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Identidades confinadas: La construcción de un conflicto entre feminismo, activismo trans y teoría queer
Identidades confinadas: La construcción de un conflicto entre feminismo, activismo trans y teoría queer
Identidades confinadas: La construcción de un conflicto entre feminismo, activismo trans y teoría queer
Libro electrónico295 páginas4 horas

Identidades confinadas: La construcción de un conflicto entre feminismo, activismo trans y teoría queer

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"Ser mujer es mucho más que un sexo, es una condición y posición bio-socio-cultural-psicológica. El feminismo lucha por acabar con los estereotipos de género, pero regresar a la categoría de sexo biológico puede llevarnos a un callejón sin salida". "Soy feminista desde hace muchos años. No soy cis. No soy transexual. Quizás ni siquiera soy una mujer, tal como dijo Monique Wittig, aunque he hablado en este libro como tal y me nombro en femenino. Soy lo que yo digo que soy. No lo que mi entorno decía que yo era. No lo que tú, aunque seas también feminista, decidas qué debo ser. Me considero queer/cuir. Voy a explicar por qué me siento orgullosa de todo ello".

Lola Robles aborda en este libro el conflicto existente en el interior del feminismo entre dos posturas enfrentadas por el reconocimiento de los derechos de las personas trans. Un conflicto que se da, también, entre el sector feminista más transexcluyente y el activismo trans y queer.
IdiomaEspañol
EditorialÚtero libros
Fecha de lanzamiento17 jun 2021
ISBN9788494994975
Identidades confinadas: La construcción de un conflicto entre feminismo, activismo trans y teoría queer

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    Identidades confinadas - Lola Robles

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    Inicio

    IDENTIDADES CONFINADAS

    La construcción de un conflicto

    entre feminismo, activismo trans

    y teoría queer.

    Un libro de

    Lola Robles

    Colección Patatas calientes

    Ilustración y diseño de cubierta

    Carolina Bensler

    Correcciones y edición

    Cristian Arenós Rebolledo

    ISBN 978-84-949949-7-5

    © 2021 Útero libros

    Plaza Estación, 9 Bajo 12560

    Benicasim - Castellón

    España

    www.uterolibros.com

    uterolibros@gmail.com

    (+34) 670.386.111

    Indiceuuuuuuuuu

    Nota premilinar

    NOTA PRELIMINAR

    Comencé a escribir este libro durante el primer confinamiento a causa de la pandemia del COVID-19, tras el decreto del estado de alarma en España, a mitad de marzo de 2020, aunque antes ya había investigado sobre el tema y elaborado un artículo, que citaré después. A lo largo de mes y medio de clausura estricta, leí mucho y empecé a redactar. Continué cuando ya se podía salir a dar un paseo diario, a partir de primeros de mayo, una primavera espléndida en la que la naturaleza se había expandido con libertad casi lujuriosa.

    Fue un tiempo de soledad dentro de una casa muy pequeña, en el que lectura y escritura me ayudaron mucho. En verano y otoño, seguí con la labor de corrección y añadidos, ya que casi todo en torno a este tema evoluciona vertiginosamente. Y continúo en 2021. Como esta edición del libro que tienes en tus manos se ha publicado tras actualizarse en un momento concreto, me disculpo de antemano en el caso de que no consiga incorporar todas las novedades que vayan surgiendo sobre la ley, sino, solo, las que conozca hasta el momento de la edición. No obstante, mi intención ha sido centrarme más en las cuestiones teóricas que en la legislación.

    ¿Por qué he decidido llamar a mi obra Identidades confinadas? La vinculación con la pandemia a causa del COVID-19 podría resultar un factor de atracción, pero también de rechazo. Sin embargo, he tenido mis razones. La primera de ellas, fue, justamente, ese período en el que empecé a escribir, un tiempo extraño, distópico y crítico. La segunda, porque el término confinadas me parecía bastante adecuado al tema que iba a tratar. Cierto que las identidades trans o queer pueden entenderse como identidades al margen, expulsadas o desterradas de la normalidad o, más bien, nunca admitidas en ella, fuera de. Confinadas remite a un recinto, una prisión, un adentro, mientras que yo voy a hablar de una exclusión, pues un sector del feminismo no admite lo trans y lo queer en su territorio. Pero, con esa no admisión, ese sector transexcluyente confina a estas personas, seres humanos, en la otredad, lo inexplicable, lo patológico, lo amenazante, lo monstruoso, lo inasumible. Las confina en lo abyecto (lo que, según el prefijo latino –ab, se separa y aleja, añadiéndose el verbo iacere, echar, arrojar, lanzar). Y, a su vez, ese sector feminista se enclaustra en el miedo, la verdad absoluta, el rigorismo y el sectarismo (secta, otro confinamiento). Se protege como de un presunto virus. Por supuesto, ellas no lo consideran así y exponen sus razones. Trataré de resumir sus planteamientos. Este libro se dirige a cualquier feminista interesada, también a las que no estén de acuerdo conmigo y, no obstante, quieran leerme para contrastar opiniones e incluso para saber si hay algo en lo que llegaríamos a un acuerdo, por eso he querido dejar clara, desde el principio, mi posición. Por supuesto, y con todos mis respetos, a las personas trans. Asimismo, a cualquier persona, activista social o no, LGTBQIA o no, interesada en esta cuestión.

    Hay otra consecuencia del confinamiento que algunas amigas me han hecho notar: el no poder vernos, hablar y debatir en persona y en actos públicos, sino a través de las redes, solo ha servido para empeorar el conflicto. Las posibilidades connotativas de Identidades confinadas me daban, por tanto, un juego suficiente para no renunciar a ese título. Por eso sigue aquí.

    ¿Es posible un feminismo transinclusivo y queer/cuir?

    ¿ES POSIBLE UN FEMINISMO

    TRANSINCLUSIVO Y QUEER/CUIR?

    Sí, por supuesto que es posible un feminismo transinclusivo y cuir (castellanizando el término inglés queer). Ya lo estamos practicando muchas feministas. No obstante, tenemos que seguir insistiendo en mostrar lo que pensamos, sentimos y hacemos. No para convencer a quienes no quieren ser convencidas/os, sino para hablar a aquellas/os/es que se abren a la duda, que es la puerta al conocimiento.

    El objetivo de este libro es, justamente, mostrar la existencia de ese feminismo transinclusivo y cuir. Voy a explicar también, sin embargo, por qué otro cierto sector del feminismo (sobre todo, cierto sector del feminismo radical) rechaza la teoría queer, llegando a demonizarla como si fuera la fuente de todas las amenazas y todos los males para los derechos de las mujeres. Y también voy a explicar por qué cuestiona buena parte de los planteamientos del activismo y a las personas trans, negando incluso su identidad y sus derechos más básicos. Explicaré que lo trans y lo queer/cuir no son lo mismo, indicando, no obstante, sus posibilidades de encuentro, así como con el feminismo. Propondré lecturas de ensayo y literarias, en una bibliografía comentada, que he seleccionado cuidadosamente. Y contaré la motivación personal que me ha llevado a estudiar y escribir sobre este tema. Ya he hablado antes sobre la cuestión en un artículo que puede encontrarse en mi blog personal, con el título "¿Feminismo radical versus trans-feminismo-queer?"¹ , aunque desde entonces ha habido bastantes cambios en los planteamientos de una y otra parte, con esa velocidad vertiginosa que nos ha tocado vivir en la época actual.

    Esta cuestión, lo sabemos, sigue dando lugar a un fuerte enfrentamiento dentro del feminismo. Las posturas están cada vez más enconadas. Resulta muy difícil, con frecuencia, establecer un auténtico diálogo. Aparecen artículos en uno y otro sentido, que son aplaudidos o denostados. Se ataca personalmente a quienes defienden una u otra postura. Ambas partes emplean los mismos argumentos: las otras mienten, atacan, quieren censurar, insultan y acosan. Pero, si lo dicen las dos partes, ¿es que ambas actúan así? Todo ello ocurre, además, ante un público no tan introducido en el activismo, que observa, entre el asombro y la confusión, un conflicto cuyas causas y cuestiones en litigio ni siquiera llega a entender del todo, por lo que deviene imprescindible, antes que nada, explicar el porqué de lo que se debate y los temas en disputa. ¿Se trata de un conflicto con base en diferencias teóricas inconciliables, digamos cuestión de principios, o es una crisis construida de algún modo y por determinados motivos, conscientes o inconscientes, visibles o ignorados?

    No es la primera vez que se abre una brecha en el movimiento. Pero toda guerra es dolorosa. Por ello, porque la polémica se encuentra en las redes, en las calles, en las asambleas, me parece indispensable empezar hablando sobre el modo de debatir y sobre la violencia en los debates.

    El modo de debatir y la violencia en los debates

    EL MODO DE DEBATIR

    Y LA VIOLENCIA EN LOS DEBATES

    ²

    Es muy necesario que nos planteemos cómo debatir sobre este tema (y, en general, sobre cualquier otro). Las dinámicas de debate son tan importantes como el tema en sí.

    En todo conflicto, hay, al menos, dos partes, bloques o bandos enfrentados. Si pertenecemos a uno de ellos, es muy normal que defendamos sus tesis y acciones de manera, más o menos, incondicional, y critiquemos o rechacemos los planteamientos de la otra parte. Suele ocurrir, en estos casos, que los dos bloques no se comunican, salvo para discutir. Cada parte, aislada y en permanente confrontación con la otra, se reafirma, dado que todas las personas del bloque se respaldan, además de buscar nuevos motivos de distanciamiento con las adversarias. Quienes no tienen tan claro si están de acuerdo con una u otra postura, optan por permanecer al margen y en silencio, sobre todo si los dos bandos exigen que se tome partido por ellos.

    Ese o conmigo o contra mí parte de la certeza que tiene cada bloque de estar en la verdad y de ser atacado por el otro. No solo se incide en las tesis equivocadas de la parte opuesta, sino en sus errores y agresiones, mientras se minimizan o justifican los propios. Corren los rumores, más o menos infundados, que pueden ser creídos sin pruebas, porque eso interesa a cada bando.

    Las dos partes en conflicto tal vez se encuentren en la misma situación de fuerza o capacidad de defensa. Sin embargo, no siempre ocurre esto. Hay ocasiones en que una parte es más fuerte, tiene más poder y recursos que la otra. Puede haber una mayor violencia por uno de los bandos. Pero esto no supone que el bloque agresor se reconozca como tal, en absoluto. Muy probablemente se situará en el papel de víctima para justificar sus ataques, planteándolos como meramente defensivos.

    ¿Cómo podemos reconocer estas situaciones de aislamiento, reafirmación endogámica y creencia en la superioridad moral propia sobre el otro bloque? Una posibilidad es preguntarnos si pensamos que nuestro bando tiene la razón, toda la razón y nada más que la razón, en tanto que la opuesta poca o ninguna. ¿Solo hablamos con quienes piensan como nosotras? Resulta muy difícil no estar de acuerdo en nada, por poco que sea, de lo que dicen las personas con las que discutimos, sobre todo cuando tenemos el feminismo como territorio común. Desde luego, la finalidad de un debate entre partes enfrentadas no tiene por qué ser acabar pensando igual, pero sí tratar de entender lo que dicen las otras y por qué lo dicen. Considerar, por ejemplo, de manera sistemática, que la otra parte afirma cosas delirantes e irracionales, mientras que nosotras hacemos todo lo contrario, debería alertarnos. Tendríamos que ser capaces, además, de aplicar los mismos parámetros y criterios éticos a las conductas que criticamos en las adversarias y a las de nuestras aliadas y amigas. Sin embargo, la tendencia es utilizar valoraciones muy diferentes.

    En lo individual, las personas con pocas dudas o que se encuentran convencidas de tener razón en sus planteamientos tendrán mayores dificultades a la hora de dialogar y entenderse en un conflicto. Cuando escuchen un argumento contrario al suyo pensarán, ante todo, más en cómo rebatirlo que en comprenderlo, incluso atacarán a la persona que lo expone (más argumento y menos esperpento, podrán decir, por ejemplo, creyendo que ellas sí razonan y no son agresivas). Determinadas características psicológicas dificultan un debate fluido: obcecación, inflexibilidad, egocentrismo, autoritarismo y falta de autocrítica. Existen personas que necesitan ideas muy claras e inamovibles para sentirse seguras. Las lideresas destacan, muchas veces, por su confianza en sí mismas y la seguridad en sus creencias. El problema es cuando llegan a claridades fanáticas, algo que sucede en el activismo social con más frecuencia de la que nos gustaría a bastantes otras (no digamos ya en la política profesional). Este tipo de lideresas acostumbra a rodearse de quienes les dan la razón y a eliminar de su entorno a sus opositoras.

    Las redes sociales son espacios muy poco propicios para diálogos sosegados. Pese a sus buenas posibilidades, que las tienen, ocurre que fomentan las frases lapidarias y la simplicidad, además de permitir la agresión anónima. Los debates entre la clase política profesional no son, tampoco, el mejor ejemplo para aprender a dialogar, pues muestran formas muy extremadas de violencia verbal y negación a cualquier tipo de entendimiento.

    Es perfectamente legítimo expresar sentimientos y emociones, así como necesidades personales, en un debate. Pero también importa saber diferenciar emociones y pensamientos. Si utilizo lo que siento como si fuera una forma de pensar, puedo llegar a manipular a la otra persona. Si niego la posibilidad de utilizar sentimientos, estoy censurando, muy posiblemente porque me reconozco más hábil y segura con los argumentos que con las emociones y quiero usar esa ventaja.

    Los seres humanos necesitamos tener un buen concepto de nosotros mismos y de las personas a las que queremos y admiramos. A menudo ni siquiera somos capaces de identificar la violencia propia. Esta tiene distintos grados. No es lo mismo dar una paliza a alguien, o amenazarlo con hacerlo, que insultar ocasionalmente. Tampoco es lo mismo tener una conducta violenta en lo verbal de modo puntual o, por el contrario, sistemático.

    Son formas de violencia, verbal y psicológica: insultar, gritar, amenazar, coaccionar, chantajear emocionalmente, hacerse la víctima, mentir, echar siempre la culpa a la otra persona, menospreciar, burlarse o predisponer a otras en contra de nuestra oponente, por ejemplo.

    La comunicación no violenta es una práctica que se puede aprender.

    Sí, hay gente con la que no resulta posible el diálogo: porque no tiene interés en llegar a un entendimiento, sino en vencer; porque ostenta una posición de poder a la que no quiere renunciar; o por su personalidad, en la que no considera necesario ningún cambio.

    No, no siempre podemos ser amables, racionales y mantener un debate sereno. A veces, acabaremos insultando y usando otras formas poco pacíficas. Eso no justifica la violencia sistemática de quienes nos agreden.

    Sí, yo también lo he hecho, también he sido violenta y lo sigo siendo. No pretendo dar lecciones de moralidad a nadie. Hay gente que me supera con creces en violencia y hay gente que me supera con creces en autocontrol y capacidad de diálogo.

    Si lo que hace nuestra adversaria es insultar y ofender, no deberíamos justificar la misma conducta en nuestra amiga con el pretexto de que tiene mucho carácter o es muy directa o sincera (la sinceridad es otra cosa, diferente de la grosería).

    No, no pretendo afirmar, en absoluto, de ninguna manera, que las feministas debemos ser educadas, amables y no cabrearnos nunca. La rabia resulta inevitable y muy liberadora. Lo que estoy diciendo es que procuremos no usar la violencia verbal de modo sistemático, ni la mentira o la manipulación cuando surge un conflicto dentro del feminismo. Y todo esto lo digo no para que se lo apliquemos a las demás, que es lo fácil, sino para que lo pensemos respecto de nosotras mismas. Por otro lado, recordemos que las amenazas, reales o presuntas, unen; que a todas nos gustan sentirnos dentro de un grupo, amparadas y apoyadas, pero que, si a la hora de disentir, ese grupo nos va a expulsar o a atacar por ello, entonces quizás es que sea un entorno muy nocivo, aunque nos duela o no queramos reconocerlo.

    Ahora, vayamos a lo concreto. Estoy hablando del conflicto entre un sector del feminismo (sobre todo el radical) con el activismo trans y el activismo queer. Ese sector feminista acusa a personas trans y queer de insultos, amenazas (hasta de muerte), coacciones y censura. El activismo trans y queer, sea o no feminista, inculpa a ese sector mencionado del feminismo de transfobia, odio, actitudes y propuestas de exclusión (negar la pertenencia de las mujeres trans como sujetos políticos del feminismo, negar incluso que las mujeres trans sean mujeres y que los hombres trans sean varones).

    Como yo estoy situada en uno de los dos bloques, en el del feminismo autónomo (no ligado a partidos), pacifista y queer, apoyo el activismo trans y, desde luego, soy transinclusiva, mi postura no puede ser neutral. Me parece importante plantearlo de antemano. También sé que hay violencia por los dos lados. Me gustaría que, al menos, supiéramos que la estamos ejerciendo. Las mujeres hemos sufrido una opresión, la patriarcal, y podemos estar atravesadas por otras discriminaciones o situaciones de desventaja: racismo, xenofobia, clase social, precariedad laboral, discapacidad, infancia o vejez. Pero también es posible que ostentemos unos privilegios determinados: privilegios de raza, de país, de clase social, de edad, de salud. Nosotras, mujeres y feministas, podemos ejercer violencia y autoritarismo, y causar dolor, semejante al que hemos recibido. Sin duda, no se tratará de una violencia estructural como la del patriarcado. Eso no nos exculpa.

    Voy a explicar qué actitudes son tránsfobas, conllevan exclusión, ignorancia o mentiras sobre la realidad trans.

    Actitudes como opinar sobre la cuestión sin haber hablado nunca con una persona trans (o mejor, con varias), sin leerlas o sin conocer libros serios sobre el tema, limitándose a comentarios en las redes sociales. Esto debería recordarnos a cuando los varones hablan en nombre de las mujeres.

    Asegurar, sobre las mujeres trans, que son hombres disfrazados, hombres operados, o que quieren invadirnos, agredirnos y engañarnos con una falsa identidad: todo esto es transfobia y supone sostener opiniones iguales, yo diría, a las xenófobas.

    Decir que un hombre trans es una mujer, se ponga como se ponga o explicar su condición como un trastorno psicológico o social, un capricho, un mero sentimiento derivado de aficiones por el fútbol o el rechazo a las muñecas, muestra un gran desconocimiento de la realidad trans.

    Dar pábulo a las mentiras y exageraciones que circulan acerca de la legislación existente y proyectos de ley sobre derechos trans puede ser debido a un problema de desconocimiento del tema o a mala fe.

    Recordemos que hay machistas que no saben que lo son, o que niegan que lo sean. Muchas veces, las personas violentas, que odian y excluyen, no quieren reconocerlo o, si acaso, se justifican creyendo que las demás también lo hacen. No repitamos sin más cualquier cosa que nos resulte conveniente, sin saber si es cierta. Esto no quiere decir que no se pueda cuestionar una propuesta de ley o las ideas que alguien expone. Quiere decir que, al menos, hay que asegurarse de la veracidad de un hecho antes de criticarlo.

    Hay una violencia de fondo, de contenido. Si alguien dice, con mucha tranquilidad y sin alzar la voz: Las mujeres no pueden dedicarse a las ciencias puras, porque su cerebro no está preparado para ello, no insulta directamente, pero su opinión es machista, patriarcal y, por añadidura, falsa. Si alguien asevera: Las personas de raza negra son inferiores, en todos los sentidos, a las personas de raza blanca, eso es racismo, basado, además, en una categoría que ha dejado de tener el más mínimo rigor científico desde hace mucho, la de la raza.

    Cuando se asegura: si un hombre puede decir sin más que es una mujer, yo puedo decir que soy un elefante, un bonsái o un guerrero zulú, se está mostrando una transfobia, una violencia y una falta de respeto inadmisibles.

    Termino haciendo referencia a un problema que puede darse al tratar esta cuestión y cualquier otra: el mecanismo de la comparación. Al analizar un asunto, tendemos a compararlo con otros, pero esa comparación puede ser más o menos acertada. Así, al plantear la cuestión de la libertad de decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra identidad de sexo/género, hay quien puede hacer equivalente el derecho de las personas trans a su autodeterminación con el derecho al aborto, o con el matrimonio homosexual, o con el proceso de nacionalización o con la pederastia. Casi todas las comparaciones son solo aproximativas (incluso las mías, desde luego) y suelen estar sesgadas, pero habría que procurar que los términos de comparación se asemejen lo más posible, para evitar manipulaciones sobre un tema.

    Los términos a debate

    LOS TÉRMINOS A DEBATE

    Estos son algunos conceptos y términos de los que hablaré, por lo que conviene conocerlos previamente:

    Abolicionismo

    El abolicionismo es una postura dentro del feminismo, que aboga por la desaparición de la prostitución y de la trata de mujeres con fines sexuales, consideradas como una misma forma (de hecho, una de las más importantes y antiguas) de esclavitud, opresión y explotación sexual. Asimismo, condena la pornografía y desea eliminarla. También el alquiler de úteros o gestación subrogada, ya que la cree una nueva forma de explotación, en este caso de la fuerza reproductiva de las mujeres.

    Actualmente, un sector del feminismo, sobre todo del radical, se declara abolicionista de género y asegura que esta postura ha existido desde siempre. No es exactamente así, ya que el feminismo radical no pudo ser abolicionista de género antes de que se impulsara dicho concepto por parte del propio feminismo y precisamente para evitar el biologicismo a la hora de explicar la opresión patriarcal. El abolicionismo de género pretende la desaparición del género masculino y femenino por considerarlos patriarcales, jerárquicos y una herramienta de opresión, planteando un futuro sin ellos. No obstante, como acabo de decir, tal como se plantea ahora, esta postura es una interpretación que se hace hoy de la obra de las primeras feministas radicales y se basa más bien en las más actuales, como Sheila Jeffreys y Janice Raymond. Se ha reafirmado a raíz del conflicto entre ese sector feminista, el activismo trans y la teoría queer, no antes.

    El abolicionismo de género, en el conflicto que nos ocupa, se enfrenta a la autodeterminación de género, que es el fundamento de las leyes más actuales por los derechos trans. También se opone a la propuesta por una multiplicidad y/o diversidad de géneros que se hace desde la teoría queer.

    Yo soy abolicionista de la prostitución, ya que no concibo una sociedad feminista y justa si existe esa institución. También me opongo a la regularización del alquiler de úteros, que creo que debería estar

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