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Muy buenas noches: México, la televisión y la Guerra Fría
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Libro electrónico384 páginas5 horas

Muy buenas noches: México, la televisión y la Guerra Fría

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Centrada en las noticias transmitidas por la televisión mexicana entre 1950 y 1970, Celeste González de Bustamante cuenta aquí la historia de México durante un tiempo crucial en su desarrollo como país, un momento de confusión internacional ocasionada por la Guerra Fría. La autora explica cómo durante ese periodo, y como producto de supuestos compromisos adquiridos al momento de entregar las concesiones televisivas, la buena relación entre gobiernos y empresas televisoras los llevó a "modelar" la información para beneficio mutuo. Una de las más importantes aportaciones de esta reconstrucción histórica de las noticias de la televisión mexicana durante la Guerra Fría es que se apoya documentalmente en fuentes de Televisa. Algunos de estos valiosos documentos se vinculan con eventos tan relevantes en la historia de México como el asesinato de estudiantes el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas, de Tlatelolco.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 abr 2015
ISBN9786071626578
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    Muy buenas noches - Celeste González de Bustamente

    Fotografía: John de Dios

    CELESTE GONZÁLEZ DE BUSTAMANTE es profesora en la escuela de periodismo de la Universidad de Arizona. Su trabajo de investigación se centra en la historia y el desarrollo de las noticias televisivas y los medios en América Latina, principalmente en México y Brasil, con énfasis en los límites al poder de los medios y la influencia de éstos sobre los ciudadanos en las democracias emergentes.

    MUY BUENAS NOCHES

    México, la televisión y la Guerra Fría

    COLECCIÓN  COMUNICACIÓN

    Traducción

    JAN ROTH KANARSKI

    CELESTE GONZÁLEZ DE BUSTAMANTE

    Muy buenas noches

    MÉXICO, LA TELEVISIÓN

    Y LA GUERRA FRÍA

    Prefacio

    RICHARD COLE

    Primera edición en inglés, 2012

    Primera edición en español, 2015

    Primera edición electrónica, 2015

    Título original: Muy Buenas Noches: Mexico, Television and the Cold War

    © 2012, Board of Regents of the University of Nebraska

    El capítulo sexto fue publicado anteriormente en inglés como Olympic Dreams and Tlatelolco Nightmares: Imagining and Imaging Mexican Television News, Mexican Studies / Estudios Mexicanos 26, núm. 1 (2010), pp. 1-30 © University of California Institute for Mexico and the United States y Universidad Nacional Autónoma de México Reproducido con la autorización de la University of California Press

    Diseño de la colección: María Luisa Passarge

    D. R. © 2015, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-2657-8 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Para Héctor y Claire

    ÍNDICE

    Portada

    Prefacio

    Agradecimientos

    Introducción

    1. El surgimiento de la televisión en México

    2. La invención de las teletradiciones

    3. Rebeldes y revolucionarios

    4. Los primeros diplomáticos de la televisión

    5. Cohetes calientes y Guerra Fría

    6. Sueños olímpicos y pesadillas de Tlatelolco

    7. Victoria para los brasileños y para Echeverría

    Conclusión

    Bibliografía

    PREFACIO

    Quien sepa lo mínimo acerca de la televisión en América Latina sabrá que Televisa constituye una fuerza cultural, política y económica sumamente poderosa, tanto en México como en todo el hemisferio. Durante la segunda mitad del siglo XX, el Grupo Televisa se convirtió en el conglomerado mediático más redituable e influyente en el mundo de habla hispana. Por décadas sus telenovelas han sido exportadas a más de cien países. Hay gente de sitios tan alejados como la antigua Yugoslavia que asegura haber aprendido el español viendo Los ricos también lloran, la afamada serie dramática protagonizada por Verónica Castro en 1980. Sin embargo, aún queda mucho por aprender acerca de cómo esta compañía y quienes la crearon fueron capaces de erigirse como una autoridad que hoy en día rivaliza con el Estado y con otras instituciones como uno de los entes políticos y culturales más influyentes de la nación.

    El televidente ocasional hispanohablante tal vez habrá escuchado hablar de Televisa, pero es seguro que no sabría explicar cómo esta compañía creció al punto de igualar su grado de influencia en el público televidente al de las instituciones políticas más poderosas de México. Ello se debe a que ha sido muy poco lo que se ha publicado sobre este grupo mediático desde una perspectiva histórica, sobre todo en inglés. ¿Qué veía el público durante los primeros años de la televisión? ¿Qué temas pensaban los ejecutivos y reporteros de los noticiarios que los televidentes debían ver? ¿Qué asuntos permanecían fuera del aire y por qué razón? ¿De qué manera influían las empresas estadunidenses sobre la televisora mexicana y sobre su programación? Éstas son sólo algunas de las líneas de investigación que Celeste González de Bustamante desenreda y algunas de las preguntas que responde en Muy buenas noches.

    Estos interrogantes fueron de vital importancia durante el otoño de 1968, cuando reporteros y fotógrafos extranjeros coincidieron en México durante la XIX Olimpiada, los primeros y, hasta la fecha, los únicos juegos olímpicos disputados en América Latina. Mientras los políticos y los ejecutivos de los medios intentaban mostrar la cara más brillante y moderna del país, la voluntad autoritaria del gobierno llevó al asesinato en masa en una plaza de la Ciudad de México, donde murieron cientos de estudiantes y transeúntes. La masacre ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, grabada en la memoria colectiva de sus habitantes, se mantiene como una de las mayores tragedias del país, como un punto de inflexión en el que la sociedad civil emerge, y este hecho coadyuvó para que el país poco a poco se opusiera a la mano dura de un gobierno unipartidista. Fue en esta coyuntura crítica que el punto de vista de los funcionarios públicos y el de los ejecutivos de la televisión se separaron, lo que condujo a un llamado por la nacionalización de la industria. En la década de 1960, cuando trabajé por un tiempo en The News, el periódico en inglés de la Ciudad de México, Telesistema Mexicano era el pulpo de la comunicación masiva en el país. Las observaciones de González de Bustamante acerca de Telesistema Mexicano y del clima político de esa turbulenta etapa son acertadas.

    Muy buenas noches se enfoca en la historia de los noticiarios televisivos entre 1950 y 1970, relatando así la historia de México y sus ciudadanos en un momento crucial en el desarrollo de la nación, en medio del desorden internacional causado por la Guerra Fría, y marcado por eventos como la toma de La Habana por Fidel Castro en 1959 y los primeros pasos del hombre en la Luna en 1969. Se trata de una historia épica que sería difícil —si no imposible— relatar sin recurrir a las fuentes primarias de Televisa. Pocos académicos han tenido acceso a los ricos archivos de libretos de la compañía; González de Bustamante ha sido una de las primeras académicas estadunidenses en consultarlos, por lo que pudo examinar temas que otros autores sólo han podido abordar en términos genéricos y teóricos. La fortaleza de Muy buenas noches radica en la habilidad de la autora para mostrar cómo los ejecutivos de la televisión mexicana presentaban a los televidentes la nación y el mundo entero, y cómo en los noticiarios a menudo se borraba la línea que separaba los intereses comerciales de los objetivos del Estado mexicano y la vida de los televidentes.

    La utilidad de un estudio como éste es evidente para los estudiosos y académicos mexicanos, pero el tema de la televisión y México también puede interesar a quien tiene a los Estados Unidos como objeto de estudio. ¿Por qué? En primer lugar, México es el tercer socio comercial externo de los Estados Unidos, después de Canadá y China. Más aún, México es el destino más popular entre los turistas estadunidenses que buscan vacacionar fuera de su país. Además, al conocer lo que ocurre más allá de su frontera sur, los estadunidenses aprenden más sobre sí mismos. Según el censo de 2011 en los Estados Unidos, los latinoamericanos constituyen la minoría étnica más numerosa y de mayor crecimiento en ese país, y la mayor parte proviene de México. Por último, no debemos olvidar que una buena parte de ese país alguna vez perteneció a México, hasta el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848. Debemos admitirlo: histórica, cultural, política y económicamente los Estados Unidos y México están unidos por la cadera. Los conflictos y los lazos entre ambos países se revelan y aclaran en Muy buenas noches.

    RICHARD COLE

    AGRADECIMIENTOS

    Este proyecto comenzó en la Universidad de Arizona durante un seminario de investigación sobre la historia del México moderno. Ahora, más de diez años después, es un libro. El financiamiento para la investigación en que se basa provino de varias fuentes, entre ellas la Tinker Foundation, la American Philosophical Society y el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Arizona.

    En el transcurso de la última década, muchas personas, cercanas y lejanas, me brindaron su ayuda en este proyecto, de diversas y a veces inesperadas maneras. Al hacer un recuento, me siento abrumada y honrada por toda la ayuda e inspiración recibida, y tengo que reconocer que definitivamente no hubiera terminado este libro sin el apoyo de todos ellos.

    En México, aprecio y agradezco la ayuda de los archivistas, especialmente a Gustavo Bazán y Sandra Peña, quienes me brindaron su experiencia en la Biblioteca Miguel Alemán, el Archivo General de la Nación, la Biblioteca Nacional y el Archivo Histórico de la UNAM. Aprecio profundamente la oportunidad de haber tenido acceso a los archivos de noticieros de Televisa en Chapultepec y en el Estadio Azteca para realizar mi investigación. Agradezco de manera especial al licenciado Jorge Vidaurreta, a Mario Arrieta Gutiérrez y a Antonio Ruiz Maquedan. Quedo también muy agradecida con quienes me permitieron entrevistarlos, entre otros, Miguel Alemán Velasco, Raúl Álvarez Garín, Lolita Ayala, Pablo García Sáinz, Patricia Fournier, Adriana Labardini (quien me recibió en su hermoso hogar), Jorge Perezvega, Ana Ignacia Rodríguez, Miguel Sabido y Jorge Saldaña.

    Agradezco a mis colegas de instituciones académicas de México —Manuel Guerrero y Julia Palacios de la Universidad Iberoamericana y Jorge Martínez de la UNAM—, quienes me prodigaron su apoyo y sus invaluables puntos de vista. Doy gracias a Guillermo Palacios, de El Colegio de México, por su ayuda y por llevarnos a mi esposo Héctor y a mí a disfrutar las mejores margaritas del mundo en el restaurante San Ángel Inn. No puedo olvidar la orientación y los consejos que a lo largo de los años me brindó la muy sabia doctora Carmen Nava, de la Universidad Autónoma Metropolitana. Gracias también a la familia Gudiño, nuestros vecinos en la Ciudad de México, quienes adoran a Claire y nos hicieron sentir como en casa mientras completaba mi investigación para la tesis y aun mucho después.

    Cercanos a casa, le debo mi eterna gratitud a mi consejero y ahora colega de la Universidad de Arizona, Bill Beezley, por su apoyo incondicional. Es bueno saber que mi antiguo mentor se encuentra a un campo de futbol de distancia, pues, como dicen, quien una vez es consejero, siempre es consejero. Sería negligencia no mencionar a los otros dos Hombres Sabios de la universidad que fueron importantes pilares para mí: Bert Barickman y Kevin Gosner. Asimismo, agradezco a mi mentora, querida amiga y colega Jacqueline Sharkey, quien me animó a volver a cursar un posgrado y después, como mi directora, me brindó el apoyo necesario para navegar en el mundo académico. A Héctor González, mi amigo y antiguo supervisor, y quien debería ser académico, le agradezco su constante interés y ánimo.

    Me siento bendecida de poder trabajar en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Arizona, junto con algunos de los mejores colegas del país. Del mismo modo, agradezco a la facultad, en especial a Jeannine Relly, por sus palabras de aliento y por su genuino interés en mi trabajo. Agradezco a mi querido colega y gran editor Bruce Itule, quien leyó críticamente el borrador inicial del manuscrito. Kevin Gosner hizo lo mismo, y además otorgó al libro una perspectiva histórica. Enhorabuena a John de Dios, quien me ayudó a preparar las imágenes del libro. Igualmente a Kevin Andrade, estudiante de posgrado, quien me asistió en las últimas etapas del manuscrito. Gracias también a Tom Gelsinon, del Departamento de Estudios Mexico-Americanos de la Universidad de Arizona.

    Al paso de los años el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Arizona se ha convertido en mi segunda casa, por lo que me gustaría agradecer particularmente a Raúl Saba, Scott Whiteford, Colin Deeds, Julieta Gómez González y al profesor emérito Ed Williams, todos ellos maravillosos colegas y amigos.

    Fuera de la Universidad de Arizona, Roderic Camp me brindó su apoyo y sus valiosos conocimientos acerca de la política mexicana. En varios momentos de este proyecto llegué a conocer y a recibir el apoyo de un gran número de académicos, que han sido una maravillosa fuente de guía e inspiración. Esos estimados colegas son Robert Alegre, Ann Blum, Elaine Carey, Manuel Chávez, Richard Cole, Leonardo Ferreira, Bill French, James Garza, Sallie Hughes, Andrew Paxman, Otto Santa Ana, Lucila Vargas y Eric Zolov. Una nota de gratitud especial va para Liza Bakewell, quien no sólo me indujo a terminar el proyecto; también me abrió las puertas de la Ciudad de México. ¡Gracias, comadre!

    Agradezco también a mi grupo de estudios por su inspiración intelectual, tanto durante los días en que elaboraba mi tesis como en épocas posteriores: Elena Albarrán Jackson, Maritza de la Trinidad, Tracy Goode, Dina Berger, Amie Kiddle, Amanda López, Mónica Rankin, Ageeth Sluis, Rachel Kram Villarreal, Gretchen Raup, Laura Shelton y Aurea Toxqui.

    Igualmente estoy en deuda con los editores de la University of Nebraska Press; con Heather Londine y Bridget Barry, así como con Susan Silver y Foster Zucco, quienes me ayudaron a enriquecer este trabajo.

    Estoy eternamente agradecida con mis buenos amigos de Tucson: Lili Bell, Erma Ciancimino, Hilda Greenwald, Milani Hunt, Jessica Judd y Lynette Leija, quienes han soportado mis locuras durante varios años, cuando trabajaba en este y en otros proyectos, y quienes han sabido perdonar mi ausencia en las reuniones.

    Ya muy cercanos a casa, estoy en deuda con Antonia (Toña) Rodríguez, quien cuidó a mi mayor alegría, Claire, mientras yo realizaba la investigación para el libro. Agradezco a mi hermana Shelley London, quien siempre ha sido el soporte de mis sueños intelectuales y atléticos. Agradezco a mis padres, Sam y Nina González, porque siempre me han apoyado, en California, México y Tucson, pero especialmente durante los últimos años, en que trabajaba para terminar el manuscrito. Agradezco a mi madre por su amor, por esa habilidad para criar niñas que llevó de Oaxaca, México, a Tucson, Arizona, y por sus invaluables servicios de taxista. Por último, agradezco a las dos personas más cercanas a mí y que han visto más de este proyecto que cualquier otra persona (aunque sea de reojo, mirando sobre mi hombro, mientras yo me concentraba en la pantalla de la computadora): mi esposo Héctor y mi hija Claire; ¡con gusto les doy las gracias y los alabo por el resto de mi vida!

    INTRODUCCIÓN

    Esos hogares pueden carecer de un buen suministro de agua, de calefacción, de una buena estufa o de una lavadora, pero nada de eso importa tanto como un televisor.

    LUIS BECERRA CELIS

    El sudor brotaba de su frente y le empapaba la camisa, mientras Emilio Azcárraga Milmo, hijo de uno de los caciques mediáticos más influyentes del país, saludaba a miembros de la prensa. Había tomado seis años erigir el Estadio Azteca, pero ahora Azcárraga Milmo se preparaba para inaugurarlo. Se limpió el entrecejo, tomó un micrófono y dio la bienvenida a reporteros y fotógrafos a la comida de prensa. Hasta ese momento Azcárraga junior, como a veces era llamado cariñosamente, había vivido a la sombra de su padre, el León, Emilio Azcárraga Vidaurreta, quien en 1950 había rugido que él era el zar de la radio mexicana y que pronto sería el zar de la televisión nacional.¹ Sin embargo, ese caluroso día de primavera, el 29 de mayo de 1966, en que fue inaugurado el estadio, Azcárraga Milmo salió de la sombra de su padre y se paseó junto al presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz. Ambos caminaron a través de un campo de futbol cuidadosamente podado, a lo largo de un oscuro túnel de concreto, para abordar un sedán negro último modelo. El chofer paseó al presidente y al naciente magnate de los medios por toda la estructura de cien mil toneladas de concreto. Azcárraga Milmo era dueño del estadio y del equipo local, el Club América. Había adquirido el equipo en 1959, anticipando la construcción del estadio y el imperio que sería su compañía.²

    En ese momento se reunían ciento cinco mil fanáticos del futbol, mientras los camarógrafos de televisión grababan la ceremonia inaugural.³ En la XHTV, Canal 4 de Telesistema Mexicano, los narradores anunciaban el momento en que, a cuatro años de que el entonces presidente Adolfo López Mateos pusiera la primera piedra del estadio, otro presidente acudía a inaugurarlo.⁴ Uno de los dos narradores resaltaba: Azcárraga Milmo y el presidente están a punto de entrar al auto,⁵ y que el presidente estaba siempre junto a Emilio Azcárraga. Al comenzar las noticias vespertinas Jacobo Zabludovsky, el conductor de noticiarios más conocido en la Ciudad de México, y Pedro Ferriz Santa Cruz daban detalles acerca de la ceremonia inaugural a los habitantes de la capital. Ferriz comentaba: Nosotros, como mexicanos, también nos sentimos orgullosos de tener un estadio de tal magnitud y que en todo sentido es mejor que cualquier otro en el mundo. He estado en el Estadio Maracaná de Brasil y en el de Wembley de Inglaterra, en el Estadio Nacional de Santiago y en el de Tokio, y a mi parecer el nuestro es más funcional en todos los sentidos.⁶

    Las imágenes de Díaz Ordaz y Azcárraga Milmo caminando juntos son una metáfora de los estrechos vínculos que unían al gobierno con los medios de comunicación durante la segunda mitad del siglo XX. La mayoría de los académicos han llegado a la conclusión de que Televisa, en lo que se convertiría Telesistema Mexicano en 1973, caminaba al mismo paso que el gobierno y el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el partido gobernante durante 71 años (1929-2000).⁷ Ningún académico veraz podría poner en duda que los lazos políticos entre los ejecutivos de la televisión y el partido ayudan a explicar el largo reinado del PRI. pero esto sólo es una parte de la historia. ¿Cómo ocurrió esto día a día y a través de los años?

    Sin duda, las decisiones gubernamentales que regulan las comunicaciones y la infraestructura de las telecomunicaciones ayudaron a desarrollar la industria de la televisión y facilitaron el éxito de Televisa, que al finalizar el siglo XX se encontraba entre las más poderosas compañías de medios del mundo. El Grupo Televisa dominaba tanto en producción como en ganancias en el mundo de habla hispana. En 1977 la compañía había transmitido 21 423 horas de programación televisiva para aproximadamente 28 millones de televidentes, con 60% de la programación producida en el país. Los ingresos de la compañía por publicidad alcanzaron los 144 millones de dólares, en tanto que el ingreso de todas las ventas de publicidad llegaba a un total de 184 millones de dólares.

    Mucho antes de que la televisión cumpliera 20 años (1950-1970), los barones mediáticos y los funcionarios de gobierno habían desarrollado lazos políticos, económicos y sociales.⁹ La cercanía entre el magnate Rómulo O’Farrill y el presidente Miguel Alemán Valdés facilitó las cosas para que el primero actuara como prestanombre del entonces presidente cuando se creó la primera estación de televisión en el país, la XHTV.¹⁰ En varias ocasiones Emilio Azcárraga Milmo se refirió a sí mismo como un soldado del PRI.¹¹ Pero a pesar de la cercanía entre los caciques mediáticos como Azcárraga Milmo y el PRI, la relación no fue algo estático ni transcurrió sin tensiones; forjada a lo largo de los años, en ocasiones se puso a prueba. En la década de 1950 Azcárraga Vidaurreta tenía que pasar por el secretario particular del presidente para concertar reuniones con Alemán, un indicio de que ambos no eran precisamente amigos del alma.¹² En 1968 el presidente Gustavo Díaz Ordaz criticó la cobertura que hizo Telesistema Mexicano del movimiento estudiantil y de la masacre en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre, a pesar de la evidencia de que fue en extremo limitada. Al comenzar la década de los setenta el presidente Luis Echeverría amenazó con apoderarse de la industria de la televisión en una oleada de esfuerzos por nacionalizarla.¹³

    Hacia el final de los noventa, Azcárraga Milmo empezó a criticar al PRI, y sus defensores aseveran que el empresario jamás pidió a los empleados de Televisa a proclamarse también soldados del PRI.¹⁴ Miguel Alemán Velasco, hijo del ex presidente y quien dirigiera la primera sección de noticias de la compañía a finales de los sesenta y principios de los setenta, actuó como enlace entre la compañía y el gobierno, y afirma de igual manera que nunca se declaró soldado del PRI.¹⁵ De hecho, el eterno conductor de noticas Jacobo Zabludovsky admitió que tuvo que seguir las órdenes de Azcárraga Milmo, pero que el Tigre, como era conocido por amigos y enemigos, nunca le dijo directamente que respaldara al PRI.¹⁶

    Para seguir con la metáfora, al pasar en cámara lenta el movimiento de la imagen el espectador puede darse cuenta de que Díaz Ordaz y Azcárraga Milmo caminaban juntos, pero no exactamente sincronizados. Avanzaban en la misma dirección pero a velocidades distintas, y cada uno ocupaba su propio espacio en la pantalla. Lo mismo puede decirse de la relación entre los ejecutivos de la televisora y los funcionarios de los gobiernos de 1950 a 1970. Díaz Ordaz tuvo una relación menos amistosa con Azcárraga Milmo, especialmente después de 1968, de la que sus predecesores Adolfo López Mateos y Miguel Alemán Valdés habían tenido con los magnates de los medios.¹⁷

    PROPÓSITO Y DISEÑO DEL ESTUDIO

    De 1950 a 1970, es decir, durante el apogeo del PRI y de la Guerra Fría, la televisión apareció como la herramienta más novedosa y valiosa para quienes se interesaban en conquistar el corazón y la mente de los ciudadanos. Este libro busca describir y explicar el papel que desempeñaron ejecutivos, productores y reporteros televisivos en ese esfuerzo. Bajo la dirección de sus ejecutivos, los productores fungían como autoridades culturales que podían, en gran medida, reforzar los mensajes que las autoridades políticas querían diseminar, aunque no siempre fue así.¹⁸ Este libro se enfoca en los nexos entre el poder y la cultura mediante cinco estudios de caso, con dimensiones nacionales e internacionales. Los casos están relacionados con los siguientes temas: 1) revolucionarios mexicanos y cubanos durante 1959; 2) visitas de presidentes y jefes de Estado, tanto de México como de otras naciones al país; 3) la carrera espacial y la participación del país en la competencia tecnopolítica de la Guerra Fría; 4) el movimiento estudiantil y las Olimpiadas de 1968, y 5) la elección presidencial y la Copa Mundial de Futbol en 1970. En estos casos es posible realizar un análisis del poder en dos niveles fundamentales: en el nivel internacional, el libro examina la hegemonía extranjera (principalmente estadunidense) que se ejerce sobre el Estado y sobre los medios de comunicación nacionales, y en el nivel nacional, el estudio se concentra en la influencia que el Estado ejerce sobre los medios de comunicación y cómo éstos, a su vez, influyen sobre los ciudadanos.

    Las dimensiones nacionales e internacionales de los casos elegidos son ideales para examinar la cuestión central del libro: los límites de la hegemonía cultural de la televisión durante el auge del PRI y de la Guerra Fría. Se llama hegemonía cultural al proceso por el que los diferentes grupos sociales aceptan y asimilan las ideas y creencias de la clase dominante, en este caso las que detentaban quienes controlaban el espacio televisivo.¹⁹ En una región azotada por el autoritarismo interno y una fuerte influencia extranjera, el concepto de hegemonía cultural puede ser útil para comprender la complejidad del proceso mediante el cual las naciones y los ciudadanos, enfrentados a poderes dominantes como el Estado-nación y los Estados Unidos, consentían y, a veces, resistían tal poder. T. J. Jackson Lears resume el valor que tiene la hegemonía cultural:

    Los historiadores del pensamiento tratan de entender cómo las ideas refuerzan o socavan las estructuras sociales existentes, y los historiadores sociales buscan reconciliar la aparente contradicción entre el poder que ejercen los grupos dominantes y la relativa autonomía cultural de los grupos subordinados a los que victimizan.²⁰

    El reconocimiento de que tanto los productores de noticiarios como los televidentes tienen una relativa autonomía cultural responde los principales interrogantes de este libro: ¿cómo y hasta qué grado las noticias transmitidas por televisión entre 1950 y 1970 lograron reflejar o diferir de las posiciones gubernamentales y de los intereses estadunidenses? O, dicho de otra manera, ¿cuáles eran los límites de la hegemonía cultural en los noticiarios de televisión? ¿Hasta qué punto los televidentes aceptaban como ciertos los mensajes difundidos?

    Enfocar este trabajo en los límites de la hegemonía cultural nos abre la puerta para plantear otras preguntas críticas: ¿cómo contribuyeron los productores de medios y noticiarios televisivos a que el PRI conservara el poder por tanto tiempo? Si la prensa televisada desempeñó un papel en la legitimación del PRI entre los ciudadanos, ¿qué impulsó a miles de obreros ferroviarios, estudiantes y grupos populares a enfrentarse al partido gobernante en 1958, 1959 y 1968? ¿Qué clase de mensajes antihegemónicos difundían las agrupaciones populares? También podemos preguntarnos acerca del liderazgo estadunidense en la región: ¿qué alcance tenía la influencia de las agencias de noticias extranjeras? ¿Los ejecutivos de los noticiarios actuaban como simples conductos de la información de la Associated Press y de la United Press International, o los productores locales retocaban los artículos en temas como armas nucleares y carrera espacial, al añadir sus propios términos nacionalistas? Responder estas preguntas lleva a toda investigación acerca de los primeros años de la televisión más allá de los dos bandos académicos que han surgido al respecto: los que se enfocan en la relación entre el Estado y los medios, y los que hacen hincapié en los héroes de negocios, los que sobredimensionan el poder de los magnates mediáticos, como los miembros de la familia Azcárraga.²¹ Los estudios sobre la relación simbiótica —por ejemplo los de Fátima Fernández Christlieb— se enfocan en la relación entre el gobierno y los medios, y en el papel del gobierno como instrumento de una clase dominante.²² Los trabajos basados en el modelo del héroe de negocios destacan las cualidades individuales del empresario como un ingrediente necesario en el éxito de los medios electrónicos de comunicación.²³ Este estudio basa su investigación en el análisis de la hegemonía tanto desde arriba como desde abajo, por dentro y por fuera, en un esfuerzo por integrar y transformar la historia social y la historia política.²⁴

    Al responder estas preguntas fundamentales, el libro ofrece un argumento en tres partes. Primero, durante el auge del PRI y la Guerra Fría, la cobertura de noticias entre 1950 y 1970 apoyaba de manera desmesurada al PRI y los intereses estadunidenses, y surgían conflictos cuando los reportes no se ajustaban a los deseos de los funcionarios de gobierno y de los inversionistas extranjeros. En otras palabras, los productores de los noticiarios solían adherirse a la pauta oficial; no obstante, Telesistema Mexicano y después Televisa eran más que simples portavoces del gobierno y de los intereses extranjeros. Segundo, al analizarlos en conjunto, los estudios de caso apuntan a una forma particular de identidad nacional, a una mexicanidad que promovía la modernidad y los valores consumistas provenientes de las altas esfera políticas. Tercero, los televidentes-ciudadanos no siempre creían lo que veían en la pantalla chica, y hacia finales de los sesenta una masa crítica de ciudadanos intentó hacer oír sus propios mensajes híbridos.

    Los puntos de tensión que se examinan en este libro incluyen aquellos que existían entre los funcionarios de gobierno y los dueños de los medios de comunicación; entre la modernidad y los esfuerzos por preservar las tradiciones o por

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