino educatio-onis, que, a su vez deriva de educare (educar). Estos vocablos eran empleados por los antiguos romanos para significar: crianza, instrucción, enseñanza, formación del espíritu, cuidar, alimentar, crecer, avanzar, absorber, ensalzar…

    Por otra parte, la Real Academia Española de la Lengua da las siguientes acepciones de educación:

    Crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y jóvenes.

    Instrucción por medio de la acción docente.

    Cortesía y urbanidad.

    Acción y efecto de educar.

    Y al respecto del verbo educar, dice que puede significar:

    Dirigir, encaminar, doctrinar.

    Desarrollar las facultades intelectuales y morales.

    Perfeccionar, afinar los sentidos.

    Desarrollar las fuerzas físicas.

    Enseñar buenos usos de urbanidad y cortesía.

    Por tanto, la educación puede entenderse de estas distintas formas:

    Lo relacionado con criar, instruir, enseñar a otros.

    Lo relacionado con crecer, en lo intelectual, en lo moral, en lo social, en lo emocional, en lo físico. En definitiva, como un crecer integral.

    Lo relacionado con ser corteses, cívicos, practicar buenos modales con los otros y con todo lo que nos rodea.

    En este libro, fundamentalmente emplearé el término educación como el desarrollo integral de las personas. Pero, también en los otros sentidos aquí explicitados.

    Me permito hacer una digresión o reflexión a colación del término educación:

    Los contenidos de la educación serán diversos según el momento histórico, la sociedad, el grupo social, etc. Variables históricas, sociales, políticas, económicas, culturales, morales, religiosas, etc., influirán sobre lo que se considere contenido educativo aceptable y loable para los paisanos de una nación. Y, a la inversa: aquello que no se considere así, será entendido como contenido desdeñable o nocivo para la educación.

    Hasta dentro de una misma sociedad, según la extracción social, estatus económico, etnia o grupo cultural, religión, zona, comunidad o población donde se habita, etc., no se entenderán los mismos contenidos educativos como los más importantes o deseables. Por ello, la educación es algo que huye de los absolutos y está instalada en los relativos.

    Por ejemplo, para determinada sociedad tocar un instrumento musical puede ser educativamente incuestionable. En otras, tal vez sea enormemente importante saber jugar al ajedrez, o practicar el canto, un deporte, cocinar, declamar poesía o hablar en público. Verbigracia, antaño, en España las mujeres desde pequeñas aprendían labores caseras en las escuelas (coser, bordar, etc.). Léase lo que se decía la Ley Moyano de 1857 al respecto de la educación de las niñas: «Primero. Labores propias del sexo. Segundo. Elementos de dibujo aplicado a las mismas labores. Tercero. Ligeras nociones de higiene doméstica.». Hoy en día, sin embargo, ese contenido educativo es inasumible en la educación institucional. Sin embargo, hoy es inconcebible, por ejemplo, una educación que no incluya como contenido esencial el manejo de la informática y, en general, de las TIC (tecnologías de la información y la comunicación), cuando, hace pocas décadas, era impensable hablar de la informática como contenido de enseñanza básica.

    Por lo tanto, en función de la mayor o menor importancia que se dé a unos contenidos o a otros, así serán los currículos de las enseñanzas establecidas. Cada sociedad, en cada momento de su historia, fijará los que considere más importantes para educar a sus integrantes, sobre todo, a los menores, con ello se busca la cohesión y, por tanto, la perdurabilidad de tal sociedad.

    Por ende, el proyecto educativo de un país (que inspirará la elaboración de una ley de educación) ha de ser lo más acorde con lo que una sociedad concreta persigue, consensuado y perfilado lo más posible, si se pretende el avance educativo y la durabilidad de dicho país como tal.

    Conclusión definitiva: la coherencia de una ley de educación vendrá dada por la fijación de unos contenidos educativos adaptados a las aspiraciones más excelsas de los componentes de una sociedad, y por la concreción de unos postulados para ponerla en práctica, pedagógicos, organizativos, presupuestarios, etc., acordes con dichas aspiraciones.

    Corolario de esta conclusión: si una ley de educación ha de estar acorde con las aspiraciones, con los proyectos de toda una sociedad, entonces todos sus componentes han de ser tenidos en cuenta a la hora de elaborarla, y muy especialmente, aquellos a los que va dirigida (discentes, docentes y familias), si se pretende que dicha ley sea asumida por todos y perdure.

    Educativo

    Lo que ayuda a desarrollar (acciones o recursos), a mejorar las capacidades (una o varias) de una persona. Es todo lo que sirve eficientemente a las personas para que crezca algún aspecto de su desarrollo personal: físico, cognitivo, afectivo o social.

    Es decir, (es de Perogrullo), lo educativo es lo que educa. Lo no educativo es lo que no educa o deseduca. Pero, a pesar de ser algo meridianamente claro, conviene recalcarlo, pues, muy frecuentemente se olvida que lo que no es educativo (no sirve para educar) hay que de­secharlo y cambiarlo por otros recursos o acciones que sí eduquen, o sean útiles (una buena herramienta) para educar o para la educación. Este olvido se puede dar en todos los niveles, empezando por nosotros mismos, los enseñantes, pasando por los padres, los equipos directivos de los centros, hasta llegar a las distintas administraciones educativas.

    Por tanto, dejemos claro que: lo que es anti-educativo, no educativo, entorpecedor de la educación o inútil para ella, lo lógico es despacharlo y cambiarlo por lo contrario, lo educativo, lo que educa.

    Pedagogía

    Es la ciencia de la educación, la que la estudia. Es una ciencia aplicada que se dedica al estudio de los actos educativos, para encontrar fórmulas que los hagan lo más eficientes posibles, es decir, orienta las decisiones educativas para que sean funcionales, coherentes con lo que persiguen.

    Se fundamenta y apoya en otras ciencias o saberes: la psicología (del aprendizaje, evolutiva, cognitiva, conductual, emocional, etc.), la antropología, la sociología, la medicina, etc.

    Abarca y le compete orientar sobre la metodología de las distintas áreas o materias, la organización escolar, la acción tutorial, las técnicas de apoyo, refuerzo y desarrollo, la individualización de la enseñanza, etc.

    Una decisión o medida escolar será pedagógicamente eficaz si es útil para conseguir el mayor número de fines u objetivos educativos de manera perdurable y de la forma más operativa, rápida, con el menor esfuerzo o gasto y el mayor respeto a los protagonistas implicados.

    Metodología

    Concretamente, la metodología educativa puede entenderse como el conjunto de métodos que se emplean para enseñar un área, materia, contenido, etc. Por ello, se habla de la metodología de las matemáticas, del lenguaje, etc. Está muy relacionada con la epistemología, que es la manera de conocer, de investigar de cada ciencia o disciplina.

    Método

    Procedimiento concreto para conseguir un aprendizaje dentro de un saber, disciplina, área, etc. Por ejemplo, el método (o métodos) para enseñar y aprender a sumar. Tiene bastantes concomitancias con la didáctica.

    Didáctica

    Se refiere a la disciplina sobre las técnicas tendentes a favorecer el aprendizaje.

    Procesos de enseñanza/aprendizaje (e/a)

    Conjunto de actos educativos en los que están involucrados docentes y alumnos, unos, para enseñar, los otros, para aprender.

    El enseñante, en estos actos, pretende que el alumno aprenda (más o menos autónomamente, o de forma dirigida), para lo cual diseña actividades que persigan ese fin, teniendo en cuenta: los recursos materiales o humanos idóneos, tiempos, organización de las acciones, del trabajo y de las interacciones o agrupamientos, los espacios, etc.

    En un momento dado, el educador puede ser un profesor virtual o uno mismo y el aprendizaje pasa a ser autoaprendizaje.

    Currículo educativo o de enseñanza

    Conjunto de enseñanzas establecidas formalmente, organizadas en materias o áreas. Suele integrar a los contenidos, objetivos, competencias básicas, criterios de evaluación y metodología de las distintas áreas o materias.

    I

    Una ley, dos leyes, tres leyes…

    —Padre, ¿por qué dejaste de ser maestro?

    —Porque no se daban las condiciones para seguir siéndolo.

    —No lo entiendo. ¿Acaso es que dejó de gustarte dar clase a niños?

    —No, en absoluto, todo lo contrario, cada vez disfrutaba más haciéndolo.

    —Pues, entonces, ¿por qué?

    —Es difícil de explicar y largo de contar, hijo.

    —¿Y si te hago preguntas sobre la escuela? A lo mejor así lo comprendo.

    —Sí, es posible. Tú estás a punto de abandonarla, pero de seguro que te será útil lo que te cuente para tu camino por las siguientes etapas educativas que vas a emprender.

    —Sí, el curso próximo ya estaré en el instituto. ¿Allí las cosas son parecidas a como se hacen en la escuela?

    —No exactamente, pero hay asuntos que se tratan de forma semejante.

    —Vale. Pues, quiero que me hables de esos asuntos.

    —Pregúntame sobre lo que quieras, intentaré contestarte.

    —Padre, ¿para qué sirven las leyes?

    —Para organizar la convivencia de las personas, para que sea lo más fructífera y pacífica posible.

    —Pero, padre, ¿las leyes siempre cumplen esos propósitos?

    —Si son justas, razonables, lógicas, consensuadas, aceptadas por todos, sí.

    —Y ¿qué sucede si no es así?

    —Que las personas afectadas por esas leyes inadecuadas o tiranas y que no están de acuerdo con ellas, esas personas procurarán cambiarlas, porque las considerarán injustas, inapropiadas o deficientes, o porque se las han impuesto sin contar con ellos para perfilarlas, para que aportasen sus opiniones y se tuvieran en cuenta sus necesidades, las de un colectivo o todo un pueblo.

    —¿Qué quiere decir colectivo?

    —Un grupo de personas con intereses comunes, por ejemplo, el colectivo de los enseñantes, el colectivo de los alumnos, el colectivo de los agricultores, etc.

    —Y, padre, ¿cómo se pueden cambiar unas leyes por otras?

    —Hay distintas maneras de hacerlo, hijo. La más razonable es conseguirlo poniendo de acuerdo a todos los afectados, salvando egoísmos de unos y de otros y buscando el bien común.

    —Padre, ¿qué es eso del bien común?

    —Es lo que beneficia a todos y se necesita preservar para el progreso colectivo, la convivencia en armonía y la justicia social. Por ejemplo, son bienes comunes: la seguridad, la sanidad, la educación, la libertad y otros.

    —Entonces, padre, entiendo que, para que las leyes sean justas, ¿han de ser hechas poniéndose todos de acuerdo y buscando el bien común?

    —Así es, hijo, de esta forma pueden ser aceptadas y asumidas por todos, y más duraderas. De lo contrario, se entenderán como arbitrarias, y los descartados en su definición, o las transigirán a la fuerza, sin convicción ni fidelidad, o, cada cierto tiempo, según quien ostente el poder, de nuevo se cambiarán por otras, y puede que de nuevo se haga de forma forzada e impuesta al resto. A no ser que, en un momento dado, todos consigan ponerse de acuerdo en el tipo de ley que necesitan.

    Sí, ya padecemos (como pacientes, no como agentes) una nueva ley de educación, de golpe y a porrazos. Es la séptima en las últimas décadas, desde el inicio de la reciente historia democrática de España.

    ¿Qué ha pasado con las anteriores para que todas ellas hayan sido defenestradas de la noche a la mañana?: LGE, LOECE, LODE, LOGSE, LOPEG, LOE… No sé si me dejo alguna en el tintero. Todas han pasado sin pena ni gloria, o con mucha pena y poca gloria.

    1. ¿Es útil este permanente cambio de leyes?

    Tanto cambio de leyes, ¿ha servido de algo? ¿Ha mejorado la educación de este país? A los datos me remito.

    En el estudio PISA de 2012, aplicado a alumnos de 15 años de 34 países de la OCDE, referente a la competencia lectora, la competencia matemática y la científica, España ocupaba el puesto 25 en matemáticas, con una puntuación por debajo de la medida de los países incluidos en el estudio. En lectura, el puesto 23, y la puntuación estaba, asimismo, por debajo de la media. En ciencias, el puesto 21, y la nota, nuevamente, inferior a la media.

    En octubre de 2013, otro informe de la OCDE concluía que los españoles entre los 16 y los 65 años estábamos en el pelotón de cola con respecto a una serie de países desarrollados, en comprensión lectora y capacidad matemática. Ocupamos, de los 24 países analizados, el último puesto en competencia matemática y el penúltimo en la capacidad de comprender textos escritos, sólo por delante de Italia. Solución del gobierno español a este estado de cosas: una nueva ley de educación, la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa). Una nueva intentona legal del gobierno de turno de esta nuestra idiosincrásica democracia hispana por mejorar la endémica calidad educativa de sus conciudadanos y de nuestro sistema educativo.

    Hago un inciso. Hoy, 8 de diciembre de 2016, cogiéndome en la última y definitiva (eso espero) revisión de este libro, acaba de publicarse (hace un par de días) el último informe PISA, el de 2015. Las cosas han cambiado poco en lo esencial. Por lo tanto, a pesar de no conocer a fondo este último informe, considero que sigue vigente todo lo expuesto en este libro que tenga relación con PISA. De todas formas, a vuela pluma y sin meterme en honduras, especifico alguna diferencia destacable con respecto al anterior informe:

    Participaron 79 países. En el informe previo fueron 65.

    España alcanza y por primera vez supera levemente la media de los países de la OCDE, en lectura y ciencias, no así en matemáticas. Pero las notas medias de tal grupo de países, comparadas con las de 2012, han bajado en los tres campos.

    Como reseño en próximos capítulos dedicados a ese asunto: sigue habiendo comunidades autónomas españolas por debajo de esas medias. Aunque algunas de ellas han mejorado en ciertas de sus notas, las diferencias no dejan de ser ostensibles entre las comunidades del norte (con mejores puntuaciones) con respecto a las del sur. Como digo, ello también pasaba en los anteriores informes PISA.

    De todas formas, con respecto a este asunto de las diferencias educativas entre comunidades parece que se ha operado (y hecho público) un cambio de opinión en algunos sectores implicados en el hecho educativo (gobierno, sindicatos educativos…), una mayor preocupación o sensibilización hacia este hecho.

    Por primera vez las pruebas se efectuaron por ordenador. Esto puede haber beneficiado a aquellos países o regiones donde esté más implantado el uso de las nuevas tecnologías en la enseñanza.

    Y yo me pregunto, como persona que día a día trabaja en la educación, en la real (no en la de las leyes), con alumnos reales, en condiciones reales: ¿para qué este constante cambio de legislación educativa, este continuo cambio de leyes, reales decretos, decretos autonómicos, órdenes, reglamentos, etc.? ¿Es todo este trasiego legislativo el que va a mejorar, a elevar el nivel educativo de esta nación? Desde mi punto de vista, este constante embrollo y desatino legal solo sirve y ha servido para liarlo todo y para entorpecer el trabajo de los enseñantes más que para facilitarlo, que ha de estar centrado en lo cotidiano, esfera donde realmente se puede y debe ir mejorando la educación, sin requerirse tantos vaivenes legales.

    2. ¿Cuánto durará esta ley?

    La oposición política ya hablaba de derogarla en cuanto llegase al poder, lo proclamaba antes de que la LOMCE entrara en vigor, fuera aprobada. Me cuestiono si los políticos se acuerdan de los que componemos la comunidad educativa, de nuestras necesidades reales, en gran medida, desacordes con tanto cambio legal.

    A día de hoy, la LOMCE es una ley que unas autonomías aplican y otras, no, o lo hacen a medias. Y, por tanto, me planteo otra cuestión: ¿es la educación en este país un puzle de diecisiete piezas que no encajan, un conglomerado de reinos de taifas en lo educativo (y no sé si en otros asuntos)? Pienso que un verdadero país, cohesionado, debe tener unas líneas comunes de acción en lo educativo, y no este desbarajuste actual en el que cada autonomía hace lo que le place.

    3. ¿De dónde emanan las leyes educativas en este país?

    Los protagonistas verdaderos del educar y del educarse, del enseñar y del aprender, nosotros, los docentes, los padres y los discentes, ¿qué pintamos en todo este ir y venir legal? Simplemente, bailamos aturdidos al son del frenesí de este descontrolado «bamboleo» legal, sin opinar, sin aportar, sin participar, sin ejercer de agentes, solo de meros pacientes, personajes pasivos ante el devenir de una ley tras otra. Todo esto es un continuo despropósito que no ayuda en nada a conseguir el fin que se persigue: el de elevar la calidad de la educación de este país, todavía en mantillas en este asunto.

    Sí, efectivamente, en este país todavía estamos en mantillas si nos comparamos con otros de nuestro entorno en esto de organizar con cabeza el hecho educativo, de forma consensuada, participativa, duradera y eficaz. Seremos la duodécima potencia económica, puede que hasta, al punto, lleguemos a ser la décima (creo que, de hecho, lo llegamos a ser no ha muchos años, antes del inicio de la crisis económico/financiera); pero, sin embargo ocupamos el puesto vigésimo cuarto (puede que en el último informe PISA haya habido cambios a tal respecto, pero no tengo datos fehacientes, por su reciente publicación) entre las naciones más avanzadas de la OCDE en lo tocante a la educación. Esto no es de recibo.

    Se arrastra una rémora (que nos lastra, que no nos hace avanzar) sin resolver que viene desde los inicios de esta nuestra etapa democrática actual y que hace que el sistema educativo español esté anclado en un círculo vicioso de no encontrar soluciones eficientes para que la educación alcance cotas de excelencia más elevadas que las actuales. Y es que nos siguen faltando actitudes, hábitos y capacidades realmente democráticos, al menos en el terreno de la educación (no sé si en otros también, pues, reflexionando, si la educación adolece de fórmulas y vías democráticas a la hora de poner de acuerdo a todos los implicados en el tipo de proyecto que se busca, ¿qué puede suceder en otros asuntos de la vida social de esta nación?).

    Teniendo en cuenta que la educación ha de ser el punto de partida del implante, o implementación (palabra tan usada y manoseada últimamente) de valores, actitudes y acciones democráticas en el resto de actividades sociales de un país, no sé si realmente desde el sistema educativo se está dando un buen ejemplo a tal respecto. Una sociedad democrática madura tiene su primer puntal en la educación. Y, en este país todavía no es así. No se termina de dar a la educación la importancia que merece y que se necesita para que se convierta en un motor de cambio y mejora social.

    Las naciones que obtienen las mejores puntuaciones en las distintas evaluaciones sobre el nivel educativo de sus ciudadanos (los consecutivos informes PISA) no se dedican a cambiar continuamente sus leyes educativas, éstas son más estables y, sobre todo, más consensuadas, es decir, no es la ley de un partido político, sino de una nación, de todos los partidos, organizaciones, de todos los protagonistas del hecho educativo, en especial, los enseñantes, que son, se supone, los auténticos conocedores y profesionales del oficio, del arte de educar. Todas estas instancias participan en la elaboración de las leyes educativas y todos se comprometen a ejecutarlas, a ponerlas en práctica, y no a defenestrarlas en cuanto cambia el partido en el gobierno. O sea, si otro partido llega al poder, no cambia la ley, así, por las bravas, y se pone de nuevo todo patas arriba. No pasa porque, como digo, son leyes consensuadas, no leyes partidarias, partidistas o de un partido.

    Por lo tanto, en España todavía nos falta recorrido democrático, calado democrático, madurez democrática a este respecto. Hay países, en la vieja Europa y, en general, en el mundo occidental, que nos llevan décadas de adelanto a este respecto. Lo triste del asunto es que somos un país en el cual no falta la imaginación; por nuestro carácter, esta suele ser desbordante, florida y de lo más fructífera. Pero falta que se le dé cauces de acción, de ponerse en práctica en el ámbito educativo, vías para implementarla. A lo largo de este libro iré sugiriendo algunas de estas posibles vías.

    4. ¿Cuánto ha de durar una ley?

    Por otra parte, volviendo a cómo se organizan las naciones de nuestro entorno a la hora de legislar en educación, si, al cabo del tiempo, su ley educativa se queda caduca, se estudian los problemas o desfases surgidos, se buscan y aportan soluciones por parte de todos los implicados y se promulga una nueva ley, de nuevo buscando el consenso de todos los protagonistas de la educación. Pero esto no pasa constantemente, de un año para otro. Se deja tiempo para que una ley se asiente, se desarrolle, se aplique con calma (se habla de que una ley de educación ha de durar al menos diez años) antes de cargársela de un plumazo, de derogarla a la primera de cambio. Esto da estabilidad y tiempo para dedicarse a otros menesteres que realmente busquen la paulatina y diaria mejora de la educación de un país, de la educación de sus ciudadanos. Pues, como ya he indicado, la calidad educativa se va elevando a través de acciones cotidianas, concretas y prácticas, en los centros educativos, en los medios de comunicación, en las distintas administraciones, etc., ya que la educación es un compromiso de todos, de toda la sociedad. La educación de un país mejora a través de las acciones educativas de todas y cada una de las instancias de su sociedad, tendentes al fin de avanzar en el grado de excelencia de la competencia, los conocimientos, el civismo y moralidad de sus ciudadanos.

    En España se ha de avanzar hacia otra forma de legislar en educación, una manera más estable y consensuada, en la que se involucre fehacientemente a todos los sectores de la comunidad educativa, evitando la promulgación de leyes de un partido para pasar a ser leyes de una sociedad. La educación es algo muy serio como para tomárselo tan a la ligera. La constante mudanza de leyes resta energías, tiempo, ilusiones y desorienta, tanto a docentes, alumnos como a padres. También a las editoriales de libros de textos y demás materiales curriculares.

    Concluyendo

    En los siete lustros de democracia, siete leyes de educación. Duran menos que un «cantar sevillano».

    A pesar de tanto cambio de leyes, o, tal vez, por ello, algunas autonomías españolas están a la cola en resultados educativos entre las naciones más desarrolladas.

    La LOMCE se está aplicando en distinto grado en cada una de las CC AA. ¿Somos como reinos de taifas en lo educativo?

    La oposición reniega de la LOMCE y cuenta con derogarla más pronto que tarde. Esta dinámica de proclamar y derogar leyes sin solución de continuidad ha sido una constante a lo largo de estas últimas décadas, para desconcierto de enseñantes, alumnos, familias, editoriales…

    Los profesionales de la educación de este país no participan, o de forma insignificante, en la elaboración de las leyes que les afectan. Solo somos aplicadores de leyes impuestas. Falta cultura democrática en lo educativo.

    En otros países las leyes educativas se elaboran con la participación de todos los sectores de la comunidad educativa, se consensúan. Por ende, sus leyes son más perdurables y se aplican sin fisuras en toda la nación.

    Una ley educativa no ha de cambiarse con una cadencia menor a diez años. Hay que darle su tiempo para que se aplique, desarrolle y asiente.

    La calidad educativa se va elevando con las acciones cotidianas en los centros, no tanto con las «macro leyes», que sólo han de entenderse como un marco general facilitador lo más estable posible.

    El hecho educativo está afecto a las acciones de todos los sectores de la sociedad, no es exclusivo de los centros educativos, compromete o ha de comprometer a toda una sociedad.

    Se necesita una ley educativa de una sociedad, no de un partido.

    II

    ¿Qué pretende la LOMCE?

    —Padre, ¿por qué vamos a la escuela?

    —Por diferentes razones, hijo, entre otras, porque allí completamos nuestro aprendizaje para vivir y relacionarnos con lo que nos rodea, lo natural y lo humano, para conocerlo y comprenderlo todo ello cada vez mejor, y también a nosotros mismos.

    —Pero, tú, madre, y el resto de nuestra familia y de nuestros paisanos ya nos enseñáis esas cosas.

    —Sí, con todas las personas y en todos los lugares puedes aprender, es verdad. Pero no es suficiente, al menos en la sociedad en la que vivimos. En la escuela hay profesionales que se dedican exclusivamente al cometido de orientar a sus alumnos para que aprendan lo fundamental para vivir en sociedad, pues, allí se concentran y concretan unas enseñanzas esenciales

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