La cuna y la sepultura
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La cuna y la sepultura - Francisco de Quevedo
La cuna y la sepultura
Copyright © 1634, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726749410
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Al señor don Juan de Chaves y Mendoza, caballero del hábito de Santiago, presidente del Consejo de las Órdenes y del Consejo y Cámara de su Majestad, conde de la Calzada, señor de la villa de Santa Cruz de la Sierra.
Esta dedicatoria, señor, en Vuestra Señoría se enoblece en el oficio antiguo, añadiendo al ser reconocida el ser fiel; pues no lleva a sus manos esta obra mía por elección, sino por deuda. Menos es de mi estudio que de Vuestra Señoría, pues, siendo arte de adquirir las virtudes y despreciar los vicios, le doy un traslado de sus gloriosas acciones. Secretos son de la Verdad que buscan en Vuestra Señoría voz viva que los declare; pues ha sido y es original que los enseña ministro tan grande que en sus manos ha visto siempre la justicia que sus balanzas han gobernado su espada, no la espada sus balanzas. Por esto las asistencias inumerables a la conservación del bien público en un mismo tiempo se han valido de Vuestra Señoría como si fuera multiplicado en personas. Y con esto confesaron cuánto [echaran] menos que no fuese muchos, si, solo, no experimentaran que valía por todos, repartiéndose en cuidado infatigable por tantos tribunales, juntas y presidencia, haciendo en todos, con las costumbres de luz, oficio de día. Vistiéronse en Vuestra Señoría las letras de púrpura en la gran sangre de sus venas, derivada de la esclarecida casa de Chaves, cuya [ilustrísima] memoria está bien poblada de tantos ricos hombres y señores, pues sin sus blasones no se lee corónica desde la primera antigüedad de España ni privilegio donde no sean blasón los señores della. Por otra parte, la casa de Mendoza, por tantos lados real, siempre grande, de quien se inundan todos los reinos de grandezas y señoríos, se añade por prerrogativa los méritos de las letras y integridad con que Vuestra Señoría en tan grandes cargos hace amable su veneración, y docta su admirada y espléndida gloria. Y lo que más se debe estimar es que, por todas estas razones, es Vuestra Señoría, con toda su sangre y su casa, una viva alabanza y una ardiente aclamación de las sumamente providentes elecciones de la majestad soberana del rey nuestro señor don Felipe el Grande, cuarto deste nombre, que, continuando y creciendo las de su santo padre, ha dado a Vuestra Señoría aquellos puestos que necesitaban de ministro tan digno. Yo, señor, por desquitar la culpa que tiene quien escribe lo que no obra, lo dedico a Vuestra Señoría, que lo obra y no lo escribe. El título deste libro es Conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas. Si como le sé dedicar le he sabido escribir, será digno de la protección de Vuestra Señoría, a quien Jesucristo nuestro Señor dé su gracia y larga vida con buena salud, como deseo. Madrid, 14 de mayo de 1633.
Don Francisco de Quevedo Villegas
A los doctos, modestos y piadosos
Siendo bastantes mis inorancias para culparme, la malicia ha añadido a mi nombre obras impresas y de mano que nunca escribí (algunas impresas antes de «mi impresión» con nombres de sus autores). No deja de ser nota mía el ser tal que se me puedan achacar semejantes tratados. He tenido aviso que prosiguen en esta persecución por dar los riesgos de su intención a mi persona. Y viendo cuán impíamente han perseverado en esta maldad los invidiosos de las obras de don Luis de Góngora, sin hartarse de venganza en la primera impresión, [añadiéndole en] esta postrera cosas que no hizo, he determinado de imprimir lo que he escrito todo. Conténtense con el mal que me hacen en obligarme a padecer la penitencia de mis yerros, imprimiéndolos de miedo de que no me los aumenten; escogiendo por mejor el padecer su reprehensión vivo que su venganza muerto. Y protesto que nada es mío sino lo que yo, pidiendo licencia para imprimir, lo [sacare] a luz. Y todo lo escribo debajo de la corrección de la santa Iglesia Romana y de sus ministros.
Don Francisco de Quevedo Villegas
Proemio
Al doctísimo y reverendísimo padre fray Cristóbal de Torres, religioso del glorioso patriarca santo Domingo, verdadero dicípulo de la santa dotrina del angélico doctor santo Tomás, predicador evangélico de la majestad del rey nuestro señor.
Son la cuna y la sepultura el principio de la vida y el fin della y, con ser al juicio del divertimiento las dos mayores distancias, la vista desengañada no sólo las ve confines sino juntas, con oficios recíprocos y convertidos en sí propios; siendo verdad que la cuna empieza a ser sepultura, y la sepultura, cuna a la postrera vida.
Empieza el hombre a nacer y a morir; por esto cuando muere acaba a un tiempo de vivir y de morir. Yo, que de las horas a que me prestó la cuna he sido desperdicio y no logro, por desquitar mi culpa escribo Dotrina para que otros no me imiten y me sobrescribo como peligro que todos deben evitar. Y ya que no escribo lo que he obrado para el ejemplo público, escribo lo que he dejado de hacer para el escarmiento. Que la virtud tanto se vale para su crédito de lo que padece el malo, que no la sigue, como de lo que goza el bueno, que la obedece. Y como en mí he reconocido la dolencia de los perdidos, determiné de escribir este tratado, breve porque no amedrente con prolijidad el gasto de muchas horas. Y considerando cuán poco puede con los hombres distraídos la autoridad, por estar los sentidos y potencias humanas más de parte de lo que ven que de lo que se les promete, de donde nace caudalosa la licencia en las culpas, he querido —viendo que el hombre es racional y que desto no puede huir—, valiéndome de la razón, aprisionarle el entendimiento en ella. Y para fabricar este lazo, en que consiste su verdadera libertad, me he valido en los cuatro primeros capítulos de la dotrina de los estoicos. Y siguiendo a santo Tomás, que en ellos, cristiana y religiosamente, impugnó el principio de la insensibilidad de afectos (lo que en la gentilidad habían hecho Aristóteles y Plutarco), tomo otro principio en que se acomoda bien su dotrina: en lo más, útil y eficaz y verdaderamente varonil y robusta, y que aun en la idolatría animó con esfuerzo hazañoso las virtudes morales. Dotrina que, en aquel siglo que no había amanecido Jesucristo nuestro Señor, Dios y hombre verdadero, tuvo por séquito las mayores almas que vivieron aquellas tinieblas. Y porque los filósofos no usurpen con sus estudios la gloria de alguna verdad que escribieron, siendo cierto que la verdad, dígala quien la dijere, es del Espíritu Santo y dél viene y se deriva, afirmo que Zenón y Epiteto la mendigaron del libro sagrado de Job, trasladándola y haciendo sus preceptos de sus obras y palabras; y si