Cantares de gesta: resumen en español moderno
Por Gabriela Pérez
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En este libro se sintetizan las tramas de tres de los mayores clásicos de la épica caballeresca medieval, todos de autor anónimo:
● El cantar del Mio Cid, el primer libro escrito en español
● El cantar de Roldán, donde nace al estereotipo del caballero cristiano
● El cantar de los nibelungos, una obra llena de fantasía medieval
La colección Síntesis consiste en resúmenes del canon literario clásico adaptados para la mejor comprensión de los lectores del siglo XXI. Cada libro de la colección incluye una evaluación en línea para el lector y una evaluación de comprensión lectora descargable para el docente; dicha evaluación aborda las competencias interpretativa, argumentativa y propositiva.
Gabriela Pérez
Estudiante de letras.
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Cantares de gesta - Gabriela Pérez
Primer cantar: El destierro del Cid
El rey don Alfonso envió al Cid Rodrigo Díaz de Vivar a cobrar el tributo anual a Almutamiz, rey de Sevilla, y a Almudafar, rey de Granada, quienes eran grandes enemigos entre sí. Almudafar contaba con la ayuda de algunos hombres para atacar a Almutamiz.
A pesar de que el Cid les envió cartas a los hombres de Almudafar para que no atacaran al rey Almutamiz, ya que el rey don Alfonso lo defendería por ser su tributario, los hombres no le hicieron caso y destruyeron las tierras. Ante la insolencia del rey de Granada y de sus hombres, el Cid reclutó cristianos y moros para que lo ayudaran a expulsar a Almudafar de las tierras de Sevilla.
Tras una ardua batalla, el Cid venció a sus enemigos y los obligó a abandonar esas tierras. Los hombres del Cid recogieron los bienes y las riquezas del campo de batalla y los llevaron como botín a Almutamiz. Para recordar la valentía del Cid, moros y cristianos lo bautizaron como el Cid Campeador.
El Campeador, el que en buena hora ciñó espada, regresó con el tributo para el rey don Alfonso, además de los obsequios que Almutamiz le había enviado. Las hazañas del Cid alegraron a su señor, don Alfonso, pero a la vez le procuraron enemigos envidiosos que lo quisieron poner en mal con el rey. Con base en falsas acusaciones en contra del Cid, el rey don Alfonso decidió expulsarlo del reino.
El Cid, incapaz de desobedecer a su rey,convocó a sus vasallos y les dijo:
—El rey me ha mandado abandonar sus tierras. Que Dios recompense a quienes quieran venir conmigo —añadió— y me despido como amigo de quienes prefieran quedarse.
Álvar Fáñez, su primo, exclamó:
—Mientras nuestra salud nos lo permita, iremos contigo. Podrán acabarse todos nuestros bienes, pero siempre seremos tus leales vasallos —a lo que los demás hombres asintieron en apoyo.
Para cumplir con el plazo establecido por el rey, se marcharon juntos de Vivar y se dirigieron hacia Burgos. Los ciudadanos los veían pasar desde las ventanas y mostraban dolor y pena por el héroe, pero nadie parecía querer hospedarlo ni venderle alimentos. Una niña le confesó al Cid que el rey había enviado órdenes que prohibían ayudarlo. El Cid, entonces, cabalgó hacia la iglesia, hizo una oración, y se dirigió a las afueras de la ciudad, donde acampó junto con sus hombres a la orilla de un río.
Martín Antolínez, un caballero burgalés, suministró víveres al Cid y dijo estar dispuesto a marcharse con él a pesar de las prohibiciones del rey Alfonso. Sin embargo, el Cid confesó no contar con recursos suficientes para mantener a sus hombres. Con la ayuda de Martín Antolínez elaboró un plan, y juntos construyeron dos arcas llenas de arena, las hicieron pasar por tributos de guerra y se las cambiaron por seiscientos marcos de oro a dos comerciantes burgaleses: Raquel y Vidas.
Por lo tanto, con esta cantidad pudieron suplir las necesidades inmediatas y partieron hacia San Pedro de Cardeña, un monasterio donde se refugiaba la esposa del Cid con sus hijas. El Campeador le dio cincuenta marcos al abad don Sancho por el hospedaje, y otros cien para que sirviera a su familia durante su destierro. Doña Jimena, la esposa del Cid, se lamentaba por el destierro de su esposo, que lo alejaba de sus hijas. El Cid también expresó el pesar que su partida le causaba:
—Doña Jimena, a quien quiero como a mi alma, debemos separarnos, pero les ruego a Dios y a Santa María que me dé vida suficiente para servirte y para poder casar a nuestras hijas.
Antes de la partida, doña Jimena y el Cid fueron a la iglesia, donde ella rezó por la protección del Campeador y pidióaDios que les concediera volver a encontrarse.
A continuación, cientos de hombres se sumaron a la compañía del héroe. El plazo para salir del reino se agotaba. Después de despedirse, el Cid y los suyos emprendieron el viaje y llegaron a la frontera de Castilla con Toledo, reino de moros. Eran trescientos hombres los que lo acompañaban. En un sueño, el ángel Gabriel, para consuelo del Cid, le anunció que todo habría de salirle bien mientras viviera. Aunque conocía las duras condiciones que le esperaban, al día siguiente el Cid entró valeroso a las tierras de Toledo, gracias a la confianza que el buen augurio le había infundido.
Ya en el destierro, el Cid planeó sus primeras campañas con la ayuda de Álvar Fáñez Minaya. Caminaron durante la noche para pasar inadvertidos, por lo que se escondieron en las afueras de Castejón. Al amanecer, Álvar Fáñez salió al mando de doscientos hombres en una