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El Saicopaz
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Libro electrónico246 páginas3 horas

El Saicopaz

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Información de este libro electrónico

En el colegio todos la pasbamos muy bien, hasta que un da Eduardo, uno de nuestros compaeros, sufri un terrible accidente que cambiara su vida para siempre. Era una tarde, salamos de estudiar y sin darse cuenta Eduardo fue arrollado por un automvil que lo dej tendido en el suelo, sin conocimiento y echando sangre por la cabeza. Todos sus compaeros presenciamos el accidente y entre gritos y ruido llamamos la atencin del conductor quien sin pensarlo dos veces se baj del vehculo para socorrer al chico. Al verlo inconsciente lo llev al hospital donde lo internaron para hacerle exmenes y chequeos para diagnosticar cul parte del cerebro haba sufrido tras el fuerte golpe recibido.

Pasaron los das y Eduardo no volva, hasta que una maana, tres meses despus, lo vimos aparecer, pero ya no era el mismo. Felices lo acogimos de nuevo esperando que todo fuera igual, pero desde ese momento muchas cosas cambiaron en la vida de Eduardo. Tendra doce aos y antes del accidente su inteligencia era impresionante, mas tras su regreso se mostraba diferente, retrado y poco comunicativo. Comenzaron a suceder cosas sin explicacin en la comunidad, como la aparicin de dos jvenes violadas y estrangulas, muertes que se asociaron a l por su nueva forma de preceder. Tras comprobar su culpabilidad en los hechos lo internaron de nuevo ya que los mdicos deseaban saber qu le haba sucedido y cmo deban proceder, pero tras sus huidas poco podan hacer.

Pasaron los aos y no volv a verlo, pero supe su historia y esa es la que cuento en este libro cargado del misterio que trae consigo una historia de dolor y de muerte.
Era el ao 1948, yo tendra entre catorce y quince aos de edad.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento29 jul 2016
ISBN9781506515816
El Saicopaz
Autor

Juan Argenta Rodríguez

Biografía de Juan Argenta Rodriguez. Nací en Madrid España, en el año 1936, tiempo de guerra en España, el colegio para mí fue escaso, estudié solamente tres años, después tuve que ayudar a mi madre en el asunto de conseguir dinero para comer. En esos tiempos la vida estaba muy mal, también podías ver a personas, con un bote en sus manos e ir a un establecimiento del estado, y esperar en la cola que había, y les dieran un poco de sopa, y un cacho de pan, yo veía estas cosas, y me daba cuenta de todo. Lo que Franco hizo con nuestro país, poniéndole en guerra, mi madre, y la madre de mi madre tenían que salir a la calle y buscar un poco de trabajo, para sacar algunas pesetas, y comprar algo de comida, esto era el estado español, nunca lo olvidare. La casa donde vivíamos estaba derrumbada, era increíble como mi madre y su madre, consiguieron todas estas calamidades. Después de algunos años me marché al extranjero, después de haber hecho el servicio militar, voluntario, y después poder sacar el pasaporte, para poder salir de España.

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    El Saicopaz - Juan Argenta Rodríguez

    Copyright © 2016 por Juan Argenta Rodríguez.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2016912392

    ISBN:   Tapa Dura                 978-1-5065-1580-9

                 Tapa Blanda             978-1-5065-1582-3

                 Libro Electrónico   978-1-5065-1581-6

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 08/23/2016

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    740936

    ÍNDICE

    CAPÍTULO 1 EL SAICOPAZ

    CAPÍTULO 2 PRIMERO LAS CONSECUENCIAS

    CAPÍTULO 3 DIAGNÓSTICO TURBULENTO

    CAPÍTULO 4 CÉSAR SE ARREPIENTE DE LA AMISTAD QUE HIZO

    CAPÍTULO 5 EDUARDO SE VA A VER A MARY CARMEN Y A ISABEL

    CAPÍTULO 6 JULIO Y ANTONIO LLAMAN A LA POLICÍA

    CAPÍTULO 7 LA POLICÍA DE LA BIC HACE UNA INVESTIGACIÓN

    CAPÍTULO 8 LA EXHIBICIÓN CIENTÍFICA

    CAPÍTULO 9 CÉSAR TIENE UNA IDEA

    CAPÍTULO 10 EL SAICOPAZ ES REALISTA

    CAPÍTULO 11 CÉSAR, EL SAICOPAZ, TIENE UNA GRAN IDEA PARA CONTINUAR SU RELACIÓN CON MARIBEL

    CAPÍTULO 12 EL SAICOPAZ EN LA INGLATERRA BUSCANDO UN CABALLO

    CAPÍTULO 13 EL SAICOPAZ VUELVE A SU RUTINA

    CAPÍTULO 14 EL SAICOPAZ VUELVE A SUS CRÍMENES

    CAPÍTULO 15 CÉSAR SE ENTREVISTA CON EL SEÑOR LUCIO, EL ENTRENADOR

    CAPÍTULO 16 EL DÍA DE LAS CARRERAS

    CAPÍTULO 1

    EL SAICOPAZ

    *    *    *

    E duardo, que así se llamaba, se encontraba en la escuela. Transcurría el mes de junio del año 1950, en Madrid. En ese tiempo todavía se veía pobreza por toda España, ya que no hacía mucho tiempo había terminado la guerra. En 1936 el empleo era difícil de conseguir, pero nuestro amigo Eduardo, no se veía afectado por ello, pues su inteligencia era notable, aunque tendría 14 o 15 años, no obstante, lo que le pasó fue increíble.

    Un día, saliendo del colegio, sin darse cuenta fue arrollado por un coche que le dio un fuerte golpe dejándolo sin conocimiento. De inmediato el conductor del auto salió para ver qué había pasado, entonces vio a Eduardo tirado en el suelo, echando sangre por la cabeza y sin poder moverse.

    Los chicos y las chicas del colegio vieron el accidente; también yo lo vi porque Eduardo estaba en mi clase y era mi amigo. Todos vivíamos cerca uno del otro, y en particular yo lo conocía bien.

    El hombre se puso nervioso, entonces nos preguntó si alguien conocía al herido, de inmediato le dije que yo porque vivía al lado de su casa, así que me dijo:

    -¿Puedes dar la noticia de lo que ha pasado a sus padres? Tengo que marcharme de inmediato a La Cruz Roja. –Un hospital de emergencias para los habitantes de Madrid.

    Entre todos ayudamos al hombre a levantar a Eduardo del suelo y a meterlo en el coche. El hombre se marchó y a su vez yo me dirigí, disgustado, a informarle lo ocurrido a la familia del muchacho, los demás, se fueron a sus casas.

    Al llegar al hogar de Eduardo llamé a la puerta, alguien la abrió, era su madre quien me preguntó qué deseaba:

    -¿Qué te pasa Luis? Te veo preocupado ¿Sucede algo? –Me increpó.

    A lo que le contesté:

    -Señora Petra, tengo que decirle que su hijo Eduardo ha tenido un accidente.

    -¿Cómo ha sido? –Interrogó ella.

    -Al salir de la escuela, Eduardo se golpeó de frente con un coche que venía en su misma dirección, por lo que cayó al suelo. El conductor del auto me pidió que viniera a decírselo y se dirigió a La Cruz Roja con su hijo.

    Petra, escuchó atentamente lo que le comenté, al verla asustada me eché a llorar y le dije:

    -Señora Petra su hijo se pondrá bien.

    Petra y su marido se fueron de inmediato a La Cruz Roja y yo me fui a casa, donde mi madre me esperaba. Al llegar le dije lo que le había pasado a Eduardo. Mi madre compungida por lo que había sucedido, manifestó su preocupación por mi amigo.

    Luego de haber comido un bocadillo con jamón que me había dado mi madre, le pregunté si podía salir a jugar con mis amigos del barrio. Todos los chicos y las chicas, se habían enterado ya de lo sucedido a nuestro amigo Eduardo.

    Al cabo de un tiempo, apareció Eduardo en la calle, en cuanto lo vi me le acerqué para preguntarle cómo seguía después del accidente, pero me quedé preocupado al ver que no respondió a mi pregunta, pensé que estaría enfadado con su familia. Todavía llevaba una venda alrededor de la cabeza.

    Pasaron algunos días, Eduardo empezó a ir al colegio, en los recreos me di cuenta de que ya no era el mismo de antes del accidente, se veía estresado por todas las cosas que pasaban a su alrededor, cuando nos encontrábamos en el descanso o salíamos de las clases, todos nos hablábamos, pero Eduardo no quería darse cuenta de nada, sólo se sentaba al lado de la pared, en un rincón, y desde allí miraba en todas las direcciones, nada más.

    Otras veces se acercaba a las chicas y se ponía a hablar con alguna de ellas, pero no con nosotros los hombres.

    Cierto día, tres amigos del colegio y yo acordamos ir al campo con las chicas, arreglamos todo y quedamos incluso de preparar la comida para nosotros y para las chicas.

    Entonces le preguntamos a Eduardo si quería acompañarnos, a lo que respondió que sí. Quedamos preocupados con la respuesta, pero le dijimos que haríamos el paseo al siguiente domingo muy temprano. Eduardo nos dijo que estaba contento de ir, ya que quería hablar con María.

    -Perfecto, María también va. –Le dijimos.

    Todo había quedado acordado y al cabo de unos minutos les pregunté si querían jugar un partido de fútbol.

    -Estupendo. –Dijeron.

    -Entonces busquemos el equipo rival. –Les contesté. Ya que siempre habían chicos jugando en la escampada del barrio.

    Sin más, nos acercamos a unos chicos de un barrio vecino al nuestro y les preguntamos si querían jugar un partido, los chicos que serían siete u ocho, nos dijeron que sí.

    El balón que tenían era una pelota de goma el doble de grande que una naranja, lo cual era un lujo, pues tener balón en ese momento era difícil debido a que costaban bastante dinero.

    Empezamos el partido, al poco tiempo jugando me di cuenta de que Eduardo no era el mismo después del accidente, jugaba diferente, ya no era tan fuerte ni tan veloz, aunque de todas formas ganamos el partido 5 a 3. Hacía mucho calor, sudábamos de arriba a abajo.

    Terminado el partido nos fuimos a la sombra y nos sentamos en el suelo pensando en lo que haríamos, así que jugamos algo diferente.

    Generalmente lo hacíamos, por ejemplo, jugábamos al tacón, hacíamos un redondel de unos dos metros de anchura y poníamos cromos (fotografías de artistas) que comprábamos en pequeños puestos de revista ubicados en las calles. En ellos el público compraba cosas como: pipas, caramelos y cromos, entre otras. Cogíamos los tacones, cada chico uno, los teníamos guardados entre alguna piedra por allí ya que no pasaba nadie por aquel lugar por ser un solar grande.

    El juego del tacón consistía en usar el tacón de un zapato que se encontraba por el suelo y también zapatillas de goma. Era entre los años 1944 y 1950, España llevaba solamente unos años de libertad de la guerra.

    También jugábamos con un peón que al enrollarlo en una cuerda empezaba a dar revoluciones, estos juegos y otros nos volvían locos de lo bonito que eran. Además jugábamos a los güitos, al hueso del albaricoque, a las carreras de ciclistas, que por esos tiempos eran importantes, conocíamos a todos los grandes ciclistas, como Cenado, Barrendo, Vicente Trueva y a Bahamonte, ganador de la vuelta a Francia.

    Para ese juego se tenía que tener chapas de botellas de coca cola o de cerveza que se encontraban en los bares. Poníamos la fotografía del ciclista recortada y pegada en lo alto de la chapa. Después dibujábamos una vuelta ciclista pintada con una tiza blanca, de esas que se usan en las escuelas para dibujar cualquier cosa en la pizarra. Entonces poníamos las chapas en el suelo, donde habíamos dibujado la vuelta ciclística en la calle o en un terreno plano. Movíamos las chapas con dos dedos y tirábamos una o dos veces. Era fantástica la proeza que hacíamos al pensar.

    Otro bonito y emocionante juego consistía en formar un equipo de fútbol, igualmente hecho con chapas. También poníamos la cara del jugador encima de la chapa, dibujábamos un campo de fútbol, luego poníamos las chapas en sus sitos como se alineaban en un equipo real y empezaba el partido.

    El balón era un garbanzo y teníamos que empujarlo con la chapa del jugador. Tirábamos una sola vez y lo hacíamos con la chapa que cada quién escogiera. Cuando llegábamos a la altura del portero, que debía estar preparado, el jugador disparaba el balón con un tiro no muy fuerte y el portero paraba el balón, que era el garbanzo o se metía un gol.

    Cuando el jugador tiraba y pasaba al portero era emocionante. En otras ocasiones el balón lo hacíamos con migas de pan, pero como debía rodar, mejor usábamos un garbanzo.

    Bueno, si me pongo a contar todas las cosas de juegos, nunca voy a terminar, así que tengo que concentrarme en la historia.

    Era domingo muy temprano, mi madre me había llamado y había hecho algunos bocadillos para mí y para mis amigos, con quienes me reuniría en la calle en la que vivíamos casi todos. En esa época no teníamos picardía con las chicas, para nosotros lo más importante era ayudarle a nuestro amigo Eduardo.

    Cuando llegué a donde nos encontraríamos, Eduardo estaba al lado de María, no la dejaba ni un momento. Comenzamos a andar hacia la villa, era un terreno grande y con muchos pinos altos que daban sombra. La gente iba a menudo por allí, ya que era muy bonito y sano, incluso las familias transitaban continuamente, era una de las maravillas de Madrid.

    Luego de caminar por largo rato, nos dispusimos a jugar y después a comer. De pronto, me di cuenta de que Eduardo había desaparecido, y al escuchar algunas palabras tras los árboles, me acerqué un poco. Entonces vi a María y a Eduardo juntos. Él se encontraba encima de ella en el suelo, María tenía su vestido hacia arriba y sus piernas al aire. Eduardo tenía sus manos encima de las manos de María y no la dejaba moverse. Había sacado su cosa de los pantalones y pretendía introducirla entre las piernas de ella. María estaba asustada por todo lo que estaba pasando y le decía a Eduardo que por favor la dejara libre:

    -No me hagas eso, pues todavía no quiero. –La joven tendría unos 13 años.

    Eduardo no podía contener más lo que quería hacer. Agarró a María y puso sus manos alrededor de su cuello. Al verse en ese estado, ella comenzó a gritar fuerte.

    Yo que estaba viendo todo lo que pasaba detrás de uno de los arboles, sin pensarlo salí corriendo a defender a María, ya que la pobre no podía resistir más el ataque de Eduardo. Llegué y le di un fuerte empujón a Eduardo, quien de inmediato dejó a María. Ella todavía tenía su vestido levantado, por lo que pude ver su cuerpo desnudo.

    Pero ahí no terminó la cosa, Eduardo se levantó del suelo enfadado por lo que había pasado, enseguida se echó contra mí y empezó a darme puñetazos. Yo comencé a defenderme también. En medio de todo María se había levantado del suelo y se había ido corriendo y gritando. Enseguida dijo a todos los demás que Eduardo estaba peleando con Luis, quien la había salvado de algo peligroso. También les contó lo que Eduardo quiso hacer con ella. Los demás fueron de inmediato a ver lo que ocurría y nos vieron pegándonos puñetazos. Nos separaron y Eduardo se marchó solo.

    Nosotros estuvimos unas horas más en compañía de las chicas. María contó todo a sus amigas y nosotros también nos enteramos de lo que él quería hacerle. Ella se encontraba bastante preocupada, pero todo se arregló y nos marchamos para nuestras casas.

    No comentamos nada a nuestras familias, lo que pasó quedó para nosotros. Al día siguiente mis amigos y yo fuimos al colegio y nos dimos cuenta de que Eduardo no quería hablarnos.

    Después de unas semanas, nos enteramos de que en un descampado no muy lejos de donde vivíamos, una mujer de entre 26 y 30 años había aparecido muerta. La habían asaltado y atacado con una navaja, matándola.

    La policía apareció e hizo una exhaustiva investigación. Fueron a hablar con nosotros y nos preguntaron si sabíamos alguna cosa, si habíamos visto algo sospechoso o si conocíamos a alguien que pudiera ser el culpable. Nosotros no sabíamos nada de nada, así que la policía se marchó, el caso quedó sin descubrir por parte nuestra. Todo había quedado normal.

    Pasaron dos o tres semanas, aparecieron los padres de María en mi casa, querían hablar con mis padres. Venía con ellos su hija, se le podía ver asustada. Después de que los padres de María hablaron con mis padres pasaron muchas cosas. Me preguntaron si había visto a Eduardo, yo respondí que sí, que en el colegio, pero nada más, porque no hablaba con ninguno de nosotros.

    También mis padres me preguntaron si lo había visto, pues dijeron que la policía había estado en casa de Eduardo y lo habían llevado a un hospital mental.

    Al cabo de un tiempo María tuvo un niño. Pasaron dos o tres años, yo trabajaba en un garaje como mecánico, no lejos de casa. Un día iba de paseo por una de las calles de Madrid y me encontré con Eduardo quien también se dirigía a algún sitio. En cuanto me vio, se acercó a mí y me dio su mano como amigo. Yo le di la mía y me dijo:

    -Hace tiempo que no nos veíamos.

    -Desde luego. –Le contesté.

    -Bueno Luis ¿cómo vas? –Me preguntó.

    -Muy bien, y ¿tú cómo vas? –Le pregunté.

    -La verdad, después de que estuve en el hospital, me dijeron que había mejorado muchísimo. –Me respondió.

    -Estupendo. –Le dije.

    -Ahora que me encuentro bien, fui a hacerme una suposición en la escuela de adeptos, así que aprobé, me mandaron al examen y también lo aprobé, es un curso de electricista muy bonito y entretenido.

    -Muy bien Eduardo, me alegro mucho de que estés mejor de todo lo que te pasó.

    Y me respondió:

    -Te diré una cosa, resulta que la policía me mandó una carta diciéndome que cuando cumpliera 18 años tendría que casarme con María, ya que tiene un niño y es mío. Cuando estaba en el hospital me mandaron practicarme un examen de sangre que confirmó que yo soy el padre del pequeño.

    -¿Así que tienes que casarte de inmediato? –Le pregunté.

    -Sí. -Me respondió.

    Luego me dijo:

    -Sabes Luis, los padres de María no me dejan verla, ni tampoco a mi hijo, si no me caso con ella aquí en España.

    Yo le respondí:

    -Eduardo, siento que te encuentras en no muy buena situación.

    -Sí. –Me respondió.

    -Bueno Luis. –Me dijo. -Quedemos para vernos otro día, ¿qué te parece?

    Así terminó la conversación entre Eduardo y yo. Nos encontramos otras veces, pero no se dejó saludar. No le di mucha importancia al asunto, pues salía con mis amigos del barrio. En una ocasión alguna de ellos me preguntó si sabía algo de él, yo contesté que no, pues no lo veía hacía tiempo.

    -Él me comentó un día que nos encontramos que estaba estudiando para ser electricista y presentando unos exámenes para aprobar. Así quedaron las cosas. –Le contesté.

    Posteriormente me enteré de que la chica a la que habían matado, que era del barrio y por lo tanto conocida de nosotros, había sido la razón por la que la policía había detenido a Eduardo y lo había llevado al hospital mental. No recuerdo nada más, ni volví a tener contacto con Eduardo. Pasaron cerca de dos años, la amistad se perdió y no lo volví a verlo, ni a saber de él.

    CAPÍTULO 2

    PRIMERO LAS CONSECUENCIAS

    *    *    *

    V alladolid, 6-7-1960. Un hombre de unos 25 años de edad, llamado Eduardo, paseaba por uno de los corredores del hospital de San Marcos. Se le veía pensativo y no hablaba con nadie. Dos guardianes vestidos con batas blancas se acercaron a él y le dijeron que debía ir a su celda para recibir la comida. Él, sin decir ni una palabra, dio media vuelta y se dirigió a su celda.

    Eduardo estaba recluido tras haber sido trasladado desde Madrid a un hospital especial para enfermos mentales. Claramente no se encontraba bien y estaba allí debido a que los avanzados equipos tecnológicos con que contaba el centro permitirían a los médicos saber qué ocurría en su cerebro y en el de otros pacientes psiquiátricos. No obstante, el joven no entendía por qué se hallaba tan lejos de Madrid.

    Tras la orden de los guardianes, Eduardo llegó a su celda y entró en ella. Uno de los guardianes que vigilaba, cerró la puerta, entonces, Eduardo se dirigió a su cama, se sentó en ella y se dispuso a mirar por la ventana que daba a la calle, a los alrededores del hospital.

    Así pasaba su estancia en aquel lugar. Al cabo de algunos minutos, la puerta de su celda se abrió y apareció un guardián de bata blanca. En sus manos traía una bandeja con comida, la puso encima de una mesa especial que tenía la celda y se marchó dejando a Eduardo solo.

    Eduardo no sabía qué hacer al ver donde se encontraba, pues su inteligencia era alta como para estar allí. Se dispuso a comer, que era todo lo que hacía en ese lugar.

    Al día siguiente, la celda se abrió de nuevo, en ella aparecieron dos guardianes vestidos con bata blanca. Eduardo se quedó mirándolos y ellos le dijeron que debía acompañarlos. El joven se levantó de la silla en la que estaba sentado y se fue con ellos. Una vez fuera de la celda anduvieron por los corredores hasta llegar a una de las puertas que había en los pasillos del hospital. Uno de los guardianes que acompañaba a Eduardo llamó a la puerta, en esta se

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