Annotated: La melancolía de los contribuyentes: Crónicas de ciudadanos y oficina: Edición de Claudia Darrigrandi
Por Jenaro Prieto
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La melancolía de los contribuyentes no sólo recoge algunas de las crónicas ya antologadas en los libros Pluma en ristre (1925), Con sordina (1930), Humo de pipa (1955) y Antología humorística (1973); sino que incluye textos previos, publicados desde 1916, que muestran a un cronista temprano, además de otras columnas que no fueron incluidas en ninguna recopilación.
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Jenaro Prieto (1889 - 1946) dedicó su vida a El Diario Ilustrado, periódico en el que publicó sus crónicas y algunas de sus ilustraciones. Perteneciente a una familia conservadora, él nunca dejó de serlo. Estudió leyes y su tesis, “El hipnotismo ante el derecho”, anunciaba su carácter lúdico y curioso. Entre 1932 y 1938 fue Diputado por el Partido Conservador, pero no fue ahí, sino en sus crónicas donde se hizo conocido. Desde esa tribuna expresó y desarrolló ampliamente su punto de vista en asuntos políticos, legislativos, sociales y culturales, con mucha ironía y humor. Casi siempre estaba en contra de todo. Defendió la libre expresión y como muchos otros periodistas de la época fue objeto de censura, asunto que no impidió que dijera lo que pensara, estuviera en contra de quien fuera, hasta casi el final de sus días.
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Annotated - Jenaro Prieto
El extenso período durante el cual Jenaro Prieto publicó sus crónicas en El Diario Ilustrado, entre 1913 y 1946, da cuenta de los inicios de una nueva urbanidad. Las oficinas y la rutina, la política y el servicio público, permearon su mirada y, con una escritura ácida y mordaz, construyó un imaginario de la ciudad y los ciudadanos no sólo como documento histórico, sino que lleno de la expresión viva de la época: el horror ante los cambios vertiginosos de inicios del siglo XX y la caricatura de la oposición.
La melancolía de los contribuyentes no sólo recoge algunas de las crónicas ya antologadas en los libros Pluma en ristre (1925), Con sordina (1930), Humo de pipa (1955) y Antología humorística (1973); sino que incluye textos previos, publicados desde 1916, que muestran a un cronista temprano, además de otras columnas que no fueron incluidas en ninguna recopilación.
Jenaro Prieto
La melancolía de los contribuyentes: Crónicas de ciudadanos y oficina
Edición de Claudia Darrigrandi
La Pollera Ediciones
www.lapollera.cl
Índice
Prólogo
Nota editorial
Franqueza
Buen vecino
Oficinas que evolucionan
El nuevo edificio de la biblioteca
Hay razones
Reportaje extraño
Otro artículo fósil
El inglés equivocado
La gran tenida
¡Lo que faltaba!
Sentimentalismo
Política viril
Un manuscrito
La viruela artificial
Habla el mono de Voronoff
Renovando valores: nuestro programa
Prolongación de la vida
La bofetada científica
Humo de pipa…
De la carne al bronce
La voz olvidada
Enfermos porfiados
Un título de abogado
La cachimba
¿Quién ha besado al loro?
Acordémonos del cerro
La felicidad en el zoo
La ciudad del automóvil
El mes de las contribuciones
La vaca
Un visitante curioso
Purismo
Padres de familia
Un cuadro auténtico
El hombre-periódico
El pesimista contento
En tontilandia
Pantalones
¿Tan tontos somos?
En el bar
El estado cocinero
Lenguaje de moda
Lo que no haré
El discurso único
Cuenta pendiente
¡Pobre socialismo!
En tontilandia
Otro plan de economías
En tontilandia
De estatua a pila
Jornada única plural
Turismo visual
La heráldica y el crédito
Meditación optimista
En tontilandia
Supresión de la locura
Prólogo
Claudia Darrigrandi Navarro
Algo de dandi tuvo Jenaro Prieto Letelier (1889-1946). Un dandi de escritorio, de oficina, de diatribas periódicas, que firmaba con la letra P., de Prieto, práctica común entre los periodistas de las primeras décadas de siglo XX que publicaban en las páginas del contenido editorial. En cada una de sus crónicas publicadas entre 1913 y 1946, la mayoría de las veces en la página editorial de El Diario Ilustrado (1902-1970), y que durante los gobiernos del Frente Popular se publicaron bajo la sección Al pasar
, cultivó un estilo singular anclado en su crítica mordaz e irónica. Un estilo quizás jocoso para sus cercanos, incómodo para algunos de sus lectores, irritante para sus rivales políticos y, probablemente, muy poco gratificante para sus lectoras. El dandismo es un gesto disruptivo que, en algunas de sus manifestaciones, se resiste a cambios y a procesos democratizadores; en otras, rechaza la vulgaridad de la masa y tiende al conservadurismo con gestos aristocratizantes. Es una postura frente al mundo, en la que la singularidad del dandi se construye con y en oposición a ese mundo: Nunca se ha podido confirmar de una manera más efectiva la verdad del dicho: el ridículo mata. Jenaro Prieto, con el tono paradojal de su fina sátira, le cortó el vuelo a muchos buitres del presupuesto, detuvo muchas iniciativas desgraciadas de los gobiernos, destruyó muchos proyectos desatinados y descabezó a numerosos figurones del pim-pam-pum político
, se señala en Caricaturistas y escritores festivos de El Diario Ilustrado en sus cincuenta años
, publicado en la edición homenaje del 31 de marzo de 1952 de dicho periódico (50;53). Sin embargo, a pesar de ridiculizar a muchas personas e ideas, hay consenso también en que, tras bambalinas, fuera de la trinchera de la prensa, primaba su bondad.
El dandi forja su excentricidad desde una comunidad en la que es admirado, respetado y, a veces, temido. El dandi se acerca y se aleja, marca distancia e impone un estilo único que, en el caso de Prieto, se construye a partir de la ironía, la burla, la sátira política, y de su pipa y su barba, estos últimos rasgos muy destacados en las ilustraciones de su persona que circulan en la prensa de inicios de siglo. Porte y estilo de escritura fueron elementos fundamentales del engranaje que le dio forma al cronista. Así, en ese espacio fronterizo entre el cariño y la rivalidad, lo presenta Joaquín Edwards Bello en la primera edición de sus crónicas, Pluma en ristre (1925): Yo no sé cómo hago este pequeño prólogo para sus crónicas, puesto que muchas veces disparaba dardos desde su bosque pánido [sic] contra el templete donde están mis propios ídolos. Pero es que Prieto es además compañero
(VII). En otro momento posterior, al escribir la reseña de su libro póstumo La casa vieja (1957), publicada en la revista En Viaje en agosto de 1956, Olga Arriata, también se refiere él con matices que transitan por el reconocimiento de su bondad y su destreza en el manejo del recurso de la ironía: Condiciones ambas [la bondad y la ironía] que hacían inclinarse ante él, incluso sus enemigos políticos. Y tenemos que decir ‘enemigos políticos’, porque de otros no pudo tenerlos
(39). Sin embargo, la lectura de ese libro también le hace pensar en la existencia de un Prieto otro, un Prieto no cronista, aún no amargado
. Ese sello distintivo fue reconocido en vida y póstumamente. Esa singularidad hizo a Prieto uno de los colaboradores más apreciados y admirados por sus compañeros de El Diario Ilustrado, según se manifiesta en el artículo que rinde homenaje a los caricaturistas y humoristas
que colaboraron con el periódico durante en la primera mitad del siglo XX. En este artículo el cronista es reconocido como una figura irremplazable: En el periodismo, de puertas adentro, se suele decir que nadie es indispensable en un diario y que todos son substituibles […]. Sin embargo, hay excepciones. Muy contadas; pero existen. Jenaro Prieto ha sido una de ellas
(53).
Prieto fue un abogado que no supo hallarse en su profesión formalmente. Fue diputado por el Partido Conservador entre 1932 y 1936, durante el segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma, sin embargo, no fueron los espacios especialmente asignados para el ejercicio de la gestión pública en los que destacó. Sus prácticas republicanas las llevó a la prensa. Fue una trinchera, como señala en su carta de renuncia forzosa por su estado de salud, escrita al director del diario, Luis A. Silva, el día antes de morir: Cuando cada mañana al leer el diario se ve a los viejos colegas ocupar su puesto de combate con el mismo brío que veinte años antes; la ausencia de la fila, por forzada que sea, parece una deserción
(s/p).
El Diario Ilustrado fue un periódico de circulación masiva y que marcó, junto con El Mercurio de Santiago (1900) y La Nación (1917), un cambio radical en la historia de la prensa chilena de inicios de siglo XX. Fue el primer periódico en incorporar el fotograbado, por lo que pudo destacar rápidamente por sus componentes visuales y, para la época, modernos; estos recursos tecnológicos solo se iban a manifestar, paralelamente, en las revistas. En Valparaíso, en 1902, aparecía Sucesos cuyas páginas en gran medida se diagramaban en torno a estas reproducciones y unos años más tarde, en 1905, la revista Zig-Zag entraba al sistema de diarios y revistas con nueva tecnología e impresiones a color. El Diario Ilustrado, si bien en un inicio comenzó como un periódico comercial, no partidista, orientado a la información, a las noticias y a la actualidad, con un discurso vinculado a los procesos modernizadores del cambio de siglo, en 1920 su línea editorial cambió sustancialmente al ser comprado por la Sociedad Periodística de Chile compuesta por un grupo de hombres conservadores y católicos. Este giro editorial, de todos modos, no significó problema alguno para Prieto que ideológicamente se ubicaba en esas filas. En este diario, que ocupó un lugar central en la modernización de la prensa y en el debate público, Prieto tuvo su comunidad.
En los albores del siglo XX, la oficina (un espacio que hoy se encuentra en peligro de extinción), empezó a tener un lugar privilegiado en el desarrollo de la administración pública, en las áreas de servicios y en ciertas profesiones. Las crónicas de Prieto están muy vinculadas a la experiencia laboral profesional que se dio en ese espacio que se apropió de la cotidianidad urbana. Es necesario destacar que la ciudad de Prieto, en muchas ocasiones, es una ciudad puertas adentro
. La oficina fue casi un segundo hogar para muchos empleados y empleadas, al menos, por la cantidad de tiempo que pasaban allí. El Diario Ilustrado, como otras grandes empresas periodísticas del período, concibieron la importancia de tener los espacios adecuados donde albergar a todos quienes colaboraban en la producción del diario. El periódico tuvo cuatro residencias, dos en Agustinas, una en Moneda y otra en Morandé. El imponente edificio de Moneda, esquina Morandé (donde hoy se encuentra la Intendencia de Santiago), fue construido especialmente para ser la casa del diario a inicios de la década de 1910 y fue habitado con esos fines hasta 1928, cuando fue vendido al gobierno, asunto que Prieto tematiza en la crónica Sin nosotros
, una de las incluidas en esta selección.
Si la prensa comercial a inicios de siglo XX se presentaba como espacio discursivo moderno y necesario, las dependencias de estos periódicos también lo eran. En un artículo dedicado a dar cuenta de la Sociedad Periodística de Chile y su relación con El Diario Ilustrado, parte también de la edición homenaje a los cincuenta años del impreso, se señala: Aquí, en esta casa [haciendo referencia al edificio de Moneda], el personal dispone de todas las comodidades que puede ofrecer un diario moderno
(69). En sus dependencias no solo tenían espacios asignados para las prensas y las oficinas de avisos, tesorería, redacción, administración y dirección, entre otras unidades básicas para su funcionamiento adecuado, también contaban con casino, biblioteca y una zona para la radio. Desde las primeras décadas del siglo XX la prensa periódica contó no solo con medios impresos, sino también con radios, convirtiéndose en verdaderas empresas mediáticas y articulando, de esta forma, un sistema de comunicaciones complejo; Jenaro Prieto también daba charlas en las radios, como muchos otros periodistas, por lo tanto, sus ideas, no solo circulaban en papel. En un momento de crisis económica El Diario Ilustrado ofreció a su audiencia que, con el pago de la suscripción, pudieran acceder a la biblioteca del diario que recibía ejemplares de la prensa nacional y extranjera. Si bien ese plan de suscripción no prosperó, revela la forma en que se entendían algunas funciones de la prensa que, por distintos medios, intentaba estrechar los lazos con su audiencia, generando espacios de encuentro.
De cuatro pisos, el edificio de El Diario
, como en tono familiar y cariñoso lo llamaban sus colaboradores, incluso tenía habitaciones para ser ocupadas por los empleados que no tenían familia. En ese sentido, fueron espacios laborales, habitacionales (por lo tanto, cuando se refieren a la prensa como una casa para sus redactores, en algunos casos, no es solamente una metáfora) y también de sociabilidad. En el artículo El casino del diario
, publicado en la edición conmemorativa de El Diario Ilustrado, se destaca el papel que tuvo ese espacio para el encuentro social, donde se realizaban partidas de dominó que podían prolongarse toda una noche e incluso hasta entrada la mañana siguiente: Como ningún casino de periódico, el del nuestro ha sido el centro de reunión obligado de periodistas de todos los diarios de Santiago, de hombres de todas las tendencias políticas y escritores y diplomáticos, muchos de los cuales terminaban ante sus mesas y enfrascados en interesantes partidas de dominó, las veladas iniciadas muchas horas antes en la sala del director. La violencia de las luchas políticas alejó del Casino del diario a algunos de sus habituales concurrentes; otros, diplomáticos, fueron llamados por sus Gobiernos a mejores destinos; y algunos más, todavía, emprendieron el camino del silencio definitivo
(116). Además de enfatizar la importancia de la oficina, y el trabajo, esta cita da cuenta de estos espacios como gestores de comunidades, en los que por algunos momentos los enfrentamientos políticos que circulaban en las páginas del impreso entraban en pausa. La oficina
fue una condición de posibilidad para formar comunidad, ya sea entre quienes trabajan para el medio, como también entre el medio y su audiencia. Era también un mundo mayoritariamente masculino, especialmente si consideramos a quienes trabajaban regularmente y tenían un espacio físico donde desempeñar sus funciones. Al ver las fotografías de los equipos de trabajo de El Diario Ilustrado, las mujeres están casi totalmente ausentes, a excepción del Casino, en el que colaboraba Mónica Mújica, una de las hijas del encargado, Juan Mujica, y de Rosita Hiriart, responsable de la sección social, por lo menos, hasta los años cincuenta. No obstante, entre sus páginas, las voces femeniles tenían algunos espacios.
Durante 34 años, Jenaro Prieto escribió en este diario que fue su sola casa
, se señala en el reportaje dedicado a los ilustradores, caricaturistas, columnistas y cronistas (festivos
). En ese número conmemorativo de los cincuenta años de El Diario Ilustrado, Prieto ocupa un lugar especial y su trabajo es reconocido en más de una oportunidad. Es mencionado entre los escritores festivos
y, en ese reportaje, se le dedica un apartado exclusivo. Entre otros textos, se publica una crónica inédita, Supresión de la locura
, que fue censurada en su momento y que se incluye en esta antología. Como sea, habría que señalar que Prieto también colaboró en Topaze, revista de sátira política creada por Jorge Coke Délano, con quien compartía también en El Diario
. Más allá de la exclusividad que el cronista mantuvo con dicho medio, el comentario transmite lo representativo que fue