Cuando Enri y yo comenzamos a conocernos, ambos teníamos 21 años. Nuestra formación era muy distinta: él de ciencias exactas y yo de ciencias sociales; pero gracias a una comunicación muy fluida llegamos a entender y a sentir que desde la comprensión y el respeto podríamos construir un futuro juntos. Después de dos años de noviazgo nos casamos.
Si bien a Enri le gustaba definirse como no creyente, también decía que allí donde él no podía llegar porque. Nunca tuvimos problemas para ponernos de acuerdo en temas tan delicados como el número de hijos, el control de la natalidad o la educación religiosa de nuestros seis hijos.