Fray Gerundio de Campazas. Tomo VI
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Fray Gerundio de Campazas. Tomo VI - José Francisco de Isla
Fray Gerundio de Campazas. Tomo VI
Copyright © 1768, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726794793
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Libro VI
Capítulo I
Donde se refiere lo que no se sabe, pero al fin del capítulo se sabrá su contenido
La mañana siguiente al día de su arribo se fue a buena hora a la celda prelacial a dar cuenta al superior de todas sus gloriosas expediciones, sin olvidarse de hacer con él alguna expresioncilla de agradecimiento, pretextando el influjo que había tenido su paternidad en el nuevo empleo a que acababan de elevarle. Refiriole lo más substancial que le había sucedido, sin disimular los aplausos con que le habían honrado, bien que añadió que éstos más suelen ser hijos de la dicha que del merecimiento. Pero se guardó muy bien de hablar palabra, ni de la terrible repasata del magistral de León, ni de las graciosas pullas y solidísimos argumentos del familiar, ni de la bella doctrina del padre abad de San Benito. Por fin, le dijo al prelado cómo le habían encargado la Semana Santa de Pero Rubio, la cual tenía entendido que valía cincuenta ducados en dinero físico, y como otros treinta poco más o menos en lo que se sacaba de limosnas, y que le pedía su bendición para acetarla. Diósela el prelado con mil amores; porque si bien no le armaba mucho el modo de predicar de fray Gerundio, por cuanto él era hombre ramplón y solidote, pero como entendía que las gentes le oían con gusto, y él necesitaba complacer a todos, ya para no perder, ya para aumentar los devotos de la Orden y los bienhechores del convento, viendo también, por otra parte, que los prelados mayores le promovían y le autorizaban, le dijo desde luego que durante su trienio podía predicar todos los sermones que le encomendasen.
2. Salió fray Gerundio muy contento de la celda prelacial con esta licencia tan ampla; y apenas había entrado en la suya, cuando llamaron a la puerta el maestro fray Prudencio y aquel otro beneficiado tan hábil, tan leído y de tan buen humor de quien se hizo larga y honorífica mención en los capítulos V y VI del libro segundo de la primera parte. Venía con dos fines: el primero y principal, a divertirse un poco con fray Gerundio, ya que había desesperado de sacar de él otra cosa; y el segundo, a darle la bienvenida y, juntamente, la enhorabuena de su promoción a la dignidad de predicador mayor del convento.
3. Pasáronse los primeros cumplidos en palabras de buena crianza, y después de las generales dijo el beneficiado:
-De los sermones que vuestra paternidad ha predicado por esas tierras, no hablo; porque ya llegaron por acá los ecos, esforzados a soplos del clarín sonoro de la fama. Nada me cogió de susto, porque siempre hice juicio que predicaría vuestra paternidad como acostumbra.
-Y yo, y todo -añadió fray Prudencio-; pero eso es lo peor que tendría el padre predicador.
-Fuese lo peor o fuese lo mejor -respondió fray Gerundio-, crea vuestra paternidad muy reverenda, padre nuestro, que nada perdió la religión por mis sermones.
-Así lo creo -dijo el maestro Prudencio-; porque, ¿adónde iríamos a parar si las religiones perdiesen algo por las boberías ni por los desaciertos, sean de la línea que se fueren, de estos o de aquellos particulares? Todas las universidades son unos cuerpos sabios, aunque no todos sus miembros lo sean mucho. Todas las familias religiosas son santas, aunque tal cual religioso no sea muy ejemplar. Y, en fin, la religión cristiana es santísima, aunque haiga innumerables cristianos escandalosos.
4. -Dejémonos de puntos serios -interrumpió el beneficiado-, y alegremos un poco la conversación. A propósito de sermones y de predicadores, acabo de recibir el correo; y un amigo de Madrid me envía dos papeles muy preciosos, cada uno por su término, que me han dado el mayor gusto. El uno es una esquela, con que se hallaron muchos sujetos de la corte bajo un simple sobrescrito, y dice así: «El mayordomo de la casa de los locos de la ciudad de Toledo participa a V. habérsele escapado dos docenas de los más furiosos, los cuales le aseguran se han disfrazado de predicadores en la Corte; en cuya atención suplica a V. se sirva concurrir a los sermones, y notar si hablan desconcertados, sin método, orden ni decencia; si amontonan conceptos, textos truncados, fábulas de gentiles, cuentos ridículos, ideas fantásticas, acciones y expresiones burlescas contra el respeto y decoro de la palabra de Dios, de la cátedra del Evangelio, del auditorio cristiano, a fin de dar las providencias necesarias para restituirlos a esta santa casa, y curarlos en ella; en lo que hará V. una obra de caridad. Me aseguran que uno ha de predicar el día..., a las... de la mañana, en la iglesia de...»
5. -¡Bella esquela! ¡Noble esquela! ¡Especie de exquisito gusto y de gran juicio! -exclamó