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Amor en la Biblioteca: Serie Las Novias de Bath, #5
Amor en la Biblioteca: Serie Las Novias de Bath, #5
Amor en la Biblioteca: Serie Las Novias de Bath, #5
Libro electrónico323 páginas8 horas

Amor en la Biblioteca: Serie Las Novias de Bath, #5

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Esta maravillosa historia romantica en trama recreada en la época de Regencia inglesa dónde los prejuicios y frivolidades se contrastan con personajes llenos de los más altos valores. Catherine — viuda de Bexley —se encuentra sola y desesperada. Llena de deudas, su única alternativa para salir de su terrible situación es la venta de un antiguo manuscrito. Pero cuando el extraño ejemplar es robado, ella recurrira a la ayuda del académico Melvin Steffington y juntos emprendaran un carrera contra el tiempo no solo para encontrar aquello que le puede salvar la vida a la viuda, sino también para encontrar el amor.       

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento9 dic 2020
ISBN9781071579107
Amor en la Biblioteca: Serie Las Novias de Bath, #5

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    Amor en la Biblioteca - Cheryl Bolen

    Amor en La Biblioteca

    (Las Novias de Bath, Libro 5)

    Por

    Cheryl Bolen

    Traducción: Gabriel Herrera Cuenca

    Capítulo 1

    Catherine Bexley había sido apartada de la sociedad, y de aquellos asfixiantes salones de la alta sociedad, durante demasiado tiempo. Sus buenos modales se habían erosionado de manera deplorable, pero es que, simplemente, no podía obligarse a escuchar el parloteo incesante de Maxwell Longford cuando, en otro lugar cercano, se discutían otros temas más interesantes.

    Estaba mucho más interesada en la conversación de Felicity Moreland. (Aunque Catherine estaba bastante segura de que las palabras de cualquier otra persona serían más interesantes que los relatos llenos de aburrimiento del señor Longford, los cuales versaban sobre la prometida de su hermano, una prima sexta, dos veces rechazada, por un vizconde).

    Mientras asentía con la cabeza y sonreía levemente al Sr. Longford como si realmente lo hubiera estado escuchando, Catherine caminó poco a poco a través del mobiliario que estaba frente a los bailarines para estar más cerca de Felicity.  Una vez se encontró a una distancia cercana de ella, a su vez era el mismo espacio que ahora la separaba del señor Longford de aspecto afligido. Sin duda, se trataba de una brecha  que un hombre decidido como él  pronto cerró, sin el menor error en su monólogo.

    Felicity le estaba contando a su compañera sobre uno de los gemelos Steffington.

    —Melvin no se parece en nada a su libertino hermano  —había dicho Felicity, es bastante aficionado a los libros. ¿Puedes creerlo? ¿Quién iba a pensar que uno de los amigos de mi hermano estuviese cursando un doctorado en literatura clásica en Oxford? No hay nada que el señor Steffington no sepa sobre libros viejos y manuscritos antiguos.

    Ante la mención de libros antiguos, el interés de Catherine aumentó.

    —Es por eso que mencioné este tema —continuó diciendo Felicity, levantando su mirada hacia la multitud de parejas que bailaban frente a ellos mientras continuaba hablando con la matrona a su lado.

    —Está buscando un puesto en una biblioteca privada, e inmediatamente pensé en el amigo de tu hermano.

    —Oh, Dios mío—. La corpulenta compañera de Felicity se sobresaltó haciendo que se movieran, levemente,  las enormes perlas que colgaban de su flácido cuello.

    —Wharton ya tiene al hombre más capaz que pueda imaginarse dirigiendo la biblioteca en Havenworth. La mujer sacudió la cabeza con tristeza.

    —Es una pena que el gemelo Steffington tenga que ganarse la vida.

    No podría haber sonado más comprensiva si el desafortunado gemelo  se hallase en su lecho de muerte.

    — ¡Y pensar  que el que compartió el útero con él, es un barón!

    La bella Felicity le ofreció a su compañera una sonrisa diabólica.

    —Debe saber, Lady Ann, que admiro mucho  a aquellos hombres que se abren camino en la vida.

    La mano de Lady Ann voló a su boca y el carmesí subió a sus mejillas.

    —Había olvidado por completo que su querido esposo era un rico hacendado.

    La propia Catherine tuvo dificultades para recordar los humildes orígenes de Thomas Moreland. No es que le importara un comino mantener la separación de clases. Había leído demasiado a Thomas Paine (tanto, de hecho, que su difunto esposo, el señor Bexley, se había desecho del ejemplar que ella poseía de El Sentido Común, y a su vez cuando Catherine sugirió que se le permitiera votar a su criado y además, que tuvo la osadía de sentarse a tomar el té con su cocinero él, enfurecido, arrojó al fuego sus Derechos del Hombre).

    Pronto, las otras dos mujeres empezaron a comentar sobre las jóvenes bellezas de Bath en esta temporada, y el interés de Catherine se desvaneció.

    —Digo, señora Bexley —dijo el sr. Longford, al tiempo que ella se abanicaba.

    —Sé que no le apetece estar con los hombres, debido a que hace poco abandonó su luto, pero seguramente no encontrará que un paseo durante el día en Sydney Gardens es demasiado frívolo.

    Esta era la primera vez que Catherine había escuchado al hombre aburrido desde que se sentó en el sofá de damasco escarlata que bordeaba el salón de baile. Ahora aprovechó la oportunidad para mirar al individuo. Poseía una nariz aguileña, un mentón fuerte y un rostro muy fino que estaba enmarcado por un peinado elegante que poseía el color de la corteza de un árbol. Su corbata almidonada estaba hábilmente anudada en forma de cascada.

    No había nada en su apariencia que no le agradara. A menos que estuviera de pie. Su altura era considerablemente más baja que la del hombre promedio.

    —No creo que montar a caballo sea en absoluto frívolo, señor Longford. Conozco a muchas personas serias  que lo hacen a diario.

    —Entonces será un placer para mí, pasar por usted mañana por la tarde. Sus ojos azules acuosos brillaron y sus cejas se arquearon con arrogancia.

    —Ahora que me ha honrado tan singularmente.

    Se sintió bastante aliviada de que el señor Longford hubiera pasado desapercibido su explicito desinterés. De verdad que es una buena actriz. (¿O acaso él creerá que todos acogen con entusiasmo las palabras que salen de su boca?)

    ¡El hombre realmente se sintió honrado! Ahora si la dejará tranquila. Estaba ansiosa por interrogar a Felicity sobre el  gemelo erudito. Tal vez si ella fuera abiertamente grosera con el hombre a su lado, él se marcharía.

    No hizo falta hacer nada de eso. El Sr. Longford pronto vislumbró a su hermano —sin duda de pie con la prima sexta, dos veces rechazada, del muy respetado «Vizconde Alguien Importante»—  y solicitó permiso para retirarse.

    —Debo ser agradable con la señorita Turner-Fortenbury, que usted recordará es la prima de Lord Finchton.

    —Prima sexta, ¿no es así?— dijo Catherine— ofreciéndole una sonrisa tímida.

    —De hecho lo es. Será solo una conexión más entre mi familia y la nobleza, una vez que ella se case con mi hermano.

    Mientras caminaba por la periferia del salón de baile, con las cejas perfectamente alineadas hacía los senos de las damas, a Catherine se le ocurrió que una de las razones por las cuales el Sr. Longford persistía en sentarse a su lado podría ser que estaba encantado de encontrar una dama que no bailara. Debía ser vergonzoso para un hombre de su estatus que todas las parejas de baile lo superasen en altura.

    También otra de las causas por las cuales ella pensaba que podía ser atractiva para él eran sus vínculos con el conde de Mountback. Ese tipo de cosas parecía ejercer una fuerte atracción sobre el Sr. Longford.

    Sacudiendo su abanico pintado a mano, contra el aire viciado de la cámara, Catherine inmediatamente encaró a su vieja amiga, la bella y hermosa Felicity.

    —Por favor, ¿puedes especificar cuál  gemelo Steffington es cuál?

    La dama negó con la cabeza.

    —Blanks es el único que ha sido capaz de distinguirlos, aunque creo recordar que Glee indicó que pensaba que estaba logrando en cómo detectar cuál era cuál o quién era quién.

    —Nunca he podido entender cómo se distingue a un gemelo idéntico del otro— dijo Catherine.

    Mientras Catherine hablaba, la compañera mayor de Felicity se puso de pie. La luz de los cinco enormes candelabros que se encontraban a lo largo del techo del salón de baile iluminó su rostro mientras su mirada se abanicaba sobre los bailarines reunidos.

    —Parece que he perdido de vista a mi Maryann. Tendré que asegurarme de que esa chica frágil no se haya desmayado. Hace mucho calor aquí.

    Catherine no entendía cómo alguien podía perder de vista a Maryann St. Clare porque se trataba de un ser enorme. Ella había presenciado fácilmente cómo la masa violeta que era el vestido de la dama atravesaba la amplia entrada al salón de té, donde sin duda había una variedad de pasteles que eran probados por los labios de la joven.

    Una vez que Lady Ann se dirigió al salón de té, Felicity centró toda su atención en Catherine.

    —Estoy muy feliz de verte de nuevo en sociedad, al igual que muchos de los caballeros que están aquí esta noche. Estás siendo demasiado severa al no bailar con ellos. Ha pasado más de un año desde la muerte de Bexley.

    —Sé que tienes razón. Pero es que no es solo que me parezca frívolo bailar después de su fallecimiento, sino que tampoco me gusta estar disponible para algún hombre porque no tengo deseos de volverme a casar.

    Catherine reprimió un bostezo, agradecida de que las festividades de la noche pronto llegarían a su fin. Había hecho el curioso descubrimiento de que sentarse y observar a los bailarines resultaba mucho más agotador que bailar.

    Felicity permaneció callada, pero sus ojos color zafiro se suavizaron. Ahora Catherine entendía por qué el esposo de Felicity siempre la prefería vestida de azul como vestía esta noche, sin duda para complacerlo.

    Catherine se encogió de hombros.

    —Por supuesto, puedo verme obligada a casarme de nuevo si no puedo reclamar la herencia del Sr. Bexley.

    Como eran buenas amigas, Felicity era una de las pocas personas que conocía la precaria situación financiera de Catherine.

    —Es terrible que la única cosa de valor que poseía Bexley haya sido robada. Creo que deberías hacer  que se sepa por todas partes que el raro tesoro de Bexley fue hurtado. Eso debería evitar que un coleccionista desprevenido lo compre.

    —Ojalá pudiera, pero para honrar la memoria de Bexley, me negué a que se supiera que un solo artículo era su única posesión valiosa, y aunque yo lo tuviese, era extremadamente importante. El pobre señor Bexley era un hombre muy orgulloso. Él siempre quiso que todos sus amigos lo considerasen un hombre rico.  Al honrar la imagen que su difunto esposo buscaba, de alguna manera,  expiar la culpa que sentía por ser una viuda alegre.

    —Era demasiado orgulloso, y me gustaría que no lo canonizaras. Era un marido muy insensible, y bien lo sabes.

    —Es cierto. Por eso debo encargarme de que los recuerdos asociados con el Sr. Bexley sean agradables, porque me temo que su lugar de descanso final no será nada placentero.

    Felicity se echó a reír. Luego se disculpó. Después agarró el brazo de su amiga con su mano enguantada.

    —¡Mira, Catherine! Ahí está uno de los gemelos. Te lo aseguro, no los he visto en una eternidad, y en cuanto hablamos de ellos, uno de ellos se materializa.

    La viuda Bexley se dio la vuelta para mirar la puerta que daba a la sala de cartas. Allí estaba uno de los gemelos de cabello oscuro, bien vestido y más alto que el promedio. Su chaqueta negra le quedaba perfectamente. De hecho, de la cabeza a los pies, su vestimenta era impecable. Ella lo estudió. Cualquier sensación de debilidad implícita en su complexión delgada fue rápidamente compensada por un rostro poderoso y la solidez que transmitía su nariz patricia. Por el comportamiento altivo del hombre, Catherine estaba casi segura de que este gemelo debía ser el barón. ¿Es así como Blanks los distingue?

    Recordó a Glee diciéndole que el gemelo inteligente era un poco introvertido. Introvertido o no, Catherine sabía que el gemelo inteligente y tímido era precisamente lo que ella necesitaba. Pero, ¿cómo podría conseguir que él la ayudara? No tenía dinero y se negaba a usar sus encantos femeninos incluso si ese gemelo en particular fuera susceptible a tal estratagema, lo cual estaba convencida de que, de todas maneras, no funcionaria. Catherine se volvió hacia Felicity.

    —Dado que su hermano es uno de sus mejores amigos, le ruego que lo llame para que se una a nosotros. Felicity levantó una ceja burlona.

    —Si quieres, querida.

    Cuando la mirada del gemelo solitario se conectó con la de Felicity, una sonrisa cruzó su rostro y comenzó a cruzar la elevada cámara hacia ellos. Se inclinó ante la hermosa rubia, besó la mano que le ofrecía y luego asintió con la cabeza hacia Catherine.

    — ¿Recuerda a mi amiga, la Sra. Bexley? — preguntó Felicity, tímidamente. Absteniéndose de dirigirse a él para no confundirlo con su hermano.

    —De hecho lo hago. Le sonrió a Catherine.

    — ¿Confío en que su período de luto haya terminado?

    —Finalizó hace dos meses— respondió Catherine.

    —Entonces debe hacerme el favor de concederme esta pieza.

    —Ay, aún no estoy preparada para volver a bailar.

    —Hablando de baile— le dijo Felicity al gemelo— ha pasado una eternidad desde que le vi en las salas de reuniones, aunque mi hermano me mantiene informada sobre todos sus amigos, incluidos usted y su hermano. Él frunció el ceño.

    —Me atrevería a decir que la razón por la que no me ha visto en una eternidad es que Bath ha perdido su atractivo desde que su hermano y Blanks se casaron y se fueron a sus propiedades. Incluso mi hermano ya no anda por aquí.

    Así que este gemelo, definitivamente, no era el erudito.

    —Debe estar muy orgulloso de su hermano— dijo Catherine.

    —Tengo entendido que ha obtenido un Doctorado en Letras, un logro impresionante.

    —Siempre he estado orgulloso de él, pero desearía que fuera un poco más amante de la diversión.

    —Voy a sonar como una hermana mayor— dijo Felicity—y le diré que es hora de que se establezca y se case como lo han hecho George y Blanks.

    La mirada de Catherine se posó en él y asintió.

    —Debe reconocer, esos dos hombres parecen ser muy dichosos.

    —Por favor, no crea que no estoy contento de que mis viejos amigos sean felices. Miró el espacio en el sofá junto a Felicity.

    — ¿Me permitiría sentarme a su lado, mi señora?

    —Por favor, hágalo.

    Se sentó en el sofá y empezó a hablar casi como si estuviera pensando en voz alta.

    —Sedgewick ciertamente merece la felicidad que ha encontrado después de su dolorosa pérdida.

    Felicity asintió solemnemente.

    —Sé que lo extraña.

    — ¡La diversión que solíamos tener antes de que Blanks y Sedgewick se casaran!

    Aunque Catherine nunca había hablado más de quince palabras con ninguno de los gemelos, se sintió obligada a manifestar  su opinión.

    —Es mi creencia, Sir. Elvin, que usted tiene miedo porque cree que pronto, va a perder la compañía de su hermano.

    Sus cejas se juntaron. —No sé por qué cree que tiene que ganarse la vida. Le he dicho que puede vivir conmigo siempre.

    La voz de Felicity se suavizó. —Me atrevería a decir que está ejerciendo su independencia. ¿Cuántos años tiene usted ahora?

    —Veintisiete años.

    La misma edad que tiene Catherine.

    —Creo que suena como un hombre admirable.

    —Oh, ciertamente lo es— dijo su gemelo.

    — ¿Dónde está su hermano? — Catherine rogó porque estuviese en Bath.

    —Oh, él está conmigo ahora... bueno, en realidad no ahora, en este instante. Lo que quiero decir es que está aquí en Bath, pero no le gustan las reuniones. Él es de esos que prefiere los libros en lugar de las damas, que  a su vez es otra forma  en la que somos diferentes.  Se rio un poco mientras su mirada  se posaba plácidamente en Catherine.

    Felicity asintió. —Todos saben que ustedes dos son muy diferentes.

    —Incluso si te ves igual—agregó Catherine.

    Él la miró. —No lo sabrías si  nos vieras uno al lado del otro, pero Melvin es una pulgada más alto que yo.

    —En realidad, una vez comenté eso en una reunión— dijo Felicity con una risita— ¡pero no sabía cuál de los dos era el más alto!

    El baile había terminado, los músicos estaban guardando sus instrumentos y los mil invitados que habían atestado el salón momentos antes, se estaban marchando. Catherine tuvo que actuar antes de que el barón se fuera.

    —Le ruego que me dé su dirección porque me gustaría enviarle una nota a su hermano por la mañana.

    Él la miró de manera interrogante. Tenemos una casa en Green Park Road. Número 4.

    * * *

    Desde esa casa en Green Park Road al día siguiente, Melvin Steffington partió en el tílburi de su hermano hacia Royal Crescent, donde residía la Sra. Bexley  ¿Por qué diablos esa mujer deseaba verlo? Su breve misiva había sido particularmente vaga. Por mucho que lo intentara, no recordaba conocer a ninguna Catherine Bexley. Ni siquiera podía recordarla como Catherine Hamilton, el nombre que Elvin le dijo que ella tenía de soltera antes de su matrimonio.

    Una lástima que pudiera recordar a todos y cada uno de los personajes de Vidas paralelas de Plutarco, pero no podía recordar a una sola mujer. Excepto Pixie. Quién en realidad no era Pixie. Ella era Glee Blankenship ahora que se había casado con Blanks. Pero Pix no era como otras mujeres. Ella poseía linaje.

    Ató su caballo frente al número 17, la dirección de esta señora Bexley. Las cuarenta casas del Royal Crescent eran algunas de las mejores de Bath, si no las mejores. Melvin supuso que el vasto parque frente al semicírculo de residencias señoriales contribuía a la conveniencia de las casas, pero para su gusto, apreciaba más los contornos delineados al estilo clásico que había empleado el arquitecto en las viviendas. Estaba enamorado de todas las cosas que se originaron con los griegos y romanos.

    Subió los escalones. Antes de que siquiera llamara, la puerta se abrió.

    — ¿Sr. Steffington? —preguntó un hombre con librea verde lima.

    Melvin asintió.

    —Por favor, sígame arriba al salón. La señora Bexley lo está esperando.

    No estaba particularmente interesado en muebles y cosas así, pero no pudo evitar notar lo hermosa que era la casa Bexley. La escalera estaba construida con mármol fino y las barandillas de hierro eran doradas. Abajo había alfombras turcas y encima un candelabro reluciente.

    Fue conducido hacía un  salón de color amarillo pálido, la luz de las altas ventanas iluminaba a la mujer que estaba sentada en un sofá de seda color crema en el centro de la habitación. Parecía casi como si la luz de la cámara enmarcara su rostro más bien como esos rayos de luz resplandeciente que, en las pinturas renacentistas,  iluminan el rostro de la Virgen.

    Supuso que Elvin la encontraría bonita, pero todo lo que Melvin pudo notar fue que ella era pequeña, era atractiva y tenía una edad similar a la de él. Su cabello era castaño claro (¿o era dorado oscuro?), esta mujer le parecía vagamente familiar.

    De repente se le ocurrió que en sus veintisiete años nunca había estado solo con una mujer. Aparte de su madre. Y posiblemente su nodriza cuando estuvo en sus primeros años de vida. Podía conversar durante horas con sus profesores en Oxford, pero era un completo inepto cuando se trataba de hablar con una mujer.

    Ella se puso de pie de un salto y se movió para saludarlo, con una sonrisa en su rostro, sus manos extendidas hacia él. ¿Qué demonios se suponía que debía hacer con sus manos? Aunque Melvin no estaba acostumbrado a fijarse en las mujeres, se encontró pensando en lo hermosa que era su piel suave y cremosa. Y sus ojos verde azulados eran excepcionalmente grandes. A una distancia tan cercana, pudo determinar que su cabello era dorado. Sí, de hecho, Elvin la encontraraba encantadora.

    La mujer fue notablemente amigable. Ella tomó sus manos entre las suyas como si fueran amigos de toda la vida y procedió a expresar su gratitud.

    —Es muy amable de su parte, Sr. Steffington,  en venir a verme hoy. Por favor, siéntese a mi lado para que pueda decirle por qué lo necesito tan desesperadamente.

    ¿De qué podía servirle a esta mujer tan segura de sí misma? Privado de palabras, se dejó caer en el sofá. La señora Bexley no tenía problemas para hablar con hombres que apenas conocía.

    —Cuando escuché mencionar su nombre anoche en los Salones de la alta sociedad, supe que sería usted quien respondería mis oraciones.

    ¡Buen señor! ¿La mujer tenía planes para él? Había oído hablar de mujeres así antes, mujeres que pensaban como un hombre, actuaban como un hombre y, al menos la Sra. Bexley no parecía un hombre. Se aclaró la garganta.

    —Me temo que me ha confundido con otra persona.

    Ella negó con la cabeza vigorosamente.

    — ¡Para nada! ¿No es el caballero que busca un puesto en una biblioteca privada?

    Sus experiencias con bibliotecas privadas lo convencieron de que esta casa era demasiado pequeña para albergar el tipo de biblioteca que pudiese ofrecerle empleo, y tampoco creía que su difunto esposo estuviera en posesión de una casa de campo. Él arqueó las cejas con esperanza.

    — ¿Usted va a ofrecerme ese empleo?

    Se encogió de hombros.

    —No realmente.

    Sus ojos se encontraron y sostuvieron la mirada. Él notó que los de ella eran verdes, o quizás azules, o quizás una mezcla de los dos colores. Ese tono en particular le recordó el Adriático, que había admirado mucho en su gira por Italia.

    —Tengo un grave problema que creo que solo un hombre que posea sus conocimientos puede ayudarme a resolver.

    — ¿Está diciendo que desea contratarme para ayudar a resolver este problema, señora?

    —No realmente.

    — ¿Y entonces de qué se trata? ¿Acaso esta desafortunada mujer tenía problemas mentales? 

    —Confieso que ha despertado mi curiosidad.

    —Mi querido señor Steffington, debe pensar que soy la persona más tonta del mundo. Permítame explicarle. Necesito su ayuda para encontrar un libro extremadamente valioso que fue robado de la biblioteca de mi difunto esposo.

    — ¿Puedo saber el título del libro?

    Los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer. Es uno de los primeros ejemplares, escrito a mano en vitela con hermosos colores y dibujos.

    Sus ojos se agrandaron.

    — ¡Ese manuscrito tiene 400 años!

    Ella asintió.

    —Sí, lo sé.

    —Un libro así valdría una fortuna. Un repentino deseo de ver el resto de la biblioteca del difunto Sr. Bexley se apoderó de Melvin.

    — ¿No existen sólo tres de esos manuscritos?

    Bajó las cejas como si estuviera en profunda contemplación.

    —Creo que el Sr. Bexley, mi difunto esposo, pudo haber mencionado algo al respecto.

    Él la miró a los ojos y asintió.

    —Gutenberg apareció en el mismo siglo en que murió Chaucer, y esas hermosas holografías antiguas a la larga terminaron por desaparecer.

    —Por favor, señor Steffington, ¿Podría explicarme qué es una holografía?

    —Perdóneme. Mi hermano dice que tengo la deplorable costumbre de no comunicarme de una manera fácil de entender. Una holografía es simplemente un documento o manuscrito escrito completamente a mano.

    Una sonrisa radiante iluminó su rostro, dándole una cualidad infantil.

    — ¡Lo sabía!

    —Entonces, señora, ¿por qué me preguntó qué era una holografía?

    —¡Oh, no sabía lo que era una holografía, pero supe anoche en las salas de reuniones cuando Felicity me habló de usted, que era usted quien me ayudaría a recuperar el manuscrito!

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