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Genética Mexicana, Reflexiones y Poesía
Genética Mexicana, Reflexiones y Poesía
Genética Mexicana, Reflexiones y Poesía
Libro electrónico255 páginas1 hora

Genética Mexicana, Reflexiones y Poesía

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Cierro los ojos y busco tu mirada por el camino de la esperanza.

La riqueza de México está en su gente. ¿Quién te reconducirá?

Una mirada interior con procesos mentales nuevos escribirá el pensamiento azteca con el vergel reconstruido, donde reaparezca el canto del Cenzontle. La inspiración reedificará letras de amor, interpretadas en las alas del alba. Con la ternura que enseña la montaña y la reflexión universal, la imaginación renacerá; colgados de la luna, con el canto de la alondra, el mirlo o cualquier ave excepcional, hasta poemas de amor se escribirán para conquistar el territorio espiritual más preciado: tu corazón.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 jun 2019
ISBN9788417887704
Genética Mexicana, Reflexiones y Poesía
Autor

Gustavo Roque Leyva

Gustavo Roque Leyva nació en su nave, el planeta tierra, específicamente en Zacualpan, municipio de Atoyac de Álvarez, Guerrero (México). Hijo de Ana María Leyva Delgado y José Isabel Roque Arzeta. Siempre vive en el campo, donde también se nutre culturalmente de la gente natural e intelectual. Orgulloso de su herencia genética -mezcla de razas-, oír es su pasión y ver con los ojos del corazón su alegría. Sin embargo, lo más importante es la imaginación y el agradecimiento a la creación por tanta bondad.

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    Genética Mexicana, Reflexiones y Poesía - Gustavo Roque Leyva

    Prólogo

    Esta obra refleja la fe, esperanza y amor al ser humano, tanto de México como de cualquier latitud. Esboza la idea de nuevos procesos mentales y útiles para construir un mundo mejor, donde todos somos necesarios, enseñamos y aprendemos mutuamente, es decir, nos completamos. El autor patentiza su sentimiento de dignidad humana —libertad y solidaridad— como muestra de reconciliación y reconstrucción. Sugiere el cambio interior como el único medio para ser diferentes. Recurre a la metáfora de la enseñanza que revela la tierra a través de la montaña. La imaginación no es ajena en cada idea de la obra, tampoco el amor, la libertad ni la picardía escapan. La poesía es el remate de la imaginación, capaz de llevar hasta donde la voluntad quiera volar. La obra tiene su propia pimienta —el arte de vivir—. En suma, el autor sueña despierto con un mundo mejor.

    Gustavo Roque Leyva

    Genética mexicana

    Pueblo soñador, ¿dónde está tu grandeza?

    Eres una empresa en donde se siembran ilusiones.

    Como la vida misma, eres siempre esperanza.

    Cultivas seres diferentes porque tus hijos son desiguales.

    Los haces con amor profundo, donde el sacrificio

    apenas es una oportunidad.

    Como la madre cría y educa a sus hijos, así tu pueblo de siempre, como matriota y patriota, transforma seres como tú quieres; salen del vientre patrio unos mejores que los demás.

    A todos quieres, es la razón de tus ancestros con la genética: ser felices en libertad como querían los que te hicieron.

    En tus cimientos se escribieron grandes principios,

    aquellos altos, los más medianos y pequeñitos

    son necesarios para el futuro interminable en la familia

    de mexicanos; es tan diversa, desde lo simple, la misma raza.

    Unos oriundo; otros, de Europa, Asia y África.

    Eres diversa en tu genética, el mundo entero tienes adentro de tus entrañas, la raza humana es una escala de todo poquito.

    En ti confían, patria del alma, que siempre rezas, lloras y callas por esos hijos que se han desviado de tus consejos escritos en tus cimientos.

    Aquellos hijos que sí aprendieron tienen muy claro que eso lo sufres, por eso ahora están haciendo lo que han dejado de construir, ya lo ilustran con elegancia; la educación que recibieron seguramente levantará al gran humano que se desvió porque creemos en la grandeza de nuestra raza; hija del sol tiene calor, pues es la nieta del gran Creador.

    Seguramente alumbrará con esos hijos iluminados, los entendidos encauzarán a otros hermanos. No son los malos, son el producto que ha generado la distinción por su pobreza, que desencadena, como en racimo, todo el rencor. Nada es eterno, pues se corrige con el legado llamado error.

    Aquí se aprende y asimila, luego lo entienden.

    Este proceso, hecho por gente de gran nobleza y libertad, siempre inspirada en el principio de dignidad, ese que ilustra y hace llorar aún en lo imposible de construir porque las gotas salen del alma, fuente sin fin, donde descansa su gran gemelo, de núcleo hermoso, capaz de todo, pues hasta emerge de las cenizas, mata inclusive la destrucción. Quien lo inventó, el mismo Dios, lo bautizó con nombre santo, principio de la vida —inicio y fin eterno—; nunca se acaba, siempre resurge. Cuando despierta, de inmediato hace la metamorfosis por esa lágrima de sufrimiento, inspiradora de la creación. El humano tiembla porque recibe la gran tarea de renacer como humano reestructurado.

    Pueblo de orgullo y gallardía, seguramente los que te hicieron en esta tierra, nuestros ancestros, pensaron en eso, renacimiento en condiciones inigualables, sin libertades. Solo esperaron ese regalo, el pensamiento de las letras altas, donde encontraron la esperanza de convivir como Dios manda.

    Padres de nuestra patria, me inclino y pido perdón porque he faltado al mandamiento en que inspiraron su gran creencia de ser humano: «Ama a tu prójimo como a ti mismo».

    Con el reconocimiento y compromiso de preservar el principio de dignidad humana, inspirado en la unidad de la libertad, cimentada en dos grados tan intensos, a saber:

    •Como objeto y fin para sí mismo. Fundado en los principios de libertad e igualdad; con personalidad y capacidad propia y suficiente.

    •Como humano fraterno. Fundado en el principio de solidaridad, es decir, en la ayuda recíproca de las mujeres y hombres.

    Son tus enseñanzas heredadas del cielo, pueblo soñador de raíces divinas. Tus nuevos hijos han entendido que los problemas se solucionan como antaño; prueba de ello es que aún estamos, cierto, en otro tiempo, pero en el mismo espacio. Con la genética que se ha mutado, juntos, hermanos, caminaremos con el respeto ya heredado por nuestros antepasados, enfrentaremos los miedos y diferencias, con la gran madre denominada fraternidad, bien expresada por Quetzalcóatl cuando con arte nos embelesa con notas altas. Sientan orgullo de su raza, hombres, mujeres de alma sagrada, volemos juntos con estas letras en idioma náhuatl:

    Nehuatl nictlazotla in centzontototl Icuicauh,

    nehuatl nictazotla in chalchihuitl Itlapaliz.

    Ihuan in ahuiacmeh xochimeh;

    zan oc cenca noicniuhtzin in tlacatl,

    nehuatl nictlazotla.¹

    ¿Cómo no quererte, México? Reconstruido, unido y fuerte, como tu nombre, Estados Unidos Mexicanos, con canción de cuna con plumas de águila, tu himno que ya retumba en mis entrañas:

    Mexicanos al grito de guerra,

    el acero aprestad y el bridón;

    y retiemble en sus centros la tierra

    al sonoro rugir del cañón.

    Ciña, ¡oh, patria!, tus sienes de oliva

    de la paz del arcángel divino,

    que en el cielo tu eterno destino

    por el dedo de Dios se escribió.

    Mas, si osare un extraño enemigo

    profanar con su planta tu suelo,

    piensa, ¡oh, patria querida!, que el cielo

    un soldado en cada hijo te dio.

    ¡Guerra, guerra sin tregua al que intente, de la patria, manchar los blasones!

    ¡Guerra, guerra! Los patrios pendones en las olas de sangre empapad.

    ¡Guerra, guerra! En el monte en el valle, los cañones horrísonos truenen

    y los ecos sonoros resuenen con las voces de «¡unión! ¡Libertad!».

    Antes, patria, que inermes tus hijos,

    bajo el yugo su cuello, dobleguen,

    tus campiñas con sangre se rieguen,

    sobre sangre se estampe su pie.

    Y sus templos, palacios y torres

    se derrumben con hórrido estruendo.

    Y sus ruinas existan diciendo:

    «De mil héroes, la patria aquí fue».

    ¡Patria! ¡Patria! Tus hijos te juran

    exhalar en tus aras su aliento

    si el clarín, con su bélico acento,

    los convoca a lidiar con valor.

    ¡Para ti las guirnaldas de oliva!

    ¡Un recuerdo para ellos de gloria!

    ¡Un laurel para ti de victoria!

    ¡Un sepulcro para ellos de honor!

    «Mexicanos al grito de guerra». Este enunciado, leído con amor, como lo hacemos los mexicanos, significa la voz que llama a la paz, la unidad, la fraternidad, la solidaridad, el amor a la patria, una nueva esperanza para llegar a la libertad y la felicidad a partir de la unión, con la misericordia y el perdón para reconstruirnos verdaderamente. El humanismo lo representa esa frase. Es voz del pueblo —que se enchine la piel— para que salga el espíritu nacional.

    Estos son los sentimientos de la nación, la genética del espíritu, alma, pensamiento y corazón de sus mujeres y hombres. Pueblo de sueños y ensueños, caminemos de la mano hombro a hombro, golpe a golpe, verso a verso.

    Cantemos para alegrar nuestros corazones y contagiar al hermano sencillo, para que se dé cuenta de que se lo ama como a sí mismo. Levantemos nuestra herencia como la inversión más sagrada, cimentada en la familia con valores, principios y respeto; solo así, y no de otra forma, dejaremos almidonada la cuna mexicana para que mañana los humanos nuevos quieran imitarnos y vuelen alto, como su México

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