Miss Zilphia Gant
Por William Faulkner
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William Faulkner
William Faulkner (New Albany, 1897-Oxford [EE.UU.], 1962). Escritor estadounidense, nacido en una familia tradicional y sudista, marcada por los recuerdos de la guerra de Secesión. El Sur le serviría de inspiración literaria casi inagotable. Misisipi y el carácter típico sureño conformaron su sentido del humor. Viajó bastante y participó activamente en la I Guerra Mundial como piloto de la R.A.F. Su carácter compulsivo, que le hacía trabajar de noche y en largas sesiones, fraguó un mito que él mismo cultivó y que se refleja en su personalísimo estilo. En 1950 recibió el premio Nobel de Literatura por «su poderosa y estilísticamente única contribución a la moderna novela norteamericana», reflejada en obras tan importantes como El ruido y la furia o ¡Absalón, Absalón!
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Miss Zilphia Gant - William Faulkner
William Faulkner
Miss Zilphia Gant
Traducción de
Juan Sebastián Cárdenas
019I
Jim Gant era comerciante de ganado. Compraba caballos y mulas en tres condados cercanos y, ayudado por un muchacho corpulento y medio tonto, conducía los animales a lo largo de setenta y cinco millas, hasta los mercados de Memphis.
En una carreta llevaban lo necesario para acampar, ya que solo pasaban una noche bajo techo en cada viaje. Era hacia el final del trayecto, al anochecer, cuando encontraban… la primera señal de vida humana en casi quince millas de selvas ribereñas de juncos y cipreses, barrancos erosionados y rebrotes de pinos… una vieja cabaña de madera con muros sólidos, el techo agujereado y ningún indicio de cultivo o ganado… ni azadón ni campo arado… a la redonda. Solía haber entre uno y diez carros delante de la cabaña y en un cerco de listones rajados las mulas pateaban el suelo y rumiaban, casi siempre con partes de los arneses aún puestas: por todo el lugar soplaba un aire huidizo y siniestro de decrepitud.
Allí Gant se encontraba con otras caravanas similares a la suya, o a veces con otras mucho más dudosas, de tipos rudos, sin afeitar y vestidos con monos. Allí todos comían comida ordinaria, bebían el virulento y pálido whisky de maíz y dormían sobre el suelo de tablas, delante del fuego con su ropa mugrienta y las botas puestas. El lugar era atendido por una mujer más bien joven de ojos fríos e inusualmente malhablada. En la parte trasera había un hombre ya mayor; tenía los ojos maliciosos y rojizos de un cerdo, la barba y el pelo espesos que ocultaban el rostro débil, pero al que conferían una suerte de ferocidad. Normalmente se lo veía embotado por la bebida, en un estado de embrutecimiento apático, aunque de vez en cuando se le escuchaba discutir a gritos con la mujer en la parte trasera de la cabaña o detrás de una puerta; la voz de la mujer era fría y llana; la voz del hombre oscilaba entre los atronadores graves