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Pájaros de cuidado: Reflexiones y divagaciones sobre aves, personas, ciencia y cultura
Pájaros de cuidado: Reflexiones y divagaciones sobre aves, personas, ciencia y cultura
Pájaros de cuidado: Reflexiones y divagaciones sobre aves, personas, ciencia y cultura
Libro electrónico190 páginas2 horas

Pájaros de cuidado: Reflexiones y divagaciones sobre aves, personas, ciencia y cultura

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¿Abejarucos y Fórmula 1? ¿Buitres o pardillos? ¿Ciencia o leyenda? Pájaros y algo más.

¿Alguna vez te han llamado cabeza de chorlito o pardillo, águila, cernícalo, buitre o chotacabras? ¿Tienes la cabeza a pájaros o eres un pájaro de cuidado?

Todos los pájaros lo son, de cuidado. Debemos cuidarlos, porque, además de impregnar nuestra cultura, su comportamiento, sus plumajes y sus cantos son un espectáculo gratificante. Cada capítulo de este libro da fe de ello, pues Pájaros de cuidado es una serie de vivencias y reflexiones en torno a las aves, los lugares que habitan y algunas personas vinculadas a ellas.

Reflexiones basadas en la biología evolutiva y la ecología, en leyendas y en el origen de sus nombres, con un tono desenfadado y a veces irónico, pero siempre inspirado por el disfrute del contacto con la naturaleza y la importancia de la ciencia para su comprensión.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 mar 2019
ISBN9788417717599
Pájaros de cuidado: Reflexiones y divagaciones sobre aves, personas, ciencia y cultura
Autor

José Luis Cortés Montesinos

José Luis Cortés Montesinos es biólogo y posgrado en Comunicación Científica. Profesor de secundaria de profesión, ornitólogo de afición, lleva más de cuarenta años observando aves y recogiendo datos sobre ellas. Nunca ha vivido de ello, pero siempre ha procurado aprovechar cualquier ocasión para mirar pájaros; pasar la mayor parte del año en una gran ciudad condiciona este aspecto. Ha escrito algún artículo científico y libro de texto, y elaborado guiones y textos para exposiciones divulgativas y de centros de interpretación de la naturaleza. Colaborador en proyectos del Institut Català d'Ornitologia: Atles dels Ocells de Catalunya a l'hivern 2006-2009, Seguiment d'Ocells Comuns a Catalunya, Atles dels ocells nidificants de Catalunya. Y de la Sociedad Española de Ornitología: Atlas de aves nidificantes de España y Seguimiento de aves comunes reproductoras de España. Es socio de ambas entidades.

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    Pájaros de cuidado - José Luis Cortés Montesinos

    Preámbulo

    El pajareo es una de las actividades más gratificantes que existen. Además de no tener que pagar por ello —de momento—, es sencillo, pues —también de momento— hay aves casi por todas partes. Solo hay que saber buscarlas y, si bien ello exige cierta predisposición, la exigencia no es muy grande. Simplemente, uno tiene la certeza de que va a encontrarse con ellas, o sea, que la idea siempre está ahí, en algún rinconcito del cerebro del pajarero. Vamos, que la cabeza de algunos está llena de pájaros, lo cual no es tan peyorativo como suele indicar esa expresión.

    Es curiosa la cantidad de dobles significados, muchos de ellos peyorativos, que están relacionados con los pájaros: «tener la cabeza a pájaros», «ser un cabeza de chorlito», «ser un pardillo» o «ser un pájaro de cuidado». Por no hablar de ser un buitre, un cuervo, una lechuza o una vieja urraca. Pero ni los pájaros ni los pajareros se dan por aludidos. Así, por ejemplo, «tener pájaros en la cabeza» no equivale a tenerla vacía para otras cosas. Las aves viven en el mismo sitio que todos los demás bichos vivientes, humanos incluidos, y lo que es bueno o malo para unos suele serlo también para otros. Y, si no, que se lo pregunten a los canarios de los mineros o, mejor, a los mineros que llevaban canarios.

    Todos los pájaros lo son de cuidado. Debemos tener cuidado con los pájaros y no solo por una simple cuestión utilitarista, como indicadores de la calidad ambiental de un lugar. Hemos de cuidar los pájaros porque son frágiles, porque ellos estaban aquí antes que nosotros, porque no tenemos ningún derecho moral sobre ellos, porque sus plumajes y sus cantos son hermosos y variados, por respeto, por muchas razones. O porque sí, y basta.

    «Salir a pajarear», o ir a otra cosa pero sabedor de que se va a ver algún pájaro, significa tener la mente abierta a lo que pueda surgir. De entrada, son frecuentes las sorpresas, en forma de una especie que uno no esperaba encontrar ahí, de otra que hacía tiempo que no veíamos o de una que no habíamos visto nunca. Significa ir con cuidado, con los sentidos preparados para captar lo que surja, para gozar con ello, dispuesto también a cruzar unas palabras con algún paseante solitario o con un lugareño que ande por ahí. Y, si se tiene la mente abierta, siempre se aprende algo cuando se habla con alguien.

    Tener cuidado con los pájaros es una actitud ante la vida. No se trata de coleccionar especies como quien colecciona cromos. Se trata de disfrutar con cada avistamiento, aunque sea de aquella especie tan vulgar que vemos casi cada día, pues siempre podemos encontrar un nuevo matiz, recordar la primera vez que la vimos o, simplemente, apreciar la oportunidad de verla otra vez.

    Suele ser el pajareo una actividad solitaria, al menos cuando se realiza con cierta dedicación o con la finalidad de realizar un estudio científico. Sin embargo, en estos casos se puede realizar también en grupo, lo que permite obtener más datos e intercambiar información. Pero la mayoría de las veces el pajarero se enfrenta solo al reto de descubrir e identificar a esas, por lo general, inquietas criaturas, lo que requiere notables dosis de concentración y de paciencia. Requiere ser cuidadoso, ir despacio y en silencio, atento al ritmo que impone la naturaleza y ajeno, por tanto, al ritmo frenético y ruidoso impuesto por no sabemos quién y que no nos deja ver ni oír más allá de nuestras narices.

    El ritmo del pajarero sigue un ciclo anual, como el de la naturaleza, y en él cuenta cada día. Cuentan más las estaciones, por lo que un día determinado puede ser de un año o de otro, y eso, a veces, da igual. Con el paso del tiempo se pueden comparar los años, aunque con el tiempo los años se confunden y queda el recuerdo de lo observado, de lo disfrutado. Así, es importante apuntarlo todo, pero, sobre todo, es importante recordar.

    No son menores las dosis de tales atributos requeridas para la observación ocasional de aves, especialmente cuando de un urbanita se trata, pues las urbes brindan menos oportunidades al pajareo. «Ocasional» se refiere a cualquier ocasión: por la calle, en casa, desde el coche… Es así como se llegan a poner a prueba las relaciones humanas. Al interrumpir bruscamente una conversación, un paseo o el avance del coche por una carretera a causa de un puntito lejano, la familia, los amigos o los simples conocidos primero se sorprenden, después les hace gracia, más tarde se acaban hartando y, al final, en el mejor de los casos, lo toleran y te dicen lo de la cabeza llena de pájaros, cabeza de chorlito o pájaro de cuidado. Pero un día te comunican, incluso con cierto alborozo, que han visto tal o cual pájaro, o que han oído un canto indescriptible que les ha llamado la atención. Sabes entonces que puedes contar con ellos, aunque solo sea para que te soporten, que no es poco.

    Aún invierno (pero no tanto)

    Desde hace unos días ya se intuye la llegada de la primavera. Cada año varía y alguno hasta se adelanta, alterado como está el clima. La naturaleza no es estática ni está sujeta a fechas, por mucho que se empeñen los telediarios en dar la noticia de forma oficial, como si fuera el comienzo del período de rebajas o de la campaña electoral. En la ciudad, bastante ajena al ritmo estacional, algunos árboles rebrotan y empiezan a reverdecer las plantas de los escasos parques urbanos. Inmediatamente, los operarios del Servicio de Parques y Jardines se afanan en podar y segar, no sea que tanto verde confunda a la gente. A los habituales sonidos urbanos, ligeramente atenuados en un parque, se añade ahora el de las motosierras y cortacéspedes, de modo que, quizás, el Servicio de Parques y Jardines debería llamarse Servicio de Podas y Siegas. Se trata de tenerlo todo muy ordenado, limpio —es un decir—, aséptico. Eso sin tener en cuenta el humo de los motores de las máquinas. En el fondo, subyace un temor a que la naturaleza lo invada todo y gane la partida a la civilización. Influyen también las alergias al polen de diversos tipos. Los casos no hacen sino aumentar, se emiten boletines al respecto e incluso es noticia que complementa a la del inicio de la estación de las flores. Al parecer, una solución consiste en podar y segar. Alérgicos a las plantas, a los bichos, a la naturaleza. Al final, acabaremos siendo alérgicos a nosotros mismos.

    A pesar de todo, las aves urbanas también están de primavera. Herrerillos, carboneros y currucas cantan de forma insistente. Ya han llegado algunos aviones comunes; espero ver pronto alguna golondrina de las que ya van apareciendo; las palomas torcaces, cada vez más abundantes en la urbe, andan con ramitas de acá para allá, todo lo cual me alegra y aumenta mi buen humor, como cada año por estas fechas. Tal vez será porque nací tal día como hoy. Para celebrarlo, me voy al delta del Llobregat, donde esta es una buena época para el pajareo.

    En los humedales, el límite entre invierno y primavera se me antoja más difuso. Además, en muchos de ellos, como es el caso, la intensa humanización incluye la regulación del régimen hídrico, de manera que algunas lagunas, antaño estacionales, siempre tienen agua, llueva o no. A las aves propias de estas zonas eso les va bien, y así se puede observar una heterogénea mezcla de invernantes y sedentarias, a las que se van añadiendo las primeras estivales y las que van de paso. Es preciso, pues, agudizar la vista para apreciar y distinguir la amplia variedad. Hoy tengo la sorpresa de avistar un grupito de archibebes oscuros, aún en su plumaje invernal, que es más claro que el del similar archibebe común e incluso que el del archibebe claro. Confusión de nombres y aspectos. Estos archibebes probablemente vengan de África y se dirijan a la tundra ártica; ya son ganas de viajar. Hoy no he visto otros archibebes, pero sí diez especies diferentes de patos, incluyendo unos cuantos ánsares comunes.

    El recorrido ha estado amenizado por el continuo trasiego de aviones que aterrizan en el aeropuerto de El Prat. También hay otros viajeros, más ruidosos, cuyo medio de transporte ha dado lugar a una afición, con su nombre en inglés y todo, el spotting o aerospotting, que consiste en la observación, identificación y fotografía de los diversos modelos de aeronaves y de aerolíneas. Incluso, el ayuntamiento de El Prat de Llobregat ha habilitado alguna zona de observación, con bancos en los que estirarse, para que la posición contemplativa sea cómoda. Existen, cómo no, blogs dedicados al tema, y en uno de ellos me sorprende ver que incluyen como infraestructura de observación de aeronaves una de las torres dedicadas a la de aves. Está claro que cada uno se entretiene como quiere.

    Sabadell y delta del Llobregat, 9 de marzo

    Últimas avefrías, primeras cigüeñuelas

    Una semana después, el Estany d’Ivars i Vila-sana también está de transición del invierno a la primavera. Este lago es un valioso ecosistema reciente, ejemplo de lo poco que cuesta recuperar una zona natural, en contraste con las a menudo costosas y faraónicas inversiones de pomposo anuncio y escaso rendimiento. Una inversión rentable para las aves y también como reclamo turístico, en el buen sentido del término. Originariamente esta era una laguna endorreica y salina que se nutría de las precipitaciones y sufría, por tanto, largos períodos de estiaje. En 1861, se inundó con las aguas del canal de Urgell y así permaneció durante noventa años. Durante ese tiempo, fue muy apreciada como zona de esparcimiento, también de caza y pesca, pero en 1952 se desecó para aumentar la superficie de cultivos. Las gentes del lugar siempre añoraron la laguna y, hacia el año 2000, la añoranza dio paso a un plan de recuperación. Se habilitaron isletas para favorecer la reproducción de las aves, se plantó vegetación diversa y se acondicionó un camino perimetral salpicado de observatorios que permiten contemplar las aves a placer. En 2005, se comenzó a derivar agua de los canales de riego y en tres años se llenó la cubeta, que ocupa unas ciento veintiséis hectáreas y permanece desde entonces con un nivel de agua estable, lo cual permite el desarrollo de una espesa vegetación en su entorno. La recuperación ha sido espectacular y ha superado las expectativas: el número de especies de aves observadas se ha más que duplicado.

    Todavía quedan restos de la invernada, algunos en número notable, como el casi centenar de cormoranes grandes o las más de cuatro mil gaviotas reidoras, algunas de las cuales se quedarán para criar. Las invernantes más típicas tienen ya sus efectivos muy mermados, como las cuatro avefrías, escaso testimonio de los centenares, miles según los años, que pasan el invierno por la zona; claro, qué van a hacer aquí, si no hace frío. Otras especies no sé si han pasado el invierno por estas tierras y aguas o están de paso, como las once agachadizas comunes que, confiadas, escrutan el fango con su largo pico. Cerca de ellas, tengo la fortuna de atisbar una menos común agachadiza chica. El telescopio me permite contemplarla a distancia, de modo que no compruebo lo acertado de su apelativo catalán, o francés, becadell sord, becassine sourde. Tales denominaciones, como la balear cegall, cegata, vienen a interpretar como un defecto sensorial la confianza del ave en su críptica librea; de ahí, Lymnocriptes en latín. Eso, combinado con su rápido y errático vuelo, las hace piezas codiciadas por los inefables cazadores, cuyos parientes ingleses le pusieron el nombre de Jack snipe, nombre que tanto puede significar tontaina como algo que sorprende o asusta. Es curiosa la variedad de denominaciones, todas ellas ligadas a su costumbre de levantar el vuelo de forma repentina cuando, inadvertida, casi se la pisa. En otra ocasión, sí pude confirmar lo acertado del nombre con una pariente suya, la chocha perdiz, a la que también se denomina «sorda», y que me dio un buen susto, más bien, grata sorpresa, cuando la levanté a poco más de dos metros.

    Concentrados en la distancia, es preciso cambiar el enfoque de vez en cuando, para no pasar por alto a los pájaros de pequeño tamaño. Un débil sonido atrae nuestra mirada hacia los árboles ribereños. Ahí tenemos un grupito de pájaros moscones, especie que me había resultado largo tiempo esquiva. No es que sea rara, pero tampoco se prodiga mucho. Disfrutamos con sus acrobacias arborícolas. Son unos pájaros pequeños y discretos, no como sus complejos nidos, que destacan, desocupados, ahora entre las ramas desnudas. Se trata de unas bolsas elaboradas con amentos de chopos, también de álamos y sauces, cohesionadas con fibras vegetales, lana de oveja y tela de araña, con un perfecto tubo de entrada. Ese es el origen del nombre de «bolsero» o «botijero» que se da a este pájaro en Aragón. Pura artesanía, construida en pocos días; un solo macho puede fabricar varios nidos en una primavera. Tal como hacen otras especies, como el chochín, los machos se sirven de ellos para atraer a las hembras, un bonito ejemplo de lo que, desde tiempos de Darwin, se denomina selección sexual. Pero más sorprendente es lo que luego acontece: si a una hembra le gusta el habitáculo, con frecuencia aún inacabado, se aparean, y entonces puede suceder que expulse al macho, acabe de construir el nido y se encargue ella sola de la crianza. El macho se repone rápido del divorcio, construye otro nido en cinco o seis días, y se aparea con otra hembra. Pero, a veces, la hembra realiza la puesta, deja al macho a cargo de la crianza —ahí te quedas— y va en busca de otro nido y de otro macho. Hasta con seis llegan a

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