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Amigas: Disfrutando las bendiciones de la amistad
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Amigas: Disfrutando las bendiciones de la amistad
Libro electrónico101 páginas1 hora

Amigas: Disfrutando las bendiciones de la amistad

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Las mujeres construimos relaciones cada día y no podemos vivir sin amigas. Necesitamos ser oídas, afirmadas y estar seguras que contamos con alguien para compartir nuestras alegrías y tristezas. ¿Sabes ser amiga?

Este libro cuenta la historia de cuatro mujeres llamadas María, que compartieron algo más que el mismo nombre. Pues disfrutaron la dicha de ser amigas y seguidoras de Jesús. ¿Sabías que Jesús las honró con su amistad? ¿Qué cualidades de amigas mostraron estas mujeres? ¿Qué experiencias vivieron juntas? ¿Y qué aprendieron de Jesús, el amigo por excelencia? ¿Cómo fue que cada una en particular supo profundizar su relación con Cristo?

Al leer este libro seremos desafiadas a cultivar y afianzar lazos de amistad significativos entre nosotras y con el Salvador. Únete a nuestra aventura para que aprendas a disfrutar cada día las bendiciones de la amistad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 nov 2021
ISBN9789972849480
Amigas: Disfrutando las bendiciones de la amistad

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    Amigas - Patricia Adrianzén de Vergara

    Una amiga hospitalaria

    Aconteció que yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tenía una hermana que se llamaba María[6]

    La historia de María de Betania nos permite ver la intimidad de una familia que acepta a Jesús como amigo. Cada uno de los hermanos tuvo una relación personal con Jesús y lo amaban y servían a su manera. Jesús sabía que había un hogar en aquella aldea al que podía llegar con toda libertad. Betania está situada a tres kilómetros al este de Jerusalén en la ladera oriental del monte de los Olivos y era el hogar de estos tres hermanos.

    Parece ser que Marta hacía de anfitriona y era la que se ocupaba de los quehaceres y de ofrecerle lo mejor a Jesús. En cambio María aprovechaba esas visitas para sentarse a sus pies y oír su palabra.[7] Por ello podemos inferir que María tenía un carácter más contemplativo y muchas ganas de aprender. María asume la pose de una verdadera discípula al sentarse a los pies de su Maestro y escuchar atentamente sus enseñanzas. María concentraba su atención en las palabras de Jesús que sin duda saciaban su corazón y no permitía que nada interrumpiera ese maravilloso momento, ni aún la tensión y los reproches de su hermana. Podemos imaginarla como una mujer dulce y tierna interesada profundamente en las cosas celestiales. Ella recibió de Jesús una riqueza que el mismo Maestro describió con sus palabras: Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.[8]

    ¿Te identificas con María? ¡Cuántas de nosotras no hubiéramos deseado sentarnos realmente a sus pies! ¡Cuántas no desearíamos saber cómo era el sonido de su voz y expresarle personalmente nuestras dudas y preguntas! ¡Cuántas no desearíamos considerarnos amigas de Jesús y que Él tenga en sus planes no solamente pasar por nuestra casa sino quedarse a cenar con nosotras y tal vez dormir esa noche bajo nuestro techo! María de Betania tuvo todos estos privilegios. Pero hoy en el siglo XXI es posible expresarle a Jesús la misma devoción y recibir de Él los mismos privilegios.

    Podemos sentarnos aún a sus pies y leer sus enseñanzas. Esa palabra que siempre es pertinente y que se adecúa a cada una de nuestras circunstancias. Separar un tiempo para estar a solas con Él. Podemos dedicarle todo lo que hacemos durante el día y hacerlo con gozo. Y atender con solicitud a nuestra familia y a todo aquel que llegue a nuestro hogar como si fuera Jesús. Y aún podemos ofrecerle lo mejor de nosotras.

    Ser hospitalaria es una cualidad que Dios pone en el corazón. El apóstol Pablo consideró la hospitalidad en la lista de acciones que surgen del amor fraternal y la recomendó como una práctica en la iglesia primitiva.[9]

    Recuerdo que Dios nos enseñó a abrir las puertas de nuestra casa y de nuestros corazones al mismo tiempo, en una ocasión en que fuimos hospedados con mi esposo en la ciudad del Cuzco. Teníamos cuatro años de casados y decidimos volver por una semana a la ciudad donde habíamos pasado nuestra luna de miel. Nos hospedaron una pareja de amigos, quienes nos prodigaron tantas atenciones y amor en esos días, que surgió un anhelo en nuestro corazón de hacer lo mismo con otras personas. Recuerdo que también visitamos a otra familia que nos esperaba, almorzamos con ellos y encontramos la misma solicitud, la misma disposición de servicio. Fuimos abrumados por tanta amabilidad. Desde entonces aprendimos a dar y a abrir las puertas. Ya hemos perdido la cuenta de las personas que hemos hospedado en nuestros años de vida conyugal, pero han sido muchas, a veces familias, personas que llegaban a nosotros en momentos de angustia y pudieron encontrar en nuestro hogar un

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