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Filosofía en el dormitorio (traducido)
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Filosofía en el dormitorio (traducido)
Libro electrónico259 páginas5 horas

Filosofía en el dormitorio (traducido)

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- Esta edición es única;
- La traducción es completamente original y se realizó para el Ale. Mar. SAS;
- Todos los derechos reservados.

Voluptuosos de todas las épocas, de todos los sexos, sólo a vosotros os ofrezco esta obra; alimentaos de sus principios: favorecen vuestras pasiones, y estas pasiones, de las que os hacen temer los moralistas fríamente insípidos, no son más que los medios que la Naturaleza emplea para llevar al hombre a los fines que le prescribe; no escuchéis más que estos deliciosos impulsos, pues ninguna voz que no sea la de las pasiones puede conduciros a la felicidad. Mujeres lascivas, dejad que la voluptuosa Saint-Ange sea vuestro modelo; siguiendo su ejemplo, desatended todo lo que contradice las leyes divinas del placer, por las que toda su vida estuvo encadenada. Vosotras, jóvenes doncellas, demasiado tiempo constreñidas por las absurdas y peligrosas ataduras de una Virtud fantasiosa y por las de una religión repugnante, imitad a la fogosa Eugenia; sed tan rápidas como ella para destruir, para despreciar todos esos ridículos preceptos que os inculcaron unos padres imbéciles. Y vosotros, amables libertinos, que desde la juventud no habéis conocido más límites que los de vuestros deseos y que os habéis regido sólo por vuestros caprichos, estudiad al cínico Dolmancé, proceded como él y llegad tan lejos como él si también queréis recorrer la longitud de esos caminos floridos que vuestra lascivia os prepara; en la academia de Dolmancé convéncete por fin de que sólo explorando y ampliando la esfera de sus gustos y caprichos, sólo sacrificando todo al placer de los sentidos, este individuo, que nunca pidió ser arrojado a este universo de desdichas, esta pobre criatura que lleva el nombre de Hombre, puede ser capaz de sembrar un ramillete de rosas sobre el espinoso camino de la vida.
IdiomaEspañol
EditorialAnna Ruggieri
Fecha de lanzamiento1 jul 2021
ISBN9788892864498
Filosofía en el dormitorio (traducido)
Autor

Marquis De Sade

The Marquis de Sade was a French aristocrat, revolutionary and writer of violent pornography. Incarcerated for 32 years of his life (in prisons and asylums), the majority of his output was written from behind bars. Famed for his graphic depiction of cruelty within classic titles such as ‘Crimes of Love’ and ‘One Hundred Days of Sodom’, de Sade's name was adopted as a clinical term for the sexual fetish known as ‘Sadism’.

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    Filosofía en el dormitorio (traducido) - Marquis De Sade

    Marqués de Sade

    Filosofía en el dormitorio

    Edición y traducción 2021 Ale. Mar.

    Todos los derechos reservados

    A LOS LIBERTINES

    Voluptuosos de todas las épocas, de todos los sexos, sólo a vosotros os ofrezco esta obra; alimentaos de sus principios: favorecen vuestras pasiones, y estas pasiones, de las que os hacen temer los moralistas fríamente insípidos, no son más que los medios que la Naturaleza emplea para llevar al hombre a los fines que le prescribe; no escuchéis más que estos deliciosos impulsos, pues ninguna voz que no sea la de las pasiones puede conduciros a la felicidad. Mujeres lascivas, dejad que la voluptuosa Saint-Ange sea vuestro modelo; siguiendo su ejemplo, desatended todo lo que contradice las leyes divinas del placer, por las que toda su vida estuvo encadenada. Vosotras, jóvenes doncellas, demasiado tiempo constreñidas por las absurdas y peligrosas ataduras de una Virtud fantasiosa y por las de una religión repugnante, imitad a la fogosa Eugenia; sed tan rápidas como ella para destruir, para despreciar todos esos ridículos preceptos que os inculcaron unos padres imbéciles. Y vosotros, amables libertinos, que desde la juventud no habéis conocido más límites que los de vuestros deseos y que os habéis regido sólo por vuestros caprichos, estudiad al cínico Dolmancé, proceded como él y llegad tan lejos como él si también queréis recorrer la longitud de esos caminos floridos que vuestra lascivia os prepara; en la academia de Dolmancé convéncete por fin de que sólo explorando y ampliando la esfera de sus gustos y caprichos, sólo sacrificando todo al placer de los sentidos, este individuo, que nunca pidió ser arrojado a este universo de desdicha, esta pobre criatura que lleva el nombre de Hombre, puede ser capaz de sembrar un ramillete de rosas sobre el espinoso camino de la vida.

    DIÁLOGO LA PRIMERA

    MADAME DE SAINT-ANGE - Buenos días, amigo mío. ¿Y qué hay de Monsieur Dolmancé?

    LE CHEVALIER - Estará aquí puntualmente a las cuatro; no cenamos hasta las siete, y tendrá, como ves, tiempo de sobra para charlar.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Sabe, mi querido hermano, empiezo a tener algunos recelos sobre mi curiosidad y todos los planes obscenos previstos para hoy. Chevalier, me complaces demasiado, de verdad. Cuanto más sensata debería ser, más excitada y libertina se vuelve esta maldita mente mía, y todo lo que usted me ha dado no sirve más que para echarme a perder... A los veintiséis años, debería ser sobria y reposada, y todavía no soy más que la más licenciosa de las mujeres... Oh, tengo un cerebro muy ocupado, amigo mío; apenas creerías las ideas que tengo, las cosas que me gustaría hacer. Supuse que limitándome a las mujeres me comportaría mejor...; que si mis deseos se concentraban en mi propio sexo ya no jadearía por el tuyo: pura fantasía, amigo mío; mi imaginación sólo se ha aguijoneado más por los placeres de los que pensaba privarme. He descubierto que cuando se trata de alguien como yo, nacido para el libertinaje, es inútil pensar en imponer límites o restricciones a uno mismo: los deseos impetuosos los barren inmediatamente. En una palabra, querida, soy una criatura anfibia: Me gusta todo, todo, lo que sea, me divierte; Me gustaría combinar todas las especies; pero debe admitir, Caballero, que ¿no es el colmo de la extravagancia que yo desee conocer a este insólito Dolmancé que en toda su vida, según me dice, ha sido incapaz de ver a una mujer según las prescripciones del uso común, este Dolmancé que, sodomita por principio, no sólo adora a su propio sexo sino que nunca cede al nuestro salvo cuando consentimos en poner a su disposición esos encantos tan bien amados de los que habitualmente hace uso cuando se relaciona con los hombres?

    Dígame, Caballero, si mi fantasía no es extraña. Quiero ser Ganímedes de este nuevo Júpiter, quiero disfrutar de sus gustos, de sus desenfrenos, quiero ser víctima de sus errores. Hasta ahora, y bien lo sabes, amigo mío, hasta ahora me he entregado así sólo a ti, por complacencia, o a algunos de mis sirvientes que, pagados por utilizarme de esta manera, lo adoptaron sólo por beneficio. Pero hoy ya no es el deseo de complacer ni el capricho lo que me mueve, sino únicamente mis propias inclinaciones. Creo que, entre mis experiencias pasadas con esta curiosa manía y las cortesías a las que voy a ser sometido, hay una diferencia inconcebible, y deseo conocerla. Pinte a su Dolmancé por mí, por favor, para que pueda tenerlo bien fijado en mi mente antes de verlo llegar; porque usted sabe que mi conocimiento de él se limita a un encuentro el otro día en una casa donde estuvimos juntos sólo unos minutos.

    LE CHEVALIER - Dolmancé, mi querida hermana, acaba de cumplir treinta y seis años; es alto, extremadamente guapo, ojos muy vivos y muy inteligentes, pero al mismo tiempo hay cierta sospecha de dureza, y un rastro de maldad en sus rasgos; Tiene los dientes más blancos del mundo, un matiz de suavidad en su figura y en su actitud, debido sin duda a su costumbre de adoptar a menudo aires afeminados; es sumamente elegante, tiene una bonita voz, muchos talentos y, sobre todo, una inclinación sumamente filosófica en su mente.

    MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Pero confío en que no cree en Dios!

    LE CHEVALIER - ¡Ah, qué pena! Es el ateo más notorio, el tipo más inmoral... Oh, no; la suya es la corrupción más completa y profunda, y él el individuo más malvado, el mayor canalla del mundo.

    MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Ah, cómo me calienta eso! Me parece que voy a enloquecer con este hombre. ¿Y qué hay de sus fantasías, hermano?

    LE CHEVALIER - Los conoce muy bien; los placeres de Sodoma le son tan queridos en su forma activa como en su forma pasiva. Para sus placeres, no le interesan más que los hombres; si a veces se digna emplear a las mujeres, es sólo a condición de que sean lo bastante serviciales para intercambiar sexo con él. Le he hablado de ti; le he advertido de tus intenciones, él está de acuerdo, y a su vez te recuerda las reglas del juego. Te advierto, querida, que te rechazará por completo si intentas comprometerlo a algo más. Lo que consiento hacer con tu hermana es, declara, una extravagancia, una indiscreción con la que uno se ensucia sólo en contadas ocasiones y tomando amplias precauciones.

    MADAME DE SAINT-ANGE - ¡Suéltese!... Precauciones... ¡Oh, cómo adoro el lenguaje que usan esas agradables personas! Entre nosotras, las mujeres también tenemos palabras exclusivas que, como éstas que acabamos de pronunciar, dan una idea del profundo horror que tienen a todos los que muestran tendencias heréticas... Dígame, querida, ¿la ha tenido a usted? ¿Con tu adorable rostro y tus veinte años, se puede, me atrevo a decir, cautivar a un hombre así?

    LE CHEVALIER - Hemos cometido locuras juntos; no te las ocultaré; tienes demasiado ingenio para condenarlas. El hecho es que me gustan las mujeres; sólo me entrego a estos extraños caprichos cuando un hombre atractivo me impulsa a ellos. Y entonces no hay nada en lo que me detenga. No tengo nada de esa ridícula arrogancia que hace creer a nuestros jóvenes advenedizos que es por cortes con su bastón que responden a tales proposiciones. ¿Es el hombre dueño de sus pencas? Hay que compadecerse de los que tienen gustos extraños, pero nunca insultarlos. Su mal es también de la Naturaleza; no son más responsables por haber venido al mundo con tendencias distintas a las nuestras que nosotros por haber nacido con piernas torcidas o bien proporcionados. Sin embargo, ¿es que un hombre actúa de forma insultante hacia ti cuando manifiesta su deseo de disfrutar de ti? No, seguramente no; es un cumplido que te hacen; ¿por qué entonces responder con heridas e insultos? Sólo los tontos pueden pensar así; nunca oiréis a un hombre inteligente discutir la cuestión de una manera diferente a la mía; pero el problema es que el mundo está poblado de pobres idiotas que creen que es faltar al respeto a ellas el confesar que uno las encuentra adecuadas para sus placeres, y que, mimados por las mujeres -ellos mismos siempre celosos de lo que tiene la apariencia de infringir sus derechos-, se creen los Don Quijotes de esos derechos ordinarios, y embrutecen a quien no reconoce la totalidad de su extensión.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Ven, amigo mío, bésame. Si pensaras lo contrario, no serías mi hermano. Le ruego algunos detalles, tanto en lo que se refiere a la apariencia de este hombre como a sus placeres con usted.

    LE CHEVALIER - Uno de sus amigos informó a Monsieur Dolmancé del soberbio miembro con el que me conoce provisto, y obtuvo el consentimiento del Marqués de V*** para reunirnos en la cena. Una vez allí, me vi obligado a mostrar mi equipo: al principio, la curiosidad parecía ser su único motivo; sin embargo, un culo muy justo que se dirigió hacia mí, y con el que fui invitado a divertirme, pronto me hizo ver que sólo la afición era la causa de este examen. Hice notar a Dolmancé todas las dificultades de la empresa; se mantuvo firme. Un carnero no me inspira ningún temor, dijo, y ni siquiera tendrás la gloria de ser el más formidable entre los hombres que han perforado el ano que te ofrezco. El marqués estaba presente; nos animaba tocando, manoseando, besando lo que uno u otro sacaba a relucir. Yo tomé mi posición...

    ¿Seguramente algún tipo de cebado? insistí. Nada de eso, dijo el marqués, le robarás a Dolmancé la mitad de las sensaciones que espera de ti; quiere que lo partas en dos, quiere que lo partas en dos. Bueno, dije, sumergiéndome ciegamente en el abismo, estará satisfecho. Tal vez, mi querida hermana, pienses que me encontré con un gran problema... en absoluto; mi polla, enorme como es, desapareció, en contra de todas mis expectativas, y toqué el fondo de sus entrañas sin que el cabrón pareciera sentir nada. Traté con amabilidad a Dolmancé; el éxtasis extremo que probó, sus contorsiones y temblores, sus tentadoras declaraciones, todo esto pronto me hizo feliz a mí también, y lo inundé. Apenas me había retirado cuando Dolmancé, volviéndose hacia mí, con los cabellos revueltos y la cara roja como una bacante: Ya ves el estado en que me has puesto, mi querido Caballero, dijo, presentando al mismo tiempo una pertinaz y dura polla, muy larga y de al menos seis pulgadas de circunferencia, dígnate, oh amor mío, dígnate servirme como una mujer después de haber sido mi amante, y permíteme decir que en tus divinos brazos he probado todas las delicias del capricho que aprecio supremamente. Encontrando tan poca dificultad en lo uno como en lo otro, me preparé; el marqués, dejando caer sus calzones ante mis ojos, me rogó que tuviera la bondad de ser todavía un poco hombre con él mientras hacía de esposa de su amigo; y traté con él como lo había hecho con Dolmancé, que me devolvió cien veces todos los golpes con los que había maltratado a nuestro tercero; y pronto, en las profundidades de mi culo, exhaló ese licor encantado con el que, prácticamente en el mismo instante, rocié las entrañas de V***.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Habrás conocido el placer más extremo, al encontrarte así entre dos; dicen que es encantador.

    LE CHEVALIER - Ángel mío, seguramente es el mejor lugar para estar; pero se diga lo que se diga de ellas, son todas extravagancias que nunca preferiría al placer de las mujeres.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Pues bien, mi caballeroso amigo, como recompensa a su conmovedora consideración, hoy voy a entregar a sus pasiones una joven virgen, una muchacha, más bella que el mismo Amor. LE CHEVALIER - ¡Cómo! ¿Con Dolmancé... traes a una mujer?

    MADAME DE SAINT-ANGE - Se trata de una educación; la de una pequeña cosa que conocí el otoño pasado en el convento, mientras mi marido estaba en los baños. No pudimos lograr nada allí, no nos atrevimos a intentar nada, demasiadas miradas se fijaron en nosotros, pero nos hicimos la promesa de volver a vernos, de reunirnos lo antes posible. Ocupado en nada más que este deseo, para satisfacerlo, me he familiarizado con su familia. Su padre es un libertino, lo he cautivado. En cualquier caso, la encantadora viene, la estoy esperando; pasaremos dos días juntos... dos días deliciosos; emplearé la mayor parte del tiempo en educar a la joven. Dolmancé y yo meteremos en esta linda cabecita todos los principios del libertinaje más desenfrenado, la encenderemos con nuestro propio fuego, la alimentaremos con nuestra filosofía, la inspiraremos con nuestros deseos, y como quiero unir un poco la práctica a la teoría, como me gustan las demostraciones para estar al tanto de las disertaciones, te he destinado, querido hermano, la cosecha del mirto de Citera, y a Dolmancé irán las rosas de Sodoma. Tendré dos placeres a la vez: el de gozar yo mismo de estas lascivias criminales, y el de dar las lecciones, de inspirar fantasías a los dulces inocentes que estoy atrayendo a nuestras redes. Muy bien, Caballero, respóndame: ¿es el proyecto digno de mi imaginación?

    LE CHEVALIER - No podría haber surgido en otra: es divina, hermana mía, y prometo representar a la perfección el encantador papel que me reserváis. Ah, pícaro, ¡cuánto placer vas a encontrar en la educación de esta niña; qué placer encontrarás en corromperla, en ahogar dentro de este joven corazón toda semilla de virtud y de religión plantada allí por sus tutores! En realidad, todo esto es demasiado roué para mí.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Esté seguro de que no escatimaré nada para pervertirla, degradarla, demoler en ella todas las falsas nociones éticas con las que ya han podido marearla; en dos lecciones, quiero volverla tan criminal como yo... tan impía... tan libertina, tan depravada. Notifique a Dolmancé, explíquele todo en cuanto llegue para que el veneno de sus inmoralidades, que circula en este joven espíritu junto con el veneno que yo le inyectaré, marchite en el menor tiempo posible y acalle todas las semillas de virtud que, de no ser por nosotros, podrían germinar allí.

    LE CHEVALIER - Sería imposible encontrar un hombre mejor: la irreligión, la impiedad, la inhumanidad, el libertinaje brotan de los labios de Dolmancé como en tiempos pasados la unción mística caía de los del célebre arzobispo de Cambrai. Es el más profundo seductor, el más corrupto, el hombre más peligroso... Ah, querida, que tu alumna no haga más que cumplir las instrucciones de este maestro, y te garantizo que se condenará enseguida.

    MADAME DE SAINT-ANGE - No debería tardar mucho, teniendo en cuenta las disposiciones que sé que posee...

    LE CHEVALIER - Pero dígame, mi querida hermana, ¿no hay nada que temer de los padres? ¿No puede esta pequeña parlotear cuando vuelva a casa?

    MADAME DE SAINT-ANGE - No tengas miedo. He seducido al padre... es mío. Debo confesarle que me he entregado a él para cerrarle los ojos: no sabe nada de mis designios, y nunca se atreverá a escudriñarlos... le tengo. LE CHEVALIER - ¡Sus métodos son espantosos!

    MADAME DE SAINT-ANGE - Así deben ser, sino no están seguros.

    LE CHEVALIER - Y dígame, por favor, ¿quién es este joven?

    MADAME DE SAINT-ANGE - Se llama Eugenia, hija de un tal Mistival, uno de los personajes comerciales más ricos de la capital, de unos treinta y seis años; su madre tiene treinta y dos como mucho, y la niña quince. Mistival es tan libertino como su esposa es piadosa. En cuanto a Eugenia, querida, en vano me esforzaría por describírtela; está más allá de mis facultades descriptivas... confórmate con la certeza de que ni tú ni yo hemos visto jamás algo tan delicioso en ningún lugar.

    LE CHEVALIER - Pero al menos esboza un poco si no puedes pintar el retrato, para que, sabiendo bastante bien con quién voy a tratar, pueda llenar mejor mi imaginación con el ídolo al que debo sacrificar.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Muy bien, amigo mío: su abundante pelo castaño -hay demasiado para cogerlo con la mano- desciende hasta debajo de las nalgas; su piel es de una blancura deslumbrante, su nariz más bien aguileña, sus ojos negros como el azabache y de una calidez!... Ah, amigo mío, es imposible resistirse a esos ojos... No tienes ni idea de las estupideces a las que me han llevado... ¡Si vieras las bonitas cejas que los coronan... las extraordinarias pestañas que los bordean... Una boca muy pequeña, unos dientes soberbios y, todo ello, de una frescura!... Una de sus bellezas es la manera elegante en que su hermosa cabeza está unida a sus hombros, el aire de nobleza que tiene cuando se gira... Eugenia es alta para su edad: se podría pensar que tiene diecisiete años; su figura es un modelo de elegancia y delicadeza, su garganta, su pecho delicioso... ¡Hay, en efecto, los dos pechitos más bonitos!... Apenas hay para llenar la mano, pero tan suaves... tan frescos... ¡tan blancos! Veinte veces he perdido la cabeza mientras los besaba; y si hubieras podido ver cómo cobraba vida bajo mis caricias... cómo sus dos grandes ojos me representaban todo el estado de su mente... Amigo mío, ignoro el resto. Ah, pero si debo juzgarla por lo que conozco, nunca, digo, tuvo el Olimpo una divinidad comparable a ésta... Pero la oigo... dejadnos; salid por el camino del jardín para evitar encontrarla, y llegad a tiempo a la cita.

    LE CHEVALIER - El retrato que acabas de hacerme asegura mi prontitud... Ah, cielo que salgo... que te dejo, en el estado en que me encuentro... ¡Adiós!... un beso... un beso, mi querida hermana, para satisfacerme al menos hasta entonces. (Ella le besa, toca el pinchazo que se cuela en sus calzones, y el joven se marcha a toda prisa).

    DIÁLOGO EL SEGUNDO

    MADAME DE SAINT-ANGE -

    Bienvenido, mi mascota, te he estado esperando con una impaciencia que aprecias plenamente si puedes leer los sentimientos que tengo en mi corazón.

    EUGENIE - Oh, preciosa mía, creí que nunca llegaría, tan ansiosa estaba de encontrarme en tus brazos. Una hora antes de partir, temía que todo cambiara; mi madre se oponía rotundamente a esta deliciosa fiesta, declarando que no le convenía a una muchacha de mi edad salir sola al extranjero; pero mi padre había abusado tanto de ella anteayer, que una sola de sus miradas bastó para que Madame Mistival se calmara por completo, y todo terminó con su consentimiento a lo que mi padre me había concedido, y me precipité aquí. Tengo dos días; su carruaje y uno de sus criados deben llevarme sin falta a casa pasado mañana.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Qué corto es este período, mi querido ángel, en tan poco tiempo apenas podré expresarte todo lo que me excitas... y en verdad tenemos que hablar. Sabes, ¿no es así, que durante esta entrevista voy a iniciarte en el más secreto de los misterios de Venus; serán dos días suficientes?

    EUGENIE - Ah, si no llegara a tener un conocimiento completo, me quedaría... He venido aquí para ser instruido, y no me iré hasta que esté informado...

    MADAME DE SAINT-ANGE, besándola - Querido amor, ¡cuántas cosas vamos a hacer y decirnos! Pero, por cierto, ¿desea usted almorzar, mi reina? Pues la lección puede prolongarse.

    EUGENIE - No tengo más necesidad, querido amigo, que escucharte; almorzamos a una legua de aquí; podré esperar hasta las ocho de la tarde sin sentir el menor hambre.

    MADAME DE SAINT-ANGE - Entonces vayamos a mi tocador, donde estaremos más a gusto. Ya he hablado con los criados. Puede estar seguro de que nadie se tomará la molestia de interrumpirnos. (Entran en el tocador, cogidos del brazo).

    DIÁLOGO LA TERCERA

    MADAME DE SAINT-ANGE EUGENIE DOLMANCE EUGENIE, muy sorprendida

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